27.ABR.1980.- ABC – GUADALCANAL: BRILLANTE ROMERÍA DE LA VIRGEN DE GUADITOCA.

La ermita de Nuestra Señora de Guaditoca, Patrona de Guadalcanal, ha sido restaurada por completo, tras el estado de ruinas en que quedó a causa de los temporales del pasado año. Diversos organismos oficiales han colaborado en la recuperación de este santuario, que data del siglo XVI, y además todo el pueblo se volcó hasta conseguir que ayer, día de la primera romería en honor de su Patrona, estuviese a punto; no sólo la ermita, sino también la imagen de la Virgen, que ha sido recientemente restaurada, a iniciativa de su hermandad, por unos desperfectos que a causa del tiempo sufría en la cara y en las manos.

La romería de Guadalcanal, que es la primera que se celebra en la zona, volvió a constituir una viva manifestación de fervor y entusiasmo, volvió a distinguirse por la masiva asistencia de fieles.
El Niño Bellotero, una preciosa escultura de madera que el pasado año encontró nadie sabe dónde el párroco, acompañó el peregrinar de Nuestra Señora de Guaditoca, como es tradición.—Rafael DIÉGUEZ CARRANCO.


El 16 de noviembre de 1979 el notario de Guadalcanal don Pedro Porras Ibáñez escribía un artículo en ABC de Sevilla defendiendo a Adelardo López de Ayala ante las tropelías de su biógrafo. Lo comparto contigo.

.Nadie ignora que hay personas con salud y sin ella; a las que todo le salen bien y a las que les rodean las desdichas; personas con buena prensa y personas con mala prensa.

Pues bien, de las segundas es nuestro Don Adelardo; nuestro porque Don Adelardo López de Ayala nace en Guadalcanal.

En efecto:

Una afección bronquial le priva ser persona sana en una buena parte de su vivir.

Urde de estudiante el protestar de la prohibición de entrar en el recinto universitario hispalense con determinadas prendas de vestir, dando con ello ocasión al primer alboroto estudiantil conocido, más el resultado fue el tener que abandonar la Universidad de Sevilla.

Llega el momento de biografiarlo y toma la pluma quien honestamente confiesa que lo va a hacer de forma irrespetuosa. Y allá que te van unos tras otros los mayores ultrajes. Tanta es la animadversión del biógrafo, de cuyo nombre será piadoso no acordarse, que ni siquiera cuando le reconoce que en la batalla de Alcolea afrontó la muerte en la línea de combate de la que no se alejó, deja de atacarle sin piedad, atribuyendo su reconocida valentía a que “había que hacer el gesto y en ello estaba Ayala siempre”. Visto está el afilado de la hoja de un espíritu empedernido.

Se aproxima, al cabo, el centenario de su muerte y, públicamente, se nos asegura, contra toda verdad, que Ayala no quiso acordarse del nombre del “lugar de la Sierra Norte sevillana” donde nació; que como Cide Hamete Benengeli -que no su historiado Don Quijote (¿de acuerdo?)- “sus razones tendría”; que fue un “extremeño que, de la mañana a la noche, por el arte de magia de un Real Decreto pasó a ser sevillano”; que “siempre mostró desdén hacia su pueblo natal”; y, en fin, aunque con esto no acaben los piropos, que “como en tal lugar poseyó en vida ciertos olivos, sus paisanos, en 1926, le levantaron un monumento en la plaza”.

Lo dicho, dicho está en la creencia de ser cierto.

Pero no es de la elegancia, siendo verdad, el decir lo torpe.

Ni tampoco la torpeza del vecino justifica la nuestra.

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Mas puntualicemos:

Don Adelardo visitaba Guadalcanal tantas veces como se lo permitían los vaivenes de su vida, demostrando con ello que, cuando menos, del nombre de su pueblo natal se acordaba, para lo que sus razones tendría; razones, por lo demás, facilonas: amor al terruño, nostalgia del tiempo pasado, añoranza de repetir lo vivido una vez más…

Don Adelardo fue siempre andaluz y andaluz sevillano por cuanto Guadalcanal en todo tiempo formó parte del Reino de Sevilla y la Andalucía comprende los reinos de Córdoba, Granada, Jaén y Sevilla.

Don Adelardo, compartiendo los días de su existencia entre la Corte, donde le retenían sus quehaceres, y su tierra natal, mostraba hasta la saciedad que no era indiferencia, ni despego, ni tampoco menosprecio lo que sentía por ésta.

Don Adelardo se ganó a pulso que sus paisanos, conocedores de su labor personal en las letras y en la política, el año 1926, tuviesen como acertado perpetuar -en cuanto es posible al hombre- su memoria, llevándole, en monumento, a la plaza principal de Guadalcanal, acción a la que está claro que no llegarían los meros sabedores de los pocos olivos que poseyera.

Considerando, pacientemente, lo que antecede, entre las exclamaciones -algunas muy duras- que ello provoca, nos quedamos con esta misericordiosa: ¡Pobre Don Adelardo!

Pedro PORRAS IBÁÑEZ.

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