José Blanco Gálvez, 50 años de sacerdote

José Blanco en el momento de la consagración. (Fot. Cándido Trancoso)

En la parroquia de Santa María de la Asunción de Guadalcanal, tuvo lugar el pasado día 27 de agosto, la misa que para conmemorar los cincuenta años de sacerdote, celebró nuestro querido amigo José Blanco Gálvez, más conocido entre nosotros como “Pepito el hijo del sacristán”. Me hubiera gustado poder asistir, pero los protocolos por el Covid-19, hizo imposible que pudiéramos acompañarle todos sus amigos.

José Blanco, junto con el resto de sacerdotes asistentes (Fot. Cándido Trancoso)

Acompañado por varios sacerdotes, entre ellos nuestro párroco Gonzalo Salvador Fernández Copete y el párroco de El Pedroso, también nacido en Guadalcanal, Francisco José Gordón Pérez. Debido a los protocolos de Covid-19, muchas personas no pudimos acompañarle en este día, aunque sí ver su misa, que fue transmitida por Internet.

En uno de mis libros sobre la historia de Guadalcanal del siglo XX, pudimos leer la historia de su vocación, que pienso que es muy oportuno hacérsela llegar a quien no haya leído el libro:

Memoria agradecida.

Mi primera maestra, Doña Paquita. Ella tuvo mucha “culpa”. No lo dudo. Tuvo mucho que ver en que yo sea cura. En una ocasión ¿varias?, hizo de una hoja de papel blanco, una imitación de la forma grande, como la de las misas, y estando junto a ella, yo la alzaba ante toda la clase.

Doña Paquita con un grupo de alumnos de la época

Ella, muy amante de la Eucaristía, asistió al Congreso Eucarístico de Barcelona del año 1952; volvió muy contenta; yo tenía siete años. Aquel Congreso nos dejó el himno “De rodillas, Señor, ante el sagrario…”.

Impulsó “los Niños Reparadores”; cantábamos al ir a la Parroquia el himno: “…vamos niños al Sagrario que Jesús llorando está, pero viendo tantos niños, muy contento se pondrá…” También alentó la devoción a la Virgen; una imagen de la Virgen Niña estaba en el aula.

Ella me enseñó a leer muy bien, a escribir y los primeros números; y, sin yo saberlo, entonces, alentó la vocación de irme al Seminario, años después. Le estoy muy agradecido por los cimientos humanos y cristianos que puso en mi vida.

Trespalacios. ¡Cuánto disfruté allí! La casa de mi abuela paterna Dolores Palacios, viuda de Cándido el Ladeao. Allí estaba la zapatería de mi padre José Blanco Nogales, más conocido por José el Sacristán y de mi tío Luís, Luisón, y un gran patio que se alquilaba, en verano, para “cine”.

            Verano tras verano viendo películas, teatro para niños, y en algunos veranos Revista. Cuando la película estaba clasificada con un 3, autorizada para mayores, o 3R, para mayores con reparos, o 4 gravemente peligrosa -la clasificación se colocaba en el cancel de la Parroquia- mi padre me mandaba a la zapatería, y desde la ventana, que daba al patio, yo podía ver toda la película, burlando la prohibición de menores. Recuerdo una de esas películas clasificada con un 4: Arroz amargo, protagonizada por la actriz italiana Silvana Mangano.

Antes del comienzo de la película y en el descanso, vendía refrescos entre el público con mis primos Pepe Luís Muñoz y Cándido Blanco. Éramos unos niños entre siete y once años, que gozábamos vendiendo, entre fila y fila de sillas, nuestros refrescos.

            En los altos de la casa, vivían Manolo Baños, Josefa, su mujer, y sus tres hijas Pepi, Dorita y Angelines con quienes pasé muchas horas de juegos y de ilusiones.

Monaguillo. Muchos del pueblo lo fuimos. Otros niños, ahora, lo son. Yo estaba destinado  irremediablemente a serlo; era el hijo de José, el sacristán y de Rosario Gálvez Blandez, la costurera. Como quien dice: me críe en la iglesia. Los de mi “quinta”: Joaquín Galván, su hermano Manolo, Cayetano Yanes y su hermano Gabriel el campanero; Rafael Morente, Antonio “Conchilla” …; muchos otros. Ayudábamos en misa, tocábamos las campanas, barríamos, ayudábamos a mi padre, el sacristán. Formábamos un equipo de trabajo; teníamos nuestras peleas…, pero éramos una piña cuando nos enfrentábamos a la banda de los “Eladios” a pedradas; aunque éramos vecinos de uno de los cabecillas: Eladio López, hijo de Manolo López.

