Don Fernando de Rivas y Luisita, su hija casadera

Publicado por A. Suárez Guillen – Heraldo de Madrid, 28 de mayo 1930 

Datos facilitados por Rafael Espínola Rodríguez

Los bandidos célebres. Una intriga aristocrática. 

La leyenda del marqués de Guadalcanal y su historia termina el día 6 de diciembre de 1817, a las doce de la noche, los vecinos de la calle de Regina en Sevilla, dónde se ubicaba la casa del marqués de Guadalcanal, habían despertado despavoridos por los disparos que habían retumbado secos y terribles en medio del silencio, asesinado por los disparos de un trabucazo. En este mismo lugar comienza la historia, y estuve allí observando detenidamente por si de repente aparecían los Siete Niños de Écija.

En 1863 el novelista sevillano Manuel Fernández y González edita su obra en tres volúmenes “Los siete niños de Ecija”, curiosamente esta famosa partida de bandoleros ni eran de Ecija, ni sumaban siete, ni eran tan niños. Si bien Ecija fue uno de los lugares preferidos por ellos, Caros III había abierto el primer camino de Sierra Morena: el desfiladero de Despeñaperros, y establecido dos poblados en lo que se llamaba Desierto de la Parrilla (entre Córdoba y Ecija) y Desierto de La Moncloa (entre Ecija y Carmona), aún ofrecía la sierra seguro asilo y fácil campo de operaciones para el bandidaje. En sus asaltos y robos figuraron muchas veces siete, aunque entre cómplices y encubridores excedían de esa cifra. Y… ¿habremos de explicar ese apelativo cariñoso, de niño, que se da en Andalucía a tanta gente hecha y derecha? 

Orígenes.
Tuvieron un período principal de seis años (1812-1818) de lucha, y se formaron al desgaje de guerrilleros de la independencia, incapaces de una adaptación al pacifismo y a la vida tranquila del camino. El “Doctor Thebussen” descubre a Pablo Aroca como el primer capitán de la cuadrilla, no obstante, se eleva por otros narradores el entronque de su ascendencia a 1808 con el primer chispazo do repulsa contra la invasión francesa.

Y así debió de ser, por cuanto la cuadrilla llamada de los Siete Niños de Ecija subsistió contra todo exterminio. Se sucedían unos a otros en escalonada jerarquía. Más que muerte, para ellos la extinción de uno era la vida de otros; resurgían de sus propios pedazos como el reptil partido en trozos. En 1817 eran novecientos los que pedían ingresar en las filas de la cuadrilla, teniendo agentes de alistamiento en Córdoba, Ecija, Osuna, Carmona, Sevilla y Jerez. En los tiempos de la guerra libertadora hicieron armas contra los franceses, y a la causa opresora de los invasores va cargada la muerte de los primeros Niños de Ecija. En 1812 los bandidos adoptaron el uniforme de la Remonta de Caballería de línea: sobrero con escarapela, franja y vuelta encamada en los bombachos, chaqueta de paño azul con vuelta encarnada, y en el cuello, solapilla de lo mismo, que abrochaba un botón dorado con la cifra fernandina; grandes mantas rayadas de muestra y a la cintura largas espadas dragonas con vaina de acero; ocultos bajo las mantas sus trabucos de bocacha de campana, y espuelas vaqueras. Se titulaban soldados del rey, y con tal condición pedían víveres, subsidios y asilo e imponían contribuciones. La leyenda de los Siete Niños de Ecija se fundamentó por toda la Tierra Baja, el desvalijamiento de un convoy en término de la Carlota, con la muerte de algunos miqueletes, les consolidó su fama desde Cádiz al Puerto de Despeñaperro.  

Pablo Aroca. Uno de los primeros capitanes de “Los niños de Ecija”

El “Doctor Thebussen” refiere, del que considera como primer capitán de la cuadrilla, la siguiente anécdota. Cierto molinero amigo de Pablo Aroca hallábase a punto de sufrir embargo por el Juzgado a causa de una deuda de cien onzas de oro. Pablo escribe a un padrino suyo, uno de los numerosos encubridores que tuvo, pidiéndole las cien onzas como préstamo. El solicitado entrega la cantidad y el bandido la hace llegar al molinero. A la mañana siguiente, cuando el Juzgado va al molino para proceder al embargo, se le entregan las cien onzas de oro, con extraordinario asombro de su señoría y de los alguacilillos. No ha lugar a la diligencia y el Juzgado se retira. Minutos después, en una encrucijada propicia, surgen los hombres de Pablo Aroca; apalean al juez y a los escribanos y les despojan cié las cien onzas, que son devueltas el mismo día al padrino del capitán.


