La muerte de un viejo conquistador, nueva luz sobre el Adelantado Juan de Oñate

(Versión española de THE DEATH OF AN OLD CONQUISTADOR, NEW LIGHT ON JUAN DE OÑATE,

New México Historical Review, 54:4, 1979 pp. 305-319)

Por ERIC BEERMAN – (Traducción de José Mª Álvarez  Blanco)

Muchos valerosos conquistadores salieron de España y murieron en México. Las líneas que siguen relatan la vida  de Juan de Oñate, desde que dejó su México natal hasta su muerte en España. Pretenden explicar el famoso dicho que circula en Nuevo México según el cual “los relatos de la muerte de Juan de Oñate en las ricas minas de plata de Panuco, cerca de Zacatecas, han sido enormemente exagerados”. Aunque Oñate murió cerca de grandes minas de plata, eran las que estaban en Guadalcanal (Sevilla). La carrera de Oñate en México y en Nuevo México durante la segunda mitad del S.XVI y los primeros años del S.XVII está bien documentada, pero casi nada se sabía de Oñate desde que salió de México. Ahora es evidente que al primer adelantado de Nuevo México la muerte le sobrevino en Guadalcanal en 1626.

Juan de Oñate y Salazar nació en Zacatecas alrededor de 1550, hijo de un minero rico y famoso.  Además de experto minero fue conquistador. Pronto comenzó su brillante carrera que culminó en la conquista de Nuevo México y sus posteriores servicios allí como gobernador. Después de más de una década en Nuevo México, Oñate dimitió en agosto de 1607, aunque  las noticias de su dimisión no llegaron a la ciudad de México hasta febrero del año siguiente. Cuando volvió a la capital tuvo que afrontar acusaciones de abuso de autoridad. Siete años más tarde, después de prolongados procesos judiciales, Oñate fue condenado a destierro perpetuo de Nuevo México, a destierro de cuatro años a cinco leguas de la ciudad de México, a una multa por la considerable suma de 6.000 pesos, y a pena de la pérdida “por dos vidas”  del título de adelantado de Nuevo México. En 1617 Oñate recurrió la sentencia y solicitó que se tuviera en cuenta su largo y fiel servicio en Nuevo México, mayoritariamente a su costa. Dos años más tarde estaba todavía en su residencia en las minas de Panuco luchando por justificarse. Poco tiempo después murió, en su casa de Zacatecas, la que era esposa de Oñate desde hacía muchos años, Isabel de Tolosa y Cortés Moctezuma, nieta de Hernán Cortés y bisnieta del emperador azteca. Allí fue enterrada,  dejando como familiares más cercanos, además de su marido, a su hija María de Oñate y Cortés Moctezuma.

Desalentado por la muerte de su esposa Oñate salió de Zacatecas en 1621 y viajó a España para recurrir su condena ante Felipe IV,el nuevo monarca que había sido coronado ese año. Llegó a  Madrid en diciembre  de ese año conociendo por primera vez la ciudad de la que tanto había oído hablar. Para evitar cualquier problema Oñate presentó su apelación al año siguiente ante el poderoso Consejo de Indias, solicitando que la pena le fuera anulada en su totalidad. Además pidió que el título de adelantado “por dos vidas”  de Nuevo México fuera perpetuo, señalando que le había sido concedido  en 1602 a él y su hijo Cristóbal; pero con la muerte de este último en 1612, Oñate pretendía que este título pasara a  su descendiente, comenzando con su nieto Juan Pérez de Naharriondo y del Castillo. Oñate insistió en que estos títulos le habían sido concedidos a perpetuidad y señaló como precedentes el título de Francisco Pacheco de Córdoba  como adelantado perpetuo de Nueva Galicia en México  y el de Miguel López de Legazpi de las islas de los Ladrones (Islas Marianas). Después de revisar el caso, el Consejo de Indias recomendó al Rey  que Oñate fuera absuelto de toda culpa e indemnizado con 6000 pesos.

