Algunas anécdotas de Adelardo López de Ayala y algunos hechos acaecidos en la erección del monumento de la plaza

José María Álvarez Blanco. RG año 2012

Del escritor guadalcanalense del que hay más bibliografía es la del dramaturgo, poeta y político cuya estatua preside la plaza de nuestro pueblo, razón por la que no solo tenemos acceso a su obra y avatares políticos, sino a también a detalles anecdóticos de su vida. Como es bien sabido este autor que dijo, quizás en más de una ocasión, que “temía más al olvido que a la muerte” iba de sobrado[1] por la vida – (valga la expresión que ha hecho fortuna en nuestro días) – como revelan las tres anécdotas siguientes:

“Ha saltado la anécdota y hay que cobrarla. En el saloncillo del [Teatro] Español se encontraban López de Ayala y Juan Eugenio Hartzenbush, pomposo aquél y arrugadito este. El autor de Los Amantes de Teruel, tan escuchimizado como modesto, cedió la presidencia del auditorio, retirándose discretamente al autor de ·Un hombre de Estado”. Y cogiendo una chistera que no era la suya se la puso… hasta el cuello. ¡Se había equivocado Hartzenbuch con la chistera de Ayala! Hubo las risas consiguientes, que Ayala quiso convertir en homenaje a su persona, gritando con aquel vozarrón que poseía: “Don Juan Eugenio, tengo más cabeza que usted”. A lo que Hartzenbush replicó, irguiendo su vocecita como un áspid que se levanta para picar: “Más sombrero, don Adelardo, más sombrero”. Con lo que puso las cosas en su sitio.”

Fuente: López de Ayala o el figurón político-literario, de Luis de Oteyza, Espasa-Calpe, Madrid, 1932, pp. 8-9.

Otras dos muestras de sus arrebatos de autoestima se refieren no al alto concepto que tenía de su inteligencia, sino a la exhibición de su fortaleza física, pues, aun siendo bastante chaparrito, parece que era bastante fuerte, o como se dice ahora, cachas.

La primera ocurrió en el Café Suizo[2] y fue así:

“Discutía cortésmente con alguien que dejándose llevar del calor del debate, le lanzó una palabra injuriosa. Ayala, agarrando el mármol de la mesa, lo alzó sobre la cabeza de su injuriador. E inmediatamente, arrojándolo a un lado, lo partió en pedazos contra el suelo. Pudo haber aplastado al impertinente y no lo hizo. Pero demostró que, a querer, le hubiera sido fácil hacerlo.”

(Luis de Oteyza, obra citada, p. 38).

Finalmente la tercera de la que fue protagonista, está relacionada con el mundo de la farándula, o como le gustaba decir al inolvidable F. Fernán Gómez, de los cómicos, con el que por su condición de autor teatral tenía tanta relación. Ocurrió así:

Una noche salían del Teatro Español dos actrices, que subieron a un coche tirado por vigoroso tronco. Ayala les rogaba que no partiesen; ellas alegaban tener mucha prisa y dieron orden al cochero que hiciese caminar los caballos, Los caballos no se moverán sin mi permisodijo Ayala. Y, en efecto, aunque el auriga les mandase con la voz, les incitase con las riendas y le castigase con el látigo, los caballos no se movieron. Era que el nuevo Hércules extremeño, agarrado con ambas manos a los radios de una rueda,

contrarrestaba los esfuerzos del tiro”.

(Luis de Oteyza, obra citada, p. 38-39).

No protagonizado por nuestro autor, sino por la mala fama de su caligrafía, he encontrado en un periódico del S. XIX, el relato de lo que sucedió con su maestro en Guadalcanal, que transcribo textualmente.

“Cuando se estrenó “El Tanto por ciento”, de don Adelardo López de Ayala, sus compañeros poetas le regalaron un álbum de poesías y una corona de oro. Llegó la noticia del éxito de la obra y de este homenaje al maestro de Guadalcanal, que había enseñado a Ayala en su niñez, por lo que le dijo un amigo. Ya estará usted satisfecho, ¿eh?: ¡Ya sabrá que Ayala ha resultado un gran escritor!

Y lleno de asombro respondió el maestro: ¿Un gran escritor? ¡Pues mira que ya habrá tenido que reformar la letra!

