Guadalcanal año 1956

MEMORIA AGRADECIDA. Mi primera maestra, Doña Paquita. Ella tuvo mucha “culpa”. No lo dudo. Tuvo mucho que ver en que yo sea cura. En una ocasión -¿varias?- hizo, de una hoja de papel blanco, una imitación de la forma grande, como la de las misas, y estando junto a ella, yo la alzaba ante toda la clase.

Ella, muy amante de la Eucaristía, asistió al Congreso Eucarístico de Barcelona del año 1952; volvió muy contenta; yo tenía siete años. Aquel Congreso nos dejó el  himno “De rodillas, Señor, ante el sagrario…”.

Impulsó “los Niños Reparadores”; cantábamos al ir a la Parroquia el himno: “…vamos niños al Sagrario que Jesús llorando está, pero viendo tantos niños muy contento se pondrá…” También alentó la devoción a la Virgen; una imagen de la Virgen Niña estaba en el aula.

Ella me enseño a leer muy bien, a escribir y los primeros números; y, sin yo saberlo, entonces, alentó la vocación de irme al Seminario, años después. Le estoy muy agradecido por los cimientos humanos y cristianos que puso en mi vida.

Trespalacios. ¡Cuánto disfruté allí! La casa de mi abuela paterna Dolores Palacios, viuda de Cándido el Ladeao. Allí estaba la zapatería de mi padre José Blanco Nogales, más conocido por José el Sacristán y de mi tío Luís, Luisón, y un gran patio que se alquilaba, en verano, para “cine”.

            Verano tras verano viendo películas, teatro para niños, y en algunos veranos Revista. Cuando la película estaba clasificada con un 3, autorizada para mayores, o 3R, para mayores con reparos, o 4 gravemente peligrosa -la clasificación se colocaba en el cancel de la Parroquia- mi padre me mandaba a la zapatería, y desde la ventana, que daba al patio, yo podía ver toda la película, burlando la prohibición de menores. Recuerdo una de esas películas clasificada con un 4: Arroz amargo, protagonizada por la actriz italiana Silvana Mangano.

Antes del comienzo de la película y en el descanso, vendía refrescos entre el público con mis primos Pepe Luís Muñoz y Cándido Blanco. Éramos unos niños entre siete y once años, que gozábamos vendiendo, entre fila y fila de sillas, nuestros refrescos.

            En los altos de la casa, vivían Manolo Baños, Josefa, su mujer, y sus tres hijas Pepi, Dorita y Angelines con quienes pasé muchas horas de juegos y de ilusiones.

Monaguillo. Muchos del pueblo lo fuimos. Otros niños, ahora, lo son. Yo estaba destinado  irremediablemente a serlo; era el hijo de José, el sacristán y de Rosario Gálvez Blandez, la costurera. Como quien dice: me críe en la iglesia. Los de mi “quinta”: Joaquín Galván, su hermano Manolo, Cayetano Yanes y su hermano Gabriel el campanero; Rafael Morente, Antonio  “Conchilla”…; muchos otros. Ayudábamos en misa, tocábamos las campanas, barríamos, ayudábamos a mi padre, el sacristán. Formábamos un equipo de trabajo; teníamos nuestras peleas…, pero éramos una piña cuando nos enfrentábamos a la banda de los “Eladios” a pedradas; aunque éramos vecinos de uno de los cabecillas: Eladio López, hijo de Manolo López.

Repartíamos la Hojita parroquial, y pedíamos para el Santísimo, los jueves, casa por casa. En uno de esos jueves, me cansé del recorrido que me correspondía, y volví a mi casa sin haber terminado, mi madre, Rosario la costurera, me castigó severamente.

             En el mes de octubre, los monaguillos recorríamos todas las casas del pueblo pidiendo para “los Tosantos”. Llevábamos unas parihuelas para recoger membrillos, melones, nueces, castañas… recogíamos lo que daba el tiempo, y también dinero.

En el día de Todos los Santos nos reuníamos, en el patio de la Parroquia para comer, todo el “personal” de la Parroquia: José, el sacristán   –mi padre-, Rafael Morente, el organista, Benjamín Lara, el sochantre, el campanero y los monaguillos, y algún que otro que se arrimaba ese día. El párroco, don Félix, hacía una visita de cortesía y marchaba.

Los trabajadores de la Parroquia disfrutábamos y confraternizamos. Los mayores se achispaban y los monaguillos lo pasábamos “pipa”.

            Al terminar ese día ya estábamos pensando en la preparación del Día de los Difuntos. Por la tarde-noche se comenzaban los toques “a difunto”; a todos los monaguillos nos gustaba pasar las horas en la torre,  “tocando a difuntos”. Nunca me “tocó” a mí, el sacristán –mi padre- no me dejó.