            Al siguiente año, 1623, Oñate escribió a Felipe IV pidiéndole que se restaurara su buen nombre, alegando sus años de valiosos servicios en Nuevo México y su edad, más de setenta y tres años.  Por un Real Decreto del 11 de agosto de 1623 que, el 7 de septiembre de ese mismo año, rubricaron siete miembros del Consejo de Indias, se dio satisfacción parcial al conquistador de Nuevo México. Recibió una indemnización de 6.000 pesos, pero se mantuvo la pena de destierro perpetuo de Nuevo México; sin embargo, dada su avanzada edad, la condena fue más psicológica que física. Oñate retuvo el título de adelantado de Nuevo México, pero sólo “por dos vidas”. Por tanto fue para él una grata noticia saber que después de su muerte, este título por el que tanto se había sacrificado pasaría al mayor de sus nietos que residía en Nuevo México.

Oñate sentía un especial cariño por sus nietos huérfanos de los que se encontraba separado unos 9000 kilómetros, y era manifiesto que sentía profundamente la pérdida de su único hijo, Cristóbal de Naharriondo Pérez Oñate y Cortés Moctezuma, acaecida diez años antes. En 1622 Oñate pidió al eminente poeta  Francisco Murcia de la Llana que escribiera un poema sobre la trágica muerte de su hijo. Dicho trabajo se publicó en Madrid el año siguiente con el título: “Canciones/Lúgubres y/ Tristes, La muerte de Don/Christoval de Oñate….”

Mucha gente se hubiera dado por satisfecha con disfrutar de un bien merecido descanso después de tantos años de fatigas y luchas, pero este no era el caso de Oñate. Cuando estaba próximo el final de su larga vida, que se extendió unos tres cuartos de siglo, decidió no retirarse. Debido a la experiencia de Oñate en las minas de Panuco, que distan dos leguas de Zacatecas, Felipe IV le pidió en 1624 que aceptara por vida el cargo de “visitador general de minas y escoriales de España”. Las minas españolas de oro, plata y mercurio había caído en un estado lamentable debido a los muchos años en que la Corona había estado dependiendo de las ricas minas de Indias. Queriendo aumentar la producción de las minas del interior, el nuevo Rey pidió a Oñate que realizara una visita  de inspección y preparara un informe sobre el estado de las minas de España. Oñate aceptó de buena gana el encargo del Rey y al poco tiempo emprendió viajes de inspección a las diversas regiones mineras. 

Con su nombramiento el año siguiente como caballero de la prestigiosa Orden Militar de Santiago parecía que volvían los buenos tiempos para Oñate. Los candidatos propuestos para la Orden tenían que probar carácter y linaje, lo que incluía la “limpieza de sangre”. Unos sesenta testigos fueron entrevistados en Granada, donde nació la madre de Oñate; en Burgos, lugar de nacimiento de su abuela materna; y en Madrid, donde muchos de los testigos habían prestado servicios a Oñate y, en Zacatecas y en Nuevo México a su padre. El voluminoso expediente recogió un detallado informe histórico y genealógico del linaje de los Oñate. El candidato debió pasar  la prueba sin problemas, porque ingresó en la Orden el mismo año que comenzaron las vistas de su proceso de apelación, lo que fue un caso inusual ya que generalmente se requerían varios años. Su yerno Vicente de Zaldívar y Mendoza, quien también era  sobrino  y primo segundo de Oñate, ingresó en la Orden al año siguiente mientras residía en Zacatecas.

Oñate no se resignó a ser un simple funcionario que iba a pasar el resto de sus días sentado detrás de un escritorio. Siempre había sido un hombre activo, la mayor parte del tiempo en climas y sitios más hostiles que los de España, por lo que no encontró motivos para reducir su actividad después de su llegada a España. Oñate realizó varios viajes de inspección a minas españolas, incluyendo las de Cartagena, Burgos, Granada, y Guadalcanal. Uno de los testigos de la entrada de Oñate en la Orden de Santiago indicó el 1 de octubre de 1625 en Granada, que Oñate había estado allí ocho años antes, un testimonio confirmado por la mayoría  de los 19 testigos que declararon en la histórica ciudad andaluza. Su madre Catalina Salazar y de la Cadena era una rica granadina, y mientras estuvo allí, Oñate hizo un pequeño negocio,  administrando la hacienda Belicena, situada a una legua de la ciudad,  que su sobrino Fernando de Oñate administraba para la familia. También oía misa en el Convento de San Francisco y allí vió por primera vez el escudo de armas de los Oñate en los muros de la capilla de la familia.

