Gente de Guadalcanal

Clausto del convento de San Agustín

                        José María Álvarez Blanco – Publicado en Benalixa año 2012

Nueva serie continuación de la publicada en 6 entregas, titulada “Personajes guadalcanalenses”, en la Revista de Feria de Guadalcanal de los años 1991-1996.

A modo de explicación

Hace dieciséis años concluí la serie a la que alude el principio de estas líneas, que jamás pensé que iba a escribir. Si lo hice fue por un doble motivo. Por un lado, mi inveterada curiosidad puso en mis manos los datos de una serie de personas nacidas en Guadalcanal, que destacaron lo suficiente para dejar constancia escrita de su paso por este mundo. Por otra parte, esa labor que era necesaria para completar una faceta imprescindible de la historia de nuestro pueblo, no había sido emprendida por nadie con una formación específica en el campo de la literatura o de la historia, que entiendo son las disciplinas más adecuadas para emprender con solvencia este tipo de trabajos. Por ello, haciendo uso de los conocimientos adquiridos en un curso de documentación científico-técnica, que estimé necesario para el ejercicio de mi profesión, me lancé a la buena de Dios a escarbar en la vida y milagros de cuanto guadalcanalense notable había dejado rastro documental.

En el tiempo transcurrido desde entonces se ha producido el espectacular desarrollo de Internet que todos conocemos, y simultáneamente y, gracias a ello, ha aumentado de forma espectacular el número de personas que ha abandonado su condición ágrafa, de la que, al igual que la lectora, se decía dogmáticamente que había sido potenciada por la cultura de la imagen, en general, y por la televisión en particular. En línea con lo anterior son de sobra conocidos los numerosos blogs, tanto de particulares como de entidades guadalcanalenses, que cada día son actualizados en la www.

En esta tesitura las reseñas biográficas que ahora traigo a este blog de actualidad guadalcanalense, cumplen el requisito de dar noticias de personas de las que hasta ahora, yo al menos no tenía noticias, o facilitar nuevos datos de otras ya documentadas. Contrariamente a la serie de los años 91-96 del pasado siglo, en estos casos no sólo incluiré los datos de la fuente documental, sino que en algunos casos la transcribiré literalmente. Mi intención actual es publicar estas nuevas reseñas en este medio con periodicidad no diaria, y en un futuro recopilar todas las biografías en un libro, incorporando todas las fuentes documentales. Y sin más preámbulo entro en materia, empezando por dos miembros de la familia franciscana, que, curiosamente llevan el mismo nombre, y que ejercieron su ministerio en la América hispana, concretamente en Colombia y México.

Fray Diego de Guadalcanal, hermano lego en México. Este es el primero de los dos de igual nombre, dentro de la familia franciscana. A diferencia de su homónimo que vivió en Colombia no llegó a ordenarse sacerdote. En una obra clásica de la historiografía novohispana (advierta el lector, que el primitivo nombre de lo que hoy es México fue Nueva España) se dice de él lo siguiente:

