Pedro Ortega Valencia, héroe de epopeya

Jesús Rubio Villaverde

La Araucana, de Alonso de Ercilla, es el gran poema épico de la conquista de América. Su brillo, talla y fama ha eclipsado a todas las demás. Ninguna otra aventura es capaz de igualarla. Sólo compiten en un mismo plano algunas de las crónicas de la conquista. Nos referimos a las escritas por Díaz del Castillo, Cieza de León, González Oviedo o Cabeza de Vaca, pero en tales casos hablamos de obras en prosa.

Sabemos que La Araucana no es el único poema épico que nos ha llegado sobre los hechos de los españoles en el Nuevo Mundo. Hay más. Ahí están Arauco domado, de Pedro de Oña, o Elegías de varones ilustres de Indias, de Juan de Castellanos. La producción de epopeyas en verso en el siglo XVI es estimable. Y una de ellas nos interesa de manera muy especial. Nos referimos a Armas Antárticas, de Juan de Miramontes y Zuázola. ¿Por qué? Porque uno de sus protagonistas es nada menos que Pedro de Ortega y Valencia.

Pero todo a su tiempo.

Hablemos primero del autor: Juan de Miramontes y Zuázola.

Poco se sabe de los hechos fundamentales de la vida de este soldado y poeta. Se desconoce cuándo y dónde nació. Quienes han seguido sus pasos dicen que pudo ser hacia 1567 y en algún lugar de Andalucía. Pero no hay nada cierto sobre ello. La fecha de su muerte la sitúa Paul Firbas, autor de la edición más completa de su poema, en enero de 1611. De su biografía se conocen pocos datos: pasó a América en 1586, se alistó y combatió, bajo las órdenes del general Álvaro Flores Quiñones, al corsario inglés Francis Drake, que hostigaba desde hacía años las ciudades de  Tierra Firme y levantaba a los esclavos de raza negra huidos al monte, que llamaban cimarrones, contra la Corona Española. Tras esta campaña, pasa al virreinato del Perú en 1588. Está documentado que en 1590 andaba por la ciudad de Arica, en Chile, y que en 1604 entraba a servir como gentilhombre en la compañía de Lanzas y Arcabuces del Virrey Luis de Velasco. Se estima que escribió Armas antárticas hacia 1609. En este gran poema épico se narran algunos capítulos de la conquista de América, entre otros, la guerra civil entre Pizarro y Almagro o la campaña contra el pirata John Oxenham en 1576, que es la que nos interesa, pues en ella participa, como mariscal de las tropas españolas, Pedro de Ortega Valencia. A este episodio dedica Miramontes todo el Canto VII de los veinte que integra la epopeya.

Antes de seguir, un pequeño inciso: también cita Miramontes a otro guadalcanalense, aunque lo hace de manera testimonial. Se trata de uno de los capitanes de Pizarro, Diego Gavilán, conocido por ser, además, uno de los posteriores fundadores de la actual ciudad peruana de Huamanga. Se le nombra como uno de los capitanes que acompaña al virrey La Gasca. Quede constancia aquí de ello:

Julio Ojeda, Reynaga, Díaz Gamboa.

Vasco, Mañueco, Gabilán, Picado,

Ayancas, Palomares, Silva, Ulloa,

Ondegardo, Valdivia, Mesa, Grado,

Peralta, Peña, Avalos, Balboa,

Tarazona, Sotelo, Maldonado,

Pantoja, Barbarán, Pardavel, Cano,

Gómez, Arias, Falcon, Agasúa, Nano.

(Canto II, octava 158)

Pero vamos a lo granado. Es Pedro de Ortega Valencia, el mismo que combatió a Gonzalo Pizarro, los Contreras y Hernández Girón; el mismo maestre de campo de Álvaro de Mendaña y descubridor de la Isla de Guadalcanal, uno de los héroes de Miramontes. Su batalla contra de Oxenham, que sufre una humillante derrota, es tratada por el autor como una hazaña sólo al alcance de grandes generales de la Historia. Los epítetos utilizados, como se verá, no pueden ser más elogiosos hacia la figura del militar y descubridor de Guadalcanal.