Recuerdo con mucho cariño a Rafael Morente, el organista y a Benjamín Lara Larita, el sochantre; y la amistad y el cariño que se tenían los tres, y el cariño y la educación que nos daban a los monaguillos. Benjamín Lara sigue teniendo, a sus noventa y tantos años, una voz estupenda; en las navidades del 2017 me cantó, por teléfono, un hermoso villancico.

            Yo, tocaba las campanas los domingos. La primera misa era muy temprano. Recuerdo los domingos de invierno; cuando todavía no había amanecido, bajábamos mi padre y yo a La Puntilla; él tomaba café y su copa de aguardiente, y yo un polvorón; me encantaba.

            A continuación nos íbamos para la  Parroquia. Nada más entrar mi  padre me mandaba “tocar el primero”; él se quedaba en la sacristía preparando para la misa; yo tenía que atravesar el templo y eso me sobrecogía: el silencio, a media luz, imágenes a derechas e izquierda…; cuando me entraba miedo era al comenzar a subir las escaleras; primer tramo, hasta el descanso del coro, segundo tramo hasta la torre; agarraba la cuerda y a tocar, y mirando con temblor y pavor a la puerta que daba acceso a la escalera hacia el campanario; estaba deseando terminar “el toque”; me corría un escalofrío por la espalda; y rápido bajaba hasta el descanso del coro; miraba de reojo hacia el coro, y aceleraba en el último tramo de escalera. Nunca le conté a mi padre el miedo que pasaba, así que al domingo siguiente vivía lo mismo.

Los monaguillos ganábamos nuestras “perras”. Propinas por bautizos, por entregar los reclinatorios, por repartir la hojita parroquial, por pedir el “Santísimo” cada jueves, recorriendo todo el pueblo, hiciera frío o calor o lloviese; el diez por ciento era para nosotros. Y así, junté para ayudar a comprar el traje de primera comunión, como me recuerda mi hermana, María Dolores.

“Si quieres un hijo pillo mételo a monaguillo”. De tarde en tarde, venía por el pueblo un cura que tenía mucha clientela fija en el confesionario, y, llegada la hora de cerrar la iglesia, sobre las nueve de la noche, como se tardaba desconectábamos la palanca general de la electricidad.

Quiero ser cura. Tengo clara conciencia de que esa era mi voluntad. Creo que el Espíritu me impulsó y se valió de las mediaciones en las que vivía: familia, maestras, Parroquia…

            Al instante, animan y respaldan el párroco don Félix Hidalgo, y Doña Hermo, que se ofrece para prepararme a hacer el examen de ingreso al bachillerato. Y la ayuda económica –la beca– me la da Dª Natividad Alvarado, que la venía dando a anteriores seminaristas. (Mis padres no podían costear ni  clases particulares ni la plaza en el seminario).

Creo que Doña Paquita despertó mi vocación y Doña Hermo la alentó; dos sorianas maestras; dos sólidas cristianas.

Doña Hermo “ponía a prueba mi decisión”, me “picaba”, y yo me crecía; era lo que ella buscaba. Recia y exigente; le estoy profundamente agradecido.

En sus clases particulares, en la calle Camacho, coincidí con muchos niños y niñas; entre ellos, Rafalín, el de don Alfonso, lo recuerdo alegre, desaliñado, pillo; a Doña Hermo le agradaba la frescura de Rafalín.

En el Seminario Menor. En octubre de 1957 ingreso en el seminario menor de San Juan de Aznalfarache, donde estaba enterrado el cardenal Segura, fallecido unos meses antes. No se cabía en Sanlúcar de Barrameda, donde estaba el Seminario Menor de la archidiócesis, y tuvieron que habilitar una zona del Monumento en San Juan, para treinta y un niños. Desde 2010 ha vuelto a ser sede del Seminario Menor, dónde comenzó sus estudios nuestro paisano y futuro sacerdote Francisco Gordón Pérez.

Ese año de 1957, es destinado D. Félix Hidalgo Domínguez, hasta entonces párroco en nuestro pueblo, a la parroquia de San Julián, en Sevilla, y llega, como párroco,  D. Manuel Barrera Cobano, desde Real de la Jara.

El primer trimestre dormí en la planta alta del edificio, otros lo hacían en el sótano. A la vuelta de las vacaciones de Navidad me habían “bajado” al sótano; lloraba desconsoladamente, por este cambio, mi padre, que me había llevado desde el pueblo, me preguntó si quería volverme, le contesté que no.

Después estuve un curso en Sanlúcar de Barrameda y  dos en  Pilas. (Según he leído se barajó la posibilidad de poner el seminario menor en nuestro pueblo)

San Telmo. Ya estaba en el Seminario Mayor, en Sevilla: Rafael Calado, más tarde monje jerónimo, y en Sanlúcar de Barrameda: Antonio Gordón.

