Carta de Pascuas que desde Guadalcanal escribe un barbero a don Pedro del Parral, vecino de Madrid, diciéndole lo mal que le ha parecido los papelotes del Rdmo. Padre Feijoo, deTorres, de Aquenza, de Martínez, de Rivera, y del Músico

 Por Rafael Raya Rasero. Revista 1990

Hace algún tiempo me encontraba, investigando en la Biblioteca Nacional de Madrid, y casualmente descubrí unos documentos que, en forma de cartas escritas a distintos destinatarios, hablaban de asuntos relacionados con Sevilla y su provincia. Entre esas cartas había una muy interesante -e incluso graciosa por su contenido- escrita en Guadalcanal en diciembre de 1726, en la cual un barbero de esta localidad cuyo nombre desconozco por el momento, aunque me propongo investigarlo- escribe a un amigo suyo de Madrid para manifestarle sus opiniones sobre ciertos  “papelotes” y referirse de paso a sus relaciones con su difunta esposa, teñidas con una especie de amor/odio. Sorprende de este documento la frescura de sus expresiones y la filosofía crítica y moralizante que de él se desprende; para configurar a su autor como un erudito que en el siglo XVIII ejerce la crítica literaria desde una población como Guadalcanal, supuestamente considerada hasta ahora como ajena de los mentideros cultos de la época y que, por mediación de este barbero se nos revela como un foco de cultura en el cual participan el cura y posiblemente otros nativos o forasteros llegados al lugar, según parecen indicar las alusiones a libreros, autores o impresores, o a que “todo perro cristiano saca su papelote” para leerlo, quizás, en alguna también supuestamente tertulia literaria que el barbero-autor celebraría con sus amigos en el mismo Guadalcanal, aunque esto no podamos asegurarlo con certeza y sólo sean pistas para una posible investigación posterior.

El azar ha querido que hablando un día en Sevilla de mi hallazgo con el poeta Andrés Mirón, me propusiera éste la publicación de dicha carta en una revista promovida por el Ayuntamiento de Guadalcanal, y dada la amistad y admiración que siento por Mirón, he accedido gustoso a su propuesta, pensando en dar a conocer la carta encontrada en Madrid a los actuales habitantes de la antigua Sisip (o a divulgarla si por alguien fuera ya conocida), pues tengo la intención de incluirla en un futuro libro, en el cual podrían responderse (si los hados nos son propicios y encontramos editor) algunas de las preguntas que cualquier lector atento de este documento puede plantearse, no sólo en lo referente a los nombres que en él se mencionan, sino también en cómo era la vida en Guadalcanal en el año 1726, para que pudieran desarrollarse las inquietudes culturales y críticas de nuestro desconocido barbero-autor.

En la transcripción del original y con el fin de facilitar su lectura, me he tomado la licencia de actualizar algunos arcaísmos lingüísticos y de suprimir o añadir algunas comas y puntos, conservando en lo demás el texto su integridad.

RAFAEL RAYA RASERO, Sevilla, mayo 1990.

Amigo don Pedro. Aunque en este país no me falta en que divertir mi pobre imaginación, con la máquina de estas Minas, y fatiga de mis barbarísimos lances, pues le aseguro a vuesa merced que el día que tuve ayer no quisiera que nadie de mis amigos lo pasara, pues en menos de dos horas, sajé a tres enfermos ventosas, sangré a cuatro, y lo que más es, que a mi mujer se la llevó Dios de un sincopado accidente le duró tres horas y tres cuartos y medio, y le durará para secula seculorum. Sea Dios bendito y alabado, que gracias le debo dar por haberme concedido una de las muchas cosas que le he pedido, que es enviudar. En fin, amigo don Pedro, a vuesa merced estimo tanto como a mí mismo, pues apenas me hallo en tan triste lance, cuando llama a mi puerta un mozo, con su coletazo, con más mugre que un aceitero, con una carta de vuesa merced y un envoltorio de papeles. Veo su carta, y en ella me dice me remite varios papelotes de diversión que han escrito, y ruedan en Madrid, contra un Crítico Padre, o Padre para mortificarse y el barbero para afeitar. ¿No digo en esto bien, amigo don Pedro? Pero también siento mucho el enjambre de desatinos, que han ido emballestando unos contra otros, y muchos contra ese Critico. Válgate Dios por Critico, y el ruido que has metido con tus critiqueces. Parecen conjurados contra ti todos los batallones de la muerte, pues harto trabajo te mando. Preguntó un discreto en la Corte, cuando estaba el Señor Don Carlos Segundo a lo último de su vida, qué ¿cuántos médicos le asistían? y dijo un criado de Palacio: Señor, siete le asisten. Harto trabajo le mando -dijo el Caballero- si escapa de entre siete pecados mortales, que mientras más peones entran en una viña, más presto la acaban. Harto trabajo le mando yo al Critico, si se escapa de tanto enemigo de la salud. Dios me libre de hombres que desean que los otros no tengan vida: el diablo le tentó al Padre meterse a Critico.

