La muerte del Adelantado Juan de Oñate en Guadalcanal el 3 de junio de 1626

                               José María Álvarez Blanco – RG año 2001

La figura histórica de Juan de Oñate, de especial relevancia en el estado norteamericano de Nuevo México, donde transcurrió la mayor parte de su vida, presentaba un enigma importante que fue desvelado en 1979. Era sabido que Oñate abandonó México rumbo a España en 1621, pero permanecían en el ámbito del olvido, dónde y en qué circunstancias murió. Curiosamente el esclarecimiento de este hecho histórico no iba a ser obra de investigadores españoles del grupo de los americanistas, que trabajan principalmente en los centros académicos, CSIC incluido, de Sevilla y Madrid. Por otra parte, parecía plausible que las fuentes documentales que aclaran este enigma se encontraran entre los fondos del Archivo General de Indias (AGI).

En contra de dichas previsiones, fue el hispanista norteamericano Eric Beerman (Stockom, California, 1930) a quien debemos hoy la certeza de que Juan de Oñate murió en Guadalcanal (Sevilla) según demostró en 1979 tras descubrir, en los fondos del Archivo Histórico Nacional (AHN), la abundante documentación que detalla en su ya clásico y citado trabajo titulado: “The death of an old conquistador. New Light on Juan de Oñate” publicado en “New México Historial Review, 54:4 1979 pp. 305-319” en lengua inglesa. Este magnífico trabajo no sólo documenta la muerte de Oñate, con motivo de un viaje a Guadalcanal en su calidad de Adelantado de Minas, sino que a su vez dibuja con perfiles muy nítidos aspectos muy interesantes de la España de Felipe IV. Me refiero entre otros, a la inquisición, a la obsesión por la nobleza de sangre, la preocupación por el más allá en función del pensamiento religioso dominante, el interés de Felipe IV en hacer rentables las minas del sur de España. Etc.

Este texto llegó a mis manos, hacia finales de la década de los 80, gracias a una separata existente en la BN. Desde el primer momento pensé en traducirlo al castellano, lo que fui dejando de un día para otro, un mes y otro mes y un año y otro año, no sé si en espera de que esta labor la efectuara un historiador guadalcanalense, siempre más adecuado que un químico nacido en la misma población que dedica a estos menesteres eruditos su escaso tiempo libre. Finalmente, en el verano del 2000, una luminosa mañana de junio, tras buscar internéticamente al Mr. Beerman en Nuevo México, me reuní con él en la Plaza de Colón de Madrid, ciudad en que reside desde finales de los años 60.

Tengo la impresión de que Mr. Beerman hombre de una sencillez extrema, pese a su inmensa obra histórica, está como la gran mayoría de los hispanistas, falto del merecido reconocimiento que la sociedad española debe a su constante dedicación a la cultura hispánica.

Solo añadiré que entre los múltiples temas de los que tratamos, Mr. Beerman me habló de que había estado en Guadalcanal hace unos años, con su mujer y sus hijos, pues como buen norteamericano de su generación, tenía interés en conocer la patria chica de Pedro Ortega Valencia, descubridor de la isla de Guadalcanal, e incluso me entregó un texto inédito titulado “Pedro Ortega Valencia y la isla de Guadalcanal (1567)”. Semanas después me dio su conformidad a la versión castellana que hice de su interesante y documentado trabajo, que el curioso lector podrá encontrar en la Biblioteca de la villa.

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