I EXALTACIÓN AL COSTALERO

Pregón realizado por JOSÉ RAMÓN MUÑOZ LLANO, dentro de las I Jornadas Codradieras de Guadalcanal, organizada por la Hermandad de Ntro. Padre Jesús Nazareno y Ntra. Sra. de la Amargura, de Guadalcanal, el día 19 de marzo de 2023

Suena el llamador, y pasa mi vida. Bajo tus plantas me encuentro, mi Cristo del Amor, mi Cristo de la alegría, acomodando los anhelos de todo un año a la trabajadera.

Probando si mi costal es digno de ti, rezando el Rosario que me entrega María, para contar tantos años en los que siempre sentí, que mi sitio en la tierra estaba debajo de un paso, suena el llamador y pasa mi vida. 

 Soy consciente de que hoy no es ese día, en el que mi pueblo se viste del niño que nunca dejó de ser, con la túnica blanca que Guaditoca le hizo a medida, celeste del agua que da nombre a su sierra bravía. 

Soy consciente de que aún estamos dormidos, en este trance que llamamos Cuaresma, esperando que llegue aquel domingo, soñando que nunca llega. 

Sé que aún no es el día, pero viviendo de recuerdos, se me ha hecho oír que el portón se abría, liberando oraciones y ruegos que recogen las golondrinas, para llevarlas a los que desde el cielo nos miran. Se me ha hecho oír al que en la Cruz expira, al que siento como Padre Nuestro, el que cuida a mi familia, que desde el madero y con su bondad infinita, me dice que hoy no es tiempo de lamentos, que el Domingo de Ramos se hizo para la alegría. 

Se me ha hecho oír a los niños estrenando sueños, regalando ilusiones a porfía, por ser del Señor los predilectos, en su primera cofradía. 

 Y, como cuando suena el llamador pasa mi vida, con la venia del tiempo, hoy quiero desandar mis días, para contaros esos momentos en los que, sin verdades ni mentiras, el niño que ya nunca encuentro, jugaba con aires de costalería, en el mundo de los sueños. 

 Es atrevida mi osadía, por saltarme un firmamento para recordar aquellos días, de los que ya ni me acuerdo, en los que un niño con una silla daba vueltas sin relevo, del salón a la cocina, soñando ser costalero. 

No pasaba un solo día, fuera cuaresma o adviento que no saliera una cofradía, siempre del mismo templo, sin ciriales ni cruz de guía, sin cortejo de nazarenos, pasaba las horas de mi infancia, creyendo tocar el cielo. 

Siempre se hacían cortos los ensayos, nunca me pesaba ese banquito, que, siendo de plástico, se hacía paso de madera tallado, o el más pesado de los palios. 

Y siempre la misma melodía, la que tocara mi banda en el 75 aniversario, de la amargura que Illanes talló, convertida en bendito sagrario. 

 Y siguiendo con esta retahíla, de vivencias del pasado, me acuerdo de mis amigos, los que dieron conmigo el primer izquierdo, bajo una cruz de mayo. No hay ni habrá nunca mayor amistad, ni más estrecho lazo, que el que pueda unir el costal, fraguado bajo un paso. Siendo solo niños y a nuestra corta edad, sabíamos lo que era el compañerismo y la virtud de ayudar. Qué bonito era soñar, que nuestra ilusión compartida, era ser costaleros en Guadalcanal.

Suena el llamador y pasa mi vida. 

Entre el primer y el segundo golpe me acuerdo de mi respuesta cuando me preguntaban que quería ser de mayor: yo, costalero. Que inocente y qué sincero respondía sin saber que esa sentencia se iba a cumplir. En aquellos tiempos, no pensaba en las leyes del recreo. Mi única vocación era ser como aquellos hombres que desde mi pequeñez parecían titanes con su poderoso racheo. Dice mi madre que tardé mucho en echar andar, pero que mi primer paso fue con el izquierdo. Y desde entonces, no he parado de marcar el compás como me enseñó mi maestro, el que con una toalla me hacía un costal, y ninguno mejor me han hecho. 

Y así, entre parihuelas de plásticos, cruces de mayo, el pasito de San Marcos y mis amigos a mi lado, llegó el día en que cumplí mi sueño de ser costalero bajo Cristo Resucitado. Lo que viví aquel día nunca podré explicarlo, ni tampoco olvidarlo. Me acuerdo de cada chicotá, de cada relevo, de la voz de mi primo mandando izquierdos, de la persona que llevaba al lado al que siempre recuerdo en cada levantá, el que me enseñó a subir al cielo. 

Suena el llamador y pasa mi vida, mi capataz ya ha llamado al patero, portavoz de mi cuadrilla. Y por fin llegó ese momento que he esperado tantos días. 

