La Iglesia mudéjar de Santa Ana de Guadalcanal (Sevilla)

Iglesia de Santa Ana

Miguel Ángel Tabales Rodríguez y Carmen Romero Paredes

Actas del V Congreso de Arqueología Medieval Española

1 Antecedentes

La iglesia de Santa Ana1, citada en algunos artículos como “ermita”, es en la actualidad iglesia filial, y en el pasado gozó de jurisdicción parroquial propia2. Está situada en un promontorio, al Este de la ciudad, desde el cual se domina todo el valle de Guadalcanal así como los pasos hacia el Sur, Oeste y Norte de la Sierra Norte.

Tipológicamente se podría encuadrar, según Diego Angulo, dentro de su “Arquitectura Mudéjar Sevillana”, en el grupo de Iglesias con arcos transversales de la Sierra”, fechables durante el período más tardío del siglo XV, y extendidas por las sierras Norte de Sevilla y la sierra de Aracena. Suelen ser iglesias de una sola nave, existiendo en la misma localidad otro templo similar, el de San Sebastián (fig. 1). La escasa historiografía existente sobre la iglesia de Santa Ana refleja tres fases constructivas principales. La primera, a la que pertenece la mayor parte de la estructura, podría datarse en base a su tipología a fines del siglo XV o inicios del XVI. Se detectan obras secundarias durante el siglo XVII, en concreto, la intrusión de las dos portadas barrocas laterales. Por último, en el siglo XVIII se transforman el presbiterio y las capillas laterales. En todas las reformas se emplea el mismo material: ladrillo, mampuesto y tapial (fig. 2-3).

2 Evolución constructiva (plano 6)

Fase I. La mezquita. S. XIII-XV

Las primeras noticias sobre su existencia las aporta Don Antonio Gordón, quien alude al año 1241, en el cual fue conquistada la población, pasando a pertenecer en señorío a la Orden de Santiago en 1258 gracias a Pelay Pérez Correa (el Cid extremeño) quien la hizo cabeza de encomienda en 1253. Por entonces, el obispo de Coria, Jaime Sanguineto, acompañante del conquistador santiaguista Rodrigo Iñiguez, bendijo la antigua mezquita de Guadalcanal convirtiéndola en iglesia. Durante años dependió del Monasterio de Tentudía, siendo la única iglesia del entorno.

¿Qué hay de cierto en ésto?, ¿Realmente fue Santa Ana una mezquita?, ¿Es lógico que una “mezquita extracéntrica” fuese la única cristianizada, mientras “las” mezquitas principales del centro permanecieran sin bendecir?, ¿Se trata realmente de Santa Ana o es una confusión de nombres?. Nuestro estudio se ha centrado en tres vías claras de investigación destinadas a resolver este aspecto fundacional:

1.- La indagación sobre el origen y desarrollo de la ocupación humana en el cerro de Santa Ana.

2.- Su preexistencia soterrada respecto a la actual Iglesia de Santa Ana.

3.- La conservación en alzado o la determinación estructural de alguna zona o del edificio completo por parte del templo islámico.

1.- Tras el estudio de cortes y alzados, debemos constatar la inexistencia de materiales arqueológicos anteriores al siglo XV. Esto no quiere decir que no existiera ocupación previa, ya que el afloramiento de la roca madre o su escasa profundidad, así como las múltiples reformas, remociones y obras realizadas en el monte, han podido sobreexcavar el terreno y eliminar cualquier vestigio estructural anterior a la citada fecha. Sin embargo, hemos de apuntar la rareza de ese proceso ya que, incluso en los lugares más removidos se han conservado muestras en los rellenos de materiales cerámicos de cada fase.

Existen tres factores que han podido incidir en esta notoria ausenciá; en primer lugar, el hecho de que en los cuatro cortes realizados se hallan localizado distintos tipos de enterramiento, rodeados de rellenos funerarios sin cascotes o con escasos materiales cerámicos, demuestra un especial interés por su eliminación. En segundo lugar, si existió aterrazamiento y sobreexcavación, es posible que los vestigios tanto estructurales como cerámicos de las ocupaciones previas se concentren en las zonas rellenadas para aterrazar, es decir, en los límites del promontorio. Por último, podría pensarse en una pobreza natural del lugar o en una ocupación muy secundaria que permitiese una ausencia total de vestigios de ocupación.

Por otra parte, la lógica nos dice que, en un lugar tan privilegiado del paso desde la meseta a la sierra, debieron producirse asentamientos humanos previos a nuestra Era, incluso, ya en época islámica, no es descabellada la localización de una guarnición, o porqué no, de la citada mezquita.

Con todas las cartas sobre la mesa, nuestra opinión, en el estadio actual de conocimiento, es que la ausencia de restos arqueológicos, tanto estructurales, como ceramológicos, anteriores al siglo XV, no debe descartar la ausencia real de ocupación, ya que existen muchos factores (religiosos, de obra, económicos) que podrían justificar aquí (no en la mayoría de los sitios) su desaparición.

2.- Respecto a la existencia de vestigios islámicos estructurales anteriores a la iglesia, bajo su cota actual, el resultado es igualmente negativo. No existen muros, pavimentos, ente rramientos, etc… que permitan establecer una clara ocupación islámica. Esto puede deberse igualmente a cualquiera de los tres factores antes expuestos.

Sin embargo, en este sentido, existen datos que apuntalan la evidencia; se trata de la ubicación de los cortes arqueológicos en todos los muros esenciales del templo, de modo que si hubiese existido una readaptación cristianizada de una mezquita, habría quedado algún vestigio en cimentación. No es el caso.

Por tanto, todo parecería apuntar hacia la inexistencia de dicho edificio, si no fuera por un detalle que nos permite albergar alguna duda; se trata del hecho incuestionable de la ausencia de vestigios estructurales de distintas fases cristianas en zonas esenciales donde su existencia ha sido garantizada gracias a pruebas extraídas en otros ámbitos del templo.

