Guadalcanal año 1954

Era el final de la primavera, el 16 de junio de 1954 en una humilde casa en el número 14 de la calle Minas de Guadalcanal, en la habitación que llamábamos la sombría me parió mi madre. Mi padre, -me comentaba mi abuelo Frasco- se encontraba de dómia en Valdefuentes arando los olivos y tuvieron que ir a buscarle para  darle la feliz noticia de que además de la niña, ya tenía un niño. Nos costó sacarte adelante -me aclaraba mi abuela Araceli- cuando vino a verte Barragán el médico, le dijo a tu madre: has  tenido un niño tan chico como un conejillo.

En Guadalcanal pasé mi infancia y la primera parte de mi niñez. Mis primeros recuerdos en Guadalcanal se remontan a partir del año 59 y los guardo en el registro de mi memoria como muy felices, con algunas carencias pero mucho cariño.

Cuando contaba con cinco años y llegó el invierno, como cada año, mi madre se iba a coger aceituna y me llevó a la escuela de doña Paquita, también llamada de los cagones. En aquel año tengo el vago recuerdo de las Navidades y los Reyes, era una verdadera fiesta familiar. Recuerdo que el día de Nochebuena mi abuelo Pedro mató a Colorete (un pollo que criaban todos los años para la ocasión y que cíclicamente  llamaban igual al pollo destinado para la Navidad), lloré mucho aquel día. Colorete era como de la familia. Asimismo recuerdo que por la noche mi abuelo hacia dediles de bellotas para el día siguiente utilizarlos en la recogida de la aceituna. Mi abuela compraba higos secos y los rellenaba con el fruto de la bellota o con dulce de membrillo, esto junto con un kilo de polvorones comprados en la tienda del Serrano de la calle Sevilla, era el suculento postre de aquella  maravillosa noche. En la misma tienda  mi abuela Araceli me compraba tiempo después vino Quina para darme un vasito con una yema de un huevo antes de la comida, para que se me abriese el apetito, no sé si era efectiva la pócima, a mí me ponía contento y me quitaba el frío para volver a la escuela por la tarde.

La Noche de Reyes no me faltaban regalos, una pelota a rayas de colores, el carrito de madera tirado por un asno de plástico, la bolsa de bolindres y culebrillas, algo para la escuela, un par de zapatos Gorila con su pelotita verde y poco más. Tampoco necesitábamos mucho más para ser felices, teníamos la calle para jugar sin peligro, no pasaban coches.

Del año siguiente ya tengo más recuerdos, fue el primer curso que me escolarizaron, en un principio en la escuela de D. Andrés. Al siguiente curso cambié de colegio, pasé a aquella escuela de la calle Camacho, los primeros amigos distintos a los de la calle Sevilla o Santa Ana, el maestro D. Francisco Oliva Calderón, que posteriormente fue alcalde y recibió con honores a la Infantería de Marina española y americana con su impoluta camisa de Jefe Local del Movimiento. Aquella leche en  polvo proveniente del plan ASA, (Ayuda Social Americana) que  tenía un sabor raro y cada mañana venía Antonia la Artista desde el bar del Galgo con una gran lechera a repartirla. Aquel alimento casi comestible que generosamente nos mandaban los americanos junto con un queso amarillento de sabor dulzón, parecido al actual queso de bola  y se repartía entre los alumnos de las entonces llamadas Escuelas Nacionales. El queso lo probé en mi segunda niñez en el Colegio Onésimo Redondo de Madrid, teníamos que llevar un chusco de pan de casa y era obligado comérselo. Ceremoniosamente lo cortaba D. Cirilo en trozos, no siempre equivalentes. Estos quesos los recuerdo perfectamente, eran grandes y pringosos y venían en una lata de color dorado que después las utilizábamos los castigados para traer carbón a la estufa de clase o limpiar el patio del recreo de hojas secas de los árboles y resto de basura (yo estuve muchas veces integrado en el pelotón de los carboneros o  de limpieza).

El curso 63 es el que más recuerdos conservo de mi vida en Guadalcanal y el que más huella me dejó, tal vez por ser el último o porque los acontecimientos se sucedieron con mayor rapidez. A principio de febrero fue nombrado alcalde de Guadalcanal mi maestro, para sus alumnos un orgullo y a la vez los que con mayor agrado recibimos su nombramiento como edil principal, D. Francisco tenía nuevo compromiso y si apenas lo veíamos por clase, a partir de esa fecha aún menos.

