Iglesia Parroquial de Santa María de la Asunción de Guadalcanal

Iglesia de Santa María de la Asunción de Guadalcanal

Salvador Hernández González – RG año 1999

Introducción

Sin duda alguna la parroquia de Santa María de la Asunción constituye el principal monumento de Guadalcanal, a la vez que depositaria de un patrimonio artístico que, cuantioso y de notable calidad en siglos pasados, nos ha llegado muy esquilmado por los trágicos y desgraciados acontecimientos de 1936. La evocación de este patrimonio perdido tiene, aparte de su interés para la historia del arte local, el objetivo de que tomemos conciencia de la importancia de lo que todavía nos queda. Mal podremos defender y conservar lo que tenemos si no lo conocemos ni valoramos.

Por ello, y a modo de pequeña guía artística del templo, vamos a trazar una descripción de sus valores arquitectónicos, seguida del recuerdo de las obras de arte desaparecidas, para finalizar con las obras que actualmente podemos contemplar.

  1. Descripción arquitectónica.               

El templo de Santa María es uno de los más interesantes ejemplos de la arquitectura medieval en la Sierra Norte sevillana. Las diferentes etapas que han ido marcando su historia constructiva han dejado su huella en el edificio, definiendo un amplio muestrario de elementos de los estilos islámico, gótico, mudéjar, renacimiento y barroco.

En el solar que ocupa la parroquia se levantó la primitiva fortaleza musulmana, de época almohade, de la que sólo ha llegado a nosotros un trozo de muro situado junto a la cabecera del templo y en el que se abre un arco de herradura apuntada encuadrado por alfiz. Esta construcción militar fue derribada para levantar un templo gótico-mudéjar, construido a base de sillares y ladrillo, de planta rectangular y dividido en tres naves repartidas en cuatro tramos por medio de pilares cruciformes, rematados por capiteles muy sencillos en forma de cavetos, sobre los que apoyan arcos apuntados. Dichas naves primitivamente debieron estar cubiertas por techumbres de madera en forma de artesa en la nave central y de colgadizo en las laterales.

La nave central comunica a través de un arco toral apuntado, con el presbiterio o capilla mayor compuesto por dos tramos, ambos cubiertos con bóvedas góticas de nervaduras. El primero el más cercano a la nave y de planta rectangular, lo hace con bóveda sex partita, mientras que el segundo, de planta poligonal, se cubre con bóveda de crucería dispuesta en forma de abanico, cuyos nervios arrancan de baquetones coronados por capiteles de sección troncopiramidal cuyas caras se decoran con figuras de gran tosquedad. Las naves laterales terminaban primitivamente antes de construirse las capillas que constituyen sus cabeceras, en testeros planos, iluminándose por medio de óculos de cinco lóbulos abiertos en la cabecera y ventanas en forma de arcos de herradura a los lados. El arcaísmo de algunos de los elementos descritos ha llevado a la crítica histórico-artística a fechar el templo a comienzos del siglo XIV, continuando las obras a lo largo de dicho siglo y desarrollándose hasta el siguiente. Así lo prueba la construcción de la capilla adosada a la nave derecha o de la Epístola, fechable en momentos avanzado del siglo XV o comienzos del XVI y compuesta por dos tramos, el primero cubierto con bóveda de crucería estrellada con terceletes, mientras que el segundo, producto de una reforma de época bastante posterior, lo hace con bóveda semiesférica sobre pechinas.

También a estos años de transición entre los siglos XV y XVI se deben otras partes del templo, como su portada y la torre. La primera, abierta en el muro izquierdo o del Evangelio, está formada por un vano adintelado cobijado por arquivoltas apuntadas y abocinadas, encuadrándose lateralmente por sendos baquetones rematados por pináculos y coronándose el conjunto por un alero de modillones. Obra muy característica de fines del gótico, muestra cierto parentesco con las portadas laterales de la parroquia de Santiago de Llerena. Esta relación artística no resulta nada extraña si se tiene en cuenta la pertenencia de Guadalcanal hasta mediados del siglo XIX en lo eclesiástico a la denominada Provincia de León de la Orden de Santiago. Esta institución religiosa-militar tenía establecido un Provisorato en la citada localidad pacense, del cual dependía todo lo relativo a la vida religiosa en Guadalcanal hasta su incorporación en 1851 al Arzobispado de Sevilla.                  

