Las hablas extremeñas en la literatura regional y su presencia en la Revista de Estudios Extremeños (1927-2012)

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Pilar Montero Curiel

Universidad de Extremadura

pmonterocuriel@hotmail.com

Revista de Estudios Extremeños, 2014, Tomo LXX, Número I, pp. 625-658

RESUMEN

El análisis de los usos literarios de las variedades lingüísticas extremeñas es un asunto destacado entre los artículos de tema filológico publicados por la Revista de Estudios Extremeños desde su aparición en 1927 hasta hoy. Una lectura atenta de los diferentes cuadernos que la integran justifica el interés con el que los estudiosos del dialecto se han acercado a la lengua de Luis Chamizo, José María Gabriel y Galán, Antonio Reyes Huertas y otros autores que han usado el extremeño como vehículo de expresión en algunas de sus composiciones. Este interés se refleja en un puñado de artículos que toman como objeto de investigación la lengua y el estilo de los escritores regionalistas extremeños y en otros que, sin centrarse exclusivamente en ellos, tienen en cuenta sus aportaciones a la hora de sistematizar, los rasgos peculiares del habla de la región inmortalizados en la literatura.

PALABRAS CLAVE: El habla de Extremadura, literatura extremeña, regionalismo.

En 1927, bajo la tutela de la Diputación Provincial de Badajoz, nace la Revista del Centro de Estudios Extremeños con el propósito de iluminar “la personalidad de Extremadura” o “lo que se llama el Rango de la Raza”, por decirlo con palabras tomadas del primer párrafo que el abogado Prudencio J. Conde redactó para el artículo inaugural de la revista. Dicha reflexión había sido formulada poco antes por la Sección de Ciencias Morales y Políticas del Centro, en un cuestionario extenso con el que se pretendía elaborar una geografía humana y social de Extremadura. Años después, los escritores regionales asumirán como propio el concepto de raza, con el sentido original de “casta o calidad del origen o linaje”[1], y retratarán con palabras la vida y las costumbres de los extremeños y, en especial, de sus clases campesinas.

Con esta proyección, las páginas de la Revista de Estudios Extremeños (así rebautizada a partir de 1945) abrieron sus puertas a una cosecha científica que, desde los más variados ámbitos del saber, ha venido alimentando cada uno de sus tres cuadernillos anuales con trabajos de gran calidad. Entre estos

ámbitos ocupa un lugar importante el filológico, representado en un conjunto de aportaciones que tienen como objeto central la descripción de las variedades lingüísticas, la producción literaria ofrecida por los escritores, se revisan con detenimiento las sucesivas entregas de la revista -tarea sencilla, al estar digitalizados todos sus números desde hace algunos años[2]– se observará que el análisis de la recreación literaria de las variedades lingüísticas extremeñas es un asunto destacado entre los artículos de tema filológico admitidos en sus páginas. Y no solo en estudios monográficos sobre la lengua de determinados escritores, sino también en aportaciones que toman el uso literario como autoridad para apuntalar la importancia de un rasgo idiomático diferencial o de un vocablo específico en una zona de la geografía extremeña, como se observa, por ejemplo, en el vocabulario extremeño de Francisco Santos Coco. Ambas vertientes servirán para organizar la extensa cosecha de estudios sobre el extremeño literario publicada en la revista pacense desde 1927 hasta hoy.

1. EL EXTREMEÑO LITERARIO EN LOS ESTUDIOS SOBRE EL HABLA Y LA CULTURA POPULAR

En 1936, Francisco Santos Coco invitaba en sus “Apuntes lingüísticos sobre Extremadura” a abordar el estudio del habla popular a través de fuentes escritas, desde los archivos catedralicios, hasta el romancero popular y la literatura regional, que ha contado, según sus palabras, con cultivadores de primera categoría (1936: 168-169). De esta variedad de fuentes escritas Santos Coco toma ejemplos para ilustrar los usos de su vocabulario, ofrecer pistas acerca de la antigüedad de determinadas palabras y mostrar su extensión geográfica dentro de las fronteras regionales. Sabio consejo de quien, en algunas de las páginas pioneras sobre la dialectología extremeña, ha sabido conciliar el trabajo de campo y la observación directa del habla con el rastreo de testimonios escritos capaces de afianzar unos usos idiomáticos ajenos a la atención de la norma académica.

Que el uso literario del extremeño nace vinculado a la literatura regionalista es una observación que nadie pone en duda (Viola 1994 y 2003). Se trata de un fenómeno extraordinariamente complejo, imbuido del nacionalismo romántico, en el que las manifestaciones culturales y los intereses políticos caminan en paralelo. La prensa finisecular acoge escritos reivindicativos que muestran una nueva sensibilidad hacia las esencias del pueblo y hacia la posibilidad de una verdadera autonomía, vista desde la óptica de aquel cambio que supuso el paso del siglo XIX al XX: El Cantón Extremeño, la Revista de Extremadura, El Autonomista Extremeño y la propia Revista de Estudios Extremeños son publicaciones que contribuyen, en buena medida, a forjar nuevos ideales de identidad que, en la literatura, dan como frutos textos en los que se idealiza la vida campesina y se ensalza la condición de la casta o de la raza de una manera hasta entonces desconocida (Viola 1994 y 2003; Tardío 2009: 113-114).

Desde una perspectiva teórica, Juan Luis Cordero abordó el tema en los años 20-30 del siglo pasado, según explica Francisco Javier García Carrero (2006) en un artículo en el que ofrece datos sobre la vida de este autor cacereño y sus aportaciones al regionalismo y la creación literaria en Extremadura. El apartado central de su ensayo se titula “La derivación regionalista (1917-1933)” y en él indica que los años que median entre 1895 y 1917 reflejan un intenso “nacionalismo literario” gracias a las creaciones de Gabriel y Galán, Luis Chamizo, Rufino Delgado, Antonio Reyes Huertas (p. 230) y Juan Luis Cordero, cuya actividad experimentó un giro radical hacia posiciones políticas marcadas en la única dirección del Regionalismo a partir de 1917 (p. 230). Las nuevas ideas del cacereño se divulgan a través de una serie de artículos publicados en el periódico El bloque, donde “consigue concretar lo que será su gran aportación al fenómeno regionalista, su libro Regionalismo. Problemas de la Provincia de Cáceres”, publicado en Barcelona por la editorial Maucci (p. 231). Su lectura abre nuevos caminos para conocer el verdadero alcance el regionalismo en Extremadura y valorar las aportaciones de los escritores que lo representan.

Consciente de la importancia de estos movimientos y del papel que los textos de Gabriel y Galán o Luis Chamizo han jugado en la configuración  de nuestros arquetipos, Santos Coco busca las fragancias del habla popular en obras literarias compuestas a finales del siglo XIX y principios del XX, y encuentra valiosas muestras de esa voluntad que permite a los escritores verter “en su vocabulario los tesoros de su lengua vernácula, incorporando el léxico diario, lleno de ternura y belleza, al torrente circulatorio oficial al cual la Docta Casa no pone semáforos”, según escribe años después Emilio Díaz y Díaz (1969: 575-576), representante, a finales de los años sesenta, de una nueva tendencia hacia el rescate de las hablas populares que, con el paso del tiempo, daría sus mejores muestras en estudios inspirados por métodos científicos.

Entre esos autores pioneros en los que Santos Coco fija su mirada se encuentran Francisco Javier Sancho, José María Gabriel y Galán y Luis Chamizo, claros exponentes los tres de esa máxima que Díaz y Díaz toma de la Epístola a los Pisones de Horacio para apoyar sus principios: “usar, escribir y pronunciar palabras que llevan impreso el sello del uso corriente, porque el buen uso, el uso fundado en la razón, es el árbitro, el juez, la norma de la lengua” (1969: 576)

1.1. Francisco Javier Sancho, De cosas extremeñas y algo más (1902)

Francisco Javier Sancho, nacido en Higuera de Vargas y autor del libro De cosas extremeñas y algo más (Badajoz, 1902), ha sido considerado por algunos estudiosos del habla y la cultura material de la región como el cantor pionero “del extremeñismo y la extremeñidad” e “iniciador de la literatura costumbrista” en Extremadura (Marcos Arévalo 1985 y 1986). Santos Coco aplaude el esmero que este escritor puso en la conservación de palabras tomadas del lenguaje familiar y corriente, recurso que le permitió dotar de verosimilitud a los personajes retratados en sus escritos y formar el primer “archivo de provincialismos” (más de Badajoz que de Cáceres, p. 169) referentes a todos los ámbitos del vocabulario: la flora (murtas, resalbos, ceborranchas, torbiscas y coscojas); la caza (el aguardo, piñoneo, cuchicheo, coplitas de buche, titeo) y otros muchos aspectos de la vida cotidiana que quedan singularizados en el empleo de palabras y expresiones de extraordinario sabor local: “cazar a matacuelga”, “higos bacalares”, pan/bazo, borragil, gañote, “un morcón de morcilla”, “tasajo de carne”, “las escoberas que sirven de techo”, “camas de juncia y cogollo de jara”, “la cabaña del pastor”, “los siete ochos de aceite”, “una travesada de sal”, “ganado muy espurecho”, “por todos los cabezones bajan cabras”, “el alzapón de los calzones”, “pelar las bajeras de las bellotas”, “entre calderiles de lobos”, “se le repían a uno los pelos”. A estas expresiones añade el investigador zamorano una lista de vocablos anotados por Suárez Murillo, autor del prólogo a la obra de Sancho González, como voces exclu-sivas de Extremadura: mindongo, rimera, chafardo, tarama, pitera, capacho, embozada, jalda, chilraera, doblado, chero, rollón, zocho, coguta, creza, merchán, coca, bazquiña, peñascazo, pielga, senara, iguala, crucero, resolana, escarrancharse, mocijón, barejón, embarrizarse y desboricado (Santos Coco 1936: 169-170), todas ellas ajenas a los registros del diccionario académico.

