Guadalcanal en los diccionarios histórico – geográficos (Siglos XVII – XIX)

 Salvador Hernández González – RG año 2006

  1. Introducción.

Aunque la Historia sólo parece estar abocada a tener como fuente los documentos de archivo, en otras ocasiones encontramos opciones alternativas que nos ofertan interesantes informaciones sobre el pasado, como pueden ser las prospecciones arqueológicas, la historia oral, la prensa o los fondos bibliográficos más antiguos. Este es el caso de la imagen que se puede lograr atisbar de una localidad a través de antiguas obras bibliográficas, a las cuales en la actualidad se recurre poco. Son varios los diccionarios histórico – geográficos de los siglos XVII, XVIII y XIX que al trazar la semblanza de la localidad hacen referencia a algún aspecto de la población y su entorno. En esta ocasión vamos a exponer la valía que tienen estos últimos como fuente histórica para el estudio de esta bella localidad serrana.

  • Diccionarios geográficos y libros de viajes: la bibliografía como fuente histórica.

Con el presente artículo pretendemos poner de relieve toda una serie de obras de gran valor como fuentes históricas, que en la actualidad son aún escasamente utilizadas, quizás por ser muy poco conocidas, por su naturaleza y antigüedad o por su difícil localización. En síntesis, podemos decir que se trata de una bibliografía consistente en obras histórico – geográficas, fundamentalmente de los siglos XVIII y XIX (entre las que sobresalen los diccionarios), y en relatos de viajeros, que nos proponen una visión distinta e interesante del paisaje y del marco urbano que conocemos actualmente, además de ofrecer noticias sobre las costumbres y la vida cotidiana del país. Una bibliografía que por su carácter informativo y corográfico nos permite ofrecer nuevas perspectivas sobre la historia y la geografía de cada localidad, como puede ser el caso de Guadalcanal.

Un primer capítulo de esta literatura histórico – geográfica lo constituiría la literatura de viajes, que ya ha sido objeto de diferentes recopilaciones  y de diversos estudios que nos muestran como nos puede proporcionar interesantes noticias para el conocimiento del ámbito local, comarcal e incluso regional, en siglos pasados.

El viaje ha sido siempre a lo largo de los siglos un elemento de intercambio cultural de primera magnitud. De forma general, los relatos de viajes plantean una ruta o trayecto que suele vertebrar el posterior relato del viajero, respetándose el orden cronológico del viaje, y la inexcusable descripción del paisaje y lugares que se recorren. Lo que diferencian a los relatos de viajes, son los intereses que mueven al viajero de cada época ya sean políticos, económicos, histórico – artísticos, científicos o culturales. Pero en común suelen tener un hecho importante; como apunta García – Romeral, “el viajero al narrar sus experiencias sobre otras geografías quiere comunicar con el lector, más allá de los estados de ánimo y hacerle copartícipe de lo visto y oído”.

La mayoría de estos viajeros recogen en sus relatos, noticias demográficas y económicas de los lugares de la comarca por donde pasaron. Sin embargo lo que más predomina en sus relatos son las impresiones que les produce el  paisaje, sus cultivos, las llanuras de la campiña extremeña, pero sobre todo los malos caminos y comunicaciones que se encuentran en su viaje. Así a inicios del siglo XVI Hernando Colón nos ofrece en su viaje una pequeña pincelada de nuestra localidad:

“Guadalcanal es lugar de mil quinientos vecinos. Está entre dos sierras en un valle hondo e es del Maestrazgo de Santiago. E es en la Sierra Morena el postrer lugar del Maestrazgo de Santiago. Es tierra de Sevilla e es lugar de buenos vinos “.

Como lugar de paso entre Andalucía y Extremadura, el flujo de viajeros se mantiene a lo largo de toda la Edad Moderna, como se advierte en el relato del viaje del cronista sevillano Justino Matute, perdurando este tránsito hasta que los siglos XIX y XX desviaron la comunicación entre ambas regiones al recorrido de la actual carretera nacional 630.

