¡Viva el vino! (de Guadalcanal)

Sergio Mena Muñoz

Revista de Guadalcanal año 2016

No, tranquilos. No voy a glosar en esta ocasión aquellos dos encontronazos entre una frase sacada fuera de contexto y una oportuna cámara o micrófono que, estando en el sitio justo en el momento preciso, elevaron a la categoría de memorables dos algaradas vitivinícolas pronunciadas por dos importantes cargos políticos de nuestro país.

No. En este caso he tomado prestado aquellas dos licencias etílicas de aquellos dos susodichos (uno en forma literal al título de este artículo, el otro en expresión libre al ser condecorado por la Academia del Vino de Castilla y León) para introducir el tema del que me gustaría, estimado lector (o lectora), hablarle este año.

Para los que sentimos curiosidad etnográfica por todo lo que representa el mundo guadalcanalense, el icono del vino de Guadalcanal (aquel que se perdió porque se lo llevó por delante la terrible filoxera) ocupa el mismo lugar en el imaginario colectivo que las minas de Pozo Rico, la antena de Hamapega o el Pino Solitario. Pocas localidades sobre la Piel de Toro recuerdan con tanta nostalgia y amargura que hubo un tiempo en que su nombre era mencionado en los mentideros de las ciudades más importantes asociado a la producción de vino de calidad, algo que, como ya se ha indicado, se malogró por culpa de un bicho que vino de América no más grande que un garbanzo.

Sierra Norte, productora de vino

A muchos en Guadalcanal no les habrá llamado la atención cierto anuncio que se ha visto en los últimos tiempos colgado en la puerta de la Peña Bética. En él, más menos que más, se podía leer que se vendía “vino ecológico de Cazalla”. Y no se trata de una broma sino de una iniciativa que toma como referencia unas bodegas que ya llevan en marcha desde 1998 produciendo vino tal y como se hacía hace poco más de 150 años en esta zona. Tampoco es una broma su producción y su facturación: 40.000 botellas y 160.000 euros al año. Su promotora, alguien en principio ajena al mundo del vino que desconocía de la antigua producción de caldos en el norte de Sevilla, explicaba hace poco en una entrevista publicada en el ABC que “si en la zona hubiera 40 ó 50 bodegas, todo el mundo iría expresamente a comprar vino”. No tiene nada que ver con las facturaciones de las bodegas jerezanas como Domecq o González Byass, que hacen más de 60 millones de euros de caja, pero si se hicieran realidad esas 40 bodegas en esta comarca, con solo facturar lo mismo que hacen ellos la cifra aumentaría a más de 6 millones de euros.

No estaría mal.

Por mucho que cueste imaginarlo, no siempre estos paisajes han estado dominados por olivos y alcornoques. Las lomas de las sierras de la Sierra Norte eran, hasta principios del siglo XX, un tapiz verde de cepas de poca altura que dibujaban líneas y surcos como si se hubiera peinado la tierra. Sí, aquí se producía vino. Y mucho y bastante bueno.

Según Pedro Plasencia el vino de Guadalcanal fue “el primero que tuvo el honor de viajar a América” y probablemente fue el causante de una de las primeras cogorzas que se han documentado de nativos por culpa de los recién conocidos caldos europeos. Fray Bartolomé de las Casas cuenta en su “Apolegética Historia” cómo un líder local quiso probar de primera mano el brebaje y “teniendo harto vino nuestro y de Guadalcanal, lo bebía con tanta templanza, que un monje muy reglado no podía tenella mayor”. Y eso que él mismo escribe que les daba a probar el vino “cristianamente”, o sea, con mesura.

No solo el principal defensor de los indios recurrió al líquido producto de las uvas en su periplo americano. El extremeño Hernán Cortés también uso el vino de nuestra localidad como moneda de intercambio con los indígenas, ya que les ofrecía el “apreciado vino añejo de Guadalcanal” para sellar alianzas con ellos.

También probablemente las primeras cepas de vino que se plantaron en el Nuevo Continente fueron traídas de Guadalcanal.

Con la conquista de América comenzaron a aparecer nuevas necesidades. Y una, aunque nos pueda provocar algún tipo de sorpresa en el siglo XXI, fue la del vino para la liturgia. El nuevo continente supuso una aventura evangelizadora de primer nivel y exigió hacer cruces, iglesias, campanas y fabricar obleas y vino.

