María Ramos – 1550-1629?

José M.ª Álvarez Blanco – RG año 1989

Nace María Ramos en Guadalcanal en 1550, siendo sus padres Juan Ramos y Catalina Hernández  Ávila.

Se casó a los 16 años con Alonso Hernández, con quien tuvo una hija llamada Ana de los Reyes.

Tras quedar viuda contrajo matrimonio con Pedro de Santana, con quien tuvo un hijo.

En 1584 cruza el Atlántico en busca de su marido avecindado en la ciudad de Tunja.

En la “Historia Civil y Eclesiástica de Nueva Granada”, publicada en 1869 por el escritor colombiano José Manuel Groot (1800-1878), edición de 1957 del Ministerio de Educación Colombiano. Ediciones de la Revista Bolívar, aparece relatado lo que sigue:

“En 1586 quiso Dios conceder al Nuevo Reino de Granada una prenda de su bondad y un gaje de su misericordia en la milagrosa renovación de la santa imagen de María Santísima del Rosario, en el pueblo de Chiquinquirá. Hallábanse encargados los religiosos dominicanos del convento de Tunja, Fray Domingo de Cárdenas y Fray Antonio de Sevilla, de la Administración de todos los pueblos que había en el partido de Sáchica, en que se comprendía el de Suta, que tenía por Encomendero a Antonio de Santana, conquistador, y en cuya casa vivía el hermano Fray Andrés Jadraque, lego dominicano de gran virtud y celo por conversión de los indios, en cuyo ministerio se ocupaba incesantemente. Con este lego comunicó Antonio de Santana los deseos que tenía de colocar en un oratorio de su casa una imagen de Nuestra Señora del Rosario, y encargóse el lego de ir a la ciudad de Tunja a solicitar la imagen o quien la pintara. Halló en el lugar un pintor llamado Alonso Narváez, con quien contrató el cuadro; y no encontrando el pintor otra tela en qué hacerlo que las mantas de algodón que tejían los indios, tomó una de éstas, la aparejó con los colores al temple que usaban los del país, y con estos mismos materiales hizo la pintura de la Virgen con el rosario en la mano izquierda y el niño alzado sobre el mismo brazo con un pajarillo en la mano derecha. Concluida la pintura, la mostró al lego; pero advirtiendo que quedaba mucho espacio vacío a los lados de la Virgen, por ser el lienzo más ancho que largo, se acordaron en pintar en cada espacio un santo y quiso el lego que fueran San Antonio de Padua y San Andrés Apóstol: el primero por ser el santo del nombre del que iba a ser dueño de la pintura, y el segundo por serlo del que la había mandado pintar.

Volvió el lego a casa de Santana con la pintura, y no desagradándole la ocurrencia de los dos santos colaterales ni los motivos que había tenido para agregarlos al cuadro, lo hizo colocar en la capilla, que era cubierta de paja. Con el tiempo se descuidaron, sin duda, de renovar el empajado, y se fueron abriendo claros por donde se entraban el agua y el sol, que daban en el lado donde estaba la pintura, que por ser al temple, con aquella intemperie se deterioró tanto, que casi vino a desaparecer; por cuya razón quitaron de allí el lienzo y pusieron un Cristo crucificado. Ese lienzo fue a dar como una cosa despreciable, a una despensa de casa de campo, donde estuvo mucho tiempo andando  de una parte para otra, según el servicio a que allí se le aplicaba, uno de los cuales era, según declaraciones de testigos, el de secar trigo al sol, con lo que se le había hecho varias roturas. Déjase conocer que semejante trato habría sido más que suficiente para destruir una pintura al óleo, cuanto más una al temple, que no sólo debió borrarse con el roce y la mugre que se le adhería, sino también perderse cayéndose el color reducido a polvo con los dobleces y quiebras infinitas que sufrirían en el trajín.

Antonio de Santana era dueño de un hato de ganado en el pueblo de Chiquinquirá, donde tenía algunos indios de su encomienda. Muerto él, su mujer, Catalina Díaz de Irlos, se retiró a aquel sitio con toda su familia, llevando entre otras cosas de su despensa el lienzo, no como una pintura de la Virgen sino como una cosa de servicio. Por este tiempo vino de España Francisco de Aguilar Santana, sobrino de Antonio de Santana, trayendo en su compañía a María Ramos, que venía en seguimiento de su marido Pedro de Santana; por el parentesco que tenía con la viuda llegaron todos al hato de Chiquinquirá. María Ramos era mujer de gran virtud y piedad, muy devota de la Santísima Virgen; y así de lo primero que tuvo cuidado fue de solicitar en la casa por una imagen de Nuestra Señora para rezar delante de ella el rosario. Catalina le dio facultad para que buscase en la casa lo que solicitaba. No halló más cosa que el lienzo de la despensa, donde le dijeron que habían pintado una imagen de la Virgen del Rosario para el oratorio. Sacóle  de entre el polvo; lo estiró en un bastidor de cañas, lo limpió lo mejor que pudo para alcanzar a percibir algunos lineamientos y manchas de sombras y colores que indicaban las figuras que allí habían sido pintadas. Contentóse  con esto la fe de María Ramos, ya que no era posible procurarse cosa mejor, y colocó su cuadro en la testera de una casita de paja que le habían dado de habitación. Allí reunía diariamente la familia para rezar el rosario y tenía su oración especial, en que pedía a la Virgen se le manifestara de un modo más claro.