3.- En alzado, se puede demostrar arqueológicamente que todos los paramentos analizados pertenecen a las distintas operaciones de reforma cristianas, salvo el muro de los pies en su mitad inferior. En efecto, todos los adosamientos parten de ese muro, que permanece en pie absolutamente independiente de las dos alineaciones que configuran la nave, así como de la techumbre y, por supuesto de los tres cuerpos de la torre, claramente incorporados (de manera tosca) en el siglo XV

La excavación en su base no ha aportado restos cerámicos, zanja de cimentación u otra evidencia que pudiera datarlo. Si tenemos en cuenta que el ábside gótico excavado bajo el presbiterio es anterior tanto a los muros de la nave como a los arcos diafragma ojivales, se plantea una doble posibilidad:

– O el muro en cuestión (unidad 1), se corresponde con el ábside y por tanto pertenece a la primera operación constructiva cristiana bajomedieval (siglo XIII – XV), anterior a la de finales del siglo XV, que es la que hoy contemplamos en cuanto a configuración esencial (fig. 4- 5).

– O dicho paramento sería el único vestigio de la mezquita, manifestando una anchura originaria quizá vinculable a algún alminar.

El muro en cuestión, constituido a base de mampostería media con hiladas subhorizontales y cadenas de sillarejo en las esquinas, sobrepasa el metro y medio de anchura, no detectándose indicios de vanos originales. Este hecho podría argumentarse a favor de su islamismo, ya que de ser pies-fachada de un templo (con el ábside opuesto), debería formalmente disponer de un acceso, no necesariamente principal.

En ese caso, nos encontraríamos ante el muro-alminar de una mezquita de pequeñas dimensiones posiblemente de planta rectangular, con el resto de los muros ubicados en el lugar donde hoy se localizan los del evangelio y la epístola. Quizá la ultimación del retalle de la roca en el corte II (bajo el arco carpanel de acceso a las capillas laterales del evangelio) sea un indicio de su preexistencia.

Por la anchura de la nave resultante, el límite oriental estaría localizado en las inmediaciones del presbiterio actual, cubriéndose a dos aguas, de lo cual podrían ser vestigio las dos molduras en el muro de los pies, en el interior, que delatan la presencia de sendos faldones, incompatibles con los arcos diafragama, cuyas claves están más altas.

El mihrab se localizaría en las inmediaciones de la actual portada del flanco meridional, siguiendo la orientación habitual en las mezquitas españolas.

Hemos dejado para el final, no obstante, el indicio, más fuerte para argumentar la existencia de la mezquita. Si vemos la planta de la primera iglesia cristiana, con su ábside poligonal compuesto y sus dos capillas laterales, resulta inevitable una observación; se trata de una edificación comenzada como la mayor parte de los templos, por la cabecera, pero con un desarrollo de la nave única muy pequeño y desproporcionado respecto a ésta. En nuestra opinión parece muy clara una adaptación del ábside a una nave preexistente, de manera provisional. Posiblemente, como es habitual, la idea sería ir avanzando hacia los pies remodelando la mezquita, para prolongar la nave y retocar estéticamente el interior, colocando una nueva torre.

Se puede discutir este argumento, pero no la inadecuación del ábside a la nave, ya que en el siglo XV, una vez desestimada la ampliación hacia el Oeste, no hubo más remedio que ampliar hacia el Este, en detrimento del ábside original, que perdió un tramo. Al final se logró aumentar el tamaño de la nave, como sin duda estaba en la mente de los primeros constructores cristianos, pero a costa de la deformidad absidial y del plegamiento definitivo a los condicionantes impuestos por el enorme muro de los pies, y sobre todo, por la ausencia de recursos económicos para realizar las obras ambiciosas que caracterizaron a la iglesia original.

En síntesis, con los datos disponibles, creemos en la existencia de una mezquita anterior a la primera Iglesia, sobre todo debido a la observación de la irregularidad de la primera operación constructiva cristiana, más que a las noticias documentales. Su existencia explicaría la deformidad inicial e incluso muchas de las actuales incongruencias edilicias. Sin embargo, todos los argumentos esgrimibles a favor de esa teoría pueden ser contestados arqueológicamente ya que ninguno es concluyente. La solución es difícil, por no decir imposible, debido a los procesos de sobreexcavación de los siglos XV y XVII y a la colmatación funeraria de los últimos seis siglos, que eliminaron cualquier hipotético vestigio

subterráneo.

Fase II. Primeras obras cristianas. S. XIII-XV

Si hacemos caso a las fuentes, desde 1241 la mezquita de Santa Ana funcionó como templo cristiano durante toda la Baja Edad Media, dependiente, eso sí de la iglesia del Monasterio de Tentudía hasta que en 1395 se otorga vicario propio, por obra de Lorenzo Suárez de Figueroa, maestre santiaguista, gracias a la ayuda prestada por los caballeros de la villa en las numerosas contiendas de la época.

Lo cierto es que sí existen claras pruebas de la construcción de un ambicioso templo en el cerro de Santa Ana, fechable en algún momento bajomedieval entre el siglo XIII y la primera mitad del XV. Dejando de lado la posible justificación de su fisonomía en función de la adecuación a la mezquita, recogida en el punto anterior, lo cierto es que no se ha conservado en alzado prácticamente ninguna estructura de esta época, salvo los pies, en su cuerpo inferior y un leve arranque detectado en el extremo occidental del muro de la Epístola. El resto de paramentos y cotas han sido detectados mediante la excavación de los cortes II, III y IV.

Se trata de una obra ambiciosa que delata la existencia de un importante núcleo de población en el barrio. No sabemos nada de la evolución histórica de las demás parroquias (San Sebastián, Santa María… ), salvo que quedaron ultimadas a finales del siglo XV inicios del XVI; por tanto, no nos atrevemos a comparar ni a interpretar histórica ni urbanísticamente en el contexto de la villa el proceso en cuestión. Tan sólo podemos advertir que, al menos en este sector excéntrico de Guadalcanal, se dieron los presupuestos esenciales para plantear e iniciar la construcción de un templo de cierta entidad. Los acontecimientos de los siglos sucesivos se encargaron de ir acomodando las transformaciones del templo al peso real de la población circundante, perdiéndose paulatinamente, salvo algún período aislado de empuje, el empaque y la calidad de la obra, cosa lógica si analizamos la extracción social y el caserío histórico del barrio, en su mayor parte Bajomedieval y Moderno.