No hay duda de que Armas antárticas no ha tenido la fortuna de la de Ercilla, pero eso no la convierte en una obra desdeñable. Al contrario: al narrar hechos no tratados por otros poetas o cronistas, se le concede un indudable interés. Y ni que decir tiene que para los guadalcanalenses se trata de un hallazgo capital, del que hasta ahora no se tenía noticia. Por una parte, este poema ha sido editado en Hispanoamérica en reducidas tiradas dirigidas prácticamente a estudiosos y especialistas. Por otra, en España, y en Guadalcanal, de la figura de Ortega Valencia sólo se ha estudiado su aventura en las Islas Salomón. Ambas circunstancias han provocado, sin duda, que no se haya tenido puntual conocimiento del protagonismo que a Pedro Ortega Valencia se le da en Armas antárticas.

Y no parece que, hoy día, se tenga en poca estima el valor literario de esta obra. Ya en su Antología de Poetas Hispanoamericanos, Marcelino Menéndez Pelayo refiriéndose a Miramontes, dice: “por lo que conocemos de él no parece de los peores de su clase”.Y esto, viniendo del sabio santanderino, es todo un elogio. Es verdad que Frank Pierce, en su Antología épica del Siglo de Oro, editada en 1961, se olvida de él, pero en años recientes la figura de Miramontes ha sido rescatada y, en cierto modo, reivindicada. Se estima de él su corrección formal y su estilo nada afectado y pomposo. Se destaca, además, el hincapié que hace Miramontes en las descripciones de los lugares por los que discurren las acciones, así como la verosimilitud de los hechos que se narran. Ambas cuestiones conceden a Armas antárticas un gran interés literario y, por descontado, histórico.

El texto estuvo inédito más de tres siglos. Se imprimió por ver primera en 1921. La edición, en dos volúmenes y con una exigua tirada de 200 ejemplares, corrió a cargo del bibliófilo ecuatoriano Jacinto Jijón. Aunque había noticias del manuscrito desde 1879, cuando Félix Cipriano Coronel Zegarra publica un estudio titulado Tres poemas del coloniaje. El original manuscrito parece que perteneció al infante Don Luis y se encontraba en la Biblioteca Nacional de Madrid. La certificación de su originalidad viene dada por la firma de Miramontes en la dedicatoria al Marqués de Montes Claros, que era el virrey del Perú cuando se escribe el poema. Zegarra utilizó una transcripción del original realizada por Manuel Pardo Sánchez Salvador. Hay otra referencia a Armas antárticas en 1888.

El primer intento de publicación del poema es de 1915. Su frustrado editor fue Manuel Serrano y Sanz, que decía que poseía una copia del manuscrito de Miramontes que se guardaba en la Biblioteca Provincial de Toledo. Pero ahí quedo la cosa, en un intento. Hubo otras alusiones al poema en diversos estudios hasta la ya citada edición de Jijón. Más tarde la obra fue reeditada, pero su difusión e impacto siguió sin exceder ciertos círculos de estudiosos, sobre todo en Perú, donde, no obstante, se empieza a considerar ya a Armas Antárticas como uno de los textos fundacionales de la Literatura Hispanoamericana. Ya en 2006, la Pontificia Universidad Católica del Perú la publica en una monumental edición de Paul Firbas, con un estudio previo muy detallado y con más de 1.700 notas, edición que hace más que sobrada justicia a Juan de Miramontes y Zuázola. Nosotros hemos utilizado una de 1978, de la venezolana Biblioteca Ayacucho, que transcribe de nuevo la obra, cotejándola con la edición de Jacinto Jijón. La transcripción, estudio previo y notas es de Rodrigo Miró. Esta edición, y por supuesto la de Firbas, no son complicadas de conseguir para quien esté interesado en su lectura.

