Guadalcanal año 1959

Los recuerdos de mi infancia se difuminan en el tiempo y la memoria, pero siempre vinculados con el barrio y particularmente con la plaza de Santa Ana dónde, un supongo que caluroso día 10 de agosto de 1950 y al amparo de la torre de su Iglesia, vería la luz por primera vez.

La calle y la plaza de Santa Ana de los años 50 era como se suele decir un camino de cabras, polvorienta en verano y encharcada y embarrada  en los interminables inviernos de aquella época en los que a veces pasábamos hasta tres meses sin ver el sol. Santa Ana era un barrio alegre y lleno de vida, un constante trasiego de toda clase de animales de carga y carros con los aperos de las labores del campo y de recogida con los productos agrícolas de cada época del año, que se mezclaban con el ir y venir de las mujeres con sus cubos y cántaros de agua, que pacientemente llenaban del chorro a veces escaso del Pilarito de Santa Ana. Entre paso y paso de los animales, los niños jugábamos en medio de la calle siempre con la precaución de parar para que las bestias no se espantasen. En tiempo más seco, el fútbol era el juego más preferido, como no había problemas para encontrar unas piedras pues enseguida teníamos las porterías y ¡hala a jugar! Cuando el terreno estaba más húmedo la lima en sus diversas modalidades de juego era el más adecuado. Ni qué decir tiene las precarias infraestructuras de las viviendas y la falta de alcantarillado en las calles, que sin agua corriente ni desagües en las casas era motivo para que ir a por agua al pilar o a tirar la basura a los diferentes basureros repartidos por los barrios fueran tareas diarias que había que realizar.

El sitio más emblemático de la plaza de Santa Ana era el Rincón. El rincón de Santa Ana era digamos como el cuarto de estar de todos los vecinos a la vez. Allí en las tardes soleadas de primavera se cosía, se remendaba, se bordaba, se hacía toda clase de punto, incluso recuerdo las rugosas manos de María la Piñera  ya en aquellos años la más anciana del barrio, haciendo calcetines con esas cuatro agujas que entretejían los hilos de forma prodigiosa.

Las autoras de esas labores eran todas las mujeres de la plaza de Santa Ana y las mocitas del barrio, que con aquellos bastidores redondos comenzaban a bordar sus ajuares. Digo mocitas porque lo de chicas en esos años aún no se llevaba y la niñas, pasada la adolescencia, serían mocitas hasta que se casaba que ya pasaban a ser una mujer, ¡jo que cosas! En las noches de verano el Rincón se convertía en lugar de tertulia de los vecinos y donde los niños jugábamos hasta que nos dejaban, ajenos a las conversaciones de nuestros mayores y seguro que sin entender cómo se podía estar hablando tanto tiempo.

EL OLOR A CAFÉ. En la Santa Ana de mi infancia cada mañana había un delicioso olor a café recién tostado, ¡ya está el Tuerto tostando el café! se oía decir a la gente. Antonio, aunque en realidad se llamaba Juan José Molina Quintana, que tenía la tienda en la calle de Santa Ana lo tostaba cada mañana, bueno realmente no era él quién lo hacía, el negocio era suyo pero quien lo tostaba era Rafael Garzón Bernabé más conocido en el pueblo por Rafalín que jugaba al fútbol con el Guadalcanal C. D de aquella época. Yo hice buenas migas con él (y aún conservo gran amistad) y como el Tuerto era vecino, en cuanto veía la puerta del postigo que daba a la parte de la Cañá abierto, allá que me iba con él a darle vueltas a aquella manivela que hacía girar el bombo de hierro lleno de café, dentro de una caldera metálica alimentada con el fuego de la leña. Se tostaba café natural y mezclado con café torrefacto, también se tostaba cebada que en aquellos años era el café de los pobres o bueno también quizás del que le gustara. Recuerdo aquellos enormes caramelos que Rafalín hacía metiendo en los sacos llenos  de azúcar un gran hierro caliente que se usaba para mover el café, era como el azúcar quemado que se pone hoy a los postres, pero a lo bestia.