La iglesia fue comenzada por el ábside con la intención de avanzar hacia el Oeste cuando fuere posible. Se trata de un ábside poligonal compuesto, de cinco lados de 2’75 mts, formado a base de potentes muros de más de un metro, localizados en el corte III y en el II. A diferencia de los ábsides poligonales documentados en el entorno, en éste, no existen estribos en el exterior para soportar los empujes de las nervaduras de arista; por contra, en las esquinas exteriores se produce un ensanchamiento muy tosco que proporcionaría a la cabecera un aire arcaico. De hecho, es relativamente frecuente el uso de la cabecera semicircular, tanto en la Sierra Norte de Sevilla, en la de Aracena, como en el Sur de Extremadura. Bien pudiera ser éste un tipo intermedio entre esa ultimación (teóricamente más arcaica) y las definitivas cabeceras cuadradas o poligonales de finales del siglo XV.

En el entorno más cercano disponemos de un ejemplo característico en la Iglesia del Castillo de Alanís, donde conviven una nave única, con arcos transversales, con un ábside semicircular y aparejo de mampuesto mudéjar; su cronología es ambigua. Por contra, en Guadalcanal, y ya en el siglo XV, la iglesia de San Sebastián presenta una cabecera gótica de planta cuadrangular, siendo poligonal la de Santa María.

Si situamos la construcción de este primer templo de Santa Ana, como parece, en un momento entre mediados del XIII y el XV inicial, estaríamos pues ante una posible interpretación tipológica en el sentido de un tránsito de lo curvo-románico-arcaico, a lo gótico-poligonal-moderno, dentro de un espacio cronológico que iría del XIII al XVI.

No obstante, está lejos de nuestra intención simplificar y extrapolar tipos. Sólo apuntamos lo evidente y no podemos sustraernos a interpretar los datos de una manera provisional. Creemos, a la vista de los resultados, que para entender claramente los motivos que impulsaron a los repobladores cristianos a construir de semejante modo, habría que conocer más a fondo las evoluciones particulares de cada templo bajomedieval de la zona, ya que la mayoría de ellos presentan acabados del XV final o del XVI, y no sabemos su origen real. Santa Ana es un ejemplo de ello; frente a la opinión previa de la existencia de un templo medieval reformado en el XVIII, hemos podido comprobar siete fases constructivas, cinco de las cuales son medievales.

Por otro lado, según Alfonso Jiménez, para tipos de la Sierra de Huelva también arcaicos, con ábsides semicirculares, etc. la antigüedad no va necesariamente ligada al arcaismo constructivo debido a la constante histórica de la baja formación, por lo general, del repoblador, que habitualmente reproduce los esquemas conocidos de su lugar de origen sin criterios de moda determinantes (Jiménez 1986).

Es posible, por tanto, que ésta manera de plantear el ábside en Santa Ana no se fundamente en una antigüedad intermedia entre los semicirculares y los cuadrangulares, sino en una simple originalidad debida al albedrío del constructor-repoblador causada por la plasmación extrapolada de tipos meseteños románicos o transicionales al gótico.

Fuera cual fuese su encuadre tipológico, lo cierto es que la mole del ábside se adosa a una nave rectangular preexistente formando un conjunto desproporcionado en el que la nave reprenta menos de dos tercios del espacio total. Hay ejemplos conocidos en el entorno de Guadalcanal, como la Iglesia de Santiago en Llerena, donde la obra se inició por el ábside, para culminar a los pies. De hecho, es lo lógico si se piensa utilizar gradualmente el espacio acabado y el proceso de construcción se prevee dilatado de antemano.

En Santa Ana, el espacio resultante evidencia en nuestra opinión un uso provisional cristiano de una nave ideada para otros fines. Quizá, y esto es lo más cómodo de pensar, simplemente se adosó el ábside a la nave del Liwan de la mezquita almohade, de manera que se pudo dar misa mientras se esperaban tiempos mejores para continuar su ampliación al Oeste. En la mente de los primeros constructores cristianos estaría la erección de un templo mucho mayor, en consonancia con la cabecera levantada. Pero el tiempo, los impulsos cada vez menos ambiciosos y las carencias económicas fueron transformando las trazas iniciales en algo paulatinamente más tosco, tanto en lo espacial, como en lo constructivo.

Esta primera iglesia contaba, además con dos pequeñas dependencias simétricas de 25 mts cuadrados cada una, situadas de manera transversal al primer tramo poligonal de la cabecera, a la cual se abrían, de modo que resultaban oblicuas respecto al eje central de la nave, que era el mismo de la cabecera.

Ignoramos porqué se optó por adosar dos habitaciones al ábside en lugar de a la nave. Funcionalmente parece clara la necesidad, cuando menos de una sacristía. Sin embargo, adaptar oblícuámente dos estancias, complicaría futuras ampliaciones de capillas junto a la nave central y única. De nuevo nos encontramos aquí con un elemento distorsionador que pudiera relacionarse con la preexistencia de la nave, ya que capillas laterales y capilla mayor se construyen a la par independientes las tres del resto de la iglesia.

Por otra parte, en el flanco exterior meridional, se levantó una galería, diferente de la actual, con pilares cuadrados y arcos posiblemente apuntados, que fue anulada en el siglo XVI, tras la construcción de las capillas bautismal y del Carmen. Estaba adosada a la estancia ubicada al Sur del ábside (bajo la capilla del Carmen), cerrando a los pies de la nave. Esta galería delata la existencia de una portada en ese flanco, quizá en el mismo lugar que en la actualidad, junto al posible mihrab islámico. No sabemos si existió otro acceso a este primer templo cristiano en el flanco Norte; lo cierto es que en el muro de los pies nunca hubo apertura alguna.

La nave estaría cubierta seguramente a dos aguas, como apuntan las huellas de los faldones aún visibles en el interior, no habiéndose levantado aún ni los arcos transversales, ni el artesonado mudéjar, ni nada de lo que hoy ha llegado a nuestros días.

En conjunto, participaría del principio tipológico de la menor anchura del presbiterio que la de la nave, sin embargo, el resto de elementos la sitúan, a falta de estudios bajo edificios mudéjares de la zona, como única en su género.

Pero ¿qué ha quedado de la primera iglesia en el edificio actual?

Lo cierto es que bien poca; de la zona presbiterial no se han conservado más que los restos soterrados del ábside bajo la cúpula y el último tramo de la nave. De la nervadura del ábside se ha podido recuperar una de las claves pétreas, con ocho arranques de nervio y un escudo cruciforme coronado, que se hallaba inserto como una piedra más en la pared meridional de la capilla Mayor barroca. De las dos dependencias adosadas al primer tramo absidial, la meridional, situada bajo la actual Capilla del Carmen, legó a ésta su muro Este, mientras que el resto fue demolido para ampliarla en el siglo XVI. La capilla actual de San Ignacio sería la otra estancia en cuestión, y parece corresponderse a su traza inicial; de hecho, todas las estructuras circundantes se le adosan.

