Otra página de la historia guadalcanalense: Sor Ana de San Pedro (Monja clarisa)

Edificio convento del Espíritu Santo

                                     Por José María Álvarez Blanco – RG año 2007

Corría el año 1740, reinaba en España Felipe V que concluiría su reinado seis años más tarde y aún faltaba un siglo para que empezara a emanciparse las naciones americanas. El flujo emigratorio de guadalcanalenses a las Indias, tan abundante los anteriores siglos XVI-XVII, había disminuido notablemente, como lo prueba que en este siglo los registros del Archivo de Indias sólo dan cuenta de dos vecinos, Bernardo Matheos (1708) y Juan Reyes (1724) que partieron ambos para lo que entonces se conocía por Nueva España, el actual México.

            El 15 de 5ebrero de dicho año, los guadalcanalenses devotos ascendían por la empinada cuesta de la calle Espíritu Santo camino de la Iglesia del Convento. Es probable que en dicha fecha el Monasterio, fundado por el indiano Alonso González de la Pava, que ya contaba 113 años (pues había sido abierto en 1627), se encontrara menos separado de la población que el año de su apertura. El motivo de la afluencia de fieles no fue otro que un funeral solemne que se iba a celebrar dicho día, y en el que la Comunidad de Clarisas, no reparó en solemnidad y gastos para honrar a una de sus hermanas, recientemente muerta en olor de santidad.

            Sólo sabemos, por ahora, que la monja en cuestión se llamaba Sor Ana de San Pedro, que profesó en dicho Convento, cuya comunidad le puso todas las dificultades habidas y por haber para el ingreso, y que le hizo la vida imposible durante su vida religiosa, que ella aceptó con la paciencia del Santo Job. Una vez muerta, la documentación disponible, -el singular libro cuya portada se reproduce-, nos dice que toda la animadversión e inquina se trocó en admiración por su heroica y resignada vida.  Al parecer sus compañeras, que le habían traído por la calle de la amargura, no dudaron en traer para la ocasión a un predicador, que las Hojas Parroquiales de mi niñez hubieran calificado de “eminente Orador Sagrado” que se llamaba Francisco de la Encarnación, que a tono con el encargo y la presunta santidad de la difunta, no improvisó un sermón al uso, sino que lo preparó concienzudamente, escribiendo una Oración fúnebre, plagada de citas del Antiguo Testamento, de los Santos Padres, y de otros autores sagrados, rica en metáforas y demás recursos tanto lingüísticos como psicológicos, que no dudo conseguirían la admiración del auditorio. 

De dicha Oración Fúnebre se creyó conveniente, para más realce del evento, editarlo como libro como se ha indicado anteriormente, y de cuyo Censura, firmada por Fray Agustín Narváez y Cárcamo, transcribo a continuación algunos párrafos:      

Reproducción facsímile de la portada del libro que contiene la Oración Fúnebre Panegírica, en honor de Sor Ana de San Pedro, impreso en Sevilla en 1740 en  la Imprenta de D. Florencio José de Blas y Quesada. Impresor Mayor de dicha Ciudad. El ejemplar consultado se halla en Badajoz. Biblioteca Pública del Estado “Bartolomé J. Gallardo”  — Encuadernado en pergamino. Lleva una inscripción manuscrita que dice: “Es de la Librería de S. Ildephonso de Hornachos”.

Tan esforzada fue nuestra Difunta en la senda de la perfección, que a pocos años de su edad servía, como otro Josías, al Señor. Entregó su voluntad al arbitrio de un ejemplar docto Sacerdote, para que la rigiese y gobernase; bien entendida, en que dificultosamente se cursa este camino con progreso feliz, sin el arrimo de esta luz. Cuando había de comenzar a disfrutar la libertad, prenda tan apetecida, se hizo esclava voluntaria. Miraba a todo género de diversión, que en aquella edad ofrece el Mundo, con aversión y repugnancia; solo en los ejercicios de virtud y abstracción sentía gusto y complacencia. Nunca sintió dificultades en, que acobardasen su valor en el camino de la virtud, cuando a otros de mayor edad se les hace inaccesible la virtud (páginas 16/17).

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Llegó nuestra Venerable Ana, agitada del espíritu, que le conducía a llamar a las puertas de esta Casa. Pero, ¡oh secretos inescrutables de la Sagrada Providencia!. Cuando imaginó encontrar la puerta franca, fundada en que su recepción ya estaba hecha, como si fuera del número de las Vírgenes fatuas, le dan por respuesta una repulsa. Estando recibida de hábito se le opuso la Comunidad en la entrada. (página 18/19).