Llegó la Pascua de Navidad del año de 1586, y deseando confesar y oír misa para comulgar, oraba con más fervor y fe. Levantóse de la oración el día de San Esteban para ir a visitar a una pobre vieja, y al salir del aposento se paró a hablar con una india de Muzo, llamada Isabel, que llevaba de la mano a un indiecito de edad de cuatro años. Este inocente empezó a dar gritos diciendo: ¡Miren!, ¡Miren!, señalando para dentro, y vueltas ambas, vieron que el cuadro de la Virgen estaba desprendiendo de la pared y que por todas partes arrojaba rayos de luz la imagen de Nuestra Señora. Las dos mujeres dieron voces con la idea de que aquello era fuego en la casa; pero en el instante María Ramos se hincó de rodillas ante la imagen, juzgando ya otra cosa, y la india se fue a llamar a Catalina de Irlos. A las voces que habían dado de fuego, acudieron todos los que allí andaban y al llegar a la puerta de la casa vieron, no sólo el cuadro separado de la pared y la imagen arrojando luces, sino la pintura de las tres imágenes renovada, clara y distintamente con todo el colorido y perfectos lineamientos que hoy tiene, que son tan determinados y completos  como pudieron serlo al salir de la mano del pintor.

Llenas de pasmo y admiración todas las personas concurrentes se hincaron de rodillas como María Ramos, que deshecha en lágrimas de júbilo y creyéndose indigna de tan gran favor, no sabía cómo dar gracias y alabanzas al Señor y a la Santísima Virgen. Acercáronse llenos de temor y respeto al cuadro, y tomándolo en las manos, lo llevaron del espacio en que se hallaba hasta la pared de dónde se había separado, y volvieron a colocarlo en su lugar.

La noticia de este prodigio corrió inmediatamente por todos los lugares circunvecinos, cuyos moradores vinieron presurosos a ver la imagen renovada; y desde luego acudieron con más curiosidad los de Suta, que habían visto el lienzo sirviendo en la despensa de trigo, enteramente arruinado y borrada la pintura. Vino entre los concurrentes un ciego llamado Pedro Gómez, vecino de la villa de Leiva; lleno de fe empezó un novenario de rosarios ante la sagrada reliquia, y no concluido aún, recobró completamente la vista. Enseguida de esta milagrosa curación se hicieron otras en tullidos y demás enfermos que acudieron a pedirle salud a la Virgen.

El portento fue debidamente comprobado con jurídica información que se practicó con las declaraciones de todos los testigos y se remitió al Arzobispo, que salió de Santa Fe con los Prebendados a venerar la Santa Imagen. El Prelado quedó tan sorprendido y poseído de devoción y respeto al verla, que inmediatamente dispuso que en el mismo lugar se edificase una iglesia de suerte que sin tocar la casita en que estaba la imagen quedase dentro del templo hasta su dedicación; cuidado que encargó al padre Fray Juan de Figueroa, dominicano, a quien nombró por primer cura de aquel santuario.

Desde entonces para acá la Nueva Granada ha disfrutado del favor divino en una serie prodigiosa de hechos milagros obrados por la intercesión de la Virgen María, bajo la advocación en que Dios quiso presentarla en aquellos pueblos a la reciente cristiandad del Nuevo Reino, a fin de fomentar la fe católica y la devoción por la Santísima Virgen. Historias hay escritas, una por Fray Pedro de Tobar y otra por el Capitán Juan Flórez de Ocáriz, Contador Mayor del Tribunal de Cuenta del Nuevo Reino, y ambas con la historia de la renovación de la imagen y de su origen.

En 1588 coincidió con el poeta y sacerdote alanicense Juan de Castellanos, que formó parte del Tribunal Eclesiástico que examinó el milagro.

El 26 de abril de 1618 hizo testamento. En 1623 tomó el hábito de dominica terciaria.

En 1630 ya no existía.

NOTA DEL EDITOR

En poder de los herederos de Manuel López, existe una carta manuscrita por María Ramos, dirigida a un hermano.

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