La iglesia de Santa Ana

            Salvador Hernández González – RG año 2003

  1. Introducción.

Como es de todos conocido, la iglesia de Santa Ana de Guadalcanal, sometida a un proceso de restauración a lo largo de los últimos años, es edificio de gran interés arquitectónico pero de poco conocida historia, habiendo sido muy mermado su primigenio patrimonio artístico a raíz de los desgraciados sucesos de la Guerra Civil.

Siguiendo nuestra línea de puesta en valor del elenco monumental de la localidad queremos trazar en esta ocasión una visión panorámica de la historia y el arte de este templo, engarzando una serie de datos sobre sus vicisitudes históricas con la descripción de sus valores arquitectónicos y la evocación de las piezas artísticas desaparecidas que ornamentaron su hoy vacío interior, que a pesar de todo constituye una destacada muestra de la arquitectura medieval de la comarca de la Sierra Norte.

2. Descripción arquitectónica.

Tal como ha llegado a nuestros días, la arquitectura de la iglesia de Santa Ana expone elocuentemente las diferentes fases por las que atravesó su construcción y los estilos en boga en cada una de ellas, en un largo proceso que partiendo de la Baja Edad Media se introduce en el Renacimiento y el Barroco, dando como resultado la combinación en el templo de una serie de elementos de diferente fecha y estilo, cuya secuencia ha sido analizada, precisamente a raíz del reciente proceso de restauración del templo, por Miguel Ángel Tabales Rodríguez y Carmen Romero Paredes, cuyas conclusiones sintetizaremos en estas líneas .

Aunque la tradición local identifica una mezquita en el emplazamiento del templo, las excavaciones arqueológicas realizadas en el edificio cuando las obras de restauración no han arrojado materiales anteriores al siglo XV ni han puesto al descubierto vestigios islámicos anteriores a la iglesia, aunque las transformaciones sufridas por el edificio en épocas posteriores han podido eliminar las huellas del edificio musulmán.

Entre el siglo XIII y la primera mitad del XV se acomete la construcción de un ambicioso templo, comenzando la obra por un ábside poligonal muy arcaico, del que sólo ha perdurado la cimentación, flanqueado por dos dependencias de planta cuadrada, y que vendría a unirse a una nave preexistente – ¿ resto de la mezquita almohade ? – que se pensaría derribar para levantar en su lugar otra nueva en consonancia con la cabecera y por tanto más acorde con los cánones estéticos del arte cristiano medieval.

Sin embargo, la falta de medios económicos retrasó la conclusión de este proyecto constructivo hasta los últimos años del siglo XV, época a que se remontan las noticias documentales más antiguas que conocemos. En efecto, el informe de la Visita Canónica de 1494 señala que el templo estaba sin abovedar, ni siquiera la capilla mayor, cubierta su nave con madera tosca con cañas y teja encima, abriéndose a la entrada de la iglesia un portal con arcos de cal y ladrillo, techado igual que la iglesia. El resultado final de estas obras fue por tanto un templo de nave única, de gran anchura, dividida en cinco tramos por medio de arcos transversales apuntados de gran luz, cubierta con armaduras mudéjares de par y nudillo decoradas con estrellas de ocho puntas, menados moldurados y elementos florales policromados, uniéndose a una cabecera constituida por un ábside de menores dimensiones que el primitivo (al perder espacio en beneficio del primer tramo de la nave) unido a su vez a las dos dependencias laterales antes citadas, convertidas en capillas, dedicadas en el futuro a San Ignacio de Loyola y la Virgen del Carmen, a izquierda y derecha respectivamente del presbiterio. A los pies de la nave comenzaba a levantarse, con gran lentitud, la torre campanario sobre el muro testero, aprovechado del edificio primitivo, levantándose delante del muro derecho o de la Epístola un pórtico articulado por tres arcos ligeramente apuntados encuadrados por alfices que arrancan de pilares ochavados, de características típicamente mudéjares.

Este esquema de nave única articulada por medio de arcos transversales apuntados y cubierta con techumbre de madera es muy representativo no sólo de la arquitectura medieval de la comarca, sino también de otras zonas vecinas, como la Baja Extremadura y las sierras de Huelva y Córdoba, teniendo en Guadalcanal otra buena muestra del mismo modelo en la parroquia de San Sebastián, de la que nos hemos ocupado en otra ocasión en esta misma revista. De construcción rápida y barata por los materiales empleados –mampuesto, ladrillo y madera- , este modelo de templos serranos, todavía mal estudiados y que parecen ponerse de moda a partir de 1400, se va a extender a otras zonas, como las comarcas levantinas y las tierras del reino de Granada, zona esta última donde a raíz de la reconquista y bajo la iniciativa de los Reyes Católicos se van a levantar iglesias de estas mismas características.

