Guadalcanal año 1955

Año 1955

De los buenos recuerdos que tengo de mi vida en Guadalcanal, cabría destacar aquellos días en la calle de Santa Ana, cuando todos los críos éramos una piña jugando a juegos ya perdidos como eran: La Pidola, El Salto del Moro, Guardias y ladrones. También recuerdo terminar la jornada en torno a la radio para escuchar Matilde, Perico y Periquín. Matilde, interpretada por Matilde Conesa; Perico por Pedro Pablo Ayuso y Juana Ginzo, que hacía de Periquín. O Las aventuras de Pepe Iglesias El Zorro, que se iniciaban con una sintonía que todavía recuerdo: Yo soy El Zorro, zorro, zorrito, para mayores y pequeñitos; yo soy El Zorro, señoras, señores, de mil amores, voy a empezar, seguida de una de sus características melodías silbadas.

Una de las vivencias que tengo de aquella época fue cuando se estaban haciendo las obras de abastecimiento de aguas y aparecieron gran cantidad de esqueletos humanos en las zanjas que se hicieron para meter la tuberías. Me figuro que esos terrenos formarían parte de algún huerto de la iglesia de Santa Ana, que es donde enterraban a los feligreses de esta zona.

También de aquellos años me quedan algunos malos recuerdos. Uno de estos se remonta en torno al año 1963. Yo tenía 9 años. Era una tarde de verano y aprovechando la clandestinidad de aquella hora en que los mayores duermen la siesta, me bajé hasta la Plaza sin que en mi casa se dieran cuenta. De pronto un diálogo gracioso llega hasta mis oídos, me dirijo al lugar de donde salen y descubro desde la ventana del salón del Casino que da a la Plaza, una especie de caja iluminada en donde unos personajes se mueven cómicamente. No lo dudo un momento, entro en el local  por aquella puerta giratoria y sin encomendarme a nadie, me siento en uno de los suntuosos sillones en donde unos niños bien vestidos, están merendando y otros sentados en un sofá de piel, me miraron con cierta indiferencia. Yo atónito por el espectáculo tan maravilloso que se ofrecía ante mis ojos, apenas puse atención a lo que pasaba a mi alrededor. Aquello que tenía delante era la televisión. Acababa de descubrir la magia de los dibujos animados. Aquello era algo nuevo para mí, se trataba de Los Picapiedras. Gozaba en aquel momento de lo lindo, viendo las aventuras de Pedro y Pablo entrando en aquella casa de piedra o conduciendo aquel auto hecho de troncos, mientras Wilma Y Betty se arreglaban para gastarse lo piedrodólares, antes de que llegaran sus maridos de la cantera, en donde un dinosaurio era la grúa con la que trabajaban. De pronto el dedo acusador de uno de aquellos niños que estaba sentado en el sofá de piel me señaló al ver entrar a un señor vestido de uniforme y que después supe que era el Conserje del Casino.

– Ese niño no es socio.

Fue lo último que oí. De pronto una mano se asentó en mi cogote y después cogiéndome de una oreja me arrastró hasta la puerta giratoria, poniéndome de patitas en la calle. Sólo pude escuchar cuando a trompicones salí a la Plaza.

– No te quiero volver a ver por aquí sinvergüenza.

El Casino de los señoritos, para mí quedó vedado aquel día en el que un Conserje maleducado, me echó de malas maneras. Sólo porque quería ver a Los Picapiedras.        

Otro recuerdo imborrable eran aquellas lurias que nos echábamos y que consistían en liarnos a pedradas unos contra otros, cuando había que dilucidar algún problema que hubiera surgido. Eso sí, previo acuerdo pactado en el recreo del colegio.

Tampoco se me va de la memoria el cine de verano con sus películas censuradas, provocando silbidos del respetable cuando la tijera del sensor impedía ver un beso o alguna escena que no fuera con la moral de la época. Menos mal que las de de Gracita Morales y Concha Velasco ya venían cortadas de fábrica. Pero lo que nos llenaba de satisfacción eran aquellas películas del oeste. Quien no se acuerda de La muerte tenía un precio interpretada por  Clint Eastwood y Lee Van Cleef y la magnífica música de Ennio Morricone. También Por un puñado de dólares, El bueno el feo y el malo  y otras por el estilo.

Otro de los días que recuerdo más amargos de de mi etapa del colegio, fue aquel cuando don Francisco Oliva (que era mi maestro entre los años 1963/65) se tuvo que marchar a Sevilla por motivos de su cargo como Alcalde, teniendo todos los alumnos que marchar a la clase que había en el Ayuntamiento a cargo de don Francisco Ortiz Mantrana. Al llegar la tarde, alguien dijo que nuestro maestro ya había venido de la capital y muchos de mis compañeros se fueron para la calle López de Ayala, que era donde nosotros dábamos las clases. Aquello hizo que el señor Mantrana montara en cólera y preguntara por el autor de tal bulo. Un  compañero -de cuyo nombre no quiero acordarme- me acusó a mí, sin motivo alguno. Entonces, aquel maestro me dijo que me acercara a donde él se encontraba. Al llegar a la altura de la mesa se levantó tranquilamente y se dirigió a mí cogiéndome de un brazo al mismo tiempo que me preguntaba:

– ¿Has sido tú quien le ha dicho a tus compañeros que había venido don Francisco…?

