El convento y cementerio de San Francisco

Antonio Gordón Bernabé. RG año 2005

Enrique Enríquez, Comendador Mayor de León en la Orden de Santiago, muy devoto de la Orden de San Francisco, quería fundar un convento para descanso de él y su mujer María de Luna. En un viaje que hacía, llegó a Guadalcanal en 1489; agradóle el sitio, y más, habiendo nacido y criádose en el pueblo su abuelo el Almirante Alonso Enríquez que era hijo del Gran Maestre de la Orden de Santiago, Don Fadrique y de la Paloma, una judía de Llerena mujer de su mayordomo que lo tuvo en Guadalcanal en 1354, donde se crió de incógnito hasta los veinte años y donde ya escribía poesías, pues fue un gran trovador y a él se deben estos versos: “porfía mata venado, que no montero cansado”. Fue bisabuelo de Fernando el Católico. Enrique Enríquez era por tanto tío carnal de dicho rey, como hermano de su madre Juana Enríquez Fernández de Córdoba.

El fundador del convento trató el caso con el venerable Fray Juan de la Puebla. Su verdadero nombre era Gutierre de Sotomayor, era Conde de Belarcazar y vizconde de la Puebla de Alcocer. Nacido en 1453, muy joven se hizo franciscano, creando la Provincia de los Ángeles, a la cual pertenecía Guadalcanal, con muchos conventos. Renunció a sus títulos y vivió pobremente. Los Reyes Católicos lo visitaron para darle las gracias por sus oraciones para que Granada pasara a los cristiano. El Comendador solicitó al Pontífice Inocencio VIII la bula, que fue concedida en 1491. Se dilató su ejecución por estar el Comendador en la conquista de Granada y por necesitar una dispensa, recurriendo al año siguiente al Pontífice español Alejandro VI, el Papa Borgia, que dio bula en 1493, concediendo que para abreviar la fundación pudiese Fray Juan traer veinte frailes observantes. Concedida licencia por el Maestre de Santiago Alonso de Cárdenas, se empezó a construir el convento en una ermita antigua de grande devoción, llamada Nuestra Señora de la Piedad, cerca de la villa. Visitábanla devotos los vecinos de Guadalcanal. Estaba en la ladera de un monte pequeño, cercada de huertas y arboledas, deleitable a la vista y al oído por la suavidad de cantos de diversas aves.

            Acabóse la iglesia y demás viviendas, a los religiosos, en la estreches que acostumbraban. Fray Juan que se hallaba en Belarcázar, envió a Fray Diego de Carvajal con otros religiosos para que tomase posesión en nombre de la Silla Apostólica. Hízose el día de San Felipe y Santiago solemnísima procesión desde la parroquia  de Santa María al convento, con grande concurso de gente y en este mismo día uno de mayo, año del mil cuatrocientos y noventa y cinco, se tomó posesión por el Guardián.

            Quedó la Iglesia y convento según el espíritu de pobreza de Fray Juan, que moriría diez días después.

            Los fundadores Don Enrique y su mujer disgustaron de lo estrecho y pobres edificios y por esta razón no hicieron allí su enterramiento. Salió la Iglesia según la idea de pobreza con discreción, muy fuerte de bóveda y paredes. En la entrada de la puerta estaban las armas reales, a los lados las del Comendador Mayor y su mujer y dentro, en el portal de la Iglesia, sobre un arco, se veía la imagen antigua de Nuestra Señora de la Piedad. La huerta del convento tenía árboles frutales y parras y hortalizas. Tenía una bella fuente muy copiosa de aguas claras, estaba en una grande arboleda de robles. En el medio de esta alameda permanecía una ermita en que hacían ejercicios los frailes. Consta que el convento estaba a cuatrocientos pasos de la población.

            Un sobrino de Fray Juan de la Puebla, Alonso de Sotomayor, que heredó el título de conde de Belarcázar, después de enviudar se hizo fraile con el nombre de Alonso de la Cruz, profesando en San Francisco de Guadalcanal, en 1517 consta como conde fraile, viviendo muy humilde con cilicios, espartos, cuerdas y alambres desde la garganta a las rodillas, en los cuales había pedazos de carne llagados y muriendo allí, donde fue enterrado. Lo hacía por penitencia. Un hijo suyo, Fray Antonio de la Cruz, después de volver de la guerra al servicio de Carlos I, también entró de fraile en este convento y allí murió. El título lo llevaba su hermano Francisco, que además fue duque de Béjar. Después de pasar años, los huesos de ambos, fueron trasladados a Belarcázar y se juntaron con los del tío, Juan de la Puebla.

            También fue enterrado en el convento un Juan de Oñate, quizás relacionado con las minas. Desde luego en el subsuelo hay multitud de franciscanos enterrados.

            Residía allí desde su principio, la Hermandad de Santo Entierro y Nuestra Señora de la Soledad. Con la exclaustración de 1835, se suprimió el culto en el convento y el 31 de diciembre de dicho año, se trasladaron las imágenes a la iglesia de Santa María. Una imagen de San Antonio y otra de San Francisco, atribuida ésta a Martínez Montañés, serían del convento.

