El poeta Luis Chamizo y su época: Poesías y Guerra.

Portada de una edición en Argentina

Julián Chaves Palacios

Revista de Historia. Cáceres, 2001: 217-226

1. INTRODUCCIÓN

Metido ya en los cuarenta años, al poeta Chamizo le tocó vivir, al igual que al resto de la sociedad española, una de sus experiencias vitales más tristes y lamentables: la Guerra Civil. Cuando se encontraba en plenitud creativa tuvo lugar esta contienda armada, que se inició a mediados de 1936 y duró casi tres años, afectando a su creación literaria, que se vio sumida en un paréntesis que se prolongó hasta 1942 que fue publicado su último trabajo —el poema Extremadura. Fueron años de dificultad e incertidumbre tanto para el poeta como para toda su familia, que vieron cómo el conflicto tenía significativas repercusiones en su tierra extremeña, repercusiones que también se extendieron a su pueblo natal, Guareña, que perdió a numerosos vecinos a causa de las medidas represivas practicadas por ambos bandos. Un conflicto, pues, marcado por la tragedia, que es preciso analizar para comprender de forma más precisa el contexto en que se desarrolló la última fase de la vida de Chamizo.

2. LA GUERRA CIVIL EN EXTREMADURA (1936-1939)

En la tarde del 17 de julio, horas antes de lo previsto, se sublevaron los militares en Melilla, extendiéndose con rapidez la insurrección al resto del Protectorado de Marruecos. En la jornada siguiente, en Canarias, el general Franco proclamó el Estado de Guerra. En Andalucía varias ciudades —Sevilla y Cádiz, entre otras— siguieron los mismos pasos dados en el Archipiélago Canario. Pero fue el 19 de julio el día en que la sublevación se generalizó por todo el territorio español, afectando directamente a Extremadura.

En Cáceres, tras una noche de insomnio para los dirigentes frentepopulistas, la mañana del domingo 19 se inició con la celebración de un referéndum relacionado con el abastecimiento de agua a la capital. En el cuartel del Regimiento Argel, única guarnición destacada en la capital cacereña, se apreciaba desde primeras horas gran agitación. El coronel que mandaba el Regimiento, Manuel Álvarez, tras ser informado de la insurrección, firmó el Bando de Guerra, saliendo la tropa, al mando del comandante Linos y del teniente Domínguez, a declarar el Estado de Guerra. Tras la lectura del Bando en el centro urbano, fueron controlados con prontitud sus puntos neurálgicos —Gobierno Civil, Diputación, Ayuntamiento, Telefónica, etc.—. La Guardia Civil, tras ser detenido su Jefe Provincial, teniente coronel Ángel Hernández Martín, apoyó la sublevación, al igual que la guardia de asalto, a pesar de las dudas que hubo hasta el final sobre la actitud que adoptaría este cuerpo.

Superados algunos enfrentamientos, esa misma jornada las autoridades rebeldes procedieron, con la colaboración de las fuerzas del orden y falangistas, a desarrollar las labores de control sobre la provincia. En Plasencia, el teniente coronel José Puente, jefe del Batallón de Ametralladoras destacado en esa Plaza, tan pronto recibió instrucciones de Cáceres para sublevarse, lo llevó a cabo dominando la ciudad sin dificultad. En el resto de la provincia, salvo focos de resistencia como el registrado en la zona de Navalmoral de la Mata, guardias civiles acompañados por miembros de Falange fueron controlando sus respectivas demarcaciones sin grandes complicaciones. Cáceres, pues, quedó en poder de los insurgentes con prontitud. Al iniciarse el otoño de 1936 sólo el municipio de Alía quedó en poder gubernamental —permaneció en esa situación hasta agosto de 1938—, el resto del territorio era nacionalista.

No sucedió lo mismo en Badajoz, donde la sublevación tomó otros derroteros distintos. Tras conocerse los sucesos de África, el general Castelló, máximo mandatario del ejército en la provincia pacense[1], comunicó a sus subordinados que se debía permanecer al lado de la República, opinión que éstos secundaron. Su firme actitud a favor de la causa republicana también influyó en el cuerpo de Carabineros y Guardia de Asalto, pero no en la Guardia Civil.