<<De los claros varones de esta provincia del Santo Evangelio [concluyo] con la vida de fray Diego de Guadalcanal, lego, por haber sido en muchas cosas semejante al bienaventurado San Diego de Alcalá; pues ya tenemos que en el nombre conforman y en el estado de legos y fueron también naturales de una misma comarca y tierra; es, a saber, el uno de San Nicolás, pueblo cerca de Constantina, y el otro de Guadalcanal; y en la vida y muerte harto semejantes también, como aquí parecerá. Tomó el hábito fray Diego de Guadalcanal en el convento de México y fue de los primeros que en esta provincia profesaron. Y como de su natural era hombre simple y sin malicia, de la que el siglo a sus hijos enseña, y se crió con santos religiosos, perseveró en aquella santa simplicidad por todo el discurso de su vida, que fue poco menos de sesenta años en el hábito de la religión, sirviendo a aquellos primeros evangelizadores de esta nueva iglesia con grandísima fidelidad y ejemplo de vida; ayudándolos a destruir ídolos y a plantar la fe del Evangelio, con el talento que el Señor le había comunicado. Fue amigo de los pobres y tuvo siempre cuidado, donde quiera que estaba, de darles de comer y los socorría en sus necesidades. Era muy devoto y dado a la oración y recogimiento y muy observante y amigo de la santa pobreza. Tenía dichos y consejos saludables con que persuadía a la virtud a sus hermanos los frailes y a los seglares que lo trataban como amigo y celoso de lo bueno, y enemigo de lo malo y vicioso; y a veces los ponía por escrito, porque más se dilatasen las fimbrias de su caridad. Visitóle el Señor (como lo había hacer con sus escogidos) al cabo de sus días, siendo de edad de más de ochenta años, morando en el convento de Tepeacac. con una enfermedad de las graves y recias que un cuerpo humano puede pasar; siendo (como fue) de sola una mano, como la que le dio y acabó al bienaventurado San Diego. de apostema o nacido en un brazo. Mas la enfermedad de este siervo de Dios, fray Diego, fue cosa nunca vista ni conocida en cuerpo humano, como lo afirmaron el médico y cirujano que lo curaron en la Ciudad de los Ángeles, hombres muy expertos en sus oficios; y así no le supieron dar nombre. Era una carnosidad que se le crió en el envés de la mano, a manera de clavo, que lo trajo atormentado, por espacio de dos años, en que se le dieron muchos cauterios de fuego y se le hicieron otras curas penosísimas que aunque parecía quedaba sano volvía luego a criar aquel clavo hasta que le horadó y abrió la mano de una parte a otra, y finalmente lo llevó a la sepultura, porque fue necesario irle cortando los dedos de la mano uno a uno,. y al cabo toda la mano. Fue tanta la paciencia del siervo de Dios en este su trabajo que el médico y cirujano estaban admirados. y no lo podían curar sin lágrimas, llamándole otro San Francisco porque nunca le oyeron queja, ni decir otra palabra en los cauterios y tormentos, sino Jesús María. No menos quedó edificado de la paciencia el enfermero, el cual dio testimonio, que por todo el discurso de esta su enfermedad le sintió que traía grandísimas batallas con el demonio; porque pasando de noche por delante de su celda, descuidado, al servicio y necesidades de los otros enfermos, le oía hablar como si platicara con otra persona. Y parándose a escuchar a la puerta, entendía que confutaba al demonio las cosas que le ponía delante, haciendo cuenta de su vida y en lo que había ofendido a Dios, y alegando que de aquello ya había hecho penitencia y que Dios era misericordioso. Y a otras cosas respondía que aquello lo había hecho por la obediencia y no tenía para que darle razón de ello. Otras veces parecía que lo tentaba en las cosas de la fe; y esta tentación, dice un padre sacerdote que había mucho tiempo que la padecía; porque morando los dos juntos en un convento le vio andar inquieto sobre esto e ir muchas veces al coro de noche, donde protestaba delante del Santísimo Sacramento que creía todo lo que tiene y cree la santa madre iglesia; esto protestó más de veras al tiempo de su muerte, recibiendo todos los sacramentos con grandísima devoción como la tuvo en vida no dejando de oír todas las misas que celebraban en la iglesia de San Francisco de la Ciudad de los Ángeles, todo el tiempo de su enfermedad, hasta que murió bienaventuradamente en el Señor, y está sepultado su cuerpo en el mismo convento>>.

Obsérvese que más de la mitad del texto, que da cuenta de su existencia, se refiere a la terrible enfermedad que acabó con su vida, que no cabe duda se trató de un tipo cáncer muy agresivo como podrá precisar un posible lector oncólogo.

El texto es transcripción literal del CAPÍTULO LXXXIV de “Vidas de los santos religiosos legos fray Diego Sánchez y fray Diego de Guadalcanal” de la obra. Monarquía indiana” de Fray Juan de Torquemada, publicada en Sevilla en 1615, La segunda edición se hizo en Madrid en 1713. Este texto está tomado de la edición digital de 2010, basada en la 3ª edición en siete tomos aparecida en México entre 1975 y 1983. Sobre su autor Fray Juan de Torquemada [Torquemada (Palencia) hacia 1557- México, 1624], historiador y misionero español en la Nueva España, puede consultarse su biografía en Wikipedia. No se debe confundir con el cardenal español de igual nombre (1388-1468), tio del famoso inquisidor, el dominico Tomás de Torquemada (Valladolid, 1420 – Ávila 1498). El mismo texto puede encontrarse en otras obras de consulta, que no se molestan en reseñar su procedencia y, que, por ello, no merece la pena reseñar.

