Luis Chamizo, visto por Alonso Zamora Vicente

La poesía de Luis Chamizo acaba de ser reeditada con la única arma valiosa en esta clase de empresas editoriales: con amor. De la mano de Enrique Segura nos llega otra vez el eco, dialectal y apasionado del poeta extremeño. Misión del crítico y del estudioso de las letras es, simplemente, agradecer a Enrique Segura el inestimable servicio que nos hace con su labor. Porque solamente así, con ediciones pulcras, podremos tener al alcance de la mano un material necesario para coordinar y ensamblar el latido espiritual— diverso, Contradictorio—de la vida peninsular.

Chamizo supone para el rincón extremeño la mejor voz del terruño. En el paso de los siglos XIX y XX hay un largo momento de tedio creador, como consecuencia de los años realistas —y de paso informado por una confusa mezcla de realismo y romanticismo— que obliga a los escritores de todas partes a lanzarse a mirar, cuidadosa y encariñadamente, su contorno: es el gran momento de la poesía regional. (En prosa es todavía más ancho su lindero). Por todas partes surge el escritor —a veces con grandes vuelos— que se aplica, devotamente, a su gente, a su comarca, a su pueblo, a su, ¿por qué no?, a su barrio. Vicente Medina a su Murcia; José María Gabriel y Galán a su tierra extremeño-salmantina; un poco antes en el tiempo se aplicó Teodoro Cuesta a su Asturias…

Añadamos aquí la lista de los poetas marginales, con sus grandes personalidades (Rosalía, Curros Enríquez, Maragall, Verdaguer). No se trata, como una visión estrecha podría deducir, de una «disgregación», sino, por el contrario, de una segura «integración». En último término, toda esta poesía de tono casero encierra una mirada a la realidad más cercana, de la que todos pretenden ir sacando vivencia, resonancia, aliento de permanencia. No es solamente español el fenómeno. Recordemos, por somera vía de ejemplo, la gran obra de Federico Mistral, o el resurgimiento del localismo siciliano. Filigrana del tiempo, hálito de una circunstancia histórica, que no mero capricho.

En dicha ruta, azar sembrado por los vientos de la geografía peninsular, le llegó el turno a la tierra extremeña del Guadiana. En Guareña, situado en la vieja frontera entre León y Castilla, nació Luis Chamizo. Hombre del campo y de noble artesanía tradicional —la alfarería tinajera—, estudió en el gran libro de la vida campesina, donde aprendió esa habla documental, entre vulgarismo fonético y arqueología dialectal, tan excelentemente representada en su obra. Y tal habla es, como en todos los casos, de igual tipo literario, acoplada al hombre medio del campo, repleto de nobles virtudes caseras, desengañado de la administración y del tono grandilocuente de los poderosos, esperanzado —gozosamente esperanzado— en el trabajo, en la familia, en el calor del terruño, y, sobre todo, en el auxilio divino.

Sí, es muy fácil ser injusto con estos poetas. Sometiéndolos a un criterio de sabiduría, de rigurosa exégesis, el crítico se siente crecido ante la indefensa criatura poética. De ahí —no me duelen prendas al confesarlo— mi añeja actitud condensada en expresiones como «barbarie lingüística», sacrificio del «dialecto a la rusticidad», etc., etc. Esas afirmaciones siguen siendo verdaderas, pero hoy creo que han de ser matizadas. Al decir eso, nos colocamos ciegamente al pie de una estantería repleta de textos exquisitos, universitarios, que nos abruman con su prestigio y nos impiden obrar con valentía y justeza. Es necesario cambiar la perspectiva. El ángulo de mira para estos poetas no puede ser otro que el suyo propio. Vistos así, se nos ofrecen en verdad y en hondura. Poetas esencialmente populares, locales, se inspiran directamente en su propio público, y le devuelven, envuelto en persuasivo ritmo, lo que de él han adquirido. Solamente desde este perspectivismo afectivo y cultural, podremos apreciar los indudables aciertos de esta poesía y compartirlos. Lección de humildad, de radical acatamiento, poco frecuente por desgracia en el ámbito de la crítica literaria.