Respecto a la nave, salvo el ya citado muro de los pies y arranque de alineación de la epístola, el resto pertenece a las obras del siglo XV final, desde los muros y los arcos transversales a las armaduras y cubiertas. Por su parte la citada galería meridional (aparecida en el corte N) desapareció en el siglo XVI tras la reforma de la Capilla del Carmen, que avanzó un metro hacia el Oeste, abriendo puertas hacia otra galería más pequeña (la actual).

Un último dato respecto a esta fase es el de las cotas de pavimentación. Tras la excavación hemos podido comprobar que ésta es la misma que pisamos hoy día. Igualmente es la misma que en el resto de fases; de hecho, el afloramiento de la roca en el sector Norte, justo bajo la losa, impide cotas inferiores. Sin embargo, en el área de la estancia situada bajo la capilla del Carmen, una pequeña bajada del nivel pétreo obligó a proporcionar dos peldaños de bajada desde la nave, ya que su suelo se situaba algo más bajo.

Otro elemento de interés arqueológico es el descubrimiento asociado al ábside de varias tumbas excavadas en la roca de la cabecera y forradas de ladrillos de un pie corto. Se encontraban junto a los muros absidiales, en sentido Este-Oeste, aunque posiblemente se extendieran por toda la Capilla Mayor. Estaban reutilizadas hasta cuatro veces cada una y con toda seguridad albergaban a las familias de más abolengo y a los canónigos principales. También en los pies de la nave (corte I) se localizaron tumbas de esta fase anuladas por el muro de la escalera de caracol de la torre.

Por desgracias las obras de los siglos siguientes se encargaron de destruir los sepulcros. De hecho, toda la iglesia ha aparecido saturada de tumbas y osarios, al menos en dos grandes procesos distintos, pero en un espacio no superior a los 0’70 mts. de potencia estratigráfica.

Fase III Reformas del siglo XV

A fines del siglo XV, Guadalcanal pertenece a la orden de Santiago, y participa de los mismos influjos constructivos y artísticos que el centro difusor santiaguista de Llerena, bajo cuya jurisdicción se encuentra. Además, recibe influjos fuertes del entorno de la serranía, que hunde sus raíces en el mudéjar sevillano y en los influjos repobladores, así como en su propia idiosincrasia local.

Es un período de auge económico y de impulso propiciados por el fin de las guerras civiles y el acicate militar de las campañas contra Granada. En este contexto se observan en Guadalcanal tres grandes operaciones: la construcción de San Sebastián, la de Santa María y la “reforma” de Santa Ana. Vistos los complicados precedentes de Santa Ana, no nos atreveríamos a afirmar (al menos de Santa María), que fueran operaciones ex nuovo y de nueva planta. Esperemos a investigar ambos monumentos para descartar lo que en toda lógica parecería evidente, es decir, la existencia previa de templos cristianos y por qué no mezquitas, “bajo o embutidas por” las citadas parroquias.

Comparativamente, de las tres nuevas iglesias, la de Santa Ana, es la más pobre. Esto, que parece lo lógico, vista la situación, el entorno urbano y su excentricidad, no deja de sorprender si nos atenemos a lo que parecían presagiar las estructuras iniciadas en la fase anterior. Es decir, se produce una inflexión, no en el impulso renovador, pero sí en la calidad y ambición del programa.

Si lo lógico para los primeros constructores cristianos del ábside, era ampliar la nave en el futuro hacia el Oeste, derribando el pesado muro de los pies, que podría proceder de una mezquita anterior, lo cierto es que nunca se llevó a a cabo esa operación. Sin embargo, en su lugar, y dado que era evidente la desproporción entre nave y cabecera, así como la falta de espacio para los feligreses, se decidió disminuir el tamaño de la última mediante el derribo del primer tramo de su polígono. De este modo, la nave ganaba un tramo y el espacio resultante quedaba proporcionado según las necesidades lógicas. Por otra parte, al derribar el primer tramo de la cabecera gótica, las dos capillas o estancias, precisamente adosadas a esos muros, fueron retranqueadas hacia el exterior. Como resultado de esa operación, las dimensiones del tramo recuperado para la nave eran similares a las de los nuevos tramos creados en la nave; de esta operación quedan pruebas claras en el corte III y en los alzados de los actuales ingresos a las capillas del Carmen y San Ignacio.

Estas y otras operaciones que seguidamente enumeraremos tienen una lectura inicial clara. Por un lado, se advierte un dinamismo comparable al original, capaz de plantear una reforma integral que exige no sólo derribos, sino levantamientos y nuevas cubiertas, que van más allá de las simples obras de reparación o ampliación de espacios; éste dinamismo requiere cierto impulso económico nada desdeñable. Pero por otro lado, reflejan algo tan asombroso como la cesión de la idea original de ampliar la nave en contestación a un gran ábside gótico, hacia el Oeste. En su lugar, se derriba parte de éste y se transforman las capillas laterales con tal de no derribar el muro de los pies. El significado de esta extraña operación debe radicar por un lado en la poca importancia que se da a la estética canónica en ese momento (proporcional al resultado obtenido, pero presente en el modelo escogido en la fase anterior), y por otro lado, a la existencia ya en el muro de los pies de algún impedimento como algún tipo de torre (la del alminar) o al comienzo de las obras de la torre nueva (la actual). En cualquier caso, existe una disminución de la calidad y un abandono del esquema mudéjar goticista.

¿Estamos ante una bajada de nivel económico de los miembros de la parroquia? La respuesta parece ser positiva, sin embargo, no disponemos de elementos comparativos en las dos restantes edificaciones, para las épocas inmediatas a la conquista cristiana, de modo que sólo podemos afirmar de manera puntual que para Santa Ana, la composición social “pudo haber variado” hacia peor en el transcurso de los siglos XIII al XVI. (entiéndase esto como una hipótesis por contrastar).

De hecho, incluso a nivel funerario, únicamente se han conservado criptas de una familia importante, la de Juan de Castilla, así como un azulejo y una lápida de un tal Alonso Martín; ninguno de los cuales dispondría tampoco, a tenor de la ausencia de escudos y de los apellidos, de un rango nobiliario. Además el ábside, que lógicamente perdería su nervadura al desaparecer el tramo inicial, quedaba tan amorfo que requería ya una posterior sustitución, cosa que sucedió dos siglos después.

