Carta de Agustín Embuena
Andrés Mirón.
Murió en la carretera. Se lo llevó el destino y la mala suerte y con él, se va la fuerza de su verso, lo ajustado de su prosodia y el imbricado laberinto de la continua búsqueda.
A la vez que se bebía la vida con moderación y parsimonia, enseñó en las aulas y deja alumnos que con él y gracias a él supieron entender a otros poetas y vistieron de luces las sombras de la infancia.
Jubilado por propia voluntad, comenzaba a disfrutar de tiempo libre, regalaba a quien lo quería escuchar el eco de su grave voz y el sabio consejo del que viene de vuelta.
Amó la poesía e hizo de la palabra un pincel de sueños, de aspiraciones y a veces de la amarga experiencia de cotidianas frustraciones. Aún lo veo, con su chaqueta de modas pasadas, su periódico bajo el
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