Llegó el momento de demostrarle al verdadero capataz todo lo que siento por dentro cuando me vuelve a llamar. Demostrarle que sé fijar el costero, que ayudo a mis compañeros y que no lo tiro en las arriás. Porque yo no estoy aquí por estar, estoy porque él me vino a buscar, estoy porque cuando me bauticé, Él me dijo coge tu costal y sígueme. Porque es la forma de vivir que ha elegido para mí. Porque me quiere siguiendo su voz a ciegas, confiado en su vámonos de frente, y quiere que sea obediente cuando la calle sea estrecha. Porque Dios me condenó en su sentencia, a ser siempre costalero, hasta el fin de mi existencia.

 PRESENTACIÓN

Reverendo Señor Cura Párroco de Santa María de la Asunción con Santa Ana y San Sebastián, Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la hermandad de Nuestro Padre Jesús y María Santísima de la Amargura, capataces, costaleros, cofrades de Guadalcanal. 

Hace unas semanas sonó el llamador, y mi capataz me citó para que estuviera aquí hoy. Yo, con todo lo que tengo, me puse en la trabajadera atento a lo que él me mandara. El capataz, quería que este costalero, que apenas sabe lo que significa serlo, hablara en esta chicotá mandando la cuadrilla que formamos todos los cofrades de Guadalcanal, los que remamos en la misma dirección por mantener nuestras tradiciones, que más que tradición, es nuestra forma de vida. He de decir que al principio me lo pensé, por la insolencia que supone que un joven de 25 años, le cuente a los que llevan toda una vida qué se siente al ser costalero. Yo, en mi cobardía, ni por un momento pretendo servir de ejemplo, pero, acostumbrado a pedir la venia antes de hablar, le pido permiso a mi pueblo para que me deje soltar todo esto que llevo dentro, vivencias acumuladas desde la cuna que, como dije antes, vuelvo a revivir cada vez que suena el llamador y pasa mi vida. 

Antes de coger la primera revirá, tengo que deciros que mi capataz no es solo eso, es también como de mi familia. Desde que tengo uso de razón lo he admirado por su firmeza en el comando de los pasos, siempre lo he tenido por un maestro en el arte de la costalería, y desde que tengo el placer de estar bajo sus órdenes, me reafirmo. Y no sólo es capataz de muchos, también es ahora Hermano Mayor y un incansable luchador de nuestra Semana Santa, un cofrade que va a contracorriente de otros que no miran hacia delante, sino hacia atrás, apagando nuevas ideas por considerar que si nunca se habían hecho antes, no deben hacerse. Personalmente, en nuestras incansables tertulias en las que montamos castillos en el aire afanados por llevar nuestra Fiesta Mayor a todo su esplendor, nunca he recibido por su parte un no a mis sueños. Es, por ende, una persona positiva, que en vez de ver los obstáculos ve las posibilidades de un pueblo enraizado en sus devociones, que puede llegar donde quiera. No creo que nadie tenga dudas de que Guadalcanal son sus hermandades. Por eso, dije que sí a estar aquí este día, y siempre te apoyaré en tu ilusión por hacer aún más grande nuestra Semana Santa. No seguiré contando qué tipo de persona eres ni cuanto haces por nuestras cofradías, porque a buen seguro la gente lo comprenderá el domingo que viene, cuando pregones tu vida. Gracias por todo lo que me has enseñado y suerte pregonero, no vas a pasar como uno más por ese atril, y creo que ese será tu mayor premio. 

 EL COSTALERO

Ahora os hablo a vosotros, costaleros, los de ahora y los de siempre. Como he dicho antes, no tengo la experiencia suficiente para dar lecciones de este arte sacro que es ser los pies de Dios en la tierra. Solamente voy a decir lo que ya está dicho, lo que todos vosotros sentís en cualquier ensayo, y lo que demostráis cada día. Quizá, por la rapidez con la que vivimos la vida no os hayáis dado cuenta de todo lo que supone ser costalero, la profundidad que tienen cada uno de nuestros actos, la belleza en cada movimiento, y el gran ejemplo que dais al resto de los cristianos. En una sociedad que potencia el ateísmo y la persecución a nuestras creencias, en la que nuestros dirigentes políticos quieren erradicar nuestras tradiciones y las devociones que acunaron nuestras familias, en un contexto social en el que nadie se quiere pronunciar sobre su religión por miedo a que lo machaquen los que creen ser más sabios por creerse dioses, nosotros, los costaleros, somos pública manifestación de fe, de tradición y de devoción hacia nuestro Señor Jesucristo y su Madre María Santísima. 