            En el Diccionario de Madoz se dice:”El convento de frailes de la Orden de San Francisco extramuros, fue vendido por la nación y derribado totalmente por los compradores”.

            La venta se haría entre 1836 y 1849 y muy bien pudo costar sobre 8000 reales y quizás pagaderos en veinte años.

            El día cuatro de octubre de 1854 se declaró Guadalcanal invadida de cólera morbo asiático, -en Sevilla se había declarado la epidemia el 23 de julio- dándose orden a los profesores de la ciencia para que cursasen parte diario a la secretaría del Ayuntamiento de los casos de cólera que ocurran y el número de invadidos y muertos en el día anterior de cualquier enfermedad. Para evitar la alarma de la villa y la consternación del vecindario, se prohíbe el toque de campanas para administración de sacramentos y funerales y que los cadáveres se depositen pasadas las tres horas del fallecimiento, pudiendo causarse depósito del mismo en la ermita del Cristo, siempre que las partes costeasen su conducción.

            El Ayuntamiento tomó el acuerdo de evitar la residencia fija de familias forasteras, debido a la epidemia existente en los pueblos limítrofes.

            El cólera morbo asiático, es una enfermedad infecciosa aguda, extraordinariamente peligrosa. El año 1854 es tristemente célebre y en España se convirtió en la más mortífera de las epidemias. Comenzó en Silesia, pero el vibrio cólera está acantonado en el golfo de Bengala. Comienza con diarrea extraordinariamente numerosa, vómitos violentos y calambres en las pantorrillas, con deshidratación, dando un cuadro gravísimo, con muerte tras 24 a 48 horas.

            Formaban el Ayuntamiento: Don Miguel Ramos Lobo, alcalde primero, Don Leonardo Castelló Donoso, alcalde segundo, regidores o concejales: Don Juan Rivero Silvestre, Don Antonio de Castilla, Don José Rivera, Don Antonio Llamazares, Don José Barragán Palacios, Don Francisco Vázquez, Don Nicolás de Gálvez y Don Félix Nogales; como síndicos: Don Lucas de Torres y Don Antonio Fontán Gordón; secretario: Don Enrique Vicente Moreno.

            Debido a las aflictivas circunstancias en que se hallaba la población, el Ayuntamiento acordó la construcción de un cementerio, al sitio del Prado de San Francisco. Actuaba el primer teniente de alcalde Don Leonardo Castelló y asistieron al pleno, además de los concejales, los curas párrocos D. Juan Antonio Salvador, Don Mariano Martín de Arriba y Don Gonzalo Canelo Hidalgo, así como los médicos cirujanos-médicos titulares: Don José Torrico y Don Dionisio Palacios.

            El cementerio tardó bastante tiempo en ser construido, debido a las constantes quejas y entorpecimientos que ponía Don Leonardo López de Ayala, propietario lindante al sitio del Prado de San Francisco, donde él tenía una huerta, alegando perjuicios por la construcción.

            El día 10 de diciembre de 1854 se hizo la subasta de la obra, ya que el 22 de noviembre, el Gobernador Civil había ordenado la inmediata construcción del cementerio, desestimando la instancia hecha por López de Ayala.

            El dos de julio de 1855, el Ayuntamiento recibió un escrito el Sr. Cura de la Parroquia de Santa Ana y Arcipreste de la villa, en el que manifiesta “que reconocido el nuevo cementerio y encontrándolo con las precisas circunstancias de solidez, decencia y seguridad, deberá bendecirse en el día de mañana y horas de las seis de ella, para cuya ceremonia y dar mayor solemnidad a este acto religioso, invita a la Municipalidad”.

            Se bendijo el tres de julio, quedando así hasta hoy, pero divididos en tres patios. Al entrar a la derecha, el patio de San Francisco, a la izquierda, el de San José, y atrás, de pared a pared, el de San Pedro.

            El cinco de julio, el párroco de Santa Ana comunicaba al Ayuntamiento, el fallecimiento de Josefa de la Cruz, pobre de solemnidad, que vivía en la calle del Berrocal Chico. Para cumplir lo convenido entre el Clero y el Ayuntamiento, referente al enterramiento del primero que muriera y teniendo en cuenta que las tres parroquias tienen ofrecido hacer las exequias y acompañarlo sin devengar derechos, el Ayuntamiento acordó asistir como Corporación al sepelio y dispensando a la familia del pago de los derechos de sepultura. Se pusieron dos trabajadores fijos en el cementerio y estaban obligados a la inhumación y a la conducción desde la casa mortuoria hasta el campo santo. Los derechos de sepultura eran: Por un adulto, 10 reales por 10 años, por un párvulo, 6 reales. Antes se enterraban en las iglesias y conventos con precios que iban de 3 a 24 reales, en 1840

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