No me dio tiempo a contestar, pues al intentarlo recibí tal bofetada en el rostro que me aturdió por completo, pero sin darme tiempo a reaccionar recibí otra, esta vez  más fuerte si cabe y cogiéndome parte de la cara y la oreja, lo que me produjo un tremendo pitido además de dejarme marcado en el rostro la huella de su anillo. Naturalmente, no se  compadeció de mi llanto y tras darme algunos golpes algo más suaves, me devolvió al pupitre a empujones. Solo le oí decir que: así aprendería a no engañar a mis compañeros, que dicho sea de paso, estuvieron atónitos toda la tarde y además salieron al recreo sin mi, pues aquel maestro me castigó también sin salir a la Plaza, que era dónde salían los chicos que estaban siempre en aquella clase situada en el Ayuntamiento.

De nada sirvieron las protestas de mi madre, en  aquel entonces. Este episodio ha quedado grabado en mi mente como el más desagradable de mi vida escolar. Siempre que alguien comenta algo parecido viene a mi mente aquel episodio tan desapacible protagonizado por un hombre muy respetado en el pueblo, pero que conmigo se portó de una forma brutal.

No sé sí fue aquel mismo año cuando un acontecimiento parecido volvió a ocurrirme, pero esta vez con un marine de los Estados Unidos. Sucedió en aquel histórico día 6 de septiembre de 1964, en el que se realizó el Homenaje a Pedro Ortega Valencia. Era ya bien entrada la noche, la procesión de la Virgen de Guaditoca se había recogido y todos sentíamos en nuestro interior la tremenda emoción vivida.

Mientras tanto los marineros españoles y los marines yanquis que habían participado en la ceremonia, estos últimos vestidos con ese uniforme que salen en las películas, de color marrón y ese gorro protegiendo sus grandes pero vacías cabezas, no dejaban de beber whisky como solo ellos saben hacer.

Me acerqué a uno de ello con la intención de preguntarle inocentemente por el estado de sus compañeros que se desmayaron en el desfile y la respuesta de éste fue propinarme una bofetada. Naturalmente la intervención de mi padre y algunos conocidos que paseaban por el Real de la Feria impidieron que ese imbécil siguiera pegándole a un niño de solo diez años, que sólo quería hablar con un soldado americano.

Ya más mayor, recuerdo aquellos buenos ratos en el Club Parroquial jugando al ajedrez o escuchando música. Los domingos aquellos bailes con la orquesta de Alanís, cuyas piezas musicales eran repetitivas e interminables. Todavía recuerdo un estribillo que cantaban que decía: No te metas tú, en la vida de nadie, para que nadie, en tu vida se meta. Sigue tu camino y no mires atrás. Pero sí conseguías ligar con una chica, se aguantaba todo. Eso sí, bajo la atenta mirada de don Manuel Barrera, que no consentía el más mínimo desliz en las parejas.

Aquella primera caseta en la feria en donde el club contrató un grupo de Guadalema de los Quinteros llamado Los Duendes. Fue la primera vez que saqué a bailar a una chica. Gran amiga mía de siempre y viuda de mi querido primo Jesús.

 Otro año cuando amenizó la feria un grupo (no recuerdo su nombre) pero lo que sí recuerdo que a la gente mayor le llamó mucho la atención su indumentaria rockera al estilo de las bandas de  moda como Triana, Lone star o The Beatles. Muchos al pasar frente a la caseta se escandalizaban. Eran otros tiempos.

Los guateques en el patio de mi casa o en el de otros amigos. A donde acudíamos con un viejo tocadiscos y aquellos discos de vinilo con una canción por cada cara. Salvatore Adamo, Serrat, Víctor Manuel, Los Mustan, Los Bravos, Formula V, y tantos otros, que llevamos de un lado para otro según la casa dónde fuéramos a dar la tabarra. Eso sí, las chicas a las que invitábamos siempre nos preguntaban que si en la casa había personas mayores. Si la respuesta era positiva nos decían que sí asistirían.

Aquella Peña que junto con mis amigos Jesús, José, Julián, Grillo, Diego y Manolo, montamos y que todos los domingos abríamos para que pudiéramos bailar ya que no sé por qué motivo, el Club Parroquial se cerró. Recuerdo aquella noche vieja del año 1970 cuando a eso de las tres o las cuatro de la mañana salimos a que nos diera el aire, pues estábamos bien preparados de alcohol, así se muestra en la fotografía superior. La postura del grupo no es muy ortodoxa y se nota que íbamos sin sed. Pero no era este el problema, lo malo es que dentro de cuatro horas había que ir a coger aceituna al paraje de Las Lapas, menudo cuerpecito tenía yo aquel día de mi santo.

Y como imborrables, también de aquellos años en Guadalcanal, aquellos partidos de fútbol en los que Pepillo, Capellán, Pelito, Llamazares, Sandalio, Morente, Parrilla y otros, nos hacían gozar del prestigio que el equipo tenía por aquel entonces. Todavía recuerdo aquel trece a cero que le metimos a El Pedroso. Paseamos el marcador por todo el pueblo.

La Semana Santa fue siempre un gran aliciente y todavía lo es para mí. Sería muy difícil recordar cuales fueron las vivencias más importantes que yo haya vivido en los días de cuaresma, pero si tuviera que destacar alguna, sería aquel Viernes Santo de 1969 en que por primera vez salí como nazareno en la Hermandad de Ntro. Padre Jesús, Los Moraos.