Los accesos a las dos dependencias laterales, al retranquearse, debieron rehacerse. Afortunadamente, las obras barrocas no eliminaron del todo sus vestigios; así, vemos en alzado y en el corte III, cómo éstos consistían en sendos arcos de medio punto apoyados en pilares de ladrillos rectangulares y achaflanados, con una semicolumna adosada también de ladrillo, hasta la imposta, seguramente moldurada.

En el caso de la Capilla situada bajo la del Carmen, la cota de pavimentación seguía siendo algo menor que la del resto, junto a dicha capilla, la arquería meridional exterior permaneció intacta; sin embargo, el resto de la nave fue totalmente transformada. De hecho, los muros laterales se derribaron y en su lugar se alzaron primeramente los cuatro arcos diafragma ojivales que hoy vemos y con posterioridad se cerraron los espacios y se procedió a la cubrición. La cota de pavimentación siguió siendo la misma; y en el muro de los pies se iniciaron las obras del cuerpo inferior de la escalera de caracol de la torre y de su primer cuerpo de ladrillos. Los accesos meridional y septentrional se ubicaron donde hoy, al menos el primero.

Se construyeron los artesonados mudéjares de par y nudillo decorados con estrellas de ocho puntas y menados moldurados, así como elementos florales policromados. Sólo queda de esta operación la armadura del cuarto cuerpo.

El resultado final, fue una iglesia de una única nave, de gran anchura, con arcos transversales ojivales muy abiertos y con poco alzado (un metro desde el cimiento de los pilares a la imposta del arco), cubierta con un artesonado relativamen-te rico y rematada con un ábside amorfo y disminuido. En los laterales, las dos capillas originales pasaban a ostentar la categoría de semicruceros, ya que quedaban aisladas de la cabecera, y aunque con un eje distinto, estaban en función de la nave. A los pies, la torre comenzaba a erigirse tan lentamente que daba opción a cambios de estética incluso en las pequeñas troneras (la más baja conopial)

Como vemos el carácter de la obra fue radical, y aunque ya hemos hablado del abandono del proyecto primario y de la bajada general del nivel artístico, no estuvo exenta de elementos de cierta riqueza como la armadura de par y nudillo dispuesta en los cinco tramos de la nave.

Tampoco fue una obra aislada sin referentes ni paralelos. Una vez terminada, a fines del XV, pasó a engrosar el grupo que Angulo llamó “de arcos transversales de la Sierra”, en el que destacan los grupos de la Sierra de Guadalcanal y la de Aracena, aunque existen paralelos con la Ermita del Monte en Coria y la de Santa María de Estepa (Angulo 1883). Hay paralelos en Sierra Morena y en el Valle de Córdoba hasta el siglo XVI, e incluso en el antiguo reino de Granada tras la conquista, donde se hacen más esbeltas: es el caso de las iglesias de San Nicolás de Granada o las parroquiales de Motril, Uguijar, Almería, etc.

En el grupo de la Sierra de Guadalcanal destacan la Ermita de las Angustias de Alanís, la de San Sebastián en Guadalcanal, la de la Yedra en Constantina, Nuestra Sra. del Espino en el Pedroso, Santa Ana en la Puebla de los Infantes, la parroquial de San Nicolás del Puerto, la de San Benito en Cazalla, etc.

Con la de Alanís tiene en común, la poca altura de los arcos en relación con su amplia luz, y las cubiertas de madera; con la de San Sebastián, las cubiertas de madera de tres paños, la capilla Mayor diminuta, con bóveda de crucería y sobre todo el mismo tipo de torre-fachada; con la de San Nicolás del Puerto, quizá la más importante de todas, al igual que con la parroquial de Alanís, la Capilla Mayor cuadrada y las torres fachada, casi idénticas.

En la Sierra de Aracena tenemos paralelos en El Garrobo, El Madroño, Capilla del Espíritu Santo en Cumbres de San Bartolomé, Cortelazor, Corterangel, etc.

En Extremadura (a la que perteneció Guadalcanal hasta fines del XIX), tenemos iglesias de una única nave y arcos transversales en la Ermita de Puebla de la Reina, en Puebla de Alcocer, en La Parra, en la Merced de Azuaga, etc., siendo todas, según Pilar Mogollón, de fines del XV e inicios del XVI. Se caracterizan como la de Santa Ana, por el uso del mampuesto y el ladrillo, son muy sencillas, con arcos transversales de rosca retranqueada apoyados en pilares simples, presbiterios menos anchos que la nave y de proporciones cuadrangulares, cubiertos con crucería simple y techos de madera a dos vertientes (Mogollón 1987). Con respecto a esto último, las cubiertas de par y nudillo del Sur de Extremadura son de inicios del siglo XVI, como las de Hornachos, Santa Catalina de Zafra, Siruela, Orellana la Vieja, San Francisco de Puebla de Alcocer, etc.

Existe igualmente una clara vinculación, más de tipo ornamental que compositivo con respecto a otras obras típicas de la comarca santiaguista con centro en Llerena. Observamos características comunes en los modillones que rematan las cornisas de Santa Ana, al igual que la mayoría de fachadas mudéjares de la citada ciudad, o la interesante ermita de la Virgen del Ara en Fuente del Arco. Con ambos lugares tiene en común el uso de arcadas de medio punto enmarcadas con alfices, y en especial con Llerena, el uso de la torre fachada.

Es ese, el de las torres fachada, otro de los elementos con más raigambre y paralelos en el entorno. En la Sierra Andaluza, o bien tienen la torre en espiral desplazada hacia un extremo (generalmente la derecha), como es el caso de la de Santa Ana, o bien se manifiestan en el interior del prisma de la torre. Torres fachada asociadas a iglesias con arcos transversales tenemos en la iglesia Mayor de Guadalcanal, con torre también de fines del XV, aunque algo anterior a la de Santa Ana, también con escalera desplazada a un lado y con arcos conopiales en el campanario moldurados (en Santa Ana, los arcos son ya de medio punto, pero la conopia está presente en los tragaluces de la escalera de caracol).

Igualmente, asociadas están la de San Esteban, muy semejante a la nuestra, a excepción de la esbeltez de los arcos, su goticismo y su campanario renacentista. La iglesia parroquial de Alanís tiene en común el espesor del muro de los pies, con torrecilla, escalera y remate independiente respecto al campanario, que es de un hueco por frente; es una de las fachadas más parecidas a la de Santa Ana.