El poema está compuesto por 1704 octavas reales, que es la estrofa heroica por antonomasia. Está dividido, como se ha dicho, en veinte cantos. Juan de Miramontes comienza narrando las hazañas de Pizarro y Almagro en la conquista del Perú, la guerra civil entre ambos y la muerte del conquistador de Trujillo. Eso le ocupa los cantos I y II.  En el III, el corsario inglés Francis Drake relata su plan de ataque a la reina Isabel de Inglaterra, planes que comienzan a llevarse a cabo en los cantos IV y V. Quien ataca el istmo de Panamá es John Oxenham, lugarteniente de Drake. Oxenham subleva a los cimarrones contra España. En el canto VI aparece por vez primera Pedro de Ortega y Valencia, que protagoniza todo el VII. La lucha entre españoles e ingleses se prolongan a lo largo de los siguientes tres cantos. Diego de Frías es quien ostenta el mando. Después, el autor desarrolla, en los siete cantos siguientes, los amores entre dos indígenas, Chalcuchima y Corycollur. Estos amoríos nos los cuenta el general Pedro de Arana durante el regreso de los españoles a Perú tras la definitiva rendición de Oxenham. Los tres últimos cantos narran las aventuras de un gran conocido de Pedro de Ortega y Valencia, Pedro Sarmiento de Gamboa, en su aventura para poblar el Estrecho de Magallanes en 1580 y su posterior captura por parte de los ingleses.

Pero vamos a los cantos que nos interesan, que son el VI y el VII.

Los hechos aludidos ocurren en 1576. Ese año, Ortega, a la sazón, Factor y Veedor de la Real Audiencia de Panamá, es comisionado por ésta para enfrentarse a los ingleses que han sellado alianza con los cimarrones. Es una de las grandes acciones de Pedro de Ortega y Valencia, pero que ha quedado en segundo plano por su viaje a las Islas Salomón. Y eso que no fue una acción menor. De hecho, además de concederle notorio prestigio militar, pues fue nombrado mariscal del Ballano, le permitió conseguir una encomienda en el virreinato del Perú, a las afueras de la actual ciudad ecuatoriana de Cuenca. Tal encomienda tenía 602 tributarios. Ortega se asentó en este lugar hasta su muerte. Después, el matrimonio de su hijo Pedro y los posteriores enlaces de los hijos de éste harían emparentar el apellido Ortega con la élite quiteña.

Pero volvamos a los hechos: en 1576 Oxenham ya está en Tierra aliado con los cimarrones. Llegan por el mar Caribe. Queman el barco y con lanchas, remontan los ríos hasta llegar al Pacífico. Apresan un navío que llegaba de Quito cargado de oro y plata. Después, en tierra, saquean aldeas, profanan iglesias y queman imágenes:

Hasta los sacros templos embaraza

la sacrílega gente detestable,

donde hace ¡Oh Santo Dios! a tus benditos

bultos, torpes oprobios, exquisitos.

(Canto VI, octava 500)

En Panamá se delibera qué hacer. Es evidente el peligro que los ingleses y los cimarrones representan para la ciudad. Finalmente, se decide enviar una expedición. Su jefe será el por entonces Veedor y Factor de Tierra Firme, Pedro Ortega Valencia:

Pero la certidumbre estaba oculta

de a do encontrar podrán con el britano

  y sobre ir a buscalle se consulta

con maduro acuerdo y prudente acuerdo cano.

Después de platicado, al fin resulta

que a las vecinas costas de Ballano

vayan seis bergantines tripulados

de diestros marineros y soldados.

¡Venerable varón, cuyo valiente

pecho y ejercitada disciplina,

en el consejo y parecer prudente,

mostraste por do el caso se encamina;

a ti te llama la ocasión presente,

a ti, conforme la ciudad se inclina,

a ti la Real Audiencia el hecho entrega,

famoso mariscal, Pedro de Ortega!

Por ti, mil levantados pensamientos,

de adquirir fama eterna pretensores,

salen, al resonar los instrumentos,

de pífanos, clarines y atambores,

viendo que tiendes a que ondeen los vientos

tremolantes banderas de colores

y relucen tus armas cecaladas,

ya en otras ocasiones aprobadas.

(VI. 529-31)

Bien. Ya está Pedro Ortega Valencia nombrado. Por las estrofas que anteceden se trata de un militar prestigioso, al que la ciudad encomienda su protección. En el Canto VII conoceremos cómo le va en su lucha contra ingleses y cimarrones.

Las primeras cinco octavas de este canto las dedica el autor a excusarse por no dedicarlas a amores y galanteos. Dice que es soldado y que su inspiración sólo le alcanza para narrar hechos de armas. Y pasa Miramontes a describirnos el zafarrancho ordenado por Pedro de Ortega:

El venerable mariscal mostrando

su ejercitada y plática experiencia,

con ella y su valor asegurando

la dudosa victoria y consecuencia,

cabos y capitanes señalando

de curso y probada suficiencia,

para la muestra y general alarde,

ordena se aperciban una tarde.