Pero, señor don Pedro, lo que más me admira es que un médico como Aquenza, con cien años a cuestas, cuando había de tratar de rezar solo, y arrepentirse del dinero mal llevado en sus muy caras visitas, pues a título de Cámara del Rey no hay dinero para pagarle, pues a doblón serian -como los sermones- sus visitas, se meta ahora a reparitos, y repliquitas. Deje a cada uno con su tema; y pues está ya más para morir, que para otra cosa, trate de rumiar santos, oír misas, encomendarse a Dios, comer bien, y beber mejor, y dejar correr las cosas, que quien no ha de enmendar el mundo, déjele como está, y ya que escribe, gastara el tiempo en algún Tratadillo en romance, porque el de Sanguinis, que escribió en latín, para mi es lo mismo que si escribiera en griego. Déjese ya el doctor Aquenza de repuestitas, que ya no está para eso quien está más para morir, que para escribir, tome su coche, pues no le cuesta nada, paséese, y orille, que le tendrá más cuenta que oír disparates como los que dice el Médico de Sevilla, a quien yo, si le cogiera, diera con una piña verde; porque no anduviera en cuentecitos, que a un hombre como el doctor Aquenza no es razón se le digan tales dicterios, como los que él ha encajado en medio pliego de papel, lleno de disparates. Mediquillo debe de ser principiante, quien tanta envidia arroja en tan poco papel, con sus palos, y más palos. No es nuevo entre la maldita turba de matadores de cristianos, o médicos, que es lo mismo, andar en quimeras. Ya se acordará vuesa merced, señor don Pedro, diez años ha, los librotes que salieron unos contra otros, de Crítico, o Crítico Teatro, que para mí lo mismo es al derecho que al revés. En suma, que están siendo objeto de mi diversión en ocasión tan propicia. Cierto, amigo don Pedro, que no me harán daño los papelotes, y por ellos doy repetidas gracias a vuesa merced, y hallándonos cerca de las pascuas, tan celebradas entre los católicos, del Nacimiento, debo anunciárselas a vuesa merced ahora, porque no se me olviden después, que yo no escribo cartas a nadie, sin que sea respuesta de alguna o acompañada con algo. Y pues vuesa merced vino con los papelillos, diré lo que siento de ellos, aunque no entiendo mucha Teología, pero mal dije si supiera yo escribir y contar como entiendo Teología. En fin, amigo don Pedro, en este mundo todo pasa y habiendo pasado y repasado algunos de los papelotes seis o siete veces, lleve el diablo si me acuerdo de una palabra de ellos: si solo me recuerdo que uno de ellos habla también de una burra que fue Balaán, célebre burra debió de ser. Yo me alegrara ser como ella. Todos estos papeles, según mi gran capacidad, me parece que son sobre el Teatro Crítico. Válgame Dios lo que se ve en estos siglos. Si mi abuelo viviera, y viera lo que ahora pasa, sin duda o se volviera a morir, o de cólera reventara, porque fue muy devoto de San Benito, que en Toledo le trajo a cuestas más de seis años. Pero, señor d. Pedro, lo que a mí me desquicia el entendimiento es el ver que un religioso grave, que me dice vuesa merced lo es el Padre del Crítico Teatro, se meta a médico, a astrólogo, a músico, a letrado, y a otras muchas cosas, que no son de su profesión. Deje el Padre el mundo como está, que lo mismo hago yo y hacen otros. Hubiera escrito un librazo de Teología Moral, o de Sermones, u otra materia, que a lo menos sino hubiera sacado de ganancia cuatro doblones no me hubiera malquistado con tanta diversidad de clases, que aunque yo no tengo que sentir (pues con el cónclave Barberato no parece se mete) me da mucho enfado que un hombre de cerquillo y cogulla ande rodando por estas calles, estrados y palacios, y lo cierto es que se le puede decir lo que el vizcaíno a la liebre: Más te valiera estar duermes. Déjese el Padre de