Guadalcanal año 1947

Nuestra generación: niñez y crianza. Los que como yo vimos la luz en el año 1947 y su década, tuvimos la gran suerte de hacerlo en la época más importante que haya podido tener ninguna otra, y lo digo sin falso orgullo, porque los años que vivimos hasta hacernos adultos, si bien al principio fueron algo lentos y llenos de una hermosa y repetitiva monotonía que es lo que te da el ir aprendiendo, una vez que llegamos a la madurez vimos con qué rapidez año tras año la modernidad y los descubrimientos del día a día corrían  como la pólvora, y de todo eso tuvimos el honor de ser testigos. Hemos visto todo el transcurso que se ha producido desde nuestros inicios con la pizarra de piedra y el pizarrín a los más sofisticados ordenadores y amén de tablet y teléfonos móviles, al igual que el majar el gazpacho, a las trituradoras eléctricas y de lavar en el panelón a la lavadora, ya de por sí es sumamente importante que hayamos sido testigos directos del nacimiento de todo este tipo de cosas que de una manera u otra nos han hecho la vida más cómoda en honor a la verdad.

Para empezar y ya es importante decir que no conocimos lo que era un televisor hasta ya muy mayorcitos y que entonces tan sólo en algunas casas tenían el privilegio de tener una radio que se escuchaba en familia y sólo a muy determinadas horas del día.

Nuestra educación como  en aquella época no existían las guarderías, las madres nos llevaban a la escuela de los cagones que supongo que al igual que en el Convento del Espíritu Santo que era al que a mí me llevaban, habría otros colegios con este tipo de áreas para los benjamines. La condición previa que tenías que tener para ir,  era que al menos supieses andar y expresarte un poco, y llamarla de cagones no era baladí, es que con aquellas edades y el cuajo que teníamos, solíamos hacérnoslo todo encima y sin avisar. Descubrían tu hazaña que la guardabas muy calladito por el olor que nos delataba y nos quedábamos más blancos que la pared cuando se nos acercaba el profesor ó la profesora mirándonos a la cara y nos espetaba, ¡tú te has cagao! Entonces te derrumbabas y agachando la cabeza rompías a llorar desconsoladamente como si hubieras cometido el mayor de los crímenes, era el momento que en el colegio daban aviso a tu casa y al rato pasaba alguien de la familia a recogerte habiendo concluido tu mañana, cosa que se repetía más días de los que uno deseaba.

Cuantas veces habré subido en mi vida la calle Granillo desde que con cuatro años entré en el parvulario del Convento para aprender las primeras letras hasta los 10 años que salí, subiendo y bajando dos veces diarias. En las clases nos atendía Pepita Aguilar que hacía más bien funciones de guardería. Después tuvimos una joven y guapa profesora que se llamaba Antoñita Ramos. Ya más mayores casi para hacer nuestra Primera Comunión, estuvimos con la Hermana de la Cruz y la Hermana San Agustín, En clase quiero recordar que estábamos, Rafael González Jiménez (q.e.d.), Marciano Limones, Pepe de la Hera, Pepe Chaves y yo. Sólo deciros que la enseñanza en el Convento era mixta, pero los niños en un lado y las niñas en otro. A mi querida amiga Maripi Chaves, la recogía todos los días  en su casa para acompañarla en nuestra etapa final y como si de novios se tratase, fuimos juntos al altar para recibir la Primera Comunión.

Cuando empezamos a sentirnos importantes es cuando ya algo mayorcitos con babero y pantalones cortos fuera invierno o verano y ya con cinco años te decían en casa, ¡hala ya como eres mayorcito y todo un hombre no hay que llevarte al colegio que puedes ir tu solito! Y a continuación siempre la misma cantinela, hijo mío no te pares con nadie, y siempre por la acera y no vayas a cruzar la calle nunca sin mirar antes para los dos lados, no te acerques nunca a las bestias, etc.… Y nosotros la mar de formalitos haciéndolo todo al pié de la letra.

            Nuestras primeras relaciones sociales las hicimos en el colegio y eso fue mucho después de que empezásemos a aprender a leer y a escribir porque en el aula por llamarlo de alguna manera donde estábamos juntos, pero no revueltos, no hablábamos entre nosotros y ni siquiera en el recreo rompíamos a relacionarnos pues haciendo honor a lo que fue nuestra niñez teníamos la Edad del Pavo cosa que más o menos podía durarnos hasta los 10 ó 12 años, y a algunos que no fueron muy espabilados todavía no han salido de ella. Cuando con 10 ó 12 años ya te ibas dando cuenta de por dónde iban los tiros, algunos nos hicimos más traviesos que otros, y empezamos a ser unos golfillos de lo más inocente, pues nuestras golferías no pasaban de romper algún cristal que otro en  alguna ventana, llegar tarde a casa y fumarte algún que otro cigarro antes de tiempo, siendo ésta la única droga que conocimos además de los cigarritos de matalahúga que nos vendía Manuela de la Berza en su puesto que ponía en la Plaza junto a la fuente. ¡Que bella estampa de aquellas mujeres vendiéndonos sus chuches justo allí frente al Bar Pellejo!, y la de Jesús el Manco con su canasta ambulante vendiendo pipas y avellanas y sin olvidar al gran Juan el de la Berza pregonando a las horas de más calor con su barrica a cuestas el rico helao mantecao vendiéndolo por las calles.