Unos días más tardes pasó un acontecimiento en la pequeña comunidad de la calle Minas y la Cañada (escalones de la calle Minas a la Plaza de Santa Ana) que marcó las pequeñas vidas de mis amigos y la mía. Con apenas doce años, murió Joaquina hermana de mi mejor amigo José Trancoso. Era la mayor de cuatro hermanos de una familia con muy pocos recursos. La maquinaria solidaria de la necesidad se puso en marcha y varias mujeres, entre ellas mi madre, pidieron dinero por el vecindario para el entierro y se llevaron a los pequeños a sus domicilios para quitarlos de la casa del óbito y que pudieran comer ese día, aquella noche José durmió en mi casa.

Meses más tardes, se aproximaba la fecha de mi comunión y mi abuela Beatriz me llevó a la Plaza de Santa Ana a  una modista, creo que le llamaban Candelaria la costurera, para probarme el traje de comunión. Yo aburrido de tanta charla y tanta prueba decidí escaparme por la ventana, no contaba con la reja y al hacer el intento se me quedó aprisionada la cabeza entre dos barrotes y las pobres mujeres que allí se encontraban en animosa charla no daban crédito a lo que veían. Intentaron por todos los medios tirar de mi cuerpo hacía dentro, me dieron jabón en la cabeza para que resbalara, no lo consiguieron. Mi llanto y gritos debieron alertar al resto de las vecinas y finalmente decidieron llamar a Matarriñas el herrero y éste con gran paciencia y cuidado cortó un barrote para poder liberarme.

Finalmente el día 31 de Mayo de 1963 hice la primera y última comunión, así lo atestiguan unas fotos de Santi en las que aparece D. Manuel de cura y José Antonio Arcos de monaguillo. Aquel año coincidimos en al acontecimiento bastantes niños y niñas de la calle Minas y la Cañada y se organizó una fiesta en una sala del cuartel viejo y las madres prepararon una chocolatada con bizcochos, magdalenas y otros dulces que ellas mismas hicieron. Toda iba transcurriendo con normalidad, hasta que Manolo Gallego me tiró un vaso de chocolate líquido en mi traje impoluto de marinero. Por la tarde llegó el Sanito para hacernos fotos y en la del grupo (desgraciadamente la he perdido) me colocó de tal manera que no se me veían las abundantes manchas y en la individual, (ésta si la conservo), la madre de Manolo le quitó el traje y me lo dejó para salir limpio. Él era más bajo que yo y me quedaba el pantalón un poco pesquero según refleja la foto.

En aquel mes de Mayo, celebré mi último día de la Cruz de Mayo en Guadalcanal, fue un gran día, después de nuestra particular procesión, repartimos el botín, una gaseosa blanca La Paisana para cada uno, otra negra para dos y unas quince pesetas por cofrade. Mi tío Antonio Repisa nos hizo la Cruz con peana y bastones de apoyo, la madre de Manolo Gallego y la mía la adornaron cuidadosamente con flores, cuatro grandes velas y trozos de tela blanca de sábanas.

Aquel día creo recordar que no tuvimos escuela, el Mosco era el mayordomo de la Cofradía de la Alcazaílla, organizó la procesión, los costaleros fuimos Manolo Gallego, José Trancoso, Manolo Cabeza Rico (q.e.p.d.) y yo. Juan Cantero era el que pedía y Bautista Rodríguez encargado de las velas y el recorrido. Salimos de la Alcazaílla, recorriendo las calles Camacho, Valencia, la Cañada y Minas, regresando a la puerta del cuartel antiguo. Al final de la tarde, nos reunimos en la trastienda del Mosco, organizando nuestra particular fiesta, nos compramos una gaseosa blanca y tres negras de La Paisana, (aquella que hacía José María el de las bicicletas en la calle Santa Clara), con las que El Tuerto nos hacía polos que le ponía un palillo de dientes para agarrarlos y valían tres un real, merendamos y creo recordar que nos sobró unas quince pesetas, que repartimos a partes iguales como amigos que éramos.

        De aquel verano recuerdo dos hechos extraordinarios, vi por primera vez la Televisión ya que mi abuelo Frasco me llevó al bar de Los Pepes a ver una corrida de toros, y en agosto monté por primera vez en el tren ya que mi tío Rafael García Palote nos llevó a mi prima Fali Muñoz y a mí a Sevilla, a ver unos familiares que tenía en el Cerro del Águila.