Durante 1625 viajó por España visitando las diversas regiones mineras. Luego preparó un informe al Rey  y como resultado de sus recomendaciones se publicó en Madrid, en septiembre de ese mismo año, un texto titulado: “Nuevas Leyes y Ordenanzas hechas para Su Majestad el Rey don Felipe nuestro señor, cerca de la forma que se hade tener en estos Reynos, en el descubrimiwento, labor, y beneficio de las minas de oro, plata, açogue, y otros metalesY con la parte que se ha de acudir a Su Majestad, y la que ha de aver los descubridores y beneficiarios dellas”. El primer folio del libro contenía la lista de los miembros de la Junta del Consejo Especial de la Minería que había creado Felipe IV, que estaba formado por personas influyentes. Francisco Murcia de la Llana autentificó con su firma la publicación señalando que estaba de acuerdo con el manuscrito original e indicando que tres años antes él había escrito un poema sobre la muerte del hijo de Oñate. El prólogo de Andrés de Carrasquilla, secretario de Oñate, presentaba elogiosamente al adelantado de Nuevo México, diciendo que tenía más de setenta años cuando dejó México y que era una de las personas más ricas de Indias, un abuelo cariñoso con sus nietos huérfanos, una persona muy respetada en Zacatecas y que pese a su avanzada edad disfrutaba de muy buena salud, señalando  que dejó todo lo que le ataba a México y se vino a España  “sin saber a que” .

A Felipe IV pareció impresionarle la pretensión de Oñate de que se desarrollaran las minas españolas, que existían desde los tiempos de los fenicios, cartagineses, y romanos,  para completar el oro y la plata de las Indias. Después de entrevistarse con el Rey, Oñate planeó otro viaje de inspección a las minas del sur de España con una parada programada en Cartagena al borde del Mediterráneo. Luego iría a las minas de plata de Guadalcanal, desde donde podría hacer viajes más cortos a las minas  de Aracena y Cazalla de la Sierra. En Guadalcanal, que era el centro de la región en la que se venían explotando minas sin interrupción desde tiempos de los romanos, una ordenanza sobre minas de 1559 indicaba que estaba prohibido explotar una mina dentro del radio de una legua desde la mina real.

Aunque Oñate disfrutaba todavía de buena salud, en Madrid antes de emprender este viaje, su avanzada edad era suficiente para recordarle que debía dejar en orden sus asuntos personales, y  redactó un codicilo para su testamento el mes de agosto de 1625. Este documento indicaba que tenía una riqueza considerable en Cartagena, donde habitualmente oía misa en la Iglesia de Nuestra Señora. Oñate hizo  legados para esta iglesia, así como para el Convento de San Isidro y la Iglesia de San Sebastián. Era evidente que tenía la premonición que su salud  estaba empezando a deteriorarse , y dejó especificado que si se moría en Cartagena, sus asesores continuarían el viaje de inspección y que fuera informado el principal albacea de su testamento el Padre Hernando Chirino de Salazar. Además, su yerno Vicente de Zaldívar que residía en Zacatecas, debería venir a España y ponerse al frente de la visita de las minas. Oñate dejó 20.000 pesos para esta operación que debía ser realizada con la ayuda de Carlos Pablo Mercador. Oñate salió de Madrid por última vez en agosto para un viaje de unos 375 km hacia el sudeste a Cartagena, acompañado por cinco asesores: Juan de Carranza y Alvear, Gonzalo Rodríguez  Morán y Talavera, Tomás de Calayandía, Juan Camarena, y su secretario Carrasquilla . En Cartagena, Oñate redactó otro codicilo poniendo sus asuntos en orden. Después de concluir la visita a Cartagena, Oñate y su grupo comenzó el viaje a Guadalcanal, que estaba situada unos 375 km hacia el oeste. Durante el viaje Oñate cayó gravemente enfermo, pero su fuerte constitución le permitió llegar a Guadalcanal. Tan pronto como se recuperó algo, hizo su último testamento, que incorporaba todos los testamentos previos y documentos legales preparados en España e Indias  en documento final, que presentó al escribano (notario público) de Guadalcanal, Juan Vázquez Tamayo, el 4 de octubre de 1625. El último testamento de Oñate también nombraba al Padre Chirino de Salazar como el principal albacea, con plena responsabilidad administrativa para llevar a cabo el cumplimiento de sus estipulaciones y cláusulas.

