Los conventos de la Orden de San Francisco de Guadalcanal

Convento de San José de la Penitencia

(Transcripción de las Crónicas publicadas por FRAY ANDRES DE GUADALUPE en su Historia de la Santa Provincia de los Angeles, Madrid 1662)

                                                                              Por José Mª Álvarez Blanco

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(Transcripción de las Crónicas publicadas por FRAY ANDRES DE GUADALUPE en su Historia de la Santa Provincia de los Angeles, Madrid 1662)

CARRERA DE SAN FRANCISCO

Los árboles amenos

ensombran el tapial. Pasan los hijos

de San Francisco en descalcez silente

De la cúpula ardida del cenobio

a la muralla mundanal, que senda

para hundirse en su fronda y olvidarse.

Ni el frescor del maizal cala en el hueso,

ni a la oración estorba la mazurca

de la hermana libébula

ni agosto en llamas pétalos

aturde. ¿Pobrecillos

y el mendrugo de paz de cada día

les basta en su retiro para el tránsito?

                                                               Andrés Mirón                                        (Libro de las estatuas de los héroes).

PROLOGO DEL EDITOR

Para muchos guadalcanalenses el Cementerio y la calle Santa Clara (sitios donde estuvieron los conventos franciscanos) tienen un indudable carácter emblemático. Para quienes toda su vida transcurre en el pueblo, el primero de los lugares citados será el pedazo de tierra concreta al que volverán, tras su paso por este valle formado por la Sierra del Viento y la del Agua. La calle Santa Clara, hasta la popularización del automóvil, era el lugar donde se tomaba el Coche Correo camino de la Estación, o sea el inicio de la primera salida hacia la emigración, y de otras partidas hacia la residencia definitiva, y a fin de cuentas, hacia el desgarra­miento de ser y no ser de aquí.

En estos dos lugares, como podrá comprobar el lector que se adentre en las páginas que siguen, tuvo lugar una intensa vida religiosa durante los S.XVI-XVII, bien diferente por cierto, de los eventos que caracterizan la actual. Indepen­dientemen­te de las causas sociológicas e históricas que motivaron la desaparición de los conventos, parece lógico, por razones que son obvias, que dichos cenobios no hayan perdurado hasta nuestros días. Cualquiera que sea la actitud que cada cual tenga ante el fenómeno religioso, estará de acuerdo en que los valores franciscanos de pobreza y humildad casan mal con los que son el norte de la sociedad de consumo en la que estamos inmersos.

 El hecho de que estos textos sólo sean conocidos por los historiadores franciscanos, y no forme parte de nuestra tra­dición, siquiera oral, dice mucho de nuestras carencias y desidias, de las de quienes nos precedieron, y de las de los curas y maestros que por aquí recalaron, y a todos, indivi­dual y colectivamente, nos debería mover a la reflexión. Lo menos que podemos legar a las generaciones futuras es que conozcan sus raíces. Contribuir a esta tarea, rescatando del olvido un capítulo de la Historia de Guadalcanal, es lo que me ha movido a llevar a cabo la presente edición.

Sólo añadiré que he respetado el texto en su léxico y sintaxis, aunque lo he adaptado a la ortografía actual. Unas notas finales, comentan algún vocablo concreto y algunas cir­cunstancias históricas.

DATOS BIOGRAFICOS DEL AUTOR

Fray Andrés de Guadalupe, fue el nombre religioso de quien se llamó en el siglo Andrés Sánchez de Quirós y Sala­manca, nacido en 1602, de padres acomodados, en la monástica villa cacereña. Estudió Humanidades en el Colegio de Infan­tes, que la Orden Jerónima había fundado en Guadalupe en 1510, y que llegó a tener reconocido presti­gio. En 1621 in­gre­­só en el Convento de Santo Domingo de Jarandilla, en la Provincia (franciscana) de los Angeles. Tras cursar Teolo­gía en Belalcázar, llegó a ser Profesor de Filosofía y Teo­logía Mística en la Casa de Estudios de San Antonio de Sevilla.

A lo largo de su vida religiosa obtuvo los oficios y dig­nida­des siguientes: Lector jubilado, Confesor de las Des­calzas Reales de Madrid, Confesor de las Infantas de España, hijas de Felipe IV, Teresa -años más tardes reina de Fran­cia- y Margarita, posteriormente Emperatriz de Alemania, Vicario de la Provincia Franciscana de los Ángeles (1651-1653 y 1655-1658), Vicecomisario General de la Observancia Ultra­montana y Comisario General de Indias desde 1658 a 1668, año en que murió en Madrid. Tres años antes, siendo consecuente con la humildad franciscana, había renunciado al Obispado de Plasencia que el rey Felipe IV le había ofrecido como premio a sus méritos.

Destacó como hombre de excelentes dotes de gobierno e intelectual, pudiéndose decir que con la figura de F. Andrés de Guadalupe, Extremadura se incorpora a la mística española del S. XVII. Hasta entonces había tenido preponderancia lo que se puede denominar una mística de la experiencia, caracterizada por vivencias y contemplaciones de los miste­rios cristianos, que a veces llegaban a traducirse en signos extraordinarios como raptos, arrobamientos, profecías y milagros. En cambio, el S. XVII es la época de la teoría, se pasa a una mística sistemática, que se plasma en Tratados y Cursos de Teología Espiritual, siendo en esta modalidad donde descuella nuestro personaje, creador de la Cátedra de Teo­logía Mística de Sevilla en 1642.

Escribió varias obras de tema místico siendo la princi­pal “Mystica Supernatu­ralis”, texto latino de 292 páginas, impreso en Madrid en 1655. En la Historiografía franciscana, ocupa un lugar destacado su monumental obra HISTORIA DE LA SANTA PROVINCIA DE LOS ANGELES DE LA REGULAR OBSERVANCIA, Y ORDEN DE NUESTRO SERAFICO PADRE SAN FRANCISCO, que se publicó en Madrid en 1662, y cuyas páginas 146-148 y 612-621, que contienen las crónicas de los Conventos de Guadalcanal, se recogen en la esta edición.

CRONICAS DEL CONVENTO DE NTRA SRA DE LA PIEDAD, QUE ESTUVO SITUADO EN DONDE SE ENCUENTRA EL ACTUAL CEMENTE­RIO (PAGINAS 146-148)

 LIBRO QUINTO, CAPITULO VI

Funda el venerable Padre Fray Juan de la Puebla el conven­to de Nuestra Señora de la Piedad de Guadalcanal.

Es Guadalcanal ilustre vi­lla del Maeztrazgo de San­tiago, fun­dada en lo selecto de la Pro­vin­cia, antiguamen­te lla­mada Tur­du­lana, o Bai­touria1 se­gún el cómpu­to de las his­torias fue casi 16002 años antes del naci­mien­to de Cristo. Ha te­nido va­rias for­tu­nas, y se­ñores en tan­tas eda­des, y nacio­nes, que han dominado a Es­paña: por ser abun­dante de mi­nera­les de oro, plata, ha sido codi­ciada por todos. Es fe­cunda en viñas, arboledas, y acequias de aguas; cría ge­­­­­nero­sos vinos, y de singu­lar regalo. Ga­nola por fuer­za de armas a los Moros el año de 1241 Don Rodrigo Yñiguez, Maestre de Santia­go; por lo cual hizo merced de ella a la orden de Santiago el Rey Don Fer­nando: El pri­mero sitio de su fundación primera fue distante una le­gua, donde hoy está en un ce­­rro, que se dice Monforte.

Andaba con los fervores de las fundaciones de su Cus­­­­­to­­dia3 el siervo de Dios Fray Juan de la Puebla en oca­sión, que era Comen­dador mayor de León Don Enrique Enríquez, hermano de Doña Juana Enríquez, Reina de Aragón, y Na­varra, mujer de D. Juan II Rey de Ara­gón. Asistió en todas las conquistas en compañía del Ca­tólico Rey Don Fernando, su so­brino, de quien recibió grandes honras en premio de sus servi­cios. Tenía este caballero ilus­tre, y su mu­jer Doña María de Luna, hija de los señores de Fuentidueña, cor­dial devoción a la orden de nues­tro Seráfico Padre San Francisco, fundan­do algún conven­to de su sa­grada­ Religión para descanso de ellos.