Cuando jugábamos en la Plaza teníamos su gran ventaja por el sitio, pues además de estar más resguardada de los vientos en invierno, estaba muy próxima a la fuente donde íbamos cuando ya no podíamos más, a apagar nuestra sed en sus tres caños de latón de los que salían chorros de agua limpia, clara y constante. Casi siempre bebíamos en el caño de la izquierda, ya que al estar roto en su parte superior solo tenías que taponar un poco su salida y emanaba inmediatamente el agua por su parte rota haciéndolo más fácil.

El aliviadero de la fuente no era para agua perdida, se aprovechaba después de hacer un recorrido subterráneo a través de la Plaza, pasando por la puerta del Casino y llegando a El Palacio y justo a la altura de lo que hoy es la Biblioteca Municipal, emergía de nuevo el agua a través del caño en una pila de ladrillos rojo que mantenía llena y daba servicio al Matadero Municipal. Esa agua también la utilizaban los dueños de la tenería que existían en la esquina de la calle Poza, propiedad de los Baños. Todavía el agua sobrante antes de perderse por la cuneta de la carretera de los Molinos, prestaba un último y gran servicio en el lavadero que había en la parte baja de El Palacio, donde diariamente cuando el tiempo dejaba y lo hacía posible, las mujeres lavaban su ropa, disfrutando entre ellas con sus mil ocurrencias. Era un selecto club de lavado donde tenían hasta sus tenderetes para secar sus trapos que bien doblados, volvían de nuevo a su casa depositados en unas cestas de mimbre que usaban para su acarreo.

Como decía, la Plaza era nuestro lugar de juego. Entonces su suelo era de tierra y podíamos jugar al trompo, al pinche, a los bolis y a las mil cosas que podían ocurrírsenos a los niños que allí nos juntábamos en aquella época sin juguetes y con muchísima imaginación. Siempre estábamos deseando que en nuestras casas las cubas que se usaban de cinc para el acarreo del agua se estropearan para inmediatamente irte a la herrería de turno y que de su asa te confeccionaran una rueda y tener un aro que te servía de mucho.

En el invierno, además de la Plaza, utilizábamos El Palacio para cosas muy concretas. Una de ellas que no podíamos practicar en nuestra querida Plaza era el de la billarda, pues era muy peligroso como bien sabéis los que conocisteis este bello juego, donde el triunfo estaba en las manos de los más habilidosos, pues entrañaba una gran dificultad si su ejecución no se hacía con el orden y ritmo requerido. Lo hacíamos allí porque el entonces Jefe de los policías municipales Pípole, que era un poco cojo y con una jartá de mala leche, siempre estaba muy al loro de lo que hacíamos y no hacíamos los niños, lo apodábamos por el miedo que nos inspiraba Pipolillo el terror de los chiquillos, vivía dos casas mas abajo de donde estaba el Cine de invierno en la calle Luenga, justo al lado de la casa de Alegre nuestro maestro molinero. Pena que este personaje ya mayor y jubilado se fue a vivir a Alanís acabando el pobre sus días suicidándose por ahorcamiento, quizás echándonos cariñosamente de menos en su destierro y estar privado de ver y seguir nuestras mil correrías que tan ocupado solían tenerlo.

También jugábamos al fútbol si teníamos la suerte que alguno de nosotros aparecía con una pelota, ¡ojo he dicho pelota!, balón ni a soñar entonces, no sabíamos lo que era ni por fotografía. Organizábamos muy buenos partidos de fútbol en este bendito Palacio porque en aquellas fechas todavía D. Francisco Oliva el maestro nacional de la escuela compartida con doña Hermo en la calle Camacho, aún no era Alcalde y no habían hecho los arriates de los jardines que se hicieron durante su mandato por los Rius. Solo que pudiera estorbarnos entonces estaba el tablao de mampostería que había para que todos los domingos amenizase el paseo en verano la Banda de Música Municipal, donde el entrañable y popular Rafael Caballero Ruiz Rajamanta tocaba la tuba, que era otro de sus oficios aparte de ser el pregonero Municipal y enterrador. Tanto él como su familia todos eran muy trabajadores.

Las tardes en el verano me gustaban más que las mañanas, porque cuando ibas a El Coso también había una trinca de niñas y normalmente nos veíamos en la Caseta de Feria del Nuevo Circulo que era la de abajo,  y en su plataforma con su piso de cemento, ellas jugaban al truque que pintaban con una tiza. Otro de los juegos que también practicaban era la comba en grupos e individualmente al Diábolo y el Hula Hop, juegos entonces muy de moda, y bastante entretenidos de ver porque requerían de cierta habilidad.

Dejando los juegos de la niñez, ahora quería hablar de las herrerías que tenía Guadalcanal. Había una pequeña en la calle que hoy sigue llamándose Herrería y estaba justo frente a la casa de Consuelo Martínez. El hombre que la tenía era un señor que cuando yo lo conocí de pequeño era mayor y le llamaban Pastor, pero no sé si era su apellido. Dedicaba su taller a pequeños trabajos principalmente a la reparación de utensilios domésticos. Las mujeres le llevaban las cubas cuando tras muchos portes de agua se acababan rajando los agarres del asa, o sufrían algún tipo de pitera. Hubo un tiempo en que a sus clientas les dio por llevarles las latas vacías de leche condensada La Lechera y él, poniéndole un asita hacía de ellas un jarrito que tan apañados eran en la cocina y además irrompibles. Otro de los trabajos que hacía este buen señor y ese lo conocía yo de buena tinta pues era uno de sus clientes cuando niño, era que nos ponía las púas a nuestros trompos. También el amigo Pastor hombre muy amable con los niños, nos hacía los pinches que era junto al trompo, uno de nuestros juegos estrellas de invierno. Había algunos afortunados que tenían piches transformados de limas viejas y en desuso, las buenas eran las triangulares y de pequeño tamaño, pero lo ordinario es que este buen señor te hiciera un pinche de los recortes sobrantes de metal que tú solías llevarle de otras fraguas a la que previamente habías acudido a pedir.

