Demografía eclesiástica en Guadalcanal en el antiguo régimen

Iglesia de San Sebastián

Salvador Hernández González

Doctor en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla

Publicado Revista de Guadalcanal año 2019 – (Pág. 41/44)

          

La importancia del estamento eclesiástico en la vida local, en sus múltiples vertientes políticas, sociales, económicas, culturales y obviamente espirituales, es un hecho incuestionable que ha sido subrayado por la historiografía especializada[1]. En el caso de Guadalcanal, la influencia clerical fue determinante en la trayectoria de la población durante la Edad Moderna. Desde la Baja Edad Media contó con tres parroquias –Santa María, Santa Ana y San Sebastián– que dependían de la Vicaría de Tudía en primera instancia, y a un nivel superior del Provisorato de Llerena, con su curia eclesiástica, que ejercía el gobierno eclesiástico como parte integrante de la jurisdicción denominada Priorato de San Marcos de León de la Orden de Santiago. Si bien la sede oficial de dicho Priorato se asentaba en el convento de San Marcos de León, lo normal era, como ya señaló Maldonado Fernández[2], encontrar a los priores por la zona de la Baja Extremadura, bien en Mérida, Llerena o la Puebla del Prior, pequeña villa donde tenían importantes intereses económicos.

Este carácter clerical vino a reforzarse con el establecimiento de los conventos de San Francisco, Santa Clara, el Espíritu Santo y la Concepción, gracias a la labor de patrocinio ejercida por algunos individuos, especialmente emigrantes enriquecidos en América, que de acuerdo con la mentalidad de la época, consideraban estas empresas fundacionales como signo de prestigio social y garantía de salvación espiritual. Fue así como nuestra localidad, antaño extremeña, se convirtió, al igual que las vecinas Llerena, Cazalla y Constantina, en ejemplo de las características villas conventuales del Antiguo Régimen.


[1] Por ejemplo, BARRIO GOZALO, Maximiliano: El clero en la España moderna. Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Córdoba, 2010; DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: La sociedad española en el siglo XVII, vol. II (El estamento eclesiástico). Madrid, 1970. (Edición facsímil, Granada, 1992); MARTÍNEZ RUIZ, Enrique (Dir.): El peso de la Iglesia: cuatro siglos de órdenes religiosas en España. Actas, Madrid, 2004.

[2] MALDONADO FERNÁNDEZ, Manuel: “El clero y la religiosidad en el Guadalcanal del Antiguo Régimen”, Revista de Feria y Fiestas de Guadalcanal (2004), págs. 151-154.

Iglesia de Santa Ana

 En esta ocasión presentamos, bajo el título de “demografía eclesiástica”, algunas cifras que nos van a ilustrar sobre la composición cuantitativa del estamento eclesiástico en Guadalcanal durante algunas fechas de los siglos XVI al XVIII y su reparto entre el clero secular que atendía las parroquias de Nuestra Señora de la Asunción, San Sebastián y Santa Ana, y el clero regular. Este último estaba presente con las siguientes órdenes y conventos[1]: franciscanos de la rama observante, en el convento de San Francisco[2]; franciscanas clarisas de Santa Clara[3], pertenecientes a la Provincia de los Ángeles; franciscanas clarisas del Espíritu Santo, dependientes de la jurisdicción eclesiástica del Priorato de San Marcos de León[4]; y franciscanas concepcionistas de la Concepción[5].

Comenzando por el clero secular, su vida gravitaba como decimos entre las tres parroquias, de las que la primacía correspondía a la de Santa María o Iglesia Mayor, pues su párroco ostentaba el título de subvicario de Santa María de Tudía y Reina, aunque sólo con jurisdicción sobre Guadalcanal. La de Santa Ana, a la que la tradición local concede gran antigüedad por considerarla asentada sobre una mezquita, vino a configurarse en la recta final del siglo XV. Por su parte, la de San Sebastián es la más tardía, pues fue fundada por Don Alonso de Cárdenas, maestre de la Orden de Santiago, en la década de 1480.