Otros seminaristas de aquellos años Julian Jiménez, de “mi quinta”,  pero en el Seminario de Huelva, que celebró su primera misa en el pueblo; y más jóvenes, eran Eusebio Calle, Antonio Valverde, Jesús Miguel Sánchez, Cayetano Chaves y Antonio Casero.

En Trespalacios. Con mis padres, mi tía Luisa, mi hermana Mª Dolores y Auxiliadora, hija de mi prima Amadora y Antonio. 1963

Mi familia emigra a Sevilla en 1963, como tantas familias de nuestro pueblo. Los contactos con el pueblo se distancian; vuelvo al pueblo para visitar a la familia, en vacaciones y para celebraciones de bautizos y bodas de los hijos y nietos de mis primos.

El paso por el Seminario Mayor, donde estoy hasta 1969, me abre un horizonte de entusiasmo en la fe, en lo intelectual y en las relaciones. El ambiente posconciliar, renovador, de cambio que se vivía en la Iglesia, entra también en los seminarios. La fe cristiana se renueva, se vigoriza; la manera que cómo se ha ejercido, el sacerdocio sufre una fuerte contestación y se abre paso la imagen del cura inmerso en el pueblo y con una opción preferencial por los más pobres, por el mundo obrero. Viví aquellos años con entusiasmo, abierto a lo nuevo, al cambio en la Iglesia y en la sociedad española.

Me inicio a los Movimientos eclesiales como el Movimiento Rural Cristiano (MRC), La Juventud Obrera Católica (JOC) y a la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) en la que continúo. Estos Movimientos de la Iglesia han marcado mi ser cristiano y mi vocación de cura de forma definitiva por lo que continuamente doy gracias a Dios y a la Iglesia por ponerlos en mi vida.

Sacerdote. El 23 de mayo de 1970 fui ordenado sacerdote, y el 25 celebré “la primera misa” en Guadalcanal. Era párroco del pueblo D. Luís Prieto Samas.

Recuerdo aquel día de mayo con mucha alegría; con mis padres, hermana, tíos, primos, amigos; con la gente de la Parroquia que me conocían desde niño, al igual muchos paisanos.

Mi primer destino, con dos compañeros más, fue a pueblos de colonización, entre Lora del Río y Peñaflor: Priorato, Setefilla y Vegas de Almenara, y, al otro lado del río Guadalquivir, El Acebuchal y El Rincón. Cuatro años después  fui destinado a una parroquia de Lora del Río.

Y en el año 1981 voy a la Parroquia del barrio de Ntra. Sra. de la Oliva, en el Polígono Sur, de Sevilla. Después de catorce años, a Pino Montano, a la parroquia de la barriada de Los Mares (Parroquia Jesús de Nazaret y Ntra. Sra. de Consolación), donde llevo veintidós años.

De capellán en el Hospital Virgen Macarena. En ocasiones, había sustituido al capellán y yo me sentía bien inclinado a ese mundo. Sin yo pedirlo ni esperarlo, me piden que haga este servicio, acepto, y doy gracias a Dios por esos años. Tuve la ocasión de encontrarme y tratar a paisanos ingresados y familiares; también con muchas personas de los pueblos de nuestra Sierra Norte; fueron unos años de unas relaciones intensas y únicas. Allí estuve del año 2006 al 2010.

Acción de gracias. He titulado este escrito Memoria agradecida. Agradecido a Dios, a mi familia, maestras y maestros, a todas las personas de mi pueblo que me ayudaron a ser persona, cristiano y sacerdote; que me inculcaron el amor a Jesucristo y a la Virgen, en su advocación de  Guaditoca; gracias a Ignacio Gómez que me ha dado la ocasión de comunicarme; en definitiva, agradecido por haber nacido y crecido en Guadalcanal.

                                                                                   José Blanco Gálvez

Leer esta introducción de José Blanco, el hijo del sacristán como lo conocemos en el pueblo, es revivir aquellos años de nuestra niñez y juventud con nuestros paseos por El Palacio y la asistencia al cine que se montaba en Trespalacios en el verano. Tomar esas gaseosas que vendía, sin recordar si eran las de José Mª el de las bicicletas, o las de Perelló, que me recuerdan lo que me decían cuando no era capaz de levantar alguna cosa: ¡Anda! que tienes menos fuerza que las gaseosas de Perelló. Leer a Pepito el cura, como cariñosamente le llama la gente, es ir viendo cómo se va formando un sacerdote, que estará involucrado toda su vida en lo que cree. Es imaginarlo en sus años de Capellán en el Hospital Macarena, atender a los enfermos y buscando por las habitaciones a nuestros paisanos, para tranquilizarlos, sólo con sus presencia. Gracias.

