Las exploraciones españolas del Pacífico (1521-1606): ¿éxito o fracaso?

Por la Dra. Annie Baert, hispanista, profesora de español y especialista en Estudios Ibéricos, en la Universidad de la Polinesia francesa en Tahití.

Traducción de José Mª Álvarez Blanco.

Cuando un francés curioso piensa en la exploración del Pacífico el primer nombre que le viene a la mente es probablemente el de Bougainville, y no estaría equivocado, porque este eminente marino hizo mucho por el renombrado Gran Océano y sus habitantes. Sin embargo solo pasó nueve días en Tahití en 1768, donde llegó un año después del «descubridor» británicos Wallis, quien permaneció allí cinco semanas y un año antes que el famoso capitán Cook, que estuvo allí en tres ocasiones en 1769, 1774 y 1776[1]. Así comenzó una nueva era, donde los navegantes procedentes de Europa se sucedieron a intervalos más frecuentes, y luego dieron paso a misioneros, comerciantes, soldados, colonos y funcionarios.

Sin embargo, en sólo tres años, entre 1767 y 1769, los tahitianos habían visto llegar a su tierra tres expediciones dirigidas por los europeos. Si bien se trataba de seres y naves que nunca habían visto antes, lo más probable es que ya habían oído hablar[2] de ellos, porque dos islas cercanas a la «Nueva Citera», las Marquesas y Tuamotu (que son parte de la actual Polinesia Francesa), habían recibido casi dos siglos antes la visitas de otros «hombres blancos», españoles, y no es concebible que los grandes marinos que eran los polinesios no hubieran compartido noticias tan extraordinarias, con motivo de sus viajes regulares entre las islas.

Además los navegantes del siglo XVIII sabían, que habían partido en busca del “Continente Austral“, la mítica tierra que algunos afirmaban haber visto, y que incluso figuraba en los mapas[3]. Etienne Taillemite recuerda por ejemplo que Bougainville había sido informado de los  «debates que había entonces sobre su existencia» y cita la enumeración hecha en 1742 por el geógrafo Langlet Fresnoy de tierras de la Mar del Sur[4] – «Nueva Guinea, el país de los papúes, la Carpentaria, las Islas Salomón, que están hacia el sur, la tierra austral del Espíritu Santo … » – y evoca un memorial redactado en 1754 por Jean-Baptiste Bénard de la Harpe, cuyos proyectos convencerían a Bougainville de que «era necesario volver a las investigaciones sobre el Mar del Sur hacia las islas encantadas descubiertas por Mendaña [sic[5]] y Quirós  .… » Pero añade que «la geografía del océano Pacífico era todavía un área casi desconocida porque los descubrimientos esporádicos realizados en los siglos XVI y principios del XVII no pudieron ser identificados con precisión debido a la falta de rigor en los métodos de navegación» y subraya «las inexactitudes de las indicaciones, dadas de forma deliberada o no[6]». Parece, pues, que los viajes realizados por los españoles en lo que podríamos llamar el «largo siglo XVI» deben ser considerados «fracasos». Esta es la idea que el presente trabajo intenta abordar.

Obviamente, evocaremos el viaje de Magallanes, a quien hay que asociar sus compañeros Juan Sebastián Elcano[7] y Gonzalo Gómez de Espinosa (1519-1522). Luego hubo algunas expediciones de «pioneros», que habían llegado a las Marianas, las Carolinas o Nueva Guinea, además de las Filipinas (que, hablando estrictamente, no son un archipiélago del Pacífico), primeramente desde España – García Jofre de Loaisa, desde 1525 hasta 1526 – y luego desde México – Álvaro de Saavedra, 1527 -1529, Hernando de Grijalva, 1537-1538; Ruy López de Villalobos, Bernardo de la Torre e Iñigo Ortiz de Retes 1542-1546, Miguel López de Legazpi, Alonso de Arellano, Fray Andrés de Urdaneta y Pero Sánchez Picón, 1564 – 1566[8]. Pero nos centraremos principalmente en tres grandes viajes organizados desde Perú, y dirigido por Mendaña y Quirós[9], entre 1567 y 1606, gracias al cual, en los mapas y en las mentes, figuraban las Islas Salomón, Marquesas, Tuamotu, Cook del Norte y Vanuatu, sin olvidar a Luis Váez de Torres, quien para acudir desde Santo (Vanuatu) a Manila, lo hizo pasando por el famoso estrecho entre Nueva Guinea y Australia, que hoy lleva su nombre[10]. Finalmente solo mencionaremos las expediciones españolas del siglo XVIII: las de Domingo Bonechea y Tomás de Gayangos, que llegaron a Tuamotu y Tahití en 1772-1775, la de Francisco Antonio de la Rúa Mourelle que arribaron a las islas Tonga, Salomón, Marshall y Mariana en 1781, o la expedición de fines científicos de Alejandro Malaspina (1789-1794), todas posteriores a las de Bougainville y Cook[11].

¿En qué criterios podemos basar el “fracaso” o “éxito” de una travesía del océano?
Es lógico pensar que el éxito se mide en relación con el objetivo marcado, como escribe Taillemite, «tomando punto por punto los datos esenciales de las instrucciones», añadiendo que también deben examinarse los «resultados obtenidos en los campos que probablemente no están sin duda previstos por los organizadores de la expedición[12]». Si se pueden evaluar los diferentes aspectos, náuticos, políticos o etnográficos, por el comandante de la expedición, para tener éxito es necesario reunir todas sus naves y todos sus hombres en el puerto de salida, lo que, independientemente de la época no es tan fácil.

* * *

Sabemos lo que sucedió a Magallanes, sus cinco barcos y 243 de sus hombres: él murió en Filipinas el 27 de abril de 1521; sólo la Victoria volvió a España, al mando de Elcano, llevando sólo 17 marineros. Sin embargo, fue vendida a su llegada y continuó navegando, haciendo dos viajes más a Santo Domingo. Gómez de Espinosa fracasó en volver con la Trinidad y solo tres de sus hombres pudieron volver a Europa.

Uno solo de los siete barcos de Jofre de Loaisa, el Santa María de la Victoria, llegó a las Molucas, dos terminaron su vida en las rocas – el Sancti Spiritus, en el Estrecho de Magallanes, y el Santa María del Parral en Filipinas – dos desaparecieron con hombres y bienes – el Anunciata en el Atlántico Sur y el San Lesmes, en el Pacífico Sur – y otros dos se separaron más o menos voluntariamente de sus compañeros – el San Gabriel subió por el Atlántico y regresó a España, y el Santiago llegó a México. Loaisa y después Elcano, que le sucedió como jefe de la expedición solo cinco días, murieron en el camino, y muy pocos de los 450 hombres embarcados volvieron a España diez años más tarde, en 1536.

De las tres naves de la expedición de Álvaro de Saavedra, la Florida llegó a las Molucas, pero no regresó a México, mientras que la Santiago y la Espíritu Santo – desaparecieron en el mar, y sólo sobrevivieron unos pocos de sus 110 hombres.

Hernando de Grijalva había salido de México para socorrer a Pizarro, que se encontraba en dificultades en el Perú, pero, después de haber comprobado que la situación de este último ya no requería su concurso, envió el patache Trinidad a Acapulco y se dirigió al oeste para “descubrir nuevas tierras” – ¿por orden de Cortés o por su cuenta?. Las opiniones difieren. Aún así, durante un interminable vagar alrededor de 10 meses, fue asesinado por su tripulación amotinada, que embarrancó la Santiago en la costa norte de Nueva Guinea y que se encontró más tarde en las Molucas con solo dos supervivientes.

