APUNTES HISTORICO – ARTISTICOS SOBRE LA ERMITA DE NUESTRA SEÑORA DE GUADITOCA

Por Salvador Hernández González – RG AÑO 2013

La pertenencia de Guadalcanal desde la Edad Media y hasta comienzos del siglo XIX a la jurisdicción civil y eclesiástica de la denominada Provincia de León de la Orden de Santiago, que abarcaba gran parte de la actual Extremadura, ha determinado su histórica adscripción a la región extremeña hasta que los cambios administrativos de la Edad Contemporánea la incorporaron a Andalucía. Esta peculiaridad jurisdiccional otorga a esta población antaño extremeña y hoy andaluza un sello diferencial con respecto a las poblaciones vecinas de la comarca, que se advierte en su devenir histórico y en su patrimonio artístico. De ahí que la vida del santuario de Nuestra Señora de Guaditoca haya tenido un desarrollo diferente al de las demás ermitas de la comarca, obviamente como decimos por la dependencia de los templos de Guadalcanal de la autoridad religiosa santiaguista que tenía su cabeza visible en el Provisorato de la cercana ciudad de Llerena.

La trayectoria histórica del santuario de la Patrona de Guadalcanal es bien conocida en sus líneas generales gracias a la clásica monografía que al mismo le dedicó el presbítero Antonio Muñoz Torrado[1], beneficiado de la Catedral de Sevilla y estudioso de la historia eclesiástica hispalense. Esta historia de la Virgen de Guaditoca sirvió de base para la obra del mismo tema del estudioso local Pedro Porras Ibáñez[2], donde se da entrada a la leyenda y la evocación literaria sobre la base de las noticias documentales suministradas por Muñoz Torrado. Así pues plantearemos aquí una apretada síntesis de los datos que ambas obras nos brindan.

Como en otros casos similares, el origen de la devoción se vincula a la aparición de la imagen de la Virgen en el paraje denominado de la Vega del Encinal, cercano a un arroyo. La advocación escogida, Guaditoca, es topónimo con raíces islámicas, cuyo significado ha recibido diversas explicaciones, pero parece vincularse en opinión de Muñoz Torrado a la raíz “vadi” – río en árabe – y “tdaika”, que significa angostura, estrechez, aludiendo tal vez a las características morfológicas del lugar donde la leyenda ubica la milagrosa aparición. Incierta también es la cronología de la leyenda, como sucede en este tipo de relatos, aunque el estilo gótico de la primitiva imagen destruida en 1936 y el hecho de que en el lugar del Santuario se dividían los términos entre Guadalcanal y Azuaga hasta el nuevo deslinde ordenado por el Infante Enrique de Aragón en 1428, invitan a pensar en unos orígenes bajomedievales de la primitiva ermita, cerca de la cual se levantaría en época barroca el templo actual.

La devoción se fue incrementando y extendiéndose por poblaciones vecinas como Azuaga, Berlanga, Valverde de Llerena y Ahillones, donde hubo cofradías que peregrinaban a la ermita de Guaditoca, muy visitada por otra parte dada su situación en el antiguo camino arriero que comunicaba Andalucía con Extremadura. En este sentido es curioso señalar que el Niño de la Virgen de Guaditoca, denominado popularmente “el Bellotero” goza todavía de gran devoción en la vecina Valverde de Llerena, donde se considera como su Patrono y a la que se traslada su imagen para permanecer allí cierto periodo del año. 

La curva ascendente de la devoción se hallaba plenamente consolidada en el siglo XVII, momento en el que entra en escena un importante personaje, Don Alonso Carranco de Ortega, nacido en Guadalcanal en 1586 y casado con Doña Beatriz de la Rica. Este bienhechor, acaudalado y propietario de tierras en el pago de los Berriales, lindantes con la vieja ermita, asumió la iniciativa de contribuir a la edificación de un nuevo templo, cuya fecha de inicio se desconoce, pero en el que se trabajaba con seguridad en 1638, concluyéndose la construcción en 1647, según consta en una lápida situada en la fachada de la iglesia[3]. En opinión de Muñoz Torrado, el mecenazgo de Carranco de Ortega se limitó a la nave de la iglesia y el presbiterio, siendo el camarín y la decoración pictórica mural costeadas por la hermandad de Nuestra Señora de Guaditoca y la piedad de los devotos, aunque en la documentación el mentor del nuevo templo lo considera como completa obra suya, como lo expresa en su testamento al afirmar que “por mi devoción he hecho una iglesia a la Virgen Santísima de Guaditoca”.