Fuente: Revista “Muchas gracias”, página 7, Número 397, Año VIII, Madrid, 10 de octubre de 1931

Decía Pessoa que el poeta es un fingidor, y para corroborarlo, en el caso de Ayala, repare el lector en el primer terceto de su conocido soneto titulado Al oído:

Déjame penetrar por este oído,

camino de mi bien el más derecho,

y en el rincón más hondo de tu pecho

deja que labre mi amoroso nido.

Feliz eternamente y escondido,

viviré de ocuparlo satisfecho…

¡De tantos mundos como Dios ha hecho,

este espacio no más a Dios le pido!

Yo no codicio fama dilatada,

ni el aplauso que sigue a la victoria,

ni la gloria de tantos codiciada…

Quiero cifrar mi fama en tu memoria;

quiero encontrar mi aplauso en tu mirada;

y en tus brazos de amor toda mi gloria.

En lo que se refiere al monumento que se conserva en el centro de la Plaza, inaugurado el 20 de septiembre de 1926, cuarenta y seis años después de su muerte, y que estuvo a punto de desaparecer hace pocos años, llaman la atención varias cosas. Una de ellas es que fuera erigido por suscripción popular. En esas fechas faltaba solo diez años para la tragedia nacional que nos sobrevendría, y ya la fama y supuesta valía de Ayala habían sido puestas en solfa, no sólo por el mencionado Oteyza, periodista nacido en Zafra en 1883, con tan buena pluma como mala uva, sino por otros como Valle Inclán, como relaté hace unos años[3] en estas páginas. Es cierto que en la primera mitad del siglo XX, hubo notables escritores como José Ortega y Munilla y José Martínez Ruiz (Azorín)[4] que escribieron sobre nuestro autor textos laudatorios, pero es indiscutible que para los especialistas en literatura y política del S. XIX es una figura menor, sobrevalorada en su día tanto en su faceta literaria como política.

Gracias a mi buen amigo Eleuterio Díaz[5], al que públicamente muestro en estas líneas mi agradecimiento, conozco algo de los entresijos de la erección del monumento, de cuya gestación se conservan varios documentos. De las dos facetas del agasajado, escritor y político, se puso el énfasis en la primera, como lo demuestra la inscripción de los títulos de sus principales obras en la parte posterior del monumento. Esto tiene su lógica pues el homenaje se celebra en plena dictadura de Primo de Rivera, y no parece que el quehacer político de Ayala, ―con su autoría del manifiesto de “La Gloriosa”, y sus cambios de chaqueta que le llevaron a pronunciar posteriormente en las Cortes, el entonces famoso discurso sobre la muerte de la Reina Mercedes― fuera muy propicio para concitar unanimidades y adhesiones inquebrantables tan genuinas de los regímenes autocráticos.

El autor de la idea de levantar la estatua de la Plaza, fue el paisano canónigo Don Antonio Muñoz Torrado, que fue el redactor y orador del discurso pronunciado en la plaza con tal motivo. Llegado a este punto tengo que agradecer públicamente a Dª María Cordobés, viuda del que fue mi amigo Ernesto Pérez Vázquez, que hace unos años me facilitara una fotocopia del texto del discurso, que ella conserva como legado de Dª Carmen Caballero, hermana de las inolvidables Dª María y Dª Rafaela.

Precisamente a C. Caballero aparece dedicado el ejemplar del discurso, según se muestra de puño y letra por su autor, que en la reproducción siguiente manifiesta que lo escribió en su hermosa casa:

Pero sospecho que, por otro lado, otro clérigo, a la sazón párroco de la villa, ―me refiero a D. Pedro Carballo Corrales, como se sabe asesinado en la Guerra Incivil, como recuerda la lápida situada en el lado de la epístola de la Parroquia― no parece que estuviera totalmente de acuerdo con la idea del monumento. Quizás tuviera razones que eran de índole moral y político si era buen conocedor de la vida de Ayala. En efecto, Ayala había publicado en su juventud, su única novela hoy semiinédita titulada: Gustavo[6], prohibida por la censura cuyo final transcurre en un prostíbulo; había firmado el Manifiesto de la Primera República que introducía libertad de prensa y de culto; había sido enterrado en un vistoso monumento ―que desaparecerá dentro de poco sí la Presidencia de las Cortes no lo remedia― carente de simbología religiosa; había tenido como amante[7] a la actriz Teodora Lamadrid; y para colmo de motivos había sido masón. Tengo que confesar que de esta última circunstancia me enteré hace pocos años y que parece ser cierta como puede comprobar el lector ―que haya tenido la paciencia de llegar hasta estas líneas―buscando en Internet.