El 7 de octubre de 1974, se inició otro periodo de mi vida, cuando toda la familia emigramos a Alcalá de Henares… pero eso es otra historia.

Manuel Barbancho Veloso

Otro guadalcanalense, Manuel Barbancho, que nos acaba de contar sus buenos y malos recuerdos que pasó en Guadalcanal, pero también la añoranza que sigue sintiendo por no haber podido vivir en el pueblo. También del barrio de Santa Ana, recuerda los guateques y del Club Parroquial la música. Gracias.

Se inicia este año con un Pleno Extraordinario celebrado el 6 de febrero. Donde en virtud de las elecciones municipales celebradas los día 21 y 28 de noviembre, y cinco de diciembre, toman posesión los nuevos concejales, quedando constituida la nueva Corporación de la siguiente forma:

AlcaldeJosé de la Hera Moreno
Representación familiarManuel Rivero Sanz
 Rafael Rivero Rivero
 Antonio Limones de la Hera
Representación SindicalJesús Guerrero Romero
 Manuel Alonso Silva
 José Mª Álvarez Medina
Entidades EconómicasJosé Yanes Criado
 Antonio Rivero Yanes
 José Blandez Chaves

Los médicos de Guadalcanal se plantan. Por lo que hemos podido leer, en la sesión del 11 de febrero, se discute ampliamente sobre el escrito presentado por todos los médicos titulares de Guadalcanal, en el que exponen que si bien se creen obligados a la asistencia de los enfermos incluidos en el Padrón de Beneficencia, no están de acuerdo en que los funcionarios del Ayuntamiento que también se están atendiendo, tengan que ser asistidos sin estar en este Padrón, que según la normativa, no deberían estar. Se acuerda formar un Comisión para estudiar el problema surgido con los médicos titulares.

También se lee escrito de Ignacio Núñez Muñoz, en el que pide que en el presupuesto de este año, se incluya la cantidad de 100 pesetas por mes, por el trabajo que viene realizando de encargado del reloj público. Se acuerda que puesto que tiene un cargo fijo con un sueldo fijado, debe atenerse a cobrar lo previsto en el presupuesto, en caso contrario, deberá renunciar al puesto y presentar oferta para llevar el trabajo con carácter personal.

También se da lectura al escrito de Federico Gullón Pérez en el que solicita la devolución de las habitaciones que tenía alquiladas el Ayuntamiento en la calle Minas, 27, que se encuentran actualmente desocupadas.

En la reunión del Consistorio del 13 de marzo, se informa del Decreto del Ministerio de Gobernación de 11 de febrero pasado, sobre la convocatoria de elecciones para Diputados Provinciales. Se dispone votación secreta para elegir compromisario que represente a este Ayuntamiento, consiguiendo el concejal Manuel Alonso Silva, las ocho papeletas de los presentes.

El Consistorio en su reunión del 15 de abril, aprueba la selección de un Guardia Municipal, un Barrendero y un Sepulturero, que serán elegidos por un examen de aptitudes. Queda formada la Comisión Examinadora.

Se da lectura al escrito del Delegado de Hacienda, donde informa de la aprobación del Presupuesto para el año 1955, por un total de 1.148.926 pesetas.

 Se realiza votación para elegir el Compromisario que asistirá a la reunión para elegir Procuradores en Cortes, resultando elegido el alcalde José de la Hera Moreno, con ocho votos.

Se acuerda la contratación de la asistencia médico-farmacéutica para los funcionarios del Ayuntamiento, con la Obra Sindical 18 de julio. El costo será de 1.200 pesetas por funcionario y año, estando incluido el gasto de medicinas y atención de especialista y hospitalización. Para la percepción de estos beneficios, el funcionario aportará el 3% de su sueldo, sin incluir las dos pagas extras.

Se lee el oficio de la Diputación Provincial donde pide se solicite por escrito las necesidades de obras del municipio, acordándose enviar expediente con las siguientes obras: Dotar de agua potable a la localidad, Mejoramiento del alumbrado público, Matadero, Botiquín de urgencia y Campos escolares. El Ayuntamiento ofrece su participación en los gastos, en el 10%.

Se da cuenta del escrito de la Jefatura Provincial del Movimiento del 22 de abril de 1955, por el que solicita un local para Falange Española Local, para lo que pide se incluya en el próximo presupuesto, 17.300 pesetas, para costear dicho local. Fue aprobada la moción.

En el Pleno de 18 de mayo se estudia instancia del industrial Pedro Rivero Rivero, para instalar un local de bebidas en la calle Calvo Sotelo, 8.

También se da lectura al escrito del Auxiliar Sanitario, Antonio Ochavo Trejo, manifestando que por asistencia sanitaria a los funcionarios del Ayuntamiento, ha percibido 50 pesetas por funcionario y año, habiendo asignado el Gobernador Civil el pago de 125 pesetas, por  lo que le correspondía cobrar 75  pesetas más. Fue reconocida su reclamación, con efecto primero enero 1955.

Por último se informó a los asistentes de que había entrado el vigor con efecto 1º de mayo, el contrato suscrito con la Obra Sindical 18 de julio, para la asistencia médica-farmacéutica de los funcionarios del Ayuntamiento.

En la sesión del 15 de junio, se actualiza el precio del alquiler de la casa en la calle López de Ayala, 21 [que se usa como colegio nacional] propiedad de Juan Mirón Villagrán, con efecto 1º de enero, quedando en un alquiler anual de 4.183 pesetas.