La torre, ubicada a los pies de la misma nave izquierda, está ejecutada en ladrillo y se compone de cinco cuerpos, abriéndose los vanos del cuerpo de campanas, por medio de arcos conopiales que enlazan con la moldura que da paso al pretil que corona el conjunto. En esta construcción puede advertirse la influencia del modelo de campanario fuerte, macizo y monumental presente en muchas localidades de la provincia de Badajoz, pudiéndose citar a este respecto, entre otras muchas, las torres de las parroquias de Azuaga y Granja de Torrehermosa.               

Conforme avanza el siglo XVI continúan las obras en el templo. Se construyen las capillas de cabecera de las naves laterales. La de la cabecera de la nave izquierda, dedicada en tiempos a Nuestra Señora del Espino y fundada por Alonso Ramos, hijo de Rodrigo Ramos el Viejo, es de planta rectangular y se cubre con bóveda elíptica sobre pechinas, mientras que la de la nave contraria, edificada en torno a 1550 a expensas de Francisco López, clérigo, venido poco antes del Perú, muestra bóveda vaída de intradós acasetonado.

El siglo XVII contempló la construcción de la sacristía, según declara la inscripción situada en la pequeña portada, rematada por frontón triangular, que le da acceso: “Esta sacristía se hizo siendo Mayordomo Francisco Ximénez Sotomayor, Regidor Perpetuo. Año de 1600. La gloria sea a Dios”. Ya en el XVIII debió emprenderse la construcción del coro, a los pies del templo, y la reforma de las cubiertas de las naves, sustituyendo las primitivas techumbres de madera por bóveda de medio cañón rebajado en la nave central y de medio cañón simple en las laterales. En este sentido hay que tener en cuenta que el 28 de agosto de 1719 Francisco del Toro y Antonio González, maestros de albañilería y de carpintería, respectivamente, vecinos de Llerena, otorgaban escritura ante Pedro de Figueroa, notario de Guadalcanal, sobre la obra que necesitaba este templo.

Ya en nuestro siglo, concretamente en 1931, se construyó la torre del reloj, recientemente reconstruida a raíz del derribo sufrido a consecuencia de un fuerte temporal.

2. El patrimonio artístico desaparecido, a través de un inventario de 1924.

La parroquia de Santa María fue acumulando a lo largo de su dilatada historia un nutrido patrimonio artístico compuesto por retablos, esculturas, pinturas, piezas de orfebrería y ornamentos sagrados de diferente época y estilo, en su mayor parte destruido pasto de las llamas en los desgraciados sucesos en 1936.

Ya en el siglo XVI se registran algunos encargos de obras para este templo. El 6 de diciembre de 1585 Antonio Rodríguez de Cabrera concertaba con el escultor Juan Bautista Vázquez el Viejo la ejecución de un retablo compuesto por banco, un cuerpo articulado por pilares de orden corintio y ático. La hornacina del único cuerpo albergaría una pintura de la Anunciación, mientras que el ático estaría presidido por la figura de Dios Padre. Y seis años después, el 18 de octubre de 1591 Luis de Porres, Abogado de la Real Audiencia de Sevilla y tutor de García Díaz de Villarrubia de Ortega, concertaba con Diego López Bueno y Francisco Pacheco, quienes se ocuparían de la parte arquitectónica y pictórica, respectivamente, un retablo compuesto por banco, un cuerpo articulado en tres calles por columnas y pilastras estriadas y ático. En el banco se representaba a los Evangelistas, flanqueando el tema de la Sagrada Cena, mientras que en la hornacina central figuraba la Asunción de la Virgen, acompañada en las hornacinas de las calles laterales por Santo Domingo y San Francisco, cuyas efigies eran rematadas por los bustos de la Magdalena Penitente y Santa Catalina mártir, apareciendo la Trinidad en el ático y la figura de Jesús en el remate del retablo.