Vense bruñidos hierros acerados

relumbrando en las armas enastadas,

ricos arneses, fuertes pavonados

yelmos, morriones, cascos y celadas,

escudos de figuras historiados,

varias, costosas galas, recamadas

bandas, penachos, aparatos, pompas,

banderas, cajas, pífanos y trompas.

Afirma el cuento del bastón y espera

por ver, a la orden de sonante caja,

cómo su diestra gente a la ribera

llenando el hueco de una calle baja.

Calan las cuerdas, sálvalo la hilera,

que en torno de humo pardo el aire cuaja,

cuya nube a la luz de damas bellas

eclipsa, puesta en medio de ellos y ellas.

(VII, 537-539)

A continuación, conocemos a algunos de los más importantes capitanes, alféreces y soldados que van a acompañar a Pedro de Ortega, que en el poema también es aludido como el mariscal o el general, en esta expedición de castigo: Hernando de Berrio, Antonio de Abrego Carreño, Antonio de Medina, Esteban Trejo, Antonio de Salcedo, Francisco Nava, Sosa, Tapia, Agüero, Alonso de Solís, Melo, Callejo, Bautista, Cava, Rosas y Montero, Garnica, Santillán, Pelaino, Espejo y Pinto. Pasado el desfile, embarcan:

Pasada ya la muestra, a Dios propicio

pretende el General tener, y mueve

su gente a que, en contrito sacrificio,

absuelta de las culpas, se releve,

para que, sin escrúpulos del vicio,

con mayor fortaleza el brazo pruebe

contra el inglés, cismático adversario,

inobediente a Cristo y su Vicario.

Agradó a la clemencia soberana

el pío medio y prosperó los fines.

tocando a recoger la capitana

de los seis tripulados bergantines,

no hay corredor, terrado ni ventana,

de donde mil hermosos serafines

no sigan con llorosa y tierna vista

a los héroes que van a la conquista.

(VII, 547-48)

Todo Panamá sale a despedirles. Y ya en la nao capitana, Ortega arenga a los suyos contra los ingleses:

Ninguno se reputa por cristiano

que, viendo el espectáculo presente,

no cobre interior odio al luterano,

herético, sacrílego, insolente.

El grave mariscal tomó la mano,

diciendo: “¡Oh valerosos! ¿quién consiente

ver menosprecio tal a nuestro culto

y en piezas dividido el santo bulto?”

No dijo más, bastó, porque celosa,

con la ira justa, indignación cristiana,

su católica gente, religiosa,

amenazando está a la luterana.

así, de inspiración maravillosa

movido, enderrezó la capitana

al río, do con remo y fuerza nueva

tres días su corriente vencer prueba.

(VII, 553-554)

Al cuarto día de navegación, Ortega y los suyos dan con los ingleses y cimarrones, que están atrincherados en uno de sus poblados, que han fortificado. Los ingleses los descubren, salen en un bajel a por ellos, y todos se aprestan al combate. Ortega vuelve a arengarles:

Setecientos arqueros de Ballano

con no pequeño número de ingleses,

en el fuerte, las armas en la mano,

guardaban las cortinas y traveses.

no menos resplandecen en el llano

celdas, golas, láminas, arneses,

que, formando escuadrón a trance en guerra,

vienen a defender no salte en tierra.

En tanto, el mariscal, cuya prudencia

presta denuedo y ánimo al valiente,

se apercibe y dispone a la pendencia,

dando la traza y orden conveniente;

tras lo cual, sin matices de elocuencia,

este razonamiento hace a su gente,

para que sólo al fin de la victoria

aspire pretendiendo honrosa gloria:

“Si nobles hechos dan eterna vida

a quien no empece el torpe olvido y muerte,

porque la fama en siglos extendida

siempre pondera el ánimo del fuerte;

ahora el tiempo, amigos os convida

con la ocasión presente y buena suerte,

de los que apetecéis ilustres nombres,

os habéis de mostrar heroicos hombres.

“Hombres de carne fueron dos tebanos,

Quirino, Eneas, Júpiter y Marte

divinos los hicieron siendo humanos,

por merecerlo así su esfuerzo y arte.

De aqueste premio, invictos castellanos,

sólo el que los imita, alcanza parte:

imitadlos con obras y hechos dignos

de ser unos planetas y otros signos.