 La parroquia no era sólo la célula básica de la vida religiosa, sino también el centro físico de la vida local y punto de referencia ineludible para el trazado de su red de relaciones sociales, por lo que “en cierta medida la adscripción parroquial confirió al hombre moderno su más clara conciencia de identificación colectiva”. Así la iglesia parroquial fue el instrumento más claro de la sociabilidad al acoger en su recinto los momentos más significativos de la vida de los hombres modernos: bautismo, casamiento, entierro, etc., por lo que se convierte en verdadera depositaria de la sentimentalidad y la cohesión familiar.

De este cúmulo de servicios y relaciones se mantuvo la fábrica parroquial y el personal adscrito a ella. En las parroquias se suelen hallar diferentes tipos de lo que la documentación denomina “piezas eclesiásticas”, es decir, lo que pudiéramos llamar “oferta de plazas” dirigida a los sacerdotes destinados al servicio del templo, entre los que se establece una jerarquía en función de su labor pastoral. Si bien existe un escalón básico representado por los beneficiados, que eran los clérigos que atendían las parroquias con su trabajo personal y percibían, como contrapartida, las correspondientes rentas, se distingue entre ellos las categorías del “beneficio simple” y el “beneficio curado”. El beneficio simple es aquél que no conlleva la cura de almas, aunque se pueden distinguir, de acuerdo con Candau Chacón, la existencia de dos escalas o niveles en el disfrute de sus rentas y la realización de sus servicios: por un lado, el beneficio en propiedad, cuando es desempeñado por su titular; y por otro, el beneficio servidero, así denominado porque al estar ausente el titular de la prebenda, la plaza era “servida” por otro sacerdote que atendía realmente las obligaciones del cargo, en nombre del titular, de quien percibiría un determinado emolumento por este servicio.

Cuando el beneficio simple llevaba adscrito la cura de almas, se convertía en “beneficio curado”, por lo que este cargo era conocido con el nombre de curato, cuyo titular se identifica popularmente con el párroco y se mantenía no de las rentas decimales de las parroquias, sino de los ingresos procedentes de las obvenciones y derechos económicos inherentes al exclusivo servicio parroquial, aunque en verdad los beneficiados servideros completaban sus ingresos con alguna capellanía añadida y la mayor parte de ellos disfrutaban, además, de un curato, ya que lo usual era que los curas fuesen nombrados entre quienes ya disponían de un beneficio servidero, por lo que la unión entre ambos ingresos mitigaba algo su precariedad económica

Junto a ellos existían un número mucho mayor de clérigos presbíteros y de órdenes menores que ejercían de capellanes, mayordomos, notarios eclesiásticos, sacristanes y otros oficios eclesiásticos, que no tenían ingresos fijos y que se mantenían de la congrua, a la que contribuían las rentas de las capellanías, los patronatos y memorias pías dejadas en herencia, los derechos de estola o pie de altar por oficiar misas, impartir sacramentos, rituales de difuntos, procesiones y otros. Los capellanes, sin duda el clero más abundante de una parroquia, podían tener órdenes mayores u ordenados in sacris, para cuya recepción se exigía una dotación económica pública o la posesión de bienes privados con los que mantenerse, u órdenes menores, cuyo número alcanzaba casi a la mitad de todos los clérigos seculares. Ser clérigo de menores fue una situación que con frecuencia se hizo permanente, pues no aspiraban a la ordenación como presbíteros, dado que el oficio de capellán no exigía la necesidad de oficiar misa, exigencia que llevaba aparejada la capellanía, pero que podía desempeñar un presbítero al que se le pagaba por el servicio por parte del titular de la capellanía. El régimen jurídico de estas daba derecho al que la creaba a establecer condiciones para su desempeño, fijando quienes tenían derecho prioritario para ejercerla, figurando en primer lugar los familiares, de ahí que no pocos aspirantes a desempeñarlas tomaran la carrera eclesiástica, asegurándole así a un miembro de la familia un modus vivendi.


