Cien años de otra gran epidemia: Guadalcanal y la «gripe española»

El 19 de mayo dos voluntarios de la Cruz Roja Española de Sevilla entregaron en los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Guadalcanal tarjetas de alimentos a 32 familias de la localidad.

Sergio Mena Muñoz. Periodista. Profesor de la Universidad Complutense de Madrid.

Sin duda este 2020 se escribirá en los libros de historia como el año de la gran pandemia de la COVID-19, pero hace cien años el país –y también todo el planeta- sufrió la, hasta ahora, mayor infección vírica que haya sufrido el orbe en los tiempos contemporáneos. Guadalcanal, por desgracia, no fue ajena a tal plaga y vivió situaciones muy parecidas a las que ha acontecido en los últimos meses, aunque en aquella ocasión con medidas igual de drásticas que hoy, las consecuencias fueron dramáticas.

No hay duda de que será el gran tema cuando termine este infausto 2020. Si en años anteriores se ha buscado una palabra o término para definir en un solo vocablo el resumen de los últimos 365 días de vuelta al sol, en este diciembre no habrá duda alguna de que la elegida será «COVID-19». Hasta el mes de marzo de este año pocos habían oído hablar de este tipo de virus y menos aún de la enfermedad. Sonaban algo, si acaso, las recientes pandemias que se extendieron desde 2003 por todo el planeta como el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS), la gripe aviar (H5N1) y su variante porcina (H1N1) que, si bien causaron un número importante de víctimas, no tienen parangón con el actual brote de coronavirus. Estas cuatro pandemias tienen en común, por cierto, que todas son de origen zoonótico, es decir, son mutaciones de virus en animales que han dado el «salto» a la especie humana. 

En esta primavera que no ha tenido lugar se ha decretado el estado de alarma más largo desde que se reinstauró la democracia en España. El único precedente que consta es el de 2010 cuando el Gobierno de la nación tomó esa decisión para cerrar el espacio aéreo español y militarizar a los controladores aéreos de AENA, en huelga desde finales de noviembre. Y durante la mayor parte de esa situación administrativa excepcional ha ocurrido un hecho que será escrito con letras gruesas en la historia de nuestra sociedad: se ha confinado a casi toda la población, no solo de nuestro país, sino de casi todo el planeta.

Durante los 97 días que ha durado oficialmente el confinamiento –y que no se descarta que a la vuelta del verano haya que reactivar ante una posible segunda ola de la pandemia–  y según los datos oficiales que dejan mucho que desear en su rigor y transparencia, se han infectado casi 250.000 personas y 28.300 han fallecido aunque sumando los casos dudosos la cifra asciende a casi 45.000. Con el estado de alarma se han decretado una serie de normas que han ido poco a poco reduciéndose para dar paso a una «nueva normalidad» llena de limitaciones y precauciones para evitar un rebrote masivo. Más de 9.000 personas han sido detenidas por no cumplir esas normas y enfrentarse a la policía y se han impuesto casi 1.200.000 multas por no seguir las regulaciones. Las comunidades donde más denuncias se han impuesto han sido la Valenciana, Madrid y Andalucía.

El confinamiento de la población no ha sido el único trauma surgido de las medidas de contención aplicadas por las autoridades. La economía, sin más, se ha hundido. No es de extrañar cuando solo la industria y los servicios esenciales han seguido funcionando con normalidad. Todo lo demás –en la dimensión más amplia de la palabra «todo» o ha dejado de funcionar o se ha visto muy perjudicada en su devenir habitual.

En el ámbito político las cosas no han ido mucho mejor. El Gobierno central, surgido de una moción de censura, compuesto por una coalición de partidos y con una frágil sucesión de apoyos para poder gobernar tardó en reaccionar. Al decretar el estado de alarma se arrogó y centralizó la gestión de muchas competencias que de normal les corresponden a autonomías y ayuntamientos, creando de inicio malestares y reticencias de algunos de esos partidos que les apoyan, pero su administración –siempre justificada en aspectos técnicos sanitarios– ha tenido sus luces y sus sombras. Además, la oposición, conocedora de la debilidad del ejecutivo, se ha lanzado a degüello en bloque. El resultado ha sido un clima político crispado con una opinión pública muy polarizada que ha caído en masa en las manos de la desinformación y la demagogia por culpa de las noticias falsas o maledicentes esparcidas por las redes sociales.