Llegó a Guadalcanal en un viaje que hacía; parecio­le acomo­dado a sus intentos, agradole el sitio, donde había nacido, y criadose su abuelo el Almirante Don Alonso Enríquez4.Trató el caso con el venerable Pa­dre de cuya santa vida, y virtu­des te­nían llena de satis­facción los Reyes Católicos, y él, aumentada con especial amistad suya, refor­zada con el parentesco de su so­brina Doña Teresa Enríquez, Con­de­sa de Belalcázar, hija de su hermano Don Alonso Enríquez, al­canzó el beneplácito del siervo de Dios. Gozoso el Comendador de haber hallado el sitio en sus in­flamados deseos, informó al Pon­tífice Inocencio VIII de la nece­si­dad de la fundación por el in­terés espiritual de los fieles en la doctrina, y ejemplar vida de los Frailes de la Custodia de los Ange­les; visto con evidencia en las demás fundaciones; pi­dien­do a su Santidad diese su bendi­ción, y letras Apos­tólicas, con­cediolas con benignidad de Padre.

            Recibiolas Don Enrique: dilatose su ejecución por andar ocupado con los Reyes en la con­quista de Granada. El Padre Fray Juan de la Puebla pasaba este tiempo en los retiros, y soledad de sus conventos, que tanto lle­naba su espíritu, y fer­vores: por obviar escrúpu­los, originados del valor suyo; porque en ella no se hacía mención expresa de otra ex­pedida por Bonifacio VIII, en que prohibía las fundaciones de nue­vos con­ventos sin dispensación Apostólica, y porque no se­ñalaban lugar, ni Titular para el conven­to, con otras cosas que parecían necesa­rias, recurrió el Comenda­dor el siguiente año por nueva fa­cultad al Pontífice Ale­jandro VI5, español de na­ción de la ilus­tre casa de Gan­día.    

            Diola Su Santidad, con­ce­diendo de nuevo, que para abre­viar la fundación, pu­diese Fray Juan de la Puebla traer veinte Frailes Obser­vantes de cualquiera Provin­cia de ambas familias de la orden, sin necesitar de li­cen­cia de los Superiores. Suje­tole a la Custodia de los Angeles en todo, y por todo, concediendo a los Con­feso­res, que viviesen en dicho convento en todo tiem­po fa­cultad para oír de con­fesión a todos los fieles, que a e­llos llegasen, sin nueva licencia de los Ordi­narios del Priorato; y que pudiesen ab­solverlos de los casos reservados al Ordina­rio por derecho, o por cos­tumbre.

            En virtud de esta se­gunda Bula se pidió licencia al Maestre de Santiago, Don Alonso de Cárde­nas, con la cual se dio principio al convento en una ermita anti­gua de grande devoción, lla­mada Ntra Sra de la Piedad, cerca de la villa: visitá­ban­la devotos los vecinos de Guadalcanal con fre­cuencia. Es salida de buena re­crea­ción, por estar en la ladera de un pequeño monte, cercada de huertas, y arboledas, de­leitable a la vista, y al oído por la sua­vidad de can­tos de diversas espe­cies de sonoras aves. Acabose la fábrica de la Iglesia, y demás vivienda suficiente a los Reli­giosos en la estre­chez, que acos­tumbran.

            Hallábase el siervo de Dios Fray Juan de la Puebla ocupado en Belalcázar; envió por esta causa a Fray Diego de Carabajal con otros Reli­giosos, para que públi­camen­te se tomase posesión del convento en nombre de la silla Apostólica. Hízose el día de San Felipe y Santiago solemnísima procesión desde la Parroquia de Santa María de Guadalcanal al convento con grande concurso; y en este mismo día, año de 1495, se tomó la posesión por el Guar­dián Fray Diego de Cara­bajal, ajustándose a nuestro estado en la forma referida. De todo dio fe, e instrumen­to auténtico Diego de Siman­cas, Notario Apostólico.

            Quedó la Iglesia, y con­­ven­to según el espíritu del siervo de Dios Fray Juan de la Puebla, y de aquellos primeros dis­cípulos, que lo vivieron tan de cerca, y con el mismo celo de pobreza. Extendiase a más la libertad de Don Enrique, y su mujer, sus fun­dadores; disgustaron de lo estre­cho, y pobres edificios: desdijo mucho de lo magnánimo, y grandeza de su ánimo: por esta razón no hicieron allí su entierro6 como lo tenían determinado. ¡Oh si así sucediese en nues­­tros edificios, y con­ventos!. Este fue el espíri­tu de nuestro seráfico Padre San Francisco, aun en las fundacio­nes, que hacen para nosotros los fieles; ¿qué será en las que ha­cemos no­so­tros?. Salió la Iglesia según la idea de la pobreza con discreción, muy fuerte de bóve­da, y paredes; no funda la pobre­za hoy, lo que mañana se ha de caer. En la entrada de la puerta están entre otros escudos las ar­mas reales; a los lados las del Co­mendador Mayor, y su mujer; den­tro en el portal de la Iglesia sobre un arco se ve la imagen antigua de N­tra Sra de la Pie­dad.

            La huerta del convento es capaz de grande recrea­ción de árboles frutales, y parras; es acomodado el so­lar para todo. Tiene una bella fuente, muy co­piosa de aguas claras; está en una gran arboleda de robles al­tos, y hermosos, que compró el Comendador. Da madera con abun­dancia para edificios, y tablas para reparos del con­vento. Diola con esta inten­ción el fundador, y para que sirviese de adorno y,  hermo­sura, y recreación reli­giosa de los Frailes. En el medio de esta alameda permanece una ermi­ta, en la que se ha­cían ejer­ci­cios, como en los demás conven­tos, ya fundados en la custodia de los Angeles.

CRONICAS DEL CONVENTO DE SAN JO­SE, SITUADO EN EL SOLAR QUE DA A LAS ACTUALES CALLES SANTA CLA­RA Y PASEO DE LA CRUZ (PAGINAS 612-621)

LIBRO DUODECIMO

CAPITULO XXV

Fundación del Convento de San José de la villa de Gua­dalcanal

            En la antigua, y famosa  villa de Guadalcanal se fun­dó el último convento de Mon­jas de la Provincia de los Angeles en la forma siguien­te: Jerónimo Gonzá­lez de Alanís, Capitán, y natural de Guadalcanal pasó a las Indias por los años 1538. Después, año 1584 hizo tes­tamento debajo del cual mu­rió en la ciudad de la Pla­ta, Provincia de Charcas, a 19 de Abril del mismo año; ordenó por última voluntad, que de su hacienda se toma­sen 30.000 pesos de plata corriente, se pusiesen en renta, y se fundase un con­ven­to de Monjas de Santa Clara, su­jetas a la Provin­cia de los Ange­les, en dicha villa de Guadalca­nal su pa­tria, y se fundase tam­bién una Capellanía, y un pósi­to7 para pobres.

            Llegó esta cantidad de pla­ta a manos de la hermana­ del tes­tador, patrona y fun­da­dora de toda esta obra; púsose en renta sobre las alcabalas8 de Guadal­ca­nal, Llerena y Azuaga; tomó el censo por su Majestad con comi­sión suya, e hizo es­cri­tura Agus­tín de Binaldo, día del glorioso San Jo­sé, 19 de Enero de 1589. Hízose des­pués la escritura de funda­ción ­con las condi­cio­nes que de ella constan: una de ellas es que se funde una Capella­nía de 400 pesos de princi­pal, y que las Mi­sas se di­gan en el dicho Con­ven­to de Santa Clara por el Clé­rigo, pariente más cerca­no del instituidor; a falta de pa­riente sea por el sa­cerdote secular, que el Guardián nombrare, siendo exa­minado de ciencia, y loa­bles cos­tumbres9; asimis­mo, que al pa­tro­no se le den 100 pesos por modo de sala­rio cada un año con obli­ga­ción de dar al Convento de San Francisco 300 reales para orna­mentos, y necesida­des de los Re­li­giosos; pasó la escritura ante Fernando de Arana, es­criba­no, en 4 de Noviembre, año 1589.

            Por los años adelante de 1591, a 4 de marzo se alcan­zó li­cencia del Consejo de Órdenes para la fundación; notificose al Ca­bildo de la Villa, Curas de las Parro­quias y, a Fray Diego de Es­pínola, Provincial de esta Pro­vincia; el cual con di­cha Catali­na López de Ala­nís, primera pa­trona, y Fray An­tonio Delgado, Guardián de San Francisco, acom­pañados de otros Religiosos, mu­cha gente principal de la villa, fueron a tomar posesión del nuevo convento10. El Provin­cial que lo hacía en nombre de la Provincia, llevaba en las manos una cruz de madera con tres clavos de la mis­ma materia, y tocando una cam­pa­nilla llegaron a las casas de Cristóbal Muñoz, y de Her­nando Rodríguez que ha­bían comprado; cavaron en una parte, y pusieron la cruz, señalando el sitio del convento; tomaron la pose­sión con título del glorioso Patriarca San José; pidieron testimonio de to­do; diole Juan González Hidal­go, Al­calde ordinario.