Este cuerpo armado se convirtió en fuente de máxima atención por parte de los dirigentes del Frente Popular, que permitieron que en diversos municipios los republicanos ocupasen los cuarteles, algunos de ellos, como en Quintana de la Serena, no sin dificultades. En otros pueblos estas fuerzas consiguieron huir del asedio, concentrándose en otras localidades, entre las que destacó Villanueva de la Serena. Este municipio, desde el primer momento, bajo la dirección del capitán de la Benemérita Manuel Gómez Cantos, se convirtió en el reducto más importante de quienes apoyaban la sublevación, registrándose enfrentamientos que no fueron sofocados hasta finales de julio de 1936 que quedó definitivamente en poder gubernamental.

En relación con la desconfianza que inspiraba la Guardia Civil se tomó la determinación de concentrar en la capital pacense a centenares de sus miembros con la finalidad de enviarlos a Madrid. Se pensaba que esa sería una forma de mantenerlos alejados y posiblemente más controlados. Con ese fin, el último día de julio salió de Badajoz un tren que llevaba como viajeros a 250 guardias, a los que se unieron otros tantos en Mérida. Antes de llegar a esa población, algunos números desertaron, siendo detenidos y fusilados. Pero el suceso más importante ocurrió en Medellín, donde aprovechando una parada nocturna del tren, los guardias civiles consiguieron escapar, alcanzando al municipio cacereño de Miajadas. Su llegada a Cáceres —en total eran unos 300 hombres— fue muy festejada pues constituían un importante refuerzo. En cambio, en Badajoz, este hecho, que no sería el último, no hizo sino acrecentar la desconfianza de sus autoridades sobre este cuerpo armado.

Pero la situación en Badajoz varió sustancialmente a partir del mes de agosto. Para entonces, los sublevados eran conscientes de su fracaso en los intentos iniciales de ocupar Madrid desde posiciones del Norte, aunque ello no era óbice para que siguiesen en su convencimiento de que tomar la capital de España debía centrar toda su estrategia. Se encargó esa misión a las fuerzas al mando del general Franco, formadas por legionarios y regulares procedentes de África, que partieron con ese objetivo de Sevilla, internándose a continuación, siguiendo la carretera de la «Ruta de la Plata», en Extremadura.

Horas después, Castelló fue nombrado ministro de la Guerra en el Gobierno presidido por José Giral, relevándole en su puesto en Badajoz el coronel Ildefonso Puigdengolas.

El 2 de agosto salió de la capital hispalense la primera columna al mando del teniente coronel Asensio y el día 3 partió otra mandada por el comandante Castejón que pronto llegaron a tierras de la provincia de Badajoz, ocupando los municipios de Monesterio, Fuente de Cantos, Calzadilla de los Barros y Llerena. Las noticias sobre esos avances llegaron a Badajoz, enviándose refuerzos. En los Santos de Maimona tuvo lugar un encarnizado combate en el que se registraron centenares de bajas hasta que fue tomado por la columna al mando de Asensio el 6 de agosto.

Zafra, Villafranca de los Barros y Almendralejo cayeron en poder de las tropas franquistas jornadas después, unas tropas que, reforzadas por la presencia de una nueva columna al mando del coronel Tella, el 11 de agosto emprendían la ofensiva sobre Mérida, que ese mismo día, tras fuertes enfrentamientos, quedó en su poder. Esta victoria tuvo gran significado pues supuso para los insurrectos la deseada comunicación con los sublevados del Norte. El gobierno republicano, consciente del revés tan importante que suponía la pérdida de Mérida, lanzó una fuerte contraofensiva, que a pesar de su intensidad fue repelida por las tropas mandadas por Tella. La caída de Mérida tuvo para la población de Guareña, como se analizará más adelante, trágicas consecuencias.

El siguiente objetivo fue la capital pacense, que en estos días había sido receptora de un ingente número de milicianos procedentes de los pueblos conquistados por el ejército de África. El ataque se inició en las primeras horas de la tarde, registrándose desde el primer momento fuertes enfrentamientos. Al día siguiente, tras la toma de la Puerta Trinidad por los insurgentes —fallecieron casi un centenar de legionarios en esta operación—, éstos fueron tomando los últimos reductos republicanos de la ciudad. Al anochecer, las tropas de Yagüe habían controlado todos los focos de resistencia, obteniendo una plaza de vital importancia para operaciones futuras. Si Puigdengola y otras autoridades republicanas pudieron huir, aquellos que no lo consiguieron serían víctimas de todo tipo de atropellos, efectuándose numerosos fusilamientos[2].

