Santiago de Guadalcanal

Alberto de la Hera. – RG año 1995

Un tercer Guadalcanal

Cuando se escucha la palabra Guadalcanal, la inmensa mayor parte de la gente de cualquier país piensa que es una isla del Pacífico, perteneciente al Archipiélago de las Salomón, que debe su fama a la gran batalla librada en ella entre americanos y japoneses durante la II Guerra Mundial, batalla que fue inmortalizada por la película del mismo nombre y por una famosa fotografía que obtuvo el Premio Putllizer y se convirtió en el símbolo de la gran gesta de los Estados Unidos en aquella guerra.

Pocos se preguntan qué hace en medio del Océano Pacífico una isla con nombre que comienza con la palabra guad, río en árabe. ¿Cuándo llegaron los árabes a aquellas latitudes? A quienes se plantean esta interrogante, nosotros podemos explicarles que esa isla no es sino el segundo Guadalcanal, porque hay un primero, del que el nombre de la isla proviene: el Guadalcanal de la Sierra Morena de Sevilla, el originario y verdadero Guadalcanal, notable villa o poblamiento desde tiempos prehistóricos, habitada por romanos luego y por los musulmanes, que le dieron su nombre actual más tarde, escenario de importantes acontecimientos históricos desde la Edad Media en adelante, mencionado por Cervantes en «Rinconete y Cortadillo», y para nosotros el pueblo más bonito del mundo.

En la fachada del Ayuntamiento del primer Guadalcanal, una lápida recuerda el día en que los americanos vinieron hasta nosotros para reconocer que se nos debe el nombre de la isla famosa, y que su descubrimiento D. Pedro Ortega y Valencia, llevó su entusiasmo por su pueblo hasta el polo opuesto de la tierra, hasta nuestras antípodas, y lo dejó allí para siempre como monumento al amor de los hijos del Guadalcanal español por su patria chica.

Pero hay un tercer Guadalcanal, ese sí que poquísimos habrán oído hablar, y yo mismo acabo de enterarme recientemente de su pasada existencia. Por eso aprovecho las páginas de nuestra Revista de este año para informaros a cuantos no lo sepáis de esa noticia que yo he adquirido hace muy poco, y de la que es muy poco también lo que sé. Tal vez alguno de cuantos me leen pueda reunir mayor información, y yo mismo espero lograrlo más adelante, cuando dé con algunos libros que han de mencionar el hecho, pero cuya rareza me ha impedido hasta ahora consultarlos.

Sé muy poco, como digo, y lo poquísimo que sé lo cuento. En 1563, el capitán José Villanueva Maldonado, actuando en nombre de Don Juan de Salinas Loyola, fundó una ciudad en América, a la que dio el nombre de Archidona. Ignoro por completo por qué eligieron los fundadores el nombre de esta población de la actual provincia de Málaga; como era muy frecuente hacerlo, probablemente le dieron el nombre de Archidona porque sería la villa natal de alguno de ambos.

La nueva población estaba situada en la llamada provincia de los Algodonales, en el territorio denominado de los Queijos, perteneciente a la Audiencia de Quito, la actual capital del Ecuador.

Archidona tuvo una vida muy corta, porque pronto fue casi destruida y quedó completamente abandonada, como consecuencia de un levantamiento indígena en el año 1578, levantamiento que capitanearon los «brujos» de las comunidades indias y que dio lugar, como era de esperar, a una represión por parte de los españoles y a la práctica desaparición de la villa.

Núñez de Bonilla, hijo, decidió repoblar la villa. Y lo hizo dándole un nombre nuevo: Santiago de Guadalcanal. Ignoro quién era Núñez y por qué eligió ese nombre, pero el hecho de la nueva fundación y de la denominación elegida para ella son hechos comprobados. Me sorprende el doble nombre, que me hace dudar del origen del repoblador, aunque hay en principio que inclinarse —pues así era práctica bastante común en Indias— porque fuese de Guadalcanal y quisiese dedicar a Santiago la fundación, por un motivo de devoción personal, de fecha del hecho fundacional o de vinculación de nuestro Guadalcanal con algún tipo de recuerdo del apóstol, hipótesis esta última muy posible, ya que como se sabe Guadalcanal dependió durante aquellos siglos de la Orden Militar de Santiago, en su priorato de Llerena.

En el siglo XVIII, la villa de Santiago de Guadalcanal aparece citada en el Diccionario de Alcedo como una de las reducciones de indios Sucumbíos, «que hicieron y tenían a su cargo los regulares de la Compañía». Como es sabido, los indios eran reunidos en poblados, llamados «reducciones», donde se les predicaba la doctrina cristiana y se les ayudaba a vivir como cristianos, a la vez que se les enseñaban oficios, se les proporcionaba cultura y se les facilitaba una vida más culta, desarrollada, superior a las condiciones muchas veces semibárbaras de sus existencias tribales. Los jesuitas destacaran en la labor de dirigir y organizar las «reducciones» de indios, hasta alcanzar resultados espectaculares en la formación religiosa, cívica y cultural de éstos. Y, por lo que sabemos, Santiago de Guadalcanal fue una reducción que la Compañía de Jesús dirigió en zona del actual Ecuador, al norte del Perú. Y, consiguientemente la expulsión de los jesuitas, decretada por Carlos III y ejecutada en 1767, debió arruinar a la población e incluso dar motivo a su segunda desaparición, aunque este extremo no me consta.

Desconozco la historia posterior de Santiago de Guadalcanal. He dicho líneas arriba que espero encontrar nuevos datos en algunas obras publicadas hace bastante tiempo, y que aún no me ha sido posible localizar. Pero, en todo caso, valga dicho para dejar constancia de la existencia histórica de un tercer Guadalcanal prueba de que nuestro pueblo extendió su nombre por el mundo más de lo que hasta ahora pensábamos.

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