Primeras en aprender, últimas en olvidar

 (Elucubraciones de un filólogo aficionado en busca del lenguaje perdido) 

José Mª Álvarez Blanco – RG año 2006

Recordando el texto “Diccionario
guadalcanalense” del
inolvidable amigo
Andrés Mirón.
“Revista 1985”

            En algunas de sus obras Mario Vargas Llosa dice que los serranos peruanos tienen buena memoria. Concretamente recuerdo el dicho atribuido al personaje llamado el serrano Caba de “La ciudad y los perros”. Si dicho aserto, más que un recurso literario, fuera cierto para toda la geografía, que duda cabe que nosotros, serranos de la Sierra Norte de Sevilla, estaríamos agraciados con dicha cualidad, que como dijo otro gran hispanoamericano el gran García Márquez, muchas veces es un tormento del que solo nos libra la muerte. 

            Lo que parece más que evidente, y no hay que ser neurólogo para comprenderlo, es que recordamos más y mejor las palabras, situaciones e imágenes captadas en los primeros años de nuestra vida, que las adquiridas después. Algún día tal vez, los científicos expliquen la bioquímica cerebral que subyace en este fenómeno que parece un hecho incuestionable.

            En las personas, como en mi caso, que hemos nacido en un pueblo, hemos vivido en él hasta la adolescencia, desde entonces vivimos en una gran ciudad y ya hemos pasado los sesenta nos han ocurrido multitud de anécdotas en supermercados y en la vida cotidiana hablando con nuestros hijos, al emplear términos aprendidos de niño en Guadalcanal que no se usaban en la ciudad en la que decidimos pasar el resto de nuestra vida, en mi caso Madrid.

            Recurriré a la gran facilidad que nos proporciona el procesador de textos para resaltar en letra negrita las palabras que aprendí en la década de los años cuarenta del pasado siglo, y que ya no se usan en la ciudad donde resido, y que no recoge el Diccionario. Con letra cursiva recogeré las palabras que si bien aparecen en el Diccionario no suelen ser actuales. En algunos casos simplemente ocurre que las palabras en cuestión eran de uso cotidiano en un amplio ámbito geográfico de nuestro país, y que han sido arrinconadas por el progreso técnico y social.

            Antes de entrar en el comentario de ciertos términos, quisiera tanto reconocer las contribuciones previas al lenguaje de Guadalcanal, aparte del texto de Andrés Mirón antes citado, concretamente los trabajos titulados “Breve muestra de la riqueza lingüística de los guadalcanalenses” del Furrié de Guadalcanal (Revista de 1992) y “Así hablamos en la Sierra Norte” (Revista de 1995) de autor anónimo; como agradecer a mi cuñado Bernardo García-Pelayo y los amigos Amalia Limones, Antonio Yanes y los hermanos Grillo Martín, Miguel y José, la aportación de algunos términos que yo no recordaba o desconocía. Estas líneas no se refieren específicamente a vocablos singulares de Guadalcanal, sobre el que inciden los textos citados, sino más bien a palabras cuyo uso se ha ido perdiendo por la imparable evolución de las costumbres y los adelantos técnicos.    

