Pedro Ortega Valencia y la isla de Guadalcanal (1567-1568)

Por Eric Beerman*

            La primera exploración de las islas Salomón fue en 1568 durante la expedición mandada por el joven marino Álvaro de Mendaña que había zarpado del puerto peruano de El Callao y que navegando rumbo oeste alcanzó estas islas. Como Maestre de Campo de esta expedición embarcó Pedro Ortega Valencia, quien puso la isla de Guadalcanal en el mapa. Ortega Valencia exploró las islas y mares interiores del archipiélago Salomón que Álvaro Mendaña le encomendó, poniendo el nombre de su pueblo natal -Guadalcanal- a una de ellas.

            Cuando la expedición de Mendaña, tras un año de viaje, regresó a Perú, sus hombres no cesaron de contar sobre estas míticas islas y sobre las maravillas y riquezas que guardaban. Por estas fantásticas historias recibieron el nombre de las Islas Salomón, en recuerdo de las minas del Rey Salomón. Nada más concluir el tornaviaje y pisar tierra del Virreinato de Perú, los hombres de la expedición sólo tenían una idea fija –regresar a estas islas. A pesar de ser uno de los objetivos principales de Mendaña, el volver a este archipiélago, éste no lo llevó a cabo hasta cinco lustros después, hace ahora 400 años, cuando en 1595 acompañado por su esposa Isabel Barreto y por el gran navegante Pedro Fernández de Quirós, intentó establecer una colonia en la isla sureña de las islas Salomón, San Cristóbal.

La población de Guadalcanal, villa natal de Ortega Valencia, está situada al norte de la provincia de Sevilla, lindando con la tierra de exploradores por excelencia, Extremadura. El topónimo Guadalcanal es el resultado de la fusión del latín Canalia al que los árabes antepusieron Wad(río) quedando  Wad Al-kanal que, con posterioridad a la conquista a los árabes en 1241, evolucionó a Guadalcanal (1). Esta población era un importante yacimiento de plata desde tiempos de los romanos, continuando durante los cinco siglos de dominación árabe hasta que en la primera parte del siglo pasado sus filones comenzaron a agotarse. Esta región también produce un buen «vino» reconocido por el propio Cervantes en sus novelas ejemplares Rinconete y Cortadillo y El Licenciado Vidriera. Indudablemente este vino aliviaba los penosos trabajos de la minería.

            Cuando la primera expedición de Álvaro de Mendaña, el propio Virrey español del Perú, Lope García de Castro, informó al rey Felipe II sobre las posibilidades que las expediciones al occidente ofrecían a la Corona, solicitando permiso para ellas. El monarca accedió permitiendo la exploración a través de los Mares del Sur, e inmediatamente el virrey ordenó la construcción de dos naves necesarias para esta misión: la capitana, Los Reyes, y la almirante, Todos los Santos. Inicialmente, Pedro Sarmiento de Gamboa, un experto marino con largos años en el mar sería el comandante jefe de esta expedición, aunque este cargo lo ocupó el joven Álvaro de Mendaña, llegado a Perú alrededor de 1558. La carrera naval de Mendaña recibió un considerable respaldo cuando su tío Lope García de Castro fue nombrado Virrey. Nepotismo no es una invención del siglo XX como pronto comprobó Sarmiento, cuando fue sustituido en el mando por Mendaña. El comandante no podía tener tanta experiencia naval, pero era lo bastante inteligente para mantener a Sarmiento como su almirante (segundo en el mando) y al natural de Guadalcanal, Ortega, como su Maestre de Campo y tercero en el mando de la expedición; Fernando Enríquez como alférez general; y como piloto jefe, Hernán Gallego. También iban a bordo cuatro frailes franciscanos. Esta expedición llevaba también la orden del Virrey de levantar un asentamiento en las islas Salomón siempre que fuese viable; para este posible establecimiento embarcaron las necesarias provisiones.

            Todo estaba listo para finales del año 1567 y así el miércoles, 19 de noviembre, el Virrey salió de su palacio en Lima e hizo un corto viaje al puerto de El Callao, donde su sobrino Mendaña estaba preparado para embarcar y emprender el largo viaje encomendado. Ya en alta mar los días se sucedían interminables navegando con sólo el amplio horizonte por testigo. Al cabo de algunas semanas de navegación con viento en popa, los exploradores vislumbraron en el horizonte una cadena de islas. La primera que hallaron, en enero, era una pequeña, bastante poblada, que bautizaron en honor a la festividad, Jesús.*

            Sin torcer rumbo hacia el oeste, el 7 de febrero de 1568 la expedición divisó tierra nuevamente, una de las principales islas del archipiélago Salomón, que nombraron en honor al día que partieron del Perú, 19 de noviembre ‑‑isla de Santa Isabel– nombre que aún mantiene hasta nuestros días. Más tarde cuando desembarcaron, supieron que el nombre indígena de esta isla era Atoglu. Mendaña deseaba desembarcar y tomar posesión de esta tierra, pero no encontraba un puerto seguro para fondear las naves hasta que a media tarde los hombres observaron atónitos una estrella muy brillante en el horizonte y aunque sorprendidos e incrédulos lo tomaron como un buen presagio. Siguiendo la estela pronto localizaron una excelente bahía a 8º latitud sur, en la costa oriental que el comandante llamó Estrella, nombre que perdura y su puerto es el mayor de la isla.

            Una vez ancladas las dos naos en bahía Estrella, los hombres saltaron a la playa donde el vicario franciscano padre Francisco de Gálvez tras colocar una cruz, dijo misa y con el cántico Vexilla regis prodeunt, tomó posesión de la primera isla de las Salomón. Pronto aprendieron que Santa Isabel era una isla bastante poblada por nativos aparentemente amigables.