Otro elemento muy habitual en este tipo de templos de la Sierra es la torre – fachada, cuyo fuste o caña arranca sobre el ingreso situado a los pies de la nave, componiendo un imafronte de gran verticalidad de líneas al unir visualmente con gran sentido ascensional la entrada y el campanario. La de la parroquia de Santa Ana corona su esbelto fuste con un cuerpo de campanas en el que se abren arcos de medio punto con baquetoncillos apilastrados enmarcando los vanos, siendo el remate un chapitel de tipo piramidal.

En el paso del siglo XV al XVI se acometen otras intervenciones en el templo, adosando nuevos espacios a la nave o reformando lo recientemente levantado. En esta época puede encuadrarse la torre comentada y la construcción, a los pies de la nave, de la actual Capilla Bautismal, de planta cuadrada y cubierta con falsa bóveda de ladrillo sobre pechinas y solada con pavimento de olambrillas. Otras dos capillas se levantan adosadas al muro izquierdo o del Evangelio, ambas de planta cuadrada y comunicadas con la capilla abierta con anterioridad al brazo del crucero. El interior de la iglesia adquiere un nuevo aspecto gracias a la reforma de las cubiertas (que en algunos tramos incorporan armaduras de par y nudillo con ladrillos sobre las alfarjías) y al programa decorativo gótico a base de pinturas murales al temple, que representan escenas aisladas sobre un fondo general blanco, de las que se han podido identificar una imagen femenina con nimbo y túnica roja, San Cristóbal con el Niño Jesús, y la Virgen y un abad entronizados con un fondo de cortinajes rematados por una crestería y caracteres góticos no descifrados. Ya entrado el siglo XVI se emprenden otras obras de menor consideración, como el pórtico lateral antes comentado, y el coro, que en 1575 se apoyaba sobre un pilar grande de piedra.

De esta forma, el templo había llegado a su plenitud funcional, al disponer de todos los elementos espaciales y estructurales para atender las necesidades religiosas de la comunidad, habiendo culminado el proceso de reformas en su interior. La iglesia resultante es de nave única articulada por arcos transversales y cubierta con armaduras mudéjares, contando además con torre fachada y escalera de caracol, varias capillas laterales, unos pórticos laterales en las zonas más afectadas por la lluvia y una relativamente rica decoración pictórica recubriendo los paramentos interiores.

Sin embargo, la llegada del Barroco no se resistió a dejar su huella en la iglesia de Santa Ana, máxime al contrastar su austero interior gótico – mudéjar con la riqueza del nuevo estilo, que comenzaba a enmascarar las viejas construcciones medievales con los sinuosos ropajes ornamentales de la nueva estética. De esta forma, a mediados del siglo XVII la ornamentación mudéjar dio paso a un programa pictórico más colorista y dinámico, al decorarse los pilares con roleos y molduras, y representarse en la entrada de la capilla del Carmen las figuras de San Pedro y San Pablo. Se van a levantar nuevas bóvedas – vaídas o semiesféricas – en las capillas colaterales al presbiterio, ya dedicadas a San Ignacio y la Virgen del Carmen, respectivamente, al tiempo que las portadas exteriores adoptan programas decorativos clasicistas a base de pilastras que encuadran arcos rebajados y sustentan frontones partidos con hornacinas y remates piramidales. Y finalmente se acomete la gran reforma esperada desde mucho tiempo antes: la sustitución de la primitiva cabecera gótica, todavía en pie y en malas condiciones, por un nuevo presbiterio o capilla mayor de planta cuadrada, de grandes dimensiones y cubierta por una gran bóveda semiesférica. A partir del siglo XVIII se acometerán otras intervenciones de menor cuantía, como la erección de la tribuna a los pies de la nave, reformas en las cubiertas y pavimentación, etc.

3. El desaparecido patrimonio artístico.

La antigua parroquia de Santa Ana fue cobijando entre sus muros un completo patrimonio artístico integrado por retablos, esculturas, pinturas, piezas de orfebrería y ornamentos sagrados de diferente época y estilo, en su mayoría destruidos en los lamentables sucesos de 1936.