          Empecemos por la vida doméstica, concretamente por algo tan imprescindible como los alimentos. Cuando voy a la frutería ya hace años que me he acostumbrado a pedir ciruelas, fruta que en mi pueblo se llamaban bruños. Y que decir de la cara que puso el frutero la primera vez que le pedí alcauciles, que en donde vivo se denominan alcachofas. Nunca me gustaron, ni me siguen gustando los friajones, que mi madre ponía de vez en cuando para romper la rutina del cocido, pero en donde vivo dicho vocablo suena raro, ya que esa legumbre se conoce con el nombre de alubia, judía, frijol, fréjol o en el caso de Asturias fabe. Ahora que he mencionado las judías, resulta que lo que en Guadalcanal eran habichuelas, donde vivo son judías verdes. Recuerdo que mi prima Consuelo decía que en Semana Santa nos mortificábamos a gañotazos, pero pronto aprendí que a nuestros exquisitos gañotes, tanto los enmielados como los recubiertos de azúcar, la gente de la capital los llamaba pestiños. Emparentadas con los gañotes estaban las perrunillas a las que le cupo la gloria de transformarse en metáfora amorosa, por obra y gracia del paisano J.B.L. que acuñó el requiebro “Por ti me desmorono”. Quien no recuerda, además de la molienda de la aceituna, la del trigo, cuyo primer producto se separaba en la harina blanca y el rollón de color café con leche que en Castilla se llama afrecho o salvado. En aquellos años el café se hacía de forma muy primitiva en una olla, haciendo hervir agua con el café molido, no tan finamente como ahora, y como los filtros tampoco eran muy buenos al beberlo había que dejarse las zurrapas que no son sino los posos (Salvador Isern dice que en la Puntilla, entonces contigua a la Farmacia de su padre, decían escurrajas). A mejor vida pasaron las matanzas de cerdo, entrañable fiesta familiar cuyas primicias, a las que después que el veterinario D. Manuel Fontán haberle dado el visto bueno a la muestra, se llamaban chías. A las tripas cocinadas se le llamaba menudo, que en otras partes y sobre todo en Madrid se llaman callos. Y siguiendo con la matanza nosotros decíamos chacina, en vez de embutidos, y el cerdo una vez matado se pelaba quemándolo exteriormente con abulagas (la RAE también recoge aulaga) palabra que me atrevo a asegurar que desconoce el 99% de los escolares actuales. Para evitar la rutina de la fruta, en el postre, algunas veces tomábamos puches que el diccionario también llama gachas, y que me temo que ningún ama de casa prepara ya, al disponer en el súper de natillas hechas.

En relación con las puches, mi cuñado Bernardo, que además de ser un excelente abogado tiene una prosa galana, me decía hace poco: “En mi casa, de postre, comíamos poleás, palabra vieja que echo de menos en tus exploraciones, y mi madre las acompañaba con unos trocitos de pan frito que flotaban como hitos en el magma dulce. También las acompañaba, invariablemente, con una cancioncilla que decía: “Gachas, puches y poleás, tres nombres tiene la condená”. Los siete pelayitos, con cuchara en ristre (“¡niños, los codos¡”), esperábamos a que mi madre cumpliera la liturgia de llenar cada plato y una vez acabada la jaculatoria, todos a una, acabábamos con el suculento y pastoso manjar.

También recuerdo que de joven cenaba tortillas cartujanas, que luego me acostumbré a llamar francesas. Como alternativa a la gaseosa, al vino, o más al vermut, se añadía sifón que los finos llamaban agua de seltz, ahora reemplazada por el agua tónica, que además de anhídrido carbónico lleva quinina. Entre las chucherías que los niños comprábamos a Manuela estaban los altramuces, que maliciosamente denominábamos chochos. También estaban en la categoría de chuchería el orazú y el palodú. Al pan siempre se le ha llamado pan, pero el vino entre nosotros tenía otros nombres alternativos como pirriaque y caldo, sobre todo en relación con su abuso. También recuerdo que, de vez en cuando, mi madre hacía una comida llamada repápalos, que si bien recoge el Diccionario no tiene el sentido exacto del aquel plato. Aparte de la Plaza de Abastos se expendían alimentos en las tiendas de ultramarinos, como la de Carbajo, que son las antecesoras de los actuales supermercados.