En línea con lo anterior, es probable que Don Pedro Carballo tal vez sugiriera que la Iglesia no aceptara que con motivo de los fastos de la inauguración del monumento se celebrará una exposición de objetos religiosos en el Ayuntamiento, como acredita el oficio del Arzobispado de Sevilla, datado el 19 de julio de 1926, que reproduzco a continuación:

Pero hay más, al parecer entre la documentación del expediente parece que hubo que aportar una partida de bautismo del homenajeado, cuyo texto de puño y letra de D. Pedro Carballo también reproduzco a continuación, y cuya nota marginal al pie tiene un sentido bastante explícito.

Solo me resta añadir que el discurso de Muñoz Torrado, editado en Sevilla[8] es ditirámbico y laudatorio hasta extremos insospechados. Parece que al escribirlo primó el orgullo del paisano, que llegó a lo más alto en letras y política, sobre aspectos de su vida que estaban en conflicto con la ortodoxia. Se ve pues que, ya hace casi un siglo, el éxito y alcanzar altas cotas de poder eran los únicos patrones universales de medida de la gente.

ANTONIO MUÑOZ TORRADO

                Presbítero

El poeta López de Ayala

1829-1880

SEVILLA

IMPRENTA DE SAN ANTONIO

1930

Este trabajo fue leído por su autor en la solemne inauguración del monumento erigido en Guadalcanal al Excmo. Sr. D. Adelardo López de Ayala, el día 20 de Septiembre de 1926.

Es una realidad. Ayala, el delicado poeta, el autor de Rioja y de Consuelo tiene, en el sitio de honor de esta villa, que le vió nacer, y donde escribió muchas de sus inspiradas obras, un monumento que recuerde su nombre glorioso, y las aclamaciones que acabamos de oír al ilustre hijo de Guadalcanal son otros tantos aplausos al poeta excelso y al hombre de Estado, que por propios méritos subió las gradas del templo de la fama y cuya gloria es imperecedera, por que vivirá mientras haya quien se extasíe ante la belleza y rinda vasallaje al talento.

Mas que enaltecer a Lopez a Ayala, nos honramos a nosotros mismos: porque el poeta labró con su propio esfuerzo el alto pe­destal de su gloria, y nosotros, al rendirle este homenaje, cumplimos el deber que tienen los pueblos de no olvidar y de perpetuar la me­moria de los hijos ilustres que les han dado renombre y fama.

Un solo título justifica mi intervención en este acto, el de la gratitud; porque a cuantos han contribuido, acogiendo mi idea con entusiasmo y cooperando a que Ayala tenga este monumento conmemorativo, debo decirles: ¡Muchas gracias! El poeta que tantas veces ha recreado mi espíritu, y cuyas obras se leen siempre con placer y enseñan deleitando, recibe, como justamente merece, el homenaje de los que se glorian de haber nacido en este mismo suelo.

No esperéis de mi un estudio acabado y completo del poeta López de Ayala; confieso ingenuamente que no tengo fuerzas para acometerlo, ni arrestos para intentarlo; ni la ocasión pide cosa de tal monta. Bien conocido es su nombre y aquilatada suficientemen­te por la critica su legítima fama.

Tampoco intentaré justificar la razón de este homenaje; porque si algún espíritu hubiera (y no lo hay por fortuna) que pensára de modo distinto, harta sería su desgracia porque su ignorancia seria tal, que no conocería lo que es del dominio de las multitudes: seria un espíritu sin cultivo, una inteligencia, mas que miope, ciega; y un corazón pletórico de envidia y de orgullo, que niega el mérito y el talento porque no es capaz de comprenderlos. Seria mas digno de lástima que de combatir sus aberraciones y al que podría decírsele que es cosa lógica y natural que desconozca el valor positivo de Ayala, porque los ciegos de nacimiento no ven las bellezas de la luz y de los colores, y los ignorantes no alcanzan las grandezas de la Ciencia, ni perciben los esplendores de las Bellas Artes.

Renovar la memoria de Ayala en estos momentos ha de ser gra­to entretenimiento para cuantos amamos las glorias de este pueblo de gloriosa historia y rancio abolengo; y me propongo, si me oís benévolos, tratar muy brevemente de la personalidad literaria de tan inspirado poeta.