            En este tiempo era Fray Juan del Hierro11 Provincial, en­vió a Fray Alonso Asparie­gos al con­vento de San Juan de la Peni­ten­cia de Belvis por fundadoras; vi­nieron seis, Isabel del Espíri­tu Santo, Abadesa nombrada, Juana de la Cena, Vicaria, María de la Columna, María de la Transfigura­ción, Dio­nisia de la Encarnación, y María del Pesebre. Llegadas a Guadalcanal, el Licenciado Fer­nando Sánchez Durán con comisión del Provisor de Llerena aprobó la fundación; llevó el santísimo Sa­cramen­to del altar en solemne pro­cesión, y colocole en el lu­gar, que estaba diputado, y pre­parado, y entraron las seis fun­dadoras en la clau­sura 28 de abril por los años de 1593. Este con­vento es muy observante de la Re­gla de Santa Clara, y de Santas costumbres, y ceremo­nias de mor­tificación; no se repiten en sin­gular, por quedar escritas en la funda­ción del convento de San Juan de la Penitencia de Belvis, de cuyo espíritu y celo es hijo, y discípulo es­te con mucha reli­gión, y ejemplo.

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LIBRO DUODECIMO

CAPITULO XXVI

            Vida, y muerte de la sierva de Dios María de San Ildefonso, y otras Religio­sas del convento de San José de Guadalcanal.

            Nada puede el hombre sin la gracia; pero con ella puede mucho bueno, sino la deja ociosa; es po­deroso a caminar largo viaje en breve tiempo por los caminos de la eternidad; en la parábola de  la viña caminaron los últi­mos tan­to como los primero, recibien­do igual premio de vida eterna para su trabajo. El último con­vento de Reli­giosas de esta Pro­vincia de los Angeles es este del glo­rioso San José; pero no lo ha sido en la Religión, y ob­servan­cia; ha tra­bajado esta viña el Señor, dando muchos y sazonados frutos de ben­di­ción con fervor; ha dado al cielo muchas vírgenes ador­nadas de virtudes y, santa vida.  

            Una de las principales fue la sierva de Dios María de San Ildefonso, hija de no­bles padres, natural de la villa de Guadalca­nal; des­pués que recibió el hábi­to, se olvidó del mundo de suer­te, que dió muestras claras de haberle olvidado de cora­zón ente­ro. Retirose en la clausura, y convento a vivir con sólo Dios; aunque tenía hermanos y parientes princi­pales, ni los veía, ni tra­taba; así se abstrajo su ánimo de las criaturas; de­cía, que para eso las había dejado, que se lle­van el tiempo, y sus conversacio­nes no ayudan al espíritu, antes le distraen, y le detienen en lo bueno, sino le pierden en lo ma­lo; huyolas como contagio, pres­to, y lejos de ellas.

            Entregose a la obser­van­cia de su regla cuidado­sa; seguía la comunidad la primera; todas las semanas del año ayunaba tres días; guardó esta virtuosa absti­nencia hasta morir; por cas­tigar la carne y, mortifi­car sus desor­denados apeti­tos la atormentó con cilicio duro, y penitente en to­dos tiem­pos, y con prolijas dis­ci­plinas; temíale como ene­migo doméstico, y como tal le trató, quitándole las fuerzas. Todos los  Viernes, y otros días de la sema­na andaba las estaciones con una cruz pesada sobre sus hombros, y algunas veces las rodillas desnu­das sobre la tierra por más peni­tencia; en estas estaciones iba con la consideración en Cristo nuestro Redentor, cuando llevó la cruz por las calles de Jerusalén, dando alma a la exterior obra con la in­te­rior del espíritu, y bue­nos afectos.

            Erale fácil, porque desde los primeros pasos en la Religión se ejercitó en la oración mental; siendo Novicia, cuando la comuni­dad dormía, se levantaba al coro para orar más, y con más quietud; y como aquí se aprenden humildad, cari­dad de próximos, y silencio; habiendo cumplido con las horas determinadas, se iba a la cocina, fregaba la lo­za; hacía lumbre a las coci­neras y barría, y aseaba esta hu­milde oficina: en amane­cien­do el día barría tam­bién el convento. Exten­diose su ca­ridad piadosa hasta las cri­a­turas, que carecen de ra­zón; cuidaba de dar de comer a los animali­llos del con­vento, regaba las hierbas sil­vestres; y preguntándola una Re­ligiosa, porque traba­jaba no sien­do de provecho, respondió: por­que son cria­turas de Dios y en su modo le alaban. Obser­vó en todos tiempos silen­cio; hízole gran provecho al es­píritu; asis­tía a su Crea­dor con pureza de ánimo con conti­nuación; no fue podero­so el Demonio para impedir­le este ejercicio interior, aun­que le aparecía en figura de un fiero negro, o de otros ani­ma­les; por el mismo caso que conocía las argu­cias diabó­licas, tenía más oración, y más atenta, sin hacer reparo en las figuras, ni en bra­mi­dos, ni voces, que daba.

            Con ansias de amar a Dios con desnudez de espíri­tu, sin afecto a cosa terrestre, y con entero cora­zón la hacía cuidado un poco de divertimiento humano lí­cito, que tenía: pidió a Dios que, si no era de su agrado, la diese a entender su santa volun­tad. Estando orando en esta peti­ción se, se vio a si misma trans­pa­rente como cristal, y que den­tro de su pecho estaba Cristo nuestro Redentor en forma de Na­zareno, y que arrancándola el co­razón de su lugar se lo enseñó diciendo: Hija, si me quieres a­gradar, has de estar tan desasi­da de todas las cria­turas, como está este cora­zón fuera de su lugar; desde entonces se halló li­bre de su cuidado, dejando lo lícito por lo que tenía de natu­ral, y propio, con la ­desnudez de lo criado, que deseaba; dieronla a co­nocer, como en la perfección emba­ra­za un pelo, que sea con­tra la perfección.

            Oyendo Misa un día con­tem­plaba en el misterio ­de­vo­­­­­­­­­­­ta vio, que después de las pa­labras de la consagración estaba en el cáliz la sangre de Cristo, en quien se ha­­bían convertido el vino, y agua: adoró tan precioso te­soro de nuestra redención con suma reve­rencia de su alma con otros sen­timientos afectuosos; oyó tam­bién una música de Angeles, asis­ten­tes a Dios sacramentado, hasta que el sacerdote con­su­mió ambas espe­cies; no ha­llaba comparación para ex­plicar la dulzura de la mú­sica; era del cielo, y no la hallaba en la tierra; por­que no la hay.

             Visitola el Señor amo­rosa­mente antes de morir con una gra­ve enfermedad algo prolija; fue obra de su amor, porque la dió pacien­cia, y purgó con ella las virtudes, dándolas nuevos real­ces: llegando ya a lo último de su vida, la favo­reció el Señor con suaves consolaciones de espí­ritu, y con visiones de coros de Angeles, según ella lo reve­ló a persona confidente su­ya. Recibi­dos los sacramen­tos, pidió con instancia a las Religiosas, la dijesen la protestación de la fe, que ella tenía hecha; hízo­la con ellas, y pidiendo la encomendasen a Dios, entregó su espíritu año de 1631, de su edad cincuenta y cuatro, y de Religión, treinta y cinco.

            Parece, que después de muerta quiso el Señor acre­ditar su vida ejemplar; una ­pobre mu­jer, llamada Isabel González, se ha­llaba agrava­da con una recia ca­lentura, y peligrosa disípu­la12 en la cabeza; diéronla una mante­lli­na13 del uso de la sier­­­va de Dios; púsosela con fe sobre la cabeza , y sanó perfectamente de sus acci­dentes. María de Soto hija de esta mujer tenía tercia­nas, que la afligían dema­siada­mente, enco­méndose a la venerable Madre, pidién­dola con lágrimas alcanzase de Dios la librase de su enfer­medad; fue eficaz la oración, porque luego se ha­lló sana.

            Nació en la villa de Gua­dalcanal María del Corpus Chris­ti, hermana de la vene­rable Madre Leonor de San Bernardo (de quien se tra­tara presto): fue la sierva de Dios María del Corpus Christi observantísima de su instituto, y regla; doto­la su Majestad de cla­ro in­ge­nio, de don de consejo con caridad a los próximos. Asistía a los afligidos, y desconsolados con tanto amor, y razones de con­sola­ción, que salían alegres, y aliviados de sus afliccio­nes, y pesares; de estas obras de mise­ricordia hizo muchas; con la ob­servancia regular, y oración cre­ció su espíritu en virtudes; fun­do­se bien; ya bien fundada, hizo prueba el Señor de las mayores en su sierva.