No deja el Consistorio de nombrar hijos adoptivos, así en el pleno del 20 de junio, vemos que por Resolución de 15 de abril último, se declara Hijo Adoptivo de la Villa, a don Romualdo de Toledo y Robles, que según propósito del Ayuntamiento, impondrá las insignias de la Cruz de Alfonso X El Sabio, al maestro jubilado, don Juan Campos Navarro. Posteriormente veremos que al final no asistió al acto de imposición de la medalla

El periódico ABC nos traía el 5 de julio de 1955, la siguiente noticia: Maestro de Guadalcanal, condecorado. Ha tenido lugar en el salón de actos del Ayuntamiento de Guadalcanal la imposición de la Cruz de Alfonso X el Sabio, al maestro de aquella localidad don Juan Campos Navarro, que lleva cincuenta años consagrado a la enseñanza. A dicho acto asistió, además de inspector central de Primera Enseñanza, que representaba al ministro, el subjefe provincial del Movimiento y vicepresidente de la Diputación, señor Ramírez Filosía, representando al Gobernador Civil, el jefe provincial de S. E. M. señor García Romero y otras autoridades y jerarquías.

El Alcalde informa en la reunión del 15 de julio, que ha recibido la visita del Caballero don Juan Campos Navarro, expresándole su más sincero agradecimiento, con motivo de haberle sido impuesta la Cruz de Alfonso X El Sabio, el pasado día 3. Se hace constar en acta el agradecimiento a las Autoridades que asistieron al acto, entre ellas a Agustín Serrano López de Haro, representante del Ministerio de Educación, a Juan Ramírez Filosía, representante del Gobernador Civil, al Inspector de Enseñanza, Manuel Fernández; a José Giraldes y Arraz de la Reina, como representante de la Jefatura Provincial de Falange Española y a Gonzalo Nocea Lorenzo, Delegado Provincial de la Vieja Guardia.

En el Pleno del 8 de octubre de 1955, el Alcalde expone que debido a la escasez de vivienda y la falta de higiene en muchas de las existentes, el Ayuntamiento quiere acogerse a los beneficios de la Ley de 15 de julio de 1954, por lo que se acuerda encargar proyecto al arquitecto Rafael Arévalo para la construcción de 46 viviendas.

Se dio cuenta de la necesidad de urbanizar la Plaza de España, calle Sevilla y segundo tramo de Queipo de Llano.

Se aprueba un aumento de sueldo para el grupo de funcionarios de Servicios Especiales y Subalternos, de 5.000 pesetas que ganan actualmente, a 6.500 pesetas a partir del próximo año de 1956. Están de acuerdo todos los asistentes, por estimar que el sueldo debe ser por lo menos de 18,22 pesetas al día.

El 26 de octubre de 1955, ABC nos informa de la siguiente noticia: En Guadalcanal, en casa de la tía de la contrayente, doña Natividad Alvarado Moreno, viuda de Ortiz de la Tabla, tuvo lugar el enlace matrimonial de la señorita Eloisa Mirón Alvarado con don Manuel Ordóñez Romero. Bendijo la unión don Francisco Muñoz Serrano, quien, asimismo, ofició la misa de velaciones, pronunciando una plática el reverendo padre fray Sebastián de Villaviciosa. Fueron padrinos don Juan Mirón Villagrán, padre de la novia, y doña Ana Romero Carvajal, madre del contrayente, firmando el acta como testigos, por parte de la novia, don Manuel Fal Conde, don Miguel Mensaque Romera, don Antonio Limones de la Hera y sus tíos don Luis y don Jesús Mirón Villagrán. Por parte del novio, sus hermanos don José Luis, don Antonio, don Rafael y don Francisco Ordóñez Romero. Ostentó la representación judicial don Francisco Urbano Perea. Terminada la ceremonia, los invitados fueron obsequiados con un almuerzo. Los recién casados marcharon en viaje de bodas a varias capitales de España y del extranjero.

Al no poder seguir estudiando, ya que el Ayuntamiento quitó la ayuda que nos había dado, empecé a trabajar por la mañana con José Chaves Álvarez, que dentro de sus múltiples trabajos, era corresponsal del Banco Hispano Americano. Yo me encargaba de cobrar las letras que mandaba el banco a nombre de los diferentes industriales y empresarios de Guadalcanal. Esto me valió para conocer a todos ellos y enterarme como era la estructura empresarial del pueblo. Gracias a esto, he realizado mentalmente un recorrido por todo el pueblo, recordando aquella época.

Siempre hacía el mismo recorrido, el primer lugar era el taller mecánico de Ignacio Núñez Muñoz. Enfrente estaba la relojería de Cándido Chaves Álvarez, que me parecía muy importante porque fabricaban los relojes Cancha y las máquinas de afeitar FSchaver entre otras cosas, aunque posteriormente me enteré que las maquinillas de afeitar sólo las vendían, ya que las hacía la empresa Philips, en los Países Bajos. En la otra acera estaba el despacho de vinos y anisados de Pedro Rivero Rivero, que también era representante de varias empresas y vendía las botas de vino.