         I

Escuela literaria

Aparece Ayala en aquellos días en que el arte literario quedó por el momento sin ideal definitivo. El Romanticismo derrocó al Clasicismo pero no pudo sostenerse mucho tiempo; la obra principal de los románticos no fué otra que emancipar el arte de las trabas de aquel y abrir nuevos horizontes con la resurrección de los ideales religiosos y caballerescos de la edad media. La exageración des­acreditó al Romanticismo y causó una reacción saludable y prove­chosa.

¿Qué nueva escuela sustituiría a las dos rivales? En el teatro bretón, Rubí y Ventura de la Vega desarrollaron las nuevas direc­ciones; en el género cómico García Gutiérrez y Tamayo despojaban al drama de las exageraciones románticas; pero estaba reservado a Ayala la gloria de crear el drama de costumbres contemporáneas, fiel retrato de la sociedad, planteando los problemas que más hon­damente le preocupan en el orden moral. <Hizo Ayala en la alta co­media, dice Cejador, lo que Tamayo en el drama; sacó el fruto de la revolución romántica, desechando la falsa hojarasca y aprove­chando la reacción clásica de la forma con que revistió el teatro realista y de sincera actualidad. Tamayo tuvo mas ingenio, Ayala mas talento reflexivo, mayor cuidado de la forma y más inclinación a lo clásico, en lo cual se parece a Moratin, aunque enteramente lo oscurezca por la fuerza y riqueza de su pincel.>

Brilla, pues, Ayala con luz propia entre la gloriosa pléyade de ingenios y en él se combina lo más templado y aceptable de las au­dacias románticas con el acicalamiento y corrección del clasicismo; y entre ellos es la más uniforme, la más consecuente y la mejor de­finida personalidad. Volvió Ayala sus ojos al teatro antiguo nacional, libre de las influencias extrañas que lo desfiguraron en el siglo XVIII con la venida del primer Borbón, y lo modernizó con el mismo es­píritu que aquel teatro demandaba.

<La gloria de fundir en una sola obra, dice Picón, y dar a una misma producción la sencillez clásica, el color romántico, la índole puramente española y el carácter de modernismo propio de la época, estaba, en gran parte, reservada a Adelardo López de Ayala, que con el insigne autor de Lo Positivo había de crear la alta comedia que en realidad debe llamarse comedia dramática; pues en ella se dan juntamente los dos elementos del arte y el estudio de las pa­siones…… Fué español porque reflejó nuestro carácter, teniendo en cuenta las influencias de lo tradicional y las condiciones del pre­sente>.

    II

Ideales

Sin ideal no hay arte, como no hay ni puede haber heroísmo. El ideal de Ayala, centro y alma de su poesía, es el ideal Católico, que se manifiesta con toda su grandeza los mismo en la famosa Plegaria que en el drama Rioja, donde brillan los esplendores de un alma, que sostenida por la Religión se exalta hasta la abnegación y el sacrificio.

Si hiciera falta una declaración terminante y precisa, hecha por el mismo Ayala, si no fueran suficientes sus obras, nos bastaría co­piar lo que el mismo dijo en el discurso en que defendía ante el jurado al periódico satírico El Padre Cobos: <Escribiendo comedias he aprendido a conocer el corazón del pueblo español….. Siempre que le he referido alguno de los nobles rasgos de nuestros magnáni­mos reyes, he visto en su entusiasta semblante impreso el amor a la monarquía; siempre que he desarrollado en mis obras dramáticas algun pensamiento moral, sus aplausos me han demostrado la hon­radez de su corazón, siempre que he apelado al sentimiento religioso en la expansión de su alma, en las lágrimas de sus ojos, he conocido que en España no es posible otra religión que la única verdadera y divina de nuestros abuelos>.

Junio al ideal cristiano hay que colocar en Ayala su intención moral, que campea y sobresale en todas sus obras. El programa de Ayala, si vale tal frase, en el orden moral, está contenido en aquella preciosa décima, tan conocida:

Pluma, cuando considero

Los agravios y mercedes,

El mal y bien que tu puedes

Causar en el mundo entero:

Que un rasgo tuyo severo,

Puede matar un Tirano,

Manchar puede un alma pura,

Me estremezco de pavura

Al alargarte la mano.