Tras esas conquistas, el avance hacia la capital de España del ejército de África continuó, internándose en la provincia cacereña. Las acciones encaminadas a ocupar otros núcleos de población de Badajoz en poder republicano duraron hasta primeros de octubre de 1936 en que quedó prácticamente configurado el frente. Los encargados en llevarlas a cabo fueron fuerzas militares de retaguardia, guardia civil, falangistas y requetés, quienes en primer lugar ocuparon pueblos fronterizos con Portugal, tanto de la zona centro: Olivenza, como del norte: Alburquerque y San Vicente de Alcántara. Posteriormente las acciones se encaminaron al control de aquellos pueblos situados al este de la provincia: Feria, Fuente del Maestre, Villar del Rey, Puebla de Obando, La Garrovilla, Alconchel, Salvaleón, etc. todo ello en la segunda quincena de agosto.

Mapa 1

Tras unos días de consolidación de poblaciones y reorganización de las fuerzas, a mediados de septiembre los nacionales reanudaron las ocupaciones ahora dirigidas a la zona sur, en la que encontraron focos de resistencia republicanos significativos, registrándose fuertes enfrentamientos en localidades como Burguillos, Segura de León y Jerez de los Caballeros. Finalmente, entre el 22 de septiembre y primeros de octubre las acciones se centraron en una zona situada entre el noreste y sureste de la provincia, siendo conquistados, entre otros, los pueblos de: Berlanga, Maguilla, Granja de Torrehermosa, Azuaga y Guareña.

Tras esas conquistas quedó fijado el frente extremeño (véase mapa l), que permaneció prácticamente inamovible hasta julio de 1938 que las fuerzas franquistas tomaron el más importante enclave republicano en Badajoz: la Bolsa de la Serena. Esta comprendía municipios como Don Benito, Villanueva de la Serena, etc. Tras su pérdida, aunque el frente volvió a estabilizarse durante unos meses, la presencia de la República en tierras de Extremadura fue bastante precaria. Con el comienzo del nuevo año, aunque se registraron algunos intentos de reacción, los acontecimientos se precipitaron. Los núcleos de población pacenses que aún quedaban en zona republicana: Peñalsordo, Zarzacapilla, Puebla de Alcocer, Herrera del Duque, Talarrubias, Siruela, etc., ante el abandono de sus posiciones por las tropas que los guarnecían, fueron controlados por los nacionales. Poco después finalizaba la contienda.

3. LA GUERRA CIVIL EN GUAREÑA

Como ya se ha indicado, al finalizar el mes de septiembre de 1936 Guareña fue ocupado por los sublevados. Hasta entonces, es decir, en los más de dos meses transcurridos desde que estalló la sublevación, la localidad permaneció en poder gubernamental. Durante ese período, la República continuó presente entre su población pese a registrarse intentos de insurrección como el protagonizado, poco después de declararse el Alzamiento, por los miembros de la Guardia Civil del puesto que, con la ayuda de falangistas locales, se hicieron fuertes en el cuartel, manteniendo durante algunos días enfrentamientos armados con los republicanos que se saldaron con la muerte de tres de los sublevados[3].

“El 27 de julio —se indica en la Causa General— un numeroso grupo de guardias de asalto y milicianos capitaneados por Sosa, diputado socialista, obtuvieron la rendición de los que resistieron en el cuartel. Los guardias destacados en Guareña fueron conducidos a Badajoz, quedando los civiles detenidos”[4]

Sofocado ese intento de sublevación, Guareña quedó bajo mando de un Comité revolucionario dirigido por personas afines al Frente Popular. Desde un primer momento hubo destacadas fuerzas milicianas en la localidad, con la presencia de militares destacados como el capitán Medina.

Se registraron numerosas detenciones de vecinos derechistas que fueron encarcelados en el depósito municipal y en el cuartel de la Guardia Civil, que fue utilizado, tras la ausencia de sus miembros, para esos fines. La población fue movilizada, asignándole a los vecinos tareas de defensa, vigilancia y control del municipio. También se incautaron bienes, realizaron registros domiciliarios y saqueos en viviendas pertenecientes a personas contrarias a la República. Las Iglesias de Santa María y San Gregorio sufrieron serios desperfectos, quedando muy deterioradas.

