Sus mejores versos

Adelardo López de Ayala

            Amores y desventuras

   Llama rabioso a la dormida muerte,
que a la voz del pesar nunca despierta.
              
(Del Autor.)
        –  I –
LA CORTE DE DON RODRIGO 
 
                                                
   Sediento el hombre por gozar se afana;
y el Infierno, que goza en sus dolores,
la carrera del vicio le engalana
con vivas fuentes y fragantes flores.
Lánzase entonces la flaqueza humana
en pos de los placeres seductores,
y, al tocarlos, encuentra de repente
la flor marchita y sin caudal la fuente.
   Oye después la voz de su conciencia,
que en sí propia ejercita la venganza;
aplacarla pretende en su demencia,
y a nuevo crimen con furor se lanza.
El último fulgor de su inocencia
se apaga con la luz de la esperanza,
y en vano entonces reconoce el triste
que no hay placer do la virtud no existe.
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   Llena de espanto, asolación y miedo
arrastra la existencia de este modo
la regia Corte, la imperial Toledo,
hermosa perla del imperio godo.
Perdieron ya sus hijos el denuedo
que admiró en otro tiempo el mundo todo,
pues del pecado la tenaz carcoma
las fuerzas quita y la arrogancia doma.
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   Ave ninguna de plumaje vario
alza su canto en la ciudad maldita;
tan sólo el cuervo triste y funerario
sobre el Palacio lúgubre se agita.
Del negro cielo al monte solitario
el rayo con fragor se precipita,
y a la luz del relámpago brillante
muestra el pavor su pálido semblante.
   No ya la antigua fe, no la postrera
esperanza a los míseros socorre;
aciago viento la imperial bandera
rabioso agita en la almenada torre.
Por la escabrosa y árida ribera
crecido el Tajo ceniciento corre,
y, olvidando su música sonora,
en son medroso entre las peñas llora.
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– II –
FLORINDA

                                                                      
   Presta la noche misterioso encanto
a la virgen sencilla y candorosa
que, dando treguas al copioso llanto,
en dulce sueño lánguida reposa.
   Dios en el cielo con placer la mira;
la osadía se turba en su presencia,
y, en torno al lecho, silencioso gira
el ángel del amor y la inocencia.
   Yace Florinda en plácido abandono,
dando al olvido en su lujoso lecho,
el vivo amor que con mortal encono
constante hiere su inocente pecho.
   ¡Ángeles puros, que en sabrosa calma,
cuando el sueño tranquilo nos sorprende,
allá en el cielo consoláis el alma,
que del cuerpo mezquino se desprende!…
   ¡Dad consuelo a la suya dolorida;
prestad valor a su esperanza muerta,
y hacedla tan feliz allá dormida
como es desventurada aquí despierta!
   Están en pabellones levantadas
las vistosas cortinas de su lecho…
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   Su hermoso brazo cuelga descuidado,
y su negro y finísimo cabello
con dulzura acaricia, desatado,
la pura nieve de su ebúrneo cuello.
   Lámpara triste en derredor destella
su luz, entre las sombras vacilante,
y el trémulo fulgor hace más bella
la hermosa palidez de aquel semblante.
   Por su boca rosada y entreabierta
leve sonrisa silenciosa vaga,
que a otra vida su alma está despierta,
y divina visión su mente halaga…
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   ¡Quién pudiera, ¡oh Florinda sin ventura!
en el cielo dejarte adonde sube
tu virgen alma, que aun está más pura
que el perfumado aliento del querube!
   Lleno el sensible corazón de pena,
cuantos tu noble muerte contemplaran,
en tu casta mejilla de azucena
una lágrima tierna derramaran…
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   ¡Tumba de honor y de triunfal reposo
tus célicos despojos guardaría,
y en cantos hoy de trovador famoso
tu dulce nombre resonar se oiría!…
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– III –
Don Rodrigo


   Entra Rodrigo inquieto y vacilante,
lleno de espanto y de congoja lleno,
mostrando en la fiereza del semblante
la guerra atroz que le devora el seno,
   Giran sus ojos bajos y encendidos,
y le palpita el corazón tan fuerte,
que recela, al entrar, que sus latidos
adviertan a Florinda que despierte.
   De aquella estancia lúgubre y sombría
tal vez oculto miedo le separa…;
mas un poder tan ciego allí le guía,
que otras mil veces, si saliera, entrara.
   Consigo lucha por llegarse a ella
y el puro lecho profanar impío;
pero no osa mover la torpe huella,
e inmóvil queda como mármol frío.
   Y gózase su vista, contemplando
el tenue movimiento, que le encanta,
con que el pecho, inocente respirando,
a intervalos las sábanas levanta.
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   Se estremece la virgen, y él retira
de allí sus pasos rápidos e inciertos;
que más le asustan que de Dios la ira
los negros ojos de Florinda abiertos.
   A su pesar detiénese en la puerta;
mira otra vez, y excita sus arrojos
el seno que Florinda, descubierta,
muestra desnudo a sus avaros ojos.
   En ella fija su mirada ardiente,
sin poder de la estancia retirarse;
y por sus venas retemblando siente
un volcán encendido derramarse.
   ¡Ay! ¡Despierta, Florinda desdichada,
si hacer no puedes tu dormir eterno!
¡Levántate, infeliz; que sosegada
durmiendo estás al borde del infierno!
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– IV –
El Conde Don Julián

   Lucerna antigua, sujeta
por eslabones de plata
cual sol pequeño ilumina
una magnífica estancia,
compuesta y enriquecida
con mil labores romanas,
que aún su dominio conservan
en los estrados de España.
   Recostado en alta silla,
un caballero se halla,
y apoya sobre su mano
la altiva cabeza cana.
Inquietan su pensamiento
mil imágenes contrarias,
que repentinas pasando
le martirizan y halagan.
Vuela a Toledo su mente
en alas de la esperanza
que está en Toledo el tesoro
que más en el mundo ama.
   De pronto negra sospecha
la imaginación le asalta;
pierde el color de su rostro,
y rápido se levanta.
   Inquietos sus ojos giran,
arruga la frente airada,
y toma su faz severa
atroz aspecto que espanta.
La estancia cruza mil veces
con inseguras pisadas,
cual si desechar quisiese
la imagen que le maltrata.
   Huyendo de sus ideas,
abre una extensa ventana,
desde la cual se divisa,
al dulce ensueño entregada,
a Ceuta, de hondos recuerdos,
antigua ciudad de España,
que altiva peña parece,
del mar soberbio arrullada.
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– V –
Don Rodrigo consulta su horóscopo

   ¡Ay! ¡Desdichado hombre que procura
saber el fin de su existencia entera!…
¡Sólo pena verá, llanto y tristura!…
¡Tente, Rodrigo, y gozarás siquiera
la dicha de ignorar tu desventura!
   ¿Por qué, con mano temerosa y fuerte,
intentas atrevido
romper el velo de la negra suerte,
si al romperlo tu pecho sólo alcanza,
perdida para siempre la esperanza,
vivir llorando la espantosa muerte?
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VI
Florinda después del pecado
   ¿Es Florinda, tal vez, esa infelice
que, inquieta en la ventana
su bien aguarda y anhelante llora?
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¡Cuán demudada estás pobre Florinda!
¿Cómo pudiera distinguirte ahora
quien te haya conocido
un tiempo tan feliz y encantadora
en ese alcázar que tu tumba ha sido?
¡Cuando libre de amor tu puro seno,
por el jardín ameno
placentera vagabas,
tan bella, tan gentil, que parecías
mariposa ligera, si corrías,
hermosa flor, cuando parada estabas!
VII
Don Rodrigo y Florinda