Repartíamos la Hojita parroquial, y pedíamos para el Santísimo, los jueves, casa por casa. En uno de esos jueves, me cansé del recorrido que me correspondía, y volví a mi casa sin haber terminado, mi madre, Rosario la costurera, me castigó severamente.

             En el mes de octubre, los monaguillos recorríamos todas las casas del pueblo pidiendo para “los Tosantos”. Llevábamos unas parihuelas para recoger membrillos, melones, nueces, castañas… recogíamos lo que daba el tiempo, y también dinero.

En el día de Todos los Santos nos reuníamos, en el patio de la Parroquia para comer, todo el “personal” de la Parroquia: José, el sacristán   –mi padre-, Rafael Morente, el organista, Benjamín Lara, el sochantre, el campanero y los monaguillos, y algún que otro que se arrimaba ese día. El párroco, don Félix, hacía una visita de cortesía y marchaba.

Los trabajadores de la Parroquia disfrutábamos y confraternizamos. Los mayores se achispaban y los monaguillos lo pasábamos “pipa”.

            Al terminar ese día ya estábamos pensando en la preparación del Día de los Difuntos. Por la tarde-noche se comenzaban los toques “a difunto”; a todos los monaguillos nos gustaba pasar las horas en la torre, “tocando a difuntos”. Nunca me “tocó” a mí, el sacristán –mi padre- no me dejó.

Recuerdo con mucho cariño a Rafael Morente, el organista y a Benjamín Lara Larita, el sochantre; y la amistad y el cariño que se tenían los tres, y el cariño y la educación que nos daban a los monaguillos. Benjamín Lara sigue teniendo, a sus noventa y tantos años, una voz estupenda; en las navidades del 2017 me cantó, por teléfono, un hermoso villancico.

            Yo, tocaba las campanas los domingos. La primera misa era muy temprano. Recuerdo los domingos de invierno; cuando todavía no había amanecido, bajábamos mi padre y yo a La Puntilla; él tomaba café y su copa de aguardiente, y yo un polvorón; me encantaba.

            A continuación nos íbamos para la  Parroquia. Nada más entrar mi  padre me mandaba “tocar el primero”; él se quedaba en la sacristía preparando para la misa; yo tenía que atravesar el templo y eso me sobrecogía: el silencio, a media luz, imágenes a derechas e izquierda…; cuando me entraba miedo era al comenzar a subir las escaleras; primer tramo, hasta el descanso del coro, segundo tramo hasta la torre; agarraba la cuerda y a tocar, y mirando con temblor y pavor a la puerta que daba acceso a la escalera hacia el campanario; estaba deseando terminar “el toque”; me corría un escalofrío por la espalda; y rápido bajaba hasta el descanso del coro; miraba de reojo hacia el coro, y aceleraba en el último tramo de escalera. Nunca le conté a mi padre el miedo que pasaba, así que al domingo siguiente vivía lo mismo.

Los monaguillos ganábamos nuestras “perras”. Propinas por bautizos, por entregar los reclinatorios, por repartir la hojita parroquial, por pedir el “Santísimo” cada jueves, recorriendo todo el pueblo, hiciera frío o calor o lloviese; el diez por ciento era para nosotros. Y así, junté para ayudar a comprar el traje de primera comunión, como me recuerda mi hermana, María Dolores.

“Si quieres un hijo pillo mételo a monaguillo”. De tarde en tarde, venía por el pueblo un cura que tenía mucha clientela fija en el confesionario, y, llegada la hora de cerrar la iglesia, sobre las nueve de la noche, como se tardaba desconectábamos la palanca general de la electricidad.

Quiero ser cura. Tengo clara conciencia de que esa era mi voluntad. Creo que el Espíritu me impulsó y se valió de las mediaciones en las que vivía: familia, maestras, Parroquia…

            Al instante, animan y respaldan el párroco don Félix Hidalgo, y Doña Hermo, que se ofrece para prepararme a hacer el examen de ingreso al bachillerato. Y la ayuda económica –la beca– me la da Dª Natividad Alvarado, que la venía dando a anteriores seminaristas. (Mis padres no podían costear ni clases particulares ni la plaza en el seminario).