Los seis barcos que mandaba Ruy López de Villalobos llegaron bien a Mindanao, Filipinas. Llevaban entre 370 y 400 hombres, y más de la mitad de ellos, incluido el propio Villalobos murió durante la expedición, contándose 145 supervivientes en 1548. En el archipiélago, cuatro navíos fueron destruidos por las tempestades, la Santiago fue vendida y volvió a la mar bajo bandera portuguesa, pero hay que resaltar la hermosa carrera náutica de la San Juan, que intentó dos veces regresar a México sin éxito y terminó su vida en Tidore.

Se sabe que Miguel López de Legazpi fundó la colonia española de Filipinas, que está fuera de nuestra área geográfica, sin embargo, nos ocupamos de ella en este estudio debido a que la travesía del Pacífico de este a oeste, se había convertido en un especie de «clásico» y se llevó a cabo sin incidentes notables. Legazpi se embarcó con 350 hombres a bordo de cuatro barcos, uno de los cuales remolcaba un pequeño bergantín en el que viajaban cuatro marineros. Pero fueron sobre todo dos de sus subordinados, Don Alonso de Arellano y Fray Andrés de Urdaneta,  uno a bordo del pequeño patache San Lucas y el otro de la gran nave San Pedro, quienes abrieron por separado la ruta de regreso a México, abriendo el camino de la primera línea comercial regular, el llamado «Galeón de Manila». No sólo no perdieron ningún barco, sino que hay que destacar su larga vida y el gran número de travesías por el Pacífico que realizaron después. En cuanto a las pérdidas humanas, además de tres ejecuciones en Filipinas por intentos de amotinamiento, sabemos que tres de los 20 hombres del San Juan y 16 de los 200 marineros del San Lucas murieron durante tempestades cuando regresaba a México. A estas cifras totalmente aceptables, hay que añadir, sin embargo, las de la San Jerónimo, enviado desde que México informara del éxito de Urdaneta, así como suministros y refuerzos a Legazpi, pero el barco llegó a Manila en tan malas condiciones que tuvieron que resignarse a desguazarla. En cuanto a sus 170 tripulantes, que estaba previsto que se unieran a las tropas de la joven colonia, más de 10 (entre ellos el capitán Pero Sánchez Picón) fueron asesinados por sus compañeros y otros treinta fueron abandonados y represaliados en el atolón de Ujelang en las Islas Marshall.

El Pacífico Norte fue luego surcado regularmente desde México a Filipinas sin grandes descubrimientos, por lo que no nos detendremos en este asunto. Sin embargo, hay que recordar que el llamado tornaviaje hacia el oeste, nunca fue seguro. Salvador Bernabeu escribió que en 50 años, desde 1580 hasta 1630, los barcos que no llegaron a buen puerto eran más que los que lograron este retorno, y que a lo largo de toda la historia de la ruta transpacífica, se tienen noticias de la pérdida de una treintena de galeones y miles de vidas[13]. La exploración del Gran Océano experimentó luego una nueva etapa en el hemisferio sur, con tres expediciones desde Perú[14].

En su primera misión, Álvaro de Mendaña y Neira se hizo a la mar con dos barcos, que reunió en el puerto de El Callao, y cerca de 160 hombres, de los cuales 35 perecieron en enfrentamientos con los nativos, por fiebres tropicales o escorbuto. La flota de su segundo viaje constaba de cuatro barcos, ninguno de los cuales volvería al puerto de El Callao. Se perdieron dos el Santa Isabel y sus 182 pasajeros a corta distancia de la isla de Santa Cruz, al sureste de las Salomón, y la fragata Santa Catalina, durante la travesía entre Santa Cruz y Filipinas; en ella se habían embarcado en el Perú 32 personas, pero no está claro cuantas se encontraban a bordo cuando desapareció – sólo se sabe que se encontró varado en la costa, con las velas desplegadas y los pasajeros «muertos y descompuestos». La galera San Felipe llegó a las Filipinas y, al parecer, allí se quedó; la nave San Jerónimo llegó a Manila, y luego volvió a atravesar el Pacífico hasta Acapulco, de donde partió de nuevo hacia el oeste y acabó con su vida en un arrecife de Luzón en 1600. Aproximadamente el 75% de las 430 personas de a bordo perdieron la vida en esta aventura: unos murieron con su barco, otras de fiebres tropicales, de escorbuto o en la represión de una tentativa de amotinamiento. Pedro Fernández de Quirós tenía 140 a 160 compañeros cuando salió en 1605 para dirigir una flota de dos barcos y un patache; el 16 de Diciembre de 1606, él personalmente entregó el San Pedro y el San Pablo a las autoridades españolas en el puerto de Acapulco, desde donde regresó rápidamente a Filipinas; Váez de Torres condujo el patache los Tres Reyes Magos a Fort Ternate, en las Molucas, y el San Pedro a Manila. Las únicas pérdidas humanas fueron un viejo fraile franciscano, Fray Martín de Munilla, que tenía casi 80 años y la de otro hombre de a bordo de la San Pedro, que murió en Santo herido por una «flecha envenenada», pero esta vez no hubo crímenes ni ejecuciones ni víctimas del escorbuto.

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Intentando llegar a una primera conclusión, se puede constatar que pocos navíos sobrevivieron a estas terribles travesías: solamente la expedición de Legazpi y la de Quirós llegaron por completo o casi por completo a sus destinos, lo que se puede resumir del siguiente modo:

ExpedicionesNavíos que salieronNavíos perdidosLlegados a su destinoVueltos al puerto de partidaTripulaciónSupervi-vientes
Magallanes: 1519-1522541124317
Loaísa: 1525-15267411+1 (*a)450«muy pocos»
Saavedra : 1527-15293210110«muy pocos»
Grijalva: 1537-15381100?2
Villalobos: 1542-154664 (*b)60370-400145
Legazpi : 1564-15664040350330
Mendaña 1: 1567-15692022160125
Mendaña 2: 15954220430110
Quirós: 1605-16063030140-1602 muertos
Resumen de expediciones

*a: una nave volvió a España después de deserción en el Atlántico, a la que hay que añadir la Santiago que no volvió a España sino que se dirigió a México.

*b: naves desaparecidas después de la llegada a las Filipinas.

El cuadro anterior muestra que los resultados mejoraron netamente a partir de 1564, exceptuando la trágica expedición de 1595; las razones de ello son múltiples y diversas: por la experiencia acumulada, por la suerte (si se piensa por ejemplo que ningún hombre de Quirós fue víctima del escorbuto en 1605-1606, sin que se haya sabido jamás la verdadera razón) y, por supuesto, por el progreso del conocimiento cartográfico, incluso teniendo en cuenta que fue modesto.