Junto con el café, Antonio también negociaba con el petróleo; él lo almacenaba en grandes bidones y Rafalín rellenaba garrafas y bidones más pequeños que luego repartía por las distintas tiendas del pueblo, donde los vecinos lo compraban para llenar el infiernillo de petróleo para cocinar y el quinqué para alumbrar la casa. A mí algunas veces me montaba en  el carrillo y calle Castelo  como se decía entonces a la calle Costalero arriba y abajo, recorríamos las tiendas del pueblo, más de una vez nos atragantábamos con el petróleo al chupar de la goma que se usaba para rellenar los envase más pequeños.

En verano llegaba la recolección del zumaque que el Tuerto como no, también lo compraba. Las bestias cargadas de sacos llegaban a la nave que tenía frente de la tienda donde los almacenaba hasta el techo y en diferentes alturas. Allí pasábamos las horas de la siesta en el verano junto con sus hijas Fefi  y Antoñina saltando y revolcándonos por los sacos hasta caer rendidos y con picores en todo el cuerpo. Se lo llevaban en grandes camiones a La Roda de Albacete, donde se decía que era para hacer medicinas y curtir pieles, también en aquella zona la gente se fumaba las hojas en sustitución del tabaco.

MORENTE. Como anteriormente había mencionado en la plaza de Santa Ana se gozaba de un gran ambiente de amistad entre todos los vecinos, pero como es natural, con algunos de ellos estuve más vinculado y dejaron más recuerdos en mi vida. Uno de esos vecinos era Morente, que junto con su esposa Carmen la santanera como le decían, eran los guardeses de la Iglesia de Santa Ana. Para mí Morente era en aquella época la persona  más versátil que podía haber en Guadalcanal, ya que además de custodiar la Iglesia, era zapatero de profesión, organista de la parroquia de Santa María de la Asunción y de las distintas iglesias en las que en aquellos años se ofrecía culto religioso y además, músico de la Banda Municipal de Guadalcanal. A él le debo entre otras cosas el mote o sobrenombre de Cañoño por el que en el tiempo de infancia y juventud en que vivía en Guadalcanal, me llamaban todos los amiguetes y conocidos y aún todavía algunos me lo sigue llamando, aunque ahora me suena raro, entonces me sonaba como lo más natural del mundo. Yo de pequeño me iba a su casa a la estancia donde tenía la zapatería y allí me contaba historias y me canturreaba canciones de la época, mientras yo atento miraba como remendaba aquellos maltrechos y raídos zapatos de los vecinos, lo de Cañoño vino porque yo entonces no sabía decir ni mi nombre José Antonio y él disfrutaba todos los días preguntándome ¿cómo te llamas? Y yo le decía añoño, añoño y de ahí vino Cañoño para toda la vida. Quizás lo del sobrenombre no hubiese trascendido si mi amigo Morente cuando tuve la edad y pudo, no me hubiese metido a monaguillo, pero ya os podéis imaginar, de monaguillo y con Morente todos los días en la iglesia imposible era que no trascendiera.

En los años en el que yo fui monaguillo  la parroquia tenía una gran plantilla de personal que recuerdo por orden de jerarquía, el párroco Don Manuel Barrera Cobano, José Blanco el sacristán, que también era zapatero y tenía la zapatería en El Palacio donde hoy creo que hay una terraza de verano, Morente el organista, Larita que con su peculiar e inimitable voz, cantaba en los diversos oficios religiosos. Después estaba el gran equipo de monaguillos que encabezaba el campanero Cayetano Bernabé Gallego Petaco, que aún nos sigue deleitando con sus tradicionales repiqueteos de campanas en fechas señaladas; le seguían componiendo Vicente y Juanito Villaverde, Sananis, sus dos primos los Chaves que siento no recordar sus nombres y que vivían en la calle Tres Cruces y yo, un total de diez personas, aparte de la gran cantidad de seminaristas que en aquellos años había en Guadalcanal  Julián, Pepito hijo de José el sacristán, Eusebio Calle, Jesusmi Sánchez, Antonio Valverde (al fondo en la foto de mi primera comunión) y alguno más cuyos estudios financiaba creo recordar la familia Alvarado.