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Venciéronse por fin, las contradicciones de la entrada; no se si por valerse de la Gracia, o por justos clamores de la Justicia, lo que se es, que, libre ya del rechazo, entró en esta Casa, dando a dios las gracias que el Eclesiastés previene. Gracias te doy, dios y Rey de las alturas, que me liberaste de las tribulaciones de las puertas, o de las puertas de mis tribulaciones. Pero es digno de reparo que no dice el Texto, la liberase Dios de las tribulaciones todas, sino de las tribulaciones de las puertas, porque la fuerte oposición que probó a las puertas su constancia, cobró mayores bríos, a contemplarla de Novicia, y corrió sus términos a verla ya profesa. Dividida la Comunidad en pareceres, por no decir parcialidades, unas la defendían, y otras la injuriaban. Muchas concurrían a afligirla, pero era una émula suya quien promovía la discordia. No dudo fue esta fuerte oposición noble calificación de su virtud, porque la ejecutora del justo y virtuoso la cifró en la persecución del espíritu de Pablo. Pero ¿quien duda tampoco, que pudo derribar esta contradicción al espíritu más alto?. Porque si la contradicción de la puerta se hizo tolerable por extraña, creció ella a insufrible por la circunstancia doméstica.

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Siendo Cristo nuestro bien el más Divino ejemplar del sufrimiento, se quejó en lance semejante, en persona del Esposo. Los hijos de mi Madre, olvidados de nuestro estrecho amor me hicieron contradicción. [Cantar de los Cantares 1,5]. Los hijos de mi madre, olvidados de nuestro estrecho amor, y confraternidad me hicieron contradicción. Había sufrido su Majestad cruelísimos tormentos, sin que respirase una queja de sus soberanos labios; más al ver que los hijos de su Madre le hacen la queja más terrible, hizo la queja inexcusable, porque, si puede la paciencia tolerar oposiciones de una forastera envidia, sin hablar una palabra, las contradicciones de casa hasta Dios le apuran la paciencia. Pues constante padeció esta tormenta nuestra Venerable Difunta de las hijas de la Madre Santa Clara. Admiración causa ver perseguida la virtud, sirviendo de instrumento la bondad. Que permita Diosa los inicuos, que se opongan a los virtuosos, es cosa, que por común, no lo extraña la razón. Pero no se ajusta bien a la razón, el que los persiga la bondad.

Las líneas del Censor que anteceden han pretendido mostrar la actitud de la Comunidad hacia nuestro personaje. A continuación transcribo tres párrafos, del autor que entran en la categoría de hechos sobrenaturales, ante los cuales muchos espíritus racionalistas mostrarán sus reservas, cuando no su manifiesta incredulidad.

Viéndose ya profesa, nuestra difunta Madre. Como que aceptaba su espíritu seguridades, pero como era su alma acepta a los Divinos ojos, fue forzoso continuarle en persecución y trabajos. Impaciente el enemigo de ver en una flaca Mujer tan extraña fortaleza, se empeñó en batir de nuevo su constancia. Habíale ya disparado fuertes tiros su furor, disfrazado entre velos de bondad, pero viendo burlados los asaltos de su paliada astucia, salió a perseguirla cara a cara. Apareciósele frecuentemente en figura de mastín, y de otros horrendos monstruos, par estorbar el progreso de sus espirituales ejercicios. No dejó arbitrio, que no probase su malicia, para derribar este baluarte de firmeza: ofrecíale a la vista objetos horrorosos, al oído espantosos ruidos, despreciando su persona con insolentes improperios. Pero esforzada nuestra Ana con los alientos, que ministra la virtud, ni conoció el susto ni el temor. Los mismos virtuosos ejercicios, que pretendía estorbar el enemigo, eran el poderoso sagrado, donde su alma se hacía fuerte, para volver con ánimo al combate.(páginas 24/25).

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Ya tenemos a nuestra Venerable Madre en el Calvario de sus penas, y no faltó a lo que creo, la pasión de las espinas. Padeció en los últimos seis años de su vida intensísimos dolores en los ojos, y cabeza, tanto, que la fuerza del dolor le robó de los ojos la luz con una penosa ceguedad. Pues ¿quien al ver tan atormentada la cabeza de nuestra Ana, no dirá que son efectos de una gloriosa corona?. Pero escuchen el suceso, para que la piedad funde el discurso. Apareciósele a nuestra Madre nuestro Maestro Soberano en traje de Nazareno, que siempre que debió este favor a su Dignación Sagrada, vestía su Majestad esta librea; o para animarla a la tolerancia de su trabajos con la especulación de sus tormentos; o porque siendo la Venerable especialmente devota del paso de la Cruz, y la Corona, lisonjeaba de este modo su devoción y ternura. Lo que esta visión le dio a entender su Majestad, según comunicó a su Director, fue, que aún le faltaba mucho, que padecer. Yo presumo de su profundo silencio, que dijo la sustancia de lo que había entendido, callando las circunstancias de lo obrado, pues se hace verosímil, repitiese Dios con nuestra Ana el favor, que hizo a la de Siena, poniéndole por su mano la Corona, porque desde aquel punto comenzó a sentir, con Catalina, modestísimos dolores de cabeza, rebeldes a toda humana medicina.