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Cuando Magallanes llegó al Pacífico, un océano que ningún europeo había atravesado, sólo sabía dos cosas: su propia latitud (su piloto Francisco Albo situó el cabo Deseado 52º al sur) y la de las «Islas de las Especias», las Molucas, que su amigo Francisco Serrão le había descrito que estaban en el ecuador. Así pues Magallanes sabía que tenía que recorrer todo el hemisferio sur en diagonal. Si bien no tenía más que una estimación imprecisa de las longitudes, esto no era un obstáculo para la elección del camino a seguir: el noroeste, que Pigafetta describe así: «navegamos entre el oeste y mistral[15]». Pero situó estas islas en los mapas, así como Guam, lo que ayudó a sus sucesores. Loaisa, instruido por Elcano, cruzó el estrecho llamado por su descubridor «Todos los Santos» más lentamente (48 días frente a 36 que empleó Magallanes), pero sin las incertidumbres de 1521, en terreno ya reconocido, y no dudó en cuanto al camino a seguir ni en identificar «Las Islas de los ladrones», cuya latitud y características ya se conocían. Entre la tripulación de esta expedición se encontraba un joven de 17 años, Andrés de Urdaneta, quien comenzó a acumular experiencia y conocimientos náuticos que le permitieron, 40 años después, encontrar el camino hacia el éxito con el tornaviaje. Vio aparecer Nueva Guinea en los mapas después del paso de Ortiz Retes, primero, y durante mucho tiempo como el extremo norte de una gran tierra y se mantuvo el nombre que él le dio[16]. Cuando en 1568, Hernán Gallego abandonó las Islas Salomón, conocía su existencia y una parte de su latitud: «nos pareció que era Nueva Guinea, porque su latitud no era mayor de 4º sur, y fue Iñigo Ortiz de Retes quien la descubrió… »[17]; y cuando, en 1595, Quirós dirigió la San Jerónimo desde Santa Cruz a Manila, sabía que tenía que alejarse de ella[18]. Del mismo modo, cuando Váez de Torres pasó entre Nueva Guinea y Australia en 1606, era consciente de que bordeaba la costa sur de la Isla grande bautizada por Ortiz de Retes 60 años antes, y su notable navegación supuso ampliar el conocimiento de la región.

Si Legazpi confirmó la entrada de las Filipinas y las Marianas en el mundo hispánico, sus compañeros Arellano y Urdaneta hicieron posible la ruta regular entre México y Manila, y es gracias a ellos como Mendaña y Quirós, los primeros en hacer descubrimientos reales en el Pacífico Sur, pudieron alcanzar el continente americano, dirigiéndose en primer lugar rumbo norte-noreste para encontrar los grandes vientos del oeste que les llevaron a las costas de los actuales Estados Unidos, y luego no tuvieron más que bordear hasta los alrededores de Acapulco. Se trata de navegaciones sin posibles escalas, ya que no hay islas en las zonas que habían de atravesar, de longitud equivalente ‒ hay en línea recta 5.826 millas náuticas (10.600 kilómetros) desde San Cristóbal (Islas Salomón) hasta Santiago de Colima (México) y 5.849 millas náuticas (10.645 kilómetros) desde Santo (Vanuatu) hasta Acapulco ‒ cuya única dificultad fue el tiempo. En 1568 Mendaña realizó la primera travesía en 163 días (recorriendo 65 kilómetros al día) y, en 1606 a Quirós le llevó 133 días para la segunda travesía (80 km al día). El regreso en 1595 fue un poco diferente, ya que doña Isabel Barreto había decidido ir desde Santa Cruz a Manila, lo que desde un punto de vista náutico era más difícil que ir a México, a pesar de la menor distancia (3.100 millas, 5.640 kilómetros, siempre en línea recta), a pesar de un régimen de vientos caprichosos en la zona llamado «calmas ecuatoriales», y a la posible presencia de tierras todavía desconocidas. Quirós hizo este viaje en 84 días (67 km al día). Para la comparación, recordemos que en el viaje desde El Callao hasta Fatuiva (en las Islas Marquesas), se completó un trayecto ligeramente mayor (3.622 millas, 6.600 km), en 35 días (188 km/día), esta vez realmente en línea recta. Cuando cruzó la zona de las calmas ecuatoriales, que se sorprendió, porque había sido instruido por los relatos de su antecesor Hernán Gallego, a lo que añadió su propia experiencia, mejorando el conocimiento de esta región: «tiene calmas planas y los cambios bruscos de viento, 5º sur a 5º norte, como hemos sabido por Hernán Gallego y yo en nuestros respectivos viajes, aunque él que cruzó estos parajes en septiembre, había sufrido más, como dice en su relato». También había tenido por esta lectura informaciones sobre las navegaciones de regreso a México, relativas a la expedición de Legazpi, que se hacían «por cabos conocidos, y sobre una ruta trazada, puesto que está en el hemisferio norte»[19].

Allí se producen auténticas proezas náuticas basadas, sin embargo, en un malentendido o falsa certeza; si Hernán Gallego en 1568 y Quirós en 1595 y en 1606, se sintieron obligados a cruzar el ecuador para buscar vientos favorables por 40º norte, mientras estaban en 10º o 15º sur, y que estaban mucho más cerca de los que del sur soplaban en los años cuarenta, es que creían, como todo el mundo en esa época, que el  «Gran Océano»  estaba ocupado por un inmenso continente austral que Magallanes, que lo había cruzado diagonalmente habría bordeado sin verlo. Sin embargo, en 1568, Mendaña quería ir hacia el sur abandonando las Islas Salomón, «porque el viaje parecía más corto», pero Gallego creía que sería necesario sobrepasar mucho los 30º sur «para ver si allí abajo existía la posibilidad de volver al Perú» lo que no consideraba una certeza, y que esto tenía el riesgo de ser un viaje largo y peligroso, mientras que el tornaviaje por el norte ya había demostrado su eficacia[20].  Gallego prefirió la certeza a la suposición, lo que nadie podría reprochar a un gran marinero, aunque hoy se sabe que habría ganado en intentar la aventura. En este sentido, en su Petición Nº 4, dirigida en 1598 al virrey de Perú, Quirós consideraba que sería un gran alivio «ser dispensado de ir a través de Nueva España […], un viaje tan caro en tiempo como en dinero»[21]. Estas hazañas náuticas no hubieron que repetirse más tarde, pues cuando en el siglo XVIII Bonechea también realizó viajes de ida y vuelta entre el Perú y la actual Polinesia Francesa, sabía que para volver a El Callao, podía ir a buscar los vientos del oeste en las altas latitudes australes, y recorrió las 5.780 millas náuticas  (10.700 km) que separan Tahití de Valparaíso (Chile), en 61 días, ganando 175 kilómetros al día en el camino – en comparación con los lentos y dolorosos trayectos de 65 a 80 km  antes mencionados de ganancias al día.

Los relatos de los pilotos iban claramente destinados a sus futuros colegas. Francisco Albo escribió así sobre el paso del estrecho: «Cuando os encontréis en este paso evitar algunos bancos a tres leguas, a continuación encontraréis dos islotes de arena y entonces estaréis delante de la entrada del canal, donde podéis navegar con facilidad y sin dudarlo» o sobre la travesía hasta las Filipinas: «seguir el rumbo oeste-noroeste, y llegaréis exactamente a ellas»[22]. Hernán Gallego, el piloto de Mendaña escribió así mismo: «Compadezco a los que el viento podría llevar a estas islas; gracias a este relato y lo que he añadido a los cartas náuticas, sabrán donde se encuentran y cuáles son los obstáculos […] a evitar»[23].