            De los alimentos pasemos a los objetos del hogar. Mis hijas se extrañaban cuando les decía que guardaran algo en el chinero o la alacena, palabras sinónimas reemplazadas por armario, vocablo que, en un alarde de polivalencia, se usa ahora para alimentos, vajillas, ropa y para salir de él, habiendo hecho fortuna, por mor del lenguaje políticamente correcto, la frase “salir del armario”. El butano primero, el gas natural y ahora las placas de vitrocerámica arrinconaron definitivamente a los anafes. ¿Quién no recuerda la riquísima manteca colorá que se guardaba en orzas?; y quién no ha tenido que explicar a algún urbanita el significado de jícara, y que si se comía muy rápido podía uno atorarse; que el gazpacho no se hacía con una batidora, sino a mano en un dornillo; y que las sartenes grandes se colocaban sobre el fuego descansando en unas trébedes. Cuando apretaba el calor saciábamos la sed con el agua del botijo, búcaroo pipote, cuyo color era rojo como los que hacía Segundo, mientras que los de color blanco venían de fuera. ¿Qué fue de los lebrillos?, que lo mismo servían para lavar ropa, que para preparar la carne de los embutidos. Ahora que he mencionado el lavado de ropa, recuerdo la Poza entre el Palacio y la Huerta de Crespo, que nunca llegué a saber como se denominaba la tabla de madera con ondulaciones para frotar la ropa en el lavado a mano tras lo cual quedaba como los chorros del oro, pero que gracias al matrimonio Yanes-Limones se ahora que se llamaba batidero.  Los candiles y quinqués hace tiempo que pasaron al dominio de los anticuarios como las planchas de carbón. ¿Y qué fue de las algofifas sustituidas por las fregonas? Igual destino le esperaba a la jofainas, término alternativo a palangana, exiliada por el avance de los sanitarios. ¿Conocen los jóvenes urbanos el significado de acerico y badila? (el diccionario da badil) y que ¿“la copa era un sinónimo de brasero?, cuyo abuso provocaba cabrillas, que junto con los sabañones era el tributo que ciertas zonas de nuestra piel tenían que pagar en aquellos inviernos que uno recuerda mucho más crudos que los de ahora. Supongo que será por lo del cambio climático que muchos cuestionan, aunque cada día parece más evidente. En cuanto a las plantas en la vida urbana lo tienen crudo, salvo en los parques y en los chalets, pues en las terrazas de los pisos en lugar de arriates como mucho nos encontramos jardineras.      

            Ahora los niños juegan con las playstations, pero en nuestros duros tiempos de posguerra, con economías de subsistencia, lo hacíamos a piola, dando o recibiendo espoliques, o a los bolis (diminutivo sincopado de bola) término no recogido en el DRAE en su acepción de canica que jamás oí usar en Guadalcanal. Los hermanos Grillo Martín, que tienen muy buena memoria, recuerdan las diversas clases de bolis, pirrutas, chinas, cristaleños, culebrillas y bolas de acero.  El juego de la billarda (la Academia preconiza billalda) con su inseparable complemento el mocho, cuya fabricación requiere solo madera y una buena navaja, tal vez fuera inventado por gente que vivía en cortijos, como modo barato y fácil de que se distrajera la prole, al igual que le ocurría a la tanga. Y quien no se acuerda de los trompos, cuya gracia residía en partir por la mitad los del contrario. Menos inocente y más violento era un juego, cuyo nombre no recuerdo, que se hacía en El Palacio, y que consistía en introducir en un agujero, de una serie de ellos contiguos pegados a un poyo, tantos como jugadores, una pelota del tamaño de las actuales de golf. A quien le caía la pelota tenía que salir corriendo y pegarle un pelotazo en la espalda a cualquiera de los restantes, pudiendo el pelotazo ser doloroso si la pelota era maciza. El colmo de la violencia no era un juego, sino una lucha a cantazo limpio entre bandas rivales, que se denominaba luría, palabra que siempre me ha intrigado y que me gustaría que alguien me dijera si se usa en otros sitios. Creo recordar lurías El Coso-La Plaza, y me pregunto ¿ecos de la guerra cainita de hacía pocos años? Las gamberradas duras y puras, como la rotura a naranjazos de las bombillas de la Plaza, no tenían terminología específica. Para que no se me acuse de machista recordaré que las niñas jugaban a la comba y al truque que la Academia define como una variedad del juego llamado infernáculo, término que he conocido ahora al consultar la palabra truque en el Diccionario. 