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Respiraba la fragua de su Caridad tan fogosas ardientes llamas, que aun después de morir, quedaron calientes las cenizas. Un suceso bien extraño será prueba del concepto. Lo se de persona con rigor. Deseosa un Alma de aprovechar sus virtudes, se encomendaba con instancia a sus devotas oraciones. Administrábale la Venerable algunos saludables consejos, siendo siempre principal  que siguiese las instrucciones de su prudente Director. No acababa resolverse esta Alma en abandonar el Mundo y tal vez enmendó sus ocultos errados pensamientos la Venerable Sor Ana de San Pedro . Llegó el caso de que muriese nuestra Ana, llegándose la recomendada a oscultar, y tocar las manos de la Difunta Directora, le habló a Dios de esta manera: “Si el no dejar el Mundo y sus criaturas me es esfuerzo para agradar a Vuestra Majestad Soberana, dádmelo a entender con alguna sensible señal de vuestra Sierva”. Ello fue pedir con Ezequías que el Sol volviese atrás en su carrera, y aun sospecho se extendió a más su petición para quedar asegurada en su salud, porque si el retroceder el Sol diez grados solamente fue para Exequias indicio bastante, aquí se pide, retrocediese el Ocaso al Oriente. Más, si para salud de Exequias, obro la Omnipotencia aquel milagro, en honra de su Sierva, y beneficio de esta Alma, se ve aquí mayor prodigio, porque llegando a tocar la mano de la Venerable, le estrechó la suya fuertemente.

El movimiento de la mano es argumento de buena vitalidad en buena Filosofía: el cuerpo no puede vivir sin la asistencia del alma verdad es, pudo esta operación ejecutarse por medio de alguna Celestial Inteligencia. Pero no concibo repugnancia alguna, en que se hiciese por el alma: luego estando a este sentir, volvió su cuerpo del Ocaso de la sepultura al Oriente de la vida: bajó su alma de la Gloria, donde nuestra piedad la contempla, para remedio de esta Alma.(paginas 49-51).

Hay en este hecho histórico numerosos motivos para la sorpresa. Por una parte, ignoramos si Sor Ana de San Pedro era nacida en Guadalcanal o en otra población cercana, y el año de su nacimiento además de otros datos. Por otra parte surge inevitable la pregunta de ¿por qué de esta mujer que tuvo tanta admiración tras su muerte, solo ha quedado como rastro de su paso por este mundo el libro cuya portada ser reproduce?. Tampoco parece haber habido una tradición oral que haya perpetuado su memoria, como ha ocurrido con María Ramos y Pedro Ortega Valencia, con la circunstancia a su favor, frente a los dos últimos citados, que su vida fue posterior y que los motivos por los que adquirió relevancia se desarrollaron en nuestro propio pueblo, y no en el continente americano. Ni que decir tiene que, el libro en cuestión se centra en consideraciones teológicas y espirituales y en modo alguno nos facilita la más mínima pista histórica.

También es curioso, como indico en el otro texto que aparece en esta Revista, que el Dr. Gordón Bernabé que en su trabajo de 2003 demostró tener bastantes conocimientos sobre este Convento en años anteriores y posteriores a 1740, tampoco conociera este libro o tuviera noticias del personaje por otros medios.

Si la historia que nos ocupa es sorprendente por lo desconocida e incompleta, no lo es menos por la forma por la que llegué a conocerla. Tuve noticias de la existencia de este libro la mañana de un sábado veraniego del año 1996, cuando encontrándome en la Biblioteca del CSIC sita en las inmediaciones del Congreso de los Diputados, tuve acceso a un Catálogo de libros del S. XVIII  de un prestigiosísimo filólogo e historiador sevillano. Lo primero que se me ocurrió fue buscar en el índice toponímico la posible existencia de algún texto que en su título llevara la palabra Guadalcanal. El resultado fue encontrar, además de otros libros que ya conocía, el que da origen a este trabajo. La obra del investigador sevillano indicaba que el texto se hallaba depositado en la Biblioteca Pública del Estado en la ciudad de Badajoz. 