En San Nicolás del Puerto, el mismo muracón que en Alanís o Santa Ana en los pies se remata con una portada ojival. También existen paralelos de esta solución en Puebla de los Infantes, Cazalla, en el Aljarafe (Paterna del Campo), en Alcolea del Rio, en la misma Sevilla (San Lorenzo y San Isidoro), en Carmona (San Felipe), etc., generalizándose por todo el Guadalquivir a partir del XVI, como es el caso de Santiago y Santa María de Utrera.

En Extremadura abundan las torres fachada, generalmente independientes de la nave y levantadas en el muro occidental, como en Santa Ana. Se usa, como en nuestro caso, habitualmente el ladrillo en el campanario y la mampostería en el primer cuerpo (volvemos a repetir aquí el hecho de que estas consideraciones unitarias están realizadas sin métodos arqueológicos adecuados y hay que entenderlas como fruto de estudios sin investigaciones arqueológicas de ningún tipo que separen ni interpreten los faseados constructivos. Desconocemos la tipología de las mezquitas populares extremeñas almohades, su proyección o vinculación con las capillas mudéjares posteriores, etc.).

En estas iglesias extremeñas, como en Santa Ana, es frecuente el uso de sillares o sillarejos graníticos en las esquinas. Aunque dominan las iglesias con torres fachada cuadrangulares, abundan las rectangulares; es el caso de las parroquiales de Alía, Fuente del Maestre, Hinojosa del Valle o Berzocana. Otra característica es la relativa falta de decoración y la separación de los cuerpos mediante molduras salientes, siendo mayor el inferior.

Con respecto a los arcos, del campanario, en Santa Ana, como en el Sur de Extremadura, son dominantes los de medio punto. Una característica de la arquitectura de la orden de Santiago a fines del XV e inicios del XVI, respetada aquí, es la utilización de escaleras de primeros tramos de escalera recta en el lateral adosado y de caracol con machón central en el resto.

Fase IV. Añadidos del S. XV final/ XVI inicial

En realidad, el conjunto de obras de esta fase podría encuadrarse dentro del impulso constructivo mudéjar iniciado poco antes, sin embárgo existe constancia arqueológica de una determinada paralización de los trabajos, durante la cual la iglesia se abre al culto. Los nuevos espacios ahora añadidos son adosamientos a la nave o reformas de lo recientemente levantado, por ello esta fase adquiere autonomía y justificación propias y más que prolongación del proceso iniciado antes, debe entenderse como una inflexión no exenta de correcciones de aquella.

Cronológicamente nos situamos para este conjunto de reformas y de ampliaciones en el tránsito entre los dos siglos, ultimándose los retoques durante el primer tercio del siglo XVI a tenor de las características artísticas de que hacen gala.

En el exterior, en la galería meridional se producen reformas sustanciales en el ala oeste ya que se procede a añadir la actual Capilla Bautismal a los pies del templo. Se trata de una estancia cuadrangular abierta hacia la nave mediante una única entrada abierta en el muro y labrada en ladrillo. Su decoración a base de achaflanamiento en las pilastras y en el mismo arco, su molduración en el extrados de la rosca y en la imposta y su forma rebajada (arco carpanel) nos permiten situarla a inicios del siglo XVI. Por otra parte, su falsa bóveda de ladrillos sobre pechinas y su pavimento de olambrillas completan esa valoración cronológica.

Sin duda, la construcción de la capilla altera la galería exterior; sin embargo, ésta sigue teniendo la misma ubicación en el extremo oriental, donde la Capilla del Carmen aún no ha sido ampliada.

En el interior, a los pies de la nave se ultima el acceso a la torre, que ahora culmina mediante la terminación de sus tres cuerpos con campanario de arcos de medio punto con extradoses de las roscas moldurados y baquetoncillos apilastrados enmarcando los vanos, así como con el chapitel piramidal.

En esos momentos en el extremo norte del Evangelio se produce una extraña alteración provocada por una traslación del acceso a la escalera de caracol de la torre; hasta entonces, y desde muy poco antes, éste se efectuaba mediante una escalera recta adosada al muro de los pies que enlazaba con una pequeña puerta hoy cegada situada sobre la actual tribuna. Desde entonces, para acceder a la torre se seguirá usando la misma puerta de la escalera de caracol, pero el primer tramo desde la nave se salvará mediante una nueva escalera que obliga a retranquear hacia el exterior por espacio de un metro el paramento del Evangelio. El resultado puede verse en nuestros días, y explica el porqué de esa ubicación desalineada con el muro de la nave. Por otra parte, ese muro, con su característico aparejo toledano antiguo (el de la torre y el lado de la epístola) y su remate de modillones delata una cierta antigüedad dentro de la fase.

En el exterior Norte, es ahora cuando se adosan las dos capillas hoy visibles, separadas entre sí por un muro hoy perdido, abriéndose mediante dos puertas, por un lado a la Capilla de San Ignacio (arco de medio punto monumental), y por otro a la nave mediante una pequeña puerta situada en uno de los extremos junto a uno de los pilares ojivales transversales

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En la zona absidial, se hubo de sustituir la armadura del quinto tramo de la nave por una bóveda inclinada de ladrillos con la finalidad de dar continuidad al ábside y preparar la bóveda nueva.

Con cierta seguridad, podemos adscribir a esos momentos la creación de un programa decorativo gótico a base de pinturas murales al temple y compuesta por escenas aisladas sobre un fondo general blanco (fig. 7). Tras los estudios realizados por el restaurador Blas Calero Ramos3, se han podido identificar tres escenas situadas en otros tantos lugares del interior de la nave. La más importante se localiza en el frontal del cuarto arco diafragma del lado del Evangelio, y representa una imagen femenina con nimbo y túnica roja con una cartela con caracteres góticos no descifrados en la parte superior. En la zona superior del acceso a una de las recién creadas capillas de ese mismo lado, se disponía una gran escena de San Cristóbal con el niño en el hombro cruzando el Jordán, caracterizada por trazos similares y por la misma cartela gótica. Esta imagen fue cortada poco después al abrirse la portada de arco rebajado desde la nave.

En el sector opuesto, junto a la puerta de ingreso, un díptico jerárquico representando a la virgen y a un abad entronizados con un fondo de cortinajes igualmente rematados por una crestería y caracteres góticos no descifrados.