            Diola una enfermedad, que duró catorce años, gra­ví­sima en si, y en las cir­cunstancias, ha­llose tullida de la cintura hasta los pies, llagose con llagas en­canceradas, padeciendo terribles dolores; ya por estar muy sensi­bles; ya por las curas, cortándo­le peda­zos de carne, hasta los de­dos de los pies enteros. Terri­ble era este tormento para la car­ne, más terrible el de su re­cato, y honesti­dad, porque llegó a lo ma­yor, que en esta materia puede suceder una virgen pura, ho­nesta; aquí padecía el alma con la vir­tud de la pudicia; fue rara su pacien­cia, constante en tan peno­sa cruz; gozaba el alma una quie­ta paz con igualdad de ánimo siempre, agradecida a Dios, que así la ejercitaba.

            Superior el espíritu a todo padecer, no se le oyó quejar ja­más, por no dar alivio a la natu­raleza, y dar este quilate más a la paciencia; decía a Dios in­fla­mada la mente: Señor mío, y amo­roso Padre, si sois servido, ven­gan más trabajo a vuestra escla­va; todavía tengo manos, y brazos que podais tullir, ojos, cara, y otras partes que llagar; todo es vuestro, nada mío, sino solo para daros lo con resignación entera; todo lo toleraré por el amor que os tengo, si me asistis con el auxilio de vuestra divina cle­men­cia. ¡Oh fuerte espí­ritu, li­bre de pasiones, oh admirable pacien­cia, que pide más materia para su e­jer­cicio, teniendo tan­ta!

            Ni los dolores, ni las de­más penalidades de tan larga en­fermedad la impedían para la ora­ción mental; vacaba14 a ella todo lo demás del día, y de la noche: decía, que con aquella sustancia  vivía su alma, y que con la for­taleza de tal sustancia llevaba su padecer resignada, y que por más necesitada la buscaba cuida­do­sa. En este continuo ejercicio interior buscaba con recato el silencio exterior; no se le oía palabra ociosa; por guardarle con más perfección, y no molestar las enfermeras, no manifestó muchas veces algunas necesidades que padecía.

            Atendía Dios misericordioso el celo de su silencio en seme­jan­tes aprietos; inspiraba in­terior­mente a las enfermeras (y muchas veces las despertó) para que socorriesen las necesidades, que la enferma no decía: tenía premio el silencio con guardarle, y socorría la divina providencia lo que necesitaba la humildad. Tenía también ratos destinados todos los días para comulgar es­piritualmente: hacíalo con ac­tos fervorosos de fe, y caridad, siendo materia de oración profun­da; por oración vocal rezaba el Rosario entero de Nuestra Señora con otras devociones. En tan no­ble empleo ocupada, llena de vir­tudes, acrisoladas con tan singu­lar paciencia en tantas tribula­ciones pasó de esta mortal vida a la eterna por los años de 1631.

            En este religioso convento vivió también la sierva de Dios Constanza de San Jerónimo; fundó su virtud en el fundamento sólido de la observancia rigurosa de su regla, y en sequela15 entera de la comunidad; atendía a lo prin­ci­pal, y primero de la vida reli­giosa: las virtudes más sobresa­lientes, que añadió, fueron la oración con perseverancia todos los días sin dispensación, por ocupaciones que ocurriesen. Cre­ció su alma en ella; de aquí sa­caba calor, y enseñanza, para andar en presencia de Dios con tal silencio, que apenas hablaba lo necesario, así conservó el espíritu, sin desperdiciarse por la lengua. Amó la tanta pobreza, contenta con padecer necesidades, y dejándolas padecer a la natura­leza; porque supiese, que era pobreza; corta es la que no las pa­dece; murió víspera de Nuestra Señora de la Asunción, de quien era especial devota, año 1614.

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CAPITULO XXVII

Vida y obra de otras siervas de Dios del convento de San José de Guadalcanal.

            La venerable Madre María de San Diego fue natural de la villa de Guadalcanal; prevínola la di­vina gracia desde su niñez, criándola el Señor para su casa con propiedades acomodadas a sus ocultos secretos: era inclinada al recogimiento interior, teníale sin entenderlo algunas horas del día. Aplicose a las cosas de Re­ligión, llamada con fuerza oculta al estado de Monja, con deseos fuertes de ejecutarlo: con esta mira vestía honestamente, renun­ciando las galas decentes a su estado; con el santo desengaño conoció las vanidades del mundo, y tratábale como desengañada; dilatábase la fundación de este convento; afligíala la dilación, padeciendo su afecto, y la espe­ranza en lo que tan vivamente de­seaba.

            Estando un día en su orato­rio, donde hacía sus ejercicios virtuosos, pidiendo ansiosa a Dios, cumpliese los deseos, que por su piedad le había dado, oyó esta voz clara: Ten confianza, Fray Juan lo hará: quedó confor­tada, aguardando el cumplimiento de la promesa. A pocos tiempos vi­no a Guadalcanal Fray Juan del Hierro, que era Provincial, en cuyo tiempo se hizo la fundación del convento: reparó atenta a la voz, que la había hablado, y co­nociendo el misterio, tomó el hábito día de San Diego por los años 1593.

            Como había sido la vocación tem­prana, y verdadera, creció en virtudes religiosas; porque no la dejó resfriar, ni perdió tiempo en la Religión, viviendo en ella veinte y siete años  en observan­cia pura de la regla, en obedien­cia pronta a los Prelados, en ayunos, y abstinencias. Ayunó las Cuaresmas, los Advientos mayores, y el de los benditos con un poco de pan, y hierbas cocidas; gran amadora de la pobreza; vestía el hábito más pobre, lo mismo hacía en las cosas de su uso; era el afecto igual a esta virtud tan necesaria en una Religiosa. Tenía una limosna anual, gastábala en cosas de culto divino, y en soco­rrer necesidades de sus prójimos, y todo el trabajo de sus manos; guardaba la estrecha pobreza, y ejercitaba la virtud de reli­gión,  y de la caridad con mortificación de la carne.

            No fue menor en la humildad de ánimo, y conocimiento propio; sentía de si bajísimamente, dili­genciaba las acciones más humil­des del convento, hacíalas con tanta reverencia, y devoción, que causaba, en quien la miraba, lá­grimas devotas; obraba con esti­mación de la virtud, y con espí­ritu en ella, tenía por corto tiempo, el que gastaba en la ora­ción del día, quedábase después de maitines en el coro hasta pri­ma orando. Fue fervorosa, y en­cendida en este ejercicio, y en él mereció ser muy favorecida de Dios: un día sintió nuevos fer­vores, y devoción, y vio en vi­sión imaginaria a la imagen de Cristo Nazareno, que entrando en un jardín ameno de hermosas flo­res, cortó una, y se la llevó con­sigo, y desapareció la visión: entendió, que su muerte estaba cercana; por lo que se dispuso con especial cuidado para ella, no desperdiciando el aviso piado­so, fue a pocos días por los años de 1620.

            Floreció en estrecha obser­vancia de su regla la sierva de Dios Juana de Santa Clara, fer­vorosa en ella, y en las santas leyes, y ceremonias de la Reli­gión; dada a la oración con espe­cial empeño, y constancia: apren­dió en esta escuela muchas virtu­des, y las ejerció; pasó la ense­ñanza a la obra; guardó el silen­cio cuidadosa, y con el silencio pureza de corazón; temerosa de no quebrantarle traía en la boca una­ piedra para despertador de la razón, y freno de la naturaleza, tan fácil a hablar sin necesidad. El recato, y honestidad fueron admirables; en veintisiete años, que vivió en la Religión, no la vio hombre su rostro; decía, que tocaba esto a esposa de Cris­to, a quien se había consagrado toda en­tera; y que aún en esto quería  serle fiel; es muy delicada la flor de la castidad, suele peli­grar por la vista, y marchitar­se, sino se pierde.

            Amó también la virtud de la pobreza, como único patrimonio de una Religiosa; vestía pobre hábi­to, y remendado, al mismo paso eran las cosas de su uso; era uniforme en la virtud, porque era entera la pobreza; la limosna anual, que la daban con lo que adquiría de sus manos, gastaba en corporales, palias16 y ornamentos de altar por culto a Dios Sacra­mentado, y por quedar más pobre. Castigó la carne con abs­tinencia, y penitencia; los ayu­nos de Cua­resmas, y Advientos hacía a pan, y agua; no conoció cama después de maitines; vaca­ba a la ora­ción, y hacía ás­pe­­ras disciplinas hasta prima.