La muestra de palabras y giros resulta interesante para conocer de qué forma los escritores extremeños que publicaron sus obras en el tránsito del siglo XIX al XX eran conscientes del carácter diferencial de algunas parcelas del vocabulario común, muchas veces extraño a sus usos personales, al tratarse de un corpus vinculado al habla de las gentes sencillas de los pueblos con escasa formación cultural. Tesoro que en aquellos años, al abrigo de las corrientes regionalistas, es utilizado como recurso de caracterización de los personajes, como técnica de ambientación geográfica de las acciones narradas y como elemento que ayuda a reivindicar la singularidad de unas hablas que tienen el privilegio de traspasar así los umbrales de la oralidad e instalarse en los dominios de la escritura.

Las referencias de Santos Coco no se agotan aquí, si bien es Francisco Javier Sancho el ejemplo de escritor en el que más se detiene en esta primera entrega de su estudio. Después, en el grueso de su obra (centrada en los niveles fonético-fonológico, morfosintáctico y léxico-semántico del español de Extremadura) las referencias a los dos grandes cantores del regionalismo extremeño (Gabriel y Galán y, sobre todo, Luis Chamizo) serán habituales, como confiesa en las líneas introductorias que redacta para la primera parte de su “Vocabulario Extremeño”:

Me proporcionó abundante material “El Miajón de los Castúos”, obra admirable del poeta Luis Chamizo, que, como Gabriel y Galán, cantó con sentida emoción bellos asuntos de la tierra extremeña en el habla ingenua y castúa de su pueblo (Santos Coco 1940: 67).

Palabras que sirven de colofón a unos capítulos en los que Santos Coco repasa los diferentes hitos en el estudio de las hablas extremeñas, desde los tiempos de la fundación de la sociedad El Folk-Lore Frexnense (1882) que acoge las primeras reflexiones de la mano de Luis Romero y Espinosa y Matías

Ramón Martínez, hasta la creación de la Revista de Extremadura (1889-1910), con Rafael García-Plata de Osma, Nicolás Izquierdo Hernández, Daniel Berjano y Pedro Torres Cabrera en la nómina de los estudiosos pioneros del habla y la cultura extremeñas. Alude, para finalizar su recorrido, al trabajo de José Alemany publicado en el Boletín de la Real Academia Española (1916 y 1917) sobre los vocablos recopilados en Alburquerque (Badajoz) y sus aledaños rurales por Aurelio Cabrera. Algunas de las aportaciones de estos autores darán respaldo al uso de buena parte de los vocablos reunidos por el propio Santos Coco (1940: 66-67) en las diferentes secciones de su obra.

Entre 1940 y 1952 están datados los fascículos del “Vocabulario extremeño” que el profesor zamorano afincado en Extremadura reunió y explicó a lo largo de varios años de intensa búsqueda. El resultado fue un glosario de palabras organizadas alfabéticamente en cuyas entradas se descubren referencias a Gabriel y Galán y a Luis Chamizo como escritores que, al incorporar muchas de ellas a sus textos, les han concedido el privilegio de uso literario.

2.1. Las Extremeñas de José María Gabriel y Galán en el glosario de Santos Coco

La colección de poesías Extremeñas compuestas por el poeta salmantino permite al “Vocabulario” de Santos Coco dar autoridad al uso de voces en las que algunos cambios fonéticos y la creatividad léxica popular son recursos productivos:

AJUIR, intr. Huir. Chamizo y en Voc. de Alburquerque. Es frecuente en el habla rústica de las dos provincias. “La mujel se esconfía que ajuyen[3] de ella y la muchacha” (Gabriel y Galán. “Extremeñas”) (p. 244).

ARROCHARSE, refl. Decidirse. Atreverse. “Yo no me arrocho -a jacel la brutá, manque me muera, -porque amí no me sale la robaina -y antis me junda que me jaga a ella” (G. y Galán en “Rev. Extremadura”, 1901) (p. 245).

ESMONTAR, intr. Marchar, huir, salir de un sitio. “Pero namás que vieni el güen tiempo -me esmonto de casa-. La mujel s’esconfía que ajuyo della y la muchacha, -pa roncal dondi naide me espierte (G. y Galán, “Extremeñas”) (p. 249).

LIENDRO, m. Bieldo. Horquilla para coger los haces de trigo. Se usa en Sierra de Gata y en las Hurdes. (Lo emplea Gabriel y Galán en “El embargo”).

Hace referencia a él Santos Agero en una “Nota filológica” de la Revista “Portucale”, septiembre-octubre de 1930, p. 326 (p. 85).

La muestra es poco cuantiosa, si se la compara con las alusiones que el mismo ensayo de Santos Coco hace a El Miajón de los Castúos de Luis Chamizo, o a voces tomadas del romancero y otras manifestaciones de la literatura popular extremeña, citadas indirectamente o a través de los muchos ejemplos de trabajos de diversa fisonomía que en esta ocasión, por sus vínculos con la literatura popular anónima más que con la de autor, no serán considerados.

2.2. El Miajón de los Castúos, de Luis Chamizo, en el “Vocabulario extremeño” de Santos Coco

De la obra de Luis Chamizo, publicada en 1921, Santos Coco selecciona un corpus de alrededor de setenta vocablos referentes a diversos campos léxicos; todos ellos se incluyen en las entradas del glosario como testimonios de su presencia en los libros, compartidos así con usos que a veces trascienden las fronteras naturales de la región y son localizados en ciudades de Castilla con las que al autor le unen afinidades de origen (Zamora) o a las que ha podido acceder a través de otras monografías dialectales (Salamanca a través de José Lamano o Asturias gracias a la obra de Apolinar Rato) o de sus propias experiencias como hablante y como viajero:

Agricultura

COGOYA, f. Copa del árbol. (En las dos provincias). “Y las altas cogoyas de los árboles”. (Chamizo, “El Miajón de los Castúos”). “Mi agüela tenía ‘n perá qu’ echaba lag perah finah y en lo alto de la cogoya cantab’una golondrina”. (G. Plata, Revista de Extremadura, 1902, p. 367) (RCEE, XIV/1, 1940, p. 95).

COLÁ, f. Paso muy ancho de una dehesa, que no tiene agua, a otra, en donde se puede abrevar. Es propiamente una servidumbre. “Y las jondas colás, con sus regachos ” (Chamizo, “El Miajón”) (RCEE, XIV/1, 1940, p. 72).

CHAPARRERA, f. Chaparro joven que aún está en forma de mata. (Chamizo, “El Miajón de los Castúos”) (RCEE, XIV/1, 1940, p. 96).

CHASQUIR, int. Dar chasquidos la madera. (Chamizo, “El Miajón”) (RCEE, XIV/1, 1940, p. 96).

GUAPERO, m. Almendro silvestre. “De la rama d’arribad’un guapero”. (Chamizo, “El Miajón de los Castúos”). En otros sitios (Ahillones, Llerena) árbol bajo, de mucho ramaje, que se usa para valla de cercados. (RCEE, XIV/2, 1940, p. 135).

GÜÉYEBRA, f. Huebra. Cantidad de tierra que puede labrar una yunta en un día. (Chamizo, “Miajón”)(RCEE, XIV/1, 1940, p. 78).

JALOCO, adj. Dícese del vino que tiene un color tinto muy claro. Color ojo de gallo. (Chamizo). “Es un vino jaloco”. (RCEE, XIV/ 2, 1940, p. 140).

JATIAO, adj. Lo mismo que jateao . “Unas parigüelas mu grandes, mu finas, mu bien jatiadas”. (Chamizo, “El Miajón de los Castúos”) (RCEE, XIV/1, 1940, p. 88).

JITO, m. Peña, cantera. Obstáculo que se opone a la marcha del arado. (Chamizo, “Miajón”). Parece la misma palabra que hito, mojón. “Esa tierra tiene muchos jitos” (RCEE, XIV/1, 1940, p. 74).

REGACHO.m. Riachuelo, regato. “Y las jondas colás con sus regachos” (Chamizo, “El Miajón”) (RCEE, XIV/3, 1940, p. 271).

REJILAIYO, m. Aguardiente malo. (Chamizo en “El Miajón de los Castúos”) (RCEE, XIV/2, 1940, p. 144).

REPAÑAR, tr. Recoger las espigas que quedan en los sembrados, después de haber segado y transportado las mieses. “Tres manojos d’espigas repañás en un instante”. (Chamizo en el “Miajón de los Castúos”) (RCEE, XIV/1, 1940, p. 79).

TURDÁ, f. Borrachera. (Chamizo, “Miajón”). En Zamora y otros sitios se dice curda. (RCEE, XIV/2, 1940, p. 145).

Ganadería, caza y pesca.

ALMA, f. Tocino del cerdo que sólo comprende una franja desde el cuello a la parte posterior del vientre. (Chamizo “El Miajón”) (RCEE, XIV/3, 1940, p. 290).

CABRESTO, m. Cabezada o ramal de los burros. “D’estos hombres que despiertan las gallinas cuando salen con los burros del cabresto”. (Chamizo, “El Miajón de los Castúos”) (También se usa en Alburquerque y otros pueblos, como La Morera y Feria. Debe de ser corriente en toda la provincia) (RCEE, XIV/2, 1940, p. 151). tr. Espantar. “La burra -careaba las moscas con el rabo- y dejaba el careo”. (Chamizo. “El Miajón de los Castúos”) (RCEE, XVIII/2, 1944, p. 245).

CORIANA, f. Insecto ortóptero, parecido a la cucaracha. (Chamizo, “Miajón”). En Badajoz, curiana. (RCEE, XIV/2, 1940, p. 151).

