Historia Siglo XX | 1941-1950

Guadalcanal año 1950

Tengo que decir que, desde mi memoria más temprana, mi familia nunca pasó el verano en Sevilla y siempre veraneábamos en algún pueblo. Recuerdo haber veraneado en Chipiona; compartiendo casa con otro matrimonio amigo de mis padres, en Sanlúcar la Mayor, el pueblo de mi madre; en Corte Concepción, una aldea perdida cerca de Aracena; en Guadalcanal y, por último, en Sanlúcar de Barrameda.

Pocos recuerdos guardo de Chipiona y de Sanlúcar la Mayor, pero los cinco años que veraneé en Guadalcanal, de 1.952 a 1.957 fueron fructíferos y llenos de experiencias hasta el punto que lo consideré, desde el primer momento, como mi pueblo y yo que, en más de una ocasión, lamenté no haber nacido en uno, me sentí consolado cuando me atribuí, sin que nadie me invitara a ello, el título de hijo adoptivo de este pueblo serrano.

Viajar a Guadalcanal era, de entrada, una hermosa aventura

Guadalcanal año 1949

José Parrón Chaves (JOPACH), era una buena persona, un excelente profesional, un buen católico y sobretodo un enamorado de Carmela, su esposa, y de su pueblo, Guadalcanal, donde nació.

            Hijo de Pepe y Nazaria, nacido el 7 de abril de 1934, fue uno de esos niños de la posguerra que sufrieron los resultados de la sin razón de las guerras civiles españolas, en las que tristemente somos especialistas desde el siglo XVIII. Se crió con su abuela Aquilina en la Posada, a la que adoraba, y de la que siempre recordaré la anécdota de cómo se merendaba en el año de la “jambre” (hambre para los que no tienen acento extremeño):

nos daban dos trozos de pan, uno grande y uno chico, el chico hacía las veces del chorizo y el grande del pan, así nos hacíamos a la idea de estar merendando, pan con chorizo.

            Tuvo

Guadalcanal año 1948

 

La riqueza de la vida permanece en

los recuerdos que hemos olvidado.

                         (Cesare Pavese)

El primer recuerdo que me viene a la memoria debió ocurrir sobre mediados de 1951, debía tener poco más de dos años y medio, porque mi hermano Manolo era un niño pequeño de meses. Yo había nacido el 19 de septiembre de 1948, día de la Velá de El Cristo y soy el mayor de cuatro hermanos: Manuel, Esteban y Antonia. El recuerdo tiene que ver con eso que se dice que el hermano mayor siempre siente un poco de pelusilla cuando nace el siguiente hermano. Mis padres tenían la costumbre de salir todos los domingos a tomar una copa. Su bar de referencia era el de El Galgo, que estaba en la calle Mesones, junto a la tienda que hoy es de José Abel Valle González. Allí se tomaban

Guadalcanal año 1947

Nuestra generación: niñez y crianza. Los que como yo vimos la luz en el año 1947 y su década, tuvimos la gran suerte de hacerlo en la época más importante que haya podido tener ninguna otra, y lo digo sin falso orgullo, porque los años que vivimos hasta hacernos adultos, si bien al principio fueron algo lentos y llenos de una hermosa y repetitiva monotonía que es lo que te da el ir aprendiendo, una vez que llegamos a la madurez vimos con qué rapidez año tras año la modernidad y los descubrimientos del día a día corrían  como la pólvora, y de todo eso tuvimos el honor de ser testigos. Hemos visto todo el transcurso que se ha producido desde nuestros inicios con la pizarra de piedra y el pizarrín a los más sofisticados ordenadores y amén de tablet y teléfonos móviles, al igual que el majar el gazpacho,

Guadalcanal año 1946

En el año 1946 me llevaron interna al colegio de las Hermanas de la Doctrina Cristiana en Sevilla. Entonces no había fines de semana y permanecíamos en el colegio, desde primeros de Octubre hasta las Navidades en el primer trimestre, en el segundo hasta Semana Santa y el último hasta el verano. Tres veces veníamos a casa durante todo el curso.

Hice el Bachiller elemental, ingreso y cuatro años más. Luego realicé un ingreso en la Escuela de Magisterio, tres años y una reválida final.

En Octubre de 1955 empecé a ejercer la profesión en el colegio de la Doctrina Cristiana de Fuente de Cantos (Badajoz). El mismo sistema que cuando estudiaba, permanecía en el colegio y cada tres meses venía a mi casa.