[1] Una visión panorámica sobre los mismos ofrecemos en HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Salvador: “La orden franciscana en Guadalcanal. Noticias sobre sus conventos, a través de un informe del año 1646”, Revista de Feria y Fiestas de Guadalcanal (1998), sin paginar.

[2] Fundado el 1 de mayo de 1495 en la ermita de Nuestra Señora de la Piedad, gracias al apoyo de Don Enrique Enríquez, Comendador Mayor de la Provincia de León de la Orden de Santiago, y su mujer Doña María de Luna. Su solar está ocupado hoy día por el Cementerio de la localidad.

[3] Su fundación fue llevada a efecto en 1591, como cumplimiento de la última voluntad de Jerónimo González de Alanís, emigrante en América, quien en su testamento otorgado en 1582 en la ciudad de La Plata en el Perú disponía 30.000 pesos para la dotación de un convento de clarisas, una capellanía y un pósito.

[4] Se fundó en torno a 1612 por Don Alonso González de la Pava, natural de Guadalcanal y enriquecido en Potosí, como lo estudió en su momento MENSAQUE URBANO, Julia: “El mecenazgo artístico del indiano Alonso González de la Pava en Guadalcanal”, en TORRES RAMÍREZ, Bibiano-HERNÁNDEZ PALOMO, José J. (Coord.): Andalucía y América en el siglo XVII: actas de las III Jornadas de Andalucía y América. Sevilla, 1985, tomo II, págs. 59-79.

[5] Fue establecido para dar cumplimiento al testamento otorgado por otro indiano, Álvaro de Castilla y Ramos, en Guanajuato el 17 de septiembre de 1614, aunque la fecha efectiva de fundación fue el 14 de agosto de 1624, cuando llegaron las religiosas fundadoras procedentes del convento de la Concepción de Mérida.

Iglesia de Santa María

Pasando ya a este rápido elenco cuantitativo del clero secular de Guadalcanal, nos centramos en el siglo XVIII, gracias a la riqueza informativa que nos proporcionan los diferentes censos promovidos por los ministros de la Corona española a impulsos del pensamiento pragmático promovido por la Ilustración, en su afán de censar y cuantificar los recursos físicos, humanos y económicos de los reinos hispánicos. Así el conocido Catastro de Ensenada nos señala en Guadalcanal la presencia de 17 sacerdotes seculares (es decir, no pertenecientes a órdenes religiosas), entre los que se incluían los tres párrocos, más 4 diáconos, 2 subdiáconos, y 36 clérigos que sólo habían llegado al grado de las “órdenes menores”[1].

Una década después, el Censo del Conde de Aranda, iniciado en 1768 y cuyos resultados vieron la luz en 1773, revela la pervivencia de este cuerpo clerical, repartido entre las parroquias de Santa María de la Asunción (24 sacerdotes auxiliados por 4 servidores), Santa Ana (19 sacerdotes y 4 servidores) y San Sebastián (con el mismo número de personal que la de Santa Ana)[2].

Y a fines de la centuria, el Censo de Floridablanca nos permite precisar el total del clero parroquial hacia 1787[3]: 3 curas, obviamente titulares de las tres parroquias con que contaba entonces la villa; 3 tenientes de cura; 42 beneficiados; 3 sacerdotes ordenados a título de patrimonio (es decir, poseedores de bienes privados con los que poder mantenerse), 10 clérigos de “órdenes menores”, 7 sacristanes y 9 acólitos.

Por su parte, la cuantía del clero regular era también relevante, pues la presencia de las tres comunidades femeninas (Santa Clara, Espíritu Santo y Concepción) superaba al único convento masculino existente, que como sabemos era el de San Francisco, pues los basilios sólo estaban presentes de modo meramente testimonial con su hospicio.

El Censo de 1591 sólo refleja la presencia de la única comunidad fundada por entonces, que era  la de San Francisco, integrada por 24 franciscanos[4].