Juan Palomo. El último capitán de los Siete Niños de Écija


Diego Padilla, de nombre; Juan Palomo, de apodo. Blanco, rubio, buena figura, ojos azules, grandes patillas, boca de hacha enmarcan el rostro esbelto, que no expresa su ferocidad ingénita: esbelto, ágil, gallardo y fuerte; gran jinete, experto tirador de armas de fuego y jugador habilísimo con la navaja en la mano, “Era de la manera, de que se hacen los buenos generales”, ha dicho D. Manuel Fernández y González.
Usa, además del traje de oficial de la Remonta, sombrero de catite, de copa alta cónica; casaca y chupa con calzón corto; camisa bordada, con soberbio alfiler de brillantes, levita francesa de cuello altísimo, pantalón largo y chaleco con su correspondiente reloj de oro, cuando se presenta como un caballero, y redecilla, chaqueta agabanada, calzón corto y capa torera o de lamparilla, cuando pasa por gente del pueblo. A sus órdenes están alistados el teniente Tragabuches y Moscardón, el Ciervo, Colambre, Calandria y Engrudo.

Aventura inicial.-

La Iglesia es rica, y que sufra un robo no la merma sus caudales. De Madrid viene en el doble fondo de una galera una custodia que se pidió por un canónigo de la colegiata de Osuna para la parroquia de cierto pueblo. En El Viso los Niños de Ecija han robado la galera, y uno de ellos se presenta en casa del canónigo a entregar el encargo. Lo cobran “una letra de diez mil duros sobre una Casa de Banca de Madrid, que los agentes de los bandidos realizan inmediatamente” y pida alojamiento en la casa hasta el día siguiente. La hospitalidad del canónigo se ve pagada con la hazaña de robarle nuevamente la custodia y matarle. 

Una intriga aristocrática.

Cuando los moradores de algún pueblo quieren trasladarse a otro esperan a reunirse en caravana para hacer frente a cualquier contingencia en el camino; si los viajeros son adinerados pueden permitirse el lujo de tomar a su servicio un mercenario destacamento, reclutado entre los hombres más valientes del pueblo, que les acompañe y defienda en su ruta. Estamos a 15 de noviembre de 1816, El señor marqués del Guadalcanal se dirige desde Ecija a Sevilla, por el camino de Alcalá de Guadaira. Les acompaña su hija Luisa, víctima propiciatoria que sería a poco inmolada en el sacrificio de unos esponsales que la repugnan.

Don Fernando de Rivas, marqués de Guadalcanal, a pesar de sus sesenta y cinco años, se conserva fuerte y vigoroso. No obstante, para viaje tan arriesgado, y llevando con él preseas y alhajas que han de dorar el matrimonio de su hija, ha decidido acompañarse de alguna escolta.

A los dos criados que hacen de guía y postillón se han sumado siete valientes ecijanos, reclutados entre la flor de la valentía. La caminata se hace en jornadas; han llegado a Carmona y se preparan a descansar.

Y en tanto los aristócratas viajeros esperan el cambio de tiro y reponen sus fuerzas con algún alimento, los siete de la escolta, que son los propios Niños de Ecija, se dedican a desvalijar los baúles del equipaje, huyendo a poco de consumado el robo.


Pero los miqueletes no descansan. Al frente de una sección viene el capitán D. Juan de Velázquez, que pone en fuga a los bandidos, recibiendo honrosamente una herida de consideración en la refriega. El marqués de Guadalcanal ha ordenado se atienda cumplidamente a la curación del señor capitán. Luisa, la hija del marqués, cuida atentamente al herido.

Cuando éste se halla en condiciones de ser trasladado, el coche vuelve a Ecija, y en el palacio del marqués se acoge hospitalariamente al herido. La curación ha sido completa; pero si el militar curó en breve, ábresele ahora una más honda herida en el corazón, con el agradecimiento a los desvelos de Luisa No se ha mostrado la marquesita esquiva a tales demostraciones, pero el marqués, al enterarse, se ha opuesto a la prolongación de tales amores. 