<Lo mismo en sus poesías líricas, dice Moreno Nieto, que en las dramáticas, jamás se arrastró por las bajas regiones: antes bien, su musa austera y recatada, severa y justiciera, se inclinó siempre a castigar y hacer aborrecible el vicio y lo innoble y grosero, y a enal­tecer la virtud y e1 proceder hidalgo y caballeresco>.

Las obras mas principales de Ayala en este orden y las que la­braron el sólido pedestal de su fama, son aquellas en que examina con escrupulosidad, fustiga con dureza y condena con energía el moderno positivismo, que como ola arrolladora envuelve a la socie­dad contemporánea. El Tejado de vidrio es una demostración de como muchas veces el vicio y el escándalo se vuelven contra el vi­cioso; El Tanto por ciento es el triunfo del amor sobre el vil interés: en El nuevo Don Juan trata Ayala de poner en ridículo el tipo del Tenorio moderno que debe de quedar en situación desairada mas bien que el marido; en Consuelo, la mujer vana y codiciosa que prefiere el lujo y la riqueza al verdadero amor, queda castigada por su egoísmo con el abandono de todos. <En las comedias de Ayala, escribió Tamayo, se unen lo profundo y sano de la idea moral que anima a estas obras y lo castizo y primoroso de la forma que las reviste y engalana>.

    III

El teatro

En Ayala se da como carácter distintivo un feliz y armónico consorcio de todas las facultades, siempre encerradas en sus justos límites y sometidas a una razón serena que las dirige y regula: hay en él algo de aquella serena belleza que tanto nos admira en la mu­sa clásica; sabia sentir y expresar lo que sentía. «Por lo que respe­ta a la forma, ha escrito Alvarez Espino, Ayala es elegante al par que contundente, altivo al par que gallardo; sus versos son fáciles, sono­ros y dulces; su lenguaje es sencillo, gracioso y discreto: dialoga con naturalidad, dibuja con maestría, pinta con riqueza; es ameno porque cambia con facilidad, varia porque es fecundo y es abun­dante porque es perspicaz y escudriñador, y sabe encontrar muchos y muy buenos materiales>.

Con Ayala, hemos dicho, resurge el antiguo teatro español, que tiene su más legitimo representante en Calderón de la Barca, a quien Ayala llamó en su discurso de recepción de la Real Academia Española, el dictador de las leyes del teatro, el ingenio milagroso que en medio de los grandes poetas de su tiempo,

… El cetro adquiere

Que aun en sus manos vigorosas dura.

Calderón es el modelo y guía de Ayala. Entre ellos hay algo muy parecido, muy semejante al padre y al hijo, al creador y al con­tinuador de sus mismas glorias, al propietario y al heredero de méritos análogos. La gloria de Calderón resurge en Ayala, que re­funde El Alcalde de Zalamea y hace de Calderón el más cumplido elogio ante la Academia Española y pone su influencia en ejercicio para conseguir que Madrid levante una estatua al autor de los Autos Sacramentales, la cual se descubrió al pasar ante ella el cadáver de Ayala. También estudió nuestro poeta el teatro de Ruíz de Alarcón; y estos dos poetas «el uno por su maestría en la concepción y dis­posición del plan dramático y el otro por su tendencia moral y co­rrección de forma, fueron los modelos predilectos que tuvo ante su vista para el desarrollo de sus obras>.

¡Dios y Calderón! Las dos religiones, los dos cultos de Ayala.

En la obra dramática del hijo de Guadalcanal descuella y so­bresale su teatro que cultivó desde sus primeros años, como Salga por donde saliere, Me voy de Sevilla, La corona y el puñal, Los dos Guzmanes, La Providencia y otras: de ellas no queda mas que Los dos Guzmanes y por eso figura en el pedestal, aunque no pueda compararse con otras que después escribiera.

En sus primeros vuelos poéticos se nota algún influjo románti­co como en sus primeras obras teatrales una influencia muy marca­da de la escuela clásica. Un hombre de Estado, Castigo y perdón significan muy poco en su teatro; del mismo modo que las zarzuelas que la afición del público por este género arrancó a la avara musa del poeta.

Las obras que le dieron renombre y justa fama y en las que está impreso su sello son: El Tejado de vidrio, EI Tanto por ciento y Consuelo.