Las latitudes indicadas en los diarios de a bordo son generalmente bastante poco erróneas. Veamos tres ejemplos. Las de Francisco Albo muestran una diferencia con la verdad de 20′ o 37 kilómetros en el Estrecho. En cuanto a las «Islas desafortunadas» se trata de las primeras islas descubiertas en el Pacífico en Enero y Febrero de 1521[24], él situó Fakahina a 16º 15′, mientras que se encuentran a 15º 59′; para Flint, él cometió un error de 20′ y luego indicó «más de 13º» para Guam, cuya latitud exacta está entre 13º 10′ y 13º 30′. Hernán Gallego calculó que Santa Isabel, la primera de las Islas Salomón, estaba a 7º 50′, mientras que está en 7º 55′, e indicó «un poco menos de 10º» para Guadalcanal, en lugar de 9º 30. Quirós estimó que Hao (Tuamotu) tenía una latitud de 18º cuando el faro situado actualmente en su costa norte está a 18º 04′ y no se equivocó en la latitud de la isla de Santo (Vanuatu), 15º sur[25].

Los pilotos sabían determinar y seguir un rumbo bastante exacto, aunque se puede leer que en 1567 «Mendaña […] salió de El Callao el 20 de noviembre en dirección a las islas Filipinas, se desvió mucho hacia el sur y llegó a las Islas Salomón»[26]. Además su objetivo no era ir a las Filipinas, teniendo en cuenta que el puerto de Lima está 12º sur, vemos que por el contrario globalmente ganó cuatro grados hacia el norte. El relato de Gallego explica claramente que si efectivamente siguió rumbo sur-sureste, durante tres semanas, estaba en las instrucciones del Presidente de la Audiencia de Perú, según el cual las islas que estaban buscando se encontrarían a 600 leguas de la costa en 15º sur, y solo a partir del 16 de diciembre siguió el rumbo oeste-noroeste[27].

Es claro, sin embargo, que el cálculo de longitudes no se puede poner en los méritos navegantes de los navegantes del siglo XVI, y sabemos que fue necesario esperar hasta la segunda mitad del siglo XVIII y a la aparición del cronómetro para calcularlas. Albo afirmó que las Filipinas estaban «en la longitud 106º 30′ del estrecho de «Todos los Santos»[28], cuando hoy sabemos hoy que están separadas por 160 grados. Gallego, que sólo se expresaba en leguas – (desde 1524, se contaban 17,5 leguas para un grado de latitud[29], lo que significaba que la legua «española» valía 3,43 millas) – encontró que la primera isla vista en 1568 Nui (Tuvalu), estaba a 1.450 leguas de Lima  (4.930 millas náuticas), confundiéndose en 26% (la distancia exacta es 6230 millas). La diferencia es realmente enorme, y parece dar la razón a los investigadores que hablaron de «falta de rigor en los métodos de navegación» y de «inexactitudes en las indicaciones dadas…», lo que hizo que algunas islas no se pudieran volver a encontrar.

El mismo Quirós se preguntó por qué no había cumplido su misión durante su viaje en 1595, y dedicó a esta pregunta todo el capítulo XXXIX de su gran relato[30].


En mi opinión, hay tres posibles razones por las que no hemos encontrado las Islas Salomón, que estábamos buscando. La primera es que se nos hubiera indicado una longitud menor que la real, para que no les pareciera demasiado lejos a las personas que fueron a establecerse allí. La segunda sería que una pasión nacida de intereses especiales les habría hecho ocultar la verdadera latitud y habría indicado un número inferior o superior de grados. La tercera sería la ignorancia o el error debido a los instrumentos, ya que no existen indicaciones de las distancias con certeza o una mala estimación o un error de transcripción»


Si solo considera la latitud, es porque en este punto está seguro de sí mismo, salvo hacer intervenir las «pasiones» particulares, siempre  posibles, pero en las que él realmente no cree.

Sin embargo, la razón principal que examina está claramente relacionada con la longitud:

«En cuanto a la primera, es cierto que no nos han dado la verdadera longitud de las Islas Salomón, y digo que no hemos llegado a ellas porque están más al oeste que las que habemos descubierto. […] Si el relato de Hernán Gallego [dijo] la verdad, a saber, que las Islas Salomón se encuentran en latitudes 7º a 12º sur, a 1.450 millas de Lima, no se podía  hallarlas. […] Por tanto, debemos pensar que dichas islas no están detrás, sino delante»

Y la tercera razón está relacionada indirectamente

«En cuanto a la tercera razón, la ignorancia, no hay nada que añadir. Lo cierto es que navegó […] sin conocer otra longitud que la que cada uno determinó por estimación: entonces es posible que el error venga del que ha hecho la estimación, o del propio navegante, y que hubiera pensado recorrer menos camino que el realmente navegado»

La palabra clave aquí es «ignorancia», que no es sinónimo de «falta de rigor». En ese momento, la «longitud» no era más que la distancia recorrida entre el punto de partida, e incluso en línea recta, algo que, en el mar es bastante utópico. Sin embargo, se recuerda que sin los instrumentos adecuados, no podríamos conocerla y que era necesario conformarse con estimarla, lo que era muy aleatorio, porque dependía de la experiencia del piloto que tenía el piloto de las prestaciones de su barco, porque era muy difícil darse cuenta de la presencia de una corriente favorable en los trópicos, que lleva hacia el oeste, y con frecuencia llega a ser  de un nudo[31] (1 milla/hora), lo que haría que el barco recorriera hasta 24 millas al día, y podría explicar, al menos parcialmente, algunos errores de posición.

Sin embargo, cuando se examinan de cerca, estos «errores» se hacen más comprensibles. Según Hernán Gallego, las Salomón estaban a 1.450 leguas de Lima, o 4.930 millas náuticas, cuando en realidad, 7000 kilómetros separan San Cristóbal de Perú, en línea recta. La diferencia, enorme, de ± 2.000 millas, de hecho, a grosso modo correspondería aproximadamente a un fallo de un nudo cada uno de los 82 días que había durado el viaje. En cuanto a Quirós, pensaba que estaba a 850 leguas, 2.890 millas de Tahuata (Marquesas) en Santa Cruz, pero la distancia real es de 3.250 millas: la diferencia 360 millas, muestra que durante una travesía de cinco semanas, se equivoca en 10 millas (0,4 nudos) por día. Se constata así que Quirós era dos veces menos equivocado que Gallego: sin duda tenía una intuición más fina sobre la marcha de su barco y era mejor marinero, lo que confirmaría la veracidad de su conclusión: las islas que buscaba estaban «antes», es decir, en el oeste de Santa Cruz. Le hubiera bastado realmente recorrer 239 millas náuticas (440 km) que quedan más o menos a la misma latitud para llegar a San Cristóbal. Pero las condiciones de vida a bordo se convirtieron en tan terribles que el objetivo ya no era explorar el océano, sino la necesidad urgente de llegar a una «tierra cristiana[32]»

¿Qué añadieron los viajes de Mendaña y Quirós a la tierra habitada?. Está claro que en Europa en el siglo XVIII, no sólo se sabía de la existencia de las Islas Salomón, las Marquesas y Tierra del Espíritu Santo (actual Vanuatu), sino también de la navegabilidad del estrecho de Torres que  aparece sin lugar a dudas en los mapas publicados por De Brosses en 1756, en los que ocupan un lugar destacado extractos de los relatos de Quirós y Philibert Commerson, botánico y cirujano de Bougainville, que escribió en su diario: «En los mares del Sur  hemos reconocido las tierras de Quirós, que son una parte de las tierras australes …». Además, Dalrymple del Servicio Hidrográfico del Almirantazgo británico había informado Joseph Banks antes de su partida de los descubrimientos ya realizados en el Pacífico, en una carta de su puño y letra, y los había publicado en 1767, mostrando en particular, la ruta de Torres a través del estrecho, de acuerdo con el Memorial de Arias («el hizo la del oeste, teniendo siempre a la derecha otra tierra, muy grande que bordeó en más de 600 leguas [ … ] hasta Bachan y Terrenate[33]») . Nosotros no seguiremos pues el Dictionnaire d’Histoire Maritime que afirma, en la entrada «Descubrimiento y exploración de los mares del sur».. «….de 1567 a 1596, una fase española sin grandes consecuencias y perdida de vista por la Europa no hispánica» pero que sin embargo concluye: «Por lo menos en los mapas mundi se veía  encogerse el continente austral», sin preocuparse de la paradoja[34].