            Mendaña deseaba reconocer los mares interiores y ordenó construir un bergantín de poco calado, por lo grande de las otras naves para esta misión. El 4 de abril el bergantín, llamado Santiago, y construido con aparejos traídos del Perú, ya estaba listo, y Ortega nombrado comandante del mismo. En el bergantín, apenas mayor que las piraguas salomonenses, embarcaron treinta de los mejores hombres de Mendaña, además del piloto Gallego. Al abandonar bahía Estrella y ver como la tierra iba disminuyendo lentamente a la distancia, enfilaron hacia la costa oriental de Santa Isabel. Después de una navegación de seis leguas, Ortega vislumbró dos pequeñas islas, Sulei y Fera, frondosas de altas palmeras. De aquí el bergantín cambió rumbo al este y a catorce leguas alcanzó una gran isla, llamada por los nativos Malaita, manteniendo ese nombre indígena hasta nuestros días. Continuando su navegación y dejando Santa Isabel atrás, Ortega oteó en el horizonte otra pequeña isla que en honor al Domingo de Ramos de 1568, llamó Ramos, conservando aún este nombre. De aquí el Santiago puso rumbo a la costa occidental de Malaita y cerca de la actual villa de Auki, los hombres divisaron un buen fondeadero que llamaron Canoprieto. Tras una breve escala el bergantín reemprendió su misión de reconocimiento, aprovechando que el viento soplaba de modo continuado, tomaron el curso sudoccidental y cruzaron el actual estrecho Indispensable, desde donde vislumbraron en el horizonte una serie de islas. La primera bautizada Galera, la segunda, a una legua, Buenavista por su espectacular vista, otra, al este, San Dimas, dos más, San Gerónimo y Guadalupe, y la más septentrional, Sesarpa. La isla más larga del grupo llamaron Florida por su frondosa vegetación tropical.

            Nuevamente se hizo Ortega a la mar rumbo sur. Tras cinco leguas de travesía, el bergantín alcanzó una isla muy montañosa y volcánica que parecía estar en erupción. Desde el mar parecía una isla muy poblada. Ortega descubrió que los indígenas llamaban a esta isla, Sesarga, pero como su prerrogativa de comandante jefe de la exploración, escogió el nombre para esta isla a la que llamó Guadalcanal en honor de su pueblo natal. En algunos de los diarios de Mendaña se refiere, por error, a Guadalcanal como Guadalcanar, y este error de Mendaña continúa en algunas de las enciclopedias cuando se refiere a esta isla salomonesa.

            Probablemente Ortega debió pisar tierra cerca de  punta Lunga, donde sus hombres permanecieron hasta el oscurecer, cuando regresaron a bordo como era la costumbre. Con el alba la tripulación despertó por el griterío de hombres, mujeres y niños que embarcados en canoas rodeaban al bergantín. No fue un despertar pacífico, ya que los nativos arrojaban piedras y flechas a los «intrusos». Los marinos contestaron, hiriendo e incluso matando a algunos, por lo que los indígenas tuvieron que huir de estampida. Al día siguiente la situación cambió y fue de calma, por lo que Ortega decidió desembarcar con un grupo de marinos y explorar los alrededores. Sorprendidos, encontraron a los apaciguados nativos, lo que aprovecharon para examinar la botánica isleña. En su exploración, alcanzó un río que el comandante sin ninguna modestia bautizó Ortega. El nombre de la isla de Guadalcanal perdura en la historia, pero no así el del río que tuvo una existencia efímera. Ortega decidió que ya habían cumplido con su misión en Guadalcanal y era tiempo de regresar con sus compañeros a bahía Estrella en la Isla Santa Isabel, pues pensaba que se encontrarían al cuidado por la tardanza.

            Pensado y hecho, y así salieron en descubierta. A unas 160 millas de Lunga observaron una pequeña isla que llamaron San Jorge, que forma un canal con la isla de Santa Isabel al norte. Ortega penetró en el canal desde la entrada sudeste y así lo especifica su diario de navegación, anotando las dimensiones del canal: longitud seis leguas por una de ancho, con una profundidad de ocho a doce brazas, y según reza su diario con un excelente fondeadero donde más de mil barcos podían anclar. Cerca de la salida noroccidental del canal existía un pueblo indígena con cerca de treinta chozas de paja, y también atrajo a los españoles las joyas y largas filas de perlas con las que se adornaban el cuello. Saliendo del canal, Ortega decidió regresar a bahía Estrella. Durante su regreso a unas seis leguas observaron una isla que bautizaron, San Nicolás. En su navegación de retorno noroccidental, hallaron otra isla que llamaron San Marcos. Al alcanzar la punta norte de Santa Isabel, Ortega enfiló rumbo este, pero como el viento les era desfavorable el bergantín no avanzaba, y dándose cuenta que habían tardado mucho en esta misión, decidió enviar una avanzadilla en una pequeña lancha para realizar el viaje de vuelta de cien millas a bahía Estrella y explicar la razón del retraso del bergantín. Nada más zarpar y debido al mal tiempo, esta pequeña lancha tuvo la desgracia de chocar contra unos arrecifes y naufragar, y los hombres forzados a alcanzar tierra a nado. A pesar de ese percance, la suerte no fue completamente contraria a Ortega y unas horas más tarde, el viento cambió y el bergantín pudo hacerse a la mar con gran progreso, divisando pronto los restos de la lancha. Ortega con tristeza comprobó que tres soldados y el guía habían perdido la vida. Los supervivientes estaban contentos de abordar el bergantín y con brisa favorable regresaron a bahía Estrella.