Creo que Doña Paquita despertó mi vocación y Doña Hermo la alentó; dos sorianas maestras; dos sólidas cristianas.

Doña Hermo “ponía a prueba mi decisión”, me “picaba”, y yo me crecía; era lo que ella buscaba. Recia y exigente; le estoy profundamente agradecido.

Doña Hermo en la fiesta de despedida que le hicieron sus alumnas el año 1959. En la parte inferior, monaguillos de la época

En sus clases particulares, en la calle Camacho, coincidí con muchos niños y niñas; entre ellos, Rafalín, el de don Alfonso, lo recuerdo alegre, desaliñado, pillo; a Doña Hermo le agradaba la frescura de Rafalín.

En el Seminario Menor. En octubre de 1957 ingreso en el seminario menor de San Juan de Aznalfarache, donde estaba enterrado el cardenal Segura, fallecido unos meses antes. No se cabía en Sanlúcar de Barrameda, donde estaba el Seminario Menor de la archidiócesis, y tuvieron que habilitar una zona del Monumento en San Juan, para treinta y un niños. Desde 2010 ha vuelto a ser sede del Seminario Menor, dónde comenzó sus estudios nuestro paisano y futuro sacerdote Francisco Gordón Pérez.

Ese año de 1957, es destinado D. Félix Hidalgo Domínguez, hasta entonces párroco en nuestro pueblo, a la parroquia de San Julián, en Sevilla, y llega, como párroco,  D. Manuel Barrera Cobano, desde Real de la Jara.

El primer trimestre dormí en la planta alta del edificio, otros lo hacían en el sótano. A la vuelta de las vacaciones de Navidad me habían “bajado” al sótano; lloraba desconsoladamente, por este cambio, mi padre, que me había llevado desde el pueblo, me preguntó si quería volverme, le contesté que no.

Después estuve un curso en Sanlúcar de Barrameda y dos en Pilas. (Según he leído se barajó la posibilidad de poner el seminario menor en nuestro pueblo)

San Telmo. Ya estaba en el Seminario Mayor, en Sevilla: Rafael Calado, más tarde monje jerónimo, y en Sanlúcar de Barrameda: Antonio Gordón.

Otros seminaristas de aquellos años Julián Jiménez, de “mi quinta”, pero en el Seminario de Huelva, que celebró su primera misa en el pueblo; y más jóvenes, eran Eusebio Calle, Antonio Valverde, Jesús Miguel Sánchez, Cayetano Chaves y Antonio Casero.

En Trespalacios. Con mis padres, mi tía Luisa, mi hermana Mª Dolores y Auxiliadora, hija de mi prima Amadora y Antonio. 1963

Mi familia emigra a Sevilla en 1963, como tantas familias de nuestro pueblo. Los contactos con el pueblo se distancian; vuelvo al pueblo para visitar a la familia, en vacaciones y para celebraciones de bautizos y bodas de los hijos y nietos de mis primos.

José Blanco, sus primeros días en el Seminario
Posando con un compañero

El paso por el Seminario Mayor, donde estoy hasta 1969, me abre un horizonte de entusiasmo en la fe, en lo intelectual y en las relaciones. El ambiente posconciliar, renovador, de cambio que se vivía en la Iglesia, entra también en los seminarios. La fe cristiana se renueva, se vigoriza; la manera que cómo se ha ejercido, el sacerdocio sufre una fuerte contestación y se abre paso la imagen del cura inmerso en el pueblo y con una opción preferencial por los más pobres, por el mundo obrero. Viví aquellos años con entusiasmo, abierto a lo nuevo, al cambio en la Iglesia y en la sociedad española.

Primera misa en Guadalcanal junto con otros sacerdotes y el párroco Manuel Barrera

Me inicio a los Movimientos eclesiales como el Movimiento Rural Cristiano (MRC), La Juventud Obrera Católica (JOC) y a la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) en la que continúo. Estos Movimientos de la Iglesia han marcado mi ser cristiano y mi vocación de cura de forma definitiva por lo que continuamente doy gracias a Dios y a la Iglesia por ponerlos en mi vida.

Sacerdote. El 23 de mayo de 1970 fui ordenado sacerdote, y el 25 celebré “la primera misa” en Guadalcanal. Era párroco del pueblo D. Luís Prieto Samas.