CORUJA, f. Lechuza. En sentido figurado se dice de la mujer mala e hipócrita. También, cariñosamente, de una niña muy traviesa y redicha. También, según Chamizo, se aplica a la mujer que se pasa el día en la iglesia. (Badajoz) (RCEE, XIV/2, 1940, p. 164).

CHIRIBÍN, m. Pájaro pequeñito. “El chiribín de las viñas”. Niño de pecho. “Unos chirivines, que paescan d’azogue, que estrujen, que arañen, que muerdan la teta”. (Chamizo, “El Miajón de los Castúos”) (RCEE, XIV/3, 1940, p. 164).

DOLONDÓN, m. Palabra imitativa del sonido de los cencerros de los bueyes y cabras. “Y roándo, roándo de las sierras llegaba el dolondón de los cencerros”. (Chamizo, “El Miajón”) (RCEE, XIV/2, 1940, p. 152).

JOPO, m. Rabo del lobo o de la zorra. (Chamizo, “El Miajón”). En Zamora se llama así al ano, acepción frecuente también en los pueblos de Badajoz. (RCEE, XIV/2, 1940, p. 153 y REE, VIII/1-3, 1952, p. 538).

JURRA, f. Guarida de alimañas. El vivar de los conejos. (Chamizo, “El Miajón”) (RCEE, XIV/3, 1940, p. 262).

LIARO, m. Cada uno de los dos vasos de cuerno, en donde llevan los campesinos el vinagre y el aceite. Adj. Se dice de las personas rudas y torpes. (Chamizo, “Miajón”). En Badajoz se llama collera de aceiteros o cuerno. (RCEE, XIV/2, 1940, p. 156).

MICALE, m. Ave de rapiña. Cernícalo. “Lo mesmito que los mícales jacen parás en el cielo”. (Chamizo en “El Miajón de los Castúos”) (RCEE, XIV/2, 1940, p. 165).

RINGAR, tr. Rendir. Hacer que las bestias caigan al peso de la carga. (Chamizo, “Miajón”) (RCEE, XIV/2, 1940, p. 154).

Tiempo y fenómenos atmosféricos.

VENDO, m. Vendaval. Viento huracanado que arrasa las cosechas. Úsase en términos de comparación para indicar el colmo de la maldad. (Chamizo, “El Miajón de los Castúos”) (RCEE, XIV/3, 1940, p. 269).

Juegos, fiestas, costumbres y supersticiones.

MISQUILIGRIYO, m. Juego infantil de naipes (Chamizo, “Miajón”) (RCEE, XIV/3, 1940, p. 276).

MORACANTANA, f. Fantasma con que se mete miedo a los niños. (Chamizo, “El Miajón”) (RCEE, XIV/3, 1940, p. 280).

La casa y la vida doméstica.

ARRISCARSE, refl. Vestirse con el traje de fiestas. (Frecuente en la provincia de Badajoz). “S’arriscan las mozas, luciendo los guapos y van peripuestas”. (Chamizo, “El Miajón de los Castúos”) (RCEE, XV/1, 1941, p. 79).

BOCHINCHEAR, intr. Beber a bochinches. “Chupa jondo y bochinchea”. (Chamizo, “El Miajón de los Castúos”) (RCEE, XV/ 1, 1941, p. 70).

BUJERO, m. Agujero. Muy frecuente su uso. “Jasta que el cholro del pezón rebose -los bujerinos de tus tragaderas”. (Chamizo, “El Miajón”) (RCEE, XIV/3, 1940, p. 281).

CONDÍO o CUNDIO, m. Algo que acompaña al pan para no comerlo solo. “No tenemos más que pan seco, hija; ni siquiera un cachito de condío”. (Villanueva de la Serena y otros pueblos). Provisiones para hacer la comida o cocido. (D. Berjano. Voc. de la Sierra de Gata). Carne magra. “Pan y condío”. Cosa exquisita, inmejorable. (Chamizo en “El Miajón de los Castúos”). Queso, tocino u otro manjar semejante que añaden los amos a la hatada (jatá) de pastores y porqueros. (Voc. de Alburquerque). En Plasencia llaman condío a la morcilla (RCEE, XV/1, 1941, p. 71).

CHIPITÓN, m. Chorro de leche de la teta. “Que asín el chipitón saldrá seguío”. (Chamizo, “El Miajón”) (RCEE, XIV/3, 1940, p. 291 y REE, VIII/1-3, 1952, p. 536).

EMPRINGARSE, refl. Mancharse con pringue. Ensuciarse con grasa o con cosa grasienta. “Te s’empringue con el vaho de süores”. (Chamizo, “El Miajón de los Castúos”. (Muy corriente en la provincia de Badajoz) (RCEE, XIV/3, 1940, p. 292).

JORCAO, m. Barra de hierro terminada en horca que se utiliza para empujar la leña en la boca del horno. (Chamizo, “El Miajón de los Castúos”) (RCEE, XV/1, 1941, p. 83).

JUMERO, m. La chimenea. (Corriente en las dos provincias). En Chamizo, cañón de la chimenea por donde sale el humo. (RCEE, XIV/3, 1940, p. 282-283).

MIAJÓN, m. Esencia, jugo, tuétano. Así define Ortega Munilla esta palabra en el prólogo de “El Miajón de los Castúos ”, del inspirado poeta extremeño, Luis Chamizo. Miga de pan (Chamizo, en “El Miajón de los Castúos”). Por migajón. Lo que en algunos sitios de la región leonesa, como Zamora, se llama molledo. (RCEE, XV/1, 1941, p. 69).

POMPORITA, f. Burbuja. Globito producido por la espuma del jabón. (Chamizo, “Miajón”) (RCEE, XIV/3, 1940, p. 282).

RUNDIRSE, refl. Caerse, rendirse, arruinarse. Se dice de las personas y cosas. “S’ha rundió”. “Cuando con la jacha descuajo la jesa-, las ramas se runden, la jacha se meya”. (Chamizo, “El Miajón”). Por toda la provincia de Badajoz (RCEE, XIV/3, 1940, p. 282).

TAPIÑA, f. Tapadera de corcho que se ajusta a un cántaro u otra vasija. (Cabeza del Buey). El tapón de madera de forma cónica para tapar los conos o tinajas de los vinos. (Ahillones). Así también en Guareña. (Chamizo, “El Miajón”) (RCEE, XIV/13, 1940, p. 289).

El hombre

ACAGAZARSE, refl. Acobardarse, amilanarse. “No te acagaces y aprieta” (Chamizo, “El Miajón de los Castúos,) (RCEE, XVI/1, 1942, p. 33).

ANGÓ, m. ¿Angustia? ¿Llanto? “Relámpiate con la lengua, Jam’el angó, muchachete que voy a dalte la teta”. (Chamizo, “El Miajón”) (RCEE, XV/1, 1941, p. 89-90 y XVI/1, 1942, p. 34)[4].

CASTÚO, adj. Con valor de sustantivo. Castizo, típico del pueblo extremeño. El natural de Extremadura, que conserva íntegras y puras las cualidades y los caracteres de la región. Chamizo, en “El Miajón de’los Castúos” lo define así: “Castizo, mantenedor de la casta de labradores que cultivaron por sí sus tierras”. (En toda la provincia de Badajoz) (RCEE, XVI/1, 1942, p. 35)[5].

CUSCULEJA, f. Se dice de la mujer que, siendo baja, es muy gruesa. (Chamizo, “Miajón”) (RCEE, XVI/1, 1942, p. 37)

ENFUSCARSE, refl. Incomodarse, enfadarse. (En toda la provincia de Badajoz). “No t’enfusques ni me fartes al respeto” (Chamizo, “El Miajón de los Castúos”) (RCEE, XVI/1, 1942, p. 39)

GABACHO, adj. Traidor, cobarde. (Chamizo, “El Miajón de los Castúos”) RCEE, XVI/1, 1942, p. 39).

JIGONA, adj. Se dice de la mujer perezosa. (Chamizo, “El Miajón”) (RCEE, XVI/1, 1942, p. 40).

JIMPLAR, intr. Lloriquear, sollozar. “No me jimples, no me jimples, mocosina; no te enfusques ni me faltes al respeto”. (Chamizo, “El Miajón” y “Vocabulario de Alburquerque”) (RCEE, XVI/1, 1942, p. 40).

JORMÁ, adj. Formal. Es una variante fonética. “¡Qué jormá te pones! -me icen los viejos. ¡Qué güeno que eres! -me icen las viejas” (Chamizo, “El Miajón”) (RCEE, XVI/1, 1942, p. 40).

JURRAMACHO, f. Se dice de la mujer alta y desgarbada, hombruna. (Chamizo, “El Miajón de los Castúos”). Como en Castilla cuando se dice de una mujer: “Es una marimacho” (RCEE, XV/1, 1941, p. 87).

NACENCIA, f. Nacimiento. Así es el título de una poesía de Chamizo, “La nacencia”. (Es corriente en las dos provincias).

NUEVO, adj. Joven, de poca edad. (Muy corriente en toda la provincia de Badajoz). “Es un chico muy nuevo”. “Jice po recordá las oraciones que m’ enseñaron cuando nuevo”. (Chamizo, “El Miajón de los Castúos” (RCEE, XV/1, 1941, p. 87).

PAMPLINGAO, adj. Blando, débil, insignificante. “Señorita de pamplingao. (Chamizo, “El Miajón”). Lo mismo se usa en Zamora (RCEE, XVI/1, 1942, p. 41).

PAPELÓN, m. Zalamero, candongo. (Chamizo, “El Miajón”). En Zamora se dice de una persona que siempre anda muy compuesto y con aire presumido (RCEE, XVI/1, 1942, p. 42).

PAPÓN, a, m. y f. Persona abobada y desmañada. (Chamizo). Igual en Zamora (RCEE, XVI/1, 1942, p. 42).