El siglo XVII asiste a la ejecución de un monumental retablo mayor, contratado en 1638 con el escultor Mateo Méndez de Llerena, quien tres años antes, en 1635, concertó otro retablo para la capilla que en el mismo templo tenía Francisco de Rojas Bastida.

La actividad artística continúa también en el siglo XVIII. En primer lugar se procede al dorado del citado retablo mayor, tarea de la que se encargó entre 1703 y 1707 Antonio Gallardo, maestro dorador vecino de Sevilla. Y en segundo lugar, el 1 de abril de 1.712 José García Zambrano, maestro escultor vecino de Llerena, concertó un retablo para la capilla de la cofradía de Nuestra Señora del Rosario, el cual “ha de tener seis columnas salomónicas talladas de rosas, Sagrario de uso, nicho para la imagen y todos los demás adornos competentes arreglado a planta que muestra, peana para la imagen con tres serafines”.           

A través de estos contratos podemos comprobar que en el patrimonio artístico de Guadalcanal se hace presente una doble influencia: por un lado, la de la escuela sevillana, lógica por la situación geográfica de la localidad y a la que llegan obras de artistas tan destacados como el escultor Juan Bautista Vázquez el Viejo y el pintor Francisco Pacheco, este último más conocido por ser suegro de Velázquez y por su obra literaria que por su labor propiamente pictórica y por otro lado, la pertenencia de Guadalcanal a la Orden de Santiago, como antes se dijo, motiva las naturales relaciones con un centro artístico de tanto peso en la Baja Extremadura como era Llerena, considerada como “la Atenas de Extremadura”. De esta forma, Guadalcanal aparece como un verdadero cruce de influencias artísticas, imprimiendo esta mezcla de rasgos andaluces y extremeños un peculiar sello a sus monumentos.                              

Desgraciadamente todas las obras citadas en las noticias documentales arriba expuestas han desaparecido, como la mayor parte de las que se repartían por el templo que estamos analizando. Gracias a un inventario de 1924 ya los estudios de los profesores Hernández Díaz y Sancho Corbacho podemos hacernos una idea de este patrimonio perdido y su situación en el templo.

El presbiterio estaba presidido por el retablo mayor ejecutado por Mateo Méndez.

Era una monumental estructura arquitectónica en madera dorada distribuida en tres planos para adaptarse a la forma poligonal del testero. El plano central estaba organizado por una gran hornacina conteniendo un relieve de la Asunción de la Virgen, de madera tallada y rodeada de ángeles, que procede de la iglesia de San Vicente:’, flanqueada por columnas pareadas estriadas de orden corintio sobre las que apeaba entablamento y frontón triangular partido. Sobre esta hornacina montaba el segundo cuerpo, articulado por columnas también corintias y estriadas entre las que se repartían cartelas con atributos marianos, dando paso al ático, compuesto por una hornacina con la figura del Crucificado. El plano derecho o de la Epístola se organizaba en dos cuerpos, articulados por medio de columnas jónicas en el primero y corintias en el segundo, entre las que se abrían hornacinas, rematadas en medio punto las inferiores y adinteladas las superiores, todas rematadas por frontones rectos y rotos, albergando esculturas de los santos Pedro, Pablo, Atanasio y Crispín. Como remate, un pequeño ático con pintura de tema sin identificar. El plano del lado contrario consistía en una hornacina abierta en arco muy rebajado, a modo de pequeña capilla, “llamada de las Llagas de San Francisco”, quizás por contener un lienzo en el que se representase el episodio de la Estigmatización de dicho santo, aunque antes de su destrucción albergaba una imagen de vestir de la Virgen, según se advierte en fotografías antiguas. Sobre dicha hornacina descansaba el segundo cuerpo, organizado como su compañero del lado contrario por medio de hornacinas rematadas por frontones en las que se cobijaban las imágenes de San Cristóbal y San Blas, El frontal del altar estaba formado “de preciosos azulejos de refractos (reflejos) metálicos, de gran mérito y antiguos, encontrados detrás de un muro”.                                         

            Al arco toral se adosaba, aparte de sendas esculturas de ángeles lampareros, un púlpito de hierro forjado “del siglo XV, formado recientemente de un balcón de aquella época y adosado a la verja del Sagrario, constituyendo un hermoso conjunto por ser del mismo estilo y antigüedad, viniendo a sustituir al que existía, de madera, feo y de mal gusto”.