El día de los difuntos había una tradición, nuestras madres nos daban los tiestos rotos y las macetas que llenábamos de objetos varios (agua, barro y otros no descriptibles), llamábamos a las puertas y al abrirnos los tirábamos al zaguán manchándolo todo. A mitad de la calle General Mola (hoy Costaleros), vivía una señora mayor sola, tenía muy mal genio y era objeto de muchas bromas pesadas, cuando pasábamos por su puerta para ir o venir de la escuela. Aquella tarde de difuntos nos aguardaba, cuando llamamos al gran aldabón que tenía la puerta nos esperaba con dos cubos de agua en la ventana del piso de arriba, naturalmente esa fue su particular venganza del día de los tiestos rotos, empaparnos de agua.

Las navidades fueron más tristes que años anteriores, mi padre había emigrado a Madrid y faltaba en nuestra mesa, mi madre estaba cogiendo aceituna y ya tenía una decisión tomada, yo intuía a pesar de mi corta edad que todo estaba cambiando en mi familia, las caras de mis abuelos y los comentarios así lo presagiaban.

No obstante, sí tengo un recuerdo divertido de mis últimos Reyes en Guadalcanal ya que mis tíos me compraron un bonito caballo de cartón de gran tamaño, mi madre y mi tío Pedro me llamaron aquella mañana cuando aun no era de día antes de irse a la aceituna para ver mi cara de sorpresa. La sorpresa se la llevaron ellos cuando regresaron por la noche del tajo, el caballo estaba sin cabeza, primero le recorté las crines con la tijera de coser de mi abuela Beatriz y después le di agua para beber y la cabeza se deshizo.

Mi segunda niñez no existió, o tal vez quedó interrumpida y cambió de forma traumática el día 12 de Febrero de 1964, cumpleaños de mi hermana, cuando contaba con tan solo 9 años.  Iniciamos el éxodo a Madrid mi madre y yo en aquel tren de vía estrecha destino a Los Rosales para enlazar con el de Madrid, mi hermana se quedó en el pueblo con mi abuela Araceli, mi padre ya nos había precedido seis meses antes, mismo tren, misma ruta.

Y cuando  llegué a Madrid con mi habla rústica y mis trazas y maneras pueblerinas, comprendí que ya todo había cambiado en mi corta vida, nueva escuela, nuevo sistema, aquel maestro (D. Cirilo), que me hizo repetir una y mil veces la cantinela de “Jozé zaca el zaco al zor que ze zeque”. Que equivocado estaba, intentaba quitarme el seseo de Guadalcanal y tardó dos cursos en conseguirlo, yo con mi rebeldía e ignoraría  infantil le decía que en mi pueblo y en mi casa se habla así. Aquel pasillo interminable en el que diariamente formábamos para entonar el Cara al Sol, aquel padrenuestro antes de comenzar las clases, aquellas primeras desilusiones en una enorme escuela que en tiempos de la guerra fue hospital, aquel viejo maestro que nos hablaba de los próximos faustos de los XXV años de paz y de una guerra que ganó y de las siete maravillas del mundo. Empezaba rutinariamente a enumerarlas: las pirámides de Egipto, el Coloso de Rodas, los jardines de Semíramis…, y cada vez que iba a decir una nueva, yo pensaba, ahora, en este momento viene la Iglesia de Santa Ana o de la Concepción de mi pueblo.

Aquella fue otra de las experiencias esenciales de mi nueva vida, nunca se acordaba de mencionarlas, ¿un descuido?, la incredulidad al principio y la lenta y penosa evidencia después ­de que allí nadie tenía noticias de los  edificios de mi anterior hábitat que me saludaban cada mañana antes de ir a la escuela de la calle Camacho, ni de la Plaza de mi pueblo, ni de ese hombre tan importante que tenía una estatua en ella, ni de la Piedra de Santiago, y ni siquiera de mi pueblo en su conjunto y sus gentes importantes para mí. Todo un mundo de héroes y de mitos se vino abajo en un instante, aquello era otro mundo.

Yo hasta febrero del 63 creía que vivía en el centro del universo, no existía otro pensaba, como es de suponer que les ocurriría a todos los niños de todos los lugares, y especialmente a tantos y tantos niños que abandonábamos las escuelas de Guadalcanal en aquella época para insertarnos en otras culturas por culpa de la emigración, y más en los tiempos en los que no se viajaba a la capital si no era por enfermedad.

