Batalla en Guadalcanal Carnavales de 1476

Plaza de España

Por Antonio Fontán Pérez. RG 1989

No se conoce la cifra de las bajas, pero sí quienes combatieron y el botín que quedó en manos de los vencedores: casi 200 caballos, más de 300 acémilas, 700 libras de plata y algunos collares de oro.

El general de los vencidos fue don Enrique de Guzmán, duque de Medina Sidonia y conde de Niebla, el hombre más poderoso de Andalucía en aquella época. A su gente el cronista le llama “los sevillanos”. La victoria fue para don Alonso de Cárdenas, el comendador de León de la Orden de Santiago, que jugaba en campo propio, ya que Guadalcanal no era tierra de Sevilla como las otras localidades de la comarca, sino que pertenecía al señorío de la Orden de Santiago.

La batalla o pelea de Guadalcanal fue un episodio de las luchas políticas castellanas de principio del reinado de los Reyes Católicos. Los grandes señores dominaban territorios y vasallos, podían levantar fuerzas y ocupaban importantes parcelas del poder efectivo.

El primero de los señoríos de Castilla era el de la Orden de Santiago. En aquel momento estaba vacante la suprema dignidad de la Orden, que era la de Gran Maestre. El señor que lograra ser elegido, se convertiría en el tercer personaje del reino, después de los monarcas.

Guzmán, el duque de la acción de Guadalcanal, hombre joven e impulsivo, aseguraba que el Rey Fernando le había prometido el puesto antes de ceñir la corona, y se sentía con derecho a tal maestrazgo. Cárdenas representaba, más o menos, a las estructuras santiaguistas, aspiraba también al maestrazgo y se apoyaba en los caballeros que no querían un jefe venido de fuera (aunque perteneciera a la Orden), con ellos se asociaban, naturalmente, los enemigos del Duque, que no debían ser pocos. Éste contaba también con aliados, como el conde de Feria, señor de Zafra, centro de sus estados, en cuyo castillo-palacio residía habitualmente. El de Feria estaba agraviado con los de Santiago, que desde una fortaleza situada en los Santos de Maimona, no paraban de crearle problemas y de hostilizarle en la administración de su señorío.

Guzmán y sus “sevillanos” habían hecho una campaña de nulo rendimiento por tierras de lo que hoy es la zona meridional de Badajoz. Les había llegado el invierno, que es cuando había de licenciar a las tropas,  porque ya no era tiempo de guerra. Querían hacer algo y ocupar alguna villa o fortaleza de la Orden de Santiago, aunque fuera ya de regreso hacia Sevilla.

El conde de Feria aconsejó que no intentara nada en Fuente de Cantos ni en Guadalcanal, por su gran población, especialmente en la última de estas localidades, ya que sería funesta la estancia nocturna en Guadalcanal, hasta con escuchas y centinelas, y aún enviando astutos corredores (espías) a sorprender los planes del Comendador Cárdenas.

El Duque orientó sus pasos a una fortaleza menor santiaguista, que tomó. Desde ella se encaminó a Fuente de Cantos, con éxito. De allí a Guadalcanal, tras pasar cerca de Llerena donde está Cárdenas, que no le hizo frente, pues esperaba mejor oportunidad para vencerle, “porque sabía que a la noche siguiente, noche de carnaval, cuando la caballería durmiese profundamente con los vapores del vino (Guadalcanal era tierra famosa por sus vides) le sería facilísimo acometerla de repente”.

Todavía fue mayor de lo que esperaba Don Alonso la imprudencia del Duque, que entró en Guadalcanal cerrada ya aquella noche consagrada por los habitantes a la algazara, haciénles con la llegada de los andaluces enojosísimo el intempestivo hospedaje, que los vecinos debían de ofrecer a los soldados.

El cronista Palencia prosigue diciendo que “a la molestia de los vecinos vinieron a sumarse los recelos acerca de los recién llegados. Pero no por eso emplearon más vigilancia el Duque y sus capitanes, aun cuando sabían por algunos de sus huéspedes, que aquella noche había de llegar el Comendador Don Alonso Cárdenas, y los sorprendería en las camas, desarmados y sumidos en el sueño, si no se precavían apostando escuchas y poniendo de centinela algunos hombres, conocedores de los caminos en la garganta del monte que domina la población, único punto donde se temía la entrada del enemigo

Mas ni las exigencias de la guerra, ni el recelo del molesto alojamiento, ni la amenaza de la venida del Comendador fueron bastante para que el Duque y sus oficiales adoptasen medidas de vigilancia, acogieron con risotadas los avisos de sus huéspedes y todos en completa embriaguez se echaron en sus casas.