Tampoco se me puede olvidar la fragua de Antonio Guzmán Montaño Matarriña y los dos fuelles que eran los pulmones que daban vida inmediata al fuego de la fragua, pues mientras uno aspiraba el otro insuflaba el viento alternativamente y de esta forma el chorro de aire se mantenía constante para avivar el fuego. Eran como dos grandes acordeones de cuero distendiéndose y comprimiéndose, sólo que su música nada más que era el viento y eran imprescindibles en la fragua ya que sin ellos no podía imprimírsele la energía necesaria para poner candentes los hierros que es su punto de forja. Estas labores en la fragua me fueron muy familiares pues para mí era un enorme entretenimiento contemplarlas y para ello solo tenía que cruzar la calleja de la entrada de nuestro molino de aceites y ya estaba disfrutando del espectáculo viendo al Maestro herrero Matarriña, dando martillazos al hierro rojo recién sacado de la fragua y saltando chispas a los impactos en todas direcciones. Pensando de mayor en estos trabajos que se realizaban en la fragua que eran de una belleza plástica enorme, como la de todo aquello en la que el fuego es el principal componente.

A Matarriña lo llevo grabado nítidamente en mi memoria, con su camisa gris, mandil de cuero para protegerse de las esquirlas de hierro fundidas que salpicaban a los golpes de su martillo y la machota de Barta su ayudante golpeando el hierro en el yunque. Era la persona en quién mi padre tenía depositada toda su confianza y nos ayudaba todo lo que le era posible en las tareas de mantenimiento del molino para su buen funcionamiento. Me alegré mucho al ver que el Ayuntamiento muy justamente, le había dedicado su nombre a la calleja donde tantas horas pasó arreglando los aperos de labranza de tantos labradores que a él por su buen hacer le confiaban y el recuerdo de mi gran estima para todos sus familiares.

También tuvimos a dos grandes artesanos del cuero en las figuras de los Hermanos Baldés, uno en la Plaza en lo que hoy es el bar España y el otro justo al lado de lo que era el bar El Chato, casi frente de la panadería de Isidro. Ellos arreglaban todo los útiles de las bestias, hacían aparejos, jáquimas, ronzales y horcates en cuero para el tiro. Fueron dos excelentes artesanos que desempeñaron una gran labor.

La innovación y la modernidad a las fraguas con mayúsculas la implantaron en Guadalcanal los hermanos Núñez. Tenían su taller al principio de lo que es hoy la calle Costaleros, concretamente en el lugar que ocuparon con posterioridad las oficinas del Banco Español de Crédito. Los Núñez además de los trabajos de fragua incorporaron otras tareas a su taller que las diferenciaba de los demás, yendo en avanzadilla con respecto a ellos. Yo me acuerdo de pequeño que cuando en el molino surgían problemas y averías de todo tipo, mi padre siempre cuando era algo importante y de dificultad recurría a ellos. Una de las innovaciones que llevaron a su taller fue la soldadura autógena siendo unos verdaderos expertos en estas tareas a las que daban una refinada terminación manejando con gran destreza aquellos sopletes y protegidos con aquellas gafas tan peculiares de cristales negros y circulares. Posteriormente incorporaron la soldadura eléctrica que cuando se ponían manos a la obra con estas tareas con su mono azul, peto de protección, electrodos y pinzas atacando la pieza a soldar, con la pantalla de protección y empezaban a saltar chispas del electrodo para todos sitios y aquella luz tan intensa, aquello parecía una película de ciencia ficción y ellos unos verdaderos extraterrestres. Me admiraba verlos vestidos de aquella guisa y con la ansiedad de no poder seguir mirando cuando empezaban a soldar con la eléctrica porque mi padre me decía que era de unos efectos malísimos para los ojos.

 Otra de las cosas que incorporaron a su taller fue el torno de precisión de lo que era un destacado artista en su manejo y adquirió fama no solo en el pueblo sino en todos los colindantes. Todo un orgullo para el pueblo que este taller además de lo artesanal fuese incorporando todo tipo de modernidades, y además haciendo escuela allí de bastantes aprendices, recuerdo como estaba en labores de ayuda el amigo Gregorio Núñez hasta que se independizó de la empresa familiar y monto su taller de reparación de coches en la calle Santa Clara, junto con su amigo Carmelin el hijo del queridísimo e inolvidable Carmelo el del Coche.

La siesta en verano para mí era un auténtico suplicio pues mi padre me obligaba a acostarme hasta que daban las 6 de la tarde que era la hora de levantarse. Cuando el reloj marcaba las 5 como mi ventana daba a la esquina de la Puntilla, empezaba a sonar el ruido de los veladores de madera y las sillas de eneas que Pepe, que entonces trabajaba con el gordo de Alfredo Yanes su dueño, iba poniendo en el rellano de la puerta.