“La memoria adornad de cosas tales,

que tenga el mundo envidia y no mancilla,

para que vuestros nombres inmortales

causen a lo a los futuros maravilla.

Vuestros contrarios son perjudiciales

al católico rey y sede silla.

¡Muera la inicua gente, muera, muera,

que contra el Redentor alzó bandera!

“No os digo que mostréis hercúlea mano

en venganza de vuestra injuria propia,

aunque la recibís en que el britano

con la nación se ligue de Etiopía;

pero porque al pontífice romano

le tienen hecho de ofensas grande copia,

como obedientes hijos, dad castigo

a quien de nuestro Padre es enemigo.

“Si en número os parecen desiguales,

seguid la presunción de un pecho hidalgo,

pues testigos seréis de que, en navales

combates, yo por diez ingleses valgo.

Si a defender la religión y umbrales

en servicio del rey Felipe salgo,

bien tengo de esperar que diez a ciento

hemos de castigar su atrevimiento”,

Dijo, y en todos se difunde un celo

cristiano de que fama esclarecida,

por dignos y altos hechos, quede al suelo

de su valor o perder la vida.

Ya la breve oración penetra el cielo,

ya se oye la señal de arremetida,

ya dan en la galera el Santiago,

ya causa en toda parte horror y estrago.

(VII, 560-566)

Comienza el combate. El autor elogia la destreza inglesa, quizás para destacar aún más la valentía de los españoles. Miramontes nos detalla los duelos de algunos de ellos: Salcedo, Melo… y dé cómo van dando muerte a los enemigos. En medio de tanto heroísmo, destaca entre todos ellos Pedro Ortega Valencia, que hace gala de un valor que raya en lo temerario:

No cesa por aquesto la batalla,

ni el reteñir de los arneses cesa;

que envía de refresco la muralla

por la vecina escala gente inglesa.

El mariscal, que tinto en sangre se halla,

por medio la crujía se atraviesa

con tan furioso y hórrido semblante,

que no le posa parar inglés delante.

Dándole su valor plantas ligeras,

pasa el árbol de en uno en otro banco,

dejando, en seis siniestras ballesteras,

aqueste muerto, aquel tullido o manco;

pero como a ganar honra y banderas

lleva en la corva popa puesto el blanco,

al blanco de su intento arriba el Marte,

destroza gente, abate el estandarte.

Canta victoria y óyela confuso

el inglés, a quien pasma el caso triste,

suelta las armas, de ellas pierde el uso

y a las de su enemigo no resiste;

y el que, para escapar la vida, puso

más diligencia, escala y barca embiste,

donde, a pesar de la fortuna, espera

vengarse como arribe a la ribera.

(VII, 582-584)

¡Victoria! Los ingleses, o se han rendido, o han huido hacia la orilla para buscar refugio en el fuerte. La osadía de los españoles, y sobre todo de Ortega, así lo han propiciado. Pero Oxenham (en el poema llamado Juan Oxnán) contraataca. Y dispara desde el fuerte:

Que Juan Oxnán, del fuerte y la ribera,

terrible batería, horrenda carga,

de piedra, dardo, flecha y bala fuiera,

sobre el valiente mariscal descarga;

por do llevando a jorro la galera

del tajamar y artillería se alarga,

los bergantines dando la corriente,

con que se excusa el daño de la gente.

(VII, 587)

El contraataque inglés hace, pues, retirarse a la flotilla española. Pero el valor hispano, nos dice Miramontes, ha acongojado mucho al capitán inglés, que trata de elevar la moral de los suyos con un encendido discurso. Más un centinela le interrumpe: vuelven los españoles…

Aquesto dijo Oxnán, pero detiene

la voz porque un inglés de guarda llega

diciendo cómo a paso lento viene

un escuadrón, marchando por la vega.

Fue, que, para sacar en tierra, tiene

su campo el mariscal Pedro de Ortega,

advertencia en buscar la coyuntura

entre el silencio de la noche obscura.

Así de tinieblas encubierto,

a do se retiró el pasado día,

conociendo el sagaz soldado experto

que dar asalto al fuerte convenía,

a la orilla sacó del manso puerto

las piezas y el cañón de la crujía,

ganado al enemigo en la galera,

que bastille, arrasalle el muro espera.