Llegó el Comendador con mil hombres, atravesó el monte sin guarda alguno; envió unos exploradores al pueblo, donde vieron que reinaba la soledad y el silencio. Entró el Comendador en la villa, dispuso un minucioso registro en busca de sus adversarios, e hizo sujetar con anillas de hierro los muchos cerrojos que tenían las puertas del pueblo, para que no escaparan.

Penetró él personalmente en la casa donde se hallaba el duque con veinte amigos jóvenes que habían estado cenando y bebiendo con él, echó abajo las puertas y empezaron el ataque y la defensa, en cuanto los amigos del Duque pudieron coger las armas.

Pensaron éstos, sin embargo, que su negocio estaba en que el Duque no cayera prisionero y se pusiera a salvo. Lo aceptó éste. Guiado por el dueño de la casa escapó por la parte de atrás. Le acompañaba unos de sus caballeros, con el que saltó las tapias.

“… ya resonaba por todas las calles terrible estruendo y gritería, los sevillanos se abrían  paso peleando y corrían a casa del Duque, algunos guiados por la luz de los faroles, cargaban sobre los enemigos; otros valientes jóvenes, medio borrachos, no rehuían la lucha, antes más osados, como más ignorantes del peligro, atravesaban combatiendo las calles  atestadas de enemigos bien armados. Entretanto, el Duque sin ser reconocido, quedó tres veces prisionero y otras tantas en libertad, luego que, según la costumbre española, declaraba haber entregado ya a otro su espada…”

Se rindió el caballero que le acompañaba, que era de Jerez, a fin de darle tiempo a huir y así lo hizo el Duque a quien iba guiando entre la oscuridad un leal vecino, que le tuvo que prestar su propio calzado porque a don Enrique le era imposible caminar de otro modo por aquellas asperezas. Encontraron a un jinete que cabalgaba hacia Alanís, que reconociendo al Duque le cedió su caballo.

En la villa iba encarnizándose entretanto la pelea; el ansia del botín hacía aflorar a la gente de Cárdenas; el primer ímpetu de los sevillanos había conseguido que se agruparan fuerza suyas, de que modo que ya en muchos lugares se combatía en iguales condiciones. El núcleo de la resistencia sevillana lo formaban unos setenta mancebos que detuvieron por largo rato al enemigo que confiaba en su mayor número luchando cuerpo a cuerpo, en muchos momentos parecían vencerlos aterrorizando a los adversarios que tanto temor le habían inspirado antes.

El Comendador llegó a temer un desastre; los sevillanos consiguieron apostar trescientos jinetes en las afueras para la pelea, mientras soldados del Comendador se entretenían en saquear lo que tenían los sevillanos, a quienes habían muerto o aprehendido. Resultó herido el capitán que había quedado al frente de los del Duque. Éstos por fin se retiraron, dándose por vencidos seguramente ya de día y por el camino de Alanís. Los santiaguistas se contentaron quedando con el botín.

Y aún hubiera sido mayor el despojo, si los vecinos de Guadalcanal no se hubieran mostrado bondadosos y observando las leyes de hospitalidad, devolviendo a los sevillanos la plata labrada que había confiado a su buena fe o habían arrojado a los pozos.

Esta primera batalla de Guadalcanal tuvo importancia política. Fue un revés para Medina Sidonia, aunque después mostrara serenidad.

Confirmó a los Reyes Católicos en que para asegurar el Estado y la supremacía del trono, tenían que someter el poder de los grandes, y el de las órdenes y señores. Cuando tuvieron margen político para ello, despojaron a los señoríos de sus arrogancias seudo-soberanas y el monarca asumió personalmente el Gran Maestrazgo de todas las Órdenes Militares.

Episodio menor, tuvo un historiador, Alonso de Palencia, intelectual y político notable, que había nacido en julio de 1423, probablemente en Sevilla y murió después de 1492.

En el capítulo X del libro I de la Tercera Década, entre los sucesos de finales de 1475 y principios de 1476, narra Palencia las contiendas por el maestrazgo entre el Duque de Medina Sidonia y el Comendador Cárdenas. Una de ellas fue la batalla de Guadalcanal.

Los habitantes de la villa “de gran población”, no tomaron parte en ella, alojaron a las tropas como era su obligación (ambos ejércitos eran legales) y les avisaron de los peligros, les socorrieron y fueron reconocidos como “bondadosos” en su trato, incluso con los incómodos visitantes que aquella noche de Carnaval, los habían dejado sin dormir y quizás también sin vino.

H.ª de los Reyes Católicos B.A.E. vol. 70 (Madrid 1878) cap. 40: “De cómo el Duque de Medina… entró en el Maestrazgo…” pág. 596-597

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