Joaquín Galván Baños, guadalcanalense centenario

Joaquín Galván el día de sus 100 cumpleaños

Josefita, Antonio y Paco Galván. Revista Guadalcanal año 2020

En un lugar de la Sierra Norte sevillana, cuyo nombre siempre le acompaña, antes del solsticio del verano de 1.920, Antonio Galván y Natividad Baños trajeron a ese bello lugar, Guadalcanal, a su tercer hijo al que llamaron Joaquín.

Al traspasar en estas fechas esa línea centenaria, sus hijos hemos creído oportuno homenajearlo con el relato de algunos de sus recuerdos y que ellos se plasmaran, a ser posible, en la Revista de Feria del pueblo que le vio nacer.

Sus primeros pasos transcurrieron por las calles La Manita y Altozano Bazán, recordando sus entradas y salidas, siendo muy niño, de la taberna Fandango donde fue muy bien acogido y en la que trasteaba entre toneles y botas de vino, con cuya familia, entrada la tercera década del siglo pasado, comenzó a llevar a cabo tareas en una huerta que poseían por La Erilla.

No puede olvidar, como tantos nacidos por aquellas fechas, los tristes y horribles hechos acaecidos en el cruento e irracional enfrentamiento tras el levantamiento de algunos altos cargos militares frente al gobierno que, de forma democrática, fue elegido por los ciudadanos. Alborotos, disparos, encarcelamientos y fusilamientos. Jamás olvidaría, siempre lo dice, un día de la segunda quincena de agosto de 1936 en el que, a las seis de la mañana, yendo a su trabajo en la huerta de la Erilla, fue testigo del fusilamiento de algunas mujeres, entre otras una joven de dieciséis años y una embarazada, en el lugar en el que se encuentra el transformador eléctrico frente a la Posa. También el de otros hombres del pueblo donde hoy está situado el bar en la parte baja de El Palacio.

Al ser tan joven, sólo tenía 16 años, nos dice que por eso se libró de tener que participar en la guerra civil y pudo quedarse en el pueblo. No así su padre y su hermano mayor Antonio que eran votantes de partidos de izquierda. El primero fue encarcelado en Sevilla donde falleció a los pocos meses, y el segundo tuvo que dejar su tierra y su familia y huir a Francia.

Joaquín Galván durante el servicio militar

Finalizada la contienda, teniendo diecinueve años, lo excluyeron del servicio militar, -según nos dice- por su baja estatura. Pero en 1940 fue llamado a filas -la quinta del chupe les llamaban- licenciándose al cabo de seis años, después de una interrupción y nuevo reclutamiento, en un destacamento que había en el Coto Doñana, donde puso en peligro su vida al intentar atravesar en barca, junto con un teniente, el Guadalquivir para pasar a la otra orilla

Continuó en Guadalcanal, entró a trabajar en Renfe como obrero de vías y obras, se casó con Luisa Mejías, su novia de siempre, con la que tuvo cuatro hijos, Josefita, Antonio, Joaquín –fallecido un 24 de diciembre con dos años y medio a causa de la enfermedad denominada entonces del garrotillo- y Paco. Durante unos cinco años vivió con su familia en una de las casetas que Renfe facilitaba a sus trabajadores, sin agua corriente ni electricidad, situadas antes de llegar al túnel de Hamapega dirección Sevilla. Buenos vecinos fueron Adolfo y Antonia, sus hijos Antonio, Manolo, Rosario, Juana y Rafael.

Como sus hijos mayores tenían que ir al colegio, se trasladó a la casa familiar, que, su padre y su tío Marcial, tenían en la calle Luenga, entonces General Sanjurjo. Como siempre ha sido dado a las fiestas y chirigotas, cuenta que en ocasiones anunciaba a sus vecinos que el domingo celebraría en el gran zaguán de la casa una “Fiesta en el Aire” -era el nombre de un programa de radio-; el domingo bajaba la escalera disfrazado de cualquier tema y contaba algunos chistes con los que sus vecinos se divertían. En otras ocasiones organizaba bailes en el mismo lugar, con la música de Pepe Cenascura y su acordeón.