En lo que se refiere a la perpetua sospecha de ocultamiento (la «inexactitud de las indicaciones dadas de forma deliberada o no»), con las que los españoles habrían rodeado sus descubrimientos[35], Quirós parece responder de antemano, siempre se trata de las Islas Salomón: «Su posición no podría ser tan secreta porque había cuatro pilotos cuando fueron descubiertas, ni ellos ni todas las personas que estaban con ellos, podían ignorarlas». Nunca se imaginó que un «secreto» compartido por tanta gente pudiera permanecer en las sombras. No sólo se había aprovechado de esta inevitable circulación de los conocimientos, cuando tuvo que ir desde Santa Cruz a Manila, «sin un mapa, y sólo con la ayuda de lo que se decía[36]» sino que fue hasta allí para su provecho cuando la Corona hizo oídos sordos a sus proyectos, difundió por toda Europa sus textos, que contenían información y suposiciones de las islas descubiertas y por descubrir[37]. En 1610, el Consejo de Indias tuvo a bien ordenar que se recuperaran todos estos textos «se imprimieran y se distribuyeran a los españoles y los extranjeros, incluidos los borradores» esto era inútil y Quirós escribió al rey cuatro años más tarde «todo el mundo lo sabe[38]»

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Si el «éxito» de una expedición se mide en relación con la meta fijada, conviene repasar detenidamente los datos esenciales de las instrucciones. En este sentido, el estudio del primer viaje español al Pacífico, el de Magallanes – Elcano, reserva una gran sorpresa, como explica Carlos Barreda: «Ni en las Capitulaciones [especie de contrato firmado con el rey en marzo de 1518 que hace referencia a “descubrir las islas y la rica tierra de las especias“] ni en las Instrucciones [en 74 artículos, firmados por Carlos V en mayo de 1519, que no son más que otro “manual completo para dirigir una flota enviada para explorar nuevas tierras“] ni en cualquier otro documento se encuentra la mención de una vuelta alrededor del mundo, ni como objetivo ni como simple posibilidad[39]». Del mismo modo Pigafetta simplemente escribió: «… había en la ciudad de Sevilla un pequeña armada de cinco barcos listos para hacer el largo viaje, es decir, el descubrimiento de las Islas Molucas (de donde vienen las especias[40])», sin referirse a otro proyecto conocido oficialmente. Las dos proezas que caracterizan esta expedición – el descubrimiento del paso entre el Atlántico y el Pacífico, y el regreso a España por el Océano Índico – no son pues parte explícita de las «órdenes de misión» dadas a Magallanes. Por el contrario, la mención repetida de la prohibición de tocar cualquier zona bajo influencia portuguesa sugiere que este itinerario de regreso estaba fuera de las previsiones. Por tanto, nos encontramos frente a un caso claro de desobediencia[41], cuando en Tidore, las nuevas autoridades de la flota decidieron que Elcano a bordo de la Victoria partiría por el «camino portugués» y que Gómez de Espinosa se dirigiera a Panamá con la nave Trinidad[42] ─ una decisión de acuerdo con las instrucciones, pero carente de sentido, ya que subió hasta 42º al norte para buscar los grandes vientos del oeste, pero desafortunadamente prematura. Ello no impidió que a su regreso a España, Elcano fuera felicitado por Carlos V para ser «el primer hombre que ha dado la vuelta al mundo [ … ], el evento más grande e increíble que hayamos nunca visto desde que Dios creó al primer hombre[43]». Al parecer, el Emperador había olvidado su prohibición, quizás ayudado por la gran cantidad de especias que el navegador informó que había en las islas que había enviado a descubrir ─ incluso se habló de un negocio de rentabilidad del 1000 %. Las Instrucciones Reales habían sido pues globalmente seguidas.

Las órdenes dadas a García Jofre de Loaisa para la expedición de 1525-1526 se referían principalmente al establecimiento de la soberanía española en las islas Molucas y la apertura del comercio de especias, razón por la cual el Capitán General debía permanecer allí como gobernador. En cuanto a la ruta a seguir, parece que el rey quería que la flota fuera sin escala en las Islas Canarias hasta el cabo de Buena Esperanza, pero en caso de que el mal tiempo lo impidiera, daba libertad a los navegantes para elegir otro camino: si fue en la Gomera donde Loaisa decidió dirigirse al Estrecho de Magallanes, no se sabe si fue empujado por las condiciones meteorológicas desfavorables. Además de la prohibición habitual de tocar tierra portuguesa, no había pues recibido una misión para descubrir nuevas tierras, lo que fue respetado, pues el único descubrimiento en el haber de este triste viaje fue el de una pequeña isla de las Marshall, Taongi. Por el contrario, el fracaso fue total en el plano político- comercial. Poco tiempo después, Carlos V ordenó a Hernán Cortés que enviara una expedición en busca de Loaisa, lo que encargó a su pariente Álvaro de Saavedra, a quien remitió las instrucciones según las cuales tenía que ir a las Molucas sin hacer escala y una vez allí ocupar las fortalezas portuguesas erigidas en «zona española» e informarse del modo de cultivar las especias y traer plantas. Saavedra encontró a los compañeros de Loaisa que ocupaban el Fuerte de Tidore, se las arregló para « rescatar» a muchos de sus compañeros prisioneros, pero murió durante su segundo intento de regresar a Nueva España. Por lo tanto, ninguna planta de especias fue desembarcada allí, pero la presencia española en las Molucas permitió a Carlos V, vender al rey de Portugal, y a un buen precio, las islas que aún estaban en su «zona de la soberanía». Oficialmente, Hernando de Grijalva no tenía instrucciones para cruzar el Pacífico hasta las islas Molucas. No es imposible que hubiera recibido órdenes secretas en este sentido, pero no se pueden evaluar los resultados de una expedición respecto a un objetivo desconocido. El Virrey de México, Don Antonio de Mendoza, dio seis navíos a Ruy López de Villalobos, quien debería «abrir la navegación dese Nueva España a las islas de Poniente[44]», enviar información sobre las tierras que hubiera descubierto (lo que incluía por tanto un retorno hacia el este) y «ensanchar los dominios de la santa fe católica».  Antes de su muerte en 1546, en las Molucas, desalentado por la hostilidad de los musulmanes de Mindanao, y luego por portugueses de Ternate, no habiendo logrado ninguno de sus objetivos, habían fracasado los dos intentos de regresar, el de Bernardo de la Torre y el de Iñigo Ortiz de Retes, el virrey aconsejó a las autoridades abandonar estas islas, que «no presentaban ningún interés». No se podía hacer un balance más claro.