Dejad a los críticos que los coloquen por el orden de preferen­cia que ellos quieran: para Cánovas, Consuelo, con El hombre de mundo de Ventura de la Vega y el Drama nuevo de Tamayo, son los modelos que deben estudiar los autores dramáticos españoles: Sil­veIa sostuvo la opinión de que Consuelo es la antitesis del Si de las Niñas y las dos, las comedias de su época respectiva. Revilla prefería El Tanto por ciento en el teatro psicológico de nuestro poeta. Picón prefiere El Tejado de vidrio, como también es preferida por Cejador, que dice: <El arte de los pormenores de lo minucioso, en que tanto sobresalió Ayala, como en el sobresale Benavente, bordó esta obra que fué estruendosamente aplaudida y que se representó treinta y seis veces seguidas y valió a su autor 42.000 reales>. Cañete vacila­ba porque todo lo de Ayala le parecía mejor. <Una critica esencial­mente dramática y escénica, dice Solsona, preferiría El Tejado de vidrio; una crítica esencialmente filosófica El Tanto por ciento; una critica esencialmente literaria, Consuelo>.

López de Ayala es en suma, como afirma Bonilla San Martín, el poeta dramático mas grande que ha producido el siglo XIX.

IV

el poeta lírico

No es abundante la floración lírica de López de Ayala; pero si poseemos suficiente tesoro que le asegura lugar eminente entre los líricos que son gloria del parnaso castellano, principalmente por los primores de arte que encierran sus composiciones. Es joya esquisi­ta del más subido precio la Epistola Moral, escrita en 1856 en Guadalcanal y dirigida a su entrañable y fraternal amigo Emilio Arrieta; pieza literaria que puede parangonarse y ser digna rival de la tan conocida A Fabio.

Con autoridad inexorable residencia el poeta sus propias ac­ciones; describe la lucha entre el bien y el mal, recuerda sus fla­quezas y nos traza el cuadro más íntimo, por así decirlo, de su carácter moral. Sería preciso recitarla toda para apreciar en su justo valor el tono viril que emplea, la austeridad que le guía, la expre­sión sobria y cultural con que se expresa.

Hay una estrofa que no puedo resistir a copiar:

Y estos salvajes montes corpulentos

Fieles amigos de la infancia mía

Que con la voz de los airados vientos

Me hablaban de virtud y de energía,

Hoy con duros semblantes macilentos Contemplan mi abandono y cobardía

Y gimen de dolor y cuando braman

Ingrato y débil y traidor me llaman.

<Esta sola epístola y la dirigida a Zabalburu, bastan para co­locar a su autor, dice Blanco, entre nuestros primeros líricos y para desmentir, cuando menos en el caso presente, la teoría de que los grandes poetas dramáticos no saben expresar por cuenta propia sus sentimientos y necesitan de algún personaje en quien transformar­se>. En Ayala, lo mismo que en Núñez de Arce, hay tal energía y concentración de pensamiento, que con pocos rasgos briosos dicen más que en un poema entero, cualidad que en Ayala resalta más en sus composiciones breves, en las que campea la corrección mas exquisita, la sobriedad de la expresión, la fluidez del verso y la pulcritud de estilo que es nota característica de toda obra lírica del autor de Consuelo. La décima A la Pluma, es digna de tan ex­celso poeta, como lo son sus sonetos, a pesar de ser muchos im­provisados, y escritos, como él decía, para el gasto de la casa, des­collando entre ellos, como modelos, La Plegaria, que con música de Arrieta, se cantó en sus funerales y en las honras que en años sucesivos se celebraran en San José de Madrid, y otro titulado Al Oído.

               V

Otras obras literarias

Otros géneros literarios cultivó Ayala, de él nos queda la primera parte de la novela Gustavo, que ha publicado Bonilla San Martin con encomiástico elogio: la descripción de Consuelo, trabajo preparatorio de la famosa comedia de este mismo título y el Discurso sobre Calderón, piezas dignas de tan peregrino ingenio.

Como orador se reveló como hábil e intencionado, correcto y fluido en la defensa del periódico satírico El Padre Cobos, cuando no tenía treinta años de edad; así como en su primer discurso en el Parlamento, en que afirma su posición política con toda indepen­dencia, se acreditó de experto orador parlamentario, ajustando ma­ravillosamente su palabra al pensamiento. Era sobrio de estilo, ma­gestuoso de ademán y escultural de frase, como dice Méndez Bejarano.