Todo esto para mi era un entretenimiento hasta que llegaban las seis menos cuarto cuando el inolvidable y querido Juan Ceballos Cortés Berza haciendo las veces de despertador venía toda la calle San Sebastián con dirección a la Plaza cargando con su heladera y voceando su mercancía, ¡Al rico helado mantecado!, anunciando para mí el final de la siesta.

Cuando llegábamos a casa de todas estas mil aventuras y nos pasaban revista de arriba abajo, lo primero que te espetaban eran que venías percochado (muy guarro) y que te fueras desnudando para escamondarte. Como entonces no había termos para el agua caliente ni ninguno de los inventos que hoy disfrutamos del baño, las madres llenando de agua todo tipo de cacharros que había en la casa, las ponían al sol de las azoteas. Una vez remojado, veías venir a tu madre remangá para la tina, trayendo en una mano un manojo de estropajo amarillo y en la otra un buen taco de jabón verde del que hacía Gago. Sin ninguna misericordia me iba restregando con el estropajo en los codos de tal forma al igual que en las rodillas, que casi se te saltaban las lágrimas. Menos mal que al llegar a la cara había un poco de indulgencia y cambiaba el estropajo por la esponja porque si no habría muerto en la refriega. Ya bien lavado y repeinado, después de haberte llevado algún que otro coscorrón con el revés del peine por no quedarte quieto cuando te estaban haciendo la raya, y vestido con tu ropita de tarde-noche quedabas listo para ir a la Plaza y al Palacio pues las tardes-noches alternábamos los dos sitios.

 Cuando he hablado del jabón de Gago, me he acordado de su fabricante que era Manuel Gago. Tenía una pequeña fábrica de jabón en la nave que le tenía alquilada junto a su casa Antonio Llano El pájaro verde, en el Coso Bajo número 12. Que serenidad tenía aquél hombre y con qué educación y paciencia nos explicaba en nuestras visitas de niño como elaboraba sus productos e incluso nos dejaba cortar los tacos de jabón con el artilugio y medidor de porciones que tenia en una mesa a modo de guillotina.

Desde que se instaló la antena de la televisión en Guadalcanal en terrenos de nuestra finca de Tinajeros, (ocupación dicho sea de paso que nunca nos pagaron) a primeros de Octubre de 1961, las cosas fueron cambiando en nuestras costumbres, pues aunque en todas las casas no había televisión ya que el precio las hacía prohibitivas para las economías de entonces, en los dos casinos, el de la Plaza y el del Cebollino sí la  instalaron y todos acudíamos como si se tratara de un salón de cine a ver películas, las corridas de toros, el fútbol, las series. A mi de las series me gustaba El Fugitivo y Patrulla de Caminos, que veía con mi inolvidable y querido amigo Antonio Llano en el Bar del Perdigón que entonces estaba en la esquina de la calle de la Almona, y como teníamos que consumir algo siempre pedíamos un vermú con sifón y una tapita de mejillones, disfrutando como enanos con el espectáculo.

Al tener ya televisión  y aún con las limitaciones de entonces estábamos más o menos informado de lo que ocurría en el mundo y si no lo veías en su momento oportuno las cosas se contaban con el ¿te has enterado? Y tu intrigado preguntabas, ¿de qué?. Pues de esa forma otro querido e inolvidable amigo, Manuel Bernabé un día que llegó tarde de su casa a los futbolines que tenía Candidito Rodez en la calle La Sánchez  me dio la noticia del asesinato del Presidente de los Estados Unidos John Fitzgerald Kennedy.

Nuestra generación conoció en el pueblo muchos personajes que día a día por una labor u otra, gozaban de cierta popularidad. Evaristo el chatarrero fue uno de ellos y tenía en su casa una chatarrería donde almacenaba todos los trozos de hierro, plomo, cobre etc. que le llevábamos para coger algún dinerillo.

Uno de los carpinteros que primero conocí fue a Carmelo Carreras, que tenía el taller en la Serradora en la calle Tres Cruces, en donde, a base de ser muy pesado y armarte de mucha paciencia en la espera de atenderte, el maestro carpintero que siempre estaba serrando los troncos de madera inmensos y haciendo listones de ellos, te decía: ¿Qué es lo que quieres niño? y uno cruzando los dedos no fuera a mandarte a tomar por saco, casi sin voz le contestaba… Yo… una trompa. Entonces buscaba debajo de la máquina de tornear un trozo de tronco de encina que colocaba en el torno y en menos que lo estoy contando y por una módica cantidad de dos perras gordas, ya estabas corriendo con tu trompa en el bolsillo camino de la fragua de Matarriña para que le pusiera una púa carnicera y a correr para la Plaza a jugar con ella y dar envidia a tus amigos.

Siguiendo con las carpinterías teníamos a final de la calle Feria, ya en El Coso, la carpintería de Omenac, donde trabajaban Ernesto Pérez y Antonio Rodríguez Repisa. Hacían muchos tipos de trabajo, pero creaban en serie uno muy especial, que eran las mesas para taller de joyería que cada cierto tiempo venían a recogerlas con unos camiones muy grandes para aquellos tiempos y con su parte trasera cubierta a modo de casa ambulante como una gran caravana. No se donde buscaron a su distribuidor que les tenía hecho el encargo de fabricar en la cantidad que ellos fuesen capaz de producir, pues posteriormente ellos las exportaban a casi todo el mundo y según nos comentaban la mayor parte de ellas a Canadá que entonces mirando el Mapamundi nos parecía que se encontraba en otra Galaxia.