En mi pueblo en aquella época las cosas se escribían todas con mayúsculas: el Padre, el Abuelo, el Maestro, el Libro, el Médico, el Municipal, el Cura, el Pueblo, la Arcazailla, mi barrio Santanero…, porque todas eran únicas e incomparables para mí.

¿Quién reinaba en la Alcazailla, mejor que Bautista, El Mosco y el resto de mis amigos?

¿Quién me protegía mejor que mis Abuelos o mi Padre, que era llegar a sus casas, dármelo todo y enseñarme a respetar al resto de nuestro pequeño cosmos?

¿Había en el universo gente más rica que los ricos de mi pueblo, mejor médico que don Pepe Luis Barragán, mejor músico que mi tío Vázquez, mejor cura que D. Manuel que daba capones con cariño paternal, o mejor autoridad que el bueno de Esteban el Municipal?

¿Cómo pensar que existiera otro mundo?, imposible ni siquiera imaginarlo… 

¿Y el Pilarito de Santa Ana, que era utilizado para saciar la sed de aquellos juegos con pelotas de rayas de colores, piolas o billardas y lugar de encuentro para echar lurias a los de El Berrocal Chico?

¿Cómo no hablar de la calle Sevilla, mi otro barrio?

¿Podía haber en el universo  un lugar más bonito que mi pueblo?

Y eso por no hablar de El Palacio, de El Coso, de la hondura escalofriante de los pozos en las calles, de la atracción desmesurada por las lagartijas, de las culebras, de los pájaros, de los lagartos y otras fieras imaginarias que habitaban en lo bravío de nuestras sierras, la del Agua y la del Viento o en el Huerto de los Gitanos.

Y hasta era único el tonto de mi pueblo, que en aquella época ejercían varios,  era sin duda la mejor vida y respeto que un tonto pudiera exigir.

Todos estos acontecimientos que acabo de exponer se resumen en una redacción que escribí cuando tenía once años para un trabajo de una asignatura de segundo de bachiller que curiosamente se llamaba Política y oficialmente F.E.N. (Formación Espíritu Nacional) y que consistía en leer y hacer semanalmente un trabajo de un capítulo del libro de Doncel titulado Vela y Ancla con poemas del Cantar del Mío Cid, José María Pemán o Pío Baroja y otras escrituras de nuestra propia cosecha:

            “Aquel año 63. no fue bueno, hacía meses que pasaba por su cabeza la idea de huir adelante, cuando llegó el verano vinieron al pueblo familiares y amigos que ya habían dado el “paso”, habían emigrado hacia cualquier ciudad  hostil y extraña en busca de trabajo y una vida mejor para la familia.

            Aquel Hombre cuando llegó la feria vendió la burra y algunos enseres del campo y el tercer día, llenó su maleta de cartón y madera con poca ropa y muchas ilusiones, en su bolsillo 1.000 Ptas. y cogiendo el primer tren empezó su “huida”.

Llegó a la gran ciudad, le esperaba un trabajo de peón, jornada de 14 a 16 horas diarias de lunes a sábado y alguna chapuza los domingos.

            Aquel Febrero del 64, fue frío, muy frío, las familias estaban terminando la recogida de la aceituna y los niños que aún no tenían edad para ayudar, seguían en la escuela.

            Aquel niño con tan solo nueve años, no entendía lo que estaba pasando en su entorno, fue por última vez a la escuela de la calle Camacho, se despidió de su maestro D. Francisco Oliva y de sus compañeros, no hubo fiesta de despedida, por aquella época todos los meses se repetía esta historia.

            Aquella mujer terminó el “destajo” de la aceituna, cogió a su hijo, nuevamente un destartalado tren, un vagón de tercera sin separaciones de compartimentos, asientos de madera, veinte horas de frío, olor a carbonilla y humanidad, y ante sus ojos la gran ciudad, con sus edificios altos, humos, ruidos y el sentimiento en sus mentes de estar fuera de su mundo.

            Aquella familia, después de siete meses se volvió a unir, pero aquel niño, seguía sin entender nada, ya no vivían en una casa grande con corral, de un pueblo pequeño, ahora vivían en una pequeña habitación con derecho a cocina para toda la familia de una gran ciudad, sin su escuela, sin El Palacio, ni El Coso…, sin sus amigos de Santa Ana, sus lurias con los del Berrocal Chico.