Seguía por la Sociedad Deportiva Recreativa El Cebollino, que estaba donde ahora está Regalos Electrovira, para continuar por la tienda de Lucrecia Palacios Calderón, que vendía productos de ferretería y zapatos. Después a la barbería de José Pérez Gusano y frente, la tienda de tejidos y mercería de Antonio Romero Blandez, que después traspasó a Antonio Yerga.

Continuaba por la Droguería Susi, propiedad del empresario navarro Víctor Jaurrieta Garralda, que también llevaba la representación de la Cruzcampo, el cine Moderno y la que montó junto con Rafael Rodríguez, Electrovira. Seguía con el estanco de Julio Barragán Pérez, que también era ferretería y venta de explosivos. Frente estaba la tienda de comestibles del brigada jubilado Joaquín Álvarez Gotán, atendida en los primeros años por Rafael Díaz Rincón Monterillo, hasta que después se fue a trabajar a la antena de la televisión. A continuación seguía con otra tienda de comestibles, la de la viuda de Francisco Gómez del Valle. Entraba en el mercado de abastos y allí teníamos el supermercado de Jesús Pinelo Cortés El Lili, a los carniceros, Tomás Yanes, Juan Arcos García, el Romanero, Josefa, Antonio y Adelardo Tomé Vázquez, José y Manuel Galván Muñoz y José Rivero Atalaya, a Pepe el de la Gasolina que vendíaleche. Los pescaderos Antonio Guerrero Mejías el Gordo y Francisco Saavedra Giles, conocido por Fernando y el también pescadero Carlos Guerrero Blanco, que murió un día de cacería al disparársele la escopeta al saltar una tapia.

En la entrada al Mercado por la calle San Sebastián, estaba el veterinario Manuel Fontán Yanes, que era el Jefe de Sanidad y que vivía en la calle Sanjurjo.

Salía de aquí y continuaba por la barbería de José Escote Romero, Pepito El Musiquín, la tienda de José Mallén Albarrán, la dulcería de Dolores Díaz, que posteriormente llevaron sus sobrinas Josefa y Maruja. Ya en la calle San Sebastián, la farmacia de Enrique Gómez-Álvarez Soriano, Vicente Jiménez Pérez, que era una tienda de tejidos, que después amplió a comestibles y donde recuerdo haber visto una habitación llena de bacalao. Frente estaba el local de Manuel Rivero Fernández, que tenía una mesa de billar y en la otra acera, la barbería de Clementín y la hojalatería de Miguel Grillo Díaz, que estaba en el número 10 y que más tarde trasladaría a la calle Luenga, donde estaba el antiguo cuartel de la Guardia Civil.

En la misma calle estaba el almacén de los Rius Palacios, que vendían material para la construcción. Me metía por la calleja de Correos y visitaba el molino de aceite de Daniel Herce Perelló y la fragua de Antonio Guzmán Montaño Matarriñas, donde era raro el día que no encontrabas varias personas, pasándose la botella de vino y las probadillas de chorizo, que alguien había llevado. Volvía de nuevo a la calle San Sebastián al taller de herrería de José Fontán Calleja, la tienda de comestibles de la viuda de García, el médico José Luis Barragán Pérez y en el número 24 estaba la casa de huéspedes de Antonio Escote Romero, que después la siguió llevando su hijo Jesús.

Volvía por esa misma calle y entraba en la carnicería de José Álvarez Ibáñez, en la esquina con la calle Santa Clara. En la pared de frente, Alfredo Yanes Sanz el de la Puntilla y José Moreno que luego seguiría con el bar, donde siempre estaba parado el coche de Carmelo Valverde para subir a la estación. Por bajo estaba la farmacia de Joaquín Isern Fabra y frente, el puesto de los jeringos de Trini Blanco Nieto y Rafael Núñez Borja el Calé, que era la segunda generación, ya que antes había estado su madre Guadalupe Nieto. Ahora está la tercera generación, también llamada Trini Núñez Blanco y su marido José Mª Chaves Cortés y además la cuarta descendencia la he visto en el puesto algún fin de semana. Haciendo esquina con la Almona, el Bar de El Perdigón, que después cambiaría al Paseo de El Coso. En la misma calle Santa Clara, José Mª Rivero Yanes, el de las bicicletas, que también tenía una fábrica de gaseosas con la marca La Paisana, hacía hieloy tenía un pequeño taller para reparar bicicletas. Seguía bajando la calle y estaba Paco Martín El Botero y su tienda de repuestos y el taller de reparación de vehículos de Carmelo Valverde García y Gregorio Núñez Muñoz. En esta misma calle, hubo una panadería de Baudilio Gonzalo Crespo y también, la fábrica de anisados de Manuel Porras Ibáñez.

Después cogía la actual Avda. de la Constitución y entraba en el molino harinero de Antonio Chincoa y a continuación a la fábrica de gaseosas de los Perelló que estaba junto a Olvido Arenal Espínola la Porra que regentabauna pequeña tienda de comestibles frente a las escuelas. Aquí conocí por primera vez la famosa contabilidad del pincho, que aunque había oído que existía, nunca la había visto. La tienda siempre estaba muy animada porque atendía a todos los vecinos de las Erillas y del Paseo de la Cruz y calles adyacentes, así que el primer día que llegué y le presenté la letra me señaló una pared donde había un montón de facturas clavadas en una alcayata y me dijo: Busca la factura en el pincho. Así que allí me puse a buscar hasta que la encontré y comprobé que era el mismo importe que la letra de cambio. Entonces me puso sobre la mesa varios billetes y monedas y me dijo: Cóbrate. La verdad que la primera vez achaqué la forma de proceder a que tenía mucha gente y no podía pararse a darme el dinero justo. Posteriormente ya me enteré que las cuentas las realizaba con una serie de rayas, cruces y círculos y así cobraba a sus clientes. En lo sucesivo ya me iba directamente al pincho y cuando tenía la factura se la presentaba a Olvido. Volvía sobre mis pasos y entraba en la carpintería de Carmelo Gallego Pineda y después en la tenería de Manuel Baños Márquez.