crítico, que eso fue bueno para Gracián, y no para otro. Y si no, vuelva los ojos al Librazo del padre Cabrera, de su Crisis Política, y verá el despacho que tiene en las confiterías de esa Corte. Los que se destinan para místicos y moralistas, no son buenos para críticos, cada uno para lo que fue destinado: el soldado para la guerra, el labrador para cultivar, el señor para mandar, el religioso Corral, de Boix, y de Díaz, uno con agravios, otro con desagravios, otro con vindicaciones, y otros defendidos, que todos paran en pasto de polillas en las tiendas, o entre girapliega en las boticas. ¿Qué quiere decir toda esta máquina? que no hay más maldita Facultad que la de esta farándula, que con lo que yerran matan, y con lo que aciertan quitan la vida. Dios me libre de gente que matando viven, y no mueren matando. También se acordará vuesa merced, señor don Pedro, dos años ha, de otra cuestión de otros dos matasanos, uno Navarro soberbio, y otro Vallenato, apacible escéptico, que sobre la clientela médica, maldita sea su alma, que en la librería de la calle Atocha me costó diez reales, que maldita la palabra yo la entiendo, y ahora la diera por tres reales para una misa a mi mujer. Dios la haya perdonado, amén. Digo, amigo, que ya se acordará, que estos dos anduvieron a palos en la calle de Barrio Nuevo. Si yo fuera Presidente de Castilla, entonces los hubiera desterrado de esa Corte para siempre, que no tienen vergüenza de que se diga que dos médicos anduvieron a palos; y esto seria porque ni uno ni otro tuvieron habilidad para manejar los monda dientes. Ya se sabe, amigo don Pedro, que esta clase de gente no hieren con armas, que matan con plumas. Yo me abollo el seso de contemplar las quimeras, desvergüenzas, y disparates, que entre estos faramalleros ha habido, hay, y habrá: quien malas mañas ha. En fin, amigo mío, buen provecho les haga, San Antón se la bendiga, que ni vuesa merced ni yo de eso no entendemos, y sólo acá con nuestras Porradas Barberinas lo pasamos como Corregidores. Pero, mi muy caro amigo don Pedro, reparo que entre los papelotes hallo uno de Rivera, el salamanquino; y cierto que tiene sus rasgos claustrales: él parla bien, no se le quedó el pico en Salamanca, y habla de manera que todos le entendemos, él no es tonto, y dice lo que yo dijera, escribamos de suerte que sea para todos, y corra la mosca fresca, como en Tabla Carnicera. Él hace bien, pero podía dejarse también de puntillos críticos, que nació tarde para aderezar el mundo. Pero reparo en el Crítico la inmensidad de cosas que trata en un solo libro: ya veo, don Pedro, que caben muchas letras en uno sólo, que como yo solo trato con mi Porrillas, se me hacen grandes los demás. Este Crítico todo lo ha escudriñado; a cuezo de albañil me parece, que en entrando en una casa, todo lo embadurna. 0 me parece mejor al cajón del sastre, que teniendo en si diversos retales juntos, de ninguno hay pieza, ni hoja de calzones, ni mangas. En fin, son los hombres, que todo pican como el gorrión. Pero volvamos, amigo don Pedro, a mi buen Rivera. No fuera mejor que estudiara, mientras escribía cien frialdades, que ha arrojado de sí sobre cuatro pliegos que no sirven más que de cebo a los golosos, o curiosos, que es lo mismo. Climatérico me parece este año de 26, pero más lo fuera el 27, que yo con número de no tengo poca fe; y cuando llega un tabardillero al sexto, si pudiera le diera yo la Santa Unción, de miedo no se me fuera sin Sacramentos. Si, amigo mío, estos hombres quieren descalabrarle con tinta, y papel, y para nadie es esto mejor que para impresores y libreros, que a lo menos, si no ganan, no pierden nada. En suma, gente que cuando entra en las casas de cotidiano es perniciosa: Dios, por su infinita bondad, me libre de ella. Amén.