Además de nombrar al  Padre Chirino de Salazar albacea principal, el testamento de Oñate redactado en Guadalcanal nombraba como albaceas secundarios a Carranza y Alvear, oficial de la Santa Inquisición, miembro de la comisión de  Oñate de visita a las minas que estaba presente en Guadalcanal; al licenciado  Cristóbal Freyle de Gálvez, sacerdote y escribano de Guadalcanal  y miembro de la Orden de Santiago; Juan Vicente Carrillo, sacerdote de Guadalcanal y comisario de la Santa Inquisición;  y Morán y Talavera, antiguo criado de Oñate y oficial en la comisión de visita a Guadalcanal. En esta fecha tenía poderes legalizados por el escribano de número Juan  Vázquez Tamayo. Como testigos firmaron el Padre  Cristóbal de Borrilla, Juan González Carranza, Francisco de Bastida, Luis de Igarra y Juan González Toledano, todos de Guadalcanal. La salud de Oñate no mejoró, y dos semanas más tarde llamó a Vázquez Tamayo para que fuera a su casa  y añadiera un codicilo a su testamento reemplazando a Juan Vicente Carrillo  por Juan de Rivera de Guadalcanal. El escribano  hizo constar que Oñate estaba enfermo en cama y que estimaba su muerte en breve plazo, pero que conservaba sus facultades mentales.

Entre esta modificación del testamento de 18 de octubre y la siguiente del 3 de junio de 1626, Oñate no pronunció una sola palabra. Debió haber estado muy enfermo en su casa de Guadalcanal, pero hubo una actividad considerable durante este tiempo, incluido su ingreso en la Orden de Santiago y el proceso de “limpieza de sangre” para la Inquisición que comenzó en 1626. Estos dos procesos estaban todavía en trámites para su yerno y sobrino Vicente de Zaldívar, e incluían muchos testimonios respecto a Oñate en los tiempos de su estancia en Guadalcanal como visitador de la mina real.

El 3 de junio, o poco antes, Oñate murió en su casa de Guadalcanal. En esa fecha el Padre Carrillo y Carranza y Alvear miembros de la visita, acudieron al despacho de los alcaldes ordinarios, Diego de Sotomayor y el licenciado Antonio del Castillo López, e informaron a las autoridades locales de la muerte del adelantado  de Nuevo México. Oñate murió en cama de muerte natural. Fue Carranza y Alvear, como albacea de la última voluntad y testamento de Oñate, quien exigió que el documento legal, expedido ocho meses antes en Guadalcanal, fuera abierto y leído, que fuera informado en Madrid el Padre Chirino de Salazar, y que las estipulaciones y cláusulas del testamento  se llevaran a la práctica de conformidad con las leyes del reino. Para comprobar la fecha de la muerte, un testigo que residía en Madrid en junio de  1628, indicó que Oñate había muerto en Guadalcanal poco más de dos años antes.  Para verificar el año del nacimiento de Oñate, Fernando Martín Castro, un fraile dominico, nacido en Zaragoza, afirmó que cuando Oñate murió en 1626, tenía “76 años de edad más o menos” .