Había otras carpinterías dedicadas a los muebles de hogar. Estaban los Perinolas, los Atalaya, algunos más que no recuerdo y por último, Carmelo Gallego Pineda que se independizó y puso su carpintería en lo que es hoy la Avenida de la Constitución, al final de la calle Santa Clara. Esto que voy a contar fue antes de que vendiera el querido Pepe de la tienda los muebles ya hechos. Estos ingeniosos carpinteros se ocupaban de nuestras necesidades en el hogar, haciéndonos todo tipo de muebles a medida del hueco que disponías para ello en tu casa. Así que todos los que se casaban por aquella época iban a guardar su turno correspondiente al carpintero de su confianza, para que le hiciese los muebles que iban a instalar en su nuevo hogar al contraer matrimonio. A mí me los hizo el querido Carmelo Gallego, al que hice ir más de una vez a Sevilla para llevarlo a tiendas especializadas y que una vez visto lo que quería, copiaba su estilo y te lo calcaba en su taller, teniendo tú de esta forma muebles de diseño y artesanales. Pues imagino que así serían los demás aunque creo recordar que los Perinolas, Antonio y Rafael Nogales, ajustaron algún encargo que les hizo El Corte Inglés y les fabricaban también algunos muebles en series.

Como si lo estuviera viendo ahora, recuerdo el cine de invierno de la calle Luenga, que administraba el querido Víctor Jaurrieta Garralda, su propietario. A izquierda y derecha de la pantalla tenía sendos escudos, el de la derecha era el de Guadalcanal con su canal y las dos dagas, y a la izquierda había otro escudo heráldico de la Ciudad de Tafalla, pueblo navarro de su procedencia, un Castillo Dorado con un guerrero. Ambos quiero recordar que los pintó nuestro querido amigo Manuel Muñoz Serrano, hijo del inolvidable cosario Muñoz. Víctor Jaurrieta aportó mucha cultura a nuestro pueblo con la instalación de sus cines y llevando alguna que otra obra teatral y otros tipos de espectáculos a un pueblo que desgraciadamente en aquellos años aspirar a tener una radio en casa era todo un lujo….

Cuando ya fuimos mayores, ampliamos nuestros lugares de esparcimiento y vimos que había disputas de unos barrios con otros de Guadalcanal. Estaba la Banda del Coso, la Banda de la Calle San Francisco y la Banda de la Plaza. Ninguno de nosotros podíamos invadir los terrenos de bandas rivales sin un permiso previo de sus cabecillas, porque te exponías a alguna bronca y alguna que otra pelea de territorialidad. Cuando había alguna ofensa de una de las bandas el deshonor se lavaba en las Erillas al final de sus casas más o menos por donde está ahora el campo de tiro al plato. Así que se acordaba hacer una luria (guerra a pedradas) por ejemplo la calle San Francisco contra la Plaza y había que ir a lavar el honor. Llegábamos al campo de batalla y unos enfrente de otros empezábamos a largarnos piedras hasta que una conseguía su objetivo, abriéndole la cabeza a alguno y como tampoco éramos tontos, en ese momento la banda que había sido agraciada con el peñascazo, sacaba su jefe el pañuelo blanco en señal de rendición y entonces cogíamos al infortunado tapándole la pitera con un pañuelo si lo había, e íbamos a llevarlo de prisa y corriendo casi siempre a la casa de Don José Llinares el médico, para que le hiciera la costura y dejarlo con mejor presencia antes de que volviera a su casa, que eso tenía que hacerlo solo. Cualquiera iba a llevarlo y a decirles a los padres que le habían jarreao una pedrá en las Erillas.

Además de las Bandas, también me pude incorporar al clan que formaban los monaguillos, con cuya amistad podías tener el acceso a las iglesias y a todos sus rincones. Gracias a la amistad que tenía con los Sananis y Morente, mi amigo el hijo del organista, entraba con ellos cuando me venía en gana.

Fijaros si nuestra generación conoció en corto espacio de tiempo cosas, que el día de cumplir mi mayoría de edad, cosa que antes era a los 22 años, fue el día que Neil Armstrong puso el pié en la Luna, siendo algo tan relevante y de tan gran magnitud, que todavía hoy por lo menos que se nos haya explicado no ha vuelto a repetirse. La proeza que se hizo en el año 1969 ahí quedó registrada para la historia y como podréis imaginar en el pueblo sin dejar de mirar al cielo se estuvo hablando mucho tiempo de esta hazaña.

D. José Titos Alfaro fue destinado en nuestro pueblo para impartir clases en las Escuelas Municipales el año 1963, hombre muy amigable y extrovertido pronto congenió con la mayoría de los jóvenes que en aquella época disponíamos de pocos alicientes para divertirnos. De muy joven había escrito una obra de teatro en verso y nos fue transmitiendo la idea que nosotros podíamos representar su obra y él así podría conseguir su deseado estreno.

La obra se llamaba Misericordia y se realizó en el Cine Moderno, en el año 1964. Narra la vida de un hijo pródigo moderno y se representó con un aceptable éxito por nuestra parte según los aplausos que recibimos.

           Aunque no fui el primero de la familia en pisar tablas. Anteriormente mi padre había participado en la famosa obra de teatro Don Juan Tenorio, como pueden ver en la fotografía en la parte inferior.

