Nuestro Real de la Feria en el año 1901

Fotografía del Real de la Feria en el Paseo de El Coso, año 1901

Por Pedro Porras Ibáñez

Sí. Nuestro Real de la Feria. ¡Ese es!

Sí, así. Que este actual siglo XX aún estaba con baba, pues era el año 1901 -el arte fotográfico todavía muy joven- cuando quien fuere sube a esa atalaya que es el Coso Alto y enfoca su cámara hacia la Sierra del Agua, la sierra más pintoresca de las nuestras próximas, recogiendo, en primer término, el paraje que, desde muy poco, se hallaba dedicado a la instalación del ferial.

Desde hacía muy poco, ya que nuestra Feria, la Feria de fama nacional, la que acogía personas de todos los rincones de España, fue la Feria de Guaditoca. Una feria que se celebraba en el Santuario los días de la Pascua de Pentecostés, teniendo afluencia de fieles como hoy en el Rocío.

Sólo hacía tres años que El Coso se engalanaba de ferial. Desde la traída de la Feria de la ermita al pueblo, lo estuvo haciendo en la Plaza de los Naranjos.

A la sazón feria de ganados, buscando amplitud para éstos, se trasladó a El Coso, donde se les dedicaba mucho terreno y en éste se fraguaban esas casetas que, en el lado izquierdo de la fotografía, aparecen alineadas.

Fotografía del ferial en El Coso (sin fecha)

La presencia de reses nos dice a las claras que se fotografía cuando ya había empezado el mercado y, con él, las fiestas. Que lo diga si no, la incipiente actividad de los “caballitos” del centro de la fotografía.

Esos palos “borrachos”, sostienen la iluminación de cabos de cera dentro de los vistosos farolillos de papel rizado, como el carburo daba luminaria a los puestos de chucherías y juguetes.

Son de acusar, entra otras, dos transformaciones habidas de aquel año a este:

Una, el traslado del pilar, que ahora se encuentra colocado más abajo.

Otra, la pérdida de plantaciones de árboles, por aquellos días recién hechas.

Pese a todo, cuanto se ve nos es sumamente familiar y querido y nos mueve a haber tenido la oportunidad de asomarnos, siquiera con la brevedad del tomar una copa, a ese esplendoroso campo “enferiado”.

Enternece contemplar este ferial de principios de siglo. Uno se figura cuando regocijo anegaría el alma del (por sin medios ágiles de comunicación) casi confinado muchachuelo de calzón, entonces, de “pirata”, presto a no perder nada del sonido inhabitual -música, bullicio- del fulgor infrecuente y fantasmagórico de fuegos artificiales, cuyas “ruletas” se ven ya colocadas en esos días feriados.

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