La ciudad donde estuvo el convento en el que vivió Fray Diego los últimos años de su vida, Tepeacac, actualmente Tepeaca, fue conquistada por los aztecas en 1466 a los tlaltelolcas, grupo chicimeca que habitó el valle de México en el S. XV, y refundada por Hernán Cortés en 1520 con el nombre de Villa de Segura de la Frontera. En 1559 la Corona española le otorgó categoría de ciudad y escudo de armas. Es uno de los 217 municipios del estado mexicano de Puebla, de la que dista 35 km. El convento de San Francisco de Asís, que fue construido en 1543, se levanta al filo de la anchurosa plaza principal, ofreciendo el aspecto de fortaleza inexpugnable. Actualmente no existe como convento, sino como monumento turístico. Su imponente mole, coronada por almenas, y sus contrafuertes rematados por garitas para los centinelas y más que nada los dos pasajes de ronda, denuncian su función templo-fortaleza y es el único con características moriscas. (Datos tomados de Wikipedia).

Consultado los catálogos de Viajeros a Indias, obrantes en el Archivo General de Indias de Sevilla, aparecen varios Diegos nacidos en Guadalcanal, con sus nombres y apellidos, pero sin que el nombre de la villa forme parte de su denominación civil, por lo que infiero que la denominación por la que es conocido la adquirió en México, incluso antes de acceder al estado religioso, por lo que vamos a ver seguidamente. En efecto, en la obra “Proceso, tormento y muerte del Cazonzi, último GranSeñor de los tarascos por Nuño de Guzmán. 1530”, de Armando M. Escobar Olmedo,  publicada en México en 1997, aparece un Diego de Guadalcanal, sin condición de clérigo, y como analfabeto, como uno de los tres testigos citados por la defensa en el proceso que tuvo como final la ejecución del Cazonzi (rey, en lengua tarasca) Tzintzincha Tangaxoan II (también conocido como don Francisco, tras ser bautizado). Si se tiene en cuenta, que el Convento de Tepeaca, se erige en 1543, parece lógico pensar que se trata del mismo personaje que en la edad adulta entró como fraile franciscano no ordenado. Los estados mexicanos de Michoacán (donde era el Cazonzi) y de Puebla donde está Tepeaca, si bien no son limítrofes, se encuentran relativamente cerca. El episodio de la ejecución del jefe indígena, es uno más de las manchas negras que jalonan la conquista de América por nuestros antepasados. Así sabemos que el conquistador Nuño de Guzmán (enemigo de Hernán Cortés) fue calificado por el cronista mexicano Vicente Riva Palacio (1832-1896) como «el aborrecible gobernador del Pánuco y quizás el hombre más perverso de cuantos habían pisado la Nueva España», en tanto que previamente Fray Bartolomé de las Casas, de un modo más conciso, pero no menos indulgente, lo calificó de «gran tirano». Lo que no deja de llamar la atención es el hecho de que los datos que le han permitido, al historiado mexicano Escobar Olmedo, documentar el proceso, tormento y muerte del jefe indígena, hace doce años, estaban conservados en el Archivo de Indias, junto con los del Juicio de Residencia1, que reglamentariamente se le hizo a Nuño de Guzmán, cuando regresó a España. Esta circunstancia no la imagino en relación con las tropelías que cometieron los británicos en su imperio y mucho menos los belgas en el Congo, aunque siempre las barbaridades acaban sabiéndose, y así M. Vargas Llosa pudo escribir El sueño del celta.

1El Juicio de Residencia fue un proceso judicial del derecho castellano e indiano. Consistía en que al final del desempeño de un funcionario público se sometían a revisión sus actuaciones y se escuchaban todos los cargos que hubiese en su contra.

Padre capuchino Diego de Guadalcanal. Este sacerdote guadalcanalense, de igual nombre que el anterior, vivió en Colombia en tiempos de Felipe IV. De él tenemos las siguientes noticias: 

<<Capítulo XIII. En el que se refieren otros sucesos de la misión y la vida que en ella hacía el P. Guadalcanal

Con la muerte del P. Luis quedaron solos el P. Fray Diego [de Guadalcanal] y el hermano Fray Blas; éste en Tunucuna, y en San Sebastián aquél, porque el P. Francisco de Vallecas enfermó tan gravemente que fue preciso transportarlo a Cartagena. Los indios de Tunucuna sintieron mucho la muerte del P. Fray Luis, porque le habían cobrado tal cariño y amistad, que fue cosa admirable hallarse en aquellos bárbaros corazones tal amor con un peregrino.