La pandemia de hace 100 años

Hace justo 102 años el mundo también vivió una pandemia de un virus letal que afectó igualmente a la economía, a la política y a las sociedades de todo el mundo, incluida la española. Hace un poco más de cien años, exactamente el 22 de mayo de 1918, el diario ABC publicó en su portada la noticia de la aparición de una nueva enfermedad, parecida a la gripe, que “no tenía síntomas graves”. En 2020 el responsable de las emergencias, el ahora famoso doctor Simón, aseguró en febrero que el nuevo virus pasaría de largo en España y que provocaría “como mucho, algún caso diagnosticado”. Solo en el día 26 de marzo se contabilizaron 9.159 nuevos casos en todo el país.

«Más de 9.000 personas han sido detenidas por no cumplir esas normas y enfrentarse a la policía y se han impuesto casi 1.200.000 multas por no seguir las regulaciones»

Si en 2020 al principio no se tomaron muy en serio las experiencias y las alarmas de otros países como China o Italia, en 1918 directamente se lo tomaron a cachondeo. La nueva enfermedad, que solo tuvo eco en la prensa española con total veracidad porque el resto del mundo estaba inmersa en la Primera Guerra Mundial y los contendientes no querían airearla para no bajar la moral, fue bautizada en nuestro país como «Soldado de Nápoles» porque era una canción muy pegadiza de la zarzuela «La canción del olvido». Tan pegadiza como el virus, claro. Como solo parecía existir el brote en España, el mundo entero comenzó a conocer a la nueva enfermedad como «gripe española» y así sigue siendo conocida con gran error en todo el planeta. La enfermedad «no española» mató en tres años a 50 millones de personas, 260.000 de ellas en nuestro país.

Según publicó en 2008 Antoni Trilla, jefe de epidemiología del hospital Clínic de Barcelona, la pandemia del siglo XX y la del XXI son similares en muchos aspectos, a pesar de contar con contextos muy diferentes. No solo comenzaron siendo minusvaloradas por las autoridades, sino que la gestión de éstas fue igual de contestada y puesta en duda como ha ocurrido en la última. Las cifras indican que los hospitales se saturaron y que los sanitarios fueron los más expuestos y los más perjudicados, tal y como ha pasado hoy día. En aquella ocasión el brote estalló en 1918 y tuvo tres periodos hasta junio de 1919 aunque en 1920 aún existían casos. El momento de mayor afectación fue en la segunda oleada y por víctimas anuales, en 1918 murieron más de 147.000 personas, en 1919 fueron 21.235 y en 1920 hubo 17.235 víctimas.

Una imagen que asombra y asusta a la vez. Solo mide entre 80 y 220 nanómetros de diámetro –un nanómetro es una millonésima parte de un milímetro– pero su capacidad de transmisión y de infección es muy alta, causando enfermedades que, en algunos grupos de riesgo, son mortales. Es el virus SARS-CoV-2, que produce la COVID-19.

Todo lo que ha pasado

En 2020, tras decretarse el estado de alarma, cerca de 10 millones de estudiantes de todos los ciclos educativos tuvieron, de repente, que quedarse en casa y continuar con sus estudios a través de internet. Casi todo pegó un frenazo y la población se recluyó en sus casas como si fuera una de las diez plagas de Egipto. Las cifras hablan por sí solas ya que, según el Instituto Nacional de Estadística, los viajes en avión se redujeron en abril un 99%, en autobús un 90,7% y en tren un 90,5%.

Del 31 de marzo al 9 de abril la medida de confinamiento fue aún más amplia y se paralizó toda la economía salvo lo más perentorio. La bolsa llegó a caer un 31% solo unos días antes de poner en marcha esa medida drástica. Según la Ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, solo entre el 12 de marzo y el 12 de mayo se destruyeron 816.767 empleos, más de un millón si se consideran los dos últimos meses completos, y para finales del mes de abril más de tres millones de trabajadores estaban afectados por un expediente temporal de regulación de empleo. Este ha sido uno de los neologismos en forma de siglas que hemos aprendido con la pandemia. Si ya con la crisis del 2008 se generalizó el uso de la palabra ERE, en este caso la que se ha llevado el gato al agua ha sido ERTE.