            Mendaña estaba preocupado con el retraso, por lo que se alegró al divisar el maltrecho bergantín entrando en la bahía y más tarde con las historias sobre sus descubrimientos de Guadalcanal e islas cercanas que la tripulación contó. El 8 de mayo después de un breve descanso de la marinería del bergantín, Mendaña ordenó a las tres embarcaciones elevar anclas y dirigirse hacia la recientemente descubierta isla por su maestre de campo Ortega    -isla de Guadalcanal- a unas 200 millas al sur. Él mismo deseaba comprobar estas historias. Las fantásticas narraciones habían despertado el apetito aventurero de Mendaña, quien era insaciable y deseaba inspeccionar la isla él mismo y ver si la suerte le acompañaba encontrando oro y perlas.

            Después de una travesía tranquila, sin grandes acontecimientos, la expedición alcanzó Guadalcanal cerca de su actual capital Honiara, donde vieron un puerto que nombraron Puerto La Cruz y al río cercano le llamaron con el nombre de su valeroso jefe piloto –Gallego. Tras desembarcar, los hombres clavaron con gran solemnidad en la playa una cruz y el padre franciscano cantó misa y de esa forma, los españoles tomaron posesión de la isla. Aparentemente los nativos de Guadalcanal estaban impresionados con todos estos rituales, disparando al aire una ráfaga de flechas, obligando a los españoles a terminar rápidamente la ceremonia y a responder de la misma forma al ataque. Dos nativos murieron, otros cayeron heridos, y el resto huyó, adentrándose en la isla. Los españoles, como era su costumbre, durmieron a bordo y al alcanzar tierra a la mañana siguiente, descubrieron que la cruz había desaparecido.

            El 19 de mayo Mendaña envió al experimentado alférez general Fernando Enríquez con treinta hombres a reconocer el río Gallego y al regresar a Puerto la Cruz, no terminaban de contar sobre las maravillas y tesoros encontrados. El general comandante deseaba aún continuar la exploración sistemática para una futura colonización, cuya tierra parecía rica, por lo que al alba despachó a Enríquez y Gallego en el bergantín. Al abandonar Puerto la Cruz costeando una legua, hallaron un arroyo con muchas chozas en sus márgenes y a otra legua, Enríquez observó el anteriormente descubierto río Ortega. Bordeando hacia el sur a unas diez leguas del río, Enríquez vio otro arroyo al este de la actual localidad de Roroni. Aquí el bergantín fondeó y una partida desembarcó, siendo sorprendidos los hombres por unos doscientos nativos que se les acercaban, y sin estar seguros de sus intenciones y sin querer arriesgar, Enríquez ordenó emprender el regreso. Tras cuatro leguas de navegación con una brisa favorable, Gallego fue el primero en ver la desembocadura de un gran río, localizado actualmente al este de la presente Aola. Al río lo bautizaron San Bernardino en honor a la festividad del día, 20 de mayo, donde algunos hombres desembarcaron, siendo efusivamente recibidos por los indígenas. Conociendo la predilección de los españoles por el cerdo, éstos estaban encantados con el regalo que los nativos les hicieron de un cerdo, además de algunos cocos y cántaros de agua. Tras una amistosa despedida, la expedición partió rumbo sudeste hasta alcanzar el punto más oriental de Guadalcanal, cerca de la actual isla de Marapa, que los españoles nombraron San Urbano en honor del santo del día, 25 de mayo.

            San Urbano fue el punto más oriental que vieron durante esta exploración y de allí, cumpliendo las órdenes de Enríquez, regresaron a Puerto la Cruz, donde arribaron el 5 de junio y donde les esperaban ansiosos por oír las fantásticas historias que relataron de sus descubrimientos y de las maravillas que vieron, sobre los lujosos adornos de oro de los nativos y sobre los pájaros jamás vistos antes. Sin embargo, Enríquez estaba consternado al oír que durante la ausencia del bergantín, los nativos habían matado a nueve de la tripulación. Parece que al principio las relaciones con los indígenas eran buenas, pero éstas se deterioraron por la prolongada estancia de los españoles y por su continua demanda de provisiones. Al día siguiente Mendaña envió a su hombre de confianza, Sarmiento de Gamboa, con cincuenta hombres en una misión de castigo, veinte indígenas murieron y fueron arrasados los poblados cerca de Puerto la Cruz.

            En el diario de a bordo se observa el creciente conflicto entre el capitán Mendaña y su segundo en el mando Sarmiento de Gamboa, cuyo origen debió comenzar probablemente en el Perú al no recibir Sarmiento el mando de la expedición y ser reemplazado por el joven Mendaña. Años más tarde Sarmiento escribió un despacho a Felipe II, donde relataba que sus esfuerzos no habían sido reconocidos por Mendaña y que sus servicios únicamente fueron requeridos cuando la situación era tan crítica que ningún otro marino podía resolverla.

El comandante, cansado por las frecuentes escaramuzas de los nativos de Guadalcanal y deseando reconocer detenidamente el sudeste, ordenó el 13 de junio a las tres naves abandonar Puerto la Cruz y hacerse a la vela. Pronto pasaron por el punto más septentrional de Malaita. Costeando el sudeste, divisaron un grupo de tres pequeñas islas que llamaron las Tres Marías. De aquí Mendaña torció hacia el sur y a 25 millas, divisó la costa norte de la isla que él llamó San Cristóbal, nombre que conserva hasta nuestros días, siendo la isla principal del archipiélago de las islas sureñas de Salomón. De allí alcanzaron un buen puerto  que al tomar tierra el día de la Visitación de Nuestra Señora, así lo nombraron. Como Mendaña deseaba explorar detenidamente esta isla, y al tener Los Reyes y Todos los Santos demasiado calado para esta misión, envió a Francisco Muñoz Rico y Gallego con trece marinos y doce soldados en el bergantín, saliendo el 4 de Julio, permaneciendo las dos naves ancladas en el puerto.