            Así podía empezar cualquier ensayo de Juan Ramón Jiménez, pero esta historia no es ficción, es mi historia, la de mi familia y la de muchas otras familias que un día dejamos Guadalcanal para vivir en un mundo mejor, pero… ¿Cuántos lo hemos alcanzado?, ¿Cuántos hemos conseguido ahogar nuestra desilusión en las lágrimas de la añoranza?,  El Puerto es testigo mudo de nuestras lágrimas, las que después de cada Feria, Semana Santa o Romería dejamos los emigrantes cada año, cuando partimos nuevamente, cuando  huimos hacia delante.

            Esto es parte de nuestras pequeñas historias, vivencias de mi generación que no debemos olvidar, porque… borrar el pasado, es morir lentamente.

Ahora que me encuentro en el último ciclo de mi vida,  comprendo bien el sentimiento y la nostalgia por aquellos años que la emigración nos arrebataron a tantos y tantos niños de tantos y tantos pueblos de Andalucía o Extremadura, nos cambiaron el ciclo de nuestra niñez con la diáspora y la emigración, acontecimientos que fueron capaces de inculcarnos el sentimiento sublimar a nuestros pueblos, hasta convertirlos en el centro del orbe oculto de nuestros sentimientos, y sus recuerdos en reales y absolutos.

                               Rafael Spínola Rodríguez 

Rafael Espínola nos ha narrado como se vivía en uno de los barrios más altos de Guadalcanal, las cariñosas relaciones de todos sus vecinos, sus monumentos, que después ya en Madrid no aparecían, su emigración fuera de su pueblo, en su caso a Madrid, cómo hicimos antes o después, miles de guadalcanalenses. En definitiva, su añoranza por su pueblo. Gracias.

El primer acta que encontramos en este nuevo año, es la del Pleno del 24 de marzo de 1954, donde se aprueba el Presupuesto Municipal para el presente año, que asciende a 1.097.017 pesetas.

Por el acta de la Hermandad de Ntro. Padre Jesús del 19 de Abril, sabemos que la hermana Carmen Rivero Rivero, dona la hermosísima imagen de San Juan, tallada por el acreditado escultor sevillano A. Castillo Lastrucci. También se aprueba que se compren nuevos varales para el paso de palio y que se borde en oro.

Aunque la Junta de Gobierno de la Hermandad del Santo Entierro aprobó su compra el 23 de abril, el Cristo en el Sepulcro no se pudo adquirir hasta el año 1954. Es obra de los talleres de Olot.

En la fotografía en la página siguiente, podemos ver la Centuria Romana que este año 1954 estrenó la Hermandad del Cristo de las Aguas, perfectamente formada en el Paseo de El Palacio, antes de salir la procesión.

El periódico ABC informaba el 21 de abril, del concurso del tiro al plato que se había celebrado en Guadalcanal: El pasado domingo se celebró en Guadalcanal un concurso de tiro al plato, a beneficio de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús, disputándose cuatro copas para los clasificados en primero, segundo, tercero y cuarto lugar. Se adjudicaron éstos don Juan Rivero, don José Quintero, don Antonio Yanes y don Jaime Rivero, respectivamente.

La historia se debe escribir siempre con documentos que avalen lo que vas a contar. Sin embargo, hay casos en que pocos documentos se pueden buscar cuando la sorpresa da paso al estupor, por la noticia que te cuentan. Yo no tenía todavía seis años y no es que me contaran la noticia, pero se me quedaron grabadas las palabras del Cabo de los Municipales, cuando llegó a la casa de mis padres pasadas las dos de la tarde, aprisa y corriendo y en el mismo comedor donde estábamos comiendo toda la familia, le dijo a mi padre: ¡Vamos Curro, que Paco se ha pegado un tiro! No le hizo falta más palabras a mi padre que era Guardia Municipal, para dejar la comida y salir corriendo detrás del Cabo de los Municipales.

No recuerdo nada más de ese día. Me supongo que mi padre con lo sensato que era, no se le ocurrió contarme nada, aunque estoy seguro que yo se lo preguntaría.

Mucho se debió hablar del tema porque personas que lo vivieron me cuentan que oyeron el tiro, uno que vivía al principio de la actual calle Don Juan Campos y el otro, a mitad de Juan Carlos I.