Situándonos ya en la nave izquierda o del Evangelio, ésta era encabezada por la capilla del Sagrario, dedicada antaño a Nuestra Señora del Espino, como antes se dijo. Ocupaba su testero un retablo de madera, tallado y dorado, presidido por la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, flanqueado por la de la Inmaculada Concepción y el Arcángel San Rafael, mientras que en la parte superior figuraba un lienzo pequeño de Nuestra Señora del Espino. El tabernáculo del Sagrario era también de madera, tallado y dorado, “Y por dentro con piedra de jaspe y forrado de pequeñas cornucopias”.

Ya en la nave y bajo arcos abiertos en los muros se cobijan tres altares. El primero contenía un retablo dorado que albergaba un grupo escultórico de Nuestra Señora de las Angustias, “con el Señor muerto en los brazos y un angelito que le sostiene una mano”. El segundo estaba dedicado a San Juan Nepomuceno. Y el tercero, también con retablo dorado, contenía la imagen de San Antonio.

La capilla bautismal, cerrada por una verja de hierro forjado, tenía en su altar una pintura en lienzo de San Juan Bautista y las imágenes de San Isidro y Santa María de la Cabeza, situándose sobre una repisa una urna con la imagen del Señor de la Humildad y Paciencia.

            Pasando ya a la nave contraria o de la Epístola, en su cabecera se abría la Capilla del Amarrado y Soledad, en la que se hallaban dos retablos. El principal estaba presidido por la imagen de Nuestra Señora de la Soledad, abriéndose a sus pies una urna con el Señor yacente. A los lados de la escultura mariana se situaban las esculturas del Niño Jesús y de San José, ésta “de gran mérito”. En el otro retablo, de madera pintada con adornos dorados, obra de la segunda mitad del siglo XVIII, se veneraba la imagen del Señor amarrado a la Columna, de escuela sevillana del primer tercio del siglo XVIII y en la parte superior la Virgen de la O.

La siguiente capilla era la de Nuestra Señora del Rosario, también denominada del Cristo de las Aguas, dividida en dos tramos, el primero cubierto con bóveda de nervaduras gótica y el segundo con semiesférica sobrepechinas, como ya se dijo al describir el templo. En el segundo tramo, que cumplía la función de presbiterio, se levantaba un retablo “muy deteriorado y de pésimo gusto con la imagen de Nuestra Señora de la Asunción (. ..) Y debajo un cuadro-relicario con varias reliquias de santos”. A su izquierda se situaba el altar del Crucificado de las Aguas, “imagen de colosales proporciones”, al parecer de papelón, flanqueada por San Juan Evangelista y Santa María Magdalena, situándose en dos repisas la Virgen de los Remedios y Santa Clara. En el primer tramo, situado junto a la verja de entrada, se ubicaban otros dos retablos. El primero, de madera tallada y dorada, decorado con columnas salomónicas, estaba dedicado a Nuestra Señora del Rosario, debiéndose identificar con el que antes vimos había concertado en 1712 el maestro escultor José García Zambrano. El segundo, pintado en blanco, albergaba una interesante escultura de San Francisco de Asís, de escuela sevillana del primer cuarto del siglo XVII, atribuida por el inventario de 1924 a Martínez Montañés, aunque quizás habría que relacionarla más bien con el estilo de Juan de Mesa, a quien se atribuye la desaparecida escultura de San José con el Niño de la iglesia de San Vicente de la propia localidad.

Ya de nuevo en la nave, en ella se situaban la capilla de Nuestra Señora de Guaditoca, “toda ella alicatada a metro y medio, siendo también de azulejos el retablo, gradas, mesa y frontal del altar”, y el altar de las Animas, con pintura de este tema.

Finalmente, de los muros del templo colgaban diferentes pinturas, como las de la Asunción de la Virgen, la Inmaculada, San Juan Nepomuceno, Santo Domingo de Guzmán, San Ignacio de Loyola y la Virgen de las Angustias.                     