Este mecenazgo fue el germen de la estrecha vinculación que a partir de ahora tendrá la familia Carranco con la ermita de Guaditoca, de la que acabaron siendo administradores y patronos. Así en 1653 Don Pedro de Ortega Freire, hijo de Don Alonso Carranco, desempeñaba el cargo de mayordomo de la cofradía, figurando entre sus logros la concesión de un Jubileo para el Santuario y la fundación de un patronato – en virtud de cláusula de su testamento otorgado en 1671 – para asegurar el culto a la imagen titular, adquiriendo la familia a cambio la condición de patronos del templo. A lo largo de la segunda mitad del Seiscientos la iniciativa de los patronos coexiste con el desenvolvimiento de la cofradía matriz de Guadalcanal y las filiales extremeñas, que mantienen su actividad cultual y se ocupan del incremento del patrimonio de ornamentos sagrados, bajo el impulso económico representado por las limosnas de los fieles y la riqueza mercantil puesta en movimiento por la anual celebración de una feria en los aledaños del santuario, lo que motivó la construcción de unos portales destinados a servir de albergue a los feriantes, cuya obra inició en 1691 Juan Gordillo maestro alarife vecino de Zafra. La concurrencia de fieles determinó la suntuosidad del culto a la Virgen de Guaditoca, cuyas fiestas se celebraban en la Pascua del Espíritu Santo, fecha escogida para la celebración de las citadas ferias. Y como era frecuente en estos santuarios de la Edad Moderna, la imagen titular sólo era llevada al pueblo de Guadalcanal en caso de calamidad pública.

El siglo XVIII supuso la consolidación del régimen del patronato del templo por parte de la familia Ortega. Así en 1722 Don Alonso Damián de Ortega Ponce de León y Toledo, bisnieto de Don Alonso Carranco de Ortega, solicitó y obtuvo para sí y sus sucesores el nombramiento de patrono del templo, argumentando los beneficios y atenciones que su familia había dispensado a favor del culto a la Patrona de Guadalcanal. Se iniciaba así un régimen de administración de los bienes y rentas por parte de esta familia (ennoblecida por esta época con el título de Marqueses de San Antonio) que duraría hasta el siglo XIX, en detrimento de las prerrogativas y derechos de la cofradía de Guadalcanal y de las filiales extremeñas. Esta gestión dio algunos frutos en el campo del arte, como fue la construcción, poco antes de 1728,  de la bóveda de la iglesia, el coro y la espadaña, tareas de las que se ocupó Agustín de Robles, maestro mayor de obras del Cabildo de la ciudad de Llerena, el dorado del retablo mayor en 1732, la ejecución entre 1739 y 1741 de las pinturas murales de la nave y presbiterio, encomendadas al pintor de Llerena Juan Brieva, o la ejecución de las andas de plata de la Virgen, encargadas al maestro llerenense Pedro Oliveros en 1748. Los inventarios de mediados del siglo XVIII dan buena idea de las alhajas, joyas, vestidos y ornamentos que poseía la Virgen de Guaditoca, con piezas tan destacadas como la corona y media luna con que se ornaba la imagen y las citadas andas procesionales.

Ya a fines del siglo XVIII el Ayuntamiento de Guadalcanal dio nuevo impulso a sus viejas pretensiones de ejercer el patronato sobre el santuario de Guaditoca, consiguiendo en 1792 ser nombrado administrador del mismo. En el propio año se traslada la feria de Guaditoca a la villa, hecho que se reveló como sumamente perjudicial para el Santuario al restarle la asistencia de aquel tráfago de mercaderes, feriantes, romeros y cofrades, anunciando ya el declive de la devoción, consumado en el siglo XIX. Las desamortizaciones decimonónicas y el desinterés de los patronos, junto con la extinción de las cofradías, fueron reduciendo la que fue devoción comarcal a un ámbito estrictamente local, aunque conservando el rescoldo del fervor popular. Así lo patentiza la refundación de la hermandad de Guadalcanal, con la aprobación de sus nuevos estatutos por el Consejo de las Ordenes Militares el 14 de abril de 1863. Fruto de este resurgimiento fue la restauración del Santuario de Guaditoca en 1913, embelleciéndose el interior del templo con la colocación de nueva solería, zócalos de azulejería y otros reparos.

