LA ISLA DE LA FIEBRE
Un episodio guadalcanalense

Los lugares más recónditos a los que había ido nunca no distaban más de seis leguas del pueblo en que vio la luz primera.
Iba a ellos desde los catorce años acompañando a su padre, Manuel, para vender cisco; un buen recurso para cuando escaseaba el jornal o la aceituna no había sido pródiga.
Volvería a venderlo.
Si la fiebre no se lo impedía.
Ahora, a sólo tres millas de distancia, vislumbraba el perfil fantasmagórico del puerto de Valencia.
Valencia: un jalón más, otro grado de fiebre.
Ojalá no hubiera conocido nunca tantas ciudades: Valencia, Sevilla, Málaga, La Habana…
Sintió un escalofrió.
Primero, tenue; después, violento.
La fiebre, cuya faz más torva había burlado, daba su cotidiano aldabonazo para
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