            Tras el reconocimiento del bergantín, regresó a puerto donde comprobó cómo Mendaña ya estaba listo para emprender el tornaviaje después de haber permanecido seis meses en las islas Salomón, momento que empezó un período tirante y conflictivo en la expedición que duró durante toda la travesía del Océano Pacífico, etapa de la que existen varias versiones contradictorias sobre lo que verdaderamente ocurrió. Parece que Mendaña estaba indeciso entre regresar directamente al Perú o establecerse temporalmente en las islas Salomón, como había recomendado el Virrey. La tierra parecía buena y entre la tripulación había algunos campesinos, de gran ayuda en caso de crear un asentamiento. Además los españoles habían comprobado vestigios de yacimientos auríferos en la isla, y esto era señal suficiente para abrir el apetito de cualquier marino, pues pensaban enriquecerse de por vida con las minas de oro del rey Salomón. Leyendo la versión de Sarmiento de los acontecimientos en su despacho a Felipe II fechado en Cuzco 1572, se comprende sus diferencias con Mendaña sobre este punto. Sarmiento habla de una reunión mantenida en San Cristóbal entre los 58 mejores hombres de la expedición con el fin de decidir el curso a seguir; bien establecer una colonia o emprender el tornaviaje y explica que Mendaña deseaba regresar al Perú lo antes posible para contraer matrimonio, prometiendo a la tripulación que serían recompensados por su tío el virrey tan pronto pisasen Lima. Sarmiento continúa, que el maestre de campo Ortega fue uno de los pocos entre los 58 elegidos que respaldaron a Mendaña. Aunque éste no contaba con la mayoría no hace falta decir que se decidió partir de las islas Salomón y emprender el tornaviaje, momento que surgió un segundo problema –o regresar vía la ruta sureña rumbo a Chile, o por el norte, rumbo a México aprovechando los vientos. Nuevamente Mendaña y Sarmiento estaban enfrentados; el primero pensó que la ruta del sur era más corta y por ello más rápida, mientras que el experimentado marino Sarmiento era contrario a esa navegación debido al clima antártico de los meses invernales contrarios a una navegación segura, abogando a favor de la ruta más protegida, aunque más larga, del norte, por Méjico. Nuevamente el jefe de la expedición ordenó, sin escuchar la opinión de los demás, el regresar por el sur.

            El miércoles, 11 de agosto, las dos naves levaron anclas en San Cristóbal y se hicieron a la mar, abandonando el bergantín Santiago que tan buen servicio había prestado a Pedro Ortega en la exploración de la isla de Guadalcanal. Los barcos enfilaron hacia el sur bordeando la costa y al pasar por el punto más septentrional de la isla enfilaron hacia el mar abierto y como había predicho el experimentado Sarmiento, se encontraron con un gran temporal de fuertes vientos y grandes olas y flotando muchos troncos de palmeras y enmarañadas masas de algas que el viejo marino Gallego insistía, habían sido empujados desde la isla de Nueva Guinea a unas millas al oeste. De acuerdo con un despacho de Ortega al rey, de regreso en Lima, escribió que Gallego era el marino más experimentado de toda la expedición, habiendo pasado más de 45 años en la mar. Al enfilar las embarcaciones mar abierto, con sólo el amplio horizonte por testigo, pronto se dieron cuenta, tal como Sarmiento había predicho, que era imposible tomar la ruta del sur, por lo que Mendaña ordenó cambiar el curso trazado y tomar la ruta norte hacia Méjico. La navegación fue más tranquila cruzando ambas naves el 4 de septiembre el ecuador, aunque los vientos reinantes les llevaron un poco hacia el oeste. La tripulación estaba desesperada la mordedura del hambre se hacía sentir por la escasez de agua y víveres como describe Mendaña en su diario de navegación «… y por la escasez de pan y agua muchos sufrían y algunos murieron», por lo que decidieron desembarcar para ver si podrían proveerse de algunos alimentos y agua y fue cuando observaron que por allí, debió haber pasado una embarcación española, por los restos existentes en la playa. Ni agua, ni víveres había en la isla, aunque un gran número de pájaros marinos sobrevolaban. Las provisiones eran desesperadamente escasas, por lo que Mendaña ordenó reducir la ración a «un cuarto de agua y 12 onzas de pan». Sin más éxito, volvieron a embarcar a esperar que la próxima parada fuese más fructífera.

            Aquí la rivalidad entre Mendaña y Sarmiento volvió a surgir, aunque ambos comandantes iban embarcados en sus respectivas naves -Mendaña en la nave capitana Los reyes y Sarmiento con Ortega en la menos marinera Todos los Santos. De acuerdo con el diario de navegación de Sarmiento, a 33 grados de Lat. N. el barco de Mendaña más rápido, empezó a alejarse de Sarmiento y Ortega, empujado por los vientos alisios. Así la víspera de San Lucas (Octubre 18), una fuerte tempestad estalló y separó definitivamente a las dos embarcaciones que no volvieron a juntarse hasta tres meses más tarde en un puerto mejicano. El temporal duró una semana y estuvo a punto de acabar con la travesía. Fue una experiencia horrible para los sedientos y hambrientos marinos; sin embargo, la Providencia quiso que ambas embarcaciones navegasen correctamente aún sin las arboladuras.

            El 9 de diciembre Los Reyes alcanzó 31º lat. N. cerca de la costa mejicana. Troncos de pinos flotaban, muchas gaviotas y ánades sobrevolaban –señales seguras que tierra estaba cerca– después de una increíble navegación a través del  Océano no tan Pacífico. La tripulación pronto divisó una pequeña isla, probablemente la actual isla de San Martín a una legua de tierra firme, que ellos no pudieron claramente distinguir. No hace falta decir que la tripulación estaba loca de contenta de ver tierra después de los acontecimientos de una larga navegación. Mendaña continuó el curso sudeste costeando la península de Baja California. El 23 de enero de 1569, catorce meses después de haber partido de El Callao, la nave capitana alcanzó el puerto de Santiago de Colima, cerca del hoy en día puerto mexicano de Manzanillo. La llegada de Los Reyes fue patética -sin palos, ni veladuras- tras completar su épico viaje.