Para acabar no me resisto a recordar dos palabras que no olvidaré jamás, son: mangurrino y rapa. De la primera, que tiene un tono xenófobo amable, he podido observar su diferente significado según la zona. No quiero extenderme, pero quien tenga curiosidad al respecto puede consultar el vocablo en el tomo VI de la Gran Enciclopedia Extremeña. En cuanto a rapa, el DRAE sigue, edición tras edición, erre que erre, definiéndolo sólo como “flor del olivo”, acepción que jamás he oído en un pueblo tan aceitunero como el nuestro. No fue hasta hace unos quince años cuando, en una obra sobre Chamizo del Profesor Viudas de la Universidad de Extremadura, vi recogido su significado habitual en Guadalcanal de criado servil y pelotillero. Es muy probable que dicha palabra proceda de Guareña y que fuera introducida en Guadalcanal por el poeta que casó con nuestra paisana Virtudes Cordo.

Por supuesto, que ni pretendo agotar el tema, ni creerme conocedor de toda la terminología antigua, hoy casi en desuso de Guadalcanal o su zona de influencia, pues entre las muchísimas palabras específicas desconozco las propias de sectores tan especializados como la caza y la agricultura, aunque eso si, siempre supe distinguir una aceituna manzanilla de una picuda. 

                                                               José María Álvarez Blanco

                                                                       Madrid, Junio de 2006

Anexo: Otras palabras de uso actual poco frecuente.