Las promesas del capitán Don Juan de Velázquez.-

Doña Engracia de Avendaño, condesa de Riotinto, es el verdadero protector de esta comedia sentimental, mujer de fortuna cuantiosa, su justificadora misión sobre la tierra consiste en el prurito de proteger los amores de todas sus amistades jóvenes. Luisa ha visitado a la de Ríotinto. Esta ampara el amor del capitán y presta su casa como escenario de tales amores. Una de dichas entrevistas se ve interrumpida por la presencia del marqués de Guadalcanal, a quien acompaña el conde de Robledo, su futuro yerno, llegado de Sevilla. Ha de esconderse el valiente capitán en tanto la de Ríotinto afea al marqués su conducta imponiendo a su hija un matrimonio que no es de su agrado. El de Guadalcanal justifica con razones de nobleza su oposición a los amores con don Juan de Velázquez. Este, según ha indagado el marqués, carece de títulos legítimos en su paternidad. El capitán ha salido de su encierro profiriendo el doble juramento de arrancar la vida al conde de Robledo y averiguar quién fué su padre legítimo.

No ha tardado D. Juan de Velázquez en realizar uno de ambos juramentos; el conde de Robledo se ha negado a batirse con persona que carece de antecedentes familiares, y el capitán le ha matado de la manera más leal y noble. 

De militar a bandido-

Pero la muerte que ha consumado, por muy presumibles indicios que acuse de nobleza y lealtad, no le redime de la fiscalización de un juez para depurar su responsabilidad. No es hombre D. Juan de Velázquez que se resigne a los desaciertos y molestias de la justicia de los hombres. Y en esta fecha de 12 de diciembre de 1816 se dirige por las vertientes de Sierra Morena, por la parte de Cazalla, en busca de Juan Palomo.

El bandido le ha recibido cortésmente, pero a su pretensión de ingresar en la cuadrilla se opone la preferencia de 278 solicitantes. Sin embargo, una influencia decisiva rompe por esta vez el justo turno que se observaba para el ingreso, y D. Juan de Velázquez presta juramento de fidelidad en la ermita de Nuestra Señora do Araceli. 

Una historia de familia-

La persona que decidió la entrada del ex capitán en la cuadrilla de bandoleros fué Clavellina, la gitana, madre de Juan Palomo, establecida en el cortijo de Los Aparecidos, entre Fuente La Lancha y Fuenteovejuna. Clavellina ha reconocido a don Juan de Velázquez, de quien sabe muy bien la historia, y decide que se incorpore a los bandidos. Más tarde, Juan Palomo, en una conversación con su madre, inquiere sobre el interés de ella por D. Juan de Velázquez, y el bandido oye de boca de Clavellina la narración de un pasado desconocido para él hasta entonces.

Clavellina, gitana nacida en Triana, tuvo un amor: D. Gabriel Aranda, y un fruto de él. La gitana tenía sus ahorros y el buen amante, siempre atento, la alivió de su peso, huyendo a Cuba con lo robado. Clavellina no podía mantener al hijo de sus amores y decidió buscarle una protección que hiciera del niño un hombre de provecho. Vivía en Sevilla D. Juan de Velázquez, caballero poderoso, que tenía una fortuna siempre dispuesta a remediar desdichas ajenas, y así Clavellina entendió que no lo pasaría mal su hijo traspasándole a la adoptiva protección de don Juan de Velázquez. Una mañana, en efecto, los criados del señor de Velázquez sorprenden a un niño de corta edad durmiendo en el inicio de la puerta de la casa. Es llevado el infante a presencia del señor, y donde aquel momento D. Juan de Velázquez pone bajo su patrocinio al niño perdido y hallado en su portal, adoptándole con su propio nombre y apellido. La gitana no perdió de vista al hijo de su amor primero. Ha seguido paso a paso la vida de él, cuando se hizo militar, cuando, al fusilamiento por los franceses de D. Juan de Velázquez, hereda su hijo al padre adoptivo, y, últimamente, cuando, en lucha fratricida, el capitán de miqueletes persigue a su hermano Juan Palomo.
La revelación ha quedado en el Secreto de uno y otro. Nada sabrá de ello D. Juan de Velázquez. 
Por ingreso del capitán de Miqueletes en la cuadrilla, El rapto de la marquesita de Guadalcanal. Don Juan de Velázquez no puede olvidar a Luisa, la hija del marqués de Guadalcanal. Su proyecto de raptarla tiene una buena acogida por parte de sus compañeros. Los Niños de Ecija han dejado sus caballerías en la posada de La Herradura, a las fueras de Sevilla; atraviesan el puente de barcas, y entran repartidos por las puertas del Arenal y de Jerez. Ya a la hora de queda, los faroles del alumbrado público se han agotado y consumido. La oscuridad propicia les facilita el asalto al palacio del marqués de Guadalcanal, por la parte del jardín. En un santiamén han herido a los criados, han amarrado al propio marqués, y tras robar en la casa huyen con Luisa. En la plaza del Salvador se reúnen con Clavellina y D. Juan de Velázquez. Y pocos momentos después escapan de Sevilla por el Postigo del Carbón, que se le abre al mágico conjuro de unas onzas, dejando a la izquierda la Torre del Oro y llegando por la acera del Malecón hasta el puente de barcas, para internarse en Triana.