Los  alcaldes de Guadalcanal declararon que todo estaba en orden, y el testamento fue abierto en Guadalcanal por el otro escribano de Guadalcanal, Freyle de Gálvez. Que Oñate murió de muerte natural en Guadalcanal también fue declarado por Francisco de Rojas Bastida, y su testimonio fue refrendado por Pedro de Andrada y Juan García de Paredes. El sacerdote de la villa de Guadalcanal, Francisco de Padilla Olmedo, y Alonso Sá declararon que estuvieron con Oñate en su casa cuando el testamento fue legalizado ante notario el día 4 de octubre anterior a su muerte. Comenzó la lectura del testamento y una de las primeras cláusulas detallaba la considerable riqueza que Oñate poseía en Cartagena y señalaba que tenía plata en la Habana y que se embarcaría en los galeones de la flota que ese año estaría bajo el control administrativo de Chirino de Salazar. Una copia del testamento fue enviada a Madrid, y el 16 de agosto de 1626, el Padre Luis de la Palma, superior de los Jesuitas de la Provincia de Toledo, llevó el testamento que donaba dinero al Colegio Imperial,  al escribano  de Madrid Francisco Carabaño. Un mes más tarde los días  16 y 18  de septiembre, Chirino de Salazar legalizó estas disposiciones ante otro escribano de Madrid, Juan de Béjar. El día 30 Chirino de Salazar recibió el permiso para la aprobación del testamento del Padre Luis de la Palma, que luego se lo dio al escribano  Caramaño.

Una parte considerable de la fortuna de Oñate fue donada al Colegio Imperial. Sin duda los Jesuitas estaban interesados en que los procesos legales se desarrollaran rápidamente y que los fondos especificados en el testamento de Oñate fueran recibidos tan pronto como fuera posible por el Colegio. Dado que estas disposiciones  son importantes para la comprensión de la figura de Oñate, merecen un análisis detallado.

Un quinto de la riqueza total de Oñate, dentro y fuera de España fue donada al Colegio Imperial, y Oñate especificó que Vicente de Zaldívar fuera avisado de esta disposición de modo que estuviera disponible la riqueza  que Oñate tenía en México. Oñate dejó 10.000 ducados para una capilla en la nueva iglesia que se estaba construyendo al lado del Colegio Imperial y estipuló que, cuando fuera posible, sus restos debían ser trasladados desde Guadalcanal y enterrados en dicha capilla que debería tener el escudo de armas de Oñate en la pared, y que esta capilla sería el panteón de sus herederos y descendientes. Para perpetuar su memoria y la de sus descendientes, Oñate dejó doscientos ducados para una capellanía, que sufragarían tres misas a la semana en la capilla de Oñate, a discreción de los Jesuitas del Colegio Imperial.

Cuatrocientos ducados fueron donados al “Colegio de Pasantes” de los Jesuitas, una donación a los estudiantes religiosos de los Conventos que acabaran sus estudios y ayudaran a profesores. Tendría que construirse uno o dos grandes estancias en el lugar que el director del Colegio pensara que era el mejor sitio para albergar cuarenta colegiales. Habría que mantener a cinco “colegiales religiosos” jesuitas. Estos hombres deberían ser personas capacitadas de modo que cuando sus pasantes  completaran su formación deberían poder enseñar dentro y fuera de España.  Iban a venir diez pasantes de la provincia de Toledo, cinco de Castilla, cinco de Andalucía,  y cinco de Aragón, y si se creara una nueva provincia las proporciones permanecerían iguales, teniendo Toledo siempre diez. Los candidatos deberían ser elegidos por el Padre Provincial de los Jesuitas después de consulta con la dirección del Colegio Imperial. Como era típico en la tradición jesuítica estos estudiantes recibirían  manutención, ropa, libros, y viajes pagados. La duración de los estudios se fijó en cinco años, y  tras concluir este periodo de formación los estudiantes deberían estar capacitados para mantener debates públicos sobre filosofía y teología.   