Después de tres cursos me vine a Guadalcanal y me dediqué a dar clases particulares. Entonces tenía bastantes alumnos de Primaria, porque los niños con 12

Guadalcanal año 1945

Mis padres fueron dos maestros que estuvieron dedicados por entero a la enseñanza y a su familia. A hacer el bien por encima de todo y a los que la muerte de su hija mayor, Agnola, con algo menos de 9 años les hizo pensar aún más en todos esos niños y niñas que en Guadalcanal pasaban hambre.

Mi madre, Mª de la Paz Rodríguez Pantoja, llegó a Guadalcanal en septiembre de 1934; mi padre, Francisco Ortiz Mantrana, lo hizo en septiembre de 1940. Aquí se conocieron, se enamoraron, y en abril de 1941 se casaron.

Todos mis hermanos nacieron aquí, menos yo (aquí me engendraron) pero por azar, porque mi abuela materna no podía desplazarse hasta el pueblo, nací en Puerto Real (Cádiz); aquí me crié, pero a todos los efectos, menos los referidos al carnet, me siento guadalcanalense. En este pueblo pasaron 33 y 27 años, respectivamente, entregados

Guadalcanal año 1944

A principios del pasado siglo XX, mi abuelo que vino a Guadalcanal de Guardia Civil, pidió la baja  en el Cuerpo y se instaló en el pueblo montando una carbonería en la casa que hay al lado de la iglesia de Santa María. Sólo vendía carbón para las cocinas de la época. En aquellas fechas no habían llegado todavía las cocinas de petróleo, ni butano, ni vitrocerámica, que tardarían varias décadas en aparecer.

De esa fecha tiene una anécdota que luego estuvo mucho tiempo como muletilla en el pueblo. Resulta que un empleado del Ayuntamiento fue un día a comprar carbón y a la hora de pagar, no llevaba dinero y lo que le entregó fue un vale firmado por el Secretario. Cuando mi abuelo le pidió el importe y le dio el vale, no le hizo gracia y le dijo: Si no traes dinero, carbón a la troja, y

Guadalcanal año 1943

El veraneo en Guadalcanal duraba hasta San Miguel. Había que volver para ir al colegio, porque ya nos habían hecho la matrícula para el próximo curso. En Sevilla decían que había una feria de San Miguel, pero era únicamente que toreaban Pepe Ordóñez, Joselito Huerta y Antonio Bienvenida, la feria no se veía por ninguna parte. Donde de verdad había feria de septiembre era en el pueblo. Todos lo pasábamos en la feria del pueblo mucho mejor que en la feria de Sevilla. En la feria de Sevilla había colegio, que los curas hasta ponían las composiciones trimestrales en aquellas mismas fechas, nada más que para fastidiar, porque ellos no podían ir, mientras que en el pueblo estábamos de vacaciones. La feria del pueblo daba por eso una extraña sensación de representación de la libertad. Sin colegio, sin Caseta del Labradores donde no pudiésemos entrar porque no éramos socios, con

Guadalcanal año 1942

En mi infancia fui testigo de las obras que transformaron la Iglesia de San Sebastián (abierta al culto hasta 1936) en el actual Mercado de Abastos, que tuvieron lugar a principios de los años 50 del siglo pasado. Mi recuerdo más vivo se refiere a la demolición del campanario ya que, posiblemente por accidente, cayó desde la torre al suelo una de las dos campanas que allí colgaban formando un gran estruendo, con el consiguiente susto para los espectadores que asistíamos a tan peculiar desmontaje. A consecuencia del impacto se produjo un hoyo en la parte de la acera situada a la derecha de la puerta principal de la Iglesia/Mercado. Se evitaron daños personales porque previamente se habían cerrado al paso las calles Santa Clara y Juan Campos, a la altura de la Puntilla, la Calle San Sebastián, más o menos a la altura de la Dulcería y de la

Guadalcanal año 1941

Hay algunos recuerdos de mi infancia que se me grabaron indeleblemente de un periodo que abarca desde mi nacimiento hasta mediados de la década 1950-1960. En el pueblo viví continuamente sólo hasta los 11 años, a partir de los cuales por razones de estudio solo residí en Guadalcanal las vacaciones de Semana Santa y Navidad y los meses de verano.

Al narrar algunos acontecimientos, soy consciente de que la memoria es caprichosa y selectiva. Digo esto porque hablando con personas de mi edad he podido constatar, que si bien había situaciones, personas y acontecimientos de los que compartíamos el recuerdo y nuestras evocaciones no diferían, había otros hechos y situaciones que recordaban otros y no yo y viceversa.

Los años de mi niñez transcurrieron en la posguerra civil, que tan dura fue para tanta gente. Nuestros padres trataron, y lo consiguieron, de que no nos enteráramos de todos los hechos