Mientras que otros cristianos, que dicen serlo, se esconden por lo que puedan opinar de sus creencias sus amigos, en su trabajo, o con la gente nueva que conocen, los costaleros sacamos pecho y avanzamos con el izquierdo a toda vela, capitaneados por Dios mismo que nos manda seguir su Evangelio de la forma costalera. Nunca he visto a un costalero que no presuma de serlo, sea aquí en nuestra tierra o en cualquier otro sitio por hostil que sea. La valentía del costalero trae siglos de herencia, de nuestros padres y abuelos, trae la fidelidad de los primeros discípulos, de los mártires torturados en las guerras. Trae la confianza en su primer y único capataz, el que nos guía desde el cielo en todas las calles de nuestra vida, y nos indica el camino correcto. El costalero lleva en sus venas la incondicionalidad con Dios que mostró San Juan en la más profunda Amargura de su Madre, la pasión con que María Magdalena amaba a Cristo, la fortaleza de San Pedro para fundar nuestra Iglesia, y la entereza de Santiago para conquistar la tierra. El costalero late a un mismo son, lleva una misma bandera, la de los legionarios de Dios que luchan por mantener intacta la esencia de ser portadores de la Buena Nueva. 

El costalero lleva siglos acercando la Pasión de nuestro Señor a toda la humanidad, convirtiendo esta era en la Jerusalén primera que fundó la cristiandad. Cada vez que pasean al Cristo del Amor a lomos de la borriquita, en Guadalcanal se puede sentir la alegría de aquellos judíos que anhelaban la llegada del Mesías. Los costaleros siguen el ejemplo de quien llevan encima. Se despojan de todo lo que los aleja de Dios antes de meterse en el paso. No dejan en su corazón sitio para la grandeza, para el egoísmo, para la vanidad ni para la ira. Exprimen sus pecados fajándose a conciencia para que nada les impida entrar por esa puerta que ellos mismos han puesto, a medida de la humildad y la paciencia. Cuando hablo de esa puerta, me refiero a algo que siempre has estado, pero quizá no habéis pensado en su transcendencia. Los costaleros, antes de entrar en el paso, tenemos que agacharnos, que humillarnos, que ser los últimos, para pasar por debajo de esa zambrana que no está ahí sin sentido, es la vara de medir que el de arriba nos puso para que sus costaleros, sus pies en la tierra, y los elegidos para llevar su bendita parihuela, entremos humildes en ese cielo, y de eso, saben mucho los del Miércoles Santo. Los costaleros del Peña llevan en sus venas la paciencia para esperar sentados a que a su Cristo muera, acompañándolo en ese camino amargo que le suavizan las cornetas en el costero más largo de su existencia. Qué acierto tuvieron sus fundadores al ponerle nombre a esta hermandad, es el Costalero el mayor ejemplo de humildad y dar ejemplo es su penitencia. 

 Y ahora os sigo hablando a vosotros, costaleros, costaleros de Guadalcanal. Mi orgullo es ser costalero en la tierra que me ha criado, habrá pasos más grandes, palios más bordados, multitudes aclamando en cada esquina, pero yo me quedo con lo mío, donde se respira la esencia. 

Queridos hermanos costaleros, la tarea que se nos ha encargado no es nada sencilla. Sacar doce pasos a la calle en una semana, y a nuestra Patrona varias veces al año, solo puede ser posible por la gracia divina. Que un pueblo de 2.500 habitantes, tenga doce cuadrillas, nazarenos, bandas, gentío en las esquinas, la mejor imaginería, devoción en cada familia, eso no existe en otro lao, y sin embargo, no apreciamos su valía. 

La mayoría de los que estamos aquí, hemos pasado algún que otro mal rato viendo que algunas de las cuadrillas del pueblo no tenían costaleros. Llegando incluso a comprometer la salida. Es un hecho que las nuevas generaciones, entre las que me incluyo, no tenemos tan arraigadas como nuestros predecesores las tradiciones del pueblo. Esto, por desgracia, está poniendo en duda la continuidad de esta fiesta centenaria, al menos como la conocemos. No es un reproche ni mucho menos, los costaleros no podemos serlo por obligación, es más, es un privilegio que pocos tenemos. Pero es tarea de todos perpetuar este oficio en nuestro pueblo, ilusionando a los demás con nuestro testimonio, ayudándonos entre cuadrillas cuando haya que echar una mano, y luchando por todo esto que es nuestro para que un día lo vean nuestros nietos. Somos pocos, pero si todos remamos en la misma dirección seguiremos llenando nuestras calles de devoción, emocionando con nuestro racheo. Si alguno de los presentes nunca se ha puesto un costal, sólo os digo que lo probéis, y os prometo que os moriréis costaleros. 