            La alegría de la tripulación de la capitana quedó un poco entristecida al no ver su nave hermana en Santiago de Colima. Probablemente ellos tampoco la esperaban, sabiendo que la suya era más grande y más marinera que la de Sarmiento y Ortega. Al principio no podían creerse al observar tres días después cómo la maltrecha Todos los Santos entraba al puerto sin mástil, ni velas y con una sola garrafa de agua dulce. Sarmiento y Ortega desembarcaron y contaron las pericias del penoso viaje de regreso y de todos los sufrimientos pasados durante los tres meses de travesía. El aguacil mayor de la ciudad de Méjico, Sámano, estaba presente durante esta narración de los catorce meses de navegación por el lago de los españoles. En el tornaviaje perdieron cerca de treinta hombres, además de los nueve asesinados en Guadalcanal. Cuarenta días permanecieron ambas embarcaciones en el puerto mexicano, tratando de poner tanto a la tripulación como a los barcos en condiciones de navegabilidad antes de reemprender la última parte de su viaje a El Callao. Durante esta espera algunos de los hombres de la tripulación murieron en Santiago de Colima a causa de la dureza del viaje. Cuando las embarcaciones y los hombres se recuperaron, ambas naves levaron anclas y emprendieron el 2 de marzo hacia su punto de partida, El Callao. La expedición atracó en Realejo en la costa nicaragüense, punto de avituallamiento para la ciudad de León y lugar ideal para la reparación de los barcos por su excelente madera. Una vez las naos listas, Mendaña ordenó proseguir la navegación. El 22 de julio pasaron por la península de Santa Elena (Ecuador) y el 11 de septiembre de 1569 atracaron en el puerto de El Callao después de una increíble expedición de más de veintidós meses y de muchas millas navegadas, durante la cual las islas Salomón fueron primeramente exploradas por los españoles y la isla de Guadalcanal por el Maestre de Campo Pedro Ortega Valencia y bautizada en honor a su pueblo natal.

            Sarmiento estaba muy contento al encontrar que el tío de Mendaña había sido reemplazado de su cargo de Virrey del Perú por Francisco de Toledo aunque no por ello zanjasen las disputas entre él y Mendaña que continuaron durante largos años hasta llegar a los tribunales del virreinato. Pedro Sarmiento de Gamboa, el gran marino de Pontevedra, finalmente pudo cumplir con su sueño y embarcar como comandante de su propia expedición al estrecho de Magallanes. Este hombre era uno de esos marinos que se encontraban igualmente bien en tierra como en el mar o incluso con la pluma, como muestra su gran obra La Historia de los Incas.

            Sobre nuestro personaje, en el Archivo Histórico Nacional, sección de Consejos Suprimidos, legajos 4409, nº 92 y 4415, nº 193, existen dos raros documentos que informan sobre buena parte de la vida, hasta entonces desconocida del descubridor de Guadalcanal — Pedro Ortega Valencia. Este documento reza que nació alrededor de 1522 en la villa sevillana de Guadalcanal. Su padre, Gonzalo de Ortega, y su tatarabuelo por vía paterna, Goncalianes Ortega, nació al comienzo del siglo XIV en Guadalcanal, cuando dio un breve informe de apoyo de hidalguía de la familia: Ortega de Guadalcanal. Pedro Ortega menciona que cuando nació, su villa natal estaba bajo la jurisdicción administrativa de la Orden Militar de Santiago. Es sumamente interesante que dos siglos después un famoso virrey de Nueva España, Francisco Fernández de la Cueva (X Duque de Alburquerque) envió una expedición a Nueva México, y fundó en 1706 la actual ciudad de Albuquerque en honor del promotor de la expedición, quien ostentaba la Encomienda de Guadalcanal. Curiosamente, en esta villa andaluza murió en 1626 (2) el primer gobernador de Nueva México, Juan de Oñate, mientras desempeñaba el cargo de Adelantado General de Minas de España.

            El joven Ortega abandonó su ciudad en 1540, embarcando a las Indias en busca de fama y fortuna. En 1558 tomó parte en la expedición del gobernador de la provincia de Tierra Firme Francisco Vázquez que apagó la sublevación de los soldados rebeldes en esa región. Más tarde Ortega participó en la fundación de la ciudad de La Concepción en la provincia de Vergara (hoy en Panamá en la costa pacífica, cerca de la frontera con Costa Rica). Trabajó en las minas de oro de Panamá y de 1567 al 69 participó en la anteriormente descrita expedición de las Salomón. En 1573 luchó contra la incursión en Panamá de los ingleses al mando de Sir Francis Drake. Tres años más tarde Ortega luchó contra los corsarios y cimarrones cerca del Pacífico. En 1578 consta como factor de S.M. para la provincia de Tierra Firme, y en ese mismo año el 23 de mayo, la Orden Real, firmada por Felipe II en El Escorial, ordenaba al Doctor Loarte, presidente de la Audiencia de Panamá y de Tierra Firme, nombrar a Ortega capitán general de la expedición compuesta de 120 hombres y barcos para contener a los intrusos. En agosto de 1584 siendo general en Panamá, solicitó el título de hidalgo para él y su único hijo Jerónimo Ortega Valencia. Aquí reconoce que un antepasado suyo había renunciado a este título en el siglo XIV en Guadalcanal.