Al entrar a formar parte de la brigada de vías y obras de Renfe, como entonces no tenía apodo alguno, no así varios de sus compañeros, Curro, el capataz, le preguntó, y a ti Joaquín cómo te apodamos, respondiendo, “pues Cartucho mismo”. Apodo éste que, cual herencia genética, transmitió a sus hijos.

El medio de transporte entonces, para ir y volver cada día al trabajo, lloviera, hiciera frío o calor, fue una bicicleta sin cambio de marchas, que cuidaba como oro en paño.

Aparte de las penurias económicas por carecer de un buen sueldo -entonces se decía ganas menos que un ferroviario- su dicha y tranquilidad era el mantener a su familia y poder seguir viviendo en su siempre querido pueblo, ello con la ayuda de nuestra madre, quien en ocasiones le animaba a pedir traslado a Sevilla para que sus hijos tuvieran un buen porvenir. Nunca lo consiguió. Él, simplemente, quería trabajar y vivir siempre en su amado pueblo.

De la calle Luenga se trasladó con su familia a la calle Cervantes -antes calle Fox- a principios de 1960, y en 1966 a la calle Huertas, donde él y su familia, al igual que en los domicilios anteriores, fueron muy bien acogidos por los buenos vecinos Antonio Alegre, Carmen, Guadi, Matilde, Pepe Cenascura, Josefita y los Cucharos en calle Luenga, Lola, Anita y sus hijas en calle Fox y Francisco, Ventura, Rafael, Amadora, Antonio y Brígida en calle Huertas.

Continuaba trabajando en Renfe y su última etapa laboral, antes de jubilarse en 1980 con 6o años de edad, estuvo destinado en la cantera situada en la estación de Hamapega llevando el control del mineral que se cargaba en los vagones              -siempre ha conservado una cartera de piel que Valdés confeccionó a uno de sus hijos y que éste dejó en casa cuando marchó del pueblo-, y posteriormente como guardabarreras en el paso a nivel que había en la carretera de Fuente del Arco.

Sólo descansaba los domingos y sus distracciones, nos dice, dar un paseíto, tomarse unos vinos con sus amigos y por la tarde escuchar Carrusel Deportivo y revisar su quiniela, y por la noche, escuchar Radio Pirenaica en onda corta.

Su último medio de transporte, que utilizó hasta jubilarse, un ciclomotor.

Joaquín Galván con sus amigos de Fuenlabrada

Tras su jubilación, su tiempo lo dedicaba a labores de entretenimiento en el huerto que su vecino Francisco Maldonado, tiene entre el Convento y la ermita del Cristo y, para el 4 de octubre, colaborar en los preparativos de la fiesta que organizaban en la Plaza San Francisco. También varios viajes al año para pasar unos días en Fuenlabrada con su hija Josefita, en Ronda con su hijo Paco, y con su hijo Antonio en Sabadell, Tarrasa y Blanes donde se aficionó a la lectura de novelas de Agatha Christie.

Dulce y tranquila jubilación en Guadalcanal con su esposa, sus vecinos y sus amigos hasta el verano del año 2000 en el que, a causa del infarto cerebral  que  sufrió nuestra madre y que la obligaba a estar en cama y a un cuidado permanente por su gran dependencia, tuvo que dejar su amado pueblo y trasladarse  a Fuenlabrada -hizo sus amigos debido a su carácter afable y tranquilo con los que compartir sus vinitos- con su hija  Josefa que se responsabilizó  de los cuidados  de ella hasta su fallecimiento en agosto de  2013, cuando pasaban el verano en Guadalcanal, y la que le viene cuidando hasta la fecha.

Desde entonces, siempre sigue teniendo presente su pueblo del que disfruta todos los veranos, aunque en los dos últimos, por su avanzada edad, ya sólo disfruta de su casa y de los ratos al “fresco”, que cada noche espera, en la calle con sus vecinos Francisco, Ventura, Mari Loli, Rafael, Antonio, Brígida y Lole.

En tan dilatada existencia sus recuerdos son más diversos, pero, para no extender más este artículo, ha creído oportuno que sólo plasmáramos los expuestos.

Entrañable sensación en sus hijos el hecho de haber alcanzado los cien años que, aunque esperados por nosotros, no imaginábamos el sentimiento tan profundo que nos causaría.

Querido padre, nuestros cien besos y otros tantos abrazos.

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