No se pagaban mal los barriles procedentes de Guadalcanal. Una arroba de vino (11,5 kilos) se vendía a dos reales en España y cuando llegaba a Nueva España el precio subía hasta cinco reales. Para muestra, un botón. Un estudio de Mª Carmen Mena García (quien, que yo sepa, no es familiar mío) documenta que en 1514, 1.152 arrobas (13.248 litros o 60 barricas) de vino de Guadalcanal cuyo precio en origen al por mayor fue de 79.833 maravedíes se vendieron en el puerto de Darién (cerca de Panamá) por 821.250 maravedíes, lo que supone un incremento del precio del orden del 1.026% y un beneficio bruto del 479%.

La acción exportadora no solo se limitó al Nuevo Mundo. También hay constancia de que los toneles con vino de Guadalcanal se vendían de forma habitual en los puertos de Galicia, Cantabria o Guipúzcoa tras salir de Sevilla. Lo mismo ocurría con algunas plazas de Europa.

La producción de vino en Guadalcanal tuvo su punto máximo de producción en 1560 y no se limitó a una superficie marginal o a un limitado ámbito. Muy al contrario, aunque no se llegaron a producir las cantidades que Cazalla y Constantina sí consiguieron poner en circulación, las vastas superficies dedicadas al cultivo de la vid hicieron florecer haciendas notables como La Florida o la Bodega del Rey entre los siglos XVIII y XIX.

Nada que envidiar a los Rioja

En las páginas de esta ilustre revista ya se ha hablado sobre las veleidades de los caldos de esta tierra en anteriores ocasiones. La erudita pluma de Quimiófilo nos descubrió en 2010 que el vino de Guadalcanal era popularmente conocido por su variedad de blanco hacia 1876[1]  de la misma manera que las mujeres nacidas al albor de la Sierra del Viento tenían fama de buenas mozas. De esto último, si viene al caso, puede que hablemos en otra ocasión.

También Juan Bautista Rodríguez en el año 1985 nos contó el hallazgo de una mención en uno de los 2.978 manuscritos del “tumbo” o colección documental de los Reyes católicos que se conserva en el Archivo Municipal de Sevilla sobre el vino de Guadalcanal. En él, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla ponen negro sobre blanco en una compra efectuada en 1486 de 2.000 arrobas de vino que, haciendo la pertinente cuenta, significa que adquirieron para sus tropas 32.266 litros de vino contante y sonante.

Así no hay Toma de Granada que se resista.

Fuera de la base documental que constituye esta revista y tal y como explicó el ingeniero Marcelino Díaz Taboada en la charla que ofreció en Santa Ana en julio de 2009[2], a partir de 1640 el negocio del vino comienza a venirse abajo por culpa, entre otros, de la alta fiscalidad que se aplicaba a los caldos de Guadalcanal por su calidad. Es como si por ser bueno, tuvieran que soportar un IVA actual del 40%. La zona se vio bastante perjudicada por la medida y la competencia, más barata aunque de peor calidad, se llevó el gato al agua. Sin embargo, las cepas continuaron dando uvas que se empezaron a utilizar en la elaboración de licores, algo que en Cazalla han continuando haciendo con gran éxito.

De lo que también se ha hablado unas cuantas veces en estas páginas es de las veces que los vinos de Guadalcanal han aparecido en obras famosas de ilustres escritores y dramaturgos, sobre todo en los siglos XVI y XVII. Mateo Alemán en su libro “Guzmán de Aznalfarache” lo menciona, Pedro Rodríguez de Ardila en su “Alabanças del vino de Baccho y sus bodas” también y Lope de Vega habla de los caldos de la Sierra Norte en algunos sonetos.

También el historiador Menéndez Pidal habla del vino de Guadalcanal en su obra “El Reinado de Felipe III” en la que lo menciona junto con el de Alanís y Cazalla amén de el de Jerez.

Y, por supuesto, Cervantes. Parece ser que el autor de “El Quijote” era bastante entendido en vinos por los detalles que hace en sus novelas y la relación de buenos vinos de diferentes zonas de España que hace. En concreto, y según asegura José Antonio Negrín de la Peña, el alcalaíno enumera algunas de las mejores “denominaciones de origen” de la época en las que aparece citada Guadalcanal junto a Alanís y Cazalla en dos de sus “Novelas Ejemplares”: en “Rinconete y Cortadillo” y en “El Licenciado Vidriera”.

