Pedro Vallina

Mi nombre es Pedro Vallina Martínez, y nací en Guadalcanal, provincia de Sevilla, el 29 de junio de 1879. Mi padre era asturiano y de muchacho marchó a pie a Sevilla, con otros de su edad, en busca de ocupación. Allí tenía un tío que lo orientó al llegar.

Mi madre era andaluza, de Cantillana, provincia de Sevilla. Después de casarse se fijaron en Guadalcanal y llegaron a reunir una pequeña fortuna, estableciendo una confitería y cultivando unas fincas campestres que fueron comprando. Eran en extremo buenos, trabajadores infatigables y queridos por todos. Gastaron lo que tenían en la educación de sus hijos y en la lucha que yo sostuve por el triunfo de la libertad y de la justicia social en España.

Aquel matrimonio tuvo siete hijos, cuatro murieron de corta edad, y quedaron dos hermanas, una, Rocío, murió muy joven, de paludismo mal atendido, y otra, Natalia, quince años mayor que yo, consagró su existencia a mi cuidado, y me acompañó a prisiones y destierros. Un hermano, Juan Antonio, diez años mayor, era en extremo bondadoso, muy instruido, ateo, republicano federal y por último anarquista.

Consagró su vida a una labor pedagógica, y murió en Igualada, Cataluña, durante la guerra civil, donde se encontraba al frente de una expedición de niños, llevados de Madrid.

Mi pueblo, que contaba entonces con 5.000 habitantes, estaba situado en un escabroso valle de la Sierra Morena, fronterizo con la provincia de Badajoz. Al norte lo limitaba la Sierra del Viento, al sur la Sierra del Agua, y al oriente y poniente elevados montículos que cerraban el horizonte. En las tierras soleadas del sur, se daba el naranjo, y en las umbrosas del norte, el castaño. El paisaje era encantador y desde niño lo recorría y admiraba. Este amor a las bellezas campestres lo he conservado toda la vida. La riqueza agrícola y pecuaria estaba por explotar. Había minas de plata, cobre y hierro; estas últimas se trabajaban en pequeña escala y por temporadas.

En la Biblioteca Colombina de la Catedral de Sevilla leí una obra en tres gruesos volúmenes, titulada Memorias de las minas de plata ({Pozo Rico en Guadalcanal, y había quien aseguraba que de ellas se extrajo tanta plata como llegó de América. La industria única entonces era la fabricación de aguardientes, factor importante en el embrutecimiento y degeneración de la gente. Después de algunos años de ausencia volví a mi pueblo, y pude observar que jóvenes de mi edad estaban en ruina física y moral por el abuso del alcohol.

Las calles del pueblo eran rectas, y las casas construidas de piedra, con balcones y ventanas, donde no lucían las flores como en otros pueblos de Andalucía. Las casas de los pobres estaban muy mal construidas con adobes y tapias, y se venían abajo en los fuertes temporales. El empedrado faltaba a trechos, sustituido por charcos cenagosos; las farolas de petróleo de las calles se encendían pocas veces. Lo que abundaba extraordinariamente era el agua que bajaba de la sierra. Había una plaza espaciosa, adornada con naranjos, que tenía una fuente de agua potable que surtía con exceso a la población, y le sobraba líquido para regar las huertas vecinas, ricas en verduras y frutas. Además, había otras fuentes y pilares en los alrededores del pueblo.

Por nuestra parte podemos decir que por su profesión, un buen médico colaborador en multitud de proyectos de investigación y trabajos en hospitales de varios países, ya que sus continuos exilios le llevaron a trabajar fuera de España durante periodos más prolongados que en su propio país. Pudo tener una posición acomodada, pero su carácter humanitario le hizo vivir en varias etapas de su vida al borde de la pobreza. Cuenta su prologuista “que despreocupaba su supervivencia hasta el extremo que su familia había días que no comían más que una vez y gracias a la generosidad de sus vecinos”. Pocos ingresos podían proporcionarle la clientela que tenía en aquella época en su consulta, principalmente de la campiña sevillana de donde acudían los campesinos, “algunos como pago de su visita, traían un pollo, huevos o cualquier otra cosa, que entraban por un lado y salían en manos de un necesitado por otro”.

Era una persona especialmente crítica con la evaluación de los aconteceres de su época, descubrió entre otras, las causas de la insalubridad del agua en Sevilla, empezó una campaña contra las autoridades sanitarias, denunciando el alto índice de tuberculosos en la ciudad, por el abandono de limpieza y salubridad que sufrían los barrios marginales, llegando a provocar una huelga de inquilinos por el abandono de las viviendas, fue censor visceral y a veces despiadado con el poder establecido y con la Iglesia, con las consiguientes consecuencias políticas de marginación pública y continuos exilios.

Murió en Veracruz (México) en el año 1970.