DON RODRIGO (delirando)
   -«Ya mis nobles soldados no obedecen
»al infeliz Rodrigo…
»¡La maldición del cielo va conmigo,
»y mi Dios y mi pueblo me aborrecen!
   »¿Dónde estoy? ¡Oh furor! ¿Dónde me hallo?
»¿No veis, no veis, cómo me acosan fieros
»los bárbaros sin fe con quien batallo?
»¡A la lid, a la lid, nobles guerreros!…
»¿En dónde están mi lanza y mi caballo?
»   ¡Oh, qué baldón! Mi gente me abandona…
»¡Oh, rabia! Triunfa el musulmán impío…
»Sí. ¿No lo veis? Por el sangriento río
»rodando van mi manto y mi corona.
»¡Cielos! ¡Piedad del infeliz Rodrigo!
»¿Qué culpa habrá en el mundo que merezca
»tan horroroso y bárbaro castigo?…
   »¿Así el pavor vuestros arrojos doma,
»hijos de aquellos que con fuerte brazo
»arrancaron valientes un pedazo
»al negro manto de la altiva Roma?
»¡Seguid mis pasos!…
                          »Pero en vano, ¡ay triste!,
»los convoca a la lid mi saña fiera,
»y ‘cobardes’ los nombro;
»que, pisando rebeldes mi bandera,
»huyendo van con miserable asombro…»
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      Con indecible quebranto
   le contempla embebecida
   Florinda, que le ama tanto,
   aunque le cuesta aquel llanto
   y el deshonor de su vida…
      Las manos le pone atenta
   en el pecho; y triste y loca,
   mil veces su labio toca;
   que darle la vida intenta
   con el calor de su boca.
      «¡Aliente tu corazón,
   »Rodrigo! (inquieta le dice);
   »que mi constante oración
   »calmará la indignación
   »de ese Dios que te maldice.
      »¡Despierta! ¡Mi voz te llama!…
   »que aún tienes, Rodrigo, aquí
   »todo un pueblo que te aclama,
   »y un corazón que te ama
   »con violento frenesí».
      De Florinda el dulce acento
   volvió a Rodrigo la vida;
   e incorporándose lento,
   dice con voz conmovida,
   cobrando el conocimiento:
      -«No: mi sufrir es eterno,
   »y todo auxilio es en vano,
   »ángel amoroso y tierno,
   »que en el borde del infierno
   »me quieres tender la mano…
      »¡Ah! Cuando veo tu aflicción,
   »cruzan mi rostro encendidas
   »lágrimas de compasión,
   »en un yerto corazón
   »por mucho tiempo escondidas.
      »Corrió la ventura en pos
   »de mi desdicha al abismo…
   »¿Por qué, siendo justo Dios,
   »hizo que fuese uno mismo
   »el destino de los dos?…»
   ………………………………………………
VIII
El festín


      Don Rodrigo en las orgías
   quiere echar de la memoria
   la nunca olvidada historia
   de Florinda y de su afán.
   Mas un recuerdo espantoso
   de angustias llena su pecho,
   de espinas su triste lecho,
   y de amarga hiel su pan.
   ………………………………………………
      Es el hombre que, cansado
   de su criminal oficio,
   seguir no puede en el vicio,
   ni la virtud abrazar.
   Pues cuando el alma gastada
   al negro destino cede,
   después, sin valor, no puede
   volverse ni adelantar.
      Queriendo lanzar del pecho
   remordimientos roedores,
   «Brindemos (dijo), señores…»
   y al punto la copa alzó.
   Todos gritaron: «¡Brindemos!»
   alzando las copas de oro,
   cuando lejano y sonoro
   confuso estruendo se oyó.
      Suspensas quedan las copas
   en el borde de los labios y
   y cada vez más distinto
   se va el rumor acercando.
      Ya claramente se escucha
   en las puertas de Palacio
   crujir los duros arneses
   y relinchar los caballos…
      Y ya en la estancia vecina
   suenan atrevidos pasos,
   del choque de finas armas
   y espuelas acompañados.
      Preséntase un caballero
   con arrogante descaro,
   y, alzándose la visera,
   les dice: ¡Yo soy Pelayo!
 
DON PELAYO
   -«¿Os hallo así, con criminal anhelo,
»halagando satánicas pasiones,
»cuando sólo debiérais, ¡vive el cielo!,
»tocar al arma y levantar pendones?
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»¿Acaso a vuestras locas liviandades
»no llega ¡oh vilipendio!
»el lúgubre clamor de las ciudades
»entre las rojas llamas del incendio?»
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IX
Arenga de Don Rodrigo


   «¡A las armas, valor! Esos vestidos
»en arneses trocad, y el aire rompa,
»despertando los ánimos dormidos,
»la áspera voz de la guerrera trompa.
   »Gritos de guerra y bélicos acentos
»al reino todo llevarán la nueva,
»conducida en las alas de los vientos…
   »Y el rústico labriego sin tardanza
»dejará una vez más la mansa esteva
»y airado empuñará la dura lanza.
   »¡Guerra y valor! ¡Ardientes adalides!
»¡La gloria excelsa del imperio godo
»ganóse un tiempo en las sangrientas lides!»
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   Dijo, y ¡venganza! claman conmovidos
cuantos llenan las salas del palacio,
a las armas corriendo enfurecidos.
   El ronco estruendo del soberbio Marte
vibra sonoro en el tranquilo espacio,
y, estremecida la española tierra,
parece repetir de monte en monte
la voz solemne de ¡venganza y guerra!
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INVOCACIÓN
al ponerse a escribir el segundo acto de “Consuelo”


   Espíritu sutil que, condensando
varias especies de la mente inquieta,
sueles a veces ofrecer completa
la forma que el ingenio anda buscando:
   hoy tus favores con afán demando.
¡Haz el milagro que hace la trompeta,
cuando al disperso ejército concreta
y lo muestra formado y peleando!
   Sólo exige de ti mi pensamiento
un momento feliz que con vehemencia
coloque en su lugar cada elemento…
   ¡Y en verdad que no es floja la exigencia;
que muchas veces un feliz momento
suele influir en toda la existencia!
Argumento del segundo acto de “Consuelo”
Soneto

   Consuelo vuelve en sí; medita, y halla
que ama a Ricardo y no es correspondida.
Ricardo siente el alma enardecida
por la tiple del Real, que le avasalla.
   Bien aconseja Antonia, o sufre y calla.
Fulgencio a todos ama, y les convida
a la calma. Consuelo, inadvertida,
mete a Fernando en áspera batalla.
   Por picar a su esposo, coquetea
con el que fue su novio. Éste vacila,
y su antigua pasión se enseñorea…
   Tras la borrasca, viene la tranquila
apariencia. Fulgencio se recrea,
y la infeliz Antonia se horripila.
IMPROVISACIÓN
A la señorita doña Ana R.


   Como las auras de abril
pasan besando la rosa,
y cada vez más hermosa
la dejan en su pensil,
los años de mil en mil
pasen por ti, hermosa Ana,
y en su carrera liviana
sólo te sepan traer
dulces recuerdos de ayer
y esperanzas en mañana.

A una bañista

   ¡Quién fuera el mar, que enamorado espera
que tu cuerpo interrumpa su llanura
y rodear tu espléndida hermosura
de un abrazo y a un tiempo toda entera!
   Si yo en tus aguas infundir pudiera
el alma ardiente que adorarte jura,
en muestra de mi amor y mi ventura
te alzara en triunfo a la celeste esfera.
   Y, al descender con mi tesoro, ufano,
convirtiendo la líquida montaña
en olas que anunciaran mi alegría,
   en las costas del reino lusitano,
y en áfrica, y América, y Bretaña,
mi grito de placer resonaría.
Elegía
en la muerte de mi amiga la señorita Juana
Vicenta Quintano y Quiñones
Fragmentos
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   No todos los arcanos del Eterno
se encierran en la bóveda estrellada.
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   ¿Quién no ha encontrado, como yo, en la vida
una de esas mujeres misteriosas,
amparo y luz del alma dolorida;
imagen propia del amor profundo
que nos inspira el cielo;
ángel de paz que a la oración provoca;
nuncio de Dios, que hallamos en el mundo,
y nunca al mundo con sus alas toca?
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   Descansa, amiga tierna; ya es cumplida
tu misión de consuelo;
tú no viniste a disfrutar la vida;
bajaste sólo a merecer el cielo.
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   Dondequiera mi suerte congojosa,
yerto cadáver imagina aún verte…
Tus labios conservaban todavía
la postrera sonrisa cariñosa
que sorprendió la muerte…
   ¡Poder de la virtud! Yo, que insensato
al mundo doy mi juventud florida,
celado allí mi pensamiento impío,
inocente cual tú me contemplaba…
e inocente sentía el pecho mío.
   En diversas imágenes mi mente
mi vida turbulenta me ofrecía,
y un vértigo tenaz me parecía
que a mi pesar violento me arrastraba;
¡delirio de que, ya convalecido,
en el cielo contigo despertaba!
   Quise dejarte, y me volví temblando.
Miraba allá los hombres tan mezquinos,
que temí, tu presencia abandonando,
mi vida confundir con sus destinos.
Volví otra vez a bendecir tu suerte:
tu mano, blanca y fría,
pesada con el hielo de la muerte,
estreché con la mía;
último adiós de la amistad que un día
en el mundo tuvimos… ¡Oh consuelo!
¡De esa tierna amistad, que nunca muere,
los dos tendremos, mientras yo viviere,
tú un recuerdo en la tierra, y yo en el cielo!
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   Vosotros, los que fieles todavía
guardáis entera nuestra fe cristiana,
porque antes del morir no halláis la vida;
porque hoy pensáis lo que seréis mañana;
si alguna vez, al declinar la tarde,
cuando alza el bosque funeral plegaria,
lejos del mundo y su común fatiga,
halláis en una piedra solitaria
escrito el nombre de mi dulce amiga,
derramad una lágrima piadosa
sobre la humilde losa…
¡Allí su alma en su sepulcro vela!…
¡Paraos un punto a bendecir su nombre,
que la tumba del justo nos consuela
y purifica el corazón del hombre!
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Al oído