Cuando el renombre provoca recelos

De casi todos es sabido que nuestro país no destaca por ser una amalgama homogénea de vecinos solidarios y empáticos que buscan el bien común por medio de la solidaridad. Más bien por ser el lugar en el que desde que los godos, visigodos, tartesos, celtas, almohades, almorávides y demás tomaran el relevo de los romanos nos hemos dedicado a mirar de reojo al vecino para aprovecharnos de él o directamente para hundirlo en la miseria.

Viñedos en la provincia de San Juan en Argentina

Eso (más o menos) fue lo que le pasó al vino de Guadalcanal. Ya allá por 1619 y en un encomiable esfuerzo, los productores locales apuntaron alto y tomaron en consideración vender su vino nada más y nada menos que en la corte de Madrid. Pensemos que por aquel entonces el transporte no era lo eficaz que lo es hoy, pero no les desanimó la circunstancia y se lanzaron a por los mentideros del foro. Sin embargo, su principal y crucial escollo no fueron las “sesenta leguas” que tenían que recorrer los toneles, sino la oposición en bloque de la Sala de Alcaldes de la Casa y Corte que argumentó ante el Rey que “se lo deben de negar, porque vendiendo como quisiera, el precio se pondría muy subido, de manera que sería un inconveniente para los que venden vino de San Martín (De Valdeiglesias, en la actual Comunidad de Madrid)”. Corporativismo madrileño del siglo XVII, vamos.

No les sirvió de mucho. Según escribe también Pedro Plasencia, aunque la mayoría de la producción se consumía y embarcaba en Sevilla rumbo a América, como ya se ha indicado, sí consiguieron que el Rey diera su visto bueno y que se vendiera en la Corte. Ahora bien, su fama aumentó de forma exponencial y, con ella, el auge de su precio por culpa de la fiscalidad también anteriormente mencionada.

El éxito, en cierta manera, lo malogró.

Tipología de uva del vino de Guadalcanal

Sabemos que el vino de Guadalcanal, al contrario de los que se comercializan actualmente en la zona y al igual que ocurre más al sur de Andalucía, era blanco, pero se desconoce a ciencia cierta qué variedad de uva se cultivó. Según Simón de Rojas Clemente y Rubio en su “Ensayo sobre las variedades de vid común que vegetan en Andalucía” editado en 1807, en esta parte de España se llegaron a trabajar hasta 114 variedades, por lo que no es fácil encontrar vestigios concretos de la usada en Guadalcanal.

Así que existe hoy día todo un misterio acerca de la uva que se explotaba, pero por la cercanía (y antigua pertenencia) a Extremadura, es muy probable que fuera Pardina o alguna variedad muy parecida.

Se trata de una uva blanca relativamente neutra de gran implantación en España, de temprana maduración y escasa producción, con un interesante índice de glicerol que hace que los vinos que salen de sus granos sean suaves. Las bayas son de tamaño mediano, forma esférica y color amarillo dorado. En el lenguaje de los enólogos, se trata de una variedad “vigorosa y bastante resistente a enfermedades”, muy fértil desde las primeras yemas de los sarmientos, adaptable a las podas cortas.

La planta es de maduración temprana, lo que le hace ser especialmente sensible a las heladas de primavera. Su brote es velloso, casi algodonoso con hojas de tamaño pequeño, forma pentagonal y senos laterales inferiores casi inexistentes. El racimo es pequeño, “muy suelto y de forma muy variada”.

Los vinos que salen de esta variedad son de calidad, “alcohólicos, sabrosos, con cuerpo, color amarillo dorado y aroma potente”, presentando un sabor ligeramente dulce. En nariz es “penetrante”.

En Badajoz es donde se encuentra la mayor parte plantada de esta variedad en nuestro país y se parece mucho a la Airen, cultivada en La Mancha. También podemos encontrarla en otras denominaciones y regiones como Almansa, Canarias, Manchuela, Ribera de Duero, La Rioja, Toro, Txacolí de Vizcaya y Vinos de Madrid. Fuera de España es difícil encontrarla.

Curiosamente, en Pelayos de la Presa (al lado de San Martín de Valdeiglesias) han comenzado recientemente a sembrar y recoger uva Albillo, que es lo mismo que decir uva Pardina pero en el centro de la península recuperando así la tradición de “vinos olvidados que presentan una enorme estructura, alcohol, glicerina y notas amargosas”, según nos indica la Bodega Marañones.