Esa fue la tónica seguida en Guareña hasta finales de septiembre que, como hemos indicado con anterioridad, fue ocupada por los insurgentes. En concreto, en la noche del 29 de ese mes sonaron los primeros disparos que de alguna forma alteraban la relativa normalidad que hasta entonces había existido en las líneas próximas al municipio. Pero fue en la madrugada del día siguiente cuando un contingente significativo de fuerzas franquistas, atacaron el pueblo. Al mando de éstas venía el teniente coronel Bartolomé Guerrero[5], componiendo estas tropas dos escuadrones de Caballería, al mando del teniente Bulnes y capitán Ortega, respectivamente; una sección de Ametralladoras dirigida por el teniente Hernández; una Batería de Artillería; falangistas, etc.

Unos efectivos iniciaron la ofensiva por la zona de Oliva y Villagonzalo, mientras que otros lo hicieron por la parte de la estación de ferrocarril. El ataque inicial por este último punto corrió a cargo de la Primera Centuria de Falange de Badajoz, que se encontró con una fuerte resistencia republicana. Fue necesaria la intervención de la artillería nacionalista para superar la fuerte oposición planteada por las fuerzas gubernamentales. El Ayuntamiento presidido por el falangista Luis Lozano García recordaba esa operación, en diciembre de 1936, en los siguientes términos:

“Es preciso hacer historia del heroico comportamiento de la 1a Centuria de Falange Española de la Jons de Badajoz, con motivo de la toma de Guareña en la madrugada del 30 de septiembre de 1936. A esta centuria le tocó entrar por la parte de la estación férrea, donde se puso una tenaz resistencia por los rojos, debidamente parapetados en el edificio desde donde les hicieron a los falangistas unas 15 bajas entre muertos y heridos, hasta que nuestra artillería pudo bombardear su refugio (…)”[6]

Con esta ofensiva Guareña quedó en poder nacionalista. El proceso que siguió a continuación, como afirman J. García y F. Sánchez, fue similar al registrado en otras poblaciones limítrofes:

“(…) La entrada de las fuerzas nacionales en los pueblos pacenses iba acompañada siempre de unas mismas actuaciones encaminadas a lograr el reordenamiento de la situación. A la toma de cada núcleo seguía, de forma inmediata, tanto la liberación de todos presos derechistas existentes en la población desde el primer momento del conflicto, como la detención y desarme de todos los individuos de izquierda que, hasta entonces, habían llevado las riendas del municipio, tras los correspondientes registros domiciliarios. Con la misma urgencia se procedía a la sustitución de las autoridades republicanas por unas comisiones gestoras encargadas de poner en funcionamiento la nueva legalidad que se pretendía implantar, presididas, siempre que ello era posible, por algún militar retirado e integradas, generalmente, por propietarios, industriales, empleados y profesionales liberales de derechas (…). Por último, apenas «normalizada» la situación, se iniciaban por unidades de la Guardia Civil y grupos falangistas servicios de policía y vigilancia —«limpieza»— en campos e inmediaciones, destinadas a librar el territorio de desafectos (…)”[7] .

En Guareña, el control nacionalista del municipio conllevó la inmediata liberación de los presos. Unas jornadas después, exactamente el 5 de octubre, se constituyó el nuevo Ayuntamiento, según consta en el siguiente Acta:

“A la una de la tarde, con la presencia del teniente de la Guardia Civil del puesto, Pedro Fuentes Ferrer, como delegado del Comandante Militar de esta Plaza, Bartolomé Guerrero Benítez, se procedió a la constitución de la comisión gestora municipal que ha de actuar en todas las funciones encomendadas al Ayuntamiento, con los vecinos designados por dicho Comandante Militar que previamente fueron citados y que están presentes. Fueron nombrados los siguientes: gestor primero (alcalde), Luis Lozano García; resto de gestores, Juan Barrero Moreno, Francisco Ramiro Sánchez, Anselmo Mancha González, Juan Núñez Martín, Juan Cortés Amador y Juan López Paredes”[8].

Obviamente, todos los designados para componer la gestora eran personas afines a los insurgentes, destacando que para el cargo de alcalde fuese nombrado el jefe local de Falange, Luis Lozano.