De hecho, fue necesario que transcurrieran 20 años para que una nueva expedición fuera enviada hacia el oeste del Pacífico, con la misión de ir a las Filipinas, sin tocar en las Molucas, y descubrir finalmente el medio de volver a México, como precisan las instrucciones enviadas a Miguel López de Legazpi, nombrado «Gobernador y Capitán General de las Islas del Poniente». Se sabe que los dos navíos partieron hacia el este — el de Alonso de Arellano, parece que sin autorización expresa y el de Fray Andrés de Urdaneta, debidamente misionado — alcanzaron su objetivo, y Legazpi pudo ejercer en la nueva colonia las funciones que le habían sido atribuidas.

Nuestro centro de interés se desplaza ahora hacia el sur, con las expediciones organizadas desde el Perú. A partir de 1563, Felipe II dirigió «Instrucciones sobre los nuevos descubrimientos marítimos» a su representante en Lima, el gobernador Lope García de Castro. Si bien en dichas instrucciones se encuentran los habituales consejos para la navegación o las tomas de posesión, difieren de las del periodo precedente porque traducen preocupaciones de orden «etnológico»: los navegantes debían informarse sobre las costumbres de las poblaciones encontradas, su religión, su gobierno o su agricultura[45]. Estas fueron las instrucciones que se aplicarían para el primer viaje de de Mendaña (1567-1569), completadas sin duda por órdenes expresadas al menos oralmente, de las que se encuentra mención indirecta en los numerosos documentos que tratan del descubrimiento y eventualmente, de la colonización — que se denominaba en la época «población», y que no habría que confundir con la «colonización de la población», empleada más tarde en Australia o en Nueva Caledonia. El propio Lope de Castro escribió: «Conforme a las órdenes de Su Majestad de proceder al descubrimiento de ciertas islas del Mar del Sur de las que he tenido conocimiento […], he nombrado a  Álvaro de Mendaña capitán general de estos navíos y gobernador de las tierras que descubrirá y poblará». En el relato de Gallego leemos: «El gobernador Lope García de Castro hizo armar dos navíos para el descubrimiento de ciertas islas que Su Majestad Felipe II había ordenado… ». O en el relato de Mendaña se lee: «Vuestra Señoría hizo armar una flota para el descubrimiento de nuevas tierras en el Mar del Sur, de la cual me encargó … ». Sarmiento precisó que el gobernador «había dado las mismas Instrucciones que las que Vuestra Majestad da para los descubrimientos marítimos y las instalaciones en tierra», Pedro de Ortega declaró que el gobernador Lope de Castro había enviado a Mendaña «al descubrimiento de las Islas Occidentales», el relato denominado «de la Plata» indica que «la instrucción dada a Mendaña era “poblar” la tierra que descubriera». Se conocían entonces tres documentos en los que las islas a descubrir  se denominan claramente «de Salomón»: una carta del Procurador del Tribunal de Lima, Juan Bautista Monzón, según la cual Lope de Castro había nombrado a Mendaña gobernador «de las islas que se llaman aquí de Salomón», un correo de Felipe II, que escribía al virrey Toledo que Lope de Castro había «confiado el descubrimiento y la colonización de las islas  de Salomón» a Mendaña, o incluso un texto del juez Barros que habla «del descubrimiento de las islas de Poniente de la Mar del Sur comúnmente llamada islas de Salomón[46]». Queda claro que la principal misión de esta expedición era encontrar islas todavía desconocidas, situadas en el Pacífico, al oeste del Perú, y que algunos llamaban las «islas Salomón». Por tanto, se puede admitir que dicha misión se cumplió, aun cuando antes de esta fecha ningún archipiélago llevaba el nombre de Salomón, y que si el viento y el azar hubieran conducido a  Mendaña a otro grupo de islas, las hubiera llamado igualmente «de Salomón».

Las Instrucciones de 1563 fueron precisadas por otros dos textos de 1573, más largos y detallados, expedidos por Felipe II. Una novedad que aportaban era que la Corona no financiaría más ningún viaje, los cuales serían confiados en lo sucesivo de preferencia a religiosos o, en su defecto, a hombres «buenos cristianos y amigos de la paz», y el recordatorio de las obligaciones de los pilotos y del comandante de informarse de las costumbres, creencias y recursos de las islas, y de escribir cada día el relato fiel de los acontecimientos, de hacerlo firmar por varios testigos y de rendir debida cuenta[47]. Mendaña estuvo pues sometido a las condiciones de estos documentos, así como a otro titulado, «Capitulación que hizo el Rey Felipe II con Álvaro de Mendaña para descubrir y poblar las islas occidentales que están en el paraje del Mar del Sur», firmado el año siguiente, para su segundo viaje. Se trata de un tipo de contrato que precisaba en primer lugar que era él quien había solicitado la autorización de llevar a cabo esta empresa, y quien exponía los «compromisos» de las dos partes. El rey le concedía el monopolio del proyecto «para dos vidas», y le nombraba marqués de la Mar del Sur. Por su parte, debía financiar toda la operación y depositar una fianza que garantizara el éxito la instalación de una colonia española, donde fundaría tres ciudades[48]. Este texto no menciona expresamente las Islas Salomón, ni la de San Cristóbal, pero si «las islas que haya descubierto y otras que pudiera descubrir». Quirós, en el comienzo de su relato, expone claramente que este era el objeto de la expedición: «Dios permitió que en la Ciudad de los Reyes [Lima] residencia de los vice-reyes del Perú, Álvaro de Mendaña, adelantado, anunciara el viaje que, por orden de su Majestad, se disponía a hacer a lasIslasSalomón». También lo confirma cuando cuenta que, el 17 de noviembre de 1595, « la gobernadora anunció a los pilotos que quería abandonar esta isla y buscar San Cristóbal», el punto de cita donde podía encontrarse la Santa Isabel desaparecida[49]. Se comprueba en consecuencia que Mendaña no cumplió ninguna de sus misiones: no fundó una colonia española en las Salomón, que incluso no volvió a encontrar  — aunque se puede admitir que al menos si lo consiguió al menos una de sus naves, la Santa Isabel.

Si, en la isla de Santo, en mayo de 1606, Quirós declaró a sus compañeros que el rey no le había dado «ninguna instrucción», no se le creerá completamente porque el mismo insertó en su relato cédulas reales que pueden ser leídas como una orden de misión: « …que vaya inmediatamenteal descubrimiento de las tierras australes…. Espero [de este descubrimiento] que expanda nuestra santa fe en poblaciones lejanas…». Además, en su correo al vice-rey Monterrey, Felipe III precisaba incluso más claramente: «va por orden mía al descubrimiento de la zona desconocida del sur y otras regiones (como está precisado en las órdenes de misión que le he remitido para este fin)… », documentos que no se han encontrado. Se tiene también la carta dirigida por el conde de Monterrey al conjunto de la flota el día de sus partida del puerto del Callao, que recuerda que su fin es «la salud de numerosas almas […] y el aumento de los Estados» de la Corona de Castilla. Se dispone también de las Instrucciones que dio Quirós a su tripulación y en particular a su segundo, Luis Váez de Torres, en la mar, el 25 de enero de 1606, que evocan su «encargo de descubrir las regiones australes desconocidas… [50]». Así pues, ¿se cumplió que esta fuera una expedición con fines principalmente geográficos?. Los términos «descubrimiento de tierras australes» o «descubrimiento de la zona desconocida del sur» son suficientemente imprecisos para que se puede responder afirmativamente, como hizo por otra parte el propio Quirós en la primera Petición que dirigió a la Corona después de este viaje en diciembre de 1607 : « …he descubierto 23 islas y tres grandes partes de tierra que, en mi opinión, no forman más que una, y que sin duda son un continente…[51] », afirmación que no cesó de repetir hasta su muerte. Por el contrario, si por «tierras australes», se entiende «continente austral», es evidente que Quirós no cumplió — y no pudo cumplir — este objetivo, pero fue preciso esperar casi dos siglos para estar seguros. Cabe preguntarse si su empresa tenía también un fin misionero o evangelizador. Nos está permitido considerar que, que incluso si se trataba de una preocupación sincera del  Descubridor, las condiciones del viaje y en particular, la corta duración de las estancias en las diferentes islas (la máxima fue un mes en Santo), las hacía perfectamente ilusorias. Ello no impide que la preocupación evangelizadora fuera recogida por numerosos eclesiásticos del comienzo del siglo XVII, que ya no se interesaban por la cuestión geográfica, considerando que ya se habían «descubierto 3000 islas», y que «pudieran ser 11000», sino únicamente en la «conversión apostólica de las Tierras Australes[52]».