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El desastre de la filoxera

La palabra maldita: la filoxera. ¿Se trató de una plaga de saltamontes de proporciones bíblicas? ¿Hubo un cambio climático tal que las cepas sucumbieron a las nuevas condiciones? En verdad lo que conocemos como filoxera es en realidad una infección bacteriana denominada Enfermedad de Pierce transmitida por un insecto. Un pequeño bicho al que la ciencia no encontró lucha hasta tiempo después y que campó a sus anchas a lo largo y ancho de Europa, una tierra de donde no era natural. La contaminación de un pie de vid europeo por la filoxera produce su muerte en tres años. El bicho en cuestión genera radicícolas que forman nudosidades en las raíces que terminan formando tumores denominados tuberosidades que acaban matando a la planta.

Casi literalmente, como actúan muchos cánceres.

En 1863 un grupo de empresarios vitivinícolas franceses comenzó a importar de Estados Unidos una serie de cepas nuevas con la intención de cambiar el tipo de plantación en el viejo continente. La idea, loable desde el punto de vista industrial, resultaría una catástrofe fenomenal porque con las cepas vinieron también a nuestro continente esos incómodos insectos portadores de la infección. Las plantas europeas, expuestas a los nuevos habitantes y sin defensas, sucumbieron como cartas de naipes.

En España se supondría que la entrada de la enfermedad se tendría que haber producido a través de los Pirineos, pero, a pesar de que en 1879 Cataluña empezó a detectar los primeros casos en Girona, un año antes ya había a comenzado a expandirse a través de Málaga. Un comerciante de vides que viajaba entre Francia y Andalucía tuvo la culpa.

Hace no mucho tiempo, el que aquí suscribe se encontraba visitando a unos amigos en Cuzcurrita de Río Tirón, en La Rioja, y fue invitado a visitar las bodegas Ramón Bilbao en Haro. Durante la visita la guía iba explicando muy diligentemente la historia del vino en aquella zona, la producción, las características de las uvas, el tipo de madera con que se hacen los toneles y una larga lista de temas muy interesantes. En un momento dado, cuando repasaba los hitos más destacados de los últimos años mencionó la filoxera. Y el que aquí suscribe se quedó petrificado cuando escuchó de su boca decir que “la filoxera se importó de Francia, fue bajando por la península y no llegó a extenderse más allá de Segovia”. Obviamente, mi salto interior no tuvo parangón y al finalizar la visita me acerqué a ella para contarle una bonita historia con final fatal.

La infección, en realidad, se extendió rápidamente y no solo comenzó a diseminarse desde Málaga. En Huelva un pequeño barco remontó el río Tinto con cepas americanas infectadas y desembarcó su cargamento en San Juan del Puerto, abriendo un nuevo frente. Guadalcanal se encontró, casi de repente, en medio de la extensión sin control de la plaga por dos frentes. Por el norte avanzaba la enfermedad desde Portugal arrasando la rivera del Guadiana y alrededores. Por el suroeste los pulgones se iban comiendo las raíces avanzando desde Huelva hacia Sierra Morena. En 1911 toda la producción de la Sierra Norte, que por entonces cultivaba más de 4.500 hectáreas de viñedo, estaba perdida.

Las infraestructuras en materia de transporte que han jalonado y jalonan esta comarca estaban en aquel momento más centradas en las minas de plata, dejando de lado a los pasajeros y, mucho más atrás, al comercio de otros bienes como el vino. La filoxera, cierto aislamiento social y los aranceles impuestos en el precio terminaron por dar al traste con todos los siglos de producción vinícola en Guadalcanal sumergiendo en el olvido las glorias y famas pasadas. 

España, a la cabeza en producción vitivinícola

Sin embargo, no hay plaga que cien años dure, y con el tiempo se descubrieron técnicas y soluciones al problema de la filoxera. Superadas las enfermedades y con un desarrollo más que notable de la ciencia de la agricultura, nos encontramos en estos momentos con que somos el país del mundo que más viñas tiene plantadas (951.693 hectáreas) y que más vino produce (52,5 millones de hectolitros con datos de 2013).

El país que más viñas tiene y más vino produce del mundo. Perdón por repetirlo, pero es que no es moco de pavo.

Según la Federación Española del Vino, la producción media de los últimos cinco años en nuestro país ha sido de 42 millones de hectólitros cuyos caldos han provenido, principalmente, de las variedades blanca Airén, Tempranillo, Bobal y Garnacha, las últimas, tintas.