   Déjame penetrar por este oído,
camino de mi bien el más derecho,
y en el rincón más hondo de tu pecho
deja que labre mi amoroso nido.
   Feliz eternamente y escondido,
viviré de ocuparlo satisfecho…
¡De tantos mundos como Dios ha hecho,
este espacio no más a Dios le pido!
   Yo no codicio fama dilatada,
ni el aplauso que sigue a la victoria,
ni la gloria de tantos codiciada…
   Quiero cifrar mi fama en tu memoria;
quiero encontrar mi aplauso en tu mirada;
y en tus brazos de amor toda mi gloria.
Ante el retrato de una bella

   De vista y muy de pasada
nos conocemos los dos,
y la tuya, vive Dios,
no es vista para olvidada.
   Mas tú verás, si me escuchas
con la atención que te pido,
que el no habernos conocido
tiene ventajas, y muchas.
   ¡Cuánta alabanza podemos
decir recíprocamente
de los dos…, precisamente
porque no nos conocemos!
   Tú dirás que la modestia
en mí acredita su nombre,
pues para ti no hay un hombre
que cause menos molestia.
   Que, aunque me llamen adusto
los que… me conocen mal,
soy tan blando y tan leal,
que nunca te di un disgusto.
   Yo diré que hasta el presente
no te oí murmurar nada,
ni de amiga mal tocada
ni de amiga impertinente;
   que debes tener un arte
singular y un gran talento,
pues que ni un solo momento
me he cansado de escucharte;
   que es tu tino tan perfecto,
tu prudencia tan cumplida,
que juro a Dios que en mi vida
te he conocido un defecto.
   Y en un mes lo acabaría
si hubiera de referir
cuanto podemos decir
de tu alabanza y la mía.
   Todo bueno, y, sin embargo,
todo verdad lisa y llana,
y todo, chica, dimana
de habernos visto de largo.
   Que en este mundo fatal
tales engaños se ven,
que para alabarse bien
hay que conocerse mal.
   Mas, si iguales han nacido
tu corazón y tu cara,
yo mucho más te alabara
si te hubiera conocido.
La música
(en un álbum)

   La música es el acento
que el mundo arrobado lanza,
cuando a dar forma no alcanza
a su mejor pensamiento:
de la flor del sentimiento
es el aroma lozano;
es del bien más soberano
presentimiento suave,
y es todo lo que no cabe
dentro del lenguaje humano.
   Dichosa tú que su palma
has llegado a merecer,
conmoviendo a tu placer
la mejor parte del alma.
Tu voz infunde la calma
y arrebata y enamora…
¡Ay de mí! Tu seductora
y celestial armonía,
¡cuántas veces calmaría
este afán que me devora!
A un pie

   El pie más lindo que acaricia el suelo
jugaba ante mi vista complacida:
yo, con mano dichosa y atrevida,
de un espacio mayor levanté el velo.
   Bella columna descubrió mi anhelo,
por los mismos amores construida,
como del recio vendaval movida,
se abre la nube, y se descubre el cielo.
   Detenido en las puertas de la gloria,
aguardo a que el amor quiera propicio
dilatar en sus reinos mi victoria.
   Y hoy, recordando tan gallardo indicio,
mil veces se complace mi memoria
en dibujar completo el edificio.
Romance

   ¿Es posible que desdeñes
mi amor, porque eres devota,
cuando yo sólo te pido
obras de misericordia?
Tú verás, si atentamente
de mis dolores te informas,
que en mí puedes, vida mía,
ejercerlas casi todas.
   Enseñar al que no sabe
es obligación piadosa…
¡Haz tú que mi amor aprenda
de ti lo mucho que ignora!…
Yo no sé qué sabor tienen
tus palabras amorosas,
ni el encanto de tus brazos
cuando amantes aprisionan,
ni los rayos di tus ojos,
ni los ayes de tu boca….
-Sácame de esta ignorancia,
que me mata de congoja,
y enséñame, pues ignoro
tantas dulcísimas cosas!
   Dame, dame el buen consejo
que ha menester quien te adora,
para saber de qué modo
se cambia un alma por otra…
Y corrígeme, si yerro…
¡Verás mi obediencia pronta,
buscar la senda más breve
que en tu pecho desemboca!
   Perdóname, si te injuria
mi pasión impetuosa,
pues sabes al que ama mucho
lo mucho que le perdonan.
Y no me niegues al menos,
cuando la pena me agobia,
que de consolar al triste
te ofrezco ocasión notoria…
Mas si es flaqueza el quererte,
con paciencia la soporta,
y a un tiempo, de esta manera,
los dos ganamos la gloria.
Estoy enfermo; visítame;
estoy hambriento; haz que coma;
y de mi alma, la tuya
calme la sed ardorosa.
Gime el corazón desnudo,
y se estremece y solloza,
porque tu amor no le presta
el abrigo de sus ropas.
Soy un pobre peregrino
que llama a tu puerta sorda:
mas, si tú me das posada
y en tu corazón me alojas,
no temas que nunca exija,
por mucho que el tiempo corra,
que redimas a un cautivo
que en serlo tuyo se goza.
En fin, si nada te mueve,
y despiadada malogras
la ocasión de practicar
tantas benéficas obras,
concédeme la que pido,
última piedad de todas:
entiérrame, que estoy muerto;
y puesto que eres de roca,
lábrame la sepultura
del mármol de tu persona.
El sol y la noche

   Encendido en sus propias llamaradas,
la sed devora al luminar del día,
y, eterno amante de la noche fría,
persigue sus espaldas enlutadas.
   Ansioso de sus sombras regaladas,
en vano corre la abrasada vía:
que él mismo va poniendo el bien que ansía
donde nunca penetran sus miradas.
   La dicha ausente, y el afán consigo,
arde y redobla su imposible instancia,
llevando en sus entrañas su enemigo…
   ¡Así corro con bárbara constancia,
y siempre encuentro mi ansiedad conmigo
y el bien ansiado a la mayor distancia!
Dos madrigales en uno

   Yo a Enriqueta le diría
que su gracia me subyuga,
que me encanta su talento,
y hasta su nombre me gusta…
   Mas temo que Margarita,
al escucharme, presuma
que la agravio, y el respeto
me deja la lengua muda.
   Yo también a Margarita,
en más feliz coyuntura,
de sus muchas perfecciones
pudiera elogiarle algunas…
   Pero temo que Enriqueta
me diga con faz adusta,
que requiebros duplicados
no tienen gracia ninguna.
   Niñas: ¿queréis que un momento,
para hablaros, os desuna?
Dos tórtolas en un árbol
están muy bonitas juntas…;
pero, al volar, si son libres,
toman diferente ruta…
   Y no es mucho mirar luego
cómo encuentra cada una
su dulce compaña, y cómo
se dan el pico y se arrullan.
Epístola
A Emilio Arrieta