Ya desde los mismos días de la construcción del templo, la Orden de Santiago se fue preocupando de dotarlo del correspondiente ajuar litúrgico. Así, la Visita Canónica de 1494 nos proporciona un minucioso listado de vasos sagrados y ornamentos, al tiempo que se señala la existencia de varios altares: el mayor, presidido por la escultura de Santa Ana tríplex, es decir, la representación de la Abuela de Cristo siguiendo aquella vieja fórmula iconográfica de raigambre medieval que muestra a la Santa llevando en brazos a su Hija y ésta a su vez al Niño Jesús; el de la Virgen con el Niño; el de Santa Brígida, con imagen de esta advocación; el de San Bartolomé, con efigie y pintura de este santo, más una tabla pintada con el tema de la Santa Cena; y otro de la Virgen con el Niño, acompañada por la figura de Santa Lucía. Debajo de uno de los arcos del coro se situaba una viga sobre la que descansaba un grupo escultórico del Calvario 

Ya en el siglo XVI se anotan algunos encargos de obras para esta iglesia. En agosto de 1571 el entallador Antonio Florentín concierta la hechura de un retablo, cuya realización se retrasó varios años, motivando un pleito con otro artista, Hans de Bruselas, que no se zanjó hasta cuatro años después, cuando Florentín se compromete a ejecutar una imagen de la titular de la iglesia.

Por desgracia las obras mencionadas en estas noticias documentales han desaparecido, como todas las que se repartían por los muros del templo que nos ocupa, destruidas en su mayoría en 1936. Aunque en la posguerra se repusieron algunas piezas aprovechando elementos de retablos desaparecidos, en la última restauración se han redistribuido entre otros templos de la localidad. Gracias a un inventario de 1924 y a los trabajos de los profesores Hernández Díaz y Sancho Corbacho podemos hacernos una idea de este patrimonio perdido y su situación en el templo.

Presidía el presbiterio el retablo mayor, con la imagen de la Titular, flanqueada por San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, situándose en el ático un Crucifijo y las imágenes de San Cayetano y Santa Rosalía. Ya por la nave seguían, por el muro izquierdo o del Evangelio, el altar de San José y la capilla de San Ignacio de Loyola, en cuyo retablo se veneraban, junto al fundador de la Compañía de Jesús, la Virgen de los Dolores, San Antonio y un valioso Crucifijo de marfil, al que después nos referiremos. A continuación, las capillas del Cristo del Socorro, con pintura de Cristo Crucificado y una imagen de talla de la Virgen; y la de la Virgen de Gracia, en la que además recibía culto el Cristo de los Desamparados. En el pilar que separaba ambas capillas se situaba el retablo de las Animas. Al final de la nave se ubicaba el coro, con sillería compuesta por veintiún asientos, facistol y dos banquetas. Pasando al muro contrario o de la Epístola, se encontraban en primer lugar dos altares: el de San Marcos, con las imágenes de dicho Evangelista y las de San Joaquín y San Bartolomé; y el de la Virgen de Belén, con “valiosísimo cuadro representando a la Santísima Virgen dando de mamar al Niño Jesús“, atribuido a Alonso Cano en el inventario de 1924. Seguía la capilla del Sagrario, cuyo retablo presidía la Virgen del Carmen, acompañada por San Juan Bautista y San Miguel, situándose sobre una mesa el Cristo de las Misericordias. Y próximo al presbiterio, el altar de la Purísima, con la Titular y San Andrés y San Juan Nepomuceno, situándose no lejos una urna con la imagen de San Joaquín.

En la sacristía se conservaban algunas piezas de orfebrería de los siglos XVII y XVIII, como una custodia procesional, un viril, un cáliz y una cruz parroquial, y algunos ornamentos de igual cronología, como varias casullas y dalmáticas.

Como antes señalamos, en la posguerra se recompusieron varios retablos con elementos de otros desaparecidos, especialmente con los restos del mayor de la parroquia de San Sebastián y el de San José de la de Santa María.

Desmontados a causa de las obras de restauración, sólo restan en el templo, como elementos destacables, la lápida situada junto al presbiterio, con inscripción alusiva al enterramiento de Juan de Castilla y sus herederos; la pila de agua bendita, realizada en barro, con interesantísima decoración mudéjar de motivos vegetales; la pila bautismal, igualmente mudéjar, realizada en piedra con forma hemiesférica; y el púlpito, en hierro forjado, del siglo XVIII.

 Los fondos documentales del archivo parroquial de Santa Ana se conservan integrados –junto con documentación procedente de San Sebastián– en el de la parroquia de Santa María, arrancando su cronología desde el siglo XVI. En la misma parroquia se conserva un interesante Cristo de marfil, obra ejecutada en Flandes en la segunda mitad del siglo XVII, que estuvo expuesta en la Exposición Iberoamericana de 1929, como elocuente testimonio de las riquezas que albergó esta histórica iglesia de Santa Ana, cuyo recuerdo hemos querido traer a estas páginas.

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