Pero la pieza oratoria que sobresale entre todas y que será siempre modelo en su género, es el elogio fúnebre de la Reina Mer­cedes ante el Congreso. <Desde Bosuet no se había hablado de la pequeñez de las grandezas humanas, dice Moreno Nieto, ni se había, pintado con tan patéticos toques escenas de dolor y de angustia desgarradora>. Para la preparación de este trabajo se te ofrecieron libros, recuerdos, tiempo. Mejor  será, contestó Ayala, que cuente lo que he visto, y no necesitaba más para triunfar conmoviendo a cuantos le oyeron, porque tenia un corazón delicado y tierno, una inteligencia poderosa, una imaginación viva y tal dominio sobre la palabra, que nunca dijo mas que lo que quiso decir. Como orador fué apasionado en el Parlamento, razonador en la Academia y su­blime en el elogio de aquella infortunada Reina.>

VI

El político

No queda completo el estudio de Ayala si no decimos algo del hombre político.

Si tuvo por el teatro una vocación decidida, no la tuvo menos por la política. En su teatro mismo puede encontrarse una prueba de ello, si no la diera plena el decurso de su vida. La primera obra que estrenó en Madrid, Un Hombre de estado, ya muestra esta ten­dencia, como antes, en los agitados días de vida escolar ya tomó parte y muy principal en el motín que se produjo al suprimirse el traje estudiantil y su musa sirvió para alentar a la juventud estudio­sa a la pelea. Este y otros episodios de la vida del poeta han sido narrados con singular gracejo por Eusebio Blasco.

No permiten los estrechos límites de este trabajo el análisis de todos los pasos de la vida política de Ayala; baste decir que tuvo personalidad propia y singular relieve. Fué, dentro de los partidos, independiente; no fué ambicioso y llegó hasta donde quiso y siem­pre puso sobre todo su amor a la patria. <Es uno de nuestros hom­bres públicos, dice Alvarez Espino, al rededor de cuya frente aun brilla una aureola de respetabilidad y de estimación. Su ministerio es en la vida pública algo como los triunfos de El tanto por ciento y de El nuevo Don Juan, en su vida literaria. Dentro de los principios fielmente defendidos y brillantemente aplicados a combatir la insurrección separatista iniciada en Jara, de la pluma de Ayala se desprendieron multitud de documentos importantísimos que engrande­cieron la gloria de su autor y motivaron la gratitud de la patria. <Si aun flota hiniesta nuestra bandera, decía Moreno Nieto, en el elogio fúnebre de Ayala, en aquellas hermosas lejanas provincias (Las An­tillas) que conquistó el valor de nuestros mayores, débese en no pe­queña parte al insigne Ayala>.

               – VII –

López de Ayala y Guadalcanal

Tal fué la personalidad de López de Ayala.

Pero no terminaré sin recabar para Guadalcanal una gloria a más de la que legítimamente le pertenece por ser patria de tan es­clarecido genio.

Ayala frecuentó poco las aulas universitarias y medrado fué el fruto de sus estudios porque ni tuvo vocación para el estudio de una facultad, ni energías para vencerse y dedicar a las disciplinas escolares sus talento. Residió, mientras fué estudiante, más tiempo en Guadalcanal que en Sevilla y consagró más tiempo a la poesía que al cultivo de las ciencias jurídicas.

La formación literaria de Ayala, por tanto, la alcanzó aquí y la perfeccinó en Sevilla en su trato e intimidad con García Gutiérrez: pertenece, pues, la gloria de haber formado literariamente a López de Ayala a su propia familia y a aquel lector exclaustrado del con­vento de San Francisco que fué su preceptor y su maestro. El con­vento de San Francisco, que fundó el Almirante D. Enrique Enriquez en el siglo XVI, gozó siempre de fama legitima por los varones emi­nentes en virtud y en letras que en el florecieron, y fué siempre es­cuela de letras humanas cultivadas con exquisito esmero. Expulsados los religiosos, aquí quedaron muchos de ellos y con un Padre lector, muy conocedor de la buena literatura, aprendió Ayala latín y a los catorce años sabia la Eneida de Virgilio y era un enamorado de los clásicos españoles, en particular de Lope y de Calderón. Las primeras obras de aquel joven poeta, que más tarde seria una de las primeras figuras del teatro, aquí se escribieron y representaron. Pero el hogar de Ayala tambien tiene una influencia decisiva en su formación literaria. El mejor patrimonio de sus padres fué más que la hidalguía y nobleza rancia de su linaje, el cultivo de las vir­tudes cristianas y el amor a los clásicos castellanos, que ponían en las manos de sus hijos para la mejor formación de éstos; y diré más: no era sólo en aquella casa donde se tendía culto a la buena litera­tura entre nosotros, fruto, tal vez, de la influencia de la escuela lite­raria de San Francisco.