   De nuestra gran virtud y fortaleza
al mundo hacemos con placer testigo:
las ruindades del alma y su flaqueza
sólo se cuentan al secreto amigo.
De mi ardiente ansiedad y mi tristeza
a solas quiero razonar contigo:
rasgue a su alma sin pudor el velo
quien busque admiración y no consuelo.
   No quiera Dios que en rimas insolentes
de mi pesar al mundo le dé indicios,
imitando a esos genios impudentes
que alzan la voz para cantar sus vicios.
Yo busco, retirado de las gentes,
de la amistad los dulces beneficios:
no hay causa ni razón que me convenza
de que es genio la falta de vergüenza.
   En esta humilde y escondida estancia,
donde aún resuenan con medroso acento
los primeros sollozos de mi infancia
y de mi padre el postrimer lamento;
esclarecido el mundo a la distancia
a que de aquí le mira el pensamiento,
se eleva la verdad que amaba tanto;
y, antes que afecto, se produce espanto.
   Aquí, aumentando mi congoja fiera,
mi edad pasada y la presente miro.
La limpia voz de mi virtud entera,
hoy convertida en áspero suspiro,
y el noble aliento de mi edad, primera,
trocado en la ansiedad con que respiro,
claro publican dentro de mi pecho
lo que hizo Dios y lo que el mundo ha hecho.
   Me dotaron los cielos de profundo
amor al bien y de valor bastante
para exponer al embriagado mundo
del vicio vil el sórdido semblante;
y al ver que imbécil en el cieno hundo
de mi existencia la misión brillante,
me parece que el hombre en voz confusa
me pide el robo y de ladrón me acusa.
Y estos salvajes montes corpulentos,
fieles amigos de la infancia mía,
que con la voz de los airados vientos
me hablaban de virtud y de energía,
hoy con duros semblantes macilentos
contemplan mi abandono y cobardía,
y gimen de dolor, y cuando braman,
ingrato y débil y traidor me llaman.
   Tal vez a la batalla me apercibo;
dudo de mi constancia, y de esta duda
toma ocasión el vicio ejecutivo
para moverme guerra más sañuda;
y, cuando débil el combate esquivo,
«mañana, digo, llegará en mi ayuda»;
¡y mañana es la muerte, y mi ansia vana
deja mi redención para mañana!
   Perdido tengo el crédito conmigo,
y avanza cual gangrena el desaliento:
conozco y aborrezco a mi enemigo,
y en sus brazos me arrojo soñoliento.
La conciencia el deleite que consigo
perturba siempre: sofocar su acento
quiere el placer, y, lleno de impaciencia,
ni gozo el mal ni aplaco la conciencia.
   Inquieto, vacilante, confundido
con la múltiple forma del deseo,
impávido una vez, otra corrido
del vergonzoso estado en que me veo,
al mismo Dios contemplo arrepentido
de darme un alma que tan mal empleo:
la hacienda que he perdido no era mía,
y el deshonor los tuétanos me enfría.
   Aquí, revuelto en la fatal madeja
del torpe amor, disipador cansado
del tiempo, que al pasar sólo me deja
el disgusto de haberlo malgastado;
si el hondo afán con que de mí se queja
todo mi ser, me tiene desvelado,
¿por qué no es antes noble impedimento
lo que es después atroz remordimiento?
   ¡Valor! y que resulte de mi daño
fecundo el bien: que de la edad perdida
brote la clara luz del desengaño,
iluminando mi razón dormida:
para vivir me basta con un año;
que envejecer no es alargar la vida:
¡joven murió tal vez que eterno ha sido,
y viejos mueren sin haber vivido!
   Que tu voz, queridísimo Emiliano,
me mantenga seguro en mi porfía;
y así el Creador, que con tan larga mano
te regaló fecunda fantasía,
te enriquezca, mostrándote el arcano
de su eterna y espléndida armonía;
tanto, que el hombre, en su placer o duelo,
tu canto elija para hablar al cielo.
   Los ecos de la cándida alborada,
que al mundo anima en blando movimiento,
te demuestren del alma enamorada
el dulce anhelo y el primer acento;
el rumor de la noche sosegada,
la noble gravedad del pensamiento,
y las quejas del ábrego sombrío,
la ronca voz del corazón impío.
   Y el gran torrente que, con pena tanta,
por las quiebras del hondo precipicio
rugiendo de amargura, se quebranta,
deje en tu alma verdadero indicio
de la virtud, que gime y se abrillanta
en las quiebras del rudo sacrificio,
y en tu canto resuenen juntamente
el bien futuro y el dolor presente.
   Y en las férvidas olas impelidas
del huracán, que asalta las estrellas,
y rebraman, mostrando embravecidas
que el aliento de Dios se encierra en ellas,
aprendas las canciones dirigidas
al que para en su curso las centellas,
y resuene tu voz de polo a polo,
de su grandeza intérprete tú solo.
Ausencia

   La piedra imán recibe de una estrella
el influjo en que busca su gobierno
la nave audaz, y, en éxtasis eterno,
contempla enamorada su luz bella.
   Siente en su espalda el mar la blanda huella
de la luna gentil, y, amante tierno,
suspira y gime, o, con furor interno,
en cien montañas a la par se estrella.
   ¡Ama una flor al luminar del día;
dispersas y apartadas, sus amores
se comunican las flexibles palmas…
¿Por qué, ausente, no escuchas la voz mía?
¿Por qué sienten mejor el mar, las flores,
y hasta las mismas piedras que las almas?
La rosa de la aldeana
(Letra para una canción)

   Donosa aldeana
de negro cabello,
de rostro más bello
que fresca mañana:
detente; te llamo
temblando de amor;
desata ese ramo
y dame una flor.
   Marchito y sin vida
tu ramo, aldeana,
acaso mañana
ninguno lo pida;
mas hoy que lo pinta
la luz del amor,
desata esa cinta
y dame una flor.
   No llores, amada,
no muestres despecho;
que llevo en el pecho
tu imagen grabada.
¡Dichosa mañana!
¡Dichoso mi amor!
Me dio la aldeana
la rosa mejor.
Sin palabras

   Mil veces con palabras de dulzura
resta pasión comunicarte ansío:
mas ¿qué palabras hallaré, bien mío,
que no haya profanado la impostura?
   Penetre en ti callada mi ternura
sin detenerse en el menor desvío;
como rayo de luna en claro río,
como aroma sutil en aura pura.
   Ábreme el alma silenciosamente,
y déjame que inunde satisfecho
sus regiones, de amor y encanto llenas.
   Fiel pensamiento, animaré tu mente;
afecto dulce, viviré en tu pecho;
llama suave, correré en tus venas.
Epístola
Al Excmo. Sr. D. Mariano Zabalburu