En cuanto a las observaciones, sobre los habitantes de las islas Salomón, Marquesas, Tuamotu o Vanuatu, que estos navegantes relataron con la intención de ser conocidas por sus lectores europeos, fueron las primeras que recibieron y son siempre extremadamente valiosas, sobre los ornamentos corporales, las diferentes clases de embarcaciones, el modo construir las casas, los lugares de culto, etc., hasta tal punto que actualmente son los propios habitantes del Pacífico lo que solicitan tener acceso a ellas y está a punto de aparecer un programa de publicaciones y de traducciones sistemáticas de todo lo que concierne a su pasado.

En conclusión, no es este el momento de preguntarse, por ejemplo, si hay que lamentar que Mendaña no hubiera llevado a cabo la colonización de las Islas Salomón, o que la ciudad de Nueva Jerusalén que fundó Quirós en Santo no hubiera tenido más que una existencia virtual. La historia no es un juez. Por esto no se puede hablar de «éxito», a la vista del espantoso precio humano de las exploraciones españolas de este «largo siglo XVI», o de las imprecisiones de las posiciones geográficas, pero tampoco se hablará de «fracaso» del objeto de estas expediciones, habida cuenta de los descubrimientos realizados, en condiciones que es difícil de imaginar y de las perspectivas que abrieron a sus sucesores, que las conocían tan bien que las llevaban en sus bibliotecas de a bordo..

No se podía esperar más de viajes realizados en una época que para los franceses se extiende desde el comienzo del reinado de Francisco I hasta el final del de Enrique IV, en la que las ideas, el conocimiento y las técnicas balbucían e incluso luchaban contra numerosos prejuicios que, si bien tuvieron una larga duración, habían comenzado por otra parte a ceder terreno al bien denominado Siglo de las Luces.


[1]John Dunmore: Who’s who in Pacific navigation, University of Hawaii Press, 1991, pp. 35-37 (Bougainville), 64-67 (Cook) y 262-263 (Wallis).

[2]Lamentablemente, y sin duda a causa de los cambios que se han producido, la memoria colectiva parece no haber conservado ningún rastro de estos primeros navegantes europeos.

[3]Citemos entre los más bellos los de los atlas Theatrum orbis terrarum de Abraham Ortelius, para el siglo  XVI, o los de Novus atlas de Willem Janszoon Blaeu, en el siglo XVII, o incluso para el siglo XVIII, el Mappe-Monde Géo-Hydrographique de Nicolas Sanson & Alexis-Hubert Jaillot, y el Hémisphère Méridional pour voir plus distinctement les Terres Australes, de Guillaume de l’Isle (Ivan Kupcik: Cartes géographiques anciennes, Paris, 1981, Grund, pp. XV et XXI ; Robert Clancy : The Mapping of Terra Australis, Australia, 1995, Universal Press, pp. 17 y 92).

[4]Recuérdese que este nombre «Mar del Sur» le fue dado por Vasco Núñez de Balboa al océano que descubrió en septiembre de 1513 después de haber atravesado a pie el istmo de Panamá, simplemente porque se encontraba al sur de su punto de partida, y que el nombre «Mar Pacífico» se originó en la expedición de Magallanes, como refiere en su crónica Pigafetta, que lo explica del siguiente modo: «porque mientras hicimos nuestra travesía no hubo la menor tempestad», en «La primera vuelta al mundo», Madrid, 2003, ed. Miraguano/Polifemo, p. 222).

[5]El apellido se escribe «Mendaña», si bien los autores franceses y británicos omiten habitualmente la tilde de la letra española eñe de la que carecen sus idiomas.

[6]Etienne Taillemite: Bougainville et ses compagnons autour du monde, Paris, Imprimerie Nationale, 1977, I, pp. 4-8.

[7]Frecuentementenombrado Juan Sebastíán Elcano, sin la preposición «de», que indica el origen. La Real Academia de la Historia se ha decantado por «de Elcano», que es el nombre que desde hace 80 años lleva el buque-escuela de la Marina Española (Carlos Barreda Aldámiz-Echevarría, Nova Imago Mundi. La imagen del mundo después de la primera navegación alrededor del globo», Madrid, 2002, pp. 123-125). 

[8]Estas expediciones han sido estudiadas en la obra colectiva Descubrimientos españoles en el mar del sur, Madrid, 1991, Editorial Naval, 3 vol., pp. 89-534. Véase también en lengua francesa «Les résumés des voyages de Magellan-Elcano et de Urdaneta» en la página de Internet  http://www.lehman.cuny.edu/ile.en.ile

[9]Su nombre exacto esPedro Fernández de Quirós. Navegante de origen portugués en cuya lengua se escribe «Fernandes de Queiros» que es como se encuentra frecuentemente, pero que no usaremos en lo sucesivo, porque al servicio del rey de España toda su vida firmó como «Fernández de Quirós».

[10]Véase Descubrimientos españoles…, op. cit., pp. 537- 723; Biografía de Mendaña en la página de Internet antes citada: http://www.lehman.cuny.edu/ile.en.ile; Annie Baert: Le Paradis terrestre, un mythe espagnol en Océanie. Les voyages de Mendaña et de Quirós, 1567-1606, Paris, 1999, L’Harmattan.

[11]Descubrimientos españoles, op. cit., pp. 727-844; Véase también Carlos Martínez Shaw (ed): El Pacífico español, de Magallanes a Malaspina, Madrid, 1988, Ministerio de Asuntos Exteriores/Lunwerg.

[12]Taillemite, op. cit., p. 96.

[13]Salvador Bernabeu, El Pacífico ilustrado: del lago español a las grandes expediciones, Madrid, 1992, Editorial Mapfre, p. 67-70.

[14]Véase el relato de estas tres expediciones de Pedro Fernández de Quirós: Histoire de la découverte des Régions  Australes: Îles Salomon, Marquises, Santa Cruz, Tuamotu, Cook du Nord et Vanuatu, Paris, 2001, L’Harmattan.

[15] La primera vuelta al mundo, op. cit., pp. 76 et 223.

[16] Al igual que esta, otras islas o archipiélagos han tenido siempre el nombre que les asignaron los españoles: Filipinas, Salomón (y las islas de Guadalcanal y Santa Cruz), Marquesas, isla de Santo (Espíritu Santo) a Vanuatu — los topónimos «Marianas» y «Carolinas» datan de los siglos siguientes.