Sin ser un experto en Bibliografía e Historia del Libro me atrevo a atribuir carácter singular a esta obra. la cual no aparece en otras bibliotecas estatales accesibles por vía digital. No descarto que se encuentre otros ejemplares en alguna biblioteca particular de difícil acceso, caso de la Colombina de Sevilla o la de algún Arzobispado o Convento de los numerosos que pueblan la geografía hispana, pero creo que le cuadra perfectamente la denominación de “libro raro”.

Podrá preguntarse el posible lector, la razón por la cual, ahora después de once años, y no antes, traigo a estas páginas noticias de este hecho. Empezaré diciendo que hasta hace un año no he tenido delante de mis ojos una reproducción de este libro, cuya obtención ha constituido un largo camino lleno de dificultades y negativas, hasta tal punto que para uso personal he confeccionado un texto titulado “Culebrón sobre la obtención de una copia de un libro editado en Sevilla en 1740” que contiene cartas que comienzan en 1996, intentos de conseguirlo por gestiones personales ante políticos en ejercicio, datos de llamadas telefónicas y mensajes electrónicos, hasta que por fin el pasado Junio de 2006 aterrizó en el casillero de mi correspondencia un CD-ROM  procedente de Badajoz que contenía 39 fotografías digitales cada una con dos páginas del libro.

Solo me resta agradecer a la Dª María Begoña Mancera Flores bibliotecaria y D. Feliciano Correa Director de la Biblioteca Pública de Badajoz su buena voluntad y disposición durante el pasado Junio de 2006, ante los argumentos que les expuse tantos históricos como tecnológicos para que los guadalcanalenses pudiéramos conocer este texto.          

De este predicador P.M. Fr. Francisco de la Encarnación no hemos podido documentar una mínima reseña biográfica salvo, como indica la portada del libro, la Orden a la que pertenecía, San Basilio, y el monasterio de donde procedía, San Antonio del Valle, que estaba en la población serrana de Las Navas de la Concepción fundada en 1557 por los Monjes de San Basilio. Las Navas de la Concepción fue una pedanía de Constantina de la que se segregó en 1854 reinando Isabel II.  La orden de San Basilio es la misma que regentó el Monasterio de San Miguel de Breña, sito en el término municipal de la vecina villa de Alanís. Dicha orden se estableció en España a finales del S. XVI, si bien previamente hubo dos iniciativas anacoréticas de matiz monástico, una, fundada por el padre Mateo de la Fuente, dio origen al Monasterio del Tardón en Hornachuelos y, otra, del Padre Bernardo de la Cruz que fundó su convento en las intrincadas sierras del Gualdalquivir en la actual provincia de Jaén.  Gregorio XIII por la Bula “Cogit muneris” unió en 1577 los monasterios del Tardón y el fundado en tierras jiennenses en una sola Provincia. Sin embargo en 1603 debido a tensiones internas el Papa Clemente VIII se vio obligado a admitir  una nueva escisión, con lo que “el Tardón” se constituyó en Provincia autónoma (a la que alude la portada del libro), y el resto se dividió en dos Provincias denominadas de Andalucía y Castilla. Estos datos están tomados del texto “Ermita de San Miguel de Breña” del arquitecto Fernando Mendoza Castell y del profesor de Historia del Arte José Mª Mendiero Hernández, en la página web del Ayuntamiento de Alanis:

 Se refiere a Santa Catalina de Sena (1347 -1380) en cuya biografía se puede leer lo siguiente: <<La corona de espinas. En una visión, El Señor le presentó dos coronas, una de oro y la otra de espinas, invitándola a escoger la que mas le gustara. Ella respondió: “Yo deseo, oh Señor, vivir aquí siempre conformada a tu pasión y a tu dolor, encontrando en el dolor y el sufrimiento mi respuesta y deleite.”  Entonces, con decisión tomó la corona de espinas y la presionó con fuerza sobre su cabeza.>> (Tomado de http://www.corazones.org/santos/catalina_siena.htm).

 Véase en esta Revista mi otro texto titulado: “Carencias documentales sobre una parte de la Historia de Guadalcanal: Los conventos

 Dr. Antonio Gordón Bernabé. “El Convento del Espíritu Santo”. pp. 35 – 40. Revista de Feria de Guadalcanal del año 2000.

 Se trata de la obra en diez tomos “Bibliografía de autores del S. XVIII” (publicada entre los años 1981-2002) del prestigioso investigador del CSIC Francisco Aguilar Piñal (nacido en Sevilla en 1931).  El libro cuya portada se reproduce aparece reseñada en la página 551 del tomo III.

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