El ejecutivo aprobó el 29 de mayo una medida de urgencia social que, al final, tuvo el apoyo de todos los partidos políticos. El Ingreso Mínimo Vital, una prestación no contributiva de la Seguridad Social, tiene como objetivo proporcionar a las familias que no tengan ingresos debido a la crisis del coronavirus que puedan disponer de una cantidad mínima para sobrevivir. Aún así, las colas para recibir ayuda en forma de alimentos de organizaciones y asociaciones se han multiplicado por todo el país.

«Los viajes en avión se redujeron en abril un 99%, en autobús un 90,7% y en tren un 90,5%»

Con todo, el Gobierno acudió a Europa para buscar el dinero que no tenía para hacer frente a la peor crisis nacional de los últimos años. En 16 de junio el consejo de ministros aprobó un fondo para las Comunidades Autónomas de 16.000 millones de euros no reembolsables que saldrán, con toda probabilidad, de los 77.000 millones de euros de transferencias no reembolsables del presupuesto de la Unión Europea que consiguió negociar –no sin grandes reticencias y problemas– en Bruselas. La Unión creó un fondo de recuperación para reconstruir la economía común y, en principio, España podrá optar a recibir hasta 140.446 millones. Además, nuestro país podrá pedir 24.900 millones del fondo de rescate y hasta 63.000 millones en créditos, ambos voluntarios, y hasta 15.000 millones del sistema de reaseguro del desempleo.

El 28 de abril el Presidente del Gobierno anunció un plan de desconfinamiento dividido en fases que se fue poniendo en marcha de forma desigual en cada región dependiendo de los datos de impacto de contagios y fallecimientos. Así, abriendo poco a poco comercios y servicios y permitiendo cada vez más reuniones y eventos se llegó al 21 de junio en que se acabó el estado de alarma, pero se siguieron manteniendo una serie de medidas preventivas para evitar rebrotes masivos hasta que se encuentre una vacuna o tratamiento contra el virus y la emergencia sanitaria acabe definitivamente.

Situación en Guadalcanal

Guadalcanal, por fortuna o por desgracia, no iba a librarse ni de la amenaza ni de las medidas contra el coronavirus. Aunque el inicio del brote se produjo en la ciudad china de Wuhan, a más de 10.000 kilómetros de España, eso no impidió que el virus llegara hasta la península ibérica. Pero no a Guadalcanal, o eso al menos ha ocurrido al cierre de la edición de esta revista. A pesar de los rumores, las habladurías, las noticias falsas o los audios de Whatsapp, no ha habido constancia oficial de que haya habido algún caso positivo ni, menos aún, alguna víctima durante el tiempo del estado de alarma. Es una muy buena noticia porque las localidades donde no se han registrado ningún caso en España son escasos, y en nuestro país hay más de 8.000 ayuntamientos. Cabe plantearse si el aislamiento geográfico de Guadalcanal o la rémora de pertenecer a la ahora tan de moda «España vacía» convirtió la necesidad en virtud.

Si los protagonistas de la lucha contra la pandemia han sido, sin duda, los médicos y sanitarios, en Guadalcanal también lo han sido los vecinos. Al igual de lo que ha pasado en otras localidades, el confinamiento de la población ha traído consigo la elaboración altruista de mascarillas, la impresión en 3D de protectores faciales, la donación de alimentos o el acompañamiento de ancianos y enfermos. Los voluntarios de Protección Civil han llevado comida y medicamentos a las casas de los más necesitados, pero también a la población más expuesta y los de menos movilidad. La Cruz Roja y todas las instituciones locales, provinciales, autonómicas y nacionales han puesto en marcha programas de ayuda mientras que muchas empresas locales han donado material de protección. Los agricultores y ganaderos, además, desinfectaron las calles en varias ocasiones y la Unidad Militar de Emergencias y los bomberos de la Diputación de Sevilla acudieron a desinfectar la residencia de mayores.