[17] Hernán Gallego: «Viaje y descubrimiento de las Yslas Salomón en el Mar del Sur… », en Celsus Kelly (ed): Austrialia Franciscana, Madrid, 1967, Franciscan Historical Studies/Archivo Ibero-Americano, III, p.159.

[18]Histoire de la découverte…, op. cit., p. 132.

[19] Histoire de la découverte…, op. cit., p. 74, 161-162 et 167.

[20] Relatos del inspector real Gómez Hernández Catoira y del piloto mayor Hernán Gallego, en Austrialia Franciscana, op. cit., I, p. 192 y III, p. 155.

[21] Pedro Fernández de Quirós: Memoriales de las Indias Australes, Madrid, 1991, ed. Historia 16, p. 76.

[22] La primera vuelta al mundo, op. cit., pp. 76 y 83.

[23]Relato de Hernán Gallego, en Austrialia Franciscana, op. cit., III, p. 94.

[24]Aunque Pierre-Yves Toullelan y Bernard Gille escriben que Magallanes «navega en el Pacífico sin ver nada», en De la conquête à l’exode, ed. Au Vent des Iles, Papeete, 1999, I, p. 82.

[25]Latitudes de Francisco Albo en La primera vuelta al mundo, op. cit., p. 78-80 ; de Gallego en Australia Franciscana, op. cit., III, pp. 68 y 70; de Quirós en Histoire de la Découverte…, op. cit., pp. 220 et 275.

[26]E. Taillemitte, «L’approche européenne, 1595-1767», Encyclopédie de la Polynésie, Papeete, 1986, éd. Ch. Gleizal/ Multipress, Vol VI, p. 14.

[27]Relato de Hernán Gallego, en Austrialia Franciscana, op. cit., III, p. 99.

[28]La primera vuelta al mundo, op. cit., p. 81.

[29]Gallego lo recuerda además en su relato en Austrialia Franciscana, op. cit., III, p. 159.

[30]Histoire de la Découverte…, op. cit., pp. 160-167.

[31]Según las Instructions Nautiques, la velocidad de la corriente ecuatorial sur «est comprise entre 0,5 et plus de 2 nœuds», SHOM, Paris, Imprimerie Nationale, 1973, Série K, volume IX, p. 42.

[32] Véase a este respecto: Annie Baert, «L’angoisse des immensités océanes», en Bernard Rigo (s.d.), L’espace-temps, Bulletin du LARSH n° 2, Papeete, 2005, éd. Au Vent des Îles, pp. 89-105.

[33] Serge Tcherkézoff, en Tahiti-1768, Jeunes filles en pleurs, Papeete, 2004, éd. Au Vent des Îles, pp. 55 et 146 ; George Collingridge: The Discovery of Australia, Sydney, 1895, réed. 1987, pp. 200 et 234; Memorial del Dr. Juan Luis Arias al Rey Felipe IV, Madrid, 1631-1633, en Austrialia Franciscana, op. cit., I, p. 236.

[34] Paris, 2002, Robert Laffont, Coll. Bouquins, I, p. 142. Advertimos que en este artículo, que todo lo que concierne a «la fase española » es impugnable: la dirección de la expedición de 1567, el origen del nombre de las islas Salomón, cuyos indígenas serían «Papues caníbales», el establecimiento de una «colonia» en Santa Cruz, los abusos de poder  de doña Isabel, el «descubrimiento» de Guam y de Manille, la vuelta a México por «el famoso galeón», para terminar  en «lunas de miel sucesivas».

[35] Lugar común que se vuelve a encontrar por ejemplo en Philippe Bachimon, Tahiti, entre mythes et réalités, Paris, 1990, éd. du CTHS, p. 128; en Jean-Jo Scemla, Le Voyage en Polynésie, Paris, 1994, Robert Laffont, Coll. Bouquins, p. XXIX; en Jean Guiart, Découverte de l’Océanie, co-éd. Haere Po, Papeete & Le Rocher-à-la-Voile, Nouméa, 2000, I, p. 80, etc.

[36]Histoire de la Découverte…, op. cit., pp. 161 y 142.

[37]Véase a este respecto: Annie Baert, «Des îles bien peu secrètes. Les récits de trois voyages espagnols dans le Pacifique aux XVIè et XVIIè siècles et leur diffusion à travers l’Europe et l’Amérique», Revue Française d’Histoire du Livre, Bordeaux, n° 94-95, 1997, p. 165-186.

[38]Memoriales de las Indias Australes, op. cit., p. 366 (n. 230) y p. 433.

[39]Carlos Barreda, Nova Imago Mundi, op. cit., pp. 121-122. Las «Capitulaciones» están reproducidas en las  pp. 257-260, y las Instrucciones en pp. 263-286 de esta obra.

[40]Relation du premier voyage autour du monde de Magellan, Paris, 1991, Libraire Jules Tallandier, pp. 95-96 ; texto español en La primera vuelta al mundo, op. cit., p. 191.

[41]Además del hecho de que Magallanes no había respetado la prohibición de mezclarse en las rivalidades eventuales entre las autoridades locales, lo que le había costado la vida, en Mactan (Filipinas), el 27 de abril de 1521.

[42] Antonio de Herrera, Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar océano (1601), ed. Universidad Complutense de Madrid, 1991, II, p. 253.

[43]Le concedió, además de recompensas financieras, un blasón con la célebre leyenda «primus circumdedisti me», al igual que a algunos de sus compañeros y a uno de ellos armó caballlero (Herrera, op. cit., II, pp. 382 et 404).

[44]Herrera, op. cit., IV, p. 131.

[45]«La orden que se ha de tener en los nuevos descubrimientos por mar, instrucción al licenciado Castro», en Austrialia Franciscana, op. cit., III, pp. 249-251.

[46]Austrialia Franciscana, op. cit., III, pp. 3-62, 95, 181 ; IV, p. 262, 300, 333, 345, 421, 480, 482.

[47]Ordenanzas de descubrimientos, nuevas poblaciones y pacificaciones, ed. de Antonio Muro Orejón, CSIC, Sevilla, 1967 (148 artículos, 39 páginas), y la Instrucción para hacer las descripciones, ed. de Ismael Sánchez Bella, en Dos estudios sobre el Código de Ovando, Pamplona, 1987, Ediciones Universidad de Navarra, (135 articles, pp. 140-211).

[48]Madrid, 27-4-1574, en Austrialia Franciscana, op. cit., V, pp. 62-82

[49]Histoire de la Découverte…, op. cit., pp. 41, 125. Allen & Green : «Mendaña 1595 and the Fate of the Lost Almiranta», The Journal of Pacific History, vol. VII, 1972, p. 73-91.

[50]Histoire de la Découverte…, op. cit., pp. 257, 180-186, 193 y 196.

[51]Petición nº 16, en Memoriales de las Indias Australes, op. cit., p. 136.

[52]Véanse los dos breves del papa Clemente VIII, y la Petición del Dr Sebastián Clemente al papa Gregorio XV, en Austrialia Franciscana, op. cit., I, pp. 5-8 et 214-216. Véase también a este respecto Annie Baert: «Prémices de l’évangélisation dans le Pacifique», in Claire Laux (s.d.) : Les écritures de la mission dans l’Outre-Mer insulaire (Bruxelles, Brepols Publisher, 2006).

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