AAbubilla; abulaga; acerico; acharar (origen caló); ajofaina = aljofaina = jofaina (origen árabe); alacena; albañal (origen árabe); alberca (origen árabe); alcancía (origen árabe); alcauciles, alcayata (origen mozárabe); alicante (reptil) (origen árabe); alguacil (origen árabe); almarjal = marjal (origen árabe); almazara (origen árabe); almirez (origen árabe); almona (origen árabe); almud (origen árabe) / almuz (No recogido en el DRAE; Puede ser variante de almud); angarilla; algofifa; alpechín (origen mozárabe); altozano; (origen árabe); amanear = manear = poner maneas a una caballería; ambigú (origen francés = buffet españolizado a bufé); anafe; anea (origen árabe); angarillas; apoquinar; aranzada; arpillera; arreate; arreo; (origen árabe); arriscado; artesa; asadura; atarjea (origen árabe); atorarse; atufar; avarear (No recogido en el DRAE; que da “varear”); azuquiqui (No recogido en el DRAE); azuzar;
BBadila; balde (cubo); balde  (“de balde”) (origen árabe); baranda; barranca(o);  batidero (madera para lavar la ropa); boli; bombacho; borra; bozal; breña; brocal; búcaro (Sinónimo de botijo en Andalucía); bruño, buche.
CCabestro; cabrilla; cagajón; caliche; cáncamo (en la ferretería de mi barrio “La Prospe” le dicen hembrilla); cancela; candil; cangilón; cantillo = (cantón; esquina de un edificio); capacho; capillo; cartujana; cedazo; cisco; coloniales (en su sentido de comestibles = ultramarinos); comba (juego de la) cortapicha (No consta en su acepción de minúsculo animal que se desliza por la superficie del agua); cosario; costalazo (sinónimo de “costalada”); covacha (era un cuarto de la basura que existía en el Convento y donde las monjas encerraban a los que se habían portado mal); cristaleños (bolis); culebrillas (bolis) Chacha; cháchara; chacina; chamba  (de origen portugués antiguo; significa chiripa); chambra (Lo recoge el DRAE pero con significado de prenda de mujer; al contrario que en Guadalcanal); chamelo; charrán; chías; china (bolis) chinero; chiripa; chochos; chuminá (da); chuminoso (a) No recogido en el DRAE; chuponar, no recogido en el DRAE; pero si viene “chupón” = vástago que brota en las ramas principales; en el tronco; y aún en las raíces de los árboles etc.
DDalmática; dar de mano (dejar de trabajar = el “plegar” catalán); desván; detall – (No consta el DRAE que si recoge “al detalle”); dita; doblado; dornillo;
EEntenado (hijastro); entrillar; escardar; escoplo; esquilar; escurraja; estacá = estacada (olivar pequeño); estor; estropicio; excusado.
FFanega; fardo; follador; formón; friagones; fullero (No recogido en el DRAE en el sentido de “tramposo”; el DRAE da fulero  que entiendo no es asimilable).
GGañotes ; gamuzino; garbeo; gavia; gaznápiro; gorriato; grajo;
HHuebra (salario de operario agrícola).
I 
JJagallo (No recogido en el DRAE; En Guadalcanal es sinónimo de vago); jamar; jangada; jáquima; jergón; jeringo (No recogido en el DRAE que da “tejeringo” y “churro” para Andalucía); jícara; jofaina;
K 
LLaña (es un alfiler abrochable que todas las mujeres tenían en el costurero. EL DRAE dice: (De lañar).1. f. grapa (Pieza de hierro para unir o sujetar dos cosas). 2. f. Coco verde. 3. f. ant. Lonja de tocino). Sin embargo, he de reconocer que es más apropiado, por preciso, “imperdible”, que es el término que se usa en Madrid, como demuestra la siguiente definición del DRAE.  Imperdible = 1. adj. Que no puede perderse.2. m. Alfiler que se abrocha quedando su punta dentro de un gancho para que no pueda abrirse fácilmente. Lezna; linde; luria
MMacana; majada; mandado; manigueta (para llevar el aro), maneas; maquear; maqueo; maquilero; mangurrino; martingala; matraca; mechinal (construcción); mejunje; menudo; mojino.
N 
OOrazú; orza;
PPalangana; palaustre; palodú; parihuelas; parva; patén; pavilo; penco; peonza; percha (trampa para pájaros); perrunillas; picadillo; pilistra (Alpidistra); piocha; piola; piompa; pipote; pirriaque; pirruta (bolis)popelín; postigo; poza; pozanca; pringue;  pitera, pelliza, portechuela (sinónimo de bragueta), pernil (parte del pantalón) que en catalán creo que es jamón; puches;
QQuinqué
RRanda; rando; rapa; rape (pelar al rape); rebujar; recataplán; recacha; regajo; rentoy; repápalos; repión; repullo; rivera; resobadura; rollón;
SSabañones; sarga; serón; serote; sifón; sobrado; sorchantre (oficio del famoso Larita con sus gori-goris, acompañado siempre por Morente.  Forma parte de un título clave de la literatura española (gallega) “Las crónicas del sorchantre” de Álvaro Cunqueiro); sorchi.
TTablas (parcela de terreno sembrada); talabartero (oficio); tanga (juego de la) trébedes; tenería; tinaja; tollina; tordo (pájaro);  triquitraque; troja; trocha, trompo; truque; turuta.
U 
VVenero; veta (los de la ).
W 
YYamba (En la Feria de los años cincuenta creo recordar que es el término que designaba a los instrumentos que tocaba el batería; es decir; el bombo grande; un tambor y los platillos.
Zzaguán; zahurda; zampullir; zancajo; zaquizamín o su variante  zaquizamí; zarza; zócalo; zoquete; zumaque; zumbel; zurrapa; zurriagazo; zurrón; zurrullo

2 comentarios en “Primeras en aprender, últimas en olvidar”

  1. Con tu permiso creo entender que estacá se dice de olivar nuevo,no chico,hasta hace poco los Olivos se plantaban por esqueje de los mismos(estacas).y hasta su madurez se les decia estacá.
    Gracias y enhorabuena,siempre me gustaron tus trabajos.

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    • Gracias Pedro por tu comentario, El calificativo de pequeño tal vez no sea preciso por lo que significa restringir el término, Quizás hace 14 años cuando escribí el texto estaba influenciado por mi inolvidable tio Rafael Blanco López, que cuando me hablaba de olivares se refería a los que tenían un número reducido de olivo, como máximo alrededor de 500.
      Acabo de consultar en el DLE (antiguo DRAE) de la RAE on line, el vocablo “estacada” y te transcribo las dos primeras acepciones, donde puedes ver que en la 2ª te da toda la razón
      Estacada
      1. f. Obra hecha de estacas clavadas en la tierra para defensa, o para atajar un paso.
      2. f. Olivar nuevo o plantío de estacas.

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