Hoy día Guaditoca es escenario de un rico programa ritual y festivo, centrado en la celebración de dos romerías anuales. La primera tiene lugar el último sábado de abril para traer la Virgen al pueblo, vestida de pastora. Tras pasar la imagen la primera noche en la iglesia del convento del Espíritu Santo, es trasladada a la parroquia de Santa María de la Asunción. En este templo tendrá lugar ya a finales de agosto o comienzos de septiembre la función principal, que se celebra el tercer día de la feria del pueblo, seguida de la procesión de la Virgen hasta el real de la feria y regreso a la parroquia. El ciclo festivo finaliza cuando el último sábado de septiembre se lleva la Virgen desde la parroquia al citado convento del Espíritu Santo, para el siguiente domingo volver ya a su santuario.

El templo levantado en el siglo XVII como vimos en sustitución del primitivo medieval muestra en su fábrica el clasicismo de líneas y la sobriedad ornamental propias del protobarroco seiscentista. Construido en mampuesto y ladrillo, es un edificio de planta rectangular de una sola nave compartimentada en tres tramos por medio de pilastras, y cabecera cuadrada [4] , a la que en 1718 se le adosó el camarín, labrado por los alarifes de Llerena Alonso González y Antonio José González, y Manuel Fernández, de Guadalcanal.

El retablo mayor, recompuesto a raíz de los daños sufridos en 1936, sigue fielmente los postulados del barroco clasicista del propio edificio, a pesar de la avanzada fecha de ejecución de esta ensambladura, que fue concertada el 1 de enero de 1675 con Francisco de Saavedra Roldán y Juan de Vargas, vecinos de Zafra por precio de 6.000 reales de vellón [5]. La pintura y dorado del retablo fue concertada el 29 de agosto de 1678 con Antonio Granada, maestro dorador de Zafra  [6] . El retardatario diseño utilizado en esta ensambladura muestra una estructura compuesta por banco, un cuerpo dividido en tres calles por medio de columnas corintias entorchadas, que dejan entre sí hornacinas semicirculares surmontadas por recuadros mixtilíneos. Entablamento y cornisa coronada por volutas en sus extremos da paso al ático tripartito, centrado éste por una caja de formato cruciforme flanqueada por dos laterales cuadradas.

Preside el retablo en la hornacina central la imagen de la Titular, obra realizada por Antonio Illanes en 1937 en sustitución de la primitiva gótica destruida en la Guerra Civil. Flanqueando la imagen los restantes registros se destinan para albergar pinturas, conservadas con gran deterioro, excepto en las hornacinas inferiores de las entrecalles, donde ocupan su lugar imágenes modernas de serie sin valor artístico.

En el ornato interior del templo desempeñan un papel fundamental las pinturas murales, obra como se dijo del maestro de Llerena Juan Brieva a comienzos del siglo XVIII. Distribuidas por toda la superficie de las bóvedas del templo con el habitual sentido de “horror vacui” propio de la estética barroca, la riqueza del programa iconográfico planteado en estas cubiertas compensa la mediana calidad de su factura, al tiempo que reclama un estudio monográfico que desentrañe sus claves ideológicas y su filiación artística, que se ha puesto en relación con un programa de tipología similar desarrollado en la ermita de Nuestra Señora del Ara en la cercana población pacense de Fuente del Arco. Entretanto, apuntaremos aquí la presencia de escenas del Antiguo Testamento como el Juicio de Salomón, elementos profanos como las Cuatro Estaciones, alegorías de las Virtudes y una galería hagiográfica en la que se alternan apóstoles y diversos santos.


[1]MUÑOZ TORRADO, Antonio: El Santuario de Nuestra Señora de Guaditoca, Patrona de Guadalcanal: notas históricas. Sevilla, 1918. (Reedición, Ayuntamiento de Guadalcanal, 2003).

[2]PORRAS IBAÑEZ, Pedro: Mi Señora de Guaditoca. Guadalcanal, 1970.

[3]El texto, recogido por Muñoz Torrado, dice así: “A HONRA Y GLORIA DE DIOS Y DE SU SANTISIMA MADRE HIZO ESTA OBRA DE ESTA SANTA CASA D. ALONSO CARRANCO DE ORTEGA Y DOÑA BEATRIZ DE LA RICA SU MUGER Y DE SU HAZIENDA. ACABOSE AÑO 1647”.

[4]MORALES, Alfredo José – SANZ, María Jesús – VALDIVIESO, Enrique – SERRERA, Juan Miguel: Guía artística de Sevilla y su provincia. Diputación Provincial de Sevilla, 1981. (Se cita por la reedición de Sevilla, 2004). Págs. 389 – 390.

[5]VILLA NOGALES, Fernando de la – MIRA CABALLOS, Esteban: Documentos inéditos para la Historia del Arte en la provincia de Sevilla. Sevilla, 1993, pág. 125.

[6]Ibídem, págs. 167 – 168.

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