Luis Chamizo ha sabido representar cumplidamente el pergeño de su tierra natal. Sus labriegos castúos son gente en que no caben valores negativos. Muchas veces he pensado en cuánto tiene de común el aldeano noventayochista, idealizado, vestido con aristas de sueño a través de la aguda meditación de Unamuno o de Azorín, con los rústicos de la poesía regionalista. A medida que el tiempo nos va alejando de los años iniciales del siglo y trayéndonos nuevos aires, resulta más visible y amplio el regreso al hondón de la intrahistoria, que llena lo mejor de la creación nacional española hasta 1930 (igualmente podría percibirse esta huella en música, en crítica histórica o literaria, e incluso en pintura; ecos aún perceptibles en la obra de Camilo José Cela). Y estos aldeanos hablan. Si hubiera que clasificar su lenguaje de alguna manera, podríamos aceptar la filiación propuesta por Enrique Segura en su prólogo: leonés oriental. Chamizo destaca insistentemente la aspiración de la f- inicial latina (jierros , jumo, jesa, jondo, juir) tan orgullosamente implícito en el

…icimos asina: jierro, jumo, y la jacha, y ‘el jigo y la jiguera.

Es partidario de la igualación de I y r implosivas; utiliza los diminutivos en —ino (chiquinino, burrino, preciosino, ptrcherinos); presenta casos de yo depentética en la terminación (urnia); recoge la aspiración de —s final de grupo y la transformación de la consonante subsiguiente (refalar). Pronombres átonos vulgares (mus), numerosas equivalencias acústicas (Celipe, gorver), metátesis (adrento), asimilaciones consonánticas representadas ortográficamente con aire de aspiración (llevagla, jacegle, dejagla), desaparición de —d— y —g— intervocálicas, etc., contribuyen a la fonética del habla. Rasgos de vulgarismo o arcaísmo fonético que nos dan esa engañosa falacia de la lengua que nos suena, extrañamente subyugadora. No se trata, ni mucho menos, de una visión filológica o fotográfica del hablar local, sino de una gratísima superchería que nos engaña, arrullándonos, y nos hace oír ese hablar. Analizarlo cuidadosamente es tarea obligada, qué duda cabe, pero no debe nuestro análisis destruir su tembloroso encanto, en virtud del cual la voz del escritor nos ha conducido ante el paisaje familiar y querido, haciendo vibrar Dios sepa qué escondida complicidad. Ahí está el secreto del éxito de Luis Chamizo, que tiene un hueco acogedor en cada lector extremeño

Observando despacito el lenguaje de El míajón o Las Brujas se percibe lo que el extremeño actual tiene de habla de tránsito, de lugar de entrecruce de corrientes, sin ya decidido valor dialectal histórico. Dicho de otro modo: se puede percibir lo que el castellano ha progresado en nivelación idiomática. Llegan hasta las páginas de Chamizo rasgos decididamente andaluces (novíajos), que no deben explicarse, como alguna vez he pensado, por influjos del sur (aunque haya Chamizo vivido en Andalucía), sino por el aislamiento lateral de viejas formas a las que el castellano uniforme no ha podido aún eliminar o sustituir. Por otro lado, muchos de los rasgos de la lengua de Chamizo, pueden documentarse en tierras muy apartadas de su pegujal lingüístico. Sobre ese rincón de Guareña, vieja frontera, hay una capa honda de leonesismo, y otra —y otras, muchísima otras— de castellano superpuesto. De todas ellas se ven aquí y allá huellas estratificadas con mayor o menor marchamo de arcaísmo. Cuando hablamos de leonés oriental, nos oprime la visión historicista. Pero al leer a Chamizo, nos deslumbra la realidad fluyente, viva, del idioma. Un delicado vaivén, un minucioso valorar todas estas corrientes debe presidir el posible estudio de la lengua del poeta, tarea que urge sea hecha, con amor también, por algún estudioso extremeño, que, sin dejar de lado las exigencias filológicas, tenga muy presentes las coordenadas entre autor y público, la emocionada diana que estos versos hacen en los corazones sencillos. Esa gente para la que encierra una verdad deslumbrante la enunciación de la esperada fiesta o del cotidiano penar:

Hay riñas de gallos
en la resolana de las corraletas;
y en el artozacon, junt´a los ceviles,
unos zagalones se juegan las perras.
…………………………………………………….
con sus ojos negros de mirás mu tristes,
con sus ojos negros de mirás mu negros.

Sí, ha sido una noble tarea la de Enrique Segura al devolvernos a Chamizo, voz de la tierra entre muchas voces de la tierra. Apremia el estudiar detenidamente el alcance y la proyección de la poesía local o regional en los primeros años del siglo y sus orígenes y relaciones. Después de esta edición de Enrique Segura, Extremadura no faltará a la cita.

ALONSO ZAMORA VICENTE

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