Además, al costalero de Guadalcanal no se le da la opción de elegir si serlo o no, porque lo llevamos dentro. Llevamos dentro la fuerza de esos hombres curtidos en mil olivos, que aguantando calor y frío rebuscan de rodillas la felicidad de sus familias. Llevamos dentro siglos de devoción, en los que Guadalcanal ha sido el epicentro de la fe en toda la comarca, luchando siempre no por mantener, sino por enaltecer nuestra Semana Santa. Llevamos dentro los vientos de la sierra y el agua pura y viva de esa ribera que nos devuelve a su ermita, y el aceite de la cruz, y la cruz de la varita, camino de perdones que nos lleva hacia la luz, que es la Madre que nos guía. Llevamos dentro el esfuerzo de nuestros ancestros, el dolor de la almohadilla, el son de los alabarderos, la verónica y su tonadilla, la centuria de guerreros, el esparto en las zapatillas, las heridas en los cuellos, las imágenes de Montañés, quemadas por la envidia, la orden de Santiago, las iglesias y capillas, que en su día nos expropiaron, dejando la de Santa María, el Sermón de las Tres Horas, las Tres Horas y su agonía, la banda de Don Antonio, las cornetas antiguas, la Concepción en su barrio, Santa Ana y su mezquita, San Sebastián y su campanario, el Cristo de la ermita, Ortega Valencia y los indianos, el convento y sus monjitas, los costaleros de antaño, la fuerza de sus reaños, y su eterna costalería. 

Por eso el Jueves Santo, se amarran a la trabajadera con la enredadera de sus sentimientos, soportando latigazos, impidiendo el desagravio, que los romanos te hicieron. Son esos hombres debajo del paso tus fieles compañeros, siguiendo tus huellas descalzos cumplen a ciegas tu Evangelio, confiando siempre en tu mando cuando mandas un izquierdo, dan valientes ese paso sin dudarlo ni un momento. Siempre serán los que celebren la última cena a tu lado, porque tú los quieres contigo antes de subir al calvario, están amarrados a tu destino porque así se lo han enseñado, los de verde y rojo que, desde siglos, la Vera Cruz adoraron. 

 Y ahora vuelvo a estar debajo, en mi hogar, mi descanso, el sitio que me ha regalado Dios para sentirme cerca de Él. La Madrugá es un escalofrío de amargura que te llena el alma. Esta noche, con el pan de la última cena aún caliente, y la melancolía de celebrarla como si de verdad fuera la última, esta noche duele. Las traiciones han hecho mella en su zancajo, por todos aquellos que lo besan sin haber perdonado antes a su hermano. Con el fervor de los breneros aún retumbando en mis oídos, he llegado a tiempo para ser tu cirineo, como el resto de los que van debajo, que me han enseñado a quererte de otra forma, de una forma que nadie entiende ni entenderán, por más que pasen los años. El silencio no puede ser más fuerte, y en la oscuridad, sólo tengo oídos para verte. Unos rezando, otros penitentes, otros llorando, la del dolor más amargo, en su amargura te pierde. Sólo se escucha una persona hablando, el discípulo joven, el más amado, que a su Madre entretiene, para aliviarle su llanto. El sonido de la cera chorreando, un pueblo impaciente que espera callado, la verdad de los fieles que rezan en el sagrario. 

Suena el llamador y empieza una oración rezada a la más pura forma costalera. Todos los que estamos debajo entonamos el mismo Padre Nuestro, Nuestro Padre Jesús, que estás en el cielo, en un mismo sentimiento. Cada uno de una forma, cada uno de una familia, pero aquí debajo somos todos cirineos. Con el izquierdo por delante, comenzamos nuestro camino al Calvario, salvando la estrechez que nos une a María, como un galeón que sale del muelle de la vida para partir al viaje más largo. Y es que este barco no hay que mandarlo, ya lo manda desde arriba casi sin decir palabra, su capataz que vigila agarrao a la zambrana. En la plaza, relámpagos hirientes dibujan tu dolor penitente en las paredes del alma. Con tu majestad soberana avanzas hacia el balcón, sin repiques de campana, sin redoble de tambor, porque ya no suena ese bordón, que ahora suena en tu casa. Con tu cruz entre sus brazos comienza la saeta centenaria, y ya no cabe más fervor ni cabe decir más palabra cuando se mueve tu túnica entre faroles de plata. Ya no cabe más amor que el de tu cuadrilla morada, porque ese amor no es de un día, ni de dos, es su vida la que dejan a tus plantas, sus hijos, su mujer, sus padres, todos de la misma casta. En tus manos, en las manos de Dios, albergan todas sus esperanzas. Todos tienen cuadro en el salón, presidiendo tu mirada, todos viven tu Pasión en la eterna Madrugada. Yo he estado en muchos sitios, y he visto muchas cosas a mi edad temprana, pero lo que se siente aquí debajo en mi vida lo esperaba. Ellos buscan la perfección de tu andar en la mañana, ellos te quieren sin razón, su locura es verte al alba, su cobijo tu faldón que en tu cielo los guarda. 

Caminando tras de ti van por tientos de gitana, perdona a tu pueblo pedí a los pies de Sor Angela, Cuando me alejé de ti y no me diste la espalda. 