Otro recuerdo imborrable que guardo, ya siendo más mayor, es la corrida de toros que organizó el padre Leonardo Castillo, creador de la Escuela de Formación Profesional de Cazalla. En dicho colegio se había producido el desprendimiento de un techo, así es que para arreglarlo se buscó a un ganadero que le regaló unas vaquillas y para dicha lidia se arrimaron al cura y se ofrecieron para torearla tres novilleros nada más y nada menos que de Guadalcanal y agárrense, eran los siguientes: Paco Valenzuela y mis queridísimos amigos Rafalito Crespo y Manolin Carbajo. ¡pedazo de terna! La plaza de toros la de Cazalla, actuando de apoderao nada menos que Ángel Crespo y el chofer de la cuadrilla era Juan Antonio Crespo, esto acaeció aproximadamente en los años 1967 o 1968.

En los años 60, Trini Ordoñez organizó con nosotros una Tuna. La fotografía es de sus principios pues en ella todavía faltaban algunos instrumentos y componentes, por ejemplo al querido y nunca olvidado Félix Pérez no se le ve con su bandurria, Faltamos en la fotografía no sé por qué circunstancias del momento, Antonio Nogales y un servidor de ustedes. Este recuerdo va dedicado a todos los que compusimos tan grata formación musical, a todas aquellas y guapas mozas que rondamos nuestras muchas noches de luna bajo sus balcones y ventanas.

En la fotografía del 24 de diciembre de 1962, podemos ver de izquierda a derecha en la primera fila  a Manolo Bernabé, Pepe Chaves, Félix Pérez, Jesús Miguel Rivero, Manuel Romero Oliva, Francisco Rivero Sanz, José Antonio. En la segunda fila, también de izquierda a derecha, Manuel Pinelo, Joaquín Valverde, Eladio López, Jesús Blandez, José Miguel Rivero, Trini Ordóñez, Julio Quintero, Joaquín García Faraón y José Mª Rivero Martínez Manitas. El niño que está delante de todos es, Gabriel Ordóñez Barranco.

 Como en mi niñez todavía no existía la televisión, mis padres elegían los días de visita a los amigos los sábados, para escuchar los programas de radio que solían emitirse. Los recuerdo porque escuché muchos de ellos, en la compañía de mis padres y sus amigos y a la par sus animadas tertulias en torno al aparato de radio que solía ocupar un lugar preferente de la sala. La radio solía estar sobre una mesita sobre un pañito de crochet blanco hecho a la medida de su base y sobre ella otro de cretona.

Toda esta parafernalia decorativa pienso yo que era debida a que la radio no se escuchaba mirando al techo, se escuchaba mirando al aparato y claro de esta forma estaba más elegante. Las radios entonces las había de pocas marcas, estaban las Marconi, Telefunken, y la máxima era una que había muy grandota de la marca Philips con medio frontal entelado para ocultar los altavoces y en su parte derecha del tamaño de un garbanzo un punto de luz que se ponía de color verde cuando la radio estaba bien sintonizada, y que se llamaba según el fabricante el ojo mágico.

El programa que a mí me gustaba mucho era el que hacía de telonero José Iglesias El Zorro, antes de que empezara Alberto Oliveras con Ustedes son formidables. Digo que me encantaba este programa porque imitaba a todo bicho viviente y además silbaba mejor que un canario y hacía verdaderas melodías con sus trinos. La entrada de El Zorro empezando el programa a mí me ponía a cien por hora pues decía: …¡Buenasss nochesss señoras y señorees… yo soy el zorro zorrito para mayores y pequeñitos! Claro eso de que dijera también para pequeñitos era para mí una gran dedicatoria a la que ponía toda mi atención, pues la media hora que duraban sus sketchs no era para perder puntada. Concluido el programa de Pepe Iglesias El Zorro, se empezaba a escuchar una sintonía grave y magistral acompañada de la voz de una locutora que haciendo la presentación decía: A continuación va empezar el programa ¡Ustedes son formidables! Bajo la dirección de …¡Alberto Oliveras! Los programas estaban basados en solidarizar a los oyentes ante alguna desgracia o infortunio que hubiera ocurrido a alguien y para la que solicitaba su ayuda, unas veces material y otras de tipo monetario. Normalmente, cuando terminaba que solía ser cerca de las doce de la noche, casi siempre conseguía su objetivo.

Cuando pequeño, los lobos abundaban en nuestro término municipal, tal es así que algunas noches los más osados llegaban hasta el mismo pueblo, pues el olor de los despojos de carne de la limpieza que le hacían a las pieles antes de curtirlas en la temería que estaba en la esquina de El Palacio, junto a la actual Biblioteca Municipal, que antes era el Matadero, los hacía bajar de las sierras que tan próximas tenemos. A los lobos se les tenía una guerra sin cuartel por el mucho daño que hacían al ganado que entonces dormían en el campo a la intemperie solos con el cobijo de una red de cuerdas.

            En la imagen, está mi padre agachado acariciando la cabeza de una hermosa loba que abatió un día de paciente aguardo en el monte. Está rodeado de un elenco de amigos, que yo solo acierto a reconocer al que se encuentra justo detrás de él vestido de negro que era su querido amigo Joaquín Rivero Cerrato, y el otro que es un señor trajeado con corbata negra y mascota el médico que tuvimos D. José Llinares que vino procedente de Villajoyosa a nuestro querido pueblo y aquí se quedó para siempre. Recuerdo muy chico quizás con cuatro años esta gesta, pues la loba la colgaron en uno de los balcones de mi casa, justo frente a la farmacia para que pudiera verla el pueblo.