Nadie me ha dado razón cierta del motivo que pudo tener Francisco Gómez del Valle, para acabar con su vida de esta forma, pero hay un punto de referencia en que varias personas han coincidido y nombrado como persona que lo pudo haber denunciado al Gobernador Civil, que fue el componente de la Comisión Gestora, Francisco Rincón Pérez. Si vuelven unas páginas atrás, verán que hay una serie de hechos que pudieron propiciar este desenlace. Rincón Pérez había sido elegido en las elecciones de 1951 y en la toma de posesión el día 3 de febrero de 1952, el Alcalde Francisco Gómez del Valle, lo nombró Primer Teniente Alcalde. Hubo varias desavenencias entre el Alcalde y el Teniente Alcalde, así el 28 de octubre votó en contra de una moción por el derribo y venta de materiales del antiguo Mercado de Abastos, apareciendo algunas discusiones más en fechas posteriores. El 19 de enero de 1953 el Alcalde lo cesó como Primer Teniente Alcalde, cuando llevaba menos de un año. Francisco Rincón Pérez fue también cesado de Gestor por el Gobernador Civil el 29 de octubre de este mismo año de 1954, con poco más de dos años como Gestor.

A la vista de los acontecimientos ocurridos a las dos de la tarde de este día 6 de mayo de 1954, el Primer Teniente de Alcalde, José de la Hera Moreno, convocó sesión extraordinaria-urgente a las seis de la tarde, abriendo el acto con la lectura del telegrama que se había enviado al Gobernador Civil: Comunícole que el Alcalde de este Ayuntamiento, Francisco Gómez del Valle, se ha suicidado en su domicilio particular, sobre las catorce horas del día de hoy, falleciendo a las quince horas aproximadamente. Provisionalmente se hace cargo de esta Presidencia, el primer Teniente Alcalde José de la Hera Moreno, rogando confirme expresada delegación. Seguidamente se leyó otro telegrama del Gobernador Civil, confirmándolo en el cargo, hasta ulterior confirmación. También se lee otro telegrama del Gobernador, dando el pésame a la Corporación y a la viuda y delegando su asistencia en el nuevo Alcalde provisional al acto de sepelio. A continuación de la lectura, tomó la palabra el nuevo Alcalde, diciendo que Francisco Gómez del Valle, fue nombrado en diciembre de 1943, contando por tanto once años al frente de este Ayuntamiento. Hace constar que su gestión resulta muchos más meritoria si tenemos en cuenta la época en que asumió esta Presidencia, agravada por las circunstancias de la pos-guerra, con las consiguientes dificultades de la alimentación y orden público (bandolerismo) circunstancias que acreditan el patriotismo y espíritu de disciplina al Partido y a la Jerarquía, y en general una abnegación en el cumplimiento de los deberes ciudadanos. En consecuencia propone a la Corporación, la adopción de los siguientes acuerdos: Que por la Corporación sean sufragados los gastos de sepelio y derechos de sepultura. Expresar a su viuda doña Teresa Yanes Sanz el más sentido pésame de toda la Corporación. Adquirir el féretro a la razón social Francisco Escote Galván, por importe de 1.200 pesetas. Que es deseo de esta Corporación el conceder la mayor solemnidad para la conducción del cadáver del que fue Alcalde de esta Corporación, si bien por las trágicas circunstancias en que ha ocurrido y acatando instrucciones de la Superioridad, el entierro será de tercera clase y funeral de primera. También se acordó conceder a perpetuidad nicho extraordinario para inhumar los restos en el cementerio de San Francisco, publicando esquela mortuoria.

Está claro que por los servicios prestados se evitó su enterramiento en el Cementerio Civil que había junto al católico, ya que por su suicidio, así tenía que haber sido. Lo que no pudieron evitar es que el entierro fuera de Tercera, es decir, que el féretro no fue acompañado desde la iglesia por ningún sacerdote, ni la Cruz Parroquial. Por el contrario el funeral que se celebró el día 11 fue el de Primera.

Como decía al principio, no he encontrado nada en los archivos, ni a nadie que nos dé una idea de qué pudo ocurrir para que el Alcalde tomara esta decisión tan trágica. Algunas personas me han contado que pudo ser porque compró unos uniformes para los Municipales con dinero recibido para otra cosa. También hablaban de que a los estrasperlistas que venían desde Extremadura, el Jefe de los Municipales subía hasta la Cruz del Puerto mandado por el Alcalde y se le cobraba un impuesto, y que con ese dinero compró los uniformes.