3. El patrimonio artístico actual.

La parroquia de Santa María alberga hoy entre sus muros un conjunto de obras, en gran parte de moderna ejecución, que han venido a llenar el vacío dejado por la desaparición de las piezas antes mencionadas.

El actual retablo mayor, ejecutado en 1955, alberga una serie de pinturas de Rafael Blas Rodríguez realizadas en la misma fecha e inspiradas en los grandes temas de la pintura flamenca e italiana de los siglos XVI y XVII. En el ático se sitúan una escultura del Crucificado del siglo XVI, y dos tablas de fines del Siglo XVI representando a San Pedro y San Pablo y la Última Cena, que quizás pudiera tener alguna relación con el retablo que antes veíamos había sido encargado en 1591 por Luis de Porres a Diego López Bueno y Francisco Pacheco con destino a este templo. De gran interés es el frontal del altar, de azulejos sevillanos, fechable hacia 1600.                              

La capilla de cabecera de la nave izquierda se cierra, en el frente que mira a la capilla mayor, por medio de una interesante reja renacentista fechada a fines del siglo XVI, cuyos dos pisos se articulan por medio de balaustres, figurando en el friso que los separa inscripción alusiva a los fundadores de la capilla.

Ya por la nave se reparten algunas imágenes modernas de serie, como las de San Antonio, San Isidro Labrador, Virgen del Pilar, San Rafael, Virgen Milagrosa y Virgen de Fátima, además de un lienzo de las Ánimas, firmado por el citado Rafael Blas Rodríguez y fechado en 1957. Muy interesante resulta la pila bautismal, de estilo mudéjar y fechable en el siglo XIV, cuyas caras exteriores se ornamentan a base de arcos de herradura apuntados.

En la nave contraria, aparte de algunas rejas de forja del siglo XVI, entre las que sobresale la que cierra la capilla de cabecera, obra atribuida al rejero Francisco Medina, hay que destacar, algunos retablos, recompuestos a base de elementos procedentes de otros desaparecidos y diversas esculturas, algunas antiguas, como la de San José con el Niño, Cristo de la Humildad y un Niño de Jesús, todas del siglo XVIII, y otras de moderna ejecución. De estas, algunas son de serie como las del Resucitado, Santa Teresita, Virgen del Carmen, San Juan de Dios, Sagrado Corazón y Cristo en su Entrada en Jerusalén, de la Hermandad de la Borriquita, mientras que las pertenecientes a otras hermandades de penitencia son debidas a afamados artistas sevillanos de nuestro siglo. Así, a Castillo Lastrucci se deben las imágenes del Cristo de la Sangre Amarrado a la Columna y Nuestra Señora de la Esperanza, titulares de la Hermandad de la Vera Cruz, y San Juan Evangelista, perteneciente a la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno, cuyo titular es obra de José Fernández Andes, debiéndose su cotitular, la Virgen de la Amargura, a Antonio Illanes, quien también ejecutó la imagen de Nuestra Señora de la Soledad. cotitular de la Hermandad de su nombre, siendo el Cristo Yacente de autor desconocido. El Santísimo Cristo de las Aguas y Nuestra Señora de los Dolores, titulares de la Hermandad de las Tres Horas, son obra de José Blanco (1952) y Rafael Quilez, respectivamente. La más reciente de las imágenes procesionales es la de la Virgen de la Paz, ejecutada en 1982 por Matilde García, discípula de Buiza, titular junto al Cristo de la Humildad de la Hermandad del Costalero.             

Finalmente habría que mencionar la colección de piezas de orfebrería del templo, fechadas entre los siglos XVI al XIX y entre las que destacan un ostensorio de plata dorada y cincelada del último tercio del siglo XVI, la cruz parroquial de plata dorada y cincelada decorada con figuras de los Evangelistas y relieves de la Asunción de la Virgen y los santos Pedro, Pablo, Catalina, Lorenzo, Santiago y María Magdalena, fechable hacia 1600; un ostiario de plata en forma de caja circular cubierta por tapa cónica con gallones, con decoración tardogótica, obra del segundo cuarto del siglo XVI; y un cáliz manierista del último cuarto del siglo XVI.

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