También ahora se retocan varios tramos de artesonado, que quizá se vinieran abajo durante las obras o por culpa de alguna catástrofe natural (no olvidemos el terremoto de 1504). El resultado será el que vemos en el tramo dos y tres, con armaduras de par y nudillo policromas pero con ladrillos sobre las alfajías, configurando un resultado mudéjar pero más avanzado (y simple).

Fase V Obras del XVI

Ya avanzado el siglo XVI, y finalizada la época de las grandes obras, asistimos a un nuevo impulso, esta vez mucho más modesto, tras el cual se verá reformada la fachada meridional y se alterará igualmente el sistema de accesos a la nave y a las diferentes capillas.

En efecto, ya no puede hablarse de grandes fases ni de culminación de obras, sino de alteraciones que reflejan la vida normal de cualquier edificio histórico en uso, sometido a los vaivenes de su feligresía y a los altibajos económicos de la sociedad que la conforma.

En este caso, seguramente la documentación existente en los archivos municipales y en los libros de obra parroquiales reflejen puntualmente cada actuación y justifiquen el porqué de decisiones como la de ampliar hasta su configuración actual la Capilla del Carmen. En esos momentos, se derriban sus muros exteriores y se procede a erigirlos de nuevo, salvo el más oriental, un metro al Oeste.

Como resultado de esta actuación, la galería contigua, levantada desde las primeras épocas, debió eliminarse, y en su lugar fue alzada una nueva galería, mucho más pequeña y apoyada en las dos estancias incorporadas durante el siglo, es decir, la del Carmen y la Bautismal. Esa galería ha llegado a nuestros días y se caracteriza, por la utilización de amplios arcos de medio punto muy toscos y ligeramente apuntados, encalados y enmarcados por alfiz, y apoyados sobre pilares de ladrillo ochavados de un pie. Se trata de una característica muy extendida por la comarca, sobre todo en la Plaza Mayor de Llerena, en la Virgen del Ara en Fuente del Arco, en la ermita de Guaditoca, etc.

Hoy día, el flanco oriental de esa galería se encuentra cegado, pero en sus inicios, existía un gran arco de ingreso al Carmen del que queda una leve huella en la interfacie de con tacto del cegamiento posterior. Mediante esta apertura, el tránsito independiente hacia la capilla estuvo garantizado, e incluso, después de su cegamiento, siempre se mantuvo una pequeña comunicación, cerrada definitivamente hace pocas décadas.

Por otro lado, en el extremo opuesto del templo, en las dos capillas recién levantadas junto a la de San Ignacio, en el lado del Evangelio, se realizaron obras de cierta importancia, tales son la apertura consecutiva de las dos puerta que hoy vemos hacia la nave; la primera, algo más antigua mediante un arco carpanel, la segunda, de medio punto Aún por entonces ambas se hallaban separadas por el muro fundacional y funcionaban con advocaciones distintas. Esta obra provocó la sustitución de las dos escenas góticas (la de San Cristóbal y la del arco contiguo) por un encalado simple.

Cronológicamente estamos en cualquier momento de mediados del XVI, no descartando incluso una fecha más tardía. No olvidemos que todos los paralelos similares son de la segunda mitad de siglo salvo el uso de bóvedas baida o los arcos con alfices, que aunque son estilísticamente mudéjares, perduran mucho a lo largo del siglo, al menos en la zona extremeña y santiaguista, a la cual está vinculada Guadalcanal.

Fase VI. La transformación barroca. Mediados del XVII

Seguramente, y con los arreglos lógicos, la iglesia de Santa Ana dispuso, tras la última ampliación, del período más largo de estabilidad constructiva de su historia.

El templo había llegado a su plenitud funcional; es decir, disponía de todos los elementos espaciales y estructurales necesarios para atender las necesidades religiosas de la comunidad y había tocado techo en cuanto a las reformas en el interior. El resultado final era un templo de nave única, con arcos transversales, con torre fachada y escalera de caracol, una serie de capillas laterales dispuestas paulatinamente, unos accesos y pórticos necesarios en las zonas más afectadas por la lluvia, unas armaduras y cubiertas mudéjares así como una relativamente rica composición pictórica.

Se podría decir que, dentro de su tosca configuración, gozaba de cierta amplitud y elegancia ornamental. Sin embargo, y desde el mismo siglo XV, la decisión de ampliar la nave al Este en lugar de al Oeste, trajo consigo la consabida pérdida de unidad estética del ábside gótico, que perdió su tramo inicial. Por tanto, el aspecto general del templo debía estar y aparecer muy descompensado ante una zona absidial tan irregular. Seguramente ya estuvo en la mente de los que realizaron el derribo del primer tramo, el sustituir el ábside.

Por supuesto, en el siglo de relativa estabilidad que fue de mediados del XVI a la segunda mitad del XVII, esta operación debió pasarse por la mente de los alarifes y canónicos, sin embargo, no se tomó decisión alguna hasta esos momentos avanzados del barroco. Por entonces el ímpetu reformador hacía furor en todos los templos mudéjares; es conocida la repulsa que en los refinados andaluces del siglo XVII y XVIII provocaba lo gótico y más especialmente, lo mudéjar.

Por toda la región, y gracias a donaciones nobiliarias y al ambiente religioso del momento (que contrastaba con las hambrunas y creciente pobreza de la población), los templos medievales fueron transformándose y enmascarando sus atributos antiguos para revestirse con los ropajes sinuosos del barroco.

La iglesia de Santa Ana no fue menos, y durante algunas décadas se ocupó de falsear y enmascarar la ornamentación a mudéjar, dando paso a un programa pictórico más colorista y móvil, que se superpuso al anterior. Los pilares se decoraron con roleos y molduras vegetales de yeso, y las capillas de San Ignacio y el Carmen colocaron nuevas bóvedas y molduras.

Respecto al exterior, no hubo transformaciones en la nave salvo el forro de las dos portadas medievales mediante programas decorativos clasicistas, con tímpanos, hornacinas y pináculos piramidales, y arcos rebajados abocinados. Se observan este tipo de portadas en las Iglesias barrocas de la localidad, como las del Espíritu Santo, la de la Concepción o la Capilla de San Vicente, todas fechadas entre el XVII y los inicios del XVIII. En la antigua puerta de acceso a la Capilla del Carmen se realizaron obras que sustituyeron el gran arco de ingreso desde el pórtico meridional por una pequeña portada adintelada pero ornamentada de manera similar a las otras dos puertas de la nave.