Porque tú eres así, a bueno nadie te gana. Y por esos tus costaleros, en vez de echar sus miserias sobre tu hombro, te ayudan en tu pesada carga. Qué grande ser de ti, en tu cuadrilla morada.   

 Pasando de la noche a la mañana, no puedo prometer que me salgan las palabras porque los sentimientos se me amontonan cuando hablo de Ella. Todo lo que os diga, no será nada de este amor que siento porque esa chiquilla hebrea que me desmonta con solo mirarla. 

 Intentaré no soltar una lágrima, pero es que es pronunciarla y lo poco que tengo de hombre se queda en niño que corre a sus brazos, como un pez busca el agua, el cielo donde respiro sabiendo que estando en Ella no me pasará nada. Te busco como el sol a la mañana, porque desde la cuna estás en mi cabecera, y en mis sueños eres la primera que me canta una nana. Te busco como el libro a la palabra, porque en mis páginas eres el verso más bello que recita esta tierra serrana. Te busco como el mudo al habla, porque sin decirme nada eres mi leal confesora, la única que sabe mis problemas, porque sólo en ti confío cuando la pena me embarga. Te busco como la vela al fuego, porque tú iluminas mi sombra cuando me caigo por dentro apagado en las llamas. Te busco como galera al viento, porque eres la brisa marinera que me empuja a conseguir mis sueños, cuando mis fuerzas encallan. Te busco para aliviar mis desvelos, y también para contarte lo bueno que me regala tu gracia. Te busco y te siento. Te siento reina de mis amores, la dueña de mi familia y Madre de mis tres Dolores. Te siento Reina de la mañana, consoladora de los afligidos y refugio de los pecadores. Te siento en Ucrania, en la angustia de los refugiados que huyen de los horrores, mientras muere su patria. Te siento en sus estertores, al pie de la cruz, una espada te clavó los siete dolores. Te siento en mil corazones, en la soledad de los abuelos, en las visiones del ciego y en el hambre de los pobres. Te siento en mil corazones, en las cadenas del reo, en las blasfemias de ateos, que no rezan tus oraciones. Te siento en mil corazones, y en cada mujer te veo, cuando en mi trabajo presencio la crueldad de muchos hombres. Te siento en mil devociones, en Guaditoca te encuentro y en la marisma te canto, Blanca Paloma de Almonte. Te siento, pero no te veo. 

No te veo cuando el Domingo de Ramos rezas el Rosario por los enfermos. No te veo esa cara de marfil, ni tan siquiera de perfil, cuando en la música te rezo. Eres Paz de toas mis guerras, eres la perla de este pueblo, de blanco la divina enfermera, resplandor de tus destellos. Eres luz en la residencia, la ilusión de esos abuelos, que en su lucidez cantan poemas, desde el balcón del cielo. Si eres la más blanca estrella, la humildad en su apogeo, si en tu paciencia siempre me esperas, por qué no soy tu costalero. 

Por qué te siento y no te veo, inspiración de los pintores, clavel de verde esperanza y pasión de mis pasiones. Ideal de belleza sevillana, del mes de mayo las flores, Vera Cruz que a todos nos amas, sin hacer excepciones, quiero ser uno más en tus andas, cobijao en tus faldones. 

Y en la noche más oscura, quiero ser uno de esos locos que en ti encuentran la cordura. Más dolor no cabe en belleza tan pura. Por qué me eligieron para ayudarlo con el madero sin poder ver tu hermosura. Tus ojos son los finales donde Illanes alcanzó la plenitud de su escultura. Tus labios son el valle por donde fluye la vida, reflejándose la luna. Tu cara es el paisaje que desata mi locura. Y mientras soy su cirineo, yo siento tu Amargura, y me muero cuando no te veo, y esa será mi tortura. Por eso entre relevos, me escapo en la noche oscura y con sólo ver tu reflejo, se desarma mi armadura. 

Te siento, pero sigo sin verte. Te siento sola en la crueldad de la muerte. Te siento sola y rota por intentar que despierte mientras besas a tu hijo en sus mejillas inertes. Te siento sola pero tu Soledad en belleza se convierte, cuando tus costaleros te dan todo lo que tienen para que te mantengas fuerte. 

Te siento desde siempre, Madre de mis Dolores, y una espada me atraviesa el corazón cada vez que no te llevo, cuando te llueven las flores. El mayor de mis anhelos, la devoción de mis mayores, azucena pintada en lienzos, primavera de mis estaciones. Eres pétalos de amores, la razón de cada verso, la canción de mis pregones y mi único amor verdadero. 

Te siento y no te veo, pero sin verte más te quiero. Te quiero porque le pusiste nombre a las mujeres de mi vida, las que siguen tu ejemplo de entregarse cada día a mi padre y mis abuelos, como con San José tú lo hacías. Te quiero porque eres reina de mil maravillas, eres el azul del cielo, el amparo de mi consuelo, y la elegancia de tu cuadrilla. 