En aquellos años los monaguillos teníamos bastantes tareas debido a que había varias iglesias en las que se celebraban cultos. Las misas se decían en latín y mirando hacia el altar y siempre dos monaguillos con el sacerdote más el sacristán, yo me sabía en latín toda la misa, la parte que decía el sacerdote y lo que respondíamos los monaguillos y feligreses, aunque como os podéis imaginar más de algunas frases que contestábamos en latín, ni sabíamos su significado en castellano. Las campanas tocaban a todas horas: misa por la mañana, ángelus a las doce, se tocaban a las dos en invierno y a las tres en verano, aunque no recuerdo el significado de las campanas a esas horas y luego la misa de por la tarde; aparte de agonías, entierro, la señal del entierro que se tocaba a las doce si el entierro era por la tarde. En el toque de la agonía incluso se podía saber si había muerto un hombre o una mujer, se daban nueve campanadas pausadas con la campana gorda, una pausa un poco mayor y dos campanadas más si era mujer o tres campanadas si era hombre. Ahora la mayoría de la gente muere en los hospitales pero entonces cada uno moría en su casa, así que otra tarea era llevar la comunión al enfermo si daba tiempo y allá íbamos por las calles del pueblo tocando la campanilla y la gente arrodillándose a nuestro paso, y ya cuando fallecían, se daban los Santos Óleos. Así que figúrense la cantidad de personas fallecidas que teníamos que ver con esa edad.

  Por vivir en Santa Ana yo tenía la misión de ayudar a Don Manuel en las misas del Convento y recuerdo el vaso de leche calentita con galletas que las monjas nos tenían preparado en la sacristía, cuando la misa terminaba al párroco y a mí. Os podéis imaginar con la ilusión que yo iba al Convento, solo pensando en las galletas que a principio de los sesenta era cosa difícil que las tuvieras en tu casa. También cada semana repartíamos por el pueblo la Hojita Parroquial y cada monaguillo teníamos asignadas unas calles y las llevábamos a las casas que estaban afiliadas. No recuerdo cuál era el precio, como tampoco recuerdo lo que nos pagaban por ser monaguillos, pero sí que cobrábamos cada uno según su categoría: sacristán, organista, Larita y los monaguillos. Cada mes el sacristán nos reunía en la sacristía y nos pagaba seguro que una cantidad puramente simbólica, que saldría de lo recaudado en los cepillos de la Iglesia y las misas diarias.

LA EDUCACIÓN. Sin entrar a valorar el modelo de educación de los años cincuenta y sesenta donde el dicho: la letra con sangre entra, los rezos, palmetazos y otros castigos estaban a la orden del día y casi siempre con la connivencia de nuestros padres. Paradoja de la vida, hoy son los alumnos quienes pegan a los profesores. En aquella época los padres no tenían ni la menor duda de que el maestro siempre tenía razón y su forma de enseñar era la adecuada, aunque la mayoría de ellos no tenían el magisterio ni mucho menos, así que si el maestro te castigaba era porque algo habrías hecho mal  y casi siempre tenías otro castigo adicional por parte de tus padres.

Tras el clásico paso por la escuela de parvulitos de Doña Paquita que por cierto no daba palmetazos pero te pinchaba en la frente con la punta del lápiz bien afilado, fui a la fría y húmeda escuela de la calle Camacho al edificio de Los Milagros, donde daban clases las niñas con doña Victorina. Allí los inviernos eran bastante crudos, la verdina salía por las juntas de las baldosas que rezumaban agua, y que a veces se hacían hasta charcos en algunos huecos de las baldosas. En esa escuela daban clases Don Salvador y Don Francisco Méndez. Don Salvador era procurador y don Francisco Méndez era algo de la Renfe, se alternaban, supongo que cuando no podía ir alguno por motivos de su trabajo iría el otro, no sé por méritos de qué tenían la facultad para dar clases. Los dos eran cuñados ya que estaban casados con dos hermanas de la familia de los Traperos de la misma calle Camacho. Esos años fueron los de la leche en polvo y el queso que los americanos mandaron a España como parte de la ayuda social tras la firma de Franco y los EE.UU. en el pacto de Madrid en 1953 y que Cáritas se encargaba de distribuir por Hospitales y Colegios. A cambio, los americanos comenzaron a construir sus bases militares por todo el territorio español. La leche venía en grandes bidones de cartón y cada mañana se hacía en un cubo de cinc en el que se echaban los polvos y el agua y había que remover bastante para que se le quitaran los grumos, luego nos las bebíamos por la mañana en los vasos o las latas que llevábamos de casa. El queso venía en unas grandes latas redondas de cinco kilos, se sacaba una loncha redonda que cortábamos con un alambre y luego se hacían las porciones que nos comíamos por la tarde con un poco de pan, si lo habías  llevado de casa.