Dada la proximidad del municipio a las posiciones del conocido como frente extremeño (mapa l), durante la guerra estuvieron destacadas en la localidad fuerzas nacionalistas. Inherente a esa presencia de tropas se instaló, en una vivienda propiedad de una de las personas más pudientes del municipio, un hospital militar, soportando el Ayuntamiento, con gran sacrificio, el coste económico relacionado con su funcionamiento[9]. Por lo demás, Guareña, si exceptuamos las incidencias típicas de un pueblo que tenía parte de su término colindante a zona republicana[10], no sufrió durante el resto de la contienda operaciones militares dignas de mención, registrando una evolución marcada por la tranquilidad.

No puede decirse lo mismo, sin embargo, sobre la represión. Esta comenzó a practicarse, al igual que en otros municipios próximos[11], con los republicanos, teniendo su continuidad con la entrada en el pueblo de los nacionales. Su faceta más trágica, sin duda, fue la de los fusilamientos.

Estos tuvieron su inició en el mes de agosto. El avance de las tropas franquistas por Extremadura tuvo su culminación, como ya se ha indicado con anterioridad, con la toma de Mérida el 11 de mencionado mes. Esa ocupación por las columnas de Yagüe irritó a las fuerzas republicanas que tomaron fuertes represalias en los pueblos pacenses bajo su control. Fue el caso de Guareña donde, según indica A. D. Martín:

“En la noche del l l al 12 de agosto se llevó a cabo en diversas calles y extrarradio la ejecución de 67 presos (…)[12]

Todos los ejecutados en esa trágica noche fueron inscritos en el Libro de Defunciones del Registro Civil de Guareña, tratándose de personas de tendencia derechista, entre las que abundaban, según puede apreciarse en el cuadro 1, los propietarios, labradores, sacerdotes, estudiantes, industriales, médicos, etc.. Las ejecuciones protagonizadas por los republicanos, aunque no volvieron a tener ese carácter masivo, continuaron hasta finales de septiembre, alcanzando la cifra total, según mencionado autor, de 78 víctimas (no se incluyen las tres que fallecieron en el asedio al cuartel de la Guardia Civil en julio de 1936).

CUADRO 1

ACTIVIDAD PROFESIONAL DE LOS FUSILADOS POR AMBOS BANDOS EN GUAREÑA

  PROFESIONESREPRESIÓN REPUBLICANA (%)REPRESIÓN NACIONALISTA (%)
Sacerdotes6 
Médicos2 
Abogados1 
Estudiantes10 
Funcionarios5 
Propietarios311
Labradores155
Jornaleros1061
Industriales102
Maestros 5
Ferroviarios 5
Varios82
No consta219
Total (%)100100
FUENTE: Registro Civil

En cuanto a la represión nacionalista, ésta se inició el mismo día en que ocuparon el municipio, siendo los primeros afectados aquellos vecinos afines al Frente Popular que no se marcharon del pueblo al entrar las fuerzas franquistas y los que fueron hechos prisioneros en las operaciones de ocupación. Las ejecuciones se prolongaron durante todo el mes de octubre, continuando durante el resto de la contienda, aunque de forma más esporádica. Es preciso destacar que muchos de estos fusilamientos, a diferencia de los protagonizados por los republicanos, no se inscribieron en el Registro Civil, siendo, por tanto, difícil de cuantificar la cifra total de óbitos, aunque todos los datos apuntan a que debió ser superior a la provocada por los del otro bando.

Las que si quedaron inscritas fueron las relacionadas con las sentencias a pena de muerte dictadas por tribunales militares. Los afectados fueron, principalmente, aquellos vecinos que al terminar la guerra regresaron a Guareña tras haber combatido en las filas republicanas. Eran detenidos y procesados en consejos que se celebraron en Badajoz, Almendralejo, Mérida, Castuera y Cáceres, resultando condenados a última pena que se cumplía en la localidad donde había sido juzgado.

Si las ejecuciones constituyeron la imagen más trágica y lamentable de las prácticas represivas utilizadas por ambos contendientes, no hay que olvidar otras acciones como las detenciones, palizas, depuraciones, incautaciones de bienes, etc. que también afectaron a la población de Guareña, marcándola con el dolor durante décadas.