            En tiempos de mayores fríos se desabrigaba para padecerlos más; en los tres días de la sema­na, que hace en tiempos de Cua­resma la comunidad las estacio­nes, des­nudas las espaldas se azotaba con cordeles hasta verter sangre a imitación de Cristo nuestro Re­dentor, y por su amor, causando en el ánimo de todas di­versos afec­tos devotos; en vida tan regular, y virtuosa mu­rió en el Señor, año de 1614. Hallábase a la sazón orando en el coro una Religiosa de aprobada virtud, y vio pasar por la Igle­sia un globo de hermo­sas luces; persuadiose había expi­rado, fue al punto a la enferme­ría, y ha­llola difunta. A esta sierva de Dios siguió en la  ­vir­tud, y san­ta vida la venerable Madre María Evangelina, fue her­mana en la secuela de espíritu, como lo fue en la sangre, unié­ronse uniformes con igualdad en todo; por lo cual no se repiten sus vidas, y virtu­des quedan di­chas en lo referido bastantemen­te, siendo las mismas en vida, y en muerte.

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CAPITULO XXVIII

            Prosigue la vida y muer­te de otras siervas de Dios del con­vento de San José de Guadalcanal.

            Es admirable Dios en sus    ­consejos; fuelo con su sierva Isa­­­­bel de la Encarnación, natural de la villa de Guadalcanal; lla­mose en el siglo Doña Isabel de Tamayo, y Pineda: desengañada lo dejó con libertad santa, superior a sus comodidades17: tomó el há­bi­to siendo de las primeras, que le vistieron en este religio­so con­vento; fue también la pri­mera en el camino de la virtud, ayu­dando con su ejemplo a vencer muchas dificultades, que se opo­nen en los principios de obras grandes. Tuvo fuerte resolución en lo bue­no, siendo más loable, cuanto más difícil: dió norma de observancia perfecta en el esta­do, y santas leyes, y en la vida interior del espíritu; concibie­ron todas gran­des esperanzas de su virtud, y Religión, según los principios tan fervorosos, y bien fundados; pero la divina sabidu­ría por sus secretos fines la dió tan breve vida en la Religión, que sólo vi­vió en ella dos años, habiendo caminado mucho en servi­cio de Dios.

            La venerable Madre Isabel de Buenaventura fue una de las Re­ligiosas perfectas, que crió esta santa comunidad: resplande­ció en singular paciencia, humil­dad, y pobreza estrecha: a los primeros pasos de la Religión si-guió el camino de mortificación dura a la naturaleza, y amor pro­pio; dejá­base culpar, aunque ino­cente de culpa; no se defendía, ni excusa­ba; sentía la humanidad el que­branto, tanto mayor, cuanto se conocía la injusticia en los cargos; hacía la razón su oficio  castigándola con el cilicio; lo mismo hacía en los agravios atan­do la irascible en la venganza; no contenta con esto se iba al coro, y con caridad fervorosa pedía bienes eternos para sus ofen­sores; consiguió la mortifi­cación, y amor fraternal con sus pró­jimos.

            Por lo encendido de la ora­ción, y perseverancia en ella re­cibió del Señor favores celestia­les; estando en el coro un día embebida en este trato interior con su Majestad vio la sepultura abierta, y su entierro, como ha­bía de suceder; el día siguiente le sobrevino una calentura, y última enfermedad, contestando con ella la visión; conociose moría; recibió los santos sacra­mentos con tiernos, y amorosos sentimientos de su alma. Habíala ordenado la Abadesa, que por cada hora del oficio divino dijese una vez Jesús; llamó a las Religio­sas, para que le ayudasen a rezar vísperas, completas, y mai­tines; prosiguiose con el rezo, y ha­biendo rezado con ellas los mai­tines, dijo; quédese aquí, porque fiada en la misericordia de Dios tengo de rezar las laudes en el cielo; sin más dilación ex­piró año de 1627; corridos veinte, y cuatro años después de di­funta se ha­lla­ron los miembros de su vene­ra­ble cuerpo tan trata­bles, como lo es­taban vivos.

             Recibió el hábito humilde de Santa Clara en este convento la sierva de Dios Antonia de la Trinidad, natural de la villa de Guadalcanal, hija de padres prin­cipales, fue la segunda Monja de la fundación; en la sequela de las comunidades era singular, con especialidad en el oficio divino en el coro, no la relajó jamás, sólo la enfermedad de cama la im­pidió. Aplicose mucho a la ora­ción mental, seguíala con igual­dad todos los días; aprove­chó en ella por atenta, y perse­verante; acompañó esta virtud con la peni­tencia: todos los días se daba una disciplina penosa, por purgar las faltas que hubiere cometido en las obligaciones de cristiana, y Religiosa; si por enfermedad gra­ve no podía hacer este ejerci­cio, después con la salud le du­plica­ba, hasta que supliese los días, que había es­tado enferma: no to­maba en cuenta la legítima excusa de enferma, por no perder la cuenta de la penitencia, y por no dejar des­cansar la carne ene­miga del espí­ritu, y tener libre, y señor al espíritu contra la car­ne. En las estaciones ordinaria­s, que hacía la comunidad era singular en las penitencias, lle­vando una cruz pesada sobre sus hombros, tanto que excedía a las fuerzas naturales, más no a lo fervoroso de su amor a la peni­tencia; diole Dios el mérito de la obediencia, siendo dos veces Abadesa contra su voluntad. Fue gran­de el sacri­ficio, como lo es un ánimo desen­gañado, y desnudo de temporalida­des: con fidelidad, equidad, jus­ticia, y ejemplo lle­nó su minis­terio; y murió en san­to fin por los años de 1621.

            Descansa en paz en este monasterio el venerable cuer­po de la sierva de Dios María de la Cruz, cuya patria fue Guadalca­nal, hija de padres principales en aquella república: aunque po­día tener estado con decencia, y comodidades en el siglo, se negó a todo por Dios, eligiendo vida regular, y religiosa, sujetándose de buena voluntad a seguir a Cristo en ella; su vida dió tes­timonio claro de su vocación ver­dadera, y sencillo fin de la ver­dad. Aprobó con ejemplo en obser­vancia de su profesión, y peni­tencia, con cilicios, y discipli­nas; los ayunos de Cuaresma, y Adviento eran de pan, y agua, y todos los Viernes, y Sábados del año; tenía especial devoción en el oficio divino, porque le paga­ba en el coro, y fuera de él con atención interior a Dios, con quien hablaba;no faltó a esta obligación aun en tiempo de en­fermedad: murió loablemente año de 1614.

            Nació en Guadalcanal de padres principales la venerable Madre Isabel Bautista: fue Reli­giosa observantísima de la Regla; y muy celosa de la Religión, y santas leyes; con la oración, y tan sólido fundamento, en que se había fundado su alma alcanzó gran odio de si misma, mortifi­cándose, como se aborrecía, con vida penitente; consiguió vivo desprecio de todo lo caduco de este mundo con ansias de ver a Dios, pedíaselo repetidas veces, si era su santa voluntad. Estando un día orando delante de una san­ta Verónica, pidiéndolo con fer­vor de espíritu; la reveló el Señor el día de su muerte; reci­bió su alma sumo gozo, con él se lo dijo a la Abadesa, dispúsose fervorosa. Diole la enfermedad última, y llegando cercana a la muerte, pidió a las Religiosas le ayudasen a cantar el Te Deum lau­damus, en acción18 de gracias de que se acerca­ba la hora de ver a Dios cara a cara, como lo espe­ra­ba por su bondad; cantole con la comunidad rebosando la alegría de su alma en la exterior de su ros­tro, con la cual expiró feliz­men­te, el día que señaló la reve­la­ción.

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CAPITULO XXIX

            Vida, y muerte de la sierva de Dios Leonor de San Bernardo

            Esta venerable Madre, y sierva de Dios tuvo por patria la villa de Guadalcanal, sus padres fueron Pedro de Bonilla Ramírez, y Doña Beatriz de Carraco, de lo principal de la república; nació día primero de marzo, año 1581. Cuidaron de su crianza, para cum­plir con las obligaciones, en que los había puesto el Señor, entre­gándoles un alma criada a su ima­gen, y semejanza, para gozarle en la gloria; ilustraron su entendi­miento en los misterios de la fe, aplicaron su voluntad a la vir­tud, dando reglas para el ejerci­cio, y ejemplo con su obrar, por­que eran buenos Cristianos y vir­tuosos.