            La carrera de Pedro Ortega se vio interrumpida en 1593 con el levantamiento de las acabalas en Quito. Aparentemente el septuagenario militar todavía se encontraba en forma para la lucha, y así mandó la expedición española en una marcha de más de mil kilómetros a Quito, donde Ortega y sus hombres contaron con la ayuda de las fuerzas leales y aseguraron la autoridad real con la imposición de los impuestos. Como resultado, a los cinco años su renta anual ascendió a 5.000 pesos y se le concedió a perpetualidad la hidalguía que hasta entonces solamente poseía para él y su hijo Jerónimo, además obtuvo el prestigioso rango militar de mariscal. Poco después el 24 de octubre de 1598, el Consejo de Indias dio permiso a su nieto (hijo de Jerónimo) con el mismo nombre, Pedro Ortega Valencia, para quedarse en España hasta tener cumplidos los catorce años y poder entonces suceder a su abuelo en los repartimientos que tenía en Cuenca en el virreinato del Perú. En 1636, este nieto de Ortega Valencia ostentaba la Encomienda de Cuenca.

Pedro Ortega Valencia vivió una larga vida llena de vicisitudes lejos de su patria andaluza, y bien debe de ser recordado en la historia como el español que descubrió una isla del archipiélago de las Salomón a la que denominó Guadalcanal en honor a su pueblo natal.

Guadalcanal no sólo es origen de la isla en el Pacífico, sino también el nombre de un portaviones norteamericano, por lo que en el día 7 de Septiembre de 1964 (3a y 3b) una delegación de distinguidos marinos españoles y norteamericanos visitaron la villa, y en una ceremonia descubrieron una placa en la fachada de su Ayuntamiento (4). El objeto de esta placa era rendir el merecido homenaje a uno de sus hijos -Pedro de Ortega Valencia- descubridor de la isla del Pacífico, que él llamó Guadalcanal en recuerdo de su pueblo natal. La placa dice lo siguiente:

EL MAESE DE CAMPO PEDRO ORTEGA VALENCIA

HIJO PREDILECTO DE ESTA VILLA

DESCUBRIÓ LA ISLA DE GUADALCANAL

Y OTRAS EN EL OCÉANO PACÍFICO.

EN LOS XXV AÑOS DE PAZ

LA MARINA ESPAÑOLA Y NORTEAMERICANA

REMEMORAN SU IMPERECEDERA GESTA

1567 – 1964
Notas al texto precedente de

Mr. Beerman y noticias sobre la isla

de Guadalcanal

                             Por José Mª Álvarez Blanco – Revista 2004

* Eric Beerman es un hispanista californiano de 1930, residente en Madrid, casado con la ciudadana española Conchita Burman, hija del conocido escenógrafo Sigfrido Burman. Entre sus numerosas publicaciones destaca la que aclaró el enigma de la muerte de Juan de Oñate. Véase a este respecto la siguiente nota (2).

(1) Más que un error, como apunta Mr. Beerman, Guadalcanar parece ser una variante de Guadalcanal, posiblemente nacida por la dificultad de pronunciar el nombre por parte de los nativos. Con fonética andaluza yo recuerdo haber oído en nuestra villa la terminación en la letra r. Las dos versiones pueden verse en las narraciones de aventuras, cuya acción transcurre en los Mares del Sur, del escritor californiano John Griffith London (universalmente conocido por su seudónimo Jack London).

(2) Para más detalle sobre la muerte de Juan de Oñate en Guadalcanal, véase mi texto “Una página de la Historia de Guadalcanal sacada a la luz por el hispanista norteamericano Eric Beerman. La muerte del  adelantado Juan de Oñate en Guadalcanal el 3 de junio de 1626, pp. 26-27, y  Eric Beerman The death of an old conquistador, new light on Juan de Oñate“,  New México Historical Review, 54:4, 1979 pp. 305-319) (Hay versión española de José María Álvarez Blanco, edición inédita. Se puede encontrar un ejemplar en la Biblioteca Municipal de Guadalcanal).

(3a) Este evento tuvo dos partes, una matinal de carácter político-militar y otra vespertina de índole religiosa. La primera fue muy lucida, con desfile conjunto de los marines españoles y americanos de la base de Rota. La segunda fue la procesión de la Patrona de la villa al Real de la Feria, que, al decir de un guadalcanalense de toda la vida, jamás se volvería a repetir. En efecto, la procesión fue muy vistosa, ya que en ella, aparte de los devotos endomingados y las guadalcanalenses ataviadas con mantilla, desfilaron solo las tropas españolas, ya que no se consideró oportuno que lo hicieran los marines yanquis debido a su pluralismo religioso.

(3b) Una crónica de esta conmemoración en plena Dictadura del General Franco, puede verse en ABC, Edición de Andalucía,  8 de Septiembre de 1964, pp. 27-29 del entonces cronista, y hoy guardián del cofre de las esencias hispalenses, Antonio Burgos. La cobertura televisiva no fue posible por un curioso conflicto entre las autoridades eclesiásticas y las civiles. Sucedió que recién estrenada TVE en Andalucía, disponían de pocos medios, y en contra del criterio del Gobierno Civil, las autoridades religiosas, cuya máxima jerarquía era el Cardenal Bueno Monreal, consiguieron que las cámaras (tal vez la cámara) de TVE fuera(n) enviada(s) a San Nicolás del Puerto, que el mismo día celebraba un aniversario relacionado con San Diego (San Nicolás 1400 – Alcalá de Henares 1463). Al enterarse el Gobierno Civil de que el acto de Guadalcanal se quedaba definitivamente sin reportaje televisivo prohibió terminantemente que se emitieran las imágenes grabadas en San Nicolás. 

(4) La lápida recoge, como no podía ser de otra forma, la alusión a los veinticinco años transcurridos desde 1939, final de la Guerra Incivil. La campaña “XXV años de paz” fue obra del actual Presidente de Galicia, Manuel Fraga Iribarne, a la sazón Ministro de Información y Turismo del régimen del General Franco.  El Alcalde de Guadalcanal en aquellas fechas era D. Francisco Oliva Calderón, Maestro Nacional.