El hermano Fray Blas prosiguió con su enseñanza, cuidando con mucho esmero de que asistiesen los indios a la explicación de la doctrina, que, aunque no era sacerdote, la explicaba con grandísima claridad. Entretanto el P. Fr. Diego no omitía en San Sebastián ocasión alguna, antes si buscaba muchas en que aprovechar al prójimo sin olvidarse de sí. La vida que allí llevaba este siervo de Dios no solo era penitentisíma en cuanto al cuerpo, sino llena de privaciones y peligros en cuanto al alma. Dieciséis meses enteros se le pasaron sin confesar, por no tener quien le administrase este Sacramento, salvo unos dieciocho días que tuvo por huésped a otro misionero como ahora se dirá; y en todo este prolongado tiempo dijo misa todos los días sin omitir alguno, prueba de la pureza de su alma, (o como él dejo de su mano escrito) testimonio de la misericordia de Dios, que en aquellas soledades le asistió con mayores y más poderosos auxilios; lo cual deben notas los misioneros para no desistir de su buen propósito, cuando se les propusieron los riesgos de la soledad y la falta de confesor, pues este Venerable varón afirma experimentó con singularidad los beneficios de dios y sus favores, cuando más lo necesitaba.

Era muy buena disposición para recibir estos favores de la divina piedad, la cautela con que el P. Fray Diego se portaba entre los Indios, pues había prohibido a las mujeres que fueran solas a visitarlo; y cuando alguna necesitaba de algo, o por lo mucho que lo querían lo iba a visitar, siempre iba acompañada, sin atreverse a ir sola por lo mucho que por esto les reñía; y de estas visitas tenía al día muchas, Tocante a esto afirma el P. Fray Diego en unos apuntes que dejó escritos, una cosa que puede ser confusión y afrenta de los cristianos, y es que siendo tan continuadas estas visitas de las indias, nunca ni por acción, ni por palabra, ni por el más leve indicio, conoció en ella cosa impura, ni menos honesta, portándose siempre en medio del mucho amor   que le tenían con singular modestia, hablando y conversando con él, con aquel miramiento que en sus palabras y acciones podría mostrar una muy buena cristiana. ¡Afrenta a la verdad para las mujeres de estos tiempos que como lazos del demonio andan con sus acciones y palabra, cazando a los ministros del Señor!

No sólo de los peligros del alma libraba Dios a su fervoroso misionero, sino también de los peligros del cuerpo como evidentemente se vio en este lance. Estaba una noche durmiendo en una choza, cuando lo despertó un ruido; abrió los ojos y vio que era un tigre que estaba como seis pasos de su cama, el cual hambriento se había entrado por entre las tablas que formaban las paredes de su bujío a buscar gallinas u otras cosas que comer; y siendo así que podría con grandísima facilidad emplear la ferocidad de su condición, en aquel desprevenido hombre, y saciar con él lo voraz de su hambre, no le ofendió en cosa alguna antes sí, habiendo andado toda la casa se volvió a salir junto a él sin ofenderle en nada.

Además del continuado trabajo que el P. Fray Diego tenía en San Sebastián, enseñando, visitando, y en un todo sirviendo a los indios, como si estos trabajos no bastasen, desando padecer más por la conversión de aquellas almas, iba muchas veces a los pueblos circunvecinos, a instruir a sus moradores en los misterios de nuestra fe, y a enseñarles la doctrina, haciendo estos viajes más a menudo, cuando había algún enfermo, exhortándolo a la conversión de nuestra fe católica, proponiéndole los bienes de la gloria y penas del infierno; y cuando conocía que el accidente era mortal y sin esperanza de vida, entonces lo bautizaba.

De esta manera pasaban sus días los dos solitarios misioneros, iguales en el trabajo o fatiga, aunque desiguales en el uso de las demás cosas necesarias porque el hermano Fray Blas en Tunucuna o Tucunaca las tenía con abundancia y el P. Fr. Diego en San Sebastián carecía de todo, tanto que muchas veces era necesario que el hermano Fr. Blas, le enviase de los frutos de la tierra para poder vivir, como eran naranjas, batatas, cañas dulces y otras raíces sabrosas. Por esto se vio el P. Fr. Diego precisado a romper un pedazo de monte, para sembrar en él algunas cosas necesarias con que poder sustentar la vida, y trabajaba tanto en este cultivo que muchas veces le faltaron las fuerzas, llevando el Siervo de Dios estos trabajos con generosísima paciencia, sin desistir en medio de ellos de enseñar a los indios y procurar por todos los medios posibles la salvación de sus almas.