Ya a mediados del siglo XVIII, el Catastro de Ensenada nos desglosa la composición de los conventos de Guadalcanal[5]. La comunidad de San Francisco estaba integrada por 25 sacerdotes, 3 coristas, 7 legos y 5 donados (individuos que se retiran del mundo para entregarse a la vida conventual, aunque sin el requisito de la profesión de hábito). En el hospicio que tenían los monjes basilios de la Provincia del Tardón, seguramente dependiente del monasterio de San Miguel de la Breña de la vecina localidad de Alanís, residían 2 sacerdotes y 1 donado. En cuanto a los conventos femeninos, el de Santa Clara o de San José está ocupado por 22 religiosas profesas y 1 novicia; el del Espíritu Santo, también de clarisas, alberga a 24 religiosas profesas y 2 novicias; y el de la Concepción, de franciscanas concepcionistas, está ocupado por 23 religiosas profesas.

 Una década después, el Censo del Conde de Aranda recapitula en 1773 los datos remitidos entre 1768 y 1769, que revelan ligeras variaciones en el reparto de esta población conventual[6]. San Francisco está ocupado por 45 frailes. Las dos comunidades de clarisas, esto es, la de San José o Santa Clara y la del Espíritu Santo, cuentan con el mismo número de religiosas, 26. Más reducida es la comunidad del convento de la Concepción, con 13.

Y en la recta final de la centuria, el Censo de Floridablanca desglosa en 1787 los moradores de estos cenobios[7], aunque con información incompleta al faltar las cifras de la Concepción y el Espíritu Santo. Así sólo se indica que en el convento de San Francisco residen 14 frailes profesos, 1 novicio, 4 legos (que no han recibido las órdenes sagradas, a diferencia de los profesos) y 7 donados (individuos que se retiran del mundo para entregarse a la vida conventual aunque sin el requisito de la profesión de hábito). Y en el de Santa Clara viven 16 religiosas.

Con la llegada del siglo XIX, el proceso desamortizador y la crisis provocada en la Iglesia por el anticlericalismo, conducirá a un nuevo escenario de la vida clerical en nuestra localidad, marcado por la desaparición de las comunidades conventuales (con la excepción del Espíritu Santo y la drástica disminución del clero parroquial. La extinción de la jurisdicción ejercida por la Orden de Santiago, a raíz del proceso de disolución de las órdenes militares, forzó a que las poblaciones antaño dependientes de su jurisdicción se incorporasen a la obediencia del obispado que por razones geográficas le correspondiese, de acuerdo con la buscada pretensión de hacer coincidir los obispados con las respectivas provincias civiles. Como Guadalcanal pasó en 1833 a la provincia de Sevilla[8] y la supresión del Priorato de San Marcos de León no tardaría en llegar, lo más lógico era que se incorporase en lo eclesiástico al Arzobispado de Sevilla, como así se hizo al integrarla en el Arciprestazgo de Cazalla de la Sierra en la década de 1870, inaugurando una nueva etapa de su historia eclesiástica.


[1] ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS (en adelante, A.G.S.), Catastro de Ensenada, Respuestas Generales, libro 141, folio 165 vuelto.

[2] Censo del Conde de Aranda. Instituto Nacional de Estadística, Madrid, 1999-2011. Tomo 1, págs. 634-635.

[3] Censo de  Floridablanca. Instituto Nacional de Estadística, Madrid, 1987. Tomo 1, pág. 106.

[4]RUIZ MARTÍN, Felipe: “Demografía eclesiástica”, en ALDEA VAQUERO, Quintín-MARÍN MARTÍNEZ, Tomás-VIVES GATELL, José: Diccionario de Historia eclesiástica de España. Vol. II. C.S.I.C., Madrid, 1972. Pág. 701.

[5] A.G.S., Catastro de Ensenada, Respuestas Generales, libro 141, folios 165 vuelto-166 vuelto.

[6] Censo del Conde de Aranda, op. cit., tomo 1, pág. 634.

[7] Censo de  Floridablanca, op. cit., tomo 1, pág. 117.

[8] MALDONADO FERNÁNDEZ, Manuel: “La villa y encomienda santiaguista y extremeña de Guadalcanal”, Revista de Estudios Extremeños, tomo LXVI, número II (2010), págs. 781-784.

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