   Hoy recibo tu carta y la contesto:
hoy, veintidós de junio, fecha impía,
de recuerdo amarguísimo y funesto,
que hiere mi azorada fantasía
cual siniestra visión, y reverdece
todo el horror de tan infausto día.
Y que siento agitarse, me parece,
la chusma que, doquiera voluntaria,
a la cita del mal pronta se ofrece;
y que grita, y se extiende, y, torpe y varia,
sus pupilas revuelve enrojecidas,
y antes de combatir, ya es sanguinaria.
¡Siento chocar las piedras removidas,
y del odio las torvas construcciones,
cerrando el paso, vomitar erguidas
tiros, blasfemias, risas, maldiciones!
Vertido, en fin, en medio de la plaza,
el interior de infectos corazones,
escucho la colérica amenaza
de turba clamorosa (que ahora lleva,
sumisa como el perro, su mordaza);
y que mengua el furor y se renueva;
y el grito, siempre infame y repulsivo,
de soldadesca vil que se subleva;
y enronquecer bramando el odio vivo,
y dominar el alto clamoreo
la indignación del bronce represivo.
   Mas sólo, aunque la busco y la deseo,
razón que la contienda justifique,
ni entonces la encontré, ni ahora la veo.
¡No, no era aquel un pueblo, que en despique
de su opresión, en súbito trastorno
pone la sociedad, rompiendo el dique!
Así no vimos inflamarse el horno
al rebosar la copa de la ira,
sino al cerrar sus tratos el soborno.
Hija fue del despecho y la mentira
aquella lid; su sangre no se enjuga,
y renueva el dolor que nos inspira.
¡Nos trajo la opresión que nos subyuga!
¡Comenzó por el vil asesinato,
y terminó por la cobarde fuga!
Mañana, el impostor y el insensato
pintarán como hazaña meritoria
la explosión de la intriga y el contrato;
mas nunca la conciencia ni la historia
consentirán que tan estéril luto
ocupe sin horror nuestra memoria.
   Acaso pensarás, no lo disputo,
que es una fecha causa muy liviana
para romper en trágico exabruto…
Aunque tengas razón, guardo mi plana,
pues juzgo que escribimos a un amigo
para decir lo que nos da la gana.
   Siento de corazón, siento contigo
el fiero malestar que te lastima,
implacable y doméstico enemigo.
Yo también, Mariano, llevo encima
mis achaques, y a veces me provocan
a tener el vivir en poca estima;
mas no busco las aguas que te embocan;
pues sólo quiero ya las de aquel río
que convierten en piedra lo que tocan.
De todas las demás poco me fío,
y en su gran eficacia ya no creo,
aconsejado de tu mal y el mío.
Ni tengo que buscar las del Leteo;
porque en este genial que Dios me ha dado,
abundantes y claras las poseo.
Las aguas del Jordán, santificado
con los pies del Señor, son medicina
para curar las llagas del pecado…
Mas la termal, sulfúrea y alcalina,
me recuerdan aquellas misteriosas
aguas de la probática piscina:
llegaban, como sabes, las leprosas
turbas, con ansiedad descomedida,
de mudarse el pellejo codiciosas.
Era el agua de un ángel removida;
mas sólo el que lograba entrar primero
cobraba la salud apetecida.
Pongo en lugar del ángel, el bañero,
y los mismos, idénticos encantos,
en las casas de baños considero…
¡Acuden a las aguas no sé cuántos
y, de cada diez mil, uno se cura,
no por curarse, por burlar a tantos!
   Me llaman a almorzar con gran premura…
Perdona… Me levanto, el paso tuerzo,
y al comedor me voy en derechura.
Volveré cuando torne algún refuerzo.
¡Ojalá que lo mismo que en Lisboa
me vinieras a ver mientras almuerzo!
   Este papel, como serpiente boa,
me solicita, y con afecto nuevo
a ti dirijo la olvidada proa.
Muchos tercetos engarzados llevo…
Dirás que he sido tardo, mas no corto;
pues te pago más versos que te debo.
   Saliste de Lisboa para Oporto:
apunto allí, para tirarte al vuelo,
cuando en Alhama te contemplo absorto…
¡Suelta, pájaro errante, en algún suelo
las alas de tus pies, que esa vagancia
engendra desamor y desconsuelo!
Con incansable aliento e inconstancia
menudamente tu vivir repartes,
burlando la frontera y la distancia.
De pronto llegas y deprisa partes,
y vives en el coche y en la fonda,
natural y extranjero en todas partes.
¿No te cansan la bulla y trapisonda
del hotel y la enorme comitiva
de mesa larga, que llamáis redonda?
¿Estarás ya en Alhama? Esta misiva
te suelto a la ventura, cual se suelta
el galgo tras la liebre fugitiva…
Ya la miro partir, correr, dar vuelta
por el mundo, y, tu huella olfateando,
pararse un rato y proseguir resuelta.
   Si, aunque falta de aliento y jadeando,
te consigue agarrar por el pescuezo
(nadie puede saber dónde ni cuándo),
estas coplas leerás que te enderezo,
no como tú, forzado del hastío…
(Renglón que hace el efecto de un bostezo)
sino por renovar al pecho mío
el placer que en amarte experimenta;
pues yo te quiero bien, aunque eres frío.
   Dios te guarde, y ajústame la cuenta;
versos me debes, y la vuelta aguardo…
Para; cuídate; sana, y siempre cuenta
con el firme cariño de
                                          ADELARDO
Mis deseos

   Quisiera adivinarte los antojos,
y de súbito en ellos transformarme;
ser tu sueño, y callado apoderarme
de todos tus riquísimos despojos;
   aire sutil que con tus labios rojos
tuvieras que beberme y respirarme:
quisiera ser tu alma, y asomarme
a las claras ventanas de tus ojos.
   Quisiera ser la música que en calma
te adula el corazón: mas si constante
mi fe consigue la escondida palma
   ni aire sutil, ni sueño penetrante,
ni música de amor, ni ser tu alma,
nada es tan dulce como ser tu amante.
En la duda…

   «Para ti, cuanto quieras…» -Te confieso
que, al leer estas letras de tu mano,
quedé como el avaro que cercano
viera el tesoro que guardaba Creso.
   Recordé de tu boca el dulce beso,
de tus ojos el fuego soberano,
tu pródiga hermosura, y el arcano
en que el amor se enciende y vive preso.
   Si es verdad que a que elija te acomodas
entre más joyas que mujer alguna
llevó jamás para alegrar sus bodas,
   yo dudoso entre tantas, ¡oh fortuna!,
todas las quiero, todas, todas, todas…
¡Pero, por Dios, que no me falte una!
La cita

   ¡Es ella!… Amor sus pasos encamina…
Siento el blando rumor de su vestido…
Cual cielo por el rayo dividido,
mi espíritu de pronto se ilumina,
   Mil ansias, con la dicha repentina,
se agitan en mi pecho conmovido,
cual bullen los polluelos en el nido
cuando la tierna madre se avecina.
   ¡Mi bien! ¡Mi amor! ¡Por la encendida y clara
mirada de tus ojos, con anhelo
penetra el alma, de tu ser avara!…
   ¡Ay! ¡Ni el ángel caído más consuelo
pudiera disfrutar, si penetrara
segunda vez en la región del cielo!
El sueño

   Sueño, que lento y pesado
mis sentidos acometes,
y uno a uno los sometes
a tu imperio dilatado:
   tú en prisión pones la vista
gusto y tacto en olvido:
pierde el olfato la pista,
y, aunque el último, el oído
también cede a tu conquista
   Y así dominas el fuerte,
y dejas de guarnición
la eficaz respiración
para que impida a la muerte
quitarte su posesión.
   Ya sé que al cuerpo te agrada
ver en nada transformado…
¡Y el cuerpo vil es muy dado
a transformarse en la nada!
   Mas, cuando pones en calma
el corpachón, que es más fuerte,
dime, tití de la muerte:
¿en qué se entretiene el alma?
Previsión inútil

   Yo vi, y aún me parece que la veo,
su mirada en amores encendida,
y entre mis manos, quieta y complacida,
su mano cual riquísimo trofeo.
   Yo vi sus labios de sabor hybleo
brindar risueños celestial bebida…
¡Yo vi rasgado el cielo y prometida
toda la dicha que soñó el deseo!
   Cantaba el alma, al presentir su gloria,
cual bosque alegre cuando el sol avanza
arrollando la noche en su victoria…
   ¡Todo cambió!… ¡Trocóse la bonanza
en tempestad!… -¡Infierno es la memoria
donde pena un amor sin esperanza!
Mi cuaderno de bitácora
En el año 1865
ENERO
Día 1º


   Entró en mi cuarto de un brinco;
me miró con faz severa,
y me habló de esta manera
el año sesenta y cinco:
   -«Sin razón quejas exhalas,
porque mi vuelo apresuro:
tienes un medio seguro
para arrancarme las alas.
Si escribiendo te señalas,
si tu inspiración recobras,
no experimentes zozobras
al perderme; que a tu lado
siempre estaré transformado
en el fruto de tus obras».

Día 2
Hoy Jovellanos se emplea
en ensayar con cuidado
el por mí resucitado
Alcalde de Zalamea;
y el cantor de Dulcinea
demanda mi inspiración…-
¡De buen pronóstico son
los trabajos de este día,
pues que me hacen compañía
Cervantes y Calderón!
La pluma

   ¡Pluma: cuando considero
los agravios y mercedes,
el mal y bien que tú puedes
causar en el mundo entero;
que un rasgo tuyo severo
puede matar a un tirano,
y que otro, torpe o liviano,
manchar puede un alma pura,
me estremezco de pavura
al alargarte la mano!
El olvido

   ¿Por qué me has olvidado? ¿Por qué, ingrata,
niegas tu corazón a mi gemido,
y, afligiendo mi pecho comprimido,
tu inhumano silencio se dilata?
   No le roba la muerte al que arrebata,
ni el nombre ni el recuerdo agradecido…-
¡Tumba sin epitafio es el olvido,
que traga al muerto y hasta el nombre mata!-
   ¡Háblame, por piedad; aunque al hablarme
destruyas mi esperanza y sea mi suerte
vivir llorando tu rigor eterno!…
   Acuérdate siquiera de matarme;
que odio más el olvido que la muerte,
y más temo la nada que el infierno.
Insulto

   Yo perdonara la traición artera,
huésped eterno de tu pecho ingrato,
si alguna vez en tu amoroso trato
me hubieses dicho una verdad siquiera.
   ¿Yo perdonarte, infame?… ¡Cuando adquiera
todos los bienes que te di insensato,
el ardor de mi cándido arrebato,
el noble arranque de mi edad primera!
   ¡Pido al cielo que, en cambio de tu calma,
te dé mi pena, y que tu pecho herido
llore con sangre la perdida palma!…
   Mas ¡ay! en vano la venganza pido;
que estos males se sienten en el alma,
¡y tú, perversa, nunca la has tenido!
La semana que viene…
De los holgazanes


   Lunes, que, a rienda tendida,
vas del martes empujado,
¡cuántas veces te he fiado
la corrección de mi vida!
   -¡Te vas! ¡La dejas sumida
en dudas desgarradoras!
Pero, al fin, algo mejoras
mi condición, pues hoy siento
más vivo el remordimiento
de haber perdido tus horas!
Martes

   ¡Oh, martes! No me importunes
con los apodos que tienes;
pues a hacer fecunda vienes
la esterilidad del lunes.
Como tú te desayunes,
haciendo dar un respingo
a mi inspiración, un pingo
colgaré en tu templo en pago;
y, aunque te llamen aciago,
serás para mí domingo.