Y esa es mi mayor pesadilla, que en la cárcel de mis sueños, yo me sienta prisionero, por no poder llamarme costalero de María. 

 No dudéis nunca de la fe de un costalero. Todos y cada uno de los que se meten debajo de un paso tienen sus razones para hacerlo. Esto no es cuestión de postureo, ni de ganar la fama. Si desde fuera pensáis que no hay verdad en las cuadrillas, estáis muy equivocados. Y si no, pensar que es un esfuerzo físico el que están haciendo, a costa de su propia salud y en la vejez se van a acordar de ello. ¿De verdad pensáis que puede haber alguien que realice este trabajo solamente por afición? La costalería no es afición, es un oficio que antaño realizaban los cargadores del puerto de Sevilla a cambio de un salario. Pero eso forma parte del pasado, y ahora no nos pagan por ello, ni creo que haya dinero para pagarlo. Todos somos costaleros por alguna razón, y no voy a intentar siquiera explicar cuál es el motivo que nos lleva a cada uno a cargar con ese peso. 

No os quiero decir con esto que todos los costaleros seamos buenas personas y perfectos. En las cuadrillas hay ladrones buenos y ladrones malos, hay jueces que como Pilatos condenan a inocentes sin reparar en que, quizá por la vida que han llevado, excluidos, maltratados, han hecho daño a los demás por el rencor acumulado; hay traidores como Judas que venden a su hermano por mucho menos de 30 de monedas; pero también hay amigos, como los apóstoles, que siendo torpes y poco entendidos, están llenos de bondad y humildad; también hay ángeles que ya no están pero en cada chicotá vuelven a su sitio y siempre volverán porque su recuerdo será perpetuado por sus compañeros; hay hermanos, que sin ser de familia darían la vida el uno por el otro; también hay padres e hijos, relevándose en la herencia que le dejaron sus abuelos. Como veis hay de todo, como en cualquier reino, la única diferencia es que Dios les ha dado a los costaleros el reino prometido, y una vez entran en ese cielo, dejan a un lado sus diferencias, sus peleas de vecinos, y sus rencores. Cuando nos ponemos el hábito de costalero, limpiamos nuestros corazones como si hubiera alguien apuntando en una lista nuestros pecados, que lo hay, y de ese listero que ve en el fondo de nuestras miserias no hay quien se escape. 

La parihuela es un reino sagrado, casi paraíso terrenal, donde los costaleros quedan unidos al Señor y a la Virgen por un entramado de devociones que llamamos costal. Todos los que estamos ahí debajo, somos aspirantes a costalero, ni uno se salva. Porque para llegar a ser costalero, con todas sus letras, tendremos que haber igualado durante toda la vida hasta que el Señor crea que damos la talla correcta. Y si nos hace falta algún taco para llegar a la trabajadera Él nos lo va a ofrecer. El primer suplemento que nos pone el Señor es el más grueso, el que más nos va a acercar a lo que significa ser costalero, siempre que aguantemos ese peso, y nos graba a fuego en el cuello el siguiente mandamiento: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Si no nos metemos ese taco cada día al levantarnos podemos irnos directamente de la cuadrilla. Eso significa amar a nuestro fijador, al corriente, y a los que van desde la primera hasta la última trabajadera, llevar una vida limpia de envidias, de odio, de maldad, ayudar al compañero de al lado cuando le toca una calle mala, aunque parezca que vamos a partirnos por la mitad, echarle la mano a la cintura y caminar juntos hasta salir de lo malo. Significa ser amable con nuestros más próximos, nuestra familia, nuestros amigos, nuestros vecinos. Este mandamiento del amor no es algo utópico, ni desactualizado imposible de cumplir en nuestras vidas. El Señor nos lo recuerda y nos lo pone en bandeja cada vez que nos ponemos el costal. El segundo suplemento que nos va a poner el Señor, siempre que hayamos cumplido con el primero, es el que más nos asusta a todos: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames”. Casi na. Y ahora esto quién lo cumple. Y añado lo más importante: “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten”. Este suplemento es demasiado alto, quién puede con tanto peso. Esto quiere decir que si mi vecino no me saluda yo siga saludándolo, que si mi fijador se agacha yo haga la fuerza por él, y que si me insulta o hace algo contra mí yo ponga la otra mejilla y encima no se lo recrimine. Cada vez tengo más claro que sólo soy un aspirante y no puedo llamarme costalero. Ojalá cuando salga de aquí hoy al menos reflexione sobre ello. Y el último suplemento que nos pone el Señor para dar la talla de un costalero lleva escrito lo siguiente: “el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero, será siervo de todos”. Este no necesita explicación. 