   Como las fuerzas del padre Diego, aunque estaban alentadas del las generosidades del espíritu no eran de bronce, sucumbieron a la continuación de la fatiga, sobreviniéndole unas calenturas penosísimas, mal que se hacía más aflictivo por verse sin médico que le asistiera, sin compañía de amigos, en un páramo desierto y lejos de todo alivio humano. Grandes fueron los trabajos, soledad y penas que el P. Fr. Diego, sufrió en esta enfermedad; porque si había de comer alguna cosa, la tenía que guisar él, y esto de un día para otro, siendo lo ordinario cocer hoy un poco de pescado para comerlo mañana. Con esto se le agravó al P. Fr. Diego el accidente de modo que fue preciso enviar a Tucunaca un indio para que le avisase al hermano Fr. Blas, pidiéndole que pasase a San Sebastián a poner cobro en las cosas de la misión por si Dios se lo llevaba. Vino el hermano Fr. Blas, y quiso Dios que a los pocos días le faltase al Padre Fr. Diego la calentura, que nunca más le repitió, y, viendo la mejoría, se volvió Fr. Blas a su pueblo.

            A esta razón llegaron a Cartagena [de Indias] siete religiosos Capuchinos de la provincia de Castilla, para hacer misión en Darién. Venía entre ellos en venerable siervo de Dios Fr. Francisco de Pamplona, que era el que la tal misión había solicitado; y todos fueron con fraternal amor y gran caridad hospedados en Cartagena por el P. F. Gaspar de Sevilla, prefecto de la misión de Uraba, y sus compañeros, lo cual es otra prueba evidente de lo que dejamos dicho en el capítulo XI, El hermano Fr. Francisco de Pamplona fue con otros PP. al Darién donde supo que el P. Fr. Diego estaba en San Sebastián, y le envió a decir que quería pasar a verlo y comunicar con él algunas materias, noticia que recibió gustosísimo el P. Fr. Diego, y lleno todo de júbilo le respondió que viniese en buena hora, y que se trajese un sacerdote para que le confesase, porque hacía muchos meses que carecía de los dichosos frutos de aquel Venerable Sacramento, aunque por la misericordia de Dios se hallaba en conciencia tal, que en todos ellos no había dejado de decir misa ni un día tan sólo.

            Emprendió el viaje en una lancha para hacer su visita el hermano Fr. Francisco llevando por su compañero al Padre Fr. Basilio De Valde-Nuño, y  levantándose un viento recio hizo naufragar la canoa en que navegaban los dos pobres misioneros, de modo que salieron a tierra por milagro, todos mojados y muertos de frío; y  por ser tarde, y el terreno de intricadas malezas, les fue preciso quedarse en el campo aquella noche, en la cual fue imponderable lo que padecieron de el hambre, sed, desnudez y desabrigo, tanto que estuvieron para rendir el último aliento a las crueles manos de trabajos tan crecidos.

            Al día siguiente llegaron al pueblo de San Sebastián tan destrozados que no les faltaba sino espirar, pero el P. Fray Diego que tenía ya noticias de que venían, les recibió cariñosamente, hízoles muchos agasajos, dioles de comer de lo que te nía prevenido y les hizo todos los obsequios posibles. Permitió Dios que los indios matasen en aquella ocasión un venado, y como ellos por sus supersticiones no se lo comen, se lo trajeron todo al P. Fr. Diego, el cual tuvo con eso para regalar a sus amantísimos huéspedes. A los dieciocho días se volvió el P. Fr. Basilio a su misión del Darien con el hermano Fr. Francisco y el P. Fr. Diego quedó sólo como antes, muy pesaroso de la ausencia y amable compañía de los dos misioneros con quienes tuvo gran consolación su espíritu; y esta fue la única ocasión en que pudo confesarse en dieciocho meses que vivió allí sin compañero (P. Cord. Ms.120).

            Entretanto estaba en Cartagena el P. Fr. Gaspar de Sevilla investigando todas las cosas que pasaban en la misión, proveyendo desde allí lo que juzgaba más conveniente y conociendo que de los ocho religiosos que habían quedado estaban todos enfermos sin poder cobrar la salud perdida, menos el P. Fr. Diego de Guadalcanal, y el hermano Fr. Blas de Ardales, y que estos estaban separados cada uno en su pueblo con grandísimo desconsuelo de ambos, por hallarse privados de la amable compañía de los religiosos, dio orden de que el hermano Fr. Blas con todas las cosas pertenecientes a la misión desamparase el pueblo de Tucunaca o Tunucuna y se pasase al de San Sebastián para acompañar al P. Fr. Diego. Puso Fr. Blas en ejecución la orden del Prelado, y fue cosa de admiración el sentimiento, pena y quebranto que mostraron los indios en su despedida. Habíalos tratado este religioso con grandísimo agrado, afabilidad y cariño, y como este es un imán tan poderoso para los corazones que, aunque sean como el hierro duro, los atrae, se hallaban los suyos cautivos del agrado del Fr. Blas, por lo que sintieron mucho su separación>>.