Guadalcanal se encuentra cerca de dos de los principales polos de producción actual de vino español. Por comunidades, Castilla La Mancha es la principal región productora con más de un 60% del total, seguida de Extremadura, Cataluña y Valencia. De estos lugares han salido la mayoría de los más de 21,8 millones de hectólitros de partidas al extranjero que se han efectuado y que han recalado, principalmente, en los mercados de Francia, Italia, Portugal y Alemania. De las cerca de 4.000 bodegas que existen en España, 3.921 están registradas como empresas exportadoras y solo el año pasado vendieron por un total de 2.637,8 millones de euros.

Desde 2004 la Junta de Andalucía tiene reconocida la Indicación Geográfica Protegida “Sierra Norte de Sevilla“ a todos los vinos que se producen o que se pretendan producir en Cazalla de la Sierra, Constantina, Guadalcanal y Alanís teniendo que ser de esa zona “al menos el 85% de la uva empleada para elaborar cada vino”. Vino que en el caso de los blancos debe ser de 11 grados o más con características organolépticas “de color amarillo pajizo, con notas afrutadas, suave y aterciopelado al paladar”, y de 12 grados en adelante si son rosados o tintos con colores desde el rosa pálido al rosa fresa y cereza con intensidad media y finos y de carácter afrutado respectivamente. ¿Qué significa esto? Que el Gobierno autonómico quiere que la zona vuelva a ser productora de vino, como lo hacía hasta hace cien años, y eso significa también ayudas y fomento de iniciativas.

Es de hacer notar, que la Junta no habla de la habitual y conocida “Denominación de Origen”, sino que usa la expresión “Indicación Geográfica Protegida”. La diferencia radica en que en ésta última, no es necesario que todas las fases sean realizadas en esa zona delimitada, sino sólo el origen del producto, aunque la uva, como se ha visto, tenga que proceder en un nivel muy alto de la comarca de producción.

Una gran oportunidad

Sin duda nos encontramos ante una enorme oportunidad de puesta en marcha de una producción de valor económico importante. No se parte de cero, ya que las tierras, utilizadas en las últimas décadas a otros menesteres, han demostrado a lo largo de los siglos de que son válidas y pertinentes para elaborar un vino de alta calidad. Guadalcanal sigue teniendo las mismas condiciones de antaño para cultivar de nuevo vides y recuperar el renombre perdido. La climatología es favorable, ya que hay una diferencia notable de temperaturas de noche y de día y por la noche las parras pueden descansar para trabajar de nuevo al día siguiente. Las viñas se suelen plantar en suelos pobres con terrenos en pendiente, buen drenaje y una buena altura, elementos que se dan en estos lares.

Como comentábamos al principio de este artículo, en Cazalla las Bodegas Colonias de Galeón cultivan uvas de los tipos Cabernet Franc, Merlot, Syrah, Pinot Noir, Tempranillo y Chardonnay produciendo caldos tintos. Lo hacen en la Sierra Norte de Sevilla por su “clima, suelo, y altitud óptimos para el cultivo de la vid”. Afirman también que “el cultivo de la vid no requiere para su óptimo desarrollo el uso de productos agresivos al medio ambiente ni precisa en gran medida el agua, por lo que es un cultivo muy apropiado y adecuado para llevar a cabo en esta zona.”

También en Cazalla nos encontramos con otra iniciativa denominada Bodegas Nao Victoria. La explotación debe su nombre a uno de los barcos de la expedición de Magallanes (concluida por Elcano) que dio la vuelta al mundo por primera vez y cuyas bodegas “se cargaron con vinos y alimentos de la Sierra Norte de Sevilla”, aseguran. En esta ocasión, para sus caldos, tintos, usan uvas de las variedades Syrah y Cabernet Franc procedentes de agricultura ecológica.

Volviendo al comienzo de este relato, y rescatando a uno de los dos protagonistas de aquellas desafortunadas frases, el más alto de los dos (el que pronunció la frase que da título a este artículo) ya fue obsequiado en una ocasión con aceite de oliva de una de las cooperativas locales. Sería toda paradoja que también hiciera un brindis con vino de Guadalcanal en breve.


[1] Ver “Revista de Feria 2010”

[2] Recogida en crónica realizada por Ignacio Gómez

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