4. CHAMIZO Y LA GUERRA CIVIL

Ante tanta tragedia en su pueblo, cabe preguntarse cuál era la situación del poeta Chamizo en estos meses tan cargados de violencia. No nos han quedado muchos testimonios sobre sus vivencias durante la guerra civil. Se sabe que fue detenido en Mérida, donde estuvo a punto de ser fusilado, según se desprende del siguiente testimonio de su hija María Luisa:

“El momento más penoso fue cuando apresaron a mi padre en Mérida. Lo cogieron para fusilarle. A mi padre lo tenían dos testaferros de ellos y se salvó el sólo. ¿Cómo? Pues diciéndoles:  ¿Sabéis a quién vais a fusilar?, ¿A quién?, contestaron. ¡Yo soy Luis Chamizo! A ver, demuéstralo. Venga, desatadme porque atado no sé recitar. Venga, dinos una poesía. Cuando la oyeron se conmovieron, le soltaron y le llevaron junto a un tren de mercancías y así pudo escapar de su detención en Mérida”[13].

Que en Guareña, gracias a la ayuda que le prestaron los obreros de la alfarería del negocio familiar, se escondió en unos hornos de cocer tinajas ventrudas, ya en desuso, ante el temor a que bandas de incontrolados terminasen con su vida. El poeta aprovechaba la oscuridad de la noche para salir de su escondrijo y visitar a su familia. Esa situación duró hasta la entrada en el municipio de los sublevados.

Dado que su ideología era, al parecer, próxima a los conservadores[14], tras la toma de Guareña por los insurgentes el 30 de septiembre de 1936, los nuevos dirigentes le ofrecieron cargos que él rechazó. Poco después se marchó a Guadalcanal, donde pasó el resto de la contienda junto a su familia: “Por lo menos —manifiesta su hija María Luisa— en la finca de Guadalcanal no pasamos hambre pues teníamos cerdos, aceitunas, etc.”. Finalizada la guerra civil, Chamizo marchó a Madrid donde ocupó un importante puesto dentro del Sindicato de Espectáculos de la capital de España.

Mucho se ha discutido sobre la proximidad de Chamizo al régimen franquista. Especialmente tras la publicación de su poema “Extremadura” en 1942. En él figura la siguiente dedicatoria: “A la santa memoria de todos los caídos por Dios y por la Patria en este amanecer de nuestro viejo imperio”. Como afirma M. Pecellín: “No sabemos si estas palabras son debidas al oportunismo del momento o a convicciones más profundas (…) [15]“. De cualquier forma, creemos, de acuerdo con Viudas Camarasa, que ese cierto compromiso político con el régimen de Franco que se vislumbra en la dedicatoria, se debió más a las circunstancias que a los sentimientos del poeta: “Ya que nunca compartió la ideología falangista[16]

En definitiva, Luis Chamizo sufrió, como todo extremeño, la tremenda tragedia que supuso para estas tierras la Guerra Civil, un sufrimiento que, de acuerdo con su categoría intelectual, trató de llevar para sí, de una forma callada y ajena a cualquier exteriorización, muy en la línea de cómo le recordaba su amigo Antonio López Martínez, tras su fallecimiento en la Nochebuena de 1945:

“Ha muerto Luis Chamizo recientemente en Madrid (…). Han pasado sus restos camino hacia la Eternidad, envueltos en una magnífica amplitud de silencio. Sin querer, sin pretenderlo siquiera, se le ha rendido el máximo homenaje. A los poetas de su fibra, de su hondura, de su humanidad, el mejor tributo es el Silencio[17]

BIBLIOGRAFÍA

CHAMIZO, L.: Obras Completas, Badajoz, Universitas Editorial, 1985.

CHAVES, J.: Sublevación militar, represión sociopolítica y lucha guerrillera en Extremadura. La guerra civil en la provincia de Cáceres (1936-1955), (4 vols.), Cáceres, tesis doctoral, inédita, 1992.

CHAVES, J.: La Guerra Civil en Navas del Madroño, Navas del Madroño, Ayuntamiento de Navas, 1993.

GALLARDO, J.: La Guerra Civil en La Serena, Badajoz, Diputación Provincial de Badajoz, 1994.

GARCÍA PÉREZ, J. y SÁNCHEZ MARROYO, F.: La Guerra Civil en Extremadura 1936-1939, Badajoz, Diario HOY, 1986.

MARTÍN RUBIO, A. D.: La represión republicana en la provincia de Badajoz durante la Guerra Civil, Cáceres, Memoria de Licenciatura, 1993.