(Texto procedente de la obra: “Reseña histórica de la provincia capuchina de Andalucía. Varones ilustres en ciencia y virtud que florecieron en ella desde su fundación hasta el presente por el M.R.P. Ambrosio de Valencina”. Tomo V. Capítulo XIII. pp. 132-139. Sevilla, 1908).

Poco puedo añadir sobre este segundo Diego de Guadalcanal, salvo que el topónimo Tunucuna o Tucunaca corresponde actualmente a un arroyo; en cambio San Sebastián es un municipio de la República de Colombia, localizado al sur del departamento del Cauca, fundado en 1562 por Pedro Antonio Gómez.

Tras la reseña, en la entrega anterior, de los escasos datos biográficos de los dos clérigos homónimos que vivieron en la América hispana, y siguiendo cierto orden cronológico cabe señalar, aunque sea someramente, la importancia de los guadalcanalenses que emigraron a América en el siglo XVI, tanto por su número como por la relevancia que algunos llegaron a tener. El motivo de la brevedad es que el tema ha sido tratado exhaustivamente por historiadores profesionales, a cuyos trabajos me remito. De este gran acervo documental me limitaré a citar, y recomendar su lectura al lector interesado, tres trabajos fundamentales.

El elevado número de gente de Guadalcanal que, bien entrado el siglo XVI, emigró a las entonces llamada Indias, en relación con otros pueblos no solo de similar población, sino incluso más numerosa, es uno de los aspectos que más ha llamado la atención. A este respecto, ya en 1963, el investigador americano Peter Boyd-Bowman escribía:

“Se ve que el pequeño puerto de Palos (Huelva) ha perdido su importancia primitiva [se refiere al número de naturales que emigraron en el periodo 1520-1539] y que en cambio han cobrado importancia Guadalcanal, Trujillo y Medellín. La elevada contribución de Medellín y Trujillo, patria respectivamente de Pedro de Alvarado y los Pizarro, no requiere explicación, pero el caso de Guadalcanal es más curioso. Este pequeño pueblo de Sierra Morena era en siglos pasados famoso por sus minas de plata, pero puede ser que ya en el siglo XVI comenzaban éstas a declinar, porque Madoz en 1846 las describe como abandonadas desde tiempo atrás (Diccionario geográfico de España, s, n, Guadalcanal). El incipiente decaimiento de la industrial principal del pueblo explicaría muy bien el notable éxodo ocurrido en 1535 y 1536, cuando una buena parte de las familias de Guadalcanal emigraron a México, donde acababan de descubrirse las ricas minas de Taxco (1534). ¿Quién inspiró dicha emigración? Creemos aunque no hay certeza, que fue Francisco Muñoz Rico, el cual acompañado de García Núñez y ocho más del mismo pueblo, pasó a México en 1527 y figura en 1535 como minero en Taxco, mientras su compañero García Núñez lo era en las minas de Zumpango. De regreso a España, Francisco Muñoz vuelve a México en 1536, habiendo tal vez con su ejemplo estimulado la emigración de muchos paisanos”.

Peter Boyd-Bowman. “La emigración

peninsular a América 1520-1539”.

“Historia mexicana” Vol. XIII,

Oct-Dic. 1963, pagina 169. 

Pero no fue hasta 18 y 20 años más tarde, cuando el investigador americanista sevillano Javier Ortiz de la Tabla Ducasse, publicó sus dos trabajos fundamentales sobre los emigrantes a Indias/indianos de Guadalcanal, titulados: “Emigración a Indias y fundación de capellanías en Guadalcanal. Siglos XVI-XVII” y “Rasgos socioeconómicos de los emigrantes a Indias. Indianos de Guadalcanal y sus legados a la Metrópoli, siglo XVII” (I y III Jornadas de Andalucía y América, 1981 y 1983), respectivamente. Estos valiosos documentos para la historia de Guadalcanal los puede encontrar el lector no sólo en las bibliotecas, sino en este blog Benalixa, donde han sido recogidos hace unos meses.