Sería obligatorio asistir a todas las funciones del colegio, y cada día todos deberían asistir a una misa por el alma de Oñate  y sus descendientes, así como en sufragio de Vicente de Zaldívar, sus hijos y sus descendientes. Si el ingreso de las minas era mayor que el que  había previsto Oñate entonces especificó que se le deberían dar 4000 ducados  a un “Colegio de Estudiantes Seglares”  para estudiantes religiosos  que no vivieran en el convento. Se compraría un local cercano al Colegio Imperial para treinta “colegiales seglares”.  Doce de estos serían elegidos mediante examen por el Director, y tenían que tener los siguientes requisitos: haber concluido sus estudios en humanidades y teología, y aportar referencias de una Universidad o colegio jesuita de España.  El curriculum  de los seglares  sería similar al de los pasantes. Los dieciocho estudiantes restantes deberían tener buenas voces y serían examinados por los maestros  de la Capilla Real, del convento de las Descalzas Reales y del convento de la Encarnación, con la aprobación final del director del Colegio Imperial. Además de asistir a clase estos dieciocho estudiantes tendrían que asistir a misa los Domingos, las Fiestas, y los días que hubiera sermón en la iglesia del  Colegio Imperial. También ayudarían a misa y a misa mayor la víspera de una fiesta. En total deberían completar diez años de colegio, repartidos de la forma siguiente: tres de gramática, tres de humanidades y cuatro de teología.

También son interesantes otras características del colegio para seglares. Por ejemplo este colegio veneraría especialmente a la Virgen María, y en su puerta principal estaría el escudo de armas  de los Oñate. Los trajes de todos los colegiales serían una túnica de color violeta oscuro. Los descendientes de Oñate y Zaldívar y los hijos de este último tendrían preferencia en el examen de ingreso. Cada tarde después de terminadas las clases los dieciocho “colegiales músicos”  entonarían una “salve cantada” seguida por unaplegaria por Oñate, y en las fiestas y sus vísperas se debería celebrar una misa mayor. También se debería decir  una misa mayor por el alma de Oñate al día siguiente a la fiesta de la Inmaculada Concepción (9 de diciembre) a la que deberían asistir todos los colegiales, así como los Jesuitas del Colegio Imperial.

Cuando el Padre Chirino de Salazar, –el principal albacea, tuvo legalizadas ante notario toda las disposiciones del testamento de Oñate el 18 de septiembre de 1626, ante el  escribano Juan de Béjar, siendo testigos Fernando de Abarca, y los hermanos Angelo, Eduardo y Cristóbal de Santiago, — hizo constar una serie de observaciones respecto a sus responsabilidades administrativas. Si el quinto de la fortuna de Oñate aumentara a más de lo previsto, entonces los 4000 ducados  destinados a para cada uno del “Colegio de Pasantes” y del “Colegio de Seglares” aumentarían a 5000 ducados, Chirino de Salazar también insistió en que se encargaría de llevar a la práctica  las disposiciones y cláusulas del testamento. 

El testamento de Oñate dejó una gran fortuna a sus herederos, así como el quinto al Colegio Imperial.  Sus herederos tenían derecho a ser enterrados en la iglesia del Colegio Imperial  y prioridad para acceder a los colegios  que éste fundara. Por tanto era importante conocer los descendientes de Juan de Oñate y de su esposa Isabel de Tolosa y Cortés Moctezuma. El matrimonio tuvo al menos dos hijos: Cristóbal de Naharriondo  Pérez Oñate y Cortés Moctezuma, que nació en México hacia 1500, casó con María Gutiérrez del Castillo y que murió a la edad de veintidós años;  y María de Oñate y Cortés Moctezuma, nacida en Zacatecas poco antes de concluir el siglo XVI y casada con su pariente Vicente de Zaldívar, que ocupa un lugar destacado en la vida de Oñate. El hijo de Oñate y su mujer tuvieron un hijo Juan Pérez de Naharriondo y del Castillo —casado con Petrona Hinojosa— que, tras la muerte de Oñate en 1626,  heredó de sus abuelo el título de adelantado de Nuevo México. esta pareja tuvo a su vez un hijo, Bartolomé Pérez Toqueno, quien casó con María de Medrano Pardo de Lago y Altamirano. Su hijo, Antonio Pérez Toqueno, fue el bisnieto de Juan de Oñate, nacido hacia mediados del siglo XVII y casado con Joaquina Fernández Márquez y Amarillas.

