Interpretación Histórico-Lingüística del Topónimo Guadalcanal

Piedra Corcovada

Por M.ª Dolores Gordón Peral. RG AÑO 1991

 No se conocen referencias a este topónimo mayor anteriores al siglo XIII. Desde los primeros textos castellanos hasta los actuales, dejando al margen variantes esporádicas debidas a cacografías (que de otro lado no dejan de ser elocuentes respecto de la pronunciación de estas tierras desde muy pronto), la forma que se ha mantenido es Guadalcanal. Hemos, pues, de partir de la misma para su correcto análisis.

Presenta Guadalcanal una estructura característica de los hidrónimos arábicos hispánicos, a base de un primer elemento wád, atestiguado en los vocabularios hispanoárabes, seguido del artículo árabe al, que no suele estar presente sino en nombres puramente arábicos, y solo en determinados y muy contados casos de hibridismo; y finalmente, por un sustantivo canal, que puede ser, ya los veremos, tanto un apelativo empleado por los árabes, como un nombre preexistente y por ello adoptado.

Según lo visto, es decir, de acuerdo con la estructura de la denominación, el hoy  Guadalcanal fue, en un momento inicial, solamente topónimo menor, esto es, impuesto por los árabes habitantes de aquellas tierras, que hubieron de darlo a una característica de las mismas.

Pero, ¿a qué precisa realidad se impuso en un principio?. Para ello es menester conocer tanto las voces contenidas en la denominación, como las características orográficas e hidrográficas de las tierras que potencialmente pudieron ser bautizadas así.

Sabido es que el hispanoárabe wád significaba tanto río como valle; luego, si se trata de una corriente de agua, los árabes darían el nombre a la misma, y sólo después fundarían una población en sus orillas o en sus cercanías, la cual tomaría el nombre de la corriente en cuestión. Como además no se conoce el topónimo Guadalcanal sino referido a la población –al contrario que el de Guaditoca, nombre de la ribera más conocida del término-, la corriente que le prestó la denominación hubo de perderla, para ser rebautizada nuevamente con nombre castellano.

Hemos de preguntarnos entonces, ¿de qué corriente puede tratarse?. No deja de extrañar, sin embargo, el hecho de que por la misma localidad no pase ningún arroyo, los más próximos son los denominados Arroyo de San Pedro, Arroyo de los Molinos, Arroyo de los Terreros, Arroyo del Pino o de la Plata y Arroyo de Caño Simé. Sólo el desciframiento del segundo componente onomástico, al-canal, podría darnos las claves para saberlo, pues la realidad nombrada por esta voz debía hacer característica a la corriente en cuestión.

M. Asín interpreta Guadalcanal como wad-al-qanal “río del Canal”, remitiendo a Simonet. Pero el famoso mozarabista no deja claro si canal era efectivamente un apelativo árabe, o si lo era sólo en árabe hispánico, tomado de los mozárabes andalusíes. De todas maneras, los datos que dan parecen significar que en hispanoárabe se conocía esta voz, pasando a varios nombres de lugar que Simonet escribe Canáles, Canálex, Canálix y Canáls. Ahora bien, ¿qué valor semántico poseía exactamente canal?, ¿el mismo que en latín?. Según A. Ernout  y A. Meillet CANNALIS, formado sobre CANNA, significa “fossé, canal, conduit dèau, gouttière, tuyau”. Por su parte C. Goicoechea traduce el término latino por “canal de desagüe”, “tubo, cañería”, “acueducto”. Conocemos, no obstante, otras referencias que deberíamos de tener presente en este momento. Me refiero a la existencia de derivados románicos del latín CANNA con valor de “pasaje subterráneo” y otros análogos. Señala Corominas el esp. Caño “pasaje subterráneo”, el arag. Caño “madriguera”, “cueva para refrescar la bebida”, el val. Cano, que supone procedente del mozárabe y que “designa un dispositivo importante de las viejas acequias del centro del País, cuyo significado preciso varía según los lugares: en la mayor parte es el paso de una acequia bajo un barranco o bajo otra acequia, o del barranco bajo ésta; en otros es el lugar donde se distribuye el agua de una gran acequia en varias acequias menores”. Y añade el etimólogo que en Sumacárcer no se emplea cano, pero calipont es una especie de puente por donde un barranco cruza por debajo de una acequia”, derivando dicho apelativo de un canipont CANNI PONTEM “puente del caño”.

Una vez sabido que en mozárabe se empleó caño con un sentido aproximado al de “pasadizo”, “pasaje subterráneo”, es factible la suposición de que canal tuviese esta acepción por cruce con aquella voz. Pues bien, a partir de esto, pueden haber sido tres las corrientes aludidas en principio por el topónimo Guadalcanal.

1ª) La vena de agua que desde la llamada precisamente Sierra del Agua, atraviesa el pueblo bajo tierra, y que surge en los numerosos pilares o abrevaderos de la localidad. En este caso, naturalmente, no es preciso suponer un reubautismo de la corriente por los castellanos, puesto que no era visible a sus ojos.

2ª) Uno de los arroyos próximos a Guadalcanal, que se caracterizaría por pasar a lo largo de su recorrido junto a un canal, un pasaje subterráneo, una oquedad bajo tierra. Se me ocurre pensar que tal canal podía ser el de las minas de plata conocidas y explotadas desde antiguo. Pueden cumplir esta condición los hoy llamados Arroyo de la Plata y Arroyo de Caño Simé; el primero discurre a medio kilómetro de la localidad, y tiene un nombre suficientemente elocuente, documentado además, desde 1633; el Arroyo de Caño Simé pasa a tres kilómetros al este de la población, precisamente por la conocida Mina de Pozo Rico. Ambos nombres se emplean desde al menos los siglos XV y XVI, como demuestras los textos locales. De otro lado, es muy probable que el mismo nombre, Caño Simé (ant. Caño Zímel, Caño Címel) contenga  la voz caño en el sentido de “pasaje subterráneo” de que ya he tratado (vid. supra), y que constituye un arcaísmo en el idioma. De ser uno de ellos el primitivo río Guadalcanal, tendría que haber sido rebautizada con la denominación que he referido por los castellanos que en el lugar se asentaron a partir de mediados del siglo XIII.

Algo como la segunda posibilidad de las referidas debió intuir Covarrubias, seguido del  P. Cañes, Fray Andrés de Guadalupe y Ortiz de Tovar, cuando interpretaron Guadalcanal como “río de la recreación”, “río del recreo” o “río de la plata”, indicando la fama de las minas de Guadalcanal y la plata que con abundancia sacaban de ellas, aunque sin saber la razón de ese Guad-, que ninguno de ellos justifica. Por lo que se refiere a la identificación de la segunda parte de nuestro nombre con el prerromano CANANI o CANANIA, sugerida por R. Caro, debe rechazarse totalmente, pues A. Tovar, sitúa tal oppidum entre los términos de Alcolea y Villanueva del Río, en las estribaciones de la Sierra por el Sur.

De otro lado, debo dejar constancia aquí del curiosísimo hecho de que haya sido adoptado el símbolo de una canal, esto es, una teja, además de dos dagas, para el escudo de la localidad guadalcanalense. Como en el caso de Alanís, donde le representa un alano, es decir, un perro, en el de Guadalcanal vuelve a hacerse patente la curiosidad y la necesidad que el pueblo siente y ha sentido siempre de dar una explicación a los nombres de sus lugares.

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