Campoamor

   Tu bondad, tu trato ameno,
tu faz, tu ingenio florido,
Campoamor, son un veneno;
pues, siendo tan descreído,
no debieras ser tan bueno.
   Hoy con tu ejemplo se ve
más válida la opinión
de que es fácil que se dé
la moral sin religión,
y la conciencia sin fe.
   ¡Hombre, no inspires amor!
Te lo ruego por Dios vivo…
¡Hazte malo, por favor;
pues no serás tan nocivo…
en siendo un poco peor!
A Isabel

 De Málaga la tierra encantadora
puso en tu frente cuantas rosas crías,
y el espléndido sol de Andalucía,
en tus ardientes ojos se atesora.
   Cuando la risa endulza y aminora
el rayo audaz que tu mirada envía,
el alma se estremece de alegría,
bañada en luz de la primer aurora.
   Un espejo te mando… -¡Error profundo!
Si al retratarte, el gozo te despierta
de admirar en tu rostro un paraíso,
   mustio después encontrarás el mundo,
y temo que el espejo se convierta
en la encantada fuente de Narciso.
Los dos artistas
A mi amigo D. Serafín Adame y Muñoz
Introducción


   ¡Salud, Genio, salud! Yace la muerte
a tus plantas llorando tu victoria…
¡Quiero en la tierra padecer tu suerte,
por alcanzar tu deslumbrante gloria!
   Es el artista un sol que se levanta
sobre el mundo, y eterno resplandece;
en la virtud su lumbre, se abrillanta
y en el rostro del crimen se ennegrece.
   Y allá en el trono cuya lumbre pura
los seres engalana y hermosea,
descorre el velo a la celeste altura,
para que el mundo a su Monarca vea.
   Genio, ¿por qué, si condición tan alta
a un nuncio de los cielos te asemeja,
sólo a tu triste corazón le falta
la luz que el mismo en los demás refleja?…
   En ese mundo que a tus pies se agita,
gloria tan sólo alcanzará tu nombre;
porque morir el hombre necesita
para ser estimado por el hombre.
   Mas ¿tú eres hombre? No, que en tu memoria
hay un mundo, que el mundo no te inspira…
Tal vez has visto la ignorada Gloria,
y por gozarla tu ambición suspira.
   Tal vez eres un ángel soberano
que alzaste al trono de tu Dios las alas,
y, por castigo de tu orgullo insano,
¡Él te arrojó de las empíreas salas!
   Así en el mundo arrastras con despecho
el orgullo de un ángel en tu mente,
de un Edén las memorias en tu pecho,
de un Dios los anatemas en tu frente.
   Pero, si el mundo a padecer te lanza
de tu altivez el sin igual castigo,
¡abre tu corazón a la esperanza,
que al fin el cielo se unirá contigo!
   Pues de ese Dios que con su ardiente vista
orbes suspensos a sus pies mantiene,
la noble mente del sublime artista
es el palacio que en el mundo tiene.
   ¡Águila real! Tu cárcel es en vano;
sabrás romperla con tu pico de oro,
y el mismo Dios te tenderá su mano
para que vuelvas a su regio coro.
   ¡Y al mundo vil de condición tirana,
que hoy con desprecio mofador te nombra,
desde el empíreo lo verás mañana
en una piedra venerar tu sombra!
I
El pintor


   ¿Adónde vas, Trovador?
Ven y siéntate a mi lado;
y, al poniente resplandor,
admirarás del Pintor
el bello mundo ignorado.
   Faltóme un rayo de lumbre,
pedíselo al horizonte;
y el sol, contra su costumbre,
se para sobre la cumbre
de aquel orgulloso monte.
   Sombras… me las presta el suelo,
colores… la luz del día,
y sólo del limpio cielo
copio el cándido modelo
de mi doliente MARÍA.
   ¡Contempla mi cuadro! ¡Mira!…
y, al ver que un Dios complaciente
mi tosco Pincel inspira,
tal vez arrojes tu lira
al fondo de ese torrente.
   ¿Pudieras hacer más cierto
ese dolor que retrata
la Virgen, que siente yerto
al que por salvar ha muerto
el linaje que lo mata?
   ¡Altiva también, poeta,
mi frente a los cielos mira!
¡La eternidad me respeta!…
Que hay mundos en mi paleta
tan grandes como en tu lira.
   Si quieres, vate español,
cantar, que tu acento blando
siga deteniendo el sol,
porque a su puro arrebol
siga mi pincel pintando…
……………………………………………..
II
El poeta


   Nuestro sol otros mundos engalana…
Y va con él, de nuestra pobre vida
una esperanza, que traerá mañana
en desengaño acerbo convertida.
   ¡Genio del bien, monarca moribundo!
¡No más tu luz con las tinieblas luche!
¡Huye al abismo, porque calle el mundo
y a mí tan sólo tu creador escuche!
   En nombre de la tierra, a su palacio
quiero elevar mi lúgubre plegaria,
y ahuyentar con mi acento del espacio
los genios de la noche solitaria.
   Escucha ¡oh Dios!; que mundanal despecho
no es el que sólo mi cantar inspira:
¡Ahora las fibras del humano pecho
las cuerdas son de mi doliente lira!
   Inquieto el hombre, de esperar cansado,
en las tinieblas de la duda gime…
¿Cuándo será el instante deseado
que rompas tú la cárcel que lo oprime?
   ¿Cuándo iremos a ti, sin que nos quede
otro mundo debajo de tus huellas;
mundo agitado, que llorando ruede
y turbe nuestro bien con sus querellas?
   La luz espira… Si padece tanto
y, porque vive, el hombre es infelice,
¡apaga el sol, y bajo el negro manto
el sueño de la nada se eternice!
   Y si tu gloria vidas necesita,
¡en ese sol que acaba su carrera
mire mañana el universo escrita
Señal alguna que le diga «Espera…!»
   ¡Inútil lamentar!… ¡Tormento impío!
Todo gira a mi canto indiferente.
Antes el hombre de nacer, Dios mío,
¿qué grave culpa cometió en tu mente?…
   ¡Dios!, me responden los espacios huecos
¡¡Dios!!, me repite el huracán bramando…,
y de su nombre los solemnes ecos
dentro de mí se quedan resonando…
   ¡Calla, mundo infeliz! Teme que estalle
contra nosotros la celeste ira,
y yo también, para que siempre calle,
sobre la fuente romperé mi lira.
   Esos lamentos que angustiado exhalas
guárdalos ¡ay! con tu dolor profundo…
¡Genios del mal, estremeced las alas!
¡Venid, genios, venid; vuestro es el mundo!
 
   Dijo: su frente abismada
cayó en el pecho abatido;
y a moverse no es osada,
temiendo hallar la mirada
del justo Dios ofendido.
   El Pintor, que delirante
lo escuchaba, con denuedo:
-«¡Canta!, le dice anhelante,
poniendo en su frente el dedo,
porque su rostro levante.
   ¡Canta, canta; que te anime
otra vez tu frenesí;
que el mundo que a tus pies gime
con ese canto sublime
lo levantas hasta ti!
   Trovador, que has conmovido
mi corazón con tu anhelo,
¿en ese canto sentido,
lloras un cielo perdido,
o quieres ganar un cielo?
   Tal vez el son de tu lira
melancólico y profundo
el mismo Creador lo inspira,
y por tu boca suspira
las desgracias de su mundo.
   ¿Es lamentar tu destino
del hombre los padeceres?
¿Qué buscas? ¿Dó vas? ¿Qué quieres?
Cántame tu ser divino,
que quiero saber quién eres.
   ¿Ves la corona que ufano
tiene mi ángel inocente?
¡Pues yo en mi delirio insano
la arrancaré de su mano
para ponerla en tu frente!»
 