                        Grabose la doctrina en el ánimo sencillo de la niña, y co­pió de modo la virtud, que mira­ba en sus padres, y maestros, que excedía en el entender, y obrar a la edad tierna; son fuertes las primeras impresiones en las almas inocentes de los niños; quedó po­seída la suya en lo bueno; obró también Dios con sus auxilios al amanecer de la razón. Procedía la niña con tanta madurez, y peso, que ya parecía maestra en la vir­tud; a los doce años de su edad comenzó a tener oración mental, la materia ordinaria de la medi­ta­ción era la pasión de Cristo nuestro Redentor: halló tanto jugo su espíritu en ella, y sen­tía tan tiernos afectos, que al­canzó don de lágrimas continuo con abundancia, no sólo en la oración, sino siempre, que la reducía la memoria; encendíase el fuego interior fácilmente, porque estaba la memoria dis­puesta; los mismos efectos, y lágrimas tenía las veces, que recibía a Dios sacramentado, o se ponía en su presencia.

            La continuación de orar fue notable, tenía todos los días ocho horas de oración con perse­verancia; de esta fuente sacaba luz para las virtudes, y calor para ejercitarlas; no era estéril su oración porque por devota, y prolija mereció fecundar con ella el espíritu; en esta forma de vida, más divina, que humana, llegó a edad de veinte, y cuatro años con grandes mortificaciones, ayunos, y disciplinas con otras obras buenas. Reconocía las mer­cedes, que Dios la hacía, hacían peso en su corazón agradecido para la correspondencia de su parte; consagró a su Majestad su pureza, y alma, haciendo voto de castidad, y de hacer lo que cono­ciese ser de su santo servicio. Hallose llamada con secreta fuer­za a la Religión; puso los medios posibles con sus padres para la ejecución; no lo consiguió con ellos; fue la mortificación sen­si­ble, obedeciolos mortificada por Dios, dejose gobernar por su providencia, rendida a su deter­minación.

            Deseosa de vivir vida Reli­giosa en lo posible, dio la obe­diencia a su Confesor, y Maestro espiritual; nada hacía sin su or­den, y nada dejaba que hacer que la ordenase; como era la obedien­cia de voluntad, no conocía la voluntad detención, ni faltas en la obediencia. Conociendo su pu­reza, y frutos de su alma en la sagrada comunión; mandó comulgase todos los días, medíase con el espíritu de la discípula el Maes­tro, y hacía, que caminase con frutos celestiales hacía las co­muniones obediente con sentimien­tos tiernos inflamados de su al­ma, acompañados de co­piosas, y suaves lágrimas de los ojos hasta la tierra, y hallándose indigna de tan singular beneficio, se conocía humilde: refería a su Criador la obra, y con amorosos afectos le rendía gracias, pi­diéndole su divina luz para ha­cerlas con todo acier­to.

            Entregose a la penitencia, y abstinencia; desde la edad de veinte, y cuatro años, no vistió lienzo; castigó la carne con ci­licios, y disciplinas; no comía carne, los ayunos de Cuaresma, y Adviento, y vigilias hacía co­miendo un poco de pan, y unas hierbas; hízose raro ejemplo de santidad al pueblo. Muchas donce­llas principales le comunicaban sus ejercicios interiores, y se­guían sus consejos de vida: con las experiencias propias las in­ducía a la oración mental con reglas acertadas a la sagrada co­munión, y penitencia; cogió co­piosos frutos para el cielo su doctrina, y ejemplo, ocho de ellas alcanzaron el desengaño del mundo, y volviéndoles las espal­das se consagraron a Dios vírge­nes en la Religión; ¡que admira­ble es Dios con los justos!. !Y cuanto vale un justo en una repú­blica¡. Son instrumentos eficaces para sus altos fines.

       Andaba ordinariamente des- ­calza, penitencia penosa, por ser aquella región muy fría; con cul­to religioso veneraba a los Sa­cerdotes, por ministros de Dios con potestad para consagrar la hostia sagrada, y darla a los fieles: tenía a su cuidado el adorno de altares, e Iglesias lavaba, y aseaba los corporales, albas, y manteles, y amitos por sus manos. Dió testimonio claro de discípula de Cristo en el amor de los prójimos; amolos como a si misma: andaba en su amor, como Cristo anduvo en el nuestro; no se le sigue a tal Maestro de otra manera.

            Vencía las dificulta­des de ser doncella principal, y dejar el encierro honesto de su casa, por asistir, y visitar los enfer­mos pobres, llevábalos regalos, curaba sus llagas, hacíales las camas con otras acciones carita­ti­vas, que aliviaban sus traba­jos, y socorrían sus necesidades, con tal fervor,y palabras de con- suelo, que hacía devoción a to­dos. Entrando en la Iglesia un día, vio que estaba un pobre des­calzo, lastimados los pies, ha­ciendo oración; llegose cerca, y con recato de que nadie la viera, hincada de rodilla se los besó, bañada en lágrimas devotas, con­siderando en él a Cristo pobre, y necesitado. Otro día en la misma Iglesia una mujer muy pobre, y desnuda, tomándola de la mano la entró en una capilla retirada, y la dió, como otro san Martín, parte de sus vestidos, con que cubriese su desnudez. Todos los Jueves Santos juntaba en su casa las mujeres pobres, que podía, de rodillas en tierra les lavaba los pies con mucha ternura de ánimo, porque lo hacía con meditación de lo que hizo Cristo la noche de la Cena con sus discípulos; después les socorría con limosnas. En es­tas obras de caridad discurría continuamente buscándolas, para ejercitarlas con corazón fervo­roso, y pacífico: amó a sus her­manos con orden recto, y bien ordenado, y así gozaba los efec­tos de caridad, que por perfecta permaneció hasta la muerte, era por Dios, y tuvo permanencia, como amistad verdadera.

            Abominaba el ocio contrario al espíritu, y raíz de graves daños; por esta razón, y por hu­mildad el tiempo que quedaba de oración, y ejercicios gastaba en las acciones humildes de la casa, aunque había criadas, para ello diputadas. Pusose una noche a hacer el amasijo ordinario para la familia, por tener tiempo para sus santos ejercicios, no le dió bastante para sazonarse la masa, y encender el horno; entrose en su oratorio, salió a breve rato, y llegando a ver el pan, le saca­ron cocido, y sazonado.

            Aunque en vida tan ejem­plar ocupada, vivía en su corazón ar­diente el deseo de ser Religiosa; puso calor, no halló dificulta­des, porque había llegado el tiem­po destinado de la divina providencia, habiéndole diferido para provecho espiritual de mu­chos en el siglo; recibió el há­bito de este Santo Convento de San José de Guadalcanal con altos júbilos de su alma, vién­dose en la ­posesión del tesoro de tantos años deseado; corría el año del noviciado perseverando en sus ejercicios, dándoles nuevos qui­lates  en la ejecución y obedien­cia regular, y loables, y santas obras de la Religión. Llegando el tiempo de la profesión padeció gravísimas sugestiones del Demo­nio, persuadiéndola a que dejase el hábito, con pretexto de hacer las buenas obras en el siglo, que en la Religión no podía; afli­gio­la este ejercicio interior nota­blemente, poniendo dudas en la resolución; venció al enemi­go, profesando con especial apre­cio estado tan alto, y devoción de corazón.

            Comenzó a seguir a Cris­to, como si entonces diera principio a la virtud; ansiaba guardar la primera Regla de santa Clara; con licencia del venerable Padre Fray Juan de la Palma, Provincial a la sazón, usaba sandalias con los pies descubiertos; traía el ros­tro cubierto con el velo a todas horas. Con ardiente espíritu mul­tiplicaba penitencias: hallándose sola en el dormitorio se crucifi­caba en una grande Cruz, que te­nía a la cabecera de la cama, por largas horas; dormía abrazada con otra más peque­ña; era la Cruz en el padecer, y en la compañía su descanso, porque amaba padeciendo y contemplando en ella. Traía ce­ñidos en diversas partes del cuerpo tres ásperos cilicios, ha­cía todos los días una áspera disciplina de sangre, aunque la comunidad tenía las ordinarias; casi todo el año ayunó comiendo poco pan, y agua muchos días; consiguió el espíritu gran paz interior de potencias, porque con la penitencia tenía sujeta la carne, y sus pasiones a la razón, no le hacía guerra, antes era compañera para la virtud.