Las personas consultadas me dejaron claro que en ningún momento cobró el impuesto para beneficio propio. Francisco Gómez del Valle, fue el edil que más tiempo ejerció el cargo en el Siglo XX, en total 3.801 días, así que tan mal Alcalde no pudo ser.

El 18 de junio, se da lectura al Decreto del Alcalde de 28 de mayo, nombrando Primer Teniente de Alcalde, al concejal José Arcos Rivero. También dio cuenta de haber recibido escrito de la Junta Organizadora del homenaje a maestro nacional, don Juan Campos Navarro, comprometiéndose la Corporación a aportar un máximo de 10.000 pesetas.

Más necesidades de obras en Guadalcanal. Así en el Pleno del 6 de julio, el Alcalde anuncia que debido al mal estado en que se encuentra el camino que lleva a la Estación de ferrocarril y el tráfico diario, tanto de viajeros como el de vehículos con mercancías y el servicio de correos, se aprueba dirigir escrito a la Diputación Provincial para que se pueda reparar antes de las primeras aguas. Comprometiéndose con la Diputación Provincial a aportar un 50% del importe de las obras, hasta un máximo de 20.000 pesetas.

Se aprueba solicitar igualmente a la Diputación Provincial, la redacción de proyectos para el arreglo de la Plaza de España y varias calles de la localidad.

Pleno extraordinario el 11 de agosto, presidido el acto por Francisco García Gallardo, Delegado del Gobernador Civil, con el único objeto de realizar el acto de toma de posesión oficial del cargo de alcalde, de José de la Hera Moreno, que había ejercido interinamente desde el mes de mayo. El Consistorio quedó compuesto de la siguiente manera:

AlcaldeJosé de la Hera Moreno
GestorJosé Arcos Rivero
GestorIgnacio García García
GestorManuel Rivero Sanz
GestorFrancisco Rincón Pérez
GestorJuan José López Gómez
GestorJuan Gordón Galván
GestorAntonio Palacios Nogales
GestorJesús Guerrero Romero

El 20 de agosto, el Ayuntamiento aprueba las bases para la provisión de las vacantes de Barrendero y Sepulturero. También se aprueba el Reglamento para la prestación del servicio de asistencia médica-farmacéutica a las familias pobres de la localidad, en la forma que ha sido redacta por la Comisión correspondiente.

Por último se aprueba el sueldo de un Bracero en esta localidad en 20 pesetas.

Como viene siendo tradicional con todos los Gobernadores Civiles, el 27 de agosto, en el Pleno extraordinario y por unanimidad, acuerdan nombrar Hijo Adoptivo de la Villa, al Gobernador Civil de Sevilla, don Alfonso Orto y Meléndez-Valdés.

Hecho luctuoso para el Consistorio el día 21 de octubre de 1954, donde se informa del fallecimiento del concejal Antonio Palacios Nogales, haciendo constar en acta el pesar de toda la Corporación, así como a su viuda María Yanes Sanz e hijos.

En el Pleno del 29 de octubre, se informa por escrito al Gobierno Civil, sobre los concejales renovables que existen en el Ayuntamiento y a la vista de los datos expuestos por el Secretario, se acuerda los que están en esta situación: José Arcos Rivero, José de la Hera Moreno, Juan José López Gómez, Juan Gordón Galván, Antonio Palacios Nogales (fallecido), Ignacio García García, todos elegidos en 1948, y Francisco Rincón Pérez, elegido en 1951.

El periódico ABC en su edición del 5 de diciembre de 1954, se hacía eco de la siguiente noticia: En Guadalcanal, por los señores de Rodríguez Martín, y para su hijo don Salvador, ha sido pedida a don Félix Nogales Yanes y señora la mano de su encantadora hija María Jesús. Seguidamente, en el domicilio de la novia y ante el arcipreste de Cazalla, cura párroco de Guadalcanal, don Félix Domínguez, se firmaron los esponsales. La boda ha sido fijada para el próximo mes de enero.

El último Pleno del año es para aprobar el 17 de diciembre de 1954, el Proyecto de Presupuesto para el año 1955, por un importe total de ingresos y gastos de 1.148.926 pesetas.

También se aprueba la adquisición de la medalla de Alfonso X El Sabio, que le ha sido concedida al maestro nacional jubilado, don Juan Campos Navarro.

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