   Sacudió su cabellera
el vate en su desvarío,
contemplando la alta esfera,
como el águila altanera
mide el inmenso vacío.
   Tal vez un Dios no ha encontrado
más allá del firmamento,
y en su despecho violento
él mismo se ha proclamado
por Dios en su pensamiento.
   El sol sus tibias centellas
ha ocultado ya en el mar
y más balas y más bellas
aparecen las estrellas,
para mejor escuchar.
   Silenciosa el agua gira
sobre arenas de topacios,
y al blando son de la lira,
melancólica suspira
el alma de los espacios.
   Auméntase la emoción
del trovador sin fortuna,
y prosigue su canción,
brillando de inspiración
a los rayos de la luna.
 
   Digno reflejo de mi luz, Artista,
¿quieres saber mi condición? La ignoro.
Sólo sé que hay un cielo ante mi vista,
y entre mis manos un laúd sonoro.
   Para mí resplandece el sol brillante,
para mí las estrellas resplandecen;
mío es el mundo y porque yo las cante
las ondas de la mar se ensoberbecen.
   Y yo, lo mismo que el Creador supremo,
alzo los héroes de su pobre huesa,
y maldigo la frente del blasfemo,
y doy consuelo a la virtud opresa.
   Sonó mi voz. Generación dormida,
siglos pasados, muertos universos;
si allá en la nada suspiráis por vida,
¡venid, sonad en mis sentidos versos!
   Versos que son mi alcázar soberano,
alcázar cuyo rey es el Poeta…
¡Cuanto escribe en sus mármoles mi mano,
con emoción la eternidad respeta!
   Creo en el Dios que en la celeste cumbre
rodar los mundos a sus plantas mira;
porque los rayos de su eterna lumbre
reflejan en las cuerdas de mi lira.
   Y aun ese Dios, a mi solemne canto
le debe parte de sus altas glorias…
¡No se admiraran por los hombres tanto,
si el vate no cantara las victorias!
   Es mi asiento la tierra estremecida;
corona de mi frente es el espacio;
la vida de los tiempos es mi vida;
la memoria del hombre mi palacio.
III

   Dijo. -El Pintor, conmovido,
miró a su alrededor en vano,
sintiendo que de su mano
el pincel se había caído…
   Y entonces vio que el torrente,
que a sus plantas murmuraba,
despacio se lo llevaba
en su límpida corriente.
A Sara

   Noé, segundo Adán de los mortales,
de turba irracional acompañado,
en el arca famosa anduvo a nado
hasta que vio pacíficas señales.
   En la ausencia, que es arca de mis males,
me encierran tu rigor y desagrado,
de mil remordimientos acosado,
que son los más feroces animales.
   Con esta carta, a guisa de paloma,
tímidamente me aventuro, y pruebo
si se ha calmado el mar de tus enojos…
   Dímelo por piedad; que, si no asoma
la pacífica oliva, no me atrevo
a presentarme a tus divinos ojos.
Plegaria

   ¡Dame, Señor, la firme voluntad,
compañera y sostén de la virtud;
la que sabe en el golfo hallar quietud
y en medio de las sombras claridad:
   la que trueca en tesón la veleidad
y el ocio en perenal solicitud,
y las ásperas fiebres en salud,
y los torpes engaños en verdad!
   Y así conseguirá mi corazón
que los favores que a tu amor debí,
te ofrezcan algún fruto en galardón…
   Y aun tú, Señor, conseguirás así
que no llegue a romper mi confusión
la imagen tuya gue pusiste en mí.
A la misma
(en estilo más propio del asunto)

   Dices que la conciencia te provoca
a contarme, por fin, lo sucedido;
que es verdad el recelo que he tenido,
y con fulano me ofendiste loca…
   ¡Y me pides perdón!… ¡A mí me toca
demandarlo de ti, que injusto he sido;
pues que nunca posible había creído
que una verdad saliese de tu boca!
   Y tú imaginas, de rubor turbada,
que hoy mi desprecio con razón comienza,
¡cuando nunca te he visto tan honrada!…
   Mas no es extraño que el pudor te venza;
que el hacer algo bueno es humorada
que ha de costarte un poco de vergüenza.
A Luis Larra
(improvisación, jugando al billar)

   Porque el mundo es una bola,
rueda inconstante, cual ves…
Pues ¿qué fijeza habrá en tres,
si nadie fija una sola?
Si gané por carambola,
hoy malograré mí afán…:
¡No temas! Listos están
mesa, marfil, tacos, tizas…
Y, ¡qué diablos!… Las palizas
como se toman se dan.
A la esposa de mi amigo
el brigadier Caballero de Rodas

   Con Placer hablo contigo,
yo que en mi vida te he hablado;
pues eres centro, y abrigo,
Y depósito sagrado
de la dicha de un amigo.
   Dueña de su fe segura
y árbitra a un tiempo te ves
de su gozo o su amargura;
que él no tendrá más ventura
que aquella que tú le des.
   Aunque Marte galardone
su esfuerzo nunca domado
y cien veces le corone,
y en los negocios de Estado
consiga más que ambicione;
   y aunque atenta a su interés,
siempre constante y segura
fortuna bese sus pies,
él no tendrá más ventura
que aquella que tú le des.
   La mujer nuestra existencia
condena a dolor profundo
o a perpetua complacencia;
Y no hay poder en el mundo
que revoque la sentencia.
   Él adora tu hermosura,
e insoluble el lazo es
que formó vuestra ternura:
¡Ya no tendrá más ventura
que aquella que tú le des!
   Como al sol por sus reflejos
logramos adivinar,
y por su aroma al azahar,
y el grave son desde lejos
anuncia cercano el mar,
   yo adivino tu alma pura
en la apacible quietud
del hombre que amor te jura,
y contemplo en su ventura
resplandecer tu virtud.
A Carmela
(en camino de ser madre por segunda vez

   ¡Vengan hijos de ti, cuya ternura
se hará apacible del vivir la senda,
si luce en cada uno alguna prenda
de tantas como adornan tu hermosura!
   Imiten los varones la bravura
con que al potro andaluz sueltas la rienda;
y enamore en las hembras y suspenda
tu dulce trato, tu virtud segura.
   Mire el mundo sin fin reproducidas
tu faz hermosa, tus contornos bellos,
alma sencilla y corazón valiente:
   y en tus nietos tus gracias esparcidas,
la edad futura te amará por ellos,
como por ti te adora la presente.
Al remitir a una señorita

   Aunque el solo teatro tu alma fuera
de tantos genios y de numen tanto;
aunque por sólo fruto de su canto
una lágrima tuya se vertiera;
   recordaran con gozo en la alta esfera
su vida transitoria y su quebranto,
y sintieran de nuevo el dulce encanto
de la sublime inspiración primera.
   Tú sola bastas a colmar su anhelo,
y bastas a su premio y su ventura,
y a fijar sus miradas en el suelo:
   Que ni el amor que persuadir procura
ni el arte, ni la fe, ni el mismo cielo,
tienen templo mejor que un alma pura.
En el álbum
de la muy bella señorita
Dª María Cristina López Aguado

   No pulso la lira de oro,
si no me anima el amor.
Dicen que eres un tesoro;
pero yo no me enamoro
bajo palabra de honor.
   Si el rostro que me han descrito
después tan lindo lo hallo,
te ofrezco segundo escrito;
y… para entonces remito
las cosas que ahora te callo.
A unos pies

   Me parecen tus pies, cuando diviso
que la falda traspasan y bordean,
dos niños que traviesos juguetean
en el mismo dintel del Paraíso.
   Quiso el amor, y mi fortuna quiso,
que ellos el fiel de mi esperanza sean:
de pronto, cuando salen, me recrean;
cuando se van, me afligen de improviso.
   ¡Oh pies idolatrados! ¡Yo os imploro!
y pues sabéis mover todo el palacio
por quien el alma enamorada gime,
   traed a mi regazo mi tesoro,
y yo os aliviaré por largo espacio
del riquísimo peso que os oprime.
Aviso a mi persona

   Adelardo, sutiliza;
investiga; inquiere; vela;
tu fiereza martiriza…
¡Mira que el odio te cela;
mira que la envidia atiza
la leña de su candela!
   ¡Nada importa que te estés
encerrado en tu aposento,
si allí te entregas después
a uno y otro pensamiento….
y al empeño en que te ves
no te dedicas atento!
   ¡Aunque te encierres un mes,
ese desvanecimiento
no es trabajar!… ¡Antes es
holgar sin remordimiento!
Fragmento de una leyenda
…………………………………………………..
   Nací soberbio en miserable cuna;
volé al combate y alcancé renombre:
mi salvaje valor y mi fortuna
me hicieron luego despreciar al hombre.
   Ni el bosque solitario con su calma
un pensamiento levantó en la mente,
ni el ronco son de la batalla hirviente
un sentimiento despertó en mi alma.
   Tú solamente, Elena, vida mía,
tú, como Dios, que arranca con su mano
agua sin fin del pedernal que toca,
sacaste amor y sentimiento humano
de este desierto corazón de roca.
…………………………………………………..
A Antonio
(el año que se prohibió la función cívico-
religiosa del Dos de Mayo.