Breves notas sobre el protagonismo de la isla de Guadalcanal en la segunda Guerra Mundial

Realmente cuando el nombre de nuestro pueblo  se hizo célebre fue durante la Segunda Guerra Mundial, debido a las encarnizadas batallas libradas en su suelo entre japoneses y estadounidenses entre agosto de 1942 y Enero de 1943. Para que el lector saque una idea de lo penosa que fue para los norteamericanos, la toma de la isla, transcribo a continuación lo que aparece en una publicación de 1982:

“(6 meses de lucha por una isla maldita)

La isla de Guadalcanal, 6000 km2, aunque plenamente en los mares del sur no tenía nada de paraíso de ensueño. En su jungla húmeda y pegajosa parecían haberse concentrado todos los horrores que el trópico sucio puede ofrecer. La isla, empapada en un ardiente y sofocante hedor de podredumbre, estaba infectada de arañas y escorpiones venenosos, avispas enormes, hormigas, mosquitos, transmisores de paludismo, numerosas especies de lagartos, ciempiés, ratas, moscas,–todas las del Pacífico, según los soldados norteamericanos–, cocodrilos gigantescos y agresivos y, como decían los japoneses, el espacio que podía quedar libre de tan molesto o peligroso enemigo lo ocupaban las sanguijuelas, especialmente feroces y empecinadas en ese perdido lugar.

            La desesperante lluvia, torrencial y casi continua, convertía a la isla en una asfixiante jungla  inundada y malsana, plena de barrizales intransitables propios del fin del mundo

…..

            El clima difícilmente soportable de ciertas islas del Pacífico meridional suscitó la que es considerada como una de las mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial. Un oficial explicaba a sus hombres las enormes dificultades que todos ellos encontrarían en la isla en que muy pronto iban a desembarcar: clima malsano, serpientes y corales venenosos, huracanes, insectos transmisores de enfermedades, agua apenas potable… y ello sin mencionar los riesgos puramente militares. Un soldado inquieto pidió entonces permiso para interrumpir al oficial y preguntó: ¿Por qué demonios no se deja esa isla a los japoneses?”

Tomado de “Morir en Guadalcanal” por José María Rodríguez

Historia 16

Año VII, nº 77, 1982

Hace tres años el periodista catalán Daniel Arasa, publicó el interesante libro “Los españoles en la guerra del Pacífico”, Editorial Laia, Barcelona, 2001, donde cuenta como los mensajes secretos preparativos de la invasión por los norteamericanos se transmitieron no en inglés, sino en vascuence (eusquera), ya que entre los marines había descendientes de pastores vascos emigrados a EE.UU. que burlaron así al contraespionaje japonés. Además entre otros muchos textos puede consultarse el coleccionable de ABC titulado “La segunda guerra mundial”, nº 35, El infierno de Guadalcanal” (1989).

De las diversas películas que los estadounidenses han hecho sobre la campaña de Guadalcanal citaré dos. La primera es un documental  titulado “Guadalcanal Odissey” en blanco y negro que TVE emitió en Julio de 1983. La más reciente es “La delgada línea roja” producida por la Fox en 1999, dirigida por Terrence Malick, e interpretada por actores de tanta solvencia como Seann Pen y Nick Nolte entre otros, y que está basada en la novela de James Jones de igual título. Por condicionamientos técnicos, y supongo que también económicos, la película está rodada en su mayor parte en el bosque ecuatorial de Diantree, en Queensland, Australia, y solo unas escenas fueron filmadas en las partes más remotas y menos accesibles de la isla de Guadalcanal. Supongo que, ahora que Guadalcanal (Sevilla) tiene cine de nuevo, los gestores municipales de la sala la tendrán prevista en su programación.

***

Algunas cifras y noticias recientes sobre la situación político-social de la isla y del estado Islas Salomón.

El estado Islas Salomón que obtuvo su independencia en 1978, forma parte de la Comunidad Británica de Naciones (Commonwealth), cuya actual soberana es la Reina Isabel II de Inglaterra. Es una democracia parlamentaria con un Gobernador General  y un  Primer Ministro como máximas jerarquías.  

Bandera del estado Islas Salomón

La extensión de todas las islas que forman el estado es 28.450 kilómetros cuadrados, y sus habitantes unos 525.000. Las lenguas son el inglés, el Pijin de las Salomón, que es un inglés macarrónico y más de 60 lenguas melanésicas. Las religiones son  Anglicana, Católica, Evangélica de los Martes del Sur, Adventistas del Séptimo Día, Metodistas y otras Protestantes. 

Lamentablemente Guadalcanal, así como otras islas del Océano Pacífico, poco honor hacen al nombre del océano que las baña.  El diario madrileño El Mundo (edición digital) de los días  5, 7 y 10 de Junio de 2000 daba cuenta de los conflictos interétnicos, que desembocaron en lucha en las calles de Honiara, entre los dos grupos rivales y del secuestro del primer ministro Bartholomew Ulufa-alu. Uno de los bandos contendientes era el (Itsabu Freedoom Movement (IFM) [Movimiento para la liberación del pueblo Itsabu] que luchaba contra los inmigrantes de la isla vecina de Malaita, representados por la Malaitan Eagle Force (MEF) [Ejército de los Águilas de Malaita], que ya en 1999 ocasionó al menos 40 muertos y más de 20.000 refugiados.

El archipiélago de las Salomón se compone de seis islas principales (Guadalcanal, Malaita, Nueva Georgia,  Santa Isabel, Makira y Choiseul)  y decenas de pequeños islotes que forman una de las naciones más pobres de la zona. El Movimiento por la Libertad de los Itsabu trataba de expulsar de la isla principal, Guadalcanal, a los inmigrantes llegados de la vecina isla de Malaita, defendidos por el MEF, el grupo que reinició las hostilidades.  El primer ministro de las Salomón, Bartholomew Ulufa’alu, se vio obligado a dimitir por los miembros de esta última guerrilla, que lo tildaban de traidor, a pesar de pertenecer a su misma etnia. Andrew Nori, líder de los Aguilas de Malaita, aseguró que el ya ex-primer ministro no había sido secuestrado, sino que se encontraba bajo su «protección» hasta que el Parlamento nombrase a su sustituto.

