La lluvia infinita

Agradecemos a Jesús Rubio la autorización que nos ha dado, para publicar este libro sobre el histórico viaje de Pedro Ortega Valencia, que fue publicado en el año 1999. Para presentar al autor y el libro, nada mejor que el prólogo que escribió José Mª Álvarez.

Los ESPAÑOLITOS que nacen en Guadalcanal (Sevilla) aprenden muy pronto, por transmisión oral, que hay una isla en el Océano Pacífico que se llama como su pueblo, debido a que fue descubierta en 1568 por su paisano Pedro Ortega Valencia, cuando, cumpliendo órdenes de Álvaro de Mendaña, mandaba un bergantín expresamente diseñado, para navegar por los bajíos. Sus padres o sus amigos mayo­res les ilustran después, desde hace mucho tiempo, tal vez el siglo pasado, de que hay una calle en el pueblo que recuerda al personaje, llamada popularmente calle Valencia, y oficialmente, calle Gran Maestre, que era el cargo de Ortega en la expedición de Mendaña. A muchos de esos españolitos, de mayores, cuando han emigrado a los más variados destinos, les ocurren infinidad de anécdotas relacionadas con el toponímico de su lugar de origen. Así, cuando dicen que son de Guadalcanal, sus interlocutores llevan la conversación a la batalla de la Segunda Guerra Mundial, la isla, el portaviones de igual nombre, la recien­te película La delgada línea roja, e incluso, para muchos andaluces no sevillanos, la emisora de TVE sita en el monte Hamapega, próximo a la población. Todo, menos el pueblo en donde nacieron.

Hace unos cinco años recibí la llamada del autor de este texto, que se identificó como paisano y periodista. Era uno más de los millares de guadalcanalenses a los que el destino había centrifugado. A él le tocó Madrid, donde llegó cuando aun no tenía un año de edad y en donde se gra­duó en Ciencias de la Información. Tras unos meses en un diario de vida fugaz, ahora trabaja en Toledo en una revis­ta semanal y en una emisora de radio local. Cuando nos conocimos tenía una asignatura pendiente  -a veces no hay más remedio que usar frases hechas- que no era otra que la de escribir un texto sobre el viaje de Pedro Ortega. He vivi­do de cerca la gestación de esta criatura literaria, con sus problemas de documentación, enfoque y dudas en cuanto al género literario a elegir. Ahora que finalmente el parto ha tenido lugar me congratulo de poder presentar la narración de lo que pudieron ser las vivencias que tuvo Pedro Ortega durante los largos meses que duró su odisea.

Sólo añadiré, para concluir, que me gustaría que esta obra animara a otros escritores guadalcanalenses a hurgar en el pasado del pueblo, del que tanta documentación hay aún sin aprovechar. A veces hay que insistir en lo obvio, esto es, en que lo que somos, tanto individual como colectivamente, no es cuestión de azar, sino que viene predeterminado por el pasado cuyo conocimiento es indispensable para expli­carnos el presente e intentar atisbar el futuro.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ BLANCO,

Cronista no oficial de la Villa de Guadalcanal