   Grande llaman, Antonio, -¡qué simpleza!-
a los que mueren por la patria cara…
¿Ves qué manera tan inculta y rara
tiene la plebe de adquirir grandeza?
   Mete por esos hierros la cabeza;
derriba la columna, rompe el ara;
si te falta valor, vuelve la cara;
que, de espaldas, asusta tu fiereza.
   ¡Murieron de arrojados e inexpertos!…
Y ¿han de estar por tan fútiles motivos,
de grandeza y honor siempre cubiertos?
   ¡Acaben los recuerdos aflictivos!
¿Qué importan las cenizas de los muertos
a quien vende la sangre de los vivos?
A mi hermana Josefa
(en su cumpleaños)

   ¡Un año más!… No mires con desvelo
la carrera veloz del tiempo alado,
que un año más en la virtud pasado
un paso es más que te aproxima al cielo.
Llora, sí, con amargo desconsuelo
(pues bastante jamás lo habrás llorado)
el año que al morir te haya dejado
de alguna falta el interior recelo…
   Que el tiempo que bien obres no es perdido;
pues los años de paz, hermana mía,
que en la santa virtud habrás vivido
   se convierten en siglos de alegría
en el eterno edén que hay prometido
al alma justa que en su Dios confía.
A la memoria
de mi amada Doña Rafaela Herrera de
Pérez de Guzmán
Fragmento

Si antes sufriste, al cielo te levanta
el premio de las Penas que has sufrido:
no fuera nunca tu ventura tanta,
si tanto tu dolor no hubiera sido.
                                  (Elegía del autor)

   ¡Cuán tranquila y feliz fuera mi suerte,
si reducir pudiera mi existencia
al sendero que marca en mi presencia
el cuadro de tu vida y de tu muerte!
   ¡Feliz aquél que nunca se extravía
por ásperos abrojos,
y mira noche y día
delante de sus ojos
la estrecha senda que al Creador nos guía!
   Todo es grande y sublime
en el alma cristiana: yo te he visto
en edad más dichosa,
tu pensamiento al cielo levantado,
y, ternísima madre y fiel esposa,
marchar con fe piadosa
de la virtud al premio deseado.
   Y luego que el dolor hirió tu pecho,
exaltóse a la par tu fe cristiana,
y eran siempre los ayes lastimeros
que el áspero tormento te arrancaba,
himnos sin fin cantados a la gloria
del Dios que tus dolores te enviaba.
   ¡Oh placer verdadero!
Cruzar la vida sin manchar el alma,
y, al llegar al suspiro postrimero,
exclamar: «¡Oh Dios mío,
pura mi alma descendió del cielo,
y desde el hondo suelo,
pura mi alma a tu mansión envío!»
   Dicha que está guardada
al justo sólo que en su Dios confía:
dicha que yo, presente en tu agonía,
pude leer en tu postrer mirada.
…………………………………………………………..
   ¡Dios inmortal! Mi corazón te siente:
haz que también mi corazón te adore.
Tú que heriste las rocas del desierto
con mano poderosa
y de su centro nunca penetrado
agua sacaste que calmó piadosa
la sed ardiente de tu pueblo amado:
hiere también mi corazón de piedra,
haz que sensible llore,
y saca de su centro empedernido
amor nunca sentido,
eterno amor con que sin fin te adore.
   Y tú, señora, que cual madre tierna
me hiciste dueño de tu amor profundo,
si puede haber de la amistad del mundo
algún recuerdo en la mansión eterna,
ten en todo presente
mi juventud, mi corazón ardiente;
y si me ves un día
no rechazar la tentación funesta
en que aparecen la impiedad y el vicio
ornados de las galas que les presta
la joven y rebelde fantasía,
…………………………………………………………..
haz que resuene lúgubre en mi oído
tu postrimer gemido,
y entonces, su ignominia sacudiendo,
el alma arrebatada
despertará, sublime conociendo
el alto fin para que fue creada.
De Los Comuneros

ESPOLÍN
¡Señor, señor!
GONZALO ¿Qué sucede?
ESPOLÍN Poned la gente de guerra sobre las armas.
GONZALO ¿Qué pasa?
ESPOLÍN Anda la plebe revuelta;
los diputados a Cortes
hoy a la ciudad regresan,
y sólo porque han votado
todo cuanto el Rey quisiera,
arrastrarlos por las calles
la turba airada proyecta.
Exhortando a la batalla
a la gente comunera,
los frailes lanzan tremendos
sermones en las iglesias;
los hombres se arremolinan
y abandonan sus tareas;
los niños dejan sus juegos,
y temerosos observan
los semblantes de sus padres;
cuentan agüeros las viejas;
las monjas rezan contritas,
y pálidas las doncellas
se asoman a las ventanas
al menor rumor que suena.
Todo amaga, todo anuncia
una terrible tormenta.
GONZALO ¿Viste al espadero?
ESPOLÍN      ¡Vaya!
Y es un viejo, por más señas,
más templado que el acero
que tienen sus herramientas.
Le dije que le aguardabais.
«Voy», me responde con flema,
y empieza a hablar en secreto
con otros que le rodean.
Quise escucharlos; mas «¡Vete!»,
me dijo, y de tal manera,
que de allí salí corriendo,
a pesar de mi fiereza.
Y hay más.
GONZALO ¿Qué más?
ESPOLÍN   Un soldado
que estuvo la noche aquella
persiguiendo honradamente
los bandidos de la sierra,
me ha dicho que el capitán,
con tranquila desvergüenza,
vestido de caballero
por la ciudad se pasea.
JUAN ¿Eso dice?
ESPOLÍN Y lo asegura,
y lo jura y da sus señas
y lo ha visto por sus ojos
que se ha de comer la tierra.
JUAN Guardad el papel.
GONZALO Sin duda.
JUAN Quizás al honor convenga…
GONZALO ¿De quién?
JUAN  De vuestra pupila.
GONZALO ¡Qué decís!
CALABAZA (Entrando.) Señor, esperan tres hidalgos.
GONZALO  Voy al punto.
JUAN Respondedme, y…
GONZALO
(A Calabaza.)  A doña Elena, que venga.
JUAN ¿Y vos?…
GONZALO Este asunto debéis tratarlo con ella.
De El último deseo

AMBROSIO ¡Qué noche!
(Acercándose a Laura y mirándola el traje.)
FADRIQUE  Sus sombras bellas
os rinde como en despojos
y os contempla con los ojos
de sus millares de estrellas.
LAURA Ya puede la fantasía
correr sin traba ni freno;
que ha sepultado en mi seno
la luz prosaica del día.
Mi dulce misterio inflama
la pasión y la espolea:
sueños doy al que desea,
y ocasiones al que ama.
Oiré, pues, en buena hora
cuantos suspiros exhale…
Y… no digo más, que sale
arrollándome la Aurora.
TODOS ¡Bravo!
MARÍA Si obtiene tal salva
noche que al placer convida,
no será bien recibida
la tímida luz del Alba.
Pues dice su claridad,
aunque la ilusión se enoje,
que no hay sombra que no arroje
del campo de la verdad.
(Ve a Lisardo; se detiene un momento, y continúa
como hablando con él indirectamente.)
Y anuncia a la fantasía
que sueña con loco empeño:
que han de disipar su sueño
las realidades del día.
(Movimiento de aplauso en todos.)
AMBROSIO Yo voy de la Aurora en pos.
(Da el brazo a María.)
FADRIQUE Yo tras mi Noche ligera…
(Da el brazo a Laura.)
MACARIO
(Muy contento.) ¡Quién el crepúsculo fuera,
para estar entre las dos!
ADOLFO ¡Eh!…
MACARIO  Cierto.
ADOLFO  ¡Y la va sirviendo
el banquero mismo!
FADRIQUE ¡Oh! Sí…
la quiere mucho, y a mí
me agrada…
LISARDO ¡Qué!
FADRIQUE Yo me entiendo.

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