Segundo reparo se me ofrece, amigo don Pedro, o tercero, que para mí lo mismo es por delante que por detrás; y es que también nuestro don Martínez entra con sus repulidillos términos y acicalados vocablos, defendiendo al Crítico, y ofendiendo al astrólogo, que no lo es fingido; pues voto años, amigo, que todo cuanto ha dicho este año de 26, en su calendario, he observado yo en estos países. No me parece bien que este Martínez, con sus quijadas de cangrejo, gane dinero y le pierda aun el tiempo. Halagar a uno, por morder al otro, es propiedad de culebra, que lo ejecuta a un tiempo. Cuide el doctor Martín (mal nombre este, ello a duende me huele) cuide, digo, de su Teatro Anatómico, y déjele al Crítico, que lo primero le ha dado de comer, y lo segundo ni aun de cenar; ya fe que limpie de la centinela, le ha de sudar el rabo, que el Navarrillo lo puso para pelar, según me ha dicho el cura de este lugar, que yo lleve el diablo palabra entiendo de ella. Amigo mío, cada cual a su negocio, a obrar bien, que Dios es Dios, así he oído decir lo dice San Agustín, no porque yo lo he visto, pero me acuerdo de lo que me decía mi abuela: Hijo, cuando oyeres cosa que haya dicho algún santo, ten cuidado, pues te acreditas en referirlo de discreto, de leído, y no de necio. Yo, amigo, y querido de mi alma, ni soy lo uno, ni lo otro, pues sólo soy lo que vuesa merced quisiere, y así le suplico tenga paciencia conmigo, que como estoy con el grande sentimiento de la prenda más amada que tenía, que ya por justos juicios de Dios, la llevó, ojalá lo hubiera hecho dos años ha, que estuve casado con ella. Le aseguro me sirve de gran gusto el dilatarme en la conversación con vuesa merced, o en la carta, que es lo mismo. Ya habrá usted reparado, amigo, como se explica el astrólogo salamanquín: Es un demonio en el modo de decir tan sutil. El pardiez, amigo, que al Padre le dice bravas cosas, y a mí me han parecido bien: Y aquel reparillo de que contra un Padre no hay razón, estuviera mejor si dijera: contra un fraile no hay razón, que para mí es lo mismo fraile, que diablo. ¿Pero a este Torres quién le mete con frailes, ni con médicos? Trate de componer su Piscator, que se llega ya el tiempo, prevéngale buenas alforjas, hágale buenas mantillas, que el frío es, y será terrible: repase sus discípulos en su Cátedra, y déjese de posdatas, que es lo mismo que cosas postreras. Ya veo, que me dirá vuesa merced que como ha caído en gracia (como las cosas extranjeras a los españoles) sus escritos, que hasta las Madamas gustan de oír sus dichánganos, que con estos papelillos él no pierde nada, pues aunque sea una friolera, en sonando Torres, corre que rabia, y al mismo paso la moneda. Buen tiempo, amigo don Pedro, que todo perro cristiano saca su papelote, se divierte la curiosidad, comen los autores, cenan los libreros, y almuerzan los impresores, y a mí me sucede lo mismo. Acuérdome, amigo don Pedro, haber visto otro papelón que llaman Glosas, y de paso digo que en los días de mi vida vi Glosas más disparadas, mejor las había de hacer el sacristán de este lugar, aunque no sabe ayudar a misa. Yo me rallo las tripas, y me reigo el estómago en considerar que haya hombres que se pongan a escribir tan amontonados de latinos. Pero, amigo, es verdad que el mundo de todo se compone, y es preciso haya de todo, es infinito el número de necios. Pues el Músico, con sus Arres, o Arias, que para todo es a un precio, tal arrear como el hombre arrea en diez pliegos y medio de imprenta. No he visto en mi vida, amigo, que quiere decir Aria, o Arri, que yo sólo entiendo es andar a prisa; pues vemos que cuando va alguno tras de