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Sin embargo, el significado de Oñate rebasa el ámbito de su linaje familiar. El análisis histórico tradicional sobre Oñate  ha puesto especial énfasis en su notable papel como fundador de Nuevo México,  pero ahora sabemos que en España, gracias a las generosas estipulaciones de su testamento, estableció una importante institución educativa En lengua vasca la palabra Oñate significa “en el pie de una montaña” . Juan de Oñate nació al pie de la montaña de plata llamada La Bufa en Zacatecas; su padre y  antepasados nacieron al pie del pico de Aloña en la villa guipuzcoana de Oñate, España. Nada más apropiado que el primer adelantado de Nuevo México muriera al pie de la montaña de la mina de plata de Guadalcanal. 

Notas  del Traductor

* La importancia de J. de Oñate como fundador del estado norteamericano de Nuevo México la puede comprobar el lector consultando en cualquier buscador de Internet el nombre de Juan de Oñate, donde podrá ver la gran cantidad de textos, tanto en inglés como en español, referentes a este polémico personaje que cobró nueva actualidad en 1998 con motivo del 400 aniversario de la fundación de Nuevo México. La polémica incluyó desde actos vandálicos y pintadas contra estatuas de Oñate hasta ser llamado “Padre de Nuevo México”, “El George Washington de Nuevo México” etc. De dicho 400 aniversario se hizo eco el diario barcelonés La Vanguardia, que en su número de 26 de abril de 1998, página 71, insertaba una crónica de su corresponsal en EE.UU. titulada “Nuevo México:el Imperio que no fue” que incluía una foto de la senadora americana Kay Bailey y del Vicepresidente del Gobierno español F. Avarez Cascos, rodeados por guardias de honor vestidos a la usanza de los Conquistadores. Dicho artículo se adjunta este texto.

La principal mina de plata de Guadalcanal fue descubierta, a mediados del S. XVI, por los vecinos de Guadalcanal, los hermanos Martín y Diego Delgado y se llama genéricamente Mina de Pozo Rico o del Molinillo. La fuente más exhaustiva sobre las actividades de esta mina es la obra de Tomás González, reorganizador del Archivo de Simancas, titulada: “NOTICIA HISTORICA DOCUMENTADA DE LAS MINAS DE GUADALCANAL, DESDE SU DESCUBRIMIENTO EN  EL AÑO 1555, HASTA QUE DEJARON DE LABRARSE  POR CUENTA DE LA REAL HACIENDA”  (Madrid, Imprenta de Don Miguel de Burgos, 1831). El primer tomo comprende desde 1555 a 1558 y el segundo desde 1559 a 1700, siendo el único texto referente a Juan de Oñate el que se encuentra en el 2º tomo páginas 650-652 y que se trasncribe como apéndice a esta traducción. Este yacimiento argentífero ha seguido mereciendo la atención de los historiadores, buena muestra de ello son los dos trabajos siguientes:

(i) Sánchez Gómez, Julio “DE MINERÍA METALÚRGICA Y COMERCIO DE METALES:  LA MINERÍA NO FÉRRICA EN EL REINO DE CASTILLA, 1450 – 1610. Ediciones Universidad de Salamanca e Instituto geológico y Minero de España,.1989, 2 volúmenes. 1º ed. Se trata de una excelente y exhaustiva obra, en la que el autor, basándose en una apabullante cantidad  de fuentes, da una descripción exhaustiva  de la minería no férrea en España en el periodo estudiado. Es digno de resaltar que de sus 755 páginas, dedica 275 a la Mina de Pozo Rico de Guadalcanal, o sea el  36,42%.