            Con tan áspera penitencia traía robado el color del rostro, y macilento el sujeto; siempre que comulgaba (era todos los días) se inflamaba tanto el alma con los tiernos sentimientos de la presencia real de Cristo sa­cra­mentado, que saliendo el fuego a lo exterior, aparecía en ambas mejillas una rosa colorada, tan encendida que parecía brotar la sangre viva por ellas; duraba todo el tiempo, que daba gracias.

Asistía en la oración de rodillas muchas horas; sucedió un Jueves Santo estar en esta forma desde prima noche en el Coro hasta las tres de la mañana; luego se dió larga disciplina, y volviose al puesto, donde oraba, perseverando de rodillas, hasta que se acaba­ron los oficios divinos, y proce­sión de aquel día.

            Mereció de la divina mise­ricordia tal pureza de alma, que en toda su vida no perdió la gra­cia del bautismo; testificolo su confesor Fray Francisco de Pedro­che; hizo aprecio de tan gran tesoro, participación de la divi­na naturaleza, y vestido de los desposorios eternos de la gloria; guardole cuidadosa, y aumentole con continuación de virtudes. ¡Que dicha de la criatura, que quiere bien a su Criador, no ofen­derle en cosa grave, ni per­der su amis­tad, y servirle, desde el uso de ra­zón con heroicas vir­tudes hasta la muerte! !Y que favor tan sin­gular del Criador con su criatu­ra¡.

            Otros bienes, y misericor­dias recibió de su mano liberal; faltó un día el Confesor, por haber ido a negocios del conven­to; viendo, que no había orden de comulgar, se fue al Coro a orar; estando en la oración, haciendo comunión espiritual amorosamente, ya que no podía otra cosa, vio que de un Crucifijo, que allí estaba salió una luz en forma de estrella resplandeciente, y se puso sobre sus labios; pasó al corazón su luz, y ardor, ilus­trándose con la visión  el enten­dimiento con noticias de pro­fun­dos misterios, y penetrando la voluntad con amor de Dio, de mo­do, que en muchos días andaba como enajenada, embebida en lo mismo. Traía la causa la eficacia que su Majestad le había dado, y permanecían de espacio sus admi­rables efectos; tuvo también don de profecía, como se vio en algu­nos casos; estando en el Coro un día en oración llamó a otra Reli­giosa, que se hallaba en él, y la dijo: hermana encomendemos a Dios un tío mío, porque está en graví­sima necesidad, no habiendo sabi­do antes más de que estaba enfer­mo; ejercitaron la caridad ambas pidiendo al Señor el soco­rro; en­viaron luego a saber como esta­ba, y le hallaron agonizando en los brazos de la muerte.

            Estando otro día en el Coro ­ta, y junto a ella una Monja amortajada, Vicaria del convento a la sazón; consultó la visión con su confesor, pidiendo consejo de lo que había de hacer: díjola, que la avisase con discreción para bien suyo; hízolo así; reci­bió el aviso como persona desen­gañada, que no tenía raíces en la tierra; aprovechose de él, dis­poniéndose más cuidadosa para la cuenta, y murió a pocos días. Había sucedido antes de esta otra muerte  de una Religiosa; afli­giéronse las demás, haciéndolas temor: hablando con su confesor la venerable Madre, le dijo: Mu­cho se admiran las siervas de mi Señor de dos muertes; pues en este verano han de morir cinco: Sucedió, como lo profetizó; mu­rieron cuatro, y después le dió a ella la última enfermedad: fue singular  el gozo de su alma; viendo se llegaba la hora de ver a Dios cara a cara en los cielos, donde en esta vida tenía su con­versación continua; recogiose en lo interior; recibió devotísima los santos sacramentos con júbi­los, y regalos celestiales, y di­vinos. Cantando el Credo con la comunidad con actos vivos de fe, esperanza, y caridad entregó a su Criador el espíritu puro, y lleno de virtudes, año 1628, día de las once mil vírgenes, para recibir la corona de la justicia, prepa­rada por Dios para los justos, que le aman de corazón entero, y corren con fidelidad la carrera en su servicio con tal perseve­rancia final. Sea glorificado en sus obras con sus siervos, y ami­gos; a quien como fuente de todo bien, sólo sea la honra, y gloria por todos los siglos de los si­glos. Amen.

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TEXTOS DE LAS BULAS PONTIFICIAS DE LAS FUNDACIONES DE LOS CONVENTOS

TRADUCCIÓN DEL PROFESOR ALBERTO DE LA HERA DE LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE LAS BULAS PAPALES AUTORIZANDO LA FUNDACIÓN DE LOS CONVENTOS FRANCISCANOS DE GUADALCANAL

Inocencio Octavo, Papa, al querido hijo salud y bendición apostólica:

            Puesto que nos has hecho notificar que tú, llevado por el fervor de tu piedad, te propones hacer que, a base de tus propios bienes, se construya y edifique en la localidad de Guadalcanal, diócesis nullius, una casa de Frailes Menores de la Regular Observancia (de la rama) de los Reformados desde hace poco tiempo establecidos en los reinos de Castilla y León, Nos, recomendamos vivamente ante el Señor este piadoso y loable proyecto, deseosos de acceder en este punto a tus súplicas, en virtud de la autoridad apostólica por el tenor de las presentes te damos licencia para que hagas construir y edificar dicha casa para perpetuo uso y habitación de dichos frailes que pertenezcan a la Custodia de los Ángeles, juntamente con la Iglesia, campanario, campanilla, cementerio, claustro, refectorio, dormitorio, huertos y demás oficinas necesarias, así como para que dichos frailes las puedan recibir y habitar a perpetuidad.

            Asimismo, en virtud de esa misma autoridad apostólica y como una gracia especial, concedemos que los frailes que ene su momento habiten dicha casa libre y lícitamente decidan, puedan y deban en lo sucesivo usar, disponer y gozar de todas y cada una de las gracias, privilegios, indultos, indulgencias, exenciones  e inmunidades que la Santa Sede haya concedido de una manera general o conceda en el futuro a las otras casas y frailes de la misma Orden y el juramento de (permanecer en) la Observancia de dichos frailes aunque gocen de la conformidad apostólica o estén ratificados por cualquier otro documento, sean cualesquiera las disposiciones en contrario.

            Dado en Roma, en San Pedro, con el anillo del Pescador el día 20 de marzo de 1491, año 7 de nuestro Pontificado.

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Alejandro Sexto, Papa, al querido hijo salud y bendición apostólica.

            Tal y como nos has hecho saber, el Papa Inocencio Octavo, predecesor nuestro, te concedió hace algún tiempo licencia para edificar en la localidad de Guadalcanal, diócesis nullius, cierta ca-sa de la Orden de Frailes Menores, llamados de la Observancia, que estuviera sujeta a la Custodia de los Ángeles de dicha orden, establecida en los Reinos deCastilla y León, según más ampliamente consta en la en ciertas Letras oportunamente expedidas en forma de Breve.

            Ahora bien (como tu misma exposición añadía) , en dichas Letras no se hace mención de la Constitución de Bonifacio Octavo, de pía memoria, también predecesor nuestro, la cual prohibe que nadie de las Órdenes de Frailes Mendicantes se atreva a recibir nuevos lugares sin especial licencia de la Sede Apostólica en la que se derogue expresamente esta prohibición, como tampoco se dice expresamente, cuál sera la advocación de esa casa.

            Nos, deseosos de subsanar lo anterior y de atender a tu petición, queremos, y en virtud de la autoridad apostólica concedemos, que desde la fecha de las presentes las antedichas Letras valgan  y obtengan plena fuerza y validez y que tu las puedas utilizar en todo y para todo como si se hubiera derogado dicha Constitución.

            Además, decretamos que se denominen del propio San Francisco esa casa  de San Francisco y de la Madre de Dios, así como la nave de la iglesia de esa misma casa en la que estará el coro de Santa María de la Piedad y en la que permanecerán los seglares que asistan a los divinos oficios.

            Asimismo, te autorizamos a llevar a ella veinte frailes de dicha Orden que libremente estén dispuestos a ir desde cualesquiera Provincia, Custodia o casa de dicha Orden, a los cuales frailes damos licencia para que se puedan trasladar a dicha casa con los libros y cosas que sus superiores les hayan entregado, sin necesidad para ellos  de ninguna autorización ni de sus superiores ni de ningún otro. 

            Esos mismos frailes podrán mudarse a otras casas de esa Custodia si así les placiere al Custodio de turno, pero sin la licencia de este último no podrán pasar a otra Provincia, Custodia, casa o eremitorio.