POLTRONAO, adj. Piojo, perezoso, haragán. “De los hijos poltronaos del dinero”(Chamizo, “ El Miajón”) (RCEE, XVI/1, 1942, p. 43).

RENGUIR, tr. Torcer. “No te acagaces y aprieta -manque se ringan tus narices- y te las pongas rituertas”. (Chamizo, “El Miajón”) (RCEE, XV/1, 1941, p. 96).

TIRITAINA, f. Persona inquieta y revoltosa. (Chamizo, “El Miajón de los Castúos”) (RCEE, XVI/1, 1942, p. 45).

TORTABILO, a, adj. Bizco, bisojo. Persona que tiene algún defecto en la vista. (Chamizo, “El Miajón”) (RCEE, XV/1, 1941, p. 96).

TÚRDIGA, f. Paliza. (Chamizo, “El Miajón”) (RCEE, XV/1, 1941, p. 96).

Vida espiritual y de relación.

AJUIR, intr. Huir. Chamizo y en Voc. de Alburquerque. Es frecuente en el habla rústica de las dos provincias. “La mujel se esconfia que ajuyen de ella y la muchacha”. (Gabriel y Galán. “Extremeñas”) (RCEE, XVIII/2, 1944, p. 244).

AJUIRSE, refl. Marcharse, escaparse. “Y s’ajuyen las neblinas y s’apagan las estrellas”. (Chamizo. “El Miajón”) (RCEE, XVIII/2, 1944, p. 244).

CARREFILA, f. Fila o hilera de cosas o personas. También se dice carrafilera. “Estar en carrafilera” es “estar en hilera”. “Van en carrafilas, jaciendo pinitos-camino e la iglesia”. (Chamizo, “El Miajón”) (RCEE, XVIII/2, 1944, p. 246).

CHANGAR, tr. Estropear una cosa. Se aplica principalmente a artefactos y mecanismos. (En toda la provincia de Badajoz). “Que se eschanguen del chisme toas las ruedas”. (Chamizo). También se aplica al hombre cuando padece ruptura de miembros o parálisis o dolores que le impidan utilizarlos con normalidad. “Qué changao anda tu padre” (RCEE, XVIII/2, 1944, p. 248).

CHIRIPAINA, f. Chiripa, casualidad. (Chamizo. “El Miajón”) (RCEE, XVIII/2, 1944, p. 246).

ESPARRATACAR, tr. Extender, ensanchar. “No reguñas, Carnación, ni esparrataques esos ojos”. (Chamizo). “El Miajón” (RCEE, XVIII/2, 1944, p. 249).

ESTROZAR, tr. Destrozar. No es más que una variante fonética. “Que lloren con genio, que estrocen, que chillen”. (Chamizo en “El Miajón de los Castúos”) (RCEE, XVIII/2, 1944, p. 249).

ESTRUMPIR, int. Estallar. Está en el Diccionario como propia de Salam. En la provincia de Badajoz es muy usada. “Lo mesmito qu’estrumpe un triquitraque”. (Chamizo en “El Miajón de los Castúos”) (RCEE, XVIII/2, 1944, p. 249).

FATO, m. Olor fuerte y desagradable. (Chamizo. “El Miajón”) (RCEE, XVIII/2, 1944, p. 250).

GARBEAR, intr. Andar sigilosamente. (Chamizo. “El Miajón”) (RCEE, XVIII/2, 1944, p. 250).

ICIR, tr. Decir. Es muy frecuente en las dos provincias. “¡Qué jormá te pones!, me icen los viejos”. (Chamizo en “El Miajón de los Castúos”) (RCEE, XVIII/2, 1944, p. 250).

JEÓ, m. Olor desagradable, procedente de materias orgánicas en descomposición. (Voc. de Alburquerque y en Chamizo) (RCEE, XVIII/ 2, 1944, p. 250).SIA, adv. Sí. Se emplea para afirmar con mucha energía. (Chamizo. “El Miajón”) (RCEE, XVIII/2, 1944, p. 252).

TACHUELA, f. Jacer tachuelas. Tiritar de frío, chocar los dientes unos con otros a causa del frío. (Chamizo. “El Miajón”) (RCEE, XVIII/2, 1944, p. 252).

Palabras de varias clases.

ACORRER, int. Socorrer, favorecer. Acorrío. (Chamizo, “El Miajón”) (RCEE, XVI/1, 1942, p. 46).

¡CORCIO!, interj. Expresa despreocupación o que no le sorprende a uno una cosa. “Y es claro; por eso ¡qué corcio me icen-qu’ella me disprecia”. (Chamizo “El Miajón”) (RCEE, XVI/1, 1942, p. 47).

COMENENCIA, f. Conveniencia o capricho de una persona. También se usa en Zamora. “Ascucha, hija mía, Y no t’encapriches con tu comenencia . (Chamizo, “El Miajón”) (También se encuentra en el Voc. bable de A. Rato) (RCEE, XVI/1, 1942, p. 47).

DINGUELAR, tr. Mirar, divisar. Mirar enamoradamente, “la que yo dinguelo, la que me dinguela con sus ojos negros de mirar mu tristes”. (Chamizo, “El Miajón”) (RCEE, XVI/1, 1942, p. 47).

MITAIYA, f. Medida para líquidos, de poco más de un litro. (Chamizo, en “El Miajón de los Castúos.) Parece diminutivo de mitad (REE, VIII/1-3, 1952, p. 539).

PORRIYÚO, adj. Que tiene forma de porra. “Te se nota que las tiene (las narices) porriyúas y rituertas”. (Chamizo: “El Miajón”) (REE, VIII/1-3, 1952, p. 540).

2.3. Los poetas regionalistas en otros estudios dialectales

Años después Francisco Rodríguez Perea (1959), en su “Aportación al vocabulario”, toma prestadas las voces de los poetas regionalistas extremeños para afianzar su repertorio. Tras una serie de observaciones (algo precipitadas) sobre el origen del español en Extremadura y del latín que en sus solares se habló, las interferencias léxicas que se descubren en los límites con Portugal, la consideración del portugués como un estadio lingüístico “ya sobrepasado por la lengua española” (p. 80) y otros apuntes sobre la fonética y la morfosintaxis redactados con sencillez y con un dominio discutible de la jerga y los mecanismos del cambio lingüístico, el autor organiza por orden alfabético su glosario y ofrece unas páginas interesantes para ir configurando con ellas el tesoro léxico de nuestras hablas. Algunas se respaldan con la autoridad que les da el hecho de haber sido utilizadas por los poetas extremeños en sus recreaciones del habla popular y también en sus poesías castellanas. De Gabriel y Galán identifica las siguientes:

AHINAR (la h aspirada). v. rfl. Afligirse mucho. Tristi y ahinau / de la ermita me jui pa la vera (G. y Galán) (p. 85).

AMOROSO, A. adj. Suave, fino, aterciopelado. “¡Qué amorosa la tarde resbala por delante de aquel rinconcito!” (G. y Galán, “Castellanas”) (pp. 87-88).

HATEAR. v. trans. 1. Vestir. 2. Emborracharse. “Y cuando su madri güelvi a hatialu le igu con pena” (G. y Galán, “El Cristu Benditu”) (p. 114).

HOLGACIÁN, A. adj. Aplícase al que no trabaja, holgazán. “Holgacián como el nuestro muchacho no va a habelu si aquí no se elmienda” (G. y Galán, “Extremeñas”) (p. 116).

HOLGACIANEAR. V. intr. Holgazanear. “Yo no lo distingu de otrus señoritus que con él se ajuntan y holgacianean” (G. y Galán, “Extremeñas”) (p. 116). De la obra de Luis Chamizo toma dos ejemplos:

ALCHIPERRES, s. pl. m. Trastos o trastes en sus diversas acepciones. Hállase en Chamizo “Extremadura”) (p. 87).

HIMPLAR. v. intr. Estar llorando y gimiendo. “No me himples, no me himples, mocosina, no te enfurres, ni me fartes al respeto” (L. Chamizo, “El Miajón de los Castúos”) (p. 115).

Tampoco son ajenos a sus observaciones los textos de otros autores extremeños que han escrito su obra en castellano y en cuyas páginas, de vez en cuando, interfieren los usos familiares de algunas voces. Es lo que sucede con el verbo zofrar, que significa “rendir de fatiga, dolor, etc.” (p. 132) y muestra una variante en la zona nororiental de la provincia de Badajoz, cefrar, utilizada por Carolina Coronado en los versos de su poema “Canto de una Doncella”:

¡Ay, sonrisa más triste que el llanto,
Sonrisa más amarga que una queja,
Sonrisa que cefrada el alma deja
p. 132).

Otro de los estudiosos que con frecuencia recurre a ejemplos de Gabriel y Galán y Luis Chamizo es Valeriano Gutiérrez Macías, conocido investigador del folklore y la literatura extremeños y gran apasionado de la obra del poeta de Frades de la Sierra, para quien promovió, a mediados del pasado siglo, el homenaje anual que aún se le tributa en Cáceres cada seis de enero. En uno de los apartados del artículo que lleva por título “Con licencia picaresca: manifestaciones populares extremeñas” (1976), Gutiérrez Macías habla de “La picaresca en la poesía extremeña” (pp. 556) y señala ejemplos tomados de lo que él considera pícaros históricos y pícaros actuales, en referencia a una serie de tipos conocidos por el común de los extremeños, protagonistas de sucesos insólitos, hazañas varias, engaños, bufonadas, chascarrillos de asunto sexual, latrocinio y mala vida, que han quedado inmortalizados en refranes, dichos populares y poemas burlescos. En su rastreo no deja de lado las composiciones de Gabriel y Galán y Luis Chamizo, en las cuales “las expresiones picarescas, aireadas por lo festivo y satírico, son habituales” (p. 566). De Gabriel y Galán menciona el poema “Cara al cielo”, que trata sobre “dos maridos que, en verano, huyendo del calor de sus domicilios y de otras incomodidades, se valen de la astucia ante sus consortes para justificar sus idas a dormir al campo y gozar de buen clima” (p. 566). Completa sus referencias a Gabriel y Galán con versos de “El desahuciado” (p. 569), testimonio de lo que Gutiérrez Macías llama “el curanderismo en la picaresca” y que le permite calificar a los curanderos como “profesionales del embuste y del intrusismo más refinado” (p. 568), y con los poemas de Luis Chamizo “Del fandango extremeño” (pp. 566-567) y “La curandera de Medellín” (p. 569), paralelos en cuanto a sus temas y recursos lingüísticos con los de Gabriel y Galán, con juegos de palabras, alusiones irónicas y dosis importantes de humor en las que el uso de vocablos y expresiones locales juega un papel destacado.