Como tercer trabajo importante es digno de resaltar el publicado en 1988 en el contexto del V Centenario – Exposición Universal de Sevilla de cuatro años más tarde, la por algunos tan denostada Expo, en el que apareció la obra “Cartas privadas de emigrantes a Indias” de Enrique Otte (1923-2006), con la colaboración de Guadalupe Albi y prólogo del gran palentino hispalinizado Ramón Carande y Thovar (V Centenario. Consejería de Cultura. Junta de Andalucía. Escuela de Estudios Hispanoamericanos). Recomiendo al lector interesado el magnífico Estudio Preliminar del propio Otte, porque en base a las 650 cartas publicadas se traza una esclarecedora visión global del fenómeno de esta emigración, desglosándolo en sus diversos aspectos, que complementa el magnífico trabajo de Ortiz de la Tabla. Entre las 650 cartas, cuyos originales se encuentran en el Archivo General de Indias, recogidas en el grueso volumen de 611 páginas, hay dos dirigidas por emigrantes de nuestro pueblo a dos parientes en Guadalcanal.

Sirva la “erudita información” ─ (como diría, con su retranca serrana, mi llorado amigo Andrés Mirón) ─ precedente, como introducción a las reseñas de algunos de los numerosos emigrantes que produjo nuestra villa.

HERNÁN GONZÁLEZ DE LA TORRE. De este indiano, que hizo una gran fortuna en el Perú, me voy a limitar a transcribir la biografía más completa de las encontradas. Dice así:

Natural de Guadalcanal en Sevilla. Militó desde 1535, ayudó a D. Francisco Pizarro en el sangriento sitio que Titu Yupanqui puso a la ciudad de Lima cuando el levantamiento general de aquel año; y fue uno de los que marcharon a socorrer la ciudad de Cuzco.

En las disensiones con D. Diego de Almagro, mereció le hiciese confianzas dicho gobernador, en cuya casa se hallaba el día en que le dieron muerte los amotinados que capitaneó Juan de Rada. Pasó González a Trujillo a recibir al Gobernador licenciado Vaca de Castro, y estuvo en él en la batalla de Chapas que ganó a Diego de Almagro el hijo. Después sirvió al rey en el ejército que comandó el gobernador D. Pedro de la Gasca, concurriendo a la batalla de Sacsahuana; por último en 1554 asistió a la campaña contra la rebelión que acaudilló D. Francisco Hernández Girón. González se hizo célebre más que por sus servicios por haber consumido gran parte de su mucha riqueza en proteger al Convento de San Agustín en Lima y engrandecer su templo. Contrajo matrimonio en sus ciudad con Dª Juana Cepeda y Villarroel, persona muy principal que vino de España con sus tío el comisario de la orden Seráfica Fr. Francisco Vitoria. En el mismo buque es que hizo el viaje, trató al padre Agustín de la Santísima Trinidad que era precursor de los agustinos, y quien le ofreció que le apoyaría y auxiliaría en su comisión de procurar establecer en Lima Iglesia y casa para los de su orden.

D. Hernán González tomó decidido interés es que su esposa llenará su compromiso y prometió ir más adelante como luego diremos. Dª Juana dio una casa inmediata a la suya para que se colocase la imagen de Nuestra Señora de Gracia y viviese Fr. Agustín. Luego que llegó Fr. Andrés de Salazar con otros once religiosos en mayo de 1551, los alojó Hernán González y les acudió con cuanto necesitaron. El y Dª Juana fundaron dos capellanías, una para el culto de la virgen, y otra para pedir la conversión de los indios. Proporcionaron dinero en abundancia, materiales, preseas, y adornos valiosos para que se edificase la iglesia y el convento, e impusieron capitales con cuyo producto lo rentaron, siendo su casa por largos años la enfermería y la despensa de la comunidad. Dª Juana costeó en aquel templo al lado del evangelio la capilla de Nuestra Señora de Gracia, obsequiándola con muchas alhajas.

Cuando los agustinos dejando la iglesia y convento que tenían en el lugar que hoy es parroquia de San Marcelo, fabricaron el templo y claustros que hoy existen, Hernán González y Dª Juana construyeron una capilla con el mismo destino, y crearon nuevas rentas para sostener el culto de la Virgen.

Desde 1558 habían donado al convento por escritura de 14 de septiembre, seis casas y dos mil pesos en dinero por el patronato de la primitiva capilla de Nuestra Señora de Gracia, que ejercieron ellos y sus sucesores. Era el lugar en que se enterraban a los de la familia exclusivamente; y conforme a esto, colocaban allí sus escudos de armas y podían formar bóvedas, bultos esculpidos, doseles, estrados, rejas etc. Dª Juana Cepeda al morir tuvo presente al convento de San Agustín para legarles algunos beneficios en sus últimas disposiciones.