Bueno pues todas estas enseñanzas que nos pueden parecer difíciles de aplicar en nuestra vida cotidiana, a los costaleros se les da la oportunidad de ponerlas en práctica muy fácilmente debajo de ese reino que es la parihuela, y yo he visto a muchos de este pueblo cumplirlas. 

Queridos hermanos costaleros, como os dije al principio, pasamos por la vida de puntillas sin reparar en la transcendencia y la profundidad de cada paso que damos junto a nuestra cuadrilla. Ser costalero implica todas estas cosas que os he dicho y muchas más, por eso quiero que sepáis que sois un ejemplo y también que siempre hay que mejorar en cada ensayo hasta que podamos llamarnos costaleros de verdad. Pero de todos los ejemplos que podéis dar al resto de cristianos, sin duda el más extraordinario es el acto de fe que realizáis al confiar por completo en vuestro capataz para guiar vuestros pasos. ¿Cuántos de los que no son costaleros pueden decir que ellos darían un izquierdo poderoso, capaz de romper cualquier barrera, a ciegas y sin saber lo que hay delante? Los costaleros no pensamos en las consecuencias, sólo confiamos, sabiendo que el Señor y la Virgen que van arriba nos van a cuidar, pase lo que pase, sea la calle cuesta arriba o cuesta abajo, haya o no haya baches. Sólo confiamos, sin preguntar. ¿Acaso no se parece esto al sí de María cuando el Ángel le dijo que sería la Madre de Dios? Los costaleros decimos: Hágase en mi según tu voluntad. Y para que mantengamos en todo momento esa fe ciega, Dios creó al capataz. Hombres firmes y diligentes que se preocupan por sus costaleros, y nos dan palabras de aliento en cada chicotá. 

Los costaleros, aún sin ver nada, confiamos. Por eso somos los únicos capaces de pasear a Cristo muerto en su Santo Entierro, de llevarlo sin flojear y sin que nos pueda el inmenso peso de la muerte hecha cristal que refleja su sepelio. Los costaleros confiamos tanto en nuestro maestro, que confiamos en su muerte sabiendo que llegará la vida, y lo tenemos tan claro que en la Navidad ya ensayamos para cuando llegue ese día, en el que el Señor Resucitado nos devuelva la alegría. Somos casi todos muchachos, sin experiencia la mayoría, pero confiamos tanto en lo que el Señor nos prometía, que hasta una nueva imagen hemos hecho prodigio de la imaginería. Y como Juan Cantero en el último ensayo nos repetía, ninguno estamos ahí debajo porque queremos, estamos porque así el Señor lo quería. Y no quiere en su Resurrección costaleros añejos, quiere niños y alegría. Por eso hacemos izquierdos y costeros, por eso escribimos la mejor melodía con el sonido del racheo, demostrando nuestra maestría. 

Por eso el Señor eligió la sabia nueva, porque no quería espinas enquistadas para anunciar su nueva era. Quería una iglesia renovada, con ilusiones despiertas. Quería de los jóvenes su tesón y de su juventud la fortaleza. En mi cuadrilla de la Resurrección sobra nobleza, devoción, costalería, esperanza y promesa. 

Y por eso en su grandeza, quiso Dios que su Pasión, Muerte y Resurrección, fuera celebrada a la forma costalera. Y para tan bendita misión, desde el cielo escogió a los hombres de esta sierra. Y viendo su corazón, y la verdad de su pureza, emocionado sentenció: Bienaventurados los costaleros, porque ellos serán mis pies en la tierra. 

 Y ahora vuelvo a donde todo empieza, a mi sagrario, al lugar donde te siento más cerca. Es mi día, mi Sábado Santo, el Señor acaba de salir de la iglesia y los rayos del sol entran por los respiraderos como flechas de devoción que me atraviesan, mi sitio está al lado de la cruz y la cruz se baja para poder salir por la puerta. En ese momento, mientras suena el himno, mis oídos ensordecen y de rodillas, aún con el paso abajo, los pies del Señor quedan a la altura de mis labios. Os puedo decir con toda certeza, que este es el momento más especial que siento como costalero. Aquí se para el tiempo, y en el suspiro que dura me da tiempo a confesarte todo el daño que te he hecho. 

Te miro tus pies clavados en el madero, y no existe nada más. Solo Tú y yo. Vengo como siempre, descalzo y con el corazón abierto en canal, despojado de mis vestiduras, me quito hasta el costal. Sé que Tú ya lo sabes todo sobre mí, porque me has criado, porque eres mi Padre, y no me has dejado sólo en ningún momento de mi vida.