Estas últimas referencias no son equiparables a las de Santos Coco o Rodrígez Perera, pues en ellas la valoración lingüística de los versos queda en un segundo plano, para resaltar el interés antropológico de unas costumbres y una época representadas de manera excepcional en los textos de los dos poetas.

Pero se han traído a colación para poner de manifiesto algo que en muchas páginas de la Revista de Estudios Extremeños se menciona a la hora de valorar qué aportó esta poesía dialectal, enraizada en el realismo y el costumbrismo (Viola y Bernal 1998: 8), a la imagen de Extremadura y al refuerzo de sus identidades. Y aquí es donde cobra sentido su interés como reflejo de las esencias de la raza, de la casta extremeña, porque ellas solas consiguen llenar un vacío de referentes autóctonos con los que el pueblo había tratado siempre de reivindicar su identidad y simbolizar su condición primaria[6]. De aquí a ennoblecer con su poesía los usos locales de algunas palabras o expresiones, de la pronunciación y la sintaxis que hasta entonces eran patrimonio del registro oral y se vinculaban al habla de personas analfabetas, va un solo paso: y ese fue el que dieron Gabriel y Galán, en primer lugar, y después Luis Chamizo. Ambos consiguieron dotar de fuerza expresiva a un lenguaje poético que, hasta entonces, había tenido una función casi humorística con escasa presencia en el ámbito de la escritura.

2. EL HABLA POPULAR EN LA LITERATURA Y SU INTERÉS PARA LA

DIALECTOLOGÍA EXTREMEÑA

En enero de 1934, la Revista de Estudios Extremeños publicó una reseña firmada por F.S.C. [Francisco Santos Coco] sobre la novela de Isabel Gallardo de Álvarez (1879-1950), Cachúmbala: tribulaciones de una niña bien, que había visto la luz en 1931 en Badajoz. En ella agradece a la autora la frecuente ayuda prestada al Centro en asuntos relativos al “folklore y el vocabulario de la región” (p. 105) y añade unas palabras que pueden tomarse como germen de la reflexión sobre la importancia que se ha dado en los últimos ochenta años al estudio de las modalidades del habla extremeña en sus usos literarios:

Nos presenta con amoroso cuidado, como marco apropiado a las bellas escenas, los fértiles campos, los bellos paisajes, los castúos hombres que hablan esta variedad extremeña que no es castellana ni andaluza (p. 106).

Aunque a Isabel Gallardo se la conoce como investigadora del folklore extremeño[7], hay que admitir que también fue una escritora “regionalista” que, en algunas de sus obras más celebradas, dio cuenta de las formas de vida y las hablas de las comarcas de la Serena y la Siberia a las que se mantuvo vinculada a lo largo de su vida. Prueba de ello fue su insistencia en recrear fielmente la manera de expresarse del pueblo, con sus “modismos” y las “interjecciones de cada lugar” (Rodríguez Pastor 2000: 85), como muestran las obras que escribió en el último cuarto de siglo de su vida, aquellas que llevan por título La cocina (1922), Cachúmbala: tribulaciones de una niña bien (1931), Cuentos de la abuelita (1947) y Nuestra Señora de Fátima (1948). En la segunda de estas obras, que es a la que se refiere la reseña de Santos Coco, Isabel Gallardo aspira “a salvar de la garra brutal de la modernidad vacua y materialista a las lindas princesitas del rimmel y el charlestón” (p. 105); para ello, aparta a la joven “del bullicio modernista de la gran ciudad” y la instala con unos parientes “en los fértiles y tranquilos campos de la Serena” (pp. 105-106), para transformarla en una mujer de provecho dentro del más puro ambiente extremeño, rodeada de gentes sencillas que, cuando hablan en las novelas, lo hacen a través de sus propias variedades locales. Una peculiar recreación del tópico horaciano del menosprecio de corte y alabanza de aldea, inspirador de muchas de las obras de nuestros escritores regionalistas, ensalzado por algunos (Juan Antonio Muñoz 1967; Francisco Valdés 1972) y denostado por otros (Pedemonte 1992; Torres Nebrera 1999).

Isabel Gallardo constituye, en aquellos años, un ejemplo singular de mujer creadora e investigadora obsesionada por salvar del olvido el habla y las tradiciones populares de Extremadura. En esta tarea la acompañan otras voces (sobre todo masculinas) de cuyas obras se han ocupado a lo largo de casi un siglo muchas de las páginas de la Revista de Estudios Extremeños: José María Gabriel y Galán (1870-1905), Felipe Trigo (1864-1916), Diego María Crehuet (1873-1956), Luis Grande Baudesson (1874-1956), Antonio Reyes Huertas (1887-1952), Luis Chamizo (1894-1945) y Ventura Villarrubia (1897-1961), escritores todos representativos de la literatura regionalista extremeña entre los cuales Gabriel y Galán, Chamizo y Reyes Huertas ocupan un lugar de honor en el interés de los estudiosos que en los últimos ochenta años han visto publicados sus trabajos en la revista pacense.

2.1. José María Gabriel y Galán (1870-1905)

La primera alusión a la obra del poeta salmantino afincado en el norte de Extremadura la proporciona Antolín Gutiérrez Cuñado (1932), en un artículo extenso que carece de interés como aportación al conocimiento del extremeño literario, pero no para los críticos y teóricos de la literatura interesados en la fijación definitiva de las versiones publicadas por el escritor. “¿Quién colaboró con Gabriel y Galán? Historia de una poesía o una poesía de historia” es el título de un ensayo ofrecido a los lectores en dos entregas consecutivas en las que Gutiérrez Cuñado se ocupa de averiguar quién modificó el texto del poema “El cantar de las chicharras”, colofón de las poesías Extremeñas, en cuya forma definitiva se advierten cambios con respecto al original entregado por el poeta a sus amistades en una reunión de banquete y copas.

Tampoco tienen intenciones lingüísticas los artículos de Juan Antonio Muñoz (1967) “La paz del campo: personalidad e inmortalidad de Gabriel y Galán”, Carlos López Bustos, “Clima, paisaje y naturaleza en la obra de Gabriel y Galán” (1970) y Francisco Valdés, “En torno a Gabriel y Galán” (1972). El primero sostiene que Gabriel y Galán es “el mejor poeta lírico de España, después de Fray Luis de León” (p. 377) y, lejos de hacer una crítica de su obra o recomponer sus datos biográficos, opta por desarrollar una de las facetas menos conocidas de la personalidad del poeta: su condición de hijo modélico (p. 377). Por su parte, López Bustos analiza en las poesías Castellanas las referencias a los tres elementos mencionados en el título. El tercero ofrece apuntes sobre la vida del poeta y hace calas en algunas de sus composiciones más conocidas, a partir de “El Cristu Benditu” (1898), que consagra al escritor como “padre cristiano, esposo ejemplar, poeta sencillo y espontáneo” (p. 149) y alienta esa imagen con la que la historia literaria lo ha reconocido desde entonces.

Valdés ofrece un amplio mosaico de poemas galanianos, para mostrar de qué forma palpitan en ellos “el sentimiento de la vida, en sus auténticas esencias, en sus alientos más veraces: pueblo, afán, paisaje, sangre, canción y alma” (p. 155). Y en este catálogo reconoce que uno de los grandes méritos del salmantino fue recoger “en rudo dialecto arrinconado el latido de la alta Extremadura” (p. 159). Voces favorables a la creación de un autor que supo aprovechar las ventajas del habla popular para dar notoriedad a los asuntos del terruño y elevar a la categoría lírica temas que hasta entonces eran más bien prosaicos, en todos los sentidos de la palabra.

De reseñar la Antología poética de José María Gabriel y Galán preparada por su nieto José Antonio (1984) se ocupa Fernando Pérez Marqués en el tomo XL de la Revista. Opina que “en las descripciones del paisaje y el bucóli co trafagar de los oficios del campo hay una visión entrañable y sentida que hacen de sus creaciones una obra paradigmática” (p. 626). El pueblo campesino se convierte así en fuente de inspiración y, con la idea de acercarse aún más a él, el poeta fija “literariamente su habla y escribe las composiciones que denomina ‘extremeñas’ ” (p. 626) con rasgos dialectales no siempre acordes con la viva expresión del pueblo (p. 626). Con el apoyo de las tesis de Zamora Vicente, concluye que el dialectalismo de José María Gabriel y Galán es solo aparente, y que es la rusticidad del habla la que produce incorrecciones lingüísticas, usadas como vulgarismos en el lenguaje coloquial de personas poco cultivadas de cualquier zona de la España rural, sobre todo en pueblos del antiguo Reino de León, cuyas isoglosas idiomáticas abarcan muchos puntos de la Extremadura occidental.

2.2. Felipe Trigo (1864-1916)

El análisis lingüístico de la narrativa de Felipe Trigo, médico de profesión nacido en Villanueva de la Serena en 1864, no ha sido objeto principal de estudio para los investigadores que han publicado en la Revista de Estudios Extremeños.