El segundo capítulo de esta bibliografía histórico – descriptiva está integrado por los diccionarios geográficos. Como señala Capel Molina, la realización de vastas obras enciclopédicas ordenadas alfabéticamente constituye un proyecto típico del siglo XVII, en un momento en que la erudición constituía un elemento esencial de la cultura humanista. Por ello la crítica y la erudición histórica en particular estimaron mucho la valiosa ayuda de los grandes diccionarios, que permitían la rápida identificación y localización de entidades geográficas o de acontecimientos históricos, sin necesidad de acudir a una multitud de obras generales. Esta labor, paciente y prolongada, se apoyaba a veces en una amplia red de informadores, consiguiéndose de este modo reunir y sistematizar en dichas obras una abundante información dispersa en multitud de volúmenes y documentos .

El mismo autor apunta que fue a fines del siglo XVI cuando empezaron a usarse los diccionarios concebidos como depósitos ordenados de información, iniciándose precisamente el desarrollo de los diccionarios históricos y geográficos, apoyados entonces como ahora en la amplia y libre utilización de obras anteriores .

Podemos aceptar que la obra de Rodrigo Méndez de Silva (Población General de España. Madrid, 1645; reeditada con ampliaciones y correcciones en 1675)  es la primera que incluyendo la semblanza de la localidad de Guadalcanal abre toda una serie de obras relativas a esta temática histórico – geográfica. Silva mantiene siempre el mismo esquema: situación física, emplazamiento, riquezas, vecindad y fundaciones religiosas; esquema que marcaría escuela, convirtiéndose en el diccionario histórico – geográfico de consulta obligada para el territorio español hasta bien entrado el siglo XVIII. Buena muestra de ello es que a lo largo del Setecientos los ilustrados escribirán toda una serie de diccionarios de contenido histórico – geográfico, intentando paliar la ausencia de este tipo de obras.

Así podemos citar entre estas obras la de Juan Antonio de Estrada (Población General de España. Madrid, 1747), que fue casi una copia de la obra de Méndez de Silva. A ésta le siguieron otras, como el Diccionario Geográfico de Lorenzo Echard (Madrid, 1750) ; el Gran Diccionario Histórico (París, 1753) de Luís Moreri  , traducido al castellano por iniciativa del gaditano José de Miravell y Casademonte, quien empezó a trabajar en esta edición en 1730 actualizando los datos referentes a España ; el Diccionario Geográfico de Juan de la Serna (tercera edición, Madrid, 1772) , que en realidad es la traducción de la obra de Echard, basándose para las localidades españolas en las descripciones ofrecidas por Méndez de Silva ; el Diccionario Geográfico Universal de Antonio Montpalau (Madrid, 1793) , que pretende corregir los errores detectados en la obra de Juan de la Serna ; y la obra del mismo título de Antonio Vegas (Madrid, 1795) , que nació con análoga pretensión .

En el último cuarto del siglo XVIII, por el geógrafo real de Carlos III, Tomás López de Vargas Machuca, se acometió la elaboración de un Diccionario Geográfico que quedó en un intento fallido. Sin embargo, a pesar de ello nos han llegado gran parte de las respuestas manuscritas enviadas por los párrocos de las distintas localidades, contestando al cuestionario de 15 preguntas elaborado por Tomás López, de las que se han publicado, en la pasada década de los ochenta, las correspondientes a la provincia de Sevilla  y en los noventa las de Extremadura. Dichas preguntas versaban sobre aspectos tan variados como el medio físico de la localidad, su origen e historia más reseñable, así como su situación política, económica, social y religiosa en esos momentos. Desafortunadamente, no se conoce el texto de Guadalcanal, que por ende está ausente tanto de las respuestas de Sevilla como de las de Extremadura, teniéndonos que contentar con las vagas alusiones que se hacen a la localidad en las respuestas de otras poblaciones, como en el caso de la cercana Llerena.