Después seguía el Palacio arriba donde vivía el zapatero Daniel. A continuación iba al Casino Nuevo Círculo, en la Plaza de España, donde estaba Antonio Osorio Calderón, continuando al establecimiento de tejidos y muebles de José Mª Álvarez Medina Pepe el de la tienda, a continuación estaba José del Baño el del Bar Pellejo y haciendo esquina con Muñoz Torrado, Manuel Pérez López, una tienda de tejidos, donde recuerdo haber visto sombreros. Enfrente, los barberos José Mª y Esteban Gil Cantero, Los Enanitos, el talabartero Rafael Barrera Bernabé Valdés, Manuel López Blandez con su mercería y la venta de periódicos, Martín Cote Blanco, el peluquero y en la misma Plaza, la tienda de comestibles de Antonio Sánchez Valenzuela, donde luego tuvo un bar Antonio Merchán Ortega, Tremendo.

Después seguía y al principio de la calle Luenga estaba Manuel Alonso Silva El Sastre, con un montón de jovencitas costureras. A continuación la tienda de comestibles de José Carbajo Marín, que vendía de todo, entre otras cosas petróleo, que en aquellas fechas se usaba para guisar en los infiernillos. En esta calle en el número 7, había un molino de harina y horno de pan, de Segismundo Otero Vicente.

Continuaba bajando la calle y al final estaba el molino de aceite de Alfonso González Macias, que en la campaña de aceituna, tenía que ir a llevarle grandes cantidades de dinero para pagar a los olivareros. Recuerdo haber llevado en la cartera más de un millón y medio de las antiguas pesetas.

Seguía por la calle Huertas en dirección a la calle San Francisco y antes estaba en la calle Santa María El Lechuguita, un zapatero remendón. De allí a la tienda de José Mª Ortega y la siguiente casa la del chatarrero Evaristo. A mitad de la misma calle me encontraba la tienda de Antonio Nieto Gallego, que después llevó su viuda, Rafaela Guerrero Burgos, conocida como La Coja, ambas de comestibles. Volviendo, en la calle General Moscardó 1, estaba la carbonería de Luisa Chaves Trancoso.

De vuelta al centro, seguía por el bar de Manuel Galván Lozano El Chato, que después lo llevó su yerno Jesús Gallego, la panadería de Isidro Escote Galván y el molino harinero de José Mª Yanes Flores. El guarnicionero Antonio Barrera Bernabé, Valdés, que tenía su establecimiento al lado de El Chato. Frente de éste, una pequeña tienda de comestibles de Rafael González Calderón.

La siguiente casa era la de Feliciano Martín Jacinto, el bar de El Botero. Seguía con la tienda de Justo Rincón Romero, que vendía platos de porcelana y cosas de ferretería. Pasaba la esquina y encontraba el Bar Cazalla, que llevaba Tomás Yanes Espino y en la siguiente casa, Joaquín Yanes Sanz que regentaba el Bar de los Pepes. Pasaba a la acera de enfrente y estaba el edificio de teléfonos que regentaban las hermanas Carmela y Amparo Rojo y telégrafos que lo llevaba su hermana Remedios Rojo atendían a todas horas del día. En la misma acera se situaba Jesús Rodríguez Cordobés, con su estanco, donde también vendía productos de piel y papelería.

Muy trajeados, nos sabemos lo que celebraban, pero aquí tenemos de izquierda a derecha algunos de los industriales de Guadalcanal. José Álvarez Ibáñez, ¿—?, Leopoldo Tena, Joaquín Yanes, Rafael Barrera Bernabé (Valdés), Ángel Martín Calvo (Botero), Maximino González y Marcelino Ceballos a la derecha, entre otros.

En la misma calle Mesones, estaba la imprenta Rodez, de Cándido Fernández Rivero y la tienda de Esteban Palacios Calderón, una especie de ferretería pero que vendía de todo, como capotes para la lluvia, cubas de cinc. En la trastienda se formaba casi todos los días una tertulia para charlar y catar el vino que también vendía. Después estaba la Posada de Rafael Parrón Calderón y a continuación, la tienda de tejidos de Julián Palacios Martínez, que después llevó su sobrino José Valle y ahora su hijo, José Abel Valle. Y terminaba en el Bar El Galgo, que llevaba Antonio BenítezGiles.

Otro lugar de entrada diaria era la farmacia de Carmelo Rivero Spínola, donde estaban Pili, Mª Asunción y Mariquina, y que en el invierno tenían los dedos llenos de sabañones, que hacía esquina con la calle Juan Carlos I.

Después venía la carbonería y alfarería de Segundo Muñoz Sánchez y en la otra acera la tienda de su hijo José Muñoz, de la que pueden ver en las dos fotografías siguientes, todos los productos que se vendían, con su báscula resplandeciente y los chorizos y morcillas preparados.