Si excluimos las aportaciones ofrecidas por José Raya Téllez (1980) sobre la “Anatomía del caciquismo extremeño: Jarrapellejos de Felipe Trigo”; Manuel Pecellín (1981), sobre “El erotismo de Felipe Trigo”; Moisés Cayetano Rosado (1982), que analiza el tema de “La emigración en la obra de Felipe Trigo”; José María Fernández Gutiérrez (1989), sobre “El lugar de Jarrapellejos en el pensamiento de Felipe Trigo”; Víctor Guerrero Cabanillas (2010), a propósito de “La impostura feminista de Felipe Trigo”, además de algunas reseñas publicadas en la sección de “Noticias y misceláneas” en diferentes números de la Revista, nos encontramos con que tan solo Antonio María Castaño Fernández dedica un ensayo, en 1991, a la lengua del escritor villanovense. Se titula “Algunos aspectos del léxico de Felipe Trigo” y en sus páginas centrales (153-155) reproduce “vulgarismos y dialectismos” utilizados conscientemente por el escritor como recurso de caracterización de sus personajes. Entre estos últimos, algunos se justifican por cuestiones morfosintácticas, “como el frecuente laísmo o la transitivación de verbos como caer o quedar” (p. 155), tan habituales en el extremeño. Desde el punto de vista léxico considera dialectal el uso del término jimplando por ‘sollozando, quejándose’, transcrito con una j que representa la aspiración característica del habla extremeña y de otras modalidades del sur de España (p. 155).

La lectura de la obra de Felipe Trigo y de los estudios que se han publicado sobre ella pone de relieve que el uso de las modalidades dialectales no es relevante en la producción de este autor como lo ha sido en las obras de Antonio Reyes Huertas o Diego María Crehuet. Si se lee la monografía más extensa hasta ahora publicada, la de Ángel Martínez San Martín (1983), se descubre que en un total de doscientas cincuenta páginas los aspectos lingüísticos de la narrativa del escritor villanovense ocupan escasamente una decena (“Lenguaje y novela”, pp. 207-218). Y en esa proporción, no todas las apreciaciones lingüísticas se refieren a los dialectalismos extremeños: el resto de los elementos que configuran la lengua y el estilo muestran ventaja frente a los escasos localismos en los que el autor se detiene. Como explica Antonio Salvador (2006: 273) los personajes populares de novelas como En la carrera (1909), El médico rural (1912) y Jarrapellejos (1914) “no están hipercaracterizados dialectalmente”: algunas aspiraciones consonánticas, ciertos vulgarismos y otros fenómenos que se adivinan de forma esporádica en los pasajes dialogados, permiten al escritor crear ambientes y marcar diferencias entre los registros usados por los poderosos y los oprimidos, sobre todo en algunos pasajes de Jarrapellejos. De ahí que la representación escrita del extremeño no sea objeto de interés principal en sus creaciones.

2.3. Diego María Crehuet (1873-1956)

En el tomo 1 de la Revista de Extremadura se manifiestan, en 1899, los primeros vahídos del extremeño literario, de la mano de un grupo de escritores que tienen conciencia de la orientación regionalista de su escritura (Viudas 1980: 386). Entre ellos destaca el nombre de Diego María Crehuet que, en el cuento Los engrillados alterna “la narración en lengua castellana con el habla popular extremeña” (Viudas 1980: 390-391) en pasajes dialogados semejantes a estos que Viudas explica en su artículo: -”Ahora mismo puedes dirte”; – “¿Y qué habías de perder, me lo quieres decil?”; – “¡Mi hijo!… Eso quedrás, embobale y mareale con esa cara de pitiminí haciéndole la rueda”. Diego María Crehuet, como su gran amigo Luis Grande Baudesson (Cardallaguet 2008), mantuvo lazos estrechos con la Revista de Extremadura, que publicó, además de Los engrillados (1900), los relatos cortos Boda a satisfacción (1901) y La tirolesa (1903). Antonio Salvador Plans (2006: 255) destaca la coherencia con la que el escritor cacereño emplea en estas obras los términos y expresiones propios del habla popular de Arroyo de la Luz, que es la que intenta recrear en historias que encierran ejemplos de vacilaciones en las vocales átonas, pérdida de consonantes sonoras intervocálicas y de consonantes finales, epéntesis de –d– en formas verbales del futuro de verbos como querer/quedrá, quedrás, etimologías populares muy ingeniosas, frases hechas y refranes más afines al habla coloquial que a la culta.

2.4. Luis Grande Baudesson (1874-1956)

Luis Grande Baudessón es, según Antonio Viudas (1980: 386), el primer autor “de quien sabemos que usó el habla extremeña en sus escritos”, en un libro que lleva por título Meridionales (1899) integrado por un conjunto de quince relatos cuyas páginas llamaron la atención de los autores que publicaban en la Revista de Extremadura desde sus inicios. El habla popular se refleja también en el poema “La enfermedad y el remedio” (1900), que puede leerse como metáfora de la decandencia de España en aquellos años finales del siglo XIX (Antonio Salvador 2006: 250-252) y cuyo remedio no sería otro que la explotación responsable de la tierra (pp. 387-388). Según Viudas, el poema está escrito “en dialecto extremeño”, aunque “más que poesía dialectal, es una poesía con dialectalismos” (p. 388). Ilustra estas opiniones con unos cuantos ejemplos de versos del poema que contienen expresiones dialectales: tío, tía como fórmulas de tratamiento coloquial dirigidas a personas a las que se conoce pero con las que no se mantiene relación de parentesco; formas como sabijondo, ajorcan, que arrastran vestigios de antiguas aspiraciones; fenómenos como la pérdida de la –d– intervocálica en algunas palabras y otros usos léxicos peculiares que llevan al autor a considerar la escritura de Luis Grande  Baudesson como una poesía impregnada de dialectalismos (pp. 388-390) pero no dialectal, en el sentido exacto de la palabra (Simón Viola 2000: 369; Salvador Plans 2006: 251).

2.5. Antonio Reyes Huertas (1887-1952)

De la creación de Antonio Reyes Huertas se ocupa Enrique Segura (1953) en un artículo cuyo interés principal es presentar la biografía del novelista y exponer asuntos generales relacionados con su obra. El crítico extremeño sostiene que los temas campesinos y la ambientación pueblerina que domina en las novelas del escritor nacido en Campanario en 1887 le perjudicaron tanto como había perjudicado en sus tiempos a José María de Pereda su costumbrismo pasiego. Observa que “la crítica cortesana se mostró descortés, muchas veces, ante los méritos literarios del nuevo escritor” (p. 295) y, en este sentido, lo equipara a Gabriel y Galán, a Luis Chamizo y al pintor Hermoso Covarsí, que, al no haber “tenido prensa”, han pasado desapercibidos o se los ha valorado de forma injusta (p. 295).

En las primeras composiciones de Reyes Huertas, Enrique Segura rastrea las huellas del poeta de Frades de la Sierra y descubre notables paralelismos en los títulos de textos como “La siembra”, “La rogativa”, “El señoritu”, que anuncian temas muy similares a los tratados por el salmantino (p. 296). El novel pacense pasa a ocupar un lugar de honor en el ámbito de la novela costumbrista extremeña, con una ideología afín a la manifestada por Fernán Caballero, que entendía la novela como “un ensayo sobre la vida entrañable del pueblo español” (p. 300). Y en esta línea, una de las principales misiones del escritor era la de dar a conocer el lenguaje, las creencias, los cuentos y las tradiciones, propósito que sigue al pie de la letra Antonio Reyes Huertas en su novela La sangre de la raza, modelo de la narrativa regionalista que presenta al escritor como “cantor enamorado del habla, de las costumbres y de las tradiciones de su propia tierra” (p. 300). La obra de Reyes Huertas, que recrea amores de señoritos de pueblo e hilvana las costumbres más típicas y pintorescas de la región (p. 302), ofrece al lector ecos vivos del habla popular extremeña, aquellos que después se perpetuarán en otros textos del autor, como la narración breve que lleva por título Cuenta saldada, inspirada por temas folklóricos muy en la línea de las obras de Isabel Gallardo, aunque el habla que se recrea no es la de la comarca de la Serena, sino la de la “Alta Extremadura”, similar a la que emplea Gabriel y Galán en sus poesías (p. 304).

A afianzar las consideraciones sobre la personalidad de Reyes Huertas contribuye en 1972, en la Revista de Estudios Extremeños, Antonio Manzano Garías, a partir de dos de las obras más conocidas del escritor: La sangre de la raza, ya citada, y Estampas campesinas, nuevos paradigmas de la visión idílica del campesino y sus formas de vida. Su artículo lleva por título “Reyes Huertas, poeta y novelista, a través de mis recuerdos”, escrito con el afecto del compañero de estudios que siguió de cerca la trayectoria vital y creadora del escritor de Campanario.