Hubo otro caballero llamado también Hernán González uno de los primeros conquistadores a quien Pizarro nombró tesorero del Rey en el primer decreto que expidió en Coaque el 14 de abril de 1531, antes el escribano Juan Alonso. Era tío de Hernán González de la Torre, encomendero de los repartimientos de Piscas y de Pachamac, y uno de los regidores del cabildo de Lima.

El capitán D. Hernán González de la Torre, que también fue encomendero, tuvo de su matrimonio con Dª Juana Cepeda y Villarroel, a Dª María, que casó con D. Francisco Manrique de Lara en 1572; y a Dª Mencía mujer de D. Pedro Santillán con quien fundó un mayorazgo.

Sus hijas Dª Juana y Dª Leonor de Santillán casaron con D. Álvaro y D. García de Mendoza padre e hijo. Del primero lo fue Dª Mencía mujer de D. Bartolomé de la Reynaga hermano del Dr. Juan, de la Orden de Santiago oidor de Panamá, nacidos en Lima. Otro de los mismos D. Álvaro y Dª Juana se educó en España y fue Menino de la reina.

Fuente:”Diccionario histórico biográfico del Perú”

de Manuel de Mendiburu, páginas 119-120,

2ª edición, Tomo VI, Lima. Librería

e Imprenta Gil, S,A. 1933.

Este claustro del convento de San Agustín fue construido originalmente en el siglo XVI, pero el de la fotografía data de fines del siglo XVII, debido a las destrucciones ocasionadas por los terremotos de 1678 y 1687. Es un claustro típico de la escuela limeña, caracterizada por la alternancia de arcos mayores y menores en los cuerpos superiores de las arquerías.

(http://www.skyscrapercity.com/showthread.php?t=997857)

Para la fundación de este Convento los primeros padres agustinos llegaron a Lima en junio de 1551. Fueron doce sacerdotes procedentes del convento de Salamanca que fueron a realizar una labor de evangelización con los indígenas del virreinato del Perú. En ese momento no contaron con un lugar propio, por lo que se hospedaron en los edificios cedidos por los esposos González de la Torre, que se encuentran entre la actual avenida Emancipación y el Jirón[1] Rufino Torrico. Poco después compraron un solar adyacente y construyeron su casa conventual (1554), en lo que hoy es la Parroquia limeña de San Marcelo.

En 1561 encargaron al alarife Esteban de Amaya la construcción de la iglesia y convento en los terrenos que poseen en la actualidad. Se dice que las obras se efectuaron secretamente, debido a la oposición de los padres mercedarios y dominicos, quienes argumentaban que la cercanía de otros conventos era poco conveniente para su labor pastoral. Primero levantaron los techos de alfarjes y artesonados, luego el coro y después la imagen en bulto de Nuestra Señora de la Gracias, convertida en titular del convento. La mudanza, realizada el 8 de julio de 1573, se hizo también de manera silenciosa, en medio de la noche.

Al año siguiente, colocaron la primera piedra de la iglesia, que en sus inicios fue pequeña y rústica. Poco a poco fue creciendo, enfrentando los primeros terremotos, como el de 1609, que afectó lo edificado y obligó a construir una nueva iglesia y convento, que hacia 1687 ya contaba con importantes obras, como una hermosa virgen de tamaño natural rodeada de ángeles hecha para el refectorio de lienzo de la Concepción por el pintor Angelino Medoro, el retablo de santo Tomás de Villanueva, la sillería del coro alto hecha por el escultor Juan García Salguero, la bóveda de Santa Lucía, pintada y dorada por el pintor Antonio Dovela, la torre esquinera realizada por el arquitecto Joseph de La Sida Solís, la nueva sacristía y ante-sacristía, con sus cajonerías labradas y decoradas, así como la colección de cuadros del pintor cusqueño Basilio Pacheco. Fueron muchas las veces en que el conjunto religioso debió reconstruirse. Otro terremoto funesto ocurrió en 1687 lo que ocasionó su transformación, de modo que de una planta gótica-isabelina de una sola nave, con capillas laterales cerradas, pasó a convertirse en una planta renacentista de tres naves comunicadas entre sí y con un amplio crucero.

Sin embargo, aún le aguardaba un daño mucho mayor: el fuego cruzado de dos bandos en pos del gobierno del país, que arrasó con buena parte de la iglesia y convento.

Fuente: http://www.wikilima.com/mediawiki/index.php?title=CONVENTO_E_IGLESIA_DE_SAN_AGUSTIN


[1] Jirón. DRAE 6ª acepción. m. Perú. Vía urbana compuesta de varias calles o tramos entre esquina

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