De esa escuela pasé a la de Mantrana (1961) situada en los bajos del Ayuntamiento. Don Francisco Ortiz Mantrana, para mí el mejor maestro de Guadalcanal de aquellos años y creo que el único con título universitario de profesor. Mantrana estaba catalogado como un maestro autoritario y severo por su rectitud y seriedad y se le atribuían serios castigos a los alumnos que en la mayoría de los casos eran exagerados y que casi siempre se llevaban los mismos, aunque a veces como en todas las circunstancias, pagaban justos por pecadores y algún palmetazo te llevabas sin saber porqué. La enseñanza era similar en todos los colegios sólo teníamos un libro, la Enciclopedia  Álvarez o similar donde venía de todo y se aprendía de forma muy básica lo referido a cada asignatura. Pero Mantrana tenía algo que no tenían otros profesores de la época y era su obsesión por la ortografía y la caligrafía, con aquellas plumas de pico de cigüeña y esos cuadernos de caligrafía que comprábamos en casa Rodez o Jesusito el del estanco y que era la asignatura de todas las tardes.                                         

Ese es el mejor legado que dejó a todos los que tuvimos la suerte de pasar por su escuela y del que yo estoy más orgulloso, ya que cada vez que tengo que escribir algo a mano me acuerdo de él. Por el año 1962-63 se creó el comedor escolar ubicado en la calle Camacho esquina callejón de la cava, edificio donde daban las clases Don Francisco Oliva y Doña Hermo, aunque el comedor estaba situado en ese lugar la comida se hacía en la calle Milagros en el domicilio de Don Francisco Ortiz Mantrana y Doña Paz y desde allí los más mayorcitos llevábamos cada día las grandes ollas y cacerolas con la comida calle Milagros arriba hasta el comedor donde creo recordar que la comida nos la servían las niñas más mayores de la escuela de doña Hermo.

En el curso de 1964-1965 nuevamente volví  a la fría escuela de la calle Camacho pero ahora transformada en la nueva Escuela Profesional Diocesana Nuestra Señora de Guaditoca de Guadalcanal. El Padre Leonardo fundador de la Escuela Profesional de Cazalla de la Sierra junto con el párroco de Guadalcanal Don Manuel Barrera la habían creado para hacer el primer curso de Iniciación Profesional, en ese curso terminarían los estudios para la mayoría que por un motivo u otro no seguirían estudiando y solo unos cuanto, seguimos los estudios en la Escuela Profesional de Cazalla de la Sierra gracias a las becas que nos concedieron.

Cuatro cursos de interno aunque fuese en Cazalla no eran moco de pavo, entonces no se disponía de ningún medio de transporte y sólo se dependía del tren para poder ir al pueblo, así que ya os podéis imaginar las de veces que nos andábamos el trayecto desde Cazalla a la estación de Alanís, cuando nos daban libre los viernes hasta el lunes que no eran todos, ya que había una política de estudios que a los internos nos hacía hincar más los codos y más a los que ya empezábamos a tener “amiguitas” en el pueblo.

Estas son mis notas del último mes del curso como veis están firmadas por el párroco de Guadalcanal Don Manuel Barrera y que sirvieron para que con la ayuda de Don Francisco Ortiz Mantrana que se encargó del papeleo me concediesen la beca.

Teníamos exámenes mensuales y de las asignaturas que suspendieses dependían los fines de semana que te daban libre. Sí suspendías una, pues un fin de semana del mes que no salías de Cazalla, que suspendías dos, pues dos semanas, así que si suspendías más de tres ya sabias que no veías el pueblo en un mes y eran nuestras madres a las que les tocaba recorrer el camino a la inversa desde la estación de Alanís a Cazalla donde pasaban el día con nosotros a la vez que nos llevaban algo de ropa y comida. Tampoco era fácil mantener la beca ya que tenías que aprobar todas las asignaturas en los exámenes de Junio, si suspendías una asignatura te quitaban la beca, de ahí que de año en año me fui quedando solo sin nadie de Guadalcanal y solo yo de mi promoción terminaría la Formación Profesional en 1969, un año más tarde lo haría Miguel Grillo Martín, que venía un curso por detrás del mío ya que es un año menor que yo.