Sí contamos, en cambio, con las respuestas remitidas al conocido Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura. Apuntaremos cómo debido a la creación de la Audiencia de Cáceres, se encomendó al señor D. Juan José Alfranca y Castellote, la visita a los pueblos inscritos en el partido de Llerena, así como la elaboración de informes de cada uno de ellos y un informe general sobre el partido, al que pertenecía Guadalcanal como localidad extremeña que era en aquellas fechas. Para obtener más información se remitió a las autoridades civiles y religiosas de cada pueblo un cuestionario de más de cincuenta preguntas, remitiéndose las respuestas a la Audiencia. De esta manera se consiguió reunir una amplia información política, social, económica, religiosa y cultural de las poblaciones de la zona. Como las respuestas de Guadalcanal han sido publicadas en la pasada década de 1990 dentro de un volumen dedicado a las poblaciones disgregadas de Extremadura y ocupan una extensión considerable, prescindimos ahora de volver sobre esta conocida fuente para no desbordar el espacio asignado y poder profundizar en cambio en el contenido de los diccionarios histórico – geográficos, generalmente más desconocidos y de más difícil accesibilidad.

Durante el siglo XIX los diccionarios geográficos siguieron gozando de gran prestigio y popularidad. Pero a diferencia de los diccionarios ilustrados, cuyo contenido era sobre todo histórico – geográfico, los del Ochocientos plantean un incremento de noticias económicas y estadísticas de cada población, quizás por ser fruto del pensamiento político – económico liberal que termina imponiéndose en varios países de Europa Occidental gracias a las revoluciones burguesas. Podemos citar a este respecto el Diccionario geográfico – estadístico de España y Portugal (Madrid, 1826 – 1829) de Sebastián de Miñano , el colectivo Diccionario Geográfico Universal (Barcelona, 1830 – 1834)  que sigue literalmente al anterior, la España geográfica, histórica, estadística y pintoresca (Madrid, 1845) de Francisco de Paula Mellado , de la que no hemos podido disponer para esta ocasión, y por último el tan conocido y utilizado Diccionario geográfico – histórico – estadístico de España y de sus posesiones de Ultramar (Madrid, 1845 – 1850) de Pascual Madoz  , que culmina todo este ciclo de diccionarios de la primera mitad del siglo XIX.

A pesar de lo desigual de sus textos, estos diccionarios histórico – geográficos tienen una característica en común, la temática que abordan. En el caso de Guadalcanal podemos citar una serie de bloques temáticos en torno a los que se articulan los datos que nos aportan la mayoría de estas obras:

  1. Ubicación geográfica y noticias económicas (contemporáneas al autor de la obra).
  2. Referencias al pasado histórico.
  3. Referencias a aspectos institucionales de la villa: la administración civil y eclesiástica.
  4. El patrimonio artístico, centrado en la cita de los edificios religiosos.
  • Ubicación geográfica. Noticias demográficas y socioeconómicas.

Uno de los principales aspectos que llaman la atención de los autores con respecto a Guadalcanal es su ubicación geográfica, ofreciendo también noticias interesantes sobre las actividades económicas que predominaban en la comarca: la agricultura, la ganadería y las explotaciones mineras.

El emplazamiento de la población en las estribaciones serranas es subrayado por algunos de los autores que nos ocupan. Así Méndez de Silva señala que Guadalcanal se halla    “plantada en Sierra Morena, cuatro leguas distantes a Llerena, cercada de antiguos muros“, reseña que repite literalmente Juan Antonio de Estrada. Por su parte Lorenzo Echard la considera “villa considerable de España en Sierra Morena, a 4 leguas de Llerena “. Luís Moreri la coloca igualmente “plantada en Sierra Morena, distante de Llerena cuatro leguas, cercada de antiguos muros “La misma topografía repiten Juan de la Serna y Antonio Montpalau. Curiosamente, Antonio Vegas sitúa a Guadalcanal “en tierra llana “a 4 leguas de Llerena y 15 de Sevilla. Tal disparidad prueba que muchos de estos autores escribían de oídas y se copiaban unos a otros, poniendo en circulación una imagen de la localidad más literaria que real, pero no por ello menos interesante en el sentido de que muestran una percepción distinta y poco conocida.

Sebastián de Miñano sitúa igualmente a la localidad en terreno llano, a 4 leguas de Llerena, “entre esta ciudad y Cazalla, mediando entre ésta el río Vanalija [sic], en la carretera que conduce de Mérida a Sevilla“.