Pero ahora, en este acto de valentía, tengo que expiar mis pecados. Como puedo empezar… 

Sabes que hace dos años, la vida me dio el revés que nunca pensé que me iba a dar. Lo que ocurrió me dejó destrozado, totalmente perdido, sin saber cómo seguir, y tambaleó todos los pilares de mi vida, también la fe. Cuando pensaba que todo lo tenía, el trabajo que me llena, salud, la mejor de las familias, el amor, me rompió por dentro. Y yo no veía la salida, me decían que si son cosas de la vida, que si todo lo cura el tiempo, yo perdí el compás del tambor y por más que lo intentaba no me cogía. Y lo peor no es lo que a mí me pasara, lo peor es que hice daño a mi familia, a mis amigos, dejé de lado todo lo que conocía, encerrado en mi desgarro pasaba los días sin salir de mi pasado. Y al que más abandoné fue a Ti, mi Cristo Crucificado. Me da mucha vergüenza reconocerlo, y también que lo sepan los que me están escuchando, pero aquí he venido a hablar de lo que siento como costalero, y en esto no puedo ser más sincero, confesando mis pecados. Durante muchos meses, no iba a verte a la capilla, no te rezaba por las noches, no celebraba la eucaristía, y no te negaba tres veces como San Pedro, te negaba a todo el que me conocía. Sumido en mi callada desesperación, uno de esos días grises hiciste conmigo como siempre lo que tú quisiste. Me llevaste a Londres, sólo. Cuando llegué reconozco que no sabía qué hacía yo allí, sólo. Y de todo lo que hay que ver en esa gran ciudad, yo, que no iba a la iglesia que está a cinco minutos de mi casa, sólo hacía buscar un templo donde encontrarte. Aunque quisiera tirar en dirección contraria estoy seguro de que movías las iglesias de sitio para que me tropezara con ellas. ¡Cuántas ganas tendrías de que volviera! Pues sí, como siempre, lo haces todo por mí, y allí te encontré después de dos años. Tuviste que hacerme cruzar el charco, con la de iglesias que bonitas que hay aquí. 

Y en ese momento, en esa iglesia británica, te vi los pies, Padre mío, exactamente igual que ahora. Lloré todo lo que tenía que haber llorado y no lo hice por orgullo, por no aceptar lo que había pasado, por creerme el peor del mundo. Y en ese momento, con tus pies en mis labios, fue cuando sentí que en todo este tiempo que yo te había abandonado, tú no me soltaste ni un solo día la mano. Y ahí me rompí en mil pedazos. Comprendí que si tres veces me caía, tú me levantabas cuatro, que, si yo te negaba cada día, tú me dabas un abrazo. Comprendí que eras el único que me conocía, que estabas en mis fracasos, que entendías mi rebeldía y que siempre estarás a mi lado. 

Porque eres la luz de mis días, eres la luna de mi ocaso, eres la rosa de mi espina, y eres la oración de mis labios. Eres el Padre que me acunó, desde niño entre sus brazos, eres patriarca de mi familia y la devoción de los Blancos. Eres el que cura mis heridas, el que me saca lo malo, eres quien da sentido a mi vida, eres mi refugio sagrado. Eres viento de mi veleta, las aguas donde me baño, eres sol de mi planeta, eres campana del campanario. Eres sueldo de mi trabajo, eres mi fiel abogado, eres juez de mis sentencias, y eres denuncia de mis pecados. 

Porque Tú eres a quien siempre le he rezado, y en esta exaltación yo imploro tu absolución delante de mis hermanos. Y también les pido perdón a mi familia y mis amigos por si en algún momento los he abandonado. 

Y después de esta confesión, sólo me queda darte las gracias. Gracias por haberme buscado cuando yo no quería encontrarte, gracias por devolverme la fe en que Tú eres mi Padre. Gracias por amarme hasta el extremo, por entregarme desde la cruz el reino de los cielos. Y gracias por hacerme tu costalero, por ser niño de la Borriquita y por ser tu cirineo. Gracias por guardarme este costero, por creer en mí a pesar de mis defectos, porque estoy seguro de que nací para ocupar este puesto. Gracias por sobrevivir a la muerte en el infierno, y por elegir a los jóvenes para anunciar que has vuelto, en el Domingo más feliz de los que vive este pueblo. 

Gracias porque suena el llamador y pasa mi vida, gracias porque se ha abierto el portón, porque sale la cruz de guía, gracias por el redoble de tambor que acompaña esta melodía, gracias por las vivencias que desde niño guardo en esta retahíla, por el costal que fui trabajando en mis cuatro cofradías, gracias porque sonó el llamador para que yo estuviera aquí esté día, rebuscando en mi interior todo lo que se escondía. Y con esta devoción ahora soy yo quien toca el llamador, para acabar esta rima. Vamos al cielo con Dios, por la gracia de María.

 Fdo.: José Ramón Muñoz Llano

 En el año del Señor de 2023, siendo las 11:47 horas del día 19 de marzo, onomástica del Patriarca San José, a tan sólo una hora de que dé comienzo la exaltación se escribió el último verso. 

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