Camino del altar el día de su primera misa

Recuerdo aquel día de mayo con mucha alegría; con mis padres, hermana, tíos, primos, amigos; con la gente de la Parroquia que me conocían desde niño, al igual muchos paisanos.

Con sus padres, hermana y otros familiares
Acompañado por otros sacerdotes amigos y a la izquierda el alcalde Enrique Gómez-Álvarez Soriano
Un momento de la comida. A su lado Jesús Navarro Padra, que había estado de sacerdote en Guadalcanal. Sentado (con gafas) Luis Prieto, párroco en esa fecha

Mi primer destino, con dos compañeros más, fue a pueblos de colonización, entre Lora del Río y Peñaflor: Priorato, Setefilla y Vegas de Almenara, y, al otro lado del río Guadalquivir, El Acebuchal y El Rincón. Cuatro años después fui destinado a una parroquia de Lora del Río.

José Blanco y un amigo. En el centro “Pepa la Gitana”

Y en el año 1981 voy a la Parroquia del barrio de Ntra. Sra. de la Oliva, en el Polígono Sur, de Sevilla. Después de catorce años, a Pino Montano, a la parroquia de la barriada de Los Mares (Parroquia Jesús de Nazaret y Ntra. Sra. de Consolación), donde llevo veintidós años.

De capellán en el Hospital Virgen Macarena. En ocasiones, había sustituido al capellán y yo me sentía bien inclinado a ese mundo. Sin yo pedirlo ni esperarlo, me piden que haga este servicio, acepto, y doy gracias a Dios por esos años. Tuve la ocasión de encontrarme y tratar a paisanos ingresados y familiares; también con muchas personas de los pueblos de nuestra Sierra Norte; fueron unos años de unas relaciones intensas y únicas. Allí estuve del año 2006 al 2010.

En una visita a la iglesia de Santa Ana con varios amigos. Entre ellos en el centro (con pelo blanco) Manuel Barrera y a la derecha el párroco en esos momentos Eduardo Torres Márquez

Acción de gracias. He titulado este escrito Memoria agradecida. Agradecido a Dios, a mi familia, maestras y maestros, a todas las personas de mi pueblo que me ayudaron a ser persona, cristiano y sacerdote; que me inculcaron el amor a Jesucristo y a la Virgen, en su advocación de Guaditoca; gracias a Ignacio Gómez que me ha dado la ocasión de comunicarme; en definitiva, agradecido por haber nacido y crecido en Guadalcanal.

3 comentarios en “José Blanco Gálvez, 50 años de sacerdote”

  1. Amigo me dio la primera comunión en su primer año de sacerdote. Vivía mis en el barrio del acebuchal y fue un gran regalo y marco mi opción por seguir a Dios . sembraste mucho bueno, el cura alegre y metido entre entre los hombres, sirviendo a Dios. Doy gracias a Dios por tu vocación., querido Padrecitó.

    Responder
  2. Entre las cosas que a lo largo de mi vida me han hecho sentir orgulloso es ser Primo de Jose Blanco Galvez , y despues de leer este magnifico escrito resumen de una vida dedicada a hacer el bien y a propagar la Fe y la Religion Cristiana , aun me enorgullesco mucho mas.
    El escrito esta magnificamente desarrollado con una prosa facil y sentida, durante su lectura me ha hecho recordar veranos felices y situaciones inolvidanbes.
    La Torre y mis toques de Campana ” a muertos” autorizadas por mi tio Luis , mi palizas de limpiar el polvo a Bancos de la Iglesia , reclinatorios , Coro ect. Ect ordenados por mi Tio Jose y que yo hacia encantado y otras muchas tardes en el Paseo del Palacio comprando chuches con las tres chicas que me daba mi abuela Dolores y muchas sensaviones y recuerdos que nunca olvidare.
    GRACIAS .. Primo..GRACIAS por ser tu
    Nos debemos una comida con Candido para recordar. Un beso muy fuerte

    Responder
  3. Pepe, acabó de descubrir que eres un excelente escritor. Aunque soy más mayor, también he participado en pedreas con niños de otros barrios, he ayudado en exposiciones del Santísimo en la capilla del colegio de las H. H. de La Medalla Milagrosa, yo era el niño de mayor edad,; pero creo que te ha faltado más “literatura” sobre tus 4 años en los pueblos de colonización….. Seguiré en otro momento, casi te lo prometo…

    Responder

Deja un comentario