Podía haber seguido estudiando ya que me siguieron concediendo la beca, pero ya tenía que desplazarme a vivir a Sevilla y en aquellos años la economía en mi casa era más bien escasa, por lo que decidí terminar ahí mi etapa como estudiante.

En 1969 había dos Marías muy conocidas  en Guadalcanal, María Murillo Cordobés  conocida por Mari noticias ya que era quien repartía los telegramas tan habituales en aquellos años y María Garzón Flores, Mari la de teléfonos (tristemente fallecida  a muy temprana edad) a la que junto con su familia, teníamos y seguimos teniendo  una gran amistad, ya que era vecina en la calle Huertas de la que entonces era mi novia y desde hace más de cuarenta años mi mujer, María José Galván Mejías. María Garzón estaba en la centralita de teléfonos y fue quién me comentó que en el Boletín de Teléfonos que salía todos los meses, venían unas solicitudes para entrar a trabajar en la entonces Compañía Telefónica Nacional de España. Me presenté y tras aprobar los exámenes y tres meses de curso en Sevilla, a mis veinte años cogía el tren destino a Madrid a trabajar en Telefónica, única empresa en la que he trabajado durante cuarenta y un años.

AQUELLOS PASEOS DE JUVENTUD. Aunque mi juventud en Guadalcanal se limitase a fines de semanas y vacaciones, no puedo dejar de recordar con cierta añoranza la forma en la que los jóvenes  de la década de los sesenta nos divertíamos y pasábamos el tiempo libre con apenas unos cuantos duros en el bolsillo.

Hoy día nadie pasea, sales de casa y “zas” ya estás en el bar o en las terrazas de verano cogiéndote un cabreo monumental, si no encuentras una mesa libre, pero no das tranquilamente un paseo sino que vas todo estresado de bar en bar, hasta que por fin encuentras una mesa libre y ahí ya se te abre el cielo. ¡Hala a comer y beber! Como si no lo hubieses hecho nunca y ahí estás hasta que te vuelves a casa con el estómago a reventar y naturalmente con el colesterol por las nubes. En los años sesenta todo era diferente  y mucho más tranquilo, no existían las prisas entre otras cosas, porque lo de ir a los bares los jóvenes aparte de que el bolsillo a muchos no nos lo permitía, tampoco era costumbre sobre todo las chicas. Era impensable ver a una chica en el bar tomándose un cubata, no estaba bien visto por nuestros mayores y solo en los guateques que organizábamos alquilando alguna casa, teníamos la oportunidad de pasarnos un poco con la bebida, mientras bailábamos con aquella maravillosa música de la década.

Así que la única opción que teníamos era el cine y pasear y así éramos tan felices. Cine de invierno y mesones en otoño e invierno y cine de verano y Palacio en la época estival, eso sí, el cine era sagrado al menos los fines de semana. Los Mesones  se convertían los fines de semana del invierno en un hervidero de gente paseando en una u otra dirección y era gracioso porque cada vuelta te encontrabas con la misma gente, si no te querías encontrar con alguien te dabas media vuelta para pasear en la misma dirección de la persona que no querías ver. ¡Para allá no, que viene mi padre! decían las chicas cuando no querían que las vieran, sobre todo si estaban empezando a salir con algún chico. No era fácil comenzar una relación y siempre teníamos que andar haciéndonos los despistados cuando nos cruzábamos con algún familiar de nuestra chica o de cualquier otra del grupo.

En verano era El Palacio el que se ponía a tope los cuatro paseos llenos de gente vuelta para arriba, vuelta para abajo; las parejitas preferíamos los dos paseos laterales  buscando un poco de intimidad en las zonas donde el alumbrado era más escaso.

            A mi sin duda los paseos que más me gustaban eran los que dábamos los fines de semana en las soleadas tardes de primavera por los alrededores de Guadalcanal. La Estación, San Benito, la Piedra de Santiago y el puente de Sevilla eran los lugares habituales por donde paseábamos  disfrutando de la naturaleza, jugando y haciéndonos estas bonitas fotos que quedarán para siempre en el recuerdo de nuestra juventud.

José Antonio Arcos Baez

Leyendo a José Antonio, me viene el olor del café de la tienda de Juan José Molina, Antonio el tuerto, como era conocido y al que yo visitaba por mi trabajo todos los días. José Antonio nos cuenta su mundo alrededor de la torre de Santa Ana y sus historias siendo monaguillo. Los recuerdos de sus maestros y los estudios en Cazalla, que le obligaban a forzarse en no suspender ninguna asignatura, si quería ver a sus padres y seguir con la beca. También tuvo que marcharse, pero mentalmente, sigue viviendo en Guadalcanal. Gracias.