2.6. Luis Chamizo (1894-1945)

Los doce poemas que configuran El Miajón de los Castúos ven la luz en 1921 y desde entonces han seguido reeditándose, leyéndose y analizándose sin pausa hasta nuestros días. El primer autor que dedica unas reflexiones más o menos extensas a la lengua y el estilo de este poemario en la Revista de Estudios Extremeños es Alonso Zamora Vicente (1964), en un artículo que sirve de reseña a la edición de la obra completa del escritor de Guareña realizada por Enrique Segura en 1963. El profesor Zamora Vicente se refiere a Chamizo como “la mejor voz del terruño” (p. 225) y lo sitúa en medio de esa corriente que impulsa a los escritores de todas partes “a lanzarse a mirar, cuidadosa y encariñadamente, su contorno” en lo que él considera como “el gran momento de la poesía regional” (p. 225). Chamizo es para el profesor madrileño un hombre de campo, de raíces artesanas vinculadas a la alfarería tinajera, que aprendió en contacto con el pueblo el habla rústica, mezcla de “vulgarismo fonético y arqueología dialectal” (p. 226), para adaptarla en su obra al campesino adornado “de nobles virtudes caseras, desengañado de la administración y del tono grandilocuente de los poderosos, esperanzado (…) en el trabajo, en la familia, en el calor del terruño y, sobre todo, en el auxilio divino” (p. 227). El retrato del tipo humano que inspira las creaciones de Chamizo permite a Zamora Vicente observar que ese campesino se comunica mediante una modalidad idiomática que, tal y como la presenta el poeta, no es sino una recreación afortunada del leonés oriental, filiación que se justifica por la concurrencia de una serie de fenómenos asociados a los del dialecto del antiguo reino: la aspiración de la f- inicial latina; la igualación entre -l- y -r- en posición implosiva; la preferencia por el diminutivo en -ino; la aspiración de la –s final de grupo y la transformación de la consonante siguiente (refalar); uso de pronombres átonos vulgares (mus); equivalencias acústicas (Celipe, gorver); metátesis (adrento); asimilaciones consonánticas representadas ortográficamente con aire de aspiración (llevagla, jacegla, dejagla); desaparición de -d- y -g- intervocálicas (pp. 228-229), rasgos que Zamora Vicente define como vulgarismos o arcaísmos fonéticos capaces de producir en la conciencia del lector la ilusión de una “lengua que (…) suena, extrañamente subyugadora” (p. 229). La observación atenta de los rasgos lingüísticos de El Miajón de los Castúos y Las Brujas sirve a Zamora Vicente para reforzar su visión del extremeño como habla de tránsito que, por falta de filiación histórica, ayuda a “percibir lo que el castellano ha progresado en nivelación idiomática” (p. 229). En esta mirada descubre rasgos coincidentes con los andaluces que interpreta como muestras del “aislamiento lateral de viejas formas a las que el castellano uniforme no ha podido aún eliminar o sustituir” (p. 229) y no como influjo de las modalidades del sur sobre las extremeñas. Datos que, unidos a otros, le permiten constatar que en el habla recreada por el poeta de Guareña hay una capa profunda de leonesismo, a la que se superponen otras muchas vetas de origen castellano que han dejado “huellas estratificadas con mayor o menor marchamo de arcaísmo” (p. 230). Suposiciones que le empujan a animar, desde las páginas de la revista, a los investigadores interesados por el estudio de la lengua de Luis Chamizo para que se dispongan a realizar un estudio científico en el que, sin desechar el rigor filológico, se preste atención a otras coordenadas: la relación del poeta con sus lectores y el efecto que estos versos producen en el corazón de sus destinatarios.

La primera respuesta a la petición de Zamora Vicente no se hizo esperar; la firmó Antonio Zoido Díaz (1966), en “La poesía de Luis Chamizo. (Apuntes para un ensayo crítico)” que, más que de la lengua, se ocupa de situar la obra en su contexto histórico y en un espacio vital, el de los poetas rurales, campesinos, poetas “de puro trino y corto vuelo” (p. 331) cuya estética no posee, en opinión del autor, “suficientes grados para entroncar con las grandes y universales corrientes líricas” (p. 331). Reflexiona sobre los gentilicios aplicados a este tipo de poesía (en nuestro caso la extremeña) como obstáculos en la expansión de sus creaciones. Sin embargo, a partir de la comparación entre lo que supuso para la poesía gallega la obra de Rosalía de Castro, o para la provenzal la de Frédéric Mistral, Zoido Díaz justifica la importancia de Luis Chamizo y su reivindicación del castúo (“conjunto amasado de recónditos vulgarismos, giros y locuciones de insospechada fuerza y ternura”, p. 334) como vehículo de expresión de contenidos líricos. De esta forma atribuye al poeta de Guareña el mérito de haber canalizado a través de su lenguaje todo un universo bucólico extremeño (p. 334) que él simboliza en el sentido de los vocablos miajón y castúo:

Aquello que nuestro poeta, con palabra acuñada en las más puras esencias extremeñas, llamaría sencillamente el “miajón”. El tuétano y la médula de ese mismo conjunto que él logra reducir a un organismo casi metafísico con lírica visión: “lo castúo” (p. 335).

En un contexto político en el que lo patrio está por encima de lo regional, el investigador sostiene que Extremadura es como “una reducción de España misma” (p. 336) y que en ella la poesía chamiciana transmite valores de “sencillez, austeridad, gravedad, reciedumbre, ternura y suspensión dramática” (p. 337), sin otras alusiones al uso del habla local, ni siquiera cuando compara a Chamizo con Gabriel y Galán (pp. 342-343) en la similitud de temas y tipos enumerativos, en la resonancia musical de algunas imágenes poéticas y en determinadas repeticiones y antítesis muy productivas en la obra de ambos creadores.

De enfoque similar es el artículo de Alicia y Rafael Cañellas, “El dolor en la obra de Chamizo” (1979). Mediante la selección de un conjunto de fragmentos de textos chamicianos, los autores analizan referencias al “dolor de soledad”, “dolor de nostalgia heroica”, “dolor de pobreza”, “amor doloroso” y “dolor en el paisaje”. No se hace alusión directa al dialecto como vehículo de transmisión de esos sentimientos, salvo en muy contadas ocasiones: “Chamizo, en nombre de su pueblo, los castúos extremeños, levanta la voz de la raza la [sic] que dice jierro, jumo y la jacha y la jiguera y nos viene a recordar con doloroso acento el pasado heroico de aquel pueblo” (p. 282). El artículo se convierte en un recorrido interesante en el que los autores, verso por verso, descubren la presencia de los temas apuntados.

En 1979 Enrique Segura (que diez años antes había reseñado la edición de la Obra poética completa de Luis Chamizo publicada por la editorial Aguilar en 1963) elogia las palabras de Zamora Vicente (1964) con algunas apreciaciones acerca de las ideas expuestas por el profesor y académico sobre el habla dialectal recreada por el de Guareña en su obra y sobre la necesidad de estudiarla desde una perspectiva científica. Según él, el trabajo de Pedro Barros, “Luis Chamizo, un poeta olvidado”, es la primera respuesta seria a las sugerencias de Zamora Vicente, pues esconde en sus páginas una acertada “visión esquemática de la vida, la obra y el habla del poeta” (p. 409) a través del análisis de El Miajón de los Castúos, Las Brujas, Poemas extremeños y el libro Extremadura. Lamenta, sin embargo, que el eje del estudio lo constituyan las observaciones sobre el habla (que resume en la pág. 410, según los niveles fonético, morfosintático y léxico) en detrimento de los asuntos relacionados con lo estrictamente literario. La misma reseña se convierte así en una aproximación extraordinaria a los aspectos más sobresalientes del habla recreada por Luis Chamizo.

En 1982 la editorial Universitas de Badajoz publicó una nueva edición de las Obras completas de Luis Chamizo a cargo de Antonio Viudas; sobre esta nueva impresión Manuel Pecellín (1982) redactó poco después unas notas en la Revista de Estudios Extremeños. Pecellín valora de forma muy positiva el trabajo realizado por el profesor aragonés, que ofrece la más completa biografía del escritor de Guareña realizada hasta entonces, con su inclusión dentro de las corrientes modernistas, las claves ideológicas que lo marcaron a la hora de componer sus poemas, el aprovechamiento de las posibilidades estéticas de la poesía popular y un excurso sobre “la figura de Chamizo como símbolo de Extremadura” (p. 598). El capítulo final de la introducción se dedica a explicar los rasgos característicos de la lengua usada por el escritor de Guareña. Todo ello pulido por una bibliografía selecta que reúne los trabajos hasta entonces publicados sobre la vida y obra del poeta pacense. A la introducción le sigue el texto fijado por Viudas a partir de las ediciones anteriores; presenta los poemas ordenados cronológicamente y corrige en sus versos erratas de acentuación y puntuación, con abundantes notas a pie de página y referencias a la cultura popular extremeña (pp. 588-589). Cierran la edición las sesenta páginas de un glosario formado por casi quinientas voces, documentadas algunas de ellas en otras hablas de la región (p. 589).

2.7. Ventura Villarrubia (1897-1961)

A Ventura Villarrubia se refiere Manuel Pecellín Lancharro en “Ocho poemas extremeños”, artículo publicado en 1984 en el que se recogen composiciones firmadas por el poeta nacido en 1897 en la provincia de Ciudad Real y afincado desde su juventud en Granja de Torrehermosa[8]. En 1922 publicó en Azuaga sus Cantos de las tierras pardas, obra formada por treinta poemas de los cuales Pecellín elige y transcribe, sin añadir ningún comentario sobre la lengua o el estilo, los ocho escritos en extremeño: “La raza” (pp. 234-236), “Cosas nuevas” (pp. 237-239), “El segador” (p. 240), “La renta” (pp. 241-242), “El muchacho” (pp. 243-246), “Soledad” “ (pp. 247-249), “Mis zagalejos” (pp. 250-252) y “¡Quién pudiera ignorar…!” (pp. 253-254). Como otros autores extremeños, Ventura Villarrubia canta a su tierra y a sus gentes y, gracias a la fuerza que desprenden sus versos, retrata con pasión los problemas del medio rural, del campesinado pobre. Por eso puede afirmarse que también él forma parte de ese grupo de escritores que crean un lenguaje especial que pretende ser reflejo del habla (Ariza 2007: 10).