El que cazaba un lobo tenía asegurada la gratificación de los ganaderos locales, así es que había personas que a ello se dedicaban y los llamaban loberos. Un día siendo muy pequeño con 5 o 6 años recuerdo que por la calle Camacho venían dos hombres que en una caja de madera a modo de jaula y al preguntarle qué perros eran, me dijeron que era una camada de lobos y los iban exhibiendo por las casas de ganaderos con una propina asegurada.

Ya con los años que inexorablemente todos íbamos cumpliendo te iban restando días de juventud hasta hacerte verdaderamente adulto, y esa fecha quedaba marcada el día de tu talla, cuando los mozos del pueblo, que así se llamaban a los jóvenes el año antes de hacer el Servicio Militar para medirse y pesarse, función que el Ministerio tenía encargada a los Ayuntamientos y al que tenían que remitirle los datos. Esos días fueron muy señalados en nuestras vidas y la razón era porque una vez que ya cumplimos con el servicio militar siendo unos hombres cada uno, nos montamos en el barco que pudimos coger y nos dedicamos a navegar en el rumbo que nos puso la vida, dejando la mayoría el pueblo que nos vio nacer con gran resignación, así como todo lo que fueron nuestras buenas costumbres.

Por último solo me queda deciros que nuestra generación vivimos unos años en los que adquirimos una gran cultura rural en todos sus aspectos, nuestra relación fue muy directa con el campo y el pueblo, y todas esas fuentes del saber estaban frescas y manaban por todos sitios, cualquiera teníamos accesos a ellas, bastaba dirigirte a la gente de campo que era muy amigable y te transmitían todo su saber de forma natural, preguntábamos mucho porque del mundo rural teníamos mucho que aprender, tanto aprendimos que para cualquiera de nuestra generación el campo hoy sigue siendo un libro abierto, y en cambio para las nuevas generaciones, es un gran desconocido.

 Respecto al mundo actual  y a sus modernidades que quieren que les diga, también nos hemos adaptado. Hay grandes cosas que hoy tenemos que nos hacen la vida más cómoda,  pero perdimos mucho del  ayer, y lo dice uno que había días que nos alumbrábamos con la luz de un candil y tenía la magia y el encanto que hoy no tiene un foco de Led por mucha luz que transmita.

                                                                                Daniel Herce Fernández

La memoria de Daniel Herce, nos ha hecho recorrer el pueblo entero y que rememoremos los que tenemos su edad, todas esas historias que hemos vivido en nuestro querido Guadalcanal, jugando con esas pelotas de goma, cuando no de trapo, en ese Palacio que Andrés Mirón supo definir en sus famosos Calicantos que ahora podemos leer paseando por nuestro pueblo y corriendo delante de Pípole, que en mi caso fue Benigno el municipal. Gracias.

Hasta el 19 de julio, no aparece el primer acta del Consistorio, donde el Alcalde lee telegrama recibido del Gobernador Civil, felicitando a la Comisión Gestora por la labor personal en la campaña del Referéndum[1] y enorme éxito obtenido. Se acuerda el envío de un telegrama al Jefe del Estado, con el siguiente texto: Ruego eleve a S. E. Jefe del Estado en nombre pueblo Guadalcanal, Comisión Gestora y en el mío propio sincera felicitación resultado Referéndum día seis exponente inequívoco pueblo español unido paternal custodia Jefe del Estado marcando rutas señaladas engrandecimiento España viva España.

Nuevas obras en Guadalcanal, así el 21 de julio se aprueba la pavimentación de las calles 19 de agosto y Guaditoca, según el proyecto presentando por Ángel Herrera.

Ante la urgencia de iniciar las obras del nuevo Mercado de Abastos, la Comisión Gestora en su reunión del 1 de agosto,  nombra al gestor Miguel Chaves Álvarez para que se desplace a Madrid a interesarse por la publicación del Edicto necesario para el inicio de las obras del nuevo Mercado de Abastos.

Por oficio del 23 de agosto el Gobernador Civil de la provincia comunica el cese de Pedro Rivero Rivero, en el cargo de Gestor y Tercer Teniente de Alcalde. Para sustituirlo se nombra a Francisco Rincón Pérez, como nuevo Teniente de Alcalde y como nuevo Gestor a Francisco Martínez Saeta. En consecuencia, esta Comisión Gestora queda constituida de la siguiente forma:

Alcalde-PresidenteFrancisco Gómez del Valle
Primer Teniente AlcaldeManuel López Blandez
Segundo Teniente AlcaldeMiguel Chaves Álvarez
Tercer Teniente AlcaldeFrancisco Rincón Pérez
GestorJosé Mª Rivero Yanes
GestorJuan Campos Navarro
GestorJoaquín González Chaves
GestorIgnacio Núñez Muñoz
GestorAntonio Crespo Ramos
GestorJesús Guerrero Romero
GestorFrancisco Martínez Saeta

Con objeto de incrementar el esplendor de la Feria de este año, la Comisión acuerda en su reunión del 1 de septiembre, rebajar un 50%  el impuesto para la instalación de atracciones en el ferial.