Por el oficio del Ayuntamiento al Gobernador Civil, de fecha 25 de marzo de 1959, sabemos los alumnos del Censo Escolar al día de la fecha, que es el siguiente: Varones, 766. Hembras, 713. Matriculados 295 varones y 387 hembras. De 6 a 12 años: Varones 429 y 417 hembras.

Por el acta del 30 de Marzo de la Hermandad de Ntro. Padre Jesús, tenemos noticia de que  confirman la compra del paso de Ntro. Padre Jesús, que será realizado en Zafra, (Badajoz) por el maestro D. Antonio Martín Martín.

Hasta el 16 de mayo no se reunió por primera vez este año, el Consistorio. Se da cuenta del nuevo contrato realizado con la Obra Sindical 18 de julio, para la asistencia médico-farmacéutica de los funcionarios del Ayuntamiento.

En la Revista de Feria de este año, el Alcalde hace un resumen de las obras realizadas, destacando entre ellas: cuatro aulas escolares en la Avda. de Portugal, que esperaba se pudieran usar para el próximo curso escolar y había en proyecto otras dos. El costo total de las obras fue de 393.974 pesetas. También ha sido ampliado el servicio eléctrico al barrio de las Erillas y dotando además por primera vez, los barrios del Majalillo y el Venerito, quedando sólo el del Cerrillo, para el cual se tienen interesado los presupuestos. También decía el alcalde Antonio Rivero Yanes, que se estaban llevando a cabo las excavaciones de cimentación para la construcción del nuevo Cuartel de la Guardia Civil.

Las hermanas doña Hermógenes y doña Victorina León Martínez, estuvieron un montón de años en Guadalcanal. En la fotografía que viene a continuación, pueden ver alumnas de doña Hermo de diferentes edades y unos niños en primera fila tan arregladitos y con cara de buenos. Virtudes Blanco Chaves me lo explicó y así lo consigno para conocimiento de todos: Tuve la suerte   –dice Virtudes- de estar en el colegio de Doña Hermo desde los cuatro años hasta los once. Como bien tú dices, no es de extrañar que estemos de diferentes edades, aunque sí de que haya niños, que son mis hermanos y primos y alguno más, y eso es lo que te quiero aclarar.

 Esta fotografía se hizo en el verano de 1959. El motivo fue el siguiente: Cuando terminó el curso escolar, nos encontramos con una triste noticia para todos, Doña Hermo y su hermana Doña Victorina se marchaban del pueblo. Entonces fue cuando unas cuantas alumnas tras reaccionar de la triste noticia, decidimos que no se podían ir sin llevarse algún recuerdo nuestro. Esos niños que aparecen en la fotografía nos ayudaron a recaudar fondos para comprarles un detalle, es por eso que vinieron con nosotras a entregárselo.

 Doña Hermógenes León Martínez, falleció cuando estaba a punto de cumplir los cien años, en Coria del Río el 5 de diciembre del año 2011.

No sabemos si ocurrieron algún tipo de problemas, porque hasta el 15 de septiembre no se vuelve a reunir el Consistorio. Se dio lectura al escrito del Arzobispado de Sevilla y como ya hicieron en su día los anteriores prelados, informa que la antigua capilla de Los Milagros sigue siendo propiedad del Arzobispado, aunque durante muchos años ha estado cedida al Ayuntamiento y usándose como edificios escolares, y desean que en un plazo breve les sea devuelta para uso de apostolado que los feligreses necesitan.

Se informa de escrito de la Diputación de Sevilla, donde comunica la aprobación de la construcción de un muro-escuela en la Avda. de Portugal, para lo que se entregará los materiales acordados en su día.

Se da cuenta del informe de la Comisión Permanente sobre el estado de ruina del Matadero Municipal, que hace necesario su demolición para evitar desgracias personales, trasladándose provisionalmente los servicios del Matadero a la Plaza de Abastos.

Se da conocimiento de la Orden Ministerial de 30 de julio por la que se crean Escuelas Nacionales de Enseñanza Primaria. Una escuela graduada de niños, con cuatro secciones a base de las unitarias de niños número 3 y 2 existentes. El Consistorio aprueba la adquisición del mobiliario necesario para que empiecen a funcionar lo más rápido posible dentro del curso escolar actual.