Pero sin duda el testimonio de más valor descriptivo sobre el medio geográfico es el de Pascual Madoz en su conocido Diccionario, que nos precisa la situación de Guadalcanal dentro del marco provincial, distancias a los centros administrativos de los que depende y localidades vecinas, situación del casco urbano, límites municipales, red hidrográfica y características del terreno. Por ser el texto de Madoz harto conocido prescindimos de recogerlo aquí en aras de destacar las otras obras de que nos ocupamos, menos utilizadas y en algunos casos de difícil localización.

A lo largo de la Edad Moderna la mayoría de los habitantes de Guadalcanal vivían dedicados a las actividades agrícolas y ganaderas, compartidas en ciertos periodos con la minería. Méndez de Silva y Estrada señalan, para los siglos XVII y XVIII, la abundancia de olorosos vinos – citados como es sabido por la literatura del Siglo de Oro   –  , ganados, caza “ y razonable cosecha de pan, “además de las famosas minas de plata, que podían competir, labrándose, con las del rico Potosí“. Aun repitiendo el dato, Juan Antonio de Estrada precisa que con el importe del impuesto del quinto real de estas minas “ se hizo la soberbia fábrica del Escorial “, añadiendo que la explotación estaba arrendada a la saga de banqueros encabezados por Jacobo Fugger  , que el autor denomina genéricamente como “ los Fucares de Alemania, los cuales, las inundaron de agua una noche, por diferentes calumnias y controversias que hubo para quitárselas, como aun hoy permanecen; en cuya ocasión llegaron a cortar la plata dentro de las vetas a cincel “. Pero a pesar del abandono todavía a mediados del siglo XVIII se mantenía vivo el recuerdo y el mito de la prodigalidad de las minas de Guadalcanal, sometidas a esporádicos intentos de explotación, como el protagonizado durante aquellos años por la dama inglesa Lady Mary Herbert. Así no es de extrañar que Lorenzo Echard, Juan de la Serna y Antonio Montpalau afirmen en la misma época que la población “ es famosa por sus minas riquísimas de plata y azogue, de que hoy se saca mucha porción “ , aunque este optimismo es matizado por Luís Moreri cuando afirma que las explotaciones mineras son “ hoy casi imposibles de labrar sin que pueda verse el deseado fin de tanta diligencia, al desagüe de ellas conducente “. Todavía a fines del Setecientos perdura el mito minero, como se advierte cuando Antonio Vegas afirma que “a distancia de un cuarto de legua entre Norte y Oriente están las famosas minas de plata y azogue de que hoy se saca mucha porción “.

En cuanto a los aspectos demográficos, tanto Méndez de Silva en el siglo XVII como Estrada en el XVIII estimaban la población de Guadalcanal en 1.400 vecinos. El mismo volumen poblacional recoge Moreri, rebajando Vegas esta cifra a la de 1.000 vecinos. Tanto una como otra cifra han de acogerse con total cautela, habida cuenta de que muchos de estos autores escribían de oídas o copiando a otros, demostrando a veces un absoluto desconocimiento de la realidad geográfica que pretenden describir.

Más crédito merecen las cifras poblacionales aportadas por los diccionarios del siglo XIX. Así Miñano estima en 1826 la población de Guadalcanal en 1.059 vecinos o cabezas de familia, que en habitantes sumaban la cifra de 4.370, número que mantiene cuatro años después, en 1830, el Diccionario Geográfico Universal. Por su parte, Madoz la conceptúa en 1.300 vecinos y 5.446 almas.

En esta centuria del Ochocientos la localidad sigue viviendo de sus ingresos agrícolas y ganaderos, complementados con una cierta actividad minera. En este sentido Miñano apunta que “a un cuarto de legua, entre Norte y Este, están las minas de la plata, cuyo producto es bastante considerable, y su explotación es digna de verse, y se encuentra en ellas plata roja y arsénico nativo, plomo, alcohol, carbón de piedra, y se cree que las hay de oro “. En relación con la agricultura, el mismo autor señala la abundancia de ganados, viñas, olivos y otras cosechas. Por los mismos años el colectivo Diccionario Geográfico Universal de 1831 trae también a colación el recurrente tema de unas minas cuya explotación continuada podría sacar de apuros a la Hacienda pública: “Esta villa es muy conocida y nombrada por sus famosas minas de plata, las cuales en tiempos que las beneficiaban unos alemanes [los Fugger] podían competir con las más ricas de América, pues sólo de los quintos reales de ella se hizo la soberbia fábrica del Escorial. Después de aquella época han permanecido inundadas hasta pocos años en que se trabaja con mucha actividad, para ponerlas en estado de seguir con fruto su explotación. El sitio de las minas dista un cuarto de legua de la población entre Norte y Este; contiene plata roja y hay vetas de arsénico nativo, plomo, alcohol y carbón de piedra. Fueron conocidas de los cartagineses y romanos, y de ellas habla Estrabón al describir las riberas del Betis “. La misma obra apunta que el término municipal, muy dilatado, se compone “de mucho terreno de llano y de labor, y mucho monte “, siendo los productos principales granos, excelente vino y aceite, junto con ganado lanar, vacuno y de cerda.