Y la vida continuó como lo hicieron el resto de españoles que, durante más de un mes y medio, se enclaustraron en sus casas sin poder salir de ellas más que para ir a la compra o sacar a la mascota. Las clases continuaron online, no sin enormes dificultades. Aquellos que pudieron teletrabajar, lo hicieron. Los cumpleaños y celebraciones siguieron en el entorno limitado de los hogares, aunque la policía local acudió a más de una casa a dar sus felicitaciones. Los ciudadanos, guadalcanalenses, andaluces o españoles siguieron mayoritariamente las medidas impuestas con ejemplaridad, aunque como ya se ha dicho, es imposible en esta sociedad del individualismo cale un mensaje emitido por una autoridad, aunque sea por el bien común.

El cierre a cal y canto de la economía –menos la considerada como esencial– ha traído y traerá una consecuencias de tal calibre que aún es pronto para medirlas. Como ya se ha indicado, directamente, la economía se ha hundido, la sociedad ha entrado en una fase de desesperanza mayor que con la crisis de 2008 y además se ha producido una deriva política que ha agravado la incertidumbre institucional que llevamos arrastrando desde abril de 2019. Habrá que ver cómo afecta ese tsunami a la economía local. Guadalcanal depende principalmente del sector primario, pero también hay industria y numerosos servicios. Sin Semana Santa y con un verano sin velá de Santa Ana, feria, ni piscina municipal, los números de un turismo y una hostelería que ha estado parada durante tres meses serán difíciles de hacer cuadrar.

Hace cien años nada y todo era igual

Como ya hemos visto, entre 1918 y 1920 España, y el mundo, sufrieron como hoy una pandemia que mató a millones de personas. Las similitudes con aquella desgracia son muy grandes, pero el contexto lo es todo y hace cien años los elementos ambientales eran muy diferentes.

Ya de por sí empezó siendo bautizada con un nombre muy negativo. Como en tantas ocasiones, la infamia vino del mundo británico que no tuvo reparos en añadir a la nueva enfermedad el adjetivo de «española» para ilustrarla. De hecho, fue el corresponsal en España del diario londinense «The Times» el que la llamó así el 2 de junio de 1918. Elías de Mateo afirma que “no tuvo vacuna, ni un antiviral que atenuara su letalidad y era altamente contagiosa”. No surgió en España y los más apuntan a que su origen fue en Kansas, pero hay autores que aseguran que pudo venir del norte de Francia e, incluso, de China. Tratando de agarrarse a ese clavo ardiendo, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, denominó a la actual pandemia como la del “virus chino” a principios de marzo en uno de sus controvertidos tuits en un claro intento de culpar a Pekín de las consecuencias de su aparición. Sea como fuere, lo que tienen en común los virus de 1918 y el de 2019 – porque China avisó de su existencia en diciembre del año pasado – es que se ha comprobado que son mutaciones de animales a humanos.

«No surgió en España y los más apuntan a que su origen fue en Kansas, pero hay autores que aseguran que pudo venir del norte de Francia e, incluso, de China»

El periodista y escritor Agustín Rivera afirma que en los dos casos su expansión por el mundo fue rápida y efectiva. En el del virus del siglo XX la Primera Guerra Mundial y el gran movimiento de tropas ayudó a su propagación. En el del siglo XXI “la difusión actual de la pandemia se debe al extraordinario movimiento de población existente entre continentes” gracias a la aviación, el turismo y la globalización.

La Primera Guerra Mundial fue un vector de transmisión, pero a la vez un paradójico campo de experimentación con resultados positivos para la población. Si bien se comenzaron a usar armas químicas –posteriormente prohibidas de forma oficial- a su vez las investigaciones para crearlas terminaron por crear los desinfectantes que hoy día nos sirven para protegernos de las bacterias y los virus.

Los hospitales de campaña improvisados no los inventaron los chinos ni el primero fue el de IFEMA. Imagen de un hospital de campaña en Camp-Funston (Kansas, EE.UU.) en plena pandemia de la mal llamada Gripe Española.