La Sala de señores alcaldes del Crimen y de Casa y Corte de la Real Chancillería de Granada, que entiende en el proceso por asalto, robo con fractura, rapto y asesinato en la casa del marqués de Guadalcanal, ha dictado sentencia de muerte contra los Siete Niños de Écija, presuntos culpables, para que se cumpla a su captura.  

Una niña de Écija. Parricidio-

Luisa no ha tardado, por el amor de D. Juan de Velázquez, en identificarse con aquella vida aventurera. Monta a caballo, empuña el trabuco y tiene decisión para echarse a los caminos en compañía de su amante. Una confidencia informa a los bandidos que a Fuenteovejuna ha llegado un indiano riquísimo. Se trabaja en prepararle la emboscada para el robo. Pero no es necesario. Caballero en una jaca torda, el indiano sale de Fuenteovejuna, camino de Fuente La Lancha, al cortijo de Los Aparecidos. Nadie sino él con su conciencia saben que va en busca de Clavellina a solicitar un perdón y una reconciliación por su abandono al huir a Cuba. En el camino D. Juan de Velázquez y Luisa han encontrado al indiano; no es empresa difícil matarle y robarle.

La voz de la sangre no ha respondido por esta vez al imperativo categórico familiar. Cuando Clavellina y Juan Palomo se informan que el robado y muerto es D. Gabriel Aranda callan en su conciencia el crimen que D. Juan de Velázquez ha realizado en la persona de su padre.

María Francisca, el amor de Juan Palomo.

En el pueblo de Quejigales vive Pedro Caracol (el Greñudo), tratante en ganado de cerda. Cuídale, al propio tiempo que se dedica a las faenas de la casa, su hija María Francisca, una andaluza de las de rompe y rasga. La hija del Greñudo oyó hablar, primero, y más tarde vio de cerca a Juan Palomo. Su bizarría, su generosidad y la belleza física del bandido fueron prendas a conquistarla. El jefe de los Niños de Ecija ha celebrado varias entrevistas con María Francisca. Ella, cautelosa, sale de su casa cuando el tratante en cerdos anda de viaje en sus negocios, y se reúne con el bandolero en plena sierra, donde la Naturaleza les ofrece el más amplio palacio donde viva su amor unas horas. Como de costumbre, María Francisca ha salido a reunirse con Juan Palomo. El día de crudo invierno ha hecho sentir a los lobos el hambre, que les lleva camino de los poblados para satisfacerla. La hija del Greñudo se ve atacada por una manada de lobos, y mal lo hubiera pasado si no es por la providencial presencia de su amante, que mata a unos cuantos y pone en huida al resto. No ha padecido afortunadamente María Francisca herida alguna, pero el susto ha sido a desmayarla en una entrega al amante, que la monta sobre su caballo y la conduce al cortijo de Los Aparecidos, donde Luisa, la marquesita de Guadalcanal, y Clavellina la reciben con cariño.

El Greñudo se ha visto sorprendido con la desaparición de su hija. Los pastores han referido la presencia de los lobos por las proximidades de las majadas. El padre atribulado sale en busca de su hija, a quien juzga muerta, hasta que un oficioso vecino de Fuente La Lancha le informa que su hija se halla sana y salva en poder de los bandidos.

