22.MAR.1969.- ABC – TRAS EL VUELO DEL “APOLO 9”. “GUADALCANAL”.

Así él lo quiso. Nació en Guadalcanal, que es nacer en Sevilla, en España, en Europa, en fin.
He aquí por qué cuando las cámaras televisivas se detuvieron ante el departamento que se tragó a los tres hombres del espacio norteamericanos, terminando de este modo una de las mejores –por la técnica perfecta, por la novedad de lo transmitido- retransmisiones habidas, hasta ahora, desde el Nuevo Mundo, en este viejo pudimos quedarnos embriagados, con razón sobrada, de alborozo, de intenso regocijo.


Un apasionado sevillanismo disculparía, qué duda cabe, si, para justificar ese desbordado contento, se trajese a relación cómo el error de un marine, viajero por nuestro solar y al que la Renfe puso ante el lugar del nacimiento de Pedro Ortega Valencia y de Adelardo López de Ayala, admiró la influencia de su “batalla de Guadalcanal” en el nombre con que aquel blanco letrero de la estación férrea le ilustraba del de la población que desde el tren veía; siendo, como fue, un guadalcanalense, el Maese de Campo de aquella expedición de Mendaña descubridora del archipiélago Salomón, quien dio el nombre de su pueblo natal a la isla –mayor, por cierto, de todas las de su grupo-, que andando el tiempo llegaría a ser escenario de la ya celebérrima batalla.


O si, con igual propósito, se recordase que mientras duró la noticia reina del pasado 13 de marzo, fue repetida una vez y otra, por boca de locutores de todas las hablas, una palabra española, de origen arábigo, con significado simbólico: “Creación-De-Ríos”.


O si, en el mismo empeño, se centrase la atención en las singulares inscripciones de las gorras de larga visera con las que agasajaron a los tres recién llegados a bordo del portahelicópteros, inscripciones en las que los más vigorosos rasgos hacían destacar, con mucho, la misma sevillana palabra: Guadalcanal.


O si, tercos en la intención, pretendiérese que se adivinase la forma elegante de aparecer escrito este nombre nuestro en los costados del buque estadounidense, ya que las cámaras, por operar sobre éste, fueron impotentes para hacérnoslo ver.


O si, por acabar recreándose con recuerdos, pusiérese al día que este pueblo, inmerso hoy en blancores refulgentes de enjalbegado, denominado “Siripo” por los romanos, por los árabes “Uad-el-Kanal”, ocupa la pluma de Cervantes a fuer de criar ricos caldos y, antes, en el segundo decenio del siglo XVI, da cuna a quien “descubrió otra (isla) de quatrocientas leguas de circuito y tomó en ella posesión y la llamó Guadalcanal por ser de allí natura”.


Más, para qué justificaciones, si lo cierto ha sido que en la memorable e histórica jornada estuvo presente Europa, por ella España y por España Sevilla con este nombre: Guadalcanal.- Pedro PORRAS IBÁÑEZ.

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