También generalizó el desarrollo del hospital de campaña. José Manuel Moreno, periodista de La Voz de Galicia, cuenta cómo en Estados Unidos se montaron campamentos como los de aquí y defiende la idea de que el virus surgió en ese país “probablemente por la mutación de un virus porcino, del que se contagió un trabajador de una granja de cerdos”, éste “se alistó en el Ejército y cuando fue trasladado a Europa durante la Primera Guerra Mundial, la expandió por el continente europeo y otras naciones. La pandemia que originó ese supuesto «paciente cero» kanseño tuvo, como en España, tres etapas o tres oleadas. La primera surgió en la primavera de 1918, la segunda en otoño e invierno de ese año y el siguiente con una mortalidad muy alta y la tercera en la primavera de 1919 con menos dureza. Aunque, como hemos visto, hubo casos hasta el año siguiente. Los sistemas sanitarios quedaron rápidamente sobrepasados. En la España rural de principios del siglo XX la medicina estaba muy poco desarrollada y los médicos de los pueblos fueron de los primeros en enfermar y fallecer, algo en común con lo que ha ocurrido en este siglo con todos los sanitarios, aunque las condiciones hayan mejorado notablemente. Al igual que ha ocurrido ahora, en aquella ocasión también se «reclutó» a estudiantes de los últimos años de las carreras de enfermería y medicina.

En la investigación de Antoni Trilla se cuenta que en algunas ciudades españolas se acabaron los ataúdes y que en Barcelona su alcalde, Manuel Morales, pidió ayuda al ejército para recoger cadáveres y llevarlos a los cementerios. Recuerda mucho al papel de las Fuerzas Armadas en el 2020 y a las morgues improvisadas en Madrid.

Entre 1918 y 1920, España era muy distinta a la que conocemos hoy. La mitad de la población no sabía leer ni escribir y la tasa de mortalidad infantil doblaba a la de los países más pobres de hoy día. Según Lorenzo Luzuriaga la población en 1920 en España era de 21,3 millones, de los que 11,1 eran analfabetos. En 2020 el porcentaje era del 1,25%, es decir, 581.600 españoles de más de 46 millones. En 1920 la renta per cápita en España se situaba en 1.852,28 euros mientras que en 2019, antes del cataclismo, había aumentado a 26.440 euros. En 2020 el índice de desarrollo humano en España, un indicador que mide el avance conseguido por un país a través de la dimensión del disfrute de una vida larga y saludable, el acceso a la educación y un nivel de vida digno, estaba en 0,893, cuando el máximo es 1. Ya que este indicador lo lleva realizando la ONU desde 1990, no tenemos datos de 1920, pero sabemos que la esperanza de vida al nacer era de tan solo 41,15, mientras que en 2020 es de 83,5 años. Para ver cómo impactó la pandemia de gripe de 1918 en la población, tan solo hay que ver la media de vida diez años antes, que era de 41,73 años.

La Unidad Militar de Emergencias (UME) se trasladó a Guadalcanal para realizar trabajos de desinfección en la Residencia de Mayores Hermana Josefa María.

Las medidas

El Gobierno central adoptó una serie de medidas que recuerdan bastante a lo que ha hecho La Moncloa en estos meses. La educación echó el cerrojo en todos los niveles, los transportes se redujeron y fueron limpiados y desinfectados a conciencia. Aunque no fue fácil, como hoy día, convencer a políticos y ciudadanos. En Valladolid, su alcalde se negó a cancelar las fiestas de septiembre. Viene a la memoria las reticencias iniciales del alcalde Sevilla del 2020, Juan Espadas, que afirmó que “tendrá que venir la OMS a convencerme de que suspenda la Semana Santa y la Feria”.