un jumento, poco menos que él, todo es: arre, arre, arre: Reventarás arriando, le dijera yo al jumento, o al músico, que para mí lo mismo es correr que andar de prisa. El dichoso músico debía de estar despacio cuando tuvo lugar para cuatro arias, o recitados, encajar diez pliegos, que juro a Cristo que puede ir a la bruja de su abuela, que los lea, si está despacio, que yo, el demonio cargue conmigo, y con él, si lo leyere. ¿Pues qué diremos, amigo don Pedro del Aquenza Fingido, y el verdadero? Debe ser demonio este hombre, que finge, y hace verídico a un tiempo. Yo, si le conociera, lléveme Dios, si antes de hablarle no sacara el rosario. Dios me libre de persona que de uno hace dos, semejantes que esto lo que suelen decir: hará de un diablo dos por apocarlos: mejor dijera yo por aumentarlos; no quiero nada con tal hombre. Pues no digo nada de don Martínez y su rocín; yo me alegrara que ahora nos vinieran otro Sancho Panza con Don Quijote, aunque aquí faltara Doña Dulcinea, sino que pongamos en su lugar al Crítico, siquiera por lo que tiene de faldas. Y a fe, amigo mío, que si ha de montar en su rocín, el amigo, bien puede transformarse en duende, que otra suerte dudo alcancen sus gatillos, aunque me han dicho es ligero. Y siendo de la calidad del pescado su contextura, echándole en buena porción de agua, subirá, que amigo don Pedro el Torres creo es bien grande, que según me acuerdo en el Sacudimiento de Mentecantos dice tiene dos varas y cuarta de largo, de marca es el rocín, bien vale lo que pesa; y más cuando creo no ha cerrado, ni don Duende tampoco. Bien se echa de ver que no han cerrado las molleras hombres que andan como los niños, unas veces a coz y bocados, otras a palos, y otras a papelazos. Hallo, amigo don Pedro, por remate de espinazo, entre los papelotes el de don Matilde, tan frío como él mismo, pues al cabo de cien años que Torres escribió el Viaje Fantástico y otros ciento que le vino el correo con las seis cartas del otro mundo, sale esto otro meaquedito, con su Paracelso, o Paracelsa, con seis docenas de patochadas, sin sustancia. Sin duda fue preñado y no parió de todo tiempo, que si Torres le coge en una velada, lo dará mil vueltas y lo pondrá a parir de nuevo, de éste, diré yo, que lo ha pensado mucho, y es propio de borricos. Amigo muy amado, a cada loco dejarle con su tema, y más que se desmochen, que yo de toda esta turba multa solo debo decir que algunos estarán, con la subida de moneda, estrechos de cuartos, ya título de discretos, y peliagudos, como conejos, han querido recoger cuartos para gastarlos esta pascua. Buena fe la de Dios, que no les tengo envidia, que yo con mis Minas lo pasaré mejor que ellos con sus papelazos. Y sólo me queda el escozor de que se sufra en esa Corte, que un galenista traiga bastón, como si fuera militar de guerra, que de traje todos los somos. Es verdad que más matan ellos con paz, que los soldados en la guerra, y son enemigos declarados de las vidas. Pues otra cosa más se consiente que es anden declarados de las vidas. Pues otra Cosa más se consiente que anden en coche, habiendo muchísimos que le debían arrastrar. Vuesa merced no se fíe de ninguno de ellos, mire que el que más santo parece, diezma. Y sobre todo, amigo, dejar cada uno para lo que es. Vuesa merced cuide de su pucherito, poca fruta, buen trinquiforti, y malos años para medicastrones, que curen sus mulas para que tiren lo que ellos debían tirar, y mire vuesa merced que esto se lo aconseja un tonto que le estima, y desea que Nuestro Señor le guarde muchos años.

Guadalcanal, y Diciembre 12, de 1726.

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