Más rico en datos sobre la economía de Guadalcanal en el comedio del siglo XIX resulta el testimonio de Madoz, quien nos relaciona los productos agrícolas (aceite, trigo, vino, cebada, centeno, avena, garbanzos, habas, mucha hortaliza y frutas), ganaderos (cabrío, vacuno, de cerda, lanar y yeguar), habiéndose abandonado desde hacía 14 años la actividad extractiva de las minas. La corta actividad industrial se reduce a la transformación de productos agropecuarios, como la producción de vinos y aguardientes, aceite, jabón, zumaque y curtidos.

  • El pasado: Guadalcanal en la Antigüedad y la Edad Media.

Los autores de que tratamos suelen dar algunas pinceladas sobre el pasado de Guadalcanal, cuyos orígenes remontan a los tiempos de la Antigüedad romana, opinión seguramente sustentada en la lectura de la clásica obra de Rodrigo Caro sobre las antigüedades del Reino de Sevilla. La tradicional identificación de la localidad como Tereses es recogida ya en el siglo XVII por Méndez de Silva, quien atribuye su fundación a los celtas en el año 580 antes de Cristo, permaneciendo con tal nombre hasta el año 430 después de Cristo, en que “dominándola vándalos y alanos, la ensancharon y dijeron Canana; más adelante los moros [la llamaron] Guadalcanal “. Tal secuencia etimológica es repetida por Estrada, poniendo en circulación un juego de topónimos que se hallan presentes todavía en el siglo XX en algunas obras divulgativas y de escaso rigor científico, aunque los últimos estudios filológicos han venido a arrojar abundante luz sobre la cuestión.   

Otro hecho histórico presente en estos autores es la reconquista de Guadalcanal por Don Rodrigo Iñiguez, Maestre de la Orden de Santiago, con la consiguiente incorporación de la población a la jurisdicción de los caballeros santiaguistas en lo civil y lo religioso, dentro del marco administrativo de la denominada Provincia de León santiaguista, que como es sabido comprendía una buena parte de Extremadura. Así Méndez de Silva cuenta que el citado Maestre al conquistar la localidad “la halló desierta y mandó poblar nuevamente año 1241, quedándose en su ínclita milicia [de la Orden de Santiago] “. El mismo acontecimiento es recogido literalmente por Moreri y el Diccionario Geográfico Universal de 1831.

Tal adscripción determinaría la pertenencia de nuestra localidad a la vecina región extremeña hasta que los cambios políticos del siglo XIX la transfirieron a la provincia de Sevilla, primero en lo civil y después en lo religioso.

  • Aspectos institucionales.

Estos diccionarios geográficos aportan algunos datos sobre las instituciones religiosas y civiles de Guadalcanal en aquellos siglos. Dentro del organigrama de la Orden de Santiago nuestra localidad era sede de la encomienda de su nombre, como lo recogen Méndez de Silva, Estrada, Echard, Moreri, De la Serna, Montpalau y Vegas, precisando este último que las rentas de esta circunscripción se componían de 36.151 reales anuales, encargándose la propia orden de nombrar el Corregidor para la administración de justicia. El mismo autor reduce a dos las tres parroquias con que contó Guadalcanal hasta comienzos del siglo XX, completando el cuadro de las instituciones eclesiásticas  con la cita de “ dos conventos de monjas y dos de frailes “, cuyos nombres no cita pero que deben ser los de Santa Clara  y el Espíritu Santo  en el caso de los femeninos, olvidándose del tercero que existió, que como se sabe fue el de las Concepcionistas, siendo los masculinos el de San Francisco   y la hospedería que los monjes basilios del Tardón poseyeron en el casco urbano.