La medida drástica de confinar a la población no es nueva. Ya en 1918 se dictó la misma orden, pero solo se hizo efectiva en las pequeñas poblaciones, por eso las grandes ciudades como Madrid o Barcelona –como ahora– fueron grandes focos de la enfermedad. En la segunda oleada de la gripe el Gobierno de Maura “se vio desbordado por los acontecimientos” porque por mucha medida que decretaba, todas eran inútiles para frenar la pandemia. En «El Heraldo de Madrid» se instaba a los políticos turnistas a “tranquilizar a la población, no con engaños sino con la actuación y los hechos”. También suena mucho a lo vivido este año. Ni Maura, ni García Prieto, ni el conde de Romanones, ni Sánchez de Toca, ni Allendesalazar ni Dato –hasta seis presidentes del Gobierno hubo durante los tres años de la pandemia– supieron reaccionar en condiciones. Elías de Mateo recuerda que “el rey Alfonso XIII contrajo la gripe, también los presidentes Eduardo Dato y Romanones” tal y como en esta ocasión ha ocurrido con las ministras Carmen Calvo e Irene Montero.

También hace cien años se difundieron bulos. No existían las redes sociales, pero el boca a boca es un arma efectiva y antigua y además la culpa de los males debe ser de alguien. En 1918 se cargó el muerto a un amplio catálogo de sospechosos, desde los operarios de todo tipo de obras hasta la goma de los sellos pasando por la harina que llegaba de América. “Tanto los médicos como las autoridades sanitarias insistieron en que la gripe se contagiaba por la respiración y el contacto o la cercanía con los enfermos”, afirma de Mateo.

«La medida drástica de confinar a la población no es nueva del siglo XXI. Ya en 1918 se dictó la misma orden, pero solo se hizo efectiva en las pequeñas poblaciones»

A principios del siglo XX, la falta de confianza en la ciencia de una población muy poco instruida también provocó escenas poco edificantes. El obispo de Zamora de 1918, Álvaro Ballano, afirmó en una homilía que “el mal que se cierne sobre nosotros es consecuencia de nuestros pecados y falta de gratitud, y por eso ha caído sobre nosotros la venganza de la justicia eterna”. Como solución, organizó varias misas y rogativas en la catedral, con lo que fue peor el remedio que la propia enfermedad. La población salió a rezar y se organizaron rogativas para pedir por el fin de la pandemia. En 2020 se ha prohibido todo tipo de reunión en espacios cerrados, incluidos los religiosos, y en los sermones de las misas que se pueden seguir por radio, televisión e internet, se insta a los fieles a seguir las recomendaciones de los científicos.

En 1920 en las zonas rurales de España no existían los sistemas de higiene que hay hoy día. No había agua corriente en los hogares y éstos se surtían de pozos o de fuentes públicas. No había alcantarillado y mucho menos depuradoras de aguas fecales, las calles estaban poco o deficientemente pavimentadas, con una gran cantidad de heces de caballos y burros en ellas. En muchos hogares se convivían con los animales en corrales que estaban situados muy cerca de las zonas de vivienda. Si había poca prevención, además la medicina aún no contaba con las medidas de asepsia que tenemos hoy. Fleming aún no había descubierto ni desarrollado los antibióticos y los antivirales no se empezaron a usar hasta los años 60 y de forma amplia hasta los 80 del siglo XX.

En las zonas cercanas

Acercándonos al entorno de Guadalcanal, Beatriz Echeverri-Dávila, investigadora especialista en la gripe del 1918, apunta que en Sevilla la pandemia “no fue tan grave como en el resto de España” a pesar de que “su población vivía hacinada y con un nivel sanitario mucho más atrasado que en otras ciudades”. El trabajo de la académica revela la tasa de mortalidad aproximada que tuvo Sevilla a consecuencia de la enfermedad: “En la primera ola, entre mayo y junio, fue de 21,3 fallecimientos por cada 100.000 habitantes; en la segunda, que fue la más terrorífica en España, se elevó en octubre (39,25), noviembre (161,32) y diciembre (62,96)”. Si se compara con los actuales datos de la COVID-19 en la provincia, se puede afirmar que la pandemia de 1918 fue casi diez veces más mortífera que la de 2020, aunque la tercera ola no fue tan devastadora y permitió que se celebrara la Semana Santa de 1919.

El jabón desinfectante Zotal se hizo muy conocido durante la pandemia de 1918, sobre todo por permitir que se celebrara con seguridad la Feria de Abril de aquel año en Sevilla.