Todos sabemos que es normal que una persona se caiga de una escalera, pero no deja de ser noticia la aparecida en el periódico del 14 de enero de 1956 sobre Guadalcanal, que dice: Joaquín Escalera López, de sesenta y un años, se cayó de una escalera, produciéndose fractura de costillas y enfisema, de pronóstico grave. Fue trasladado a Sevilla, donde quedó ingresado en una clínica particular. Para los lectores que no sepan quien era esta persona, les puedo decir que era hermano del más conocido en todo el pueblo, Rafael Escalera López, Ito.

De nuevo la construcción de viviendas es noticia, ya que se recibe oficio del Delgado Provincial del Instituto Nacional de la Vivienda, en el que comunica la aprobación para construir 17 viviendas de renta limitada, de las 46 solicitadas.

Víctor Jaurrieta Garralda, empresario del Cine Moderno, envía un escrito por el que comunica la rescisión del convenio para el pago del impuesto de Usos y Consumos, debido que en los dos últimos años, el ejercicio de esta Industria no ha sido bueno. Se acuerda rescindir el concierto con fecha 31 de marzo de 1956, pasando a aplicarse a partir de primero de abril la Tarifa 5ª Representaciones cinematográfica, por un importe de 20.000 pesetas.

En la reunión del Consistorio del 6 de abril el Alcalde propone la urbanización de las calles, General Franco, Comandante Rodrigo y Ramón y Cajal, cuya financiación se podría realizar con el superávit existente en el presupuesto del año 1955. El concejal Antonio Rivero Yanes, propone que es más urgente la pavimentación de las calles Guaditoca y Sevilla. Se acuerda aceptar la propuesta de Antonio Rivero y solicitar el presupuesto correspondiente.

En estos años, además de los alumnos que vivían en Guadalcanal y asistían a los colegios, había otra serie de niños que vivían en diferentes cortijos de fincas del término municipal. Así vemos con fecha 3 de julio de 1956, facturas que pasa José Mª Rivero Yanes, por el transporte desde y hasta la finca La Jayona. En total se realizaron 1.408 kms. y un importe de 7.744 pesetas.

El 25 de julio, el periódico ABC de Sevilla, informaba del incendio que se había producido en Guadalcanal. En una fábrica de gaseosas emplazada en el pueblo de Guadalcanal, propiedad de don Baltasar López de Ayala, se produjo un incendio, cuyos trabajos de extinción corrieron a cargo del Servicio de Bomberos de nuestra ciudad, a las órdenes del perito aparejador señor Álvarez Dardet. Cuando los bomberos llegaron al lugar del suceso, el incendio alcanzaba, además de la nave donde se inició, la planta principal del edificio, que había sido desalojado. Tras varias horas de esfuerzos, los bomberos consiguieron apagar el incendio, que ha ocasionado pérdidas materiales de importancia.

El 19 de septiembre, apareció esta curiosa noticia en los periódicos: En el “Boletín Oficial del Estado” número 259, correspondiente al 15 de septiembre actual, aparece, en una serie de concesiones o registros mineros, bajo el número 6.401, una de cobre, radicada en el término municipal de Guadalcanal (Sevilla), con el siguiente original título: “¡Viva el Betis!”. Tal petición apareció también, previamente, en el B.O. de esta provincia número 60, correspondiente al 10 de marzo último.

Visita pastoral del Cardenal Bueno Monreal a Guadalcanal el 27 de septiembre de 1956, entre otras cosas, para confirmar a una serie de jóvenes, entre ellos, este humilde historiador. Curiosamente, recibí la Confirmación, antes de haber hecho la Primera Comunión.

En la reunión de Pleno del 22 de septiembre, se aprueba el envío de un escrito al Gobierno Civil, en relación por el permiso solicitado por el alcalde José de la Hera Moreno, para atender su curación del proceso hepático que padece.

El Consistorio en su reunión del 15 de noviembre, analiza escrito del Ministerio de la Vivienda, donde indica que en el plazo de tres meses, hay que presentar el proyecto para la construcción de viviendas de renta limitada.

También se aprueba el Presupuesto Municipal para 1957, por un importe de 1.789.721 pesetas.

El 8 de diciembre, el Gobierno Civil publicó la siguiente nota de la Junta de Beneficencia: La Junta Provincial de Beneficencia llama la atención sobre el anuncio inserto en el “Boletín Oficial de la Provincia”, número 285, fecha 30 de noviembre del corriente año, relativo a la subasta de fincas propias de la fundación Banco Agrícola de Guadalcanal.

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