El Alcalde informa que en la feria a punto de comenzar, se va a celebrar después de 46 años una becerrada. Se acuerda eximir a la empresa organizadora el pago de impuestos de usos y consumos.

Mejor tratamiento recibía Guadalcanal en estas fechas, en lo que se refiere a la disponibilidad de trenes, ya que el día 2 de octubre se aprueba dirigir agradecimiento al Inspector de Explotación de RENFE por haber incorporado un vagón de tercera en el tren 8742 de Mérida, durante los días 4, 5, 6 y 7 de septiembre, días de nuestra feria.

También se saca a concurso las vacantes que hay en la Plantilla del Ayuntamiento, que son las siguientes: Dos guardias municipales, con un sueldo de 4.000 pesetas anuales; un guarda del paseo de El Coso, con 4.000 pesetas anuales, un barrendero y un conserje del cementerio, con 3.500 pesetas anuales cada uno. La incorporación se regirá por las instrucciones establecidas para la incorporación de excombatientes y mutilados de guerra.

Importantes acuerdos en la reunión del 20 de octubre. Por un lado, el Alcalde expone que el Matadero Municipal carece de condiciones higiénicas, siendo insuficiente para las necesidades de la localidad. Se aprueba dirigir solicitud a la Diputación Provincial, para que designe un Técnico que realice un nuevo proyecto y a la vez solicitar subvención para la construcción del nuevo Matadero.

Se aprueba una subvención de 1.500 pesetas, como pago a los conciertos de la Banda de Música en el verano y ejecución en actos oficiales.

Por último, se realiza la adjudicación provisional a Luis Rius Palacios, de las obras de la nueva Plaza de Abastos en la antigua iglesia de San Sebastián, por un importe de 305.050 pesetas. La dirección de la obra la llevará el autor del proyecto, el arquitecto Antonio Delgado Roig.

La preocupación por la escasez de agua para la población, ocupa toda la sesión del 4 de noviembre. Así en primer lugar se aprueban las obras necesarias para el abastecimiento de agua potable a la localidad, que se realizarán en las siguientes etapas: 1º Captación de aguas en el pozo situado en la Huerta de las Monjas, que está situado en la parte más alta del pueblo, construyendo un pozo de cuatro metros de diámetro y tres de profundidad, que recoja las aguas procedentes de una galería de unos ciento veinte metros de longitud, que garantizará en todo momento la dotación total de  440 M3 diarios. 2º Conducción de las aguas desde el pozo citado por medio de una tubería  de 150 mm. de fibrocemento, tipo Uralita, hasta el depósito regulador establecido a 89 metros del pozo. 3º Construcción de un pozo de las característica que se especifican en el proyecto. Y 4º Montar un sistema de red de distribución que por la carga del agua en sus puntos, permita el establecimiento de fuentes y acometidas a particulares, todo ello con tubería de presión de Uralita. El presupuesto de ejecución será a 1.027.866 pesetas.

Y de nuevo el cementerio sale a colación, ya que el Presidente de la Comisión de Obras Públicas manifiesta el estado ruinoso en que se encuentra el Depósito de Autopsias, por lo que se aprueba incluir una partida en los próximos presupuestos, para su reparación.

También el alojamiento de la Guardia Civil preocupa a los Gestores del Ayuntamiento y en la reunión del 1 de diciembre, podemos leer el proyecto que van a preparar. Se aprueba acogerse a la normativa de la Dirección General de la Guardia Civil, en cuanto a la construcción de cuarteles para el Cuerpo, facilitando un solar para su construcción, así como el 10% de dinero efectivo y otro 50% con préstamos en una entidad bancaria, a pagar en 20 anualidades. Por carecer el Ayuntamiento de solares idóneos para esta construcción, se solicitará de los Servicios Técnicos de la Guardia Civil que envíe persona capacitada para elegir los terrenos necesarios.

Se acuerda la creación de un puesto de Recaudador de Impuestos, que será cubierta por oposición. El Consistorio aprueba y confirma en sus puestos a los siguientes funcionarios: José Miguel Mas Casamayor  como médico de asistencia pública. Francisco Durán Sianes, como Practicante de asistencia pública. José Parrón Calderón, Prácticamente de asistencia pública. Mª Aurora Fernández Guirado, Matrona de asistencia pública. Joaquín Isern Fabra, Farmacéutico titular.

Finalmente se aprueba el Presupuesto Municipal para el año 1948, por un importe total de ingresos y gastos de 566.304 pesetas.

En el último pleno del año, celebrado el 20 de diciembre de 1947, se aprueba presupuesto de la Compañía Sevillana de Electricidad, para la instalación de ocho lámparas de 15W, por un total de 750 pesetas, quedando el mantenimiento por cuenta de dicha compañía. También se aprueba el Proyecto para la pavimentación de las calles Concepción y Menéndez Pelayo, del perito Rafael Herrera del Campo.


[1] El referéndum sobre la ley de la sucesión se celebró en España el 6 de julio de 1947, ​ siendo el primer proceso electoral celebrado después de la victoria franquista en la Guerra Civil Española y el establecimiento de la dictadura de Francisco Franco. La Ley de Sucesión pretendía estipular la restauración de la monarquía española. La Ley, sin embargo, nombraba a Franco jefe de estado vitalicio, o hasta su renuncia, teniendo la facultad de escoger a su sucesor, rey o regente, y establecer formalmente de nuevo el “Reino de España”. Según los informes, fue aprobada por el 93% de lo votantes. ​

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