Cuenta el periodista Javier Macías que la pandemia sirvió de rampa de lanzamiento para la promoción y distribución de los Laboratorios Zotal, situados en la localidad de Camas. La empresa, dedicada a la fabricación de productos de higiene de uso ganadero y doméstico, desinfectó el paseo de caballos de la Feria de Abril de 1918 con notable éxito, por lo que todos los gobiernos civiles de España dieron la instrucción del uso del jabón Zotal allá donde se pudiera. A falta de vacuna, las autoridades sanitarias recomendaron tomar café y vino y usar jabón Zotal. El diario ABC publicó el 26 de noviembre de 1918 la noticia –que hoy día sería considerada sensacionalista, errónea e interesada– de que este desinfectante podría acabar con la pandemia.

Hoy, el espacio donde pertenece nuestra localidad desde 1833, la provincia de Sevilla, es la cuarta en PIB nominal de todo el país (38.215 millones de euros) aunque per cápita es ligeramente superior al de toda Extremadura. Aún así, el Índice de Desarrollo Humano indica que es Muy Alto, cercano a 1. No era así hace cien años. En el primer tercio del siglo XX estaba mucho más subdesarrollada que el norte de España y sufría epidemias endémicas como la tuberculosis, el reuma, la hepatitis, el tifus o la gripe. Estas enfermedades dieron a Sevilla el triste récord de ser la tercera capital del mundo en mortalidad e hizo que la esperanza de vida de los sevillanos de principios del siglo XX fuera de 35 años.

El ABC del 2 de noviembre de 1918 informaba de la situación en los pueblos de la provincia de Sevilla donde “la gripe causa grandes estragos, a pesar de que los informes oficiales pretendan desvirtuar la verdad”.

Durante la pandemia de gripe de 1918 tuvo un comportamiento ejemplar el médico guadalcanalense y anarquista Pedro Vallina Martínez. Se volcó con los afectados y fundó un sanatorio para enfermos de tuberculosis en Cantillana centrado en pacientes pobres. El propio Vallina en sus memorias recuerda que la epidemia fue “tan intensa que pocas personas quedaron sin padecerla; hasta los médicos pagaron un pesado tributo a la muerte”, aunque él no llegó a contagiarse. El galeno cuenta una de las particularidades que diferencia al virus de 1918 del actual de 2020 porque “eran las personas robustas en donde tomó la gripe una forma virulenta y mortal”.

El ABC del 2 de noviembre de 1918 apunta en una columna dedicada a contar la evolución de la epidemia “en provincias” que en Guadalcanal “donde se halla el mal muy extendido, fallecieron en un solo día ocho personas”, aunque advierte que las cifras oficiales que ofrece el Gobierno no cuentan con la confianza de la ciudadanía, como ocurre ahora. Si tomamos los datos oficiales de defunciones podemos realizar el mismo ejercicio de investigación que hace la prensa hoy día para tratar de saber realmente cuántos muertos ha dejado la COVID-19. Entre 1915 y 1925 la media de defunciones en Guadalcanal fue de 178 decesos, pero solo en 1918 la cifra total ascendió a 242, por lo que hay un desfase de 64 personas fallecidas de más, aunque con respecto al año anterior la cifra asciende a 87 personas.

En una investigación de Lorenzo Silva Ortiz se da cuenta de cómo impactó la pandemia de gripe en 1918 en el área de la Campiña Sur de Badajoz. Haciendo un ejercicio de prospección y también de especulación, con la información conseguida de los pueblos vecinos de Extremadura podemos extrapolar una aproximación a cómo de grave fue la situación durante esos años en Guadalcanal. Silva nos cuenta que la localidad más castigada fue Azuaga, mientras que el resto como Berlanga, Ahillones o Valverde de Llerena no tuvieron tantas víctimas. Al menos en la primera oleada. A partir del otoño de 1918 los azuagueños consiguieron la famosa inmunidad de rebaño que tanto se habla hoy día de ella y afrontaron con más anticuerpos la nueva embestida del virus. Sin embargo, el resto de pueblos no lo capearon con tanto optimismo y fueron los pequeños núcleos los más golpeados. Guadalcanal en esa época contaba con 6.714 vecinos, lejos de los 16.577 de Azuaga, pero cercanos a los 7.352 de Llerena, por lo que nos invita a pensar que también sufrió lo peor de la pandemia en otoño de 1918. Según los datos de Silva, en Azuaga, Berlanga y Valverde murieron 520 personas en ese tiempo, así que en Guadalcanal las víctimas debieron acercarse o superar por poco el centenar con gran probabilidad.