Ofendido y, al propio tiempo, iracundo, se dispone a rescatar a su hija y con una valentía desacostumbrada se dirige solo al cortijo de Los Aparecidos. Mientras, Juan Palomo se ha presentado con María Francisca, Luisa, Clavellina, D. Juan de Velázquez y Tragabuches al alcalde de Fuente La Lancha. Con la violencia de sus razonamientos obliga a la autoridad municipal a que le acompañe a la iglesia, donde asimismo se le impone al cura la función de casar a Juan Palomo con María Francisca. No hay remedio. Momentos más tarde la familia del alcalde de Fuente La Lancha obsequia al nuevo matrimonio y a los invitados. Juan Palomo ha pagado al cura sus derechos de pie de altar otorgándole un salvoconducto para que pueda transitar por los caminos sin que le molesten los Niños de Écija.

La sombra del comendador.

Juan Palomo se ha visto obligado a separar a María Francisca de su madre y de su cuñada. Con ésta particularmente no se lleva bien. La educación exquisita de Luisa, la marquesita de Guadalcanal, tiene rozamientos constantes con el áspero trato de María Francisca, hija de un cochinero y criada en el ambiente rural de Quejigales. Para su vida aislada, Juan la lleva al cortijo del Jabato, en la vertiente opuesta de la sierra. En el mandó construir el bandido una casa de piedra, en donde se guardan víveres y dinero para cualquier contingencia Juan ha depositado allí a María Francisca, y se despide de ella con la promesa de venir diariamente a verla.

El Greñudo sigue en busca de su hija. Ahora se hace acompañar de sus pastores. La partida que armó tuvo un encuentro con los Niños de Ecija sufrió aquella un descalabro. Pero no cede el padre airado. Para más soliviantar a las gentes les anima con el precio que se ha puesto a la cabeza de todos los de Juan Palomo. Los 36.000 duros a que tarifaron los jueces sus vidas no son de despreciar. Esto arma nuevas partidas contra los Niños de Ecija. No obstante, son invencibles. Tragabuches, el teniente de Juan Palomo, captura al Greñudo. Al ser conducido a la presencia del jefe, éste le ofrece la paz, lo abre las puertas de sus cortijos y le muestra a su hija, complacida en su vida matrimonial. El Greñudo no se aviene a la deshonra de un yerno capitán de bandidos. Vuelve a su casa libre, en tanto los de su partida, creyéndole en poder de los bandidos, se vengan, poniendo fuego al cortijo de Los Aparecidos. Juan Palomo se ve contristado ante el final que espera a su suegro. En efecto, un tiro certero de uno de los Niños de Écija, en un nuevo encuentro, deja sin padre a María Francisca. 

El indulto y el caballero Don Justo.

Don Justo Paniagua es agente de los bandidos e intermediario entre ellos y los ocultos poderes que les mantienen y patrocinan. Requiere a Juan Palomo para que entregue una parte del robo del convoy de la Real Hacienda. Al negarse a ello el bandido es sentenciado a muerte por la propia Sociedad protectora, estableciendo la discordia entre los bandidos, a quienes se aconseja la rebelión contra su jefe. Juan Palomo tiene una habilidad que le acredita de gran político. Se va al alcalde de Fuente La Lancha; con él de acuerdo se redacta la solicitud do indulto al rey. El corregidor da traslado a los bandidos por mediación del alcalde de la regia merced que les perdona, Al día siguiente entran a caballo, desempedrando las calles de Sevilla los Siete Niños de Ecija para ponerse a las órdenes del señor corregidor.

Luisa, la marquesita de Guadalcanal y D. Juan de Velázquez, que ha descubierto, por fin, su parentesco de hermano con Juan Palomo, no han querido ofrecerse a la pública curiosidad. Con un abrazo fraternal se despiden y se trasladan a Roma. Clavellina queda con María Francisca y su hijo Juan Palomo.

A los pocos días por caminos y cañadas cruza el nuevo cuerpo creado para perseguir malhechores, y que se titula Escuadrón Franco de Protección y Seguridad Pública de Andalucía, al que pertenecen los extintos Niños de Ecija. Estamos en el mes de agosto de 1810. 

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