En la que daba al Norte, el entrante provocado en el vano por la alteración del acceso a la torre, obligó a colocar un tejaroz de madera decorado con piezas de azulejería de arista por tabla pertenecientes seguramente al antepecho del altar mudéjar, ya eliminado por entonces.

Pero todas estas remodelaciones, más estéticas que funcionales, no hicieron más que preceder la gran reforma tan esperada desde dos siglos antes; la sustitución de los restos absidiales góticos, por una nueva capilla Mayor cuadrangular, de grandes dimensiones y cubierta por una gran bóveda hemiesférica.

En el quinto tramo de la nave, es posible que fuera en esos momentos cuando las dos capillas laterales abovedan sus accesos, seguramente para soportar mejor el empuje de la nueva bóveda y de la cúpula del presbiterio. La bóveda del citado tramo es de medio punto pero está construida con hiladas oblicuas respecto al eje, lo cual parecería indicar una cierta predisposición para la sujeción de un peso lateral. Hemos localizado paralelos, no obstante en pequeñas bóvedas de celdas de la Cartuja de Cazalla; fechadas a inicios del siglo XVI. Tal vez fuese esta una tradición local o comarcal con otros fines aún no conocidos.

La masa del presbiterio, elimina la cabecera gótica y eleva su cúpula sobre cuatro grandes pilares moldurados y sobre otros tantos muros de gran anchura y aparejo de mampuesto con cadenas de ladrillo muy sobresaliente y espaciadas: En uno de esos muros, apareció embutida una de las claves góticas de la nervadura, hoy extraída.

En el interior, la decoración se ha perdido definitivamente; sólo se conserva un barroco escudo de la orden del Carmen en la clave; por su parte en el exterior, han aparecido restos de una ornamentación esgrafiada en los muros de mampuesto compuesta por círculos paralelos, mientras que las cadenas estaban decoradas con el ladrillo visto y un listel de yeso con dos bandas paralelas esgrafiadas en las llagas de los intersticios. Esta es una solución muy utilizada en la Sevilla del XVII y XVIII, que está apareciendo recientemente bajo las coberturas y encalados posteriores.

En planta, la operación barroca se completó con el adosamiento en uno de los extremos, el Norte, del presbiterio, de una sacristía rectangular.

Otra transformación consecuente fue la, de las techumbres, que debieron ser necesariamente retocadas. En los muros superiores se observa un proceso de implementación en altura completada con la inclusión de un tipo de vano muy común en la zona, a base de arcos rebajados y abocardados a los dos lados. Hemos observado el mismo tipo en edificios barrocos de Guadalcanal, y en Santa Ana en todos los muros de la fase en cuestión, así como insertos sobre la fábrica mudéjar.

La cubierta, adoptó su fisonomía actual, destacando en medio de ella, el detalle de un campanario al inicio del quinto tramo, posible vestigio del período en que este espacio funcionaba como anteábside (siglo XVI).

Fase VII Las obras desde el S. XVIII

Casi todas ellas se concentran en ese mismo siglo o en los inicios del siguiente. Ninguna de ella representa una especial novedad, salvo la intrusión de la tribuna y la consecuente subida de cotas y compartimentación en los pies de la nave.

Gracias a la reforma de la tribuna asistimos a la creación de un nuevo acceso lateral a la torre, desde el forjado de la tribuna Norte, así como a la creación de un vano rebajado en el centro del muro de los pies, que aprovechando su anchura se permite el lujo incluso de abovedarse con el fin de albergar una imagen religiosa.

En la galería meridional exterior, el acceso a la capilla del Carmen se ciega definitivamente.

En la sacristía se efectúan algunas ampliaciones y se compartimenta el espacio, al igual que en la estancia situada al Sur del presbiterio.    

Por último, se puede hablar de una serie de pequeñas reformas acaecidas en los últimos dos siglos, antes del cierre de la iglesia como tal; las principales son la sustitución del primer tramo de la cubierta tras su desplome, mediante dos faldones simples a dos aguas; también el cegamiento de la hornacina de los pies; la sustitución de pavimentos por los actuales de barro; el arreglo de las techumbres de la sacristía y de la galería meridional, estos últimos muy recientemente; etc.

Muy importante, no obstante, es el largo proceso de enterramientos acaecidos desde la baja Edad Media en el interior de la nave. El resultado, al cabo de quinientos años de superposición funeraria en un breve espacio de 0’75 mts. de potencia, es la total remoción del terreno, con la consecuente hacinación de restos óseos de todas las fechas. Incluso la última tongada de ataúdes aparece destrozada por las obras de pavimentación más recientes.

En definitiva, podemos observar la disposición de las tumbas absidiales de la primera época con relativa entereza, sin embargo, las tumbas de Edad Moderna aparecen tan deterioradas y alteradas que resulta imposible su interpretación, al menos a nivel secuencial.

1 La investigación que ha servido de base para este trabajo fue realizada durante los meses de Octubre a Diciembre de 1996 a instancias del Servicio de Conservación y Obras del Patrimonio Histórico de la Dirección General de Bienes Culturales de la Junta de Andalucía con la colaboración del Excmo. Ayuntamiento de Guadalcanal y de la Escuela Taller de Restauración de la Iglesia de Santa Ana.

2 La Iglesia, o “Ermita de Santa Ana de Guadalcanal” (SE/049/002) está protegida como BIC con lareferencia 22-02/09-04-79. Por su parte, el conjunto histórico de Guadalcanal está incoado con el BIC SE/049/006 – O1-07/11-11-82.

3 Las pinturas murales góticas recuperadas durante nuestra intervención fueron consolidadas provisionalmente por el restaurador Blas Calero Ramos.

BIBLIOGRAFÍA

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GORDON; A. (1987): “Un antiguo privilegio de Guadalcanal” en Revista de Feria, Guadalcanal.

JIMÉNEZ, A. (1986): “Arquitectura mudéjar y repoblación. El modelo onubense en I Congreso de Arqueología Medieval, Zaragoza, pp. 237-249.

MEDIANERO, J. M. (1989): “Aproximación evolutiva a la pintura gótica en el antiguo reino de Córdoba” en Ariadna n° 6, pp. 3-64.

MOGOLLÓN, P. (1987): El mudéjar en Extremadura. Salamanca.

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