Más explícito resulta, ya en el siglo XIX, el testimonio de Sebastián de Miñano, quien enumera las instituciones y servicios con los que cuenta la localidad: “ corregimiento de segunda clase, administración subalterna de rentas y de loterías, (…) 3 parroquias [Santa María, Santa Ana y San Sebastián], 1 pósito, 1 hospital, 3 conventos de monjas [Santa Clara, Espíritu Santo y la Concepción] y 1 de  frailes [San Francisco] “ , perteneciendo a la jurisdicción de nuestro pueblo la entonces aldea de Malcocinado, que como es sabido acabaría independizándose de Guadalcanal para constituirse como municipio propio, aunque englobado dentro de la vecina provincia de Badajoz.

Mucho más rico en datos, el clásico diccionario de Madoz presta especial atención al estado de los servicios e infraestructuras disponibles, como el abastecimiento de aguas, el pósito, las escuelas (dos de niños y una de niñas), el hospital de la Caridad, la cárcel, las parroquias, conventos y ermitas, al tiempo que se incide en los aspectos urbanísticos, con el deseo de dar al lector una idea aproximada de la entidad del casco urbano, que en nuestro caso estaba integrado en estos años centrales del siglo XIX por 810 casas, 34 calles y una plaza.

En definitiva, el Diccionario de Madoz culmina este ciclo bibliográfico iniciado por los autores del siglo XVII, continuado por los ilustrados del XVIII y que, perfeccionado por el positivismo decimonónico, continúa en nuestros días. La línea iniciada por Madoz produciría como frutos otras obras que se revelan como su fiel continuación y que no analizamos por no ofrecer grandes novedades dentro del marco cronológico que nos hemos impuesto, pero que no queremos dejar de citar al menos. Tal es el caso de la enciclopédica obra de Pablo Riera Sanz publicada a fines del siglo XIX bajo el largo título de Diccionario geográfico, estadístico, histórico, biográfico, postal, municipal, militar, marítimo, eclesiástico de España, que al igual que la de Madoz describe el marco geográfico y administrativo, tanto en lo referente a las instituciones religiosas como civiles y militares, además de cuantificar aspectos tan variados como la población y edificios, la producción agrícola, los servicios públicos y las vías de comunicación, sin olvidarse de reseñar algunos aspectos del urbanismo de la localidad . De gran aliento resulta también la iniciativa editorial representada por el Diccionario Geográfico de España de Ediciones del Movimiento (Madrid, 1956 – 1961), publicado en 17 volúmenes dirigidos por el historiador Germán Bleiberg y el geógrafo Francisco Quirós Linares y en el que colaboraron buen número de geógrafos universitarios españoles. El artículo sobre Guadalcanal  , publicado en 1959, atiende a aspectos tan variados como el relieve, clima, aguas, vegetación, fauna, agricultura, ganadería, canteras y minas, industria, comercio, comunicaciones, población, urbanismo, vivienda autóctona, historia local, arqueología, costumbres, espectáculos, mejoras de servicios e infraestructuras, enseñanza, sanidad y asistencia religiosa, lo que convierte a esta obra en digna heredera de ese espíritu enciclopédico iniciado por los ilustrados del siglo XVIII. Espíritu que lejos de estar desfasado sigue plenamente vigente en nuestros días, no sólo por la explosión informativa que significa Internet, sino por la edición de obras que continúan esta centenaria tradición de los diccionarios histórico – geográficos, como sucede con la Gran Enciclopedia de España comenzada a publicar en la pasada década de los noventa, y donde el artículo de Guadalcanal refleja en apretada síntesis el número de habitantes de la localidad, su situación geográfica, clima, producción agropecuaria e industrial y una breve reseña de la historia local y del patrimonio arqueológico y artístico .

Esta nutrida producción editorial constituye, en suma, una interesante y poco aprovechada fuente para la historia local, sobre cuyo interés para el caso de Guadalcanal hemos querido llamar la atención en este trabajo.

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