(ii) “COMIENZO DEL MAQUINISMO EN LA MINERÍA ESPAÑOLA. PRACTICA EMPRESARIAL Y TÉCNICA MINERA INGLESAS EN SIERRA MORENA :”THE GUADALCANAL SILVER MINING ASSOCIATION” (1847-1850) de José Cabo Hernández . Revista de Estudios Extremeños, 1995 .Tomo LI, Nº III Septiembre-Noviembre. pp.745-773. Badajoz. Departamento de Publicaciones de la Diputación Provincia.l

Apéndices

  • Páginas 650-652 del Tomo II de la obra de Tomás González
  •  Artículo de La Vanguardia de 26 de Abril de 1998, página 71.

APÉNDICE

Comision á don Luis Chirino de Salazar, para que pasase á la villa de Guadalcanal á reconocer el testamento, cobdicilos y demas papeles que dejó á su fallecimiento el adelantado don Juan de Oñate.

Contadurías generales. núm 85a

19 de agosto de 1626

EL REY:- Por cuanto, por algunas cláusulas del testamento y codicilos, debajo de cuya disposición falleció el adelantado don Juan de Oñate, dejó dispuesto lo que se habia de hacer en cuanto a proseguir la labor y beneficio de la mina de Guadalcanal y otras de estos reinos en que habia fabricado ingenios, aplicando para ello cierta cantidad de su hacienda, y es de mi servicio y beneficio comun de mis vasallos que lo que dispuso en esta parte se cumpla con el conocimiento de causa necesario á la materia y circunstancias della, confiando de vos don Luis Chirino de Salazar, mi visitador general de las minas de estos reinos, que acudireis á esto con el cuidado, entereza y justificación que conviene, os encargo y mando que, luego que esta mi cédula os sea mostrada, vais á la dicha villa de Guadalcanal y á las demás partes donde fuere necesario, y veais y recconozcoais el testamento y codicilos del dicho adelantado, del inventario de bienes y embargo dello que de todo hizo Franscisco de Rojas, veedor admnistrador de las minas de  aquella villa y su partido, y las deudas que dejó, y proveais lo necesario para que se cumpla y ejecute su voluntad,  y se dé satisfaccion á sus acreedores, oyendo, actuando, y sentenciando las causas de ellos y las demas que se ofrecieren y resultaren de los testamentos y codicilos que dejó; de manera que, sin agravio de nadie, se cumple y ejecute lo que conforme á  derecho se debiere ejecutar , inventariando, tasando, y vendiendo todo lo demas que en justicia, gobierno y buena administracion fuere conveniente: que por todo lo sobredichco  y lo dello dependiente en cualquier manera os doy poder y comision bastante la que de derecho es necesaria, con inhibicion de mis consejos, audiencias, é chancillerías y otros tribunales y justicias ordinarias, asi de la dicha villa de Guadalcanal, como de otras partes de estos mis reinos, á los cuales inhibo y he por inhibidos del conocimiento de las dichas causas,  y de todo lo que en virtud de esta mi cédula, y el orden al cumplimineto de ella, y á lo que por parte de los herederos  del adelantado fuere deducido, y si alguna persona tuviere que decir algo sobre ello ó apelare de lo que hiciéredes, otorgareis las apelaciones  para la dicha mi junta de mina, y no para otro tribunal alguno, donde se les oirá guardará justicia; y de lo que fuereis haciendo y se os ofreciere, me ireis dando aviso en la dicha junta; y mando que tome la razon de esta mi cédula Francisco de Salazar, mi contador de rentas, á cuyo cargo estan los libros de minas de estos reinos, y que al traslado de ella signado de escribano, sacado con autoridad de justicia, se dé tanta fé como el original.-Fecha en Madrid á diez y nueve de agosto de mil seiscientos veinte y seis años.- YO EL REY.- Por mandado del Rey nuestro señor– Andrés de Rozas–Tomé razón–Francisco de Salazar.               

(Tomás González op. cit. tomo II, pp. 650-652)

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