También en esta calle, estaba el establecimiento de Santiago Asensio, el Herrador, donde tenía su oficina el veterinario Plácido Rivero de la Hera. Antes de subir para Santa Ana entraba en la zapatería de Francisco Gallego Calderón Tortita, en la calle Ramón y Cajal, 15 y después en la calle Milagros visitaba al médico Joaquín García de Cossío y frente, la fragua de Joaquín Molero Redondo.

                Volvía a la calle Ramón y Cajal y en el número 3 tenía Antonio Limones de la Hera un establecimiento de venta de leche, que posteriormente amplió con el negocio de gas Butano.

Me iba por la calle López de Ayala para visitar al médico José Llinares Llinares, y más arriba José Padín, el otro médico gallego. Seguía subiendo y me encontraba a dos zapateros, uno que se le conocía por Lagarto y Luis González Mariscal, en la última casa a la izquierda de esta calle, que tenía el número 49.

De allí pasaba a visitar la tienda de comestibles de Joaquín Gálvez Pachón. Frente de Pachón, por la calle Granillos, estaba Josefa García Aparicio Pepa la Aparadora que era la que cosía la mayor parte del calzado que se hacía en Guadalcanal y también el marido llevaba un pequeño bar. Un poco más abajo en el número 39, una pequeña tienda de comestibles de Luisa Galván Blandez y más abajo, otra taberna de Joaquín Espínola Espínola, mas conocido por Granaito.  Si había alguna cosa para él, iba a visitar al fotógrafo Rafael Sánchez Guerrero, Conchilla. Subía de nuevo y a la derecha cogía  por la calle Altozano Bazán y casi al principio había un zapatero llamado Jesús Trancoso. Subiendo en la acera de frente en el número 14, otra tienda de comestibles que llevaba Urbano Fontán Barragán. Ya al final de la calle en el número 19, la de Antonio Guerrero Burgos, más conocida por el nombre de la mujer, Rita.

En la calle Santa Ana casi al final había dos tiendas, una en el número 40, regentada por José Camero Velasco y en el número 46, la que tenía Juan José Molina Quintana, más conocido por  El Tuerto. En esta tienda siempre había un olor fuerte de café, porque constantemente estaba Rafael Garzón tostándolo, y posteriormente repartía a medio pueblo. En la iglesia de Santa Ana estaba el sacristán, que también era zapatero Rafael Morente. Bajando, en la esquina de la calle Minas con Ortega Valencia, estaba la tienda de comestibles de Manuel Gallego Guerrero, El Mosco, que también tostaba café.

Bajaba por la actual calle Costalero hasta el bar El Paso de José Sánchez Cote y seguía luego por la actual de Antonio Machado, donde nos encontramos la tienda de tejidos de Ismael Rivero Rivero y a continuación estaba el estanco de su madre Carmen Rivero Nogales, que también era tienda de comestibles y tuvo una administración de apuestas. A continuación el Bar Penas, regentado por Rafael Chaves Garcíay también el veterinario Alberto Álvarez Vázquez. Un poco más adelante a la altura del inicio de la calle Cervantes, otro bar y la posada de Prudenciado Arcos Moreno, que después pasó a José Arcos Bernabé. Junto a ella la panadería del mismo, Pepe Pinto. Después pasaba por la de Victorio González Briz, una tienda muy bien surtida, de la que recuerdo, gran cantidad de sal. En la misma calle en el número 23 había una pequeña tienda a nombre de Carmen y Juan Pizarro Muñoz.

Volvía sobre mis pasos y subía hasta llegar a la calle Tres Cruces donde se encontraba la tienda de comestibles de Antonio Cabeza Rius, El Rano, que tenía una primera parte que era propiamente la tienda y a continuación estaba el bar. En la calle Cervantes se encontraba la carbonería de José Gallego Espino Garullo. Otra pequeña tienda en el número 13 de Tres Cruces, que llevaba Manuel Galván Muñoz. También haciendo esquina con Juan Pérez estaba Joaquín Cortés Rodríguez, El Cortador, que tenía varios zapateros a su cargo, y las carpinterías de Rafael Torrado Aguión e Ignacio Criado Gómez y a continuación en el número 23, la de Carmelo Caldera Carreras, La Aserradora que después llevo su hijo José.Enfrente vivía un zapatero José Vázquez Hernández, que también tenía un pequeño bar.

Bajaba la calle Pozo Rico y en la actual calle Antonio Machado, vivía José Romero Santi el fotógrafo, que además era cartero. Seguía camino de la calle Sevilla y antes de entrar estaba haciendo esquina, el bar de Flora y la tienda de comestibles de Adela Ugía Cortés, La Lasa y el taller de carpintería de Francisco Gallego Torrado, en el número 3. En el número 12, otra tienda de comestible regentada por Ignacio Llanos Capellán y otra pequeña tienda de pan y fruta en la calle Mieras 12, que llevaba Amadora Merchán Nogales. De vuelta a la calle Sevilla, a mitad de calle estaba la alfarería de José Pérez Cinta, una excelente persona, que siguió trabajando hasta su jubilación el año 1978. Había otra tienda de comestibles enfrente. Al final de la calle Sevilla estaba la tienda de Manuel Arenal Calado, más conocida por la Chisma.