3. REFLEXIÓN FINAL

No siempre las percepciones sobre la labor de los escritores regionalistas extremeños han sido tan favorables como las que acaban de exponerse. La propia Revista de Estudios Extremeños da fe, en algunos de sus trabajos, de que las voces críticas contra la creación de estos autores se han alzado en más de una ocasión. Así se observa en el artículo de Hugo Emilio Pedemonte, “Cinco poetas extremeños” (1992), que se ocupa de valorar el papel de Jesús Delgado Valhondo, Manuel Pacheco, Luis Álvarez Lencero, Eladia Morillo- Velarde y José María Pagador en las letras extremeñas actuales. El autor lamenta que nuestra poesía regional no esté claramente definida en las modernas historias de la literatura, como lo están otras que pertenecen a las comunidades catalana y gallega, que cuentan con lengua propia. En esta “tradición de lengua” sitúa Pedemonte el origen de las distintas valoraciones que se han hecho de la poesía de Extremadura, cuyo conocimiento se limita solo a la aceptación de la corriente regionalista y olvida a menudo otras figuras relevantes (como las cinco de las que él se ocupa en su ensayo), equiparables a las de escritores de otras partes de España. Sostiene que aquellos “apasionados de su tierra extremeña” que “han reclamado el derecho a esa tradición de la lengua, como sucede (…) con algunos andaluces” (p. 201) no tienen razón. Y pasa a considerar que la lengua que usaron los poetas regionalistas, por ejemplo, Gabriel y Galán, no es sino “una reproducción más o menos fonética, antes que lingüística, del castellano-extremeño” (p. 201). Por eso entiende que “no hay ningún poeta importante que haya escrito en “extremeño” sino en castellano” que es, según él, el idioma de esta poesía (p. 201). En sus críticas va mucho más allá al afirmar que la singularidad no se la da a un poeta extremeño el hecho de pronunciar de manera diferente determinados sonidos, “cosa que por lo visto sí creían Gabriel y Galán y sus consiguientes acólitos, sino, sencillamente, en ser extremeño” (p. 201). Y cierra estas reflexiones recordando al lector que esta vertiente de la poesía nunca ha sido juzgada con objetividad por los críticos que se han acercado a ella.

Las mismas sensaciones transmite el estudio de Gregorio Torres Nebrera, “La imagen de Extremadura: espacio literario y espacio ideológico en la literatura extremeña” (1999), en especial el apartado que lleva por título “La Extremadura- Arcadia: de Reyes Huertas a Chamizo, con Gabriel y Galán al fondo” (pp. 14-27). La esencia de esa “raza” tan celebrada por los escritores extremeños es interpretada aquí como un espacio literario que se corresponde con una ideología conservadora, integrista, que se encuentra en una estructura social de señoritos y criados, de terratenientes y gañanes y jornaleros dóciles, medrosos y semihambrientos, la más paternal y satisfactoria manera de organizar las relaciones sociales en un espacio agrícola en el que el “bon sauvage” no ha tenido -gracias a Dios- contacto con los acicates desintegradores de la ciudad, del sindicato, del periódico, que ayuden a abandonar un régimen anacrónicamente feudal (p. 14).

Negado el interés de la obra de Reyes Huertas (al que salva solo su conocimiento del folklore bajoextremeño), habla del poeta Luis Chamizo y comenta “La Nacencia” y “Extremadura”, con alusiones a otras poesías de Gabriel y Galán de similares características, en las que el escritor nacido en Guareña recrea un espacio literario arcádico que prolonga esa visión conservadora, feudal, arcaizante, a la que se refería antes el profesor Torres Nebrera: la Extremadura del siglo que le tocó vivir al escritor[9].

Estas afirmaciones, hechas desde la perspectiva de la historia literaria, coinciden con las del lingüista Manuel Alvar (1971), en el capítulo “Los dialectalismos en la poesía española del siglo XX”, dentro del volumen Estudios y ensayos de literatura española contemporánea. En sus páginas toma a Gabriel y Galán como el signo bajo el cual se aglutinan todas las manifestaciones poéticas extremeñas al abrigo de la recreación de unas hablas que, en opinión del profesor y académico, carecen de sentido dialectal, cultivadas por escritores incapaces de mostrar el menor sentido idiomático y con escasas dotes observadoras (p. 8). Si se investigan en su conjunto, se adivina en estas obras una falta absoluta de coherencia en cuanto al reflejo de las peculiaridades dialectales, circunstancia que explica que a estos escritores, pese a vivir en una misma comunidad geográfica, “el dialecto no los agrupa, los disocia: porque, en el fondo de todos ellos, aflora un alma vulgar, no popular” (p. 8). Ideas que conducen hacia la conclusión de que la obra de Antonio Reyes Huertas, prosa y verso vulgares, chabacanos, es “imposible de clasificar” (pp. 8-9) y la de Chamizo no es sino un remedo burdo y poco eficaz del habla de Guareña, en la Extremadura castellana (p. 10). Postura acorde, en cierto modo, con la más moderada de Alonso Zamora Vicente (1950, 19862: 73), que sostiene que en la obra de Gabriel y Galán la tendencia hacia la rusticidad del habla condiciona la escasez de auténticos elementos dialectales extremeños.

4. BIBLIOGRAFÍA

a) Sobre los escritores regionalistas en la RCEE / REE

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[1] RAE, Diccionario de la Lengua Española, ediciones de 1914 y 1925, s.v. raza, consultado a través de la web http://ntlle.rae.es/ntlle/SrvltGUIMenuNtlle?cmd=Lema&sec=1.0.0.0.0 (6 de junio de 2013).

[2] Vid. http://www.dip-badajoz.es/cultura/ceex/index.php?cont=reex (consultada desde el 3

de marzo hasta el 2 de junio de 2013).

[3] Así en el texto ofrecido por la Revista de Estudios Extremeños, aunque, por el sentido de los versos sería más adecuada la primera persona (ajuyo), que sí se verifica en el mismo ejemplo en la entrada correspondiente al verbo esmontar.

[4] Como puede observarse, Santos Coco tiene dudas acerca del significado de esta especie de sonido que emiten los niños pequeños en sus primeros balbuceos.

[5] Sobre el origen y los usos de esta palabra, vid. Antonio Rodríguez Moñino, “Diccionario geográfico popular de Extremadura: (colección de refranes, cantares, romances, apodos, pasquines, relaciones, etc. relativos a las provincias de Badajoz y Cáceres)”, REE, XVI/3, 1960, septiembre-diciembre, p. 597: “1. Castúos. Se apellida a los extremeños castúos por castudos, castizos o de casta. Creo que esta denominación es muy moderna. Yo no recuerdo haberla visto empleada por escritores con anterioridad al presente siglo y he de confesar que no me parece típica, sino tosca y basta. Dióle aire mi amigo Luis Chamizo en el título de su celebrado libro El Miajón de los castúos” (p, 597).

[6] En 1905 muere en Guijo de Granadilla José María Gabriel y Galán y ese mismo año se abre en Madrid “el primer Centro Extremeño”, según indica Alejandro García Galán (2006), en un artículo en el que da cuenta de la historia de las casas regionales extremeñas (cien en la actualidad) en diferentes ciudades españolas y extranjeras. En este contexto, la figura del poeta salmantino contribuye, más que otros elementos de la identidad extremeña, a reflejar el habla peculiar de la región y, a través de ella, a conciliar los deseos de libertad heredados del Romanticismo (García Galán 2006: 413). Es esta una perspectiva que hay que tener en cuenta a la hora de valorar lo que ha supuesto para la identidad colectiva de los extremeños el hecho de que un escritor tomara la decisión de convertir el habla popular en materia literaria y que otros (Luis Chamizo, Ventura Villarrubia, por mencionar a dos de los autores recordados por García Galán) siguieran sus pasos y los consolidaran.

[7] En la Revista de Estudios Extremeños publicó, entre 1942 y 1950, su extraordinaria cosecha folklórica extremeña: “El día de San Juan: (un capítulo para el folklore fronterizo)”, RCEE, XVI/1, 1942, pp. 81-110. “De folklore”, RCEE, XVI/3; 1942, pp. 309-320; XVII/1, 1943, pp. 113-122; 2, 1943, pp. 291-296 y 3, 1943, pp. 309-320. “La Navidad en Extremadura”, RCEE, XVIII/1, 1944, pp. 89-105 y RCEE, XVIII/2, 1944, pp. 129-138. “Del folkore extremeño: medicina popular y supersticiosa”, REE, I/3, 1945, pp. 359-364. “Medicina popular y supersticiosa: la rabia en nuestra península”, REE, II/1, 1946, pp. 61-68. “Medicina popular y supersticiosa: mal de ojo”, REE, III/1-2, 1947, pp. 179-196. “El culto de la Santa Cruz”, REE, V/1-2, 1949, pp. 153-170. Muchos de ellos ofrecen muestras de poesía popular, anónima, llena de extremeñismos que afectan a todos los niveles de la lengua, en especial al fonético y al léxico. Con la misma intención pueden leerse los trabajos de Bonifacio Gil sobre el romancero, el folklore y la música populares de Extremadura publicados en sucesivas entregas de la misma revista desde su creación; los de Moisés Marcos de Sande sobre el folklore de Garrovillas (Cáceres) y otros autores que recopilan las tradiciones extremeñas por las mismas fechas.

[8] Algunas biografías sitúan su nacimiento en Veredas (Ciudad Real), desde donde pasó a Granja de Torrehermosa en los años veinte del siglo pasado y ejerció cargos en el gobierno del municipio y en la Federación Provincial Socialista de Badajoz. Murió exiliado en México, país que lo acogió, como a muchos otros españoles, en junio del 39. http://www.fpabloiglesias.es/archivo-y-biblioteca/diccionario-biografico/biografias/3639_villarrubia-pila-ventura.

[9] Opinión más conciliadora es la de Antonio Salvador Plans (2005) que invita a juzgar con objetividad la obra de Gabriel y Galán (y también la de otros escritores extremeños) con sus aciertos y sus inexactitudes muy bien justificados por el profesor cacereño. Vid. también Ariza (2006) y Becerra (2006).

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