Si el padre de Ayala formó a sus hijos en este ambiente, no ha de extrañar que éstos, a quienes el cielo dió talento, brillaran en el campo de la literatura patria, porque los hermanos de D. Adelardo, D. Baltasar y D. José María, sobre todo D. Baltasar, pruebas muy abundantes nos han dejado de la inspiración de su musa.

Estudiando Solsona el drama Rioja escribió estas palabras: <Parece este drama, una plegaria, y Rioja no es un carácter, es un Santo…… ¿Estará allí el fruto de las lecturas de Fray Luis de León, Fray Luis de Granada y Santa Teresa de Jesús, que le aconsejara el cariño maternal en los primeros días de la infancia? ¿Brotaría de las mismas enseñanzas aquel sentimiento religioso de Ayala, que palpi­ta en todos sus actos y declaraciones, documentos y doctrinas polí­tica y literatura?»

He concluido, Señores; perdonad que me haya extendido más de lo que debiera; pero Ayala, que es en frase de Bretón de los He­rreros la mejor mina de Guadalcanal; el primer dramático español del siglo XIX, segun Moreno Nieto; y un genio por su encumbrada mente, su rica y viva fantasía y su ánimo entero y generoso, bien merece que se recuerde la grandeza de su personalidad literaria; y termino con unas palabras del mismo Ayala que todos debiéramos tener siempre ante nuestros ojos:

<Amo la gloria como poeta; pero amo más a mi patria y en mi es más poderoso el estímulo del deber que el estímulo del aplauso>.

LAUS DEO.

NIHIL OBSTAT

Dr. Francisco de TORRES

Censor.

IMPRIMATUR

Sevilla 9 Junio 1927.

DR. JERÓNIMO ARMARIO Vic. Gral.


[1] Nuestra lengua tan rica en sinónimos ha venido a consagrar hace unos años este término como sinónimo de persona engreída, vanidosa, presuntuosa etc. Por una rutina consuetudinaria, en estos tiempos tan precarios en rigor y auto-exigencia, se siguen aplicando a instituciones o cargos calificativos enaltecedores por el mero hecho de existir u ostentarlos, y uno se pregunta hasta que punto merecen algunos Rectores de Universidad ser Magníficos; ciertos Diputados y Jueces, Señorías; Ayuntamientos despilfarradores, Excmos; algunas ciudades Muy noble y muy leal,… etc.

[2] Famoso café madrileño del S.XIX que estuvo situado en la confluencia de las calles Alcalá y Sevilla (entonces llamada Ancha de Peligros) en las inmediaciones del actual Teatro Alcázar.

[3] El gallego de La Puebla de Caramiñal lo puso a parir, llamándole “Gallo polainero”, que tiene su punto de coña gallega. Véase la biografía de Ayala que publiqué en esta Revista en 1994.

[4] José Ortega Munilla le dedicó el artículo “Los injustamente olvidados: Don Adelardo López de Ayala”, en las páginas 1 y 4 del diario ABC de 11 de enero de 1922, cuando se cumplían cuarenta y tres años y unos días de su muerte. Respecto a Azorín puede leerse el texto: “Un retrato de mujer” (sobre la obra teatral Consuelo) publicado en la tercera página de ABC de 13 abril de 1946.

[5] Salvo la dedicatoria de Muñoz Torrado a Carmen Caballero, todos los demás documentos reproducidos en este texto han sido obtenidos por Eleuterio Díaz. Entre los papeles conservados está la lista de donativos de la aportación popular que van desde las 1000 pesetas del Ayuntamiento, 25 del particular más espléndido hasta 0,50 del más tacaño o menos pudiente.

[6] Califico esta obra de semi-inédita por la sencilla razón de que solo fue publicada en la que fue prestigiosa revista de hispanistas “Revue Hispanique” en la que también se da cuenta de los comentarios del censor José Antonio Muratori. Un párrafo de dicha novela lo puede encontrar el lector reproducido en la biografía citada en la precedente nota 2.

[7] Lo políticamente correcto ha desplazado hoy a esta palabra que ha sido sustituida por la cursi expresión “compañera sentimental”.

[8] Imprenta San Antonio, Sevilla, 1930.

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