Desde allí subía a una fábrica de orujo que había en la carretera de la estación propiedad de Castelló, S.A. y llegaba hasta la estación, donde tenía un kiosco Carmen Flores Arcos. Volvía por la calleja de la Morería a la carpintería de Juan José Nogales Muñoz, en la calle Millán Astray 1, que posteriormente la conocí en la carretera de Llerena.

Ya en El Coso, visitaba el bar de Manuel Capellán Bernabé, en el número 6, que posteriormente llevó Gabino Palacios; el molino de aceite de Marcelino Díaz Sánchez, que después fue la Cooperativa Olivarera San Sebastián y también había un negocio de aderezo de aceituna de los Hermanos Delgado de Cos y el bar de Antonio Escote Sánchez, Pelele.

 Después visitaba los hornos de  Antonio Bernabé Rico, Manuel Llano Trancoso (después Joaquín Llano) y Antonio Llano Morente y la jabonería de Manuel Gago Rodríguez.

Por la carretera de Alanís existía una fábrica de sulfuro que en principio era de Rafael Jiménez Palacios y que después compró Marcelino Díaz Sánchez, que la amplió también para fabricar jabón y como extractora de orujo y almacén de aceites.

De vuelta, en la actual calle Feria, estaba la carpintería de Manuel Pérez Vázquez, que después llevaron Ernesto Pérez y Antonio Rodríguez Repisa, especializados en hacer las mesas para joyerías; la panadería de Fernando Rubio Diéguez El Mojino, que estaba en el número 26. Frente estaba el bar de Manuel Corvillo y después en el 29, la carbonería de Juan Gallego Espino, que también tenía servicio como arriero. Una nueva carpintería había en el número 26, propiedad de Rafael Barragán Guerrero, Los Juliancitos, que era también almacén de madera y en ella se fabricaban toneles para el vino y pipas de madera para el agua. Un poco más adelante estaba otra tienda de comestibles de la Jaquita. En el número 6 la taberna de Manuel Delgado Bernabé, Tobalo y Rafael Chaves Muñoz El Cojo, en el número 2. Cogía la actual Avda. de la Constitución para acercarme al negocio de Antonio Serna Durán, que primero fue un taller de madera y después se transformó en carpintería metálica a nombre del hijo, Joaquín Serna Jiménez. Más adelante estaba el taller herrero de los Hermanos Núñez, que después siguió Antonio Núñez Muñoz, y que luego su hijo Juan Mª Núñez lo fue convirtiendo en taller de reparación de vehículos, negocio que a su vez, han seguido sus hijos Modesto y Juan María.

Volvía a la calle Concepción, y en el 39 había una tienda de comestibles de Belarmida Cabeza Sánchez, la esposa de Ruibal, a continuación la carpintería de Venturín y la de Jesús Escote Vázquez El Nene en el número 22. La tienda de comestibles de José Rivero Atalaya Pepe el de la gasolina, la panadería de Emilio Rivero Barragán Cascabullo, la notaría de Pedro Porras Ibáñez y el practicante Bienvenido del Castillo. En el Cantillo estaba la tienda de Casto Calderón Calderón Castito, que después la llevó su yerno Manuel Bernabé y la de Elena Rivero Muñoz, ambas de comestibles y la de José Blandez de tejidos. Terminaba mi recorrido en el establecimiento de Diego Piñero Yanes, en San Sebastián 23, que era tienda de comestibles, almacén de vinos, anisados y gaseosas, además de ser el delegado de la compañía de deceso El Apocalipsis y otras representaciones.

            Bueno, en este recorrido hemos visitado a los industriales que había en estas fechas, aunque lógicamente, no todos los días entrábamos en sus negocios… sigamos con la historia.

El Alcalde sigue con el tema de las viviendas que se quieren construir y así el 15 de noviembre, da cuenta de las gestiones realizadas para la construcción de las casas y que ya se han entregado unos croquis con la distribución de las mismas. Informa igualmente de las gestiones realizadas con diferentes bancos, para la concesión de los préstamos necesarios para la construcción de estas viviendas. Quieren agradecer en especial las facilidades prestadas por Víctor Jaurrieta, como corresponsal del Banco Hispano Americano y al director de la sucursal del mismo banco en Constantina.

También se acuerda con la Dirección General de la Guardia Civil, un alquiler de 6.000 pesetas anuales, por el local que ocupan en esta localidad en la calle Sanjurjo, 48.

Más construcciones se anuncian en Guadalcanal. Así en el Pleno del 17 de diciembre, se da conocimiento a los asistentes del escrito recibido de la Comandancia de la Guardia Civil, donde informa que la construcción de una Casa-cuartel de la Guardia Civil en esta localidad, ha sido incluida en la Memoria sobre edificación de viviendas, para que forme parte del programa de construcciones para el año 1956. Escrito Diputación Provincial donde comunican el acuerdo para las obras de urbanizar la Plaza de España y las calles Sevilla y Queipo de Llano.

Y finaliza el año con el Pleno del 29 de diciembre de 1955, donde se aprueba el Presupuesto Municipal para el año 1956, que asciende a un total de ingresos y gastos de 1.631.754 pesetas.

Hasta aquí la historia de estos quince años en Guadalcanal y los recuerdos de estas quince personas que nos han acompañado a lo largo de los diferentes capítulos.

La estructura de las industrias y pequeños empresarios, sigue manteniéndose igual que al principio de 1941. Los habitantes se mantienen e incluso existió un aumento del  5% en este periodo.  

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