(VII, 595-96)

Esta noticia intranquiliza sobremanera a Oxenham, que se apresta aún más a resistir en el fuerte. La artillería española derrumba el muro del fuerte, los ingleses resisten con todas sus fuerzas. En esta ocasión es el capitán Carreño el que destaca. ¿Y Ortega? Pues es acorralado por los enemigos:

En tanto, el mariscal acometido

había el un bastión con furia inmensa,

muertes y heridas dado y recibido

sobre la expugnación y la defensa;

porque halla allí el osado, el atrevido,

igual al valor la recompensa,

respecto que cortinas y traveses

estaban guarnecidas con ingleses.

(VII, 611)

Arrecia el combate. Pero la furia de los españoles es tal que los enemigos empiezan a retroceder. Huyen en desbandada hacia el río. Una vez allí, huyen en unas canoas. Otros cruzan la selva camino del monte. Entre estos últimos está Oxenham, al que Ortega le dirige estas palabras:

“Famoso capitán, que ya tuviste

la tierra y mar medrosa, ten los remos,

a dónde huyes, vuelve, si veniste

por la plata y oro, aquí te lo daremos.

Con el que tu violencia no resiste,

sabes usar de bélicos extremos,

y a quien te busca y la batalla aplaza,

dejas que ocupe tu galera y plaza.

Agora que te hacemos noble guerra,

te huyes a embreñar en la montaña,

y en lo dormido y flaco, en mar y tierra,

sólo supiste ejecutar tu saña.

De estas astucias usa Inglaterra

en lo que roba de la invicta España,

no acometiendo a lo despierto y fuerte,

do en lugar de despojo halla su muerte”.

(VII, 622-23)

El inglés ha sido derrotado, y el oro y la plata son recuperados. Oxenham ha huido pero muchos de sus hombres han muerto y han sido apresados y ajusticiados. Pedro Ortega y su gente vuelven a Panamá, donde son recibidos como héroes:

Vuélvese a Panamá, do recibido

fue con aplauso y general contento:

sale la Audiencia a dalle el bienvenido

y a dalle el parabién el regimiento:

de trompas y añafiles el ruído

hace temblar y estremecer el viento.

Lidia la gente toros, cañas juega,

diciendo a voz en grito. ¡viva Ortega!

(VII, 626)

De la lectura de este canto, el retrato que nos llega de Pedro Ortega Valencia es evidente: estamos ante un valeroso y audaz militar, experto y astuto, prestigioso para sus soldados, y temido por sus enemigos. Su valor es temerario y Juan de Miramontes no regatea adjetivos y símiles a la hora de contárnoslo. Es evidente que se trata de un poema épico, y recursos así son tan legítimos como exagerados, pero un punto de verdad hubo en ello. Ya se ha dicho que esta actuación, y otras más en años posteriores, acometidas por Pedro Ortega para pacificar algunas comarcas de Panamá ante los continuos alzamientos de los cimarrones le harán ganar una gran fama, hasta el punto de conseguir el título de Mariscal del Ballano y la encomienda que anteriormente hemos aludido.

Pedro de Ortega y Valencia: guadalcanalense, soldado, aventurero, descubridor de la isla de Guadalcanal, vencedor de corsarios ingleses y también personaje de epopeya, tal y como da fe el Canto VII de Armas antárticas de Juan de Miramontes y Zuázola.

Y esto, ha de saberse. Vale.

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FUENTES BIBLIOGRÁFICAS:

GONZÁLEZ DELGADO, Ramiro. Tradición clásica en Armas antárticas de Juan de Miramontes y Zuázola. Revista electrónica Lemir, número 14. Universidad de Valencia.

GUIBOVICH PÉREZ, Pedro. Reseña de la edición de la Pontificia Universidad Católica del Perú de Armas antárticas a cargo de Paul Firbas en Revista Complutense de Historia de América. Volumen 32. 2006. Madrid, España.

MIRAMONTES Y ZÁZUOLA, Juan de. Armas antárticas. Biblioteca Ayacucho. Caracas, Venezuela, 1978. Prólogo y notas de Rodrigo Miró.

TARDIEU, Jean Pierre. Cimarrones de Panamá, la forja de una identidad afroamericana en el siglo XVI.  Ed. Iberoamericana. Madrid, España. 2009.

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