Tanto Liufa’alu, como su secuestrador, Andrew Nori, eran originarios de Malaita. En 1999, tras haber asaltado un cuartel de la policía para hacer acopio de armas, los milicianos del IFM comenzaron a perseguir y a expulsar a los ciudadanos de Malaita, a los que llamaban «squatters [okupas]», a pesar de que la mayoría de ellos compraron las tierras en las que se instalaron. En junio de 1999, 10.000 malaitianos tuvieron que huir hacia su isla para escapar del conflicto étnico que se había cobrado ya más de 50 muertos. Como respuesta a esta situación, el mes de abril de 2000 nació el movimiento de los Aguilas de Malaita (MEF), que vino en auxilio de los squatters, le cortó la cabeza a algunos hombres del MRI y secuestró al primer ministro. Los Águilas de Malaita exigían compensaciones económicas para los que tuvieron que abandonar su trabajo y sus tierras y, según decían, estaban dispuestos a luchar mientras el Gobierno no pagara lo que les debía a los expulsados.

Los grupos rivales por fin acordaron un alto el fuego en Junio del año 2000, conjurando una guerra civil. Aunque se firmó un acuerdo de paz y se celebraron elecciones, el país no se caracteriza por el imperio de la ley. Mis últimas noticias, que datan de Julio del pasado año 2003, indican que a petición del primer ministro llegó a la isla una fuerza pacificadora internacional de 2250 soldados bajo mando australiano para restablecer el orden, desarmar a las milicias, y expulsar a “los ladrones, los borrachos y los extorsionadores” de la policía, famosa por su corrupción. En el mes de Agosto pasado un señor de la guerra llamado Harold Keke se entregó a las fuerzas australianas, y aquí acaban las noticias que puedo dar sobre la situación actual del país.

Me temo que las cosas en el archipiélago no irán ahora mucho mejor, ya que el carácter pluriinsular, una situación económica deprimida, y diferentes etnias son el mejor caldo de cultivo para el conflicto. Estos antecedentes, junto con la lejanía, y mi edad con sus achaques han hecho que haya rehusado una invitación de mi amigo Salvador Isern Anglada (de cuyas “excursiones” a ambos polos he dado cuenta en esta Revista) que tiene en la cabeza ser el tercer guadalcanalense (nació en Castilleja, pero se crió en Guadalcanal), después de Pedro Ortega y de Paco Perelló en poner el pie en la principal isla del Archipiélago de las Salomón. Está obsesión de Salvador viene de antiguo. Lo demuestra la fotocopia que conservo de su carta, de 1957, dirigida a las Autoridades coloniales británicas, y de la respuesta. Tendría que pasar 21 años hasta que el 7 de Julio de 1978 alcanzara la independencia el nuevo estado “Islas Salomón”.

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Relaciones Isla de Guadalcanal – Villa de Guadalcanal

Dado los miles de kilómetros que separan los dos territorios denominados Guadalcanal han sido escasas, aunque no nulas, las relaciones entre ambos territorios. Así hace años el diario ABC de Sevilla, publicó unas fotos tomadas en la isla por el ciudadano Francisco Perelló Palop, de familia guadalcanalense, que si no recuerdo mal  trabajó en la compañía Iberia. Las últimas noticias que tuve fueron que tras su jubilación residía en Londres.

Por otra parte, el día 19 de Julio de 1993 visito nuestra villa el Arzobispo Católico de Honiara Monseñor Adrian Smith, acompañado por Monseñor Gerard Loft, Obispo de Auki-Malaita, y por el Padre Francis Maaka de la isla de Guadalcanal. Visitaron al Sr. Alcalde, Carmelo Montero Cabezas, estando presente el entonces párroco de la Villa, el sacerdote Antonio Martín Méndez. Los ilustres visitantes declararon la intención de “abrir las puertas de ambas ciudades, intensificando los lazos fraternales, intercambios culturales, etc.” (Acta levantada en el Ayuntamiento). La Asociación de Mujeres de Guadalcanal le entregaron una placa conmemorativa del acto, y para honrar a la isla decidieron, “bautizar” a la Asociación con el nombre Honiara que, como es sabido, es la capital del estado, sita en la isla de Guadalcanal.       También Miguel Trillo se hizo eco de las relaciones comerciales de la empresa conservera Calvo con el gobierno de las Islas Salomón, como puede apreciar el lector en el texto “Conservas Calvo pesca atún en Guadalcanal” publicado en el número de esta Revista del año 2000. Aparte de la pintoresca respuesta del diario madrileño, que con gracejo relata el amigo Trillo, cuando llamó para decir que no mencionaban a nuestra villa, las perspectivas de la firma conservera gallega para instalar una factoría en la isla, y del grupo turístico Halcón Viajes para levantar un hotel, no parecen, a tenor de las noticias que anteceden, que se hayan cumplido. En cualquier caso estas notas, no pretenden ser exhaustivas. Por ello sugiero a quien esté más documentado que en próximos números de esta publicación amplíe y aporte nuevas noticias.                       

1 comentario en “Pedro Ortega Valencia y la isla de Guadalcanal (1567-1568)”

  1. Acabo de terminar de leer una novela en la que aparece Pedro de Ortega durante la Primera expedición del descubrimiento de las Islas Salomón. El título de la novela es “En busca de Ofir” de Antonio Miguel Abellán. Una novela muy interesante y recomendable, por cierto.

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