«En Azuaga, Berlanga y Valverde murieron 520 personas en ese tiempo, así que en Guadalcanal las víctimas debieron superar el centenar con gran probabilidad»

De igual modo, tanto en el mundo, en España o en Sevilla, con quien se cebó el virus gripal fue con la población más joven y sana, al contrario de lo que ocurre un siglo después. Muchos niños de esta zona murieron a causa de la enfermedad, pero donde más se dieron casos y fallecimientos fue en la franja de edad superior a los 20 años y menor a 40, que constituían más de la mitad de toda la población. Más allá de la edad, el perfil más común era el de personas trabajadoras del campo o las minas, hombres, mujeres y niños dependientes del trabajo a jornal, mal alimentados, con malas condiciones higiénicas en su día a día que hicieron que tuvieran unas defensas orgánicas muy bajas y ayudaron a que la enfermedad y otros patógenos asociados a ella hicieran mella en ellos. Esto, unido a, como se ha visto, unas infraestructuras médicas deficientes, no hicieron sino agravar la situación.

Por supuesto, los médicos fueron los grandes héroes de aquel desastre. A José Gómez Calero, médico titular de Valverde de Llerena, el pleno del ayuntamiento le agradeció públicamente “su heroico comportamiento asistiendo con gran actividad y esmero a los epidemiados que, en algunos días, ascendieron del número de setecientos”. Recordemos que en Valverde de Llerena en aquellos años vivían 2.101 personas.

Todo esto en 2020, por fortuna, no existe. Hemos pasado de hablar de cientos de víctimas a no contabilizar ninguna en Guadalcanal con muy pocos contagiados –y muchos menos fallecidos– en las localidades de alrededor, sobre todo comparados con los datos del resto de España. Ante la llegada de un virus desconocido que produce una enfermedad mortal se ha conseguido implementar una serie de medidas efectivas que, si bien han hecho mucho daño a la economía, han conseguido evitar el mismo número de víctimas que dejó la pandemia de cien años atrás. El entorno ha mejorado y eso ha ayudado, la información, formación y concienciación de la población, también. No digamos ya el nivel de vida y la cultura de higiene, alimentación y acceso a medicamentos y sanidad pública universal que tenemos hoy. Dicen que de los errores se aprende y en esta crisis del 2020 se han cometido muchos de los que, tal y como ocurrió hace un siglo, se han de identificar, evaluar y diseñar una serie de soluciones para que cuando volvamos a tener otra alerta sanitaria    -que las habrá, visto lo visto– estemos más preparados para luchar contra ella.

Cuando encalar las casas salva vidas

Existe una línea imaginaria que cruza la península ibérica desde Cáceres hasta Murcia donde el uso de la cal para dar color y textura a las paredes de las casas de sus localidades es un común denominador. Coincide, claro, con la parte de España y Portugal donde los termómetros suben a niveles saharianos en verano y, por eso, se suele asociar esta práctica de encalar las casas con dotar a los hogares de un escudo reluciente para combatir los rayos de luz. Pero hay más. Desde el siglo XVI, por culpa de las epidemias de peste, fiebre amarilla, cólera o tifus tan comunes en estos lares se comenzó a usar la cal para combatir los patógenos. Primero fueron las tumbas y de ahí se amplió su uso a todas las casas. Carlos III y su política ilustrada impusieron por decreto en abril de 1787 sacar los cementerios de los pueblos y usar la cal «a discreción» en edificios, iglesias y hospitales. Las epidemias posteriores pudieron ser frenadas, en parte, gracias a esta medida, y puede ser parte de la razón –por qué no– de que la COVID-19 no haya hecho estragos en Guadalcanal en 2020.

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