El 6 de octubre, el Ministro inauguró  simbólicamente desde Sevilla varias escuelas de la provincia, entre ellas, dos en Guadalcanal. Aprobándose con fecha 15 de octubre el acta de recepción de las dos aulas construidas en la Avda. de Portugal y que han sido llevadas a efecto por los maestros albañiles, Isidoro Barragán Pérez y Luis Rius Palacios.

El Ayuntamiento también aprueba dirigirse a la Junta Provincial de Construcciones Escolares de Sevilla, solicitando la construcción de cuatro aulas escolares, dentro del Plan de Construcciones para el próximo año, ofreciendo el solar necesario en terrenos del Ayuntamiento.

El día 12 de diciembre queda aprobado el Proyecto de Presupuesto Municipal para el año 1960, por un total de ingresos y gastos de 1.491.754 pesetas.

También con fecha 21 de diciembre de 1959, se aprueba la construcción de 80 nichos en el Cementerio Municipal de San Francisco, que serán realizados por el maestro albañil, Isidoro Barragán Pérez, por un importe total de 46.200 pesetas y solicitud de Luisa Yanes Criado, para la cesión de 4 m² en el cementerio, para construir un panteón familiar.

En este mes de diciembre, un equipo formado por ingenieros, arquitectos y especialistas, visitó Guadalcanal para elegir el lugar dónde se iba a instalar la antena y resto de edificios, que permitirían poder ver la televisión a todos los andaluces y extremeños.

El equipo estaba presidido por el director de TVE en esta época, Joaquín Sánchez Cordobés y fue acompañado por el alcalde Antonio Yanes y concejales del Ayuntamiento. Al no existir la carretera para subir a El Penigote, el traslado para ver el lugar elegido para la antena, de técnicos, alcalde y concejales, se hizo en burro.

      Se iniciaron las obras para instalar la antena de televisión en el año 1960 de lo que se llamó el centro emisor del Sur en Guadalcanal (Sevilla). Durante este año y 1961 continuaron los trabajos de construcción de los edificios y montaje de la torre emisora, situada a 906 metros de altura en el monte Hamapega. A los trabajos del centro emisor propiamente dicho precedió la construcción de una carretera de acceso muy dificultosa debido a lo accidentado del terreno. A continuación se construyeron el edificio, línea de alta tensión para suministro eléctrico, traída de aguas, torre, etc.

Manolo Galván que estuvo trabajando en el montaje de la antena, nos explica como se realizó la construcción de todas las instalaciones.


              Estas fotografías fueron hechas por Santi en el mes de julio de 1960, los que estamos en ellas somos de Guadalcanal, que trabajamos en el montaje. Como se puede apreciar pertenecen a la construcción del edificio y montaje de la antena de TV. en la sierra de Hamapega.

Quiero destacar la expectación que despertó en el pueblo su instalación, creo que fuimos cuarenta o cincuenta las personas del pueblo que trabajamos en dichas obras. Recuerdo el día que subió Santi y nos hizo estas fotos, después, como otros muchos y por las nulas expectativas laborales, me tuve que marchar del pueblo.

Como anécdota cuando por cualquier causa salía a relucir mi lugar de nacimiento o procedencia, con cierta ironía burlona se solía decir, ah tú eres del pueblo donde nos averiáis la televisión cada dos por tres. Cosa que solía pasar con bastante frecuencia en sus primeros tiempos, por supuesto, completamente ajeno a la gente del pueblo.

Mi contestación era siempre la misma, la gente de ese pueblo que es el mío hemos puesto con nuestro trabajo un granito de arena para que ustedes puedan estar viéndola ahora. Otra cosa que recuerdo, pues nos cogió julio y agosto, el calor que pasamos subidos en el inmenso tubo de hierro que no veas cuando lo calentaban los rayos del sol como se ponía.

Fueron numerosos los guadalcanalenses que llegaron a trabajar en estas instalaciones, técnicos, guardas, conductores, cocineros, etc. Hace poco más de un año, dejó de trabajar la última empleada, contratada por una empresa de limpieza. Al parecer, lo que queda de las instalaciones actuales, se lleva por control remoto desde cualquier parte, lejos de Guadalcanal.

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