            Durante su permanencia en dicha casa, esos mismos frailes podrán confesar a todos los fieles que acudan a ellos sin necesitar para eso la autorización del diocesano del lugar o del Prior en ese momento del Priorato de San Marcos de la Orden Militar de Santiago de Spata (¿). Asimismo, los facultamos paraque libre y lícitamente puedan absolverlos en todos los casos en los que por derecho o por costumbre lo pueden hacer los ordinarios del lugar o dicho Prior. Ordenamos  a los frailes que en su momento vivan en dicha casa que todos los días hagan una oración especial por ti.

            Todo lo anterior, no obstante, las constituciones  u ordenaciones apostólicas, los estatutos y costumbres de la Orden o el juramento de los antedichos (frailes de mantenerse en la) Observancia, fortalecidos por  la confirmación apostólica o cualquiera otra disposición, así como todas aquellas cosas que el sobredicho Inocencio, nuestro predecesor, dijo en sus Letras que no lo obstaculizaran o cualquier otro impedimento de la clase que sea.

            Dado en Roma, en San Pedro, con el anillo del Pescador, el día 24 de Octubre del año 1493, año 2 de nuestro Pontificado.


1 Denominación alternativa a Beturia Túrdula, nombre prerroma­no del área geográfica comprendi­da entre los ríos Guadalquivir y Guadiana, cuya mayor parte lo forma el territorio de la actual provincia de Badajoz. Esta zona fue intensa y rápidamente romani­zada, siendo dividida entre la Lusitania y la Bética.

2 Esta fecha fundacional (1600 a. de C) discrepa de 1690 a. de C. que aparece en el manuscrito titulado “Guadalcanal en la an­tigüedad” que se halló en la Biblioteca de Bartolomé José Gallardo, cuyo autor fue un fraile fran­ciscano del S. XVII llamado Manuel González. La discrepancia es mayor con la fecha 580 a. de C. que menciona el manuscrito conservado en el Monasterio de Guadalupe titulado “Partidos triunfantes en la Beturia Túrdula”, 1789 cuyo autor es Fray Juan Mateos Reyes Ortiz de Tovar. Esta fuente documental afirma que la fundación se debe a los celtas, que la denominaron TERESES, nombre reemplazado posteriormente por CANANI/CANACA, que contiene dos sílabas que van a figurar en el nombre actual que adquirió al ser conquistada por los árabes.

3 En la Orden Franciscana, Custodia designa al conjunto de varios conventos que no bastan para formar Provincia, pero que se encuentran sometidos a la jurisdicción de un superior común. Fue precisamente bajo el generalato de Fray Juan del Hierro, guadalcanalense según unos, alanicense según otros, cuando la Custodia de los Angeles se transformó en Provincia, cuya historia recoge la obra de Fray A. de Guadalupe, donde se encuentran estas crónicas.

4 El Almirante  y su esposa, Juana de Mendoza, fueron grandes protectores de fransciscanos y clarisas. Véase mi reseña bio­­gráfica del Almirante, en Revista de Feria (1991­). En la Iglesia del Monasterio de las Claras de Palencia, en la parte interior del muro lateral izquierdo, se recuerda dicha vinculación con la siguiente inscripción: “Don Alfonso Enriquez, Almirante que fue de Castilla, hijo del muy ínclito maestre D. Fadrique, hermano de los reies D. Pedro y D. Henrique, el segundo, hijos todos del rey D. Alfonso, dotó y fundó magnificamente de sus bienes e hazienda, este monasterio convento e yglesia, dexando por patrono perpetuo e irevocable a los Almirantes, sus descen­dientes, duques de Medina de Rioseco. Murió año de 1429 e yace enterrado en esta yglesia con su muger Dª Juana de Mendoza. Mandó renovar esta memoria Dª Vitoria Colona, Duquesa de Medina, muger del Almirante D. Luis 3, en 1604.” El lector interesado en la estrecha vinculación de los Enríquez con la Orden Franciscana puede consultar la obra de Manuel de Castro OFM, ” El Real Monasterio de Santa Clara de Palencia y los Enríquez, Almirantes de Castilla” 2 vol. Institución “Tello Téllez de.Meneses”. Diputación Proviancial de Palencia,Palencia, 1982.

5 Como es bien sabido se trata del Papa Rodrigo Borgia, nacido en Játiva en 1431, y muerto en Roma en 1503. Su vida fue bastante poco cumplidora del voto de castidad, como lo demuestra que de sus relaciones con Vannoza Catanei nacieron varios hijos entres ellos Cesar y Lucrecia Borgia. A él se debe la organiza­ción del Papado como un estado absoluto.

6 Quien quiera conocer los gustos suntuarios del Comendador Mayor de León, Enrique Enríquez, que por vanidad rechazó ente­rrarse en Guadalcanal, puede hacerlo visitando el espléndido edificio que ocupa el actual Parador Nacional de Zamora (Palacio de los Condes de Alba y Aliste), en cuya entrada a la izquierda  puede leerse la siguiente leyenda:

“Este es el Palacio de los Condes de Alba y Aliste, que se levantó a finales de la Edad Media en el solar de la anti­gua Alcazaba por D. Enrique Enríquez de Mendoza, conde de este Título, y tío del Rey D. Fernando II de Aragón y V de Catilla.Se reedificó a principio del S. XVI por el IV conde D. En­rique Enríquez de Guzmán, albergó a los Reyes Católicos, y D. Felipe III y a Dª Margarita de Austria”.

7 Pósito tiene aquí el significado de asociación de carácter caritativo o benéfico. En su significado más usual era una insti­tución municipal, que tenía como finalidad almacenar cereales, generalmente trigo, que prestaba a los vecinos en condiciones mó­dicas en épocas de escasez. Asimismo era el edificio donde se guardaba el grano.

8 La alcabala era un impuesto indirecto castellano, que por lo general ascendía al 10% del valor de lo que se vendía o permuta­ba. Apareció en un tiempo indeterminado de la Edad Media, aunque su generalización como simple tributo local se produjo hacia 1342, en tiempos de Alfonso XI, con carácter temporal, limitado al 5%. Su establecimiento con carácter definitivo y su elevación al 10%, data de los tiempos de los Trastamaras. Así pues, parece que era algo similar al actual IVA.

9 No vendría mal que la Santa Madre Iglesia hubiera mantenido en vigor estas atinadas recomendaciones. Así se hubieran evitado episodios esperpénticos, como el producido en la Semana Santa de 1982. A ráiz del cual Monseñor Amigo Vallejo, puso en práctica algo más que su paciencia franciscana Curiosamente el arzobispo hispalense es natural de Medina de Rioseco, ciudad de los Almirantes de Castilla.    

10 Como es bien sabido el sitio no es otro que el amplio solar con fachada a la calle Santa Clara y el Paseo de la Cruz. Algunas dependencias de este recinto han sido, en esta segunda mitad del S.XX, cochera, fábrica de gaseosas y hielo, vivienda, y si no recuerdo mal, tienda de repuestos de automóvi­les. Las fotografías que acompañan al texto fueron tomadas por el autor de esta edición una tarde del mes de Noviembre de 1992. Ignoro cuando entrara en funcionamiento la Residencia de Ancianos que se está construyendo.

11 A este franciscano, que llegó a ser General de la Orden, le atribuí condición de Guadalcanalense, en mi trabajo “Personajes Guadalcanalenses (I)” (Revista de Feria (1991). Para ello me basaba en D. Vicente Barrantes y en D. Nicolás Díaz Pérez. Sin embargo, Fray Andrés de Guadalupe, en otro pasaje de esta obra, dice que era natural de Alanís.

12 Disípula es voz antigua, sinónima de erisipula y erisipela, esto es, una inflamación de la dermis, acompañada de color rojo, y frecuentemente de fiebre.

13 Mantellina es sinónimo de mantilla. (J. Casares, Diccionario Ideólogico de la Lengua Española).

14 El verbo “vacar” parece que debe tomarse aquí en la tercera acepción que le da J. Casares, esto es, “Dedicarse o entregarse enteramente a una ocupación”.

15 Según el Diccionario de Autoridades, sequela, es término latino que se empleaba comúnmente. Significa “El acto de seguir a alguno en partido o doctrina”. Equivale a seguimiento.

16 Palia.- Lienzo sobre el que se extienden los corporales para decir la misa.// Cortina o pantalla que se pone delante del sagrario del altar.// Hijuela (para cubrir el cáliz). (J. Casares: ”Diccionario ideológico de la Lengua Española).

17 En el original “comodides”.

18 En el original “acimiento”.

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