NEVES, M.: La matanza de Badajoz, Mérida, Editora Regional, 1986.

PECELLÍN, M.: Literatura en Extremadura, Badajoz, Universitas Editorial, 1981.

ROMERO SOLANO, L.: Vísperas de la guerra de España, México, Libro Perfecto S.A., 1948.

SÁNCHEZ MARROYO, F., “La Guerra Civil en Extremadura. Estado de la cuestión”, en Investigaciones Históricas, 9, 1989.9

SÁNCHEZ MARROYO F. y OTROS: “Aproximación a la represión nacionalista en Extremadura”, en Alcántara, 17, 1989.

VARIOS: Gran Enciclopedia Extremeña (10 vols.)


[1] Horas después, Castelló fue nombrado ministro de la Guerra en el Gobierno presidido por José Giral, relevándole en su puesto en Badajoz el coronel Ildefonso Puigdengolas.

[2] NEVES, M.: La matanza de Badajoz, Mérida, Editora Regional, 1986.

[3] Las tres personas que fallecieron a causa de estos hechos fueron, según consta en el Libro de Defunciones del Registro Civil de Guareña: José Cortés Holguera, Braulio Ducasse Lozano y Tomás Martínez Izquierdo, guardia civil, abogado y labrador, respectivamente.

[4] La Causa General es una documentación elaborada por los vencedores de la contienda, estando relacionada con la represión republicana. Véase sobre la provincia de Badajoz; MARTÍN RUBIO, A. D.: La represión republicana en la provincia de Badajoz durante la Guerra Civil, Cáceres, Memoria de Licenciatura, 1993.

[5] Este teniente coronel falleció en junio de 1937, siendo objeto de un homenaje por parte de los nacionalistas de Guareña, que encargaron como recuerdo, tras conocer su fallecimiento, una lápida que colocaron en el municipio como prueba de afecto. Archivo del Ayuntamiento de Guareña, Libro de Sesiones, 14-6-37.

[6] Archivo del Ayuntamiento de Guareña, Libro de Sesiones, 20-12-36.

[7] GARCÍA PÉREZ, J. y SÁNCHEZ MARROYO, F.: La Guerra Civil en Extremadura 1936/1939, Badajoz, Diario HOY, 1986, p. 61.

[8] Archivo del Ayuntamiento de Guareña, Libro de Sesiones, 5-10-36.

[9] En los Libros de Sesiones se recogen varios acuerdos en los que se expresa la pesada carga económica que significaba para las arcas municipales el mantenimiento del Hospital. Como ejemplo indicar que en 1936 se aportaron más de 10.500 pesetas, y en todo el año 1937 se superaron las 50.000 pesetas. (Archivo del Ayuntamiento de Guareña, Libro de Sesiones, 3-2-38).

[10] Como ejemplo de esas incidencias podemos citar la necesidad de tener que recurrir a la ayuda de las fuerzas de caballería: “Para proteger la recogida de aceitunas del término municipal, pues la mayor parte de los predios olivareros se encuentran en la zona contigua a los rojos”. Archivo del Ayuntamiento de Guareña, Libro de Sesiones, 17-1 1-37.

[11] Véase sobre lo sucedido en poblaciones cercanas; GALLARDO, J.: La Guerra Civil en La Serena, Badajoz, Diputación Provincial de Badajoz, 1994.

[12] MARTÍN, A. D.: LA represión (…), p. 191.

[13] Entrevista a María Chamizo publicada en el Diario HOY, 5-1 1-94.

[14] PECELLÍN, M.: Literatura en Extremadura, Badajoz, Universitas Editorial, 1981, v. II, p. 201

[15] [15] PECELLÍN, M.: p. 201

[16] Afirma este estudioso de la vida de Chamizo, que en la biblioteca del poeta el único libro sospechoso son las obras completas de José Antonio: “Pero casualmente el ejemplar es de fecha posterior a la muerte del poeta”. CHAMIZO, L.: Obras completas, Badajoz, Universitas Editorial, 1985, p. 17.

[17] Este texto pertenece a unas notas necrológicas escritas por Antonio López en la revista cacereña Alcántara, en febrero de 1946, recogidas por A. Viudas en su introducción